3

UN CASO PERDIDO

Logan

A las siete de la mañana del día siguiente, me suena el despertador. Alargo la mano para apagarlo y vuelvo a centrarme en mi tableta gráfica. Hago zoom, retoco el sombreado y alejo de nuevo el diseño para analizarlo. Mi cliente me pasó un dibujo ya hecho que encontró en Pinterest. Como ningún artista que se precie roba a otro, he hecho mi propia versión del típico león rugiendo, añadiéndole flores al fondo y cambiando la tipografía. Sigue pareciéndome muy simple. Creo que yo no me lo tatuaría. O quizá sí. Dije lo mismo de la mitad de los tatuajes que tengo y ahí están.

Me hice mi primer tatuaje con dieciséis años. En realidad no lo tenía planeado. Me lo jugué borracho en una apuesta con un amigo y acabé sentado en una camilla con una aguja perforándome el brazo. Me tatué una frase: «Que te jodan». Años después la completé con una flor con gafas de sol que fuma desde su maceta. Y, a diferencia de lo que le pasa a la mayoría de la gente con su primer tatuaje, en mi caso es uno de mis favoritos.

Esa fue la primera vez que pisé un estudio. Y gracias a él conocí a Peach, la mujer que encontró los bocetos que escondía en mis cuadernos y me introdujo en el mundillo. Entre ella y Taylor, su novio, me enseñaron todo lo que sé. Una semana después de mudarme con la abuela a Portland, eché el currículum en Mad Masters, un estudio que acababan de abrir en la ciudad, por si acaso tenía suerte. Y la tuve. Ahora llevo tres años trabajando allí y tatuar se ha convertido en parte de mi rutina.

Tengo clase dentro de una hora, así que apago la tableta y me levanto de la cama. Me he pasado la noche diseñando porque no podía dormir. Suelo tener problemas de insomnio, no es algo nuevo, y siempre intento aprovechar el tiempo y ser productivo. Me quito la camiseta del pijama y la lanzo a la cama antes de abrir la cómoda para buscar algo que ponerme. El espejo de la pared me devuelve la imagen de un chico pelinegro, despeinado, con los hombros, los brazos y el torso llenos de tatuajes. Acabo cogiendo unos vaqueros, una camiseta y una de las sudaderas que me pongo siempre. Esta en concreto deja al descubierto la rosa que tengo tatuada en el cuello. Me calzo las zapatillas y después reviso la habitación en busca de lo que me falta.

Mi gorro, ahí está.

Salgo tras coger el móvil, las llaves y la cartera.

—Buenos días —saludo a la abuela al entrar en el salón.

Está sentada en su mecedora bebiendo café como todas las mañanas. Ha preparado el mío y lo ha dejado en mi lado de la mesa. No tengo tiempo para sentarme a desayunar en condiciones, así que lo cojo y doy un trago aún de pie.

—¿Tienes prisa? —Enarca una ceja.

—Quiero llegar temprano a clase. Tengo un par de dudas que comentarle al profesor.

Pese a que nunca fui un alumno aplicado en el instituto, siempre tuve claro que, por el bien de mi futuro, tenía que seguir estudiando. Y que haría algo relacionado con el arte. Como sabía que no tendría muchas oportunidades en Hailing Cove, me mudé a Portland con mi abuela para cursar Diseño Gráfico. Me va bastante bien.

—¿Hasta qué hora trabajas hoy?

—No lo sé. Tengo varios clientes y después me tocará quedarme a limpiar. No volveré hasta esta noche.

—Bien. —Da otro sorbo a su café, conforme.

Frunzo el ceño.

—¿Bien?

—Leah llegará sobre las seis. No quiero que nos molestes.

Y ahí está otra vez. Ese dichoso nombre. Parece que el destino quiera ponerla en todas partes.

—No me creo que le hayas dado el trabajo.

Dejo la taza sobre la mesa y abro la mochila para asegurarme de que llevo la cartera y el cargador de la tableta. Mi evidente mal humor se gana la atención de la abuela, que ladea la cabeza como diciendo: «No te atrevas a hablarme con ese tono, jovencito».

—La semana pasada no regaste mis geranios —argumenta con tranquilidad.

—Abuela, me esposó a una escalera.

—Cariño, mis geranios son mi debilidad.

Cierro la mochila de mala gana. Genial.

—He aprendido la lección. No hace falta que sigas con esto. Te dije que encontraría a alguien para las clases.

—Bueno, la verdad es que la chica me cae bien. Y se nota que entiende del tema.

—No la conoces.

—Tú tampoco.

Me mira por encima de sus gafas metálicas, animándome a llevarle la contraria. Por desgracia, no puedo. Lo único que sé de Leah es que confía ciegamente en Linda. Y que me odia.

Ahora que lo pienso, es más que suficiente.

—¿Sabes qué? Haz lo que quieras. —Me echo la mochila al hombro—. No voy a estar mucho en casa, de todas formas.

—Mejor. No quiero que nos distraigas.

—¿Has pensado en adoptarla como nieta y sustituirme?

—Créeme, lo habría hecho si no requiriese tanto papeleo. —Se ríe al verme poner mala cara—. Que pases un buen día, cariño.

—Lo mismo digo. —Me acerco para darle un beso en la frente porque, aunque esté molesto con ella, me sentiré mal durante todo el día si no lo hago—. Y, sobre Leah, avísame si se pone en plan agresivo. Vendré enseguida. Puedo controlarla.

Se lleva la taza a los labios para ocultar una sonrisa.

—Claro. Seguro que sí.

 

 

—Joder, tío. Adoro tener novia.

Kenny le sonríe al móvil como un idiota. Sasha y él son la pareja más pasional que existe; lo mismo un día quieren matarse que al siguiente están jurándose amor eterno. Están especialmente empalagosos desde que volvieron, así que es una suerte que ella esté en clase ahora mismo. Es difícil hablar con Kenny cuando Sash está metiéndole la lengua hasta la garganta.

Miro la carta que cuelga sobre el mostrador. La cafetería del campus está a rebosar todos los días. Incluso hoy, un lunes a las nueve y media de la mañana, hay una cola enorme para pedir.

—¿Vendrás a la fiesta del sábado al final? —me pregunta Kenny.

Suspiro con cansancio.

—¿Tengo opción?

—No.

En ese caso, no creo que haya nada más de lo que hablar.

Él vuelve a teclear en su móvil. Noto una punzada en el pecho cuando lo miro de reojo. Sash y él llevan saliendo bastante tiempo y se nota que lo hace muy feliz. Creo que he olvidado cómo era esa sensación. Cuando crees que has encontrado a la persona correcta, todo es la hostia de intenso. Ni siquiera piensas en lo que dolerá cuando se acabe. Solo disfrutas del momento. Vives. Cada segundo.

Y entonces llega el golpe, y el destino vuelve a demostrarte que, cuando quiere, puede ser un auténtico hijo de puta.

—¿Hablaste con tu profesor? —se interesa guardando por fin el teléfono.

Intento que no se dé cuenta de lo mucho que agradezco que me distraiga de mis pensamientos.

—En general el boceto le gusta. Solo me ha sugerido un par de cambios. —Es uno de los muchos trabajos que tendré que entregar este semestre. Y no es por echarme flores, pero está quedando bastante bien.

—Bueno, seguro que sus consejos son útiles. Tú intenta implementar todo lo que te ha proponido.

—Propuesto —le corrijo automáticamente.

—Me la agarras sin pretexto.

No me creo que haya vuelto a caer.

Está tan acostumbrado a soltarme estas bromas que ya ni siquiera se ríe; solo me palmea la espalda como diciendo: «Tío, tienes que aplicarte». Me saco el móvil del bolsillo para ver la hora. Me quedan diez minutos de descanso antes de la próxima clase y no tiene pinta de que vaya a llegar a tiempo.

—Debería volver a la facultad —le digo a Kenny.

—Vamos, ¿ya? ¿Y mi café?

—No quiero llegar tarde, tío.

—Hablando de novias, ¿esa no es Linda?

Lo empujo, molesto, y sigo la dirección de su mirada. En efecto, es ella. Va tan arreglada como siempre, con los labios pintados de rojo. Y está hablando con un chico. Hayes. Más conocido como el gilipollas número uno del campus.

—¿Sabe que te liaste con su amiga?

—No me lie con su amiga.

Fue solo un beso. Y, ahora que está menos reciente, la verdad es que no fue para tanto.

—Bueno, la besaste delante de todo el mundo. Tarde o temprano Linda se va a enterar.

—No es mi problema.

—Parece que tienes otras cosas de las que preocuparte. —Y señala al gilipollas con la cabeza.

Al parecer, nos ha visto. Y ahora camina hacia nosotros con aires de superioridad. Seguro que se ha pasado cinco minutos enteros pensando en lo que está a punto de soltarme.

Suspiro. Lo que hay que aguantar.

—Fracasado —me saluda al pasar.

Me giro hacia Kenny pensativo.

—Empeora, ¿verdad?

—Sus insultos son cada vez menos originales —coincide él.

Hayes frena en seco y retrocede negando con la cabeza, como si no quisiera entrar en peleas y nosotros lo estuviéramos obligando.

Esto va a ser divertido.

—Te vi el sábado en la fiesta. —Se dirige solo a mí.

—Estaba ahí —confirmo como si nada.

—¿Te ha dicho ya que todo lo que sabe se lo enseñé yo? Lo que sea que haga contigo ya lo ha hecho antes conmigo. No eres más que el segundo plato.

Aunque de primeras no sé a qué se refiere, no tardo en atar cabos. Está hablando de alguien, y la única persona con la que estuve en la fiesta, aparte de Kenny, fue Leah.

No tengo ni idea de lo que pasó entre ellos, pero me muero de ganas de cerrarle la boca.

—Supongo que necesitaba a alguien que fuera bueno en todo lo que tú no sabes hacer.

Hayes reacciona de inmediato.

—Hijo de...

Kenny se coloca entre nosotros antes de que pueda lanzarse sobre mí. Mi amigo es bastante más corpulento que yo, y aun así Hayes no es lo suficientemente inteligente como para decidir que no quiere problemas con nosotros. En lugar de marcharse sin más, me mira con los ojos llenos de ira.

—Eres un mierdas —me espeta—. No me extraña que Clarisse prefiriera matarse con tal de no seguir contigo.

Es automático. Ahora soy yo el que intenta saltar sobre él. Kenny me detiene estampándome la mano en el pecho. Me muero por borrarle a Hayes esa jodida sonrisa de un puñetazo.

—No merece la pena —me susurra Kenny al verme fuera de mí.

—No vuelvas a mencionarla —le advierto a Hayes.

—Dile a Leah que se ande con cuidado —responde él, y después sale del local.

Cuando Kenny me suelta por fin, me recoloco la chaqueta con un movimiento brusco. Clavo la mirada en la puerta. Estoy tan enfadado que podría seguirlo ahora mismo y mandarlo todo a la mierda.

—Hijo de puta —lo insulta Kenny a mis espaldas—. Está cabreado porque besaste a su ex el sábado.

Genial. Ahora resulta que me han metido en un juego de niños.

—La próxima vez no valdrá de nada que me contengas.

—La próxima vez no te contendré. —Me pone una mano en el hombro para relajarme—. No voy a dejar que te metas en problemas en público. Menos aún en el campus. No merece la pena.

—Es escoria —gruño.

—Lo es —coincide, y después su expresión se carga de tristeza—. Y lo que ha dicho..., sabes que no...

Sé lo que viene ahora. Y no lo soporto. Durante los últimos meses, todo lo que he recibido cada vez que alguien saca el tema es lástima. Estoy harto. No necesito más condolencias.

—Déjalo —lo interrumpo—. Me voy a clase.

Las campanillas de la puerta son lo último que se oye cuando salgo del local.

Leah

Hunter me puso una mano en la boca para acallar mis gemidos. No podíamos hacer ruido, pero mi cerebro dejó de funcionar en el momento en el que empezó a tocarme. Eché la cabeza hacia atrás y se me aceleró la respiración cuando su mano se coló bajo mi vestido.

Sentí su aliento en el cuello cuando me susurró:

—No dejes de mirar al espejo.

No me percato de que la clase ha terminado hasta que todo el mundo se levanta de golpe. Cierro mi portátil a toda prisa y lo guardo en el bolso mientras me pongo de pie. No quiero arriesgarme a que alguien lea por accidente lo que escribo. Por eso, cuando tengo mucha inspiración, suelo sentarme en la última fila y poner la letra al mínimo tamaño. Me dejo la vista, pero es útil a la hora de esquivar las miradas curiosas.

No he tenido tiempo de escribir este fin de semana. Ayer volví temprano de la entrevista, y después tuve que pasarme la tarde leyendo un libro que me han mandado para clase. Me quedé despierta hasta las dos de la madrugada y después me puse a buscar libros que llevarle a Mandy. Como no sé qué tipo de historias le gustan, he elegido dos novelas clásicas con un lenguaje sencillo para probar suerte.

Nuestra primera clase es esta tarde a las seis. Hemos quedado en que iré tres veces por semana para sesiones de una o dos horas. Y no tengo ni idea de cómo lo voy a hacer. Con suerte, será más o menos igual que enseñar a los niños, solo que no tendré que gritar para imponer orden. Todo ventajas, espero.

Soy la última en salir del aula. Cojo el móvil para escribirle un mensaje a Linda y que nos veamos a la hora de comer, dado que, aparte de ella, no tengo ningún otro amigo en el campus. Sin embargo, alguien me aborda en el momento en el que pongo un pie en el pasillo.

—Ya sé a lo que estás jugando. —Y aquí está, de nuevo, Logan Turner.

Estoy empezando a cansarme de verlo por todas partes.

—Tengo cosas que hacer, Logan. —Intento rodearlo, pero me detiene agarrándome del brazo.

El mero contacto ya provoca que me salte el corazón. Por suerte, me suelta enseguida. Solo hace que me vuelva hacia él y, cuando sus potentes ojos oscuros chocan contra los míos, tengo que esforzarme por seguir sosteniéndole la mirada.

—Sé por qué me besaste el sábado —continúa.

Pensar en esa noche no me resulta de ayuda. Menos aún si está tan cerca.

—Ya te lo dije. Tú me besaste a mí. Jugando a la botella.

—Con Hayes delante, justo como tú querías.

Vale, es más inteligente de lo que pensaba. Intento que no note que soy un manojo de nervios. Odio su tono de superioridad.

—No estaba planeado, si es lo que insinúas.

—Bueno, yo creo que fue sospechosamente oportuno.

—Mira, había bebido mucho, estaba cabreada y me dejé llevar por un impulso. Podría haber besado a cualquier tío de la fiesta.

—Pero me elegiste a mí.

—Y me arrepentiré toda la vida.

Retrocedo hasta la pared. Su cercanía me pone nerviosa. Mi mirada baja hasta sus anchos hombros y después sube hasta su cuello, a la rosa que tiene tatuada en el lateral izquierdo. Cuando nuestros ojos vuelven a encontrarse, siento que tengo escrita la palabra «mentirosa» en la frente.

—No me gusta que me utilicen —contesta él. Cada vez me cuesta más enfrentarme a su mirada.

—Yo no te utilicé. Fuiste tú el que decidió besarme.

—Vale. Me importa una mierda cuáles fueran tus intenciones y lo que haya entre Hayes y tú. Solo quiero que dejes la farsa. No necesito más problemas.

Junto las cejas. Menuda estupidez.

—¿Crees que he ido diciéndole a todo el mundo que estamos saliendo?

—No me sorprendería.

—Logan, lo de la fiesta fue un error. Fui yo la que te pidió que lo mantuviésemos en secreto.

—Bueno, pues no es un secreto. Nos vio mucha gente. Y, como te he dicho, Hayes está cabreado.

—Bien. Que le jodan.

—No si las consecuencias son para mí, novata.

—Deja de llamarme así. —Mi mirada se torna impaciente—. ¿Y bien? ¿Puedo irme ya?

Parece que él intenta no perder los estribos.

—No me lo estás poniendo nada fácil.

—Lárgate antes de que alguien más me vea contigo.

—Tarde o temprano se enterará Linda, ¿sabes? Y entonces serás tú la que estará jodida.

—Céntrate en tus asuntos. Yo me hago cargo de los míos. —Sujeto con más fuerza la correa de mi bolso—. Ahora, si no te importa, me voy a clase.

Le pongo una mano en el pecho para apartarlo y lo rodeo para largarme de una vez. Por mucho que finja que sus palabras no me afectan, estoy preocupada de verdad. Tiene razón con lo de Linda. Acabará enterándose. Y entonces seré yo la que tenga que enfrentarse a las consecuencias.

—Leah. —Su voz vuelve a sonar cuando ya me estoy alejando por el pasillo.

Me armo de paciencia y me vuelvo hacia él.

—¿Qué?

—Es sobre mi abuela. —Relajo los hombros y frunzo el ceño, desconcertada—. Sé que no es el trabajo que esperabas.

Ahora ya no hay ni rastro de burla en su voz. Tampoco creo que esté intentando desafiarme. Procuro transmitir confianza en mí misma cuando contesto:

—Puedo encargarme.

—¿Estás segura? —Hace una pausa. Acto seguido, suspira. Es evidente que no le apetece tener esta conversación conmigo—. Mira, la última profesora que tuvo no la trató bien. Creía que mi abuela era demasiado mayor para aprender a leer. Se fue después de decirle que era un caso perdido.

Y puede que sea por su forma de decirlo, por la vulnerabilidad y la preocupación que noto en sus palabras, pero de pronto dejo toda la hostilidad de lado. Niego con delicadeza.

—No creo que nadie sea un caso perdido, Logan.

—No estoy de acuerdo contigo. Hay mucha gente que lo es. —Esta vez es él quien me rodea para marcharse—. Mi abuela se merece una oportunidad. Pórtate bien con ella.

Asiento. Y él me mira una vez más antes de alejarse por el pasillo.