Desde que EnparejArte vio la luz, muchas parejas han pasado por mi despacho y me han permitido seguir aprendiendo de ellas con su decidida pelea por superar sus dificultades, dándome la oportunidad de acompañarlas en esa lucha diaria.
Muchas de esas parejas traían EnparejArte debajo del brazo. Lo habían leído y habían decidido ponerse en contacto conmigo porque «he leído tu libro y me he sentido identificado en todos los capítulos, en todos… ¡menos en el de la infidelidad!», como afirmaba un simpático cliente haciéndonos sonreír a su mujer y a mí.
Esa es la mayor alegría que me ha dado el libro: poder comprobar que muchas personas se han sentido identificadas con los problemas de otros, esos que he tratado de recoger, asegurando el anonimato, claro está.
Por eso mi admiración es para todas esas parejas que han compartido conmigo sus inquietudes y sus miserias, sus esfuerzos y sus derrotas, dándome una lección tras otra que yo he tratado de transmitir en un puñado de páginas. Homenaje y agradecimiento porque su experiencia ha ayudado a muchos. Yo he sido un mero transmisor relatando esas historias de carne y hueso.
EnparejArte buscaba recorrer uno a uno los pilares fundamentales de la relación de pareja para tejer así una estructura robusta de la relación:
1) la comunicación como base de la confianza y la conexión entre los dos, y que muchas veces consiste más en saber escuchar que en hablar;
2) el compromiso, que es vinculación y mutua dependencia, y que se traduce en la prioridad absoluta de la pareja frente a todo lo demás;
3) el respeto, que en una relación debe entenderse como admiración hacia el otro, algo que no debemos perder nunca, y
4) la afectividad abordada desde sus primeros escalones, que son los intercambios de cariño y ternura, hasta la relación sexual plena e integradora para los dos. Un componente, este último, al que hemos denominado: el aceite lubricante de la pareja.
Ahora, con RelacionArte, sin embargo, miramos hacia el exterior de la relación para tratar sobre cada uno de los agentes con los que interactúa la pareja. Porque todas esas interacciones con el mundo exterior impactan y afectan directamente a la propia pareja y, por lo tanto, a esos cuatro pilares básicos de los que acabamos de hablar. En ese sentido, creo que son dos lecturas muy complementarias y que se entienden mejor la una apoyada en la otra, porque la pareja, la persona, tiende a abrirse y relacionarse. Bien fundamentada en su interior, pero abierta al mundo que le rodea.
Cada vez me gusta más trabajar con imágenes, por eso veo la relación de la pareja con el mundo exterior como una serie de círculos concéntricos.

El círculo central, y núcleo fundamental, son ellos dos, que han formado su hogar. A ese primer círculo se le añade su primer círculo concéntrico, que son los hijos, cuando llegan.
El lector puede pensar que hablar de los hijos como «agentes con los que interactúa la pareja» parece poco apropiado, y en parte es verdad, porque los hijos son el fruto del amor de los dos y, por eso, son el círculo más próximo a los dos. Pero no dejan de ser un círculo externo a la pareja, por muy cercano que sea.
Nos detendremos a estudiar en qué medida la llegada de los hijos influye en la relación de los dos; pondremos el foco en los errores más comunes que pueden cometer él y ella en su modo de ejercer la parentalidad, y trataremos, en definitiva, de fundamentar bien que ellos dos son lo más importante el uno para el otro. Que los hijos vienen detrás.
Después dirigiremos la mirada al segundo círculo concéntrico, formado por la familia de origen de cada uno de ellos. Son nuestros padres y hermanos y los llevamos en el corazón, pero debe quedar muy claro que la apuesta firme es por la pareja, por la persona que has elegido para crear un hogar y a quien debes toda la lealtad, incluso si entran en juego las personas de tu sangre. De ese modo, todo estará en orden y vosotros experimentaréis que sois de verdad lo prioritario en la vida del otro.
—Mira, Nacho, yo tengo clarísimo que no soy su prioridad —me decía una chica, con toda la frustración del mundo, en mi despacho—. Primero están nuestras hijas; luego, su madre y sus hermanos; después, su trabajo…, y luego, luego ya vendría yo, supongo.
Esto mismo, con otras palabras, me lo han dicho muchas más personas. La tarea con todos ellos es ubicar las cosas en su sitio. Porque así, con orden, ellos dos consiguen llegar a más. Puede sorprender, pero es así:
Si ponemos lo más importante por delante, nos potenciamos el uno al otro, crecemos y llegamos a más.

Así es, aunque en ese proceso haya que cortar por lo sano a veces, durante un tiempo, para afianzar la relación y eliminar los virus que se hayan podido colar. Una vez saneado ese tejido interno de la pareja, ellos dos, fortalecidos, ahora ya sí, serán perfectamente capaces de enfrentarse al mundo exterior.
Si podamos el árbol en un momento determinado es para que crezca más fuerte y para que sus frutos sean más jugosos, no para que se quede chiquitito y amputado por todos los lados.
El tercer círculo lo constituyen los amigos y las aficiones. Esto es algo muy personal en ambos casos, algo sobre lo que los dos deben hablar para que esos amigos y esas aficiones puedan seguir enriqueciendo a la persona, pero sin afectar negativamente a la pareja ni a la nueva familia.
Por último, hablaremos específicamente del trabajo (el ámbito profesional) como un círculo adicional y necesario para pagar nuestras facturas y, en algunos casos, para ayudar a nuestra realización personal. Trataremos de ponerlo en su sitio para que no invada esferas que no debe vulnerar.
Aunque no sea un círculo como tal, acabaremos refiriéndonos al contexto ultraindividualista en el que vivimos en la sociedad actual, que viene a ser como el caldo de cultivo donde nos movemos y que, sin duda, nos permea e influye con sus persistentes mensajes en nuestras actitudes.
Con este libro pretendo dar un humilde repaso a las constelaciones que giran a nuestro alrededor, dándonos luces y sombras, y que llevan a que muchos puedan decir cosas como la que me decía Luis, un chico que vino a mi consulta:
—Mira, cuando nos vamos los dos solos por ahí estamos fenomenal. Nunca discutimos, lo pasamos bien, estamos cariñosos… Es el día a día lo que nos mata.
Es normal, tiene mucho sentido.
El día a día está compuesto por las tareas de la casa, la atención a los hijos, la suegra, el trabajo, el deporte, las cervezas… Todos los círculos concéntricos.

—Pero, bueno, Luis —le respondí yo—, la buena noticia de que Marta y tu estéis bien a solas es que el tejido del círculo principal está sano: disfrutáis y os divertís juntos y solos, sois capaces de muestras de afecto espontáneas… Por eso lo que habrá que trabajar es… ¡vuestros círculos concéntricos!
Antes de entrar en materia, permíteme que te sugiera una imagen más que refleja lo que vas a recorrer en este libro y que a lo mejor te ayuda a visualizar y poner en contexto lo que vas a leer: yo veo a cada pareja como a dos que navegan en una misma piragua. Mientras vayan remando acompasados, con similar fuerza y ritmo, la piragua avanza con ligereza y parece que casi sin esfuerzo. Pero si uno de los dos está metiendo el remo en el agua más que el otro, afrontando más resistencia del agua y teniendo que aplicar más fuerza, se acabará cansando y terminará por quejarse al otro por su falta de intensidad.
No te digo nada si uno quiere remar en una dirección y otro en otra, ¡entonces el desgaste es brutal! O si el de delante rema y el de atrás se relaja de brazos cruzados tomando el sol. Entonces sí que tenemos un problema.
Pero también puede ocurrir que aparezcan saltos de agua que desequilibren la piragua, rápidos que pongan en peligro la navegación, rocas en el río que nos puedan hacer volcar si no las sorteamos…
Si los dos reman atentos y dispuestos a abordar de forma coordinada todos los elementos que se encuentren, llegarán al final del tramo con éxito.

De toda esa navegación hablaremos en este libro.
Ojalá que te guste y, por favor, si te parece, cuéntamelo escribiendo a nacho@nachotornel.com.