4 Entendiendo el ciclo menstrual

—Doctora, si no me baja la regla, ¿cómo me voy a desintoxicar?

Hablar de la regla es importante y necesario por muchos motivos. Primero, para no tener que volver a escuchar nunca más aquello de que la regla desintoxica. ¡Mito! Y, en segundo lugar, porque es algo que ocupa muchos días de nuestra vida: si menstruamos de media cinco días al mes, doce meses al año y pongamos cuarenta años de vida fértil… Haz los cálculos: nos pasamos 2.400 días de nuestra vida con la regla, lo que equivale a unos seis años. ¡Seis años sangrando! Visto así queda clara la importancia de desterrar de una vez por todas el tabú sobre la menstruación y empezar a hablar de la regla como lo que es: un proceso natural que experimentamos las mujeres durante buena parte de nuestra vida. Nos guste o no.

Además, no podemos hablar de salud ginecológica sin hablar de salud menstrual, ya que un número no desdeñable de consultas médicas vienen motivadas por problemas con la regla. Afortunadamente, cada vez se aborda este tema de manera más abierta y sin tapujos, pero no hace tanto que era un tabú. Cuando era adolescente nos pasábamos tampones en clase como si fueran droga y hablábamos con cierto secretismo de la regla con las amigas (¡que no te oyera ningún niño!). Incluso mi abuela me explicaba que, cuando ella era pequeña, le decían que lavarse el pelo teniendo la regla era peligroso, algo que me sigue sorprendiendo al recordarlo aún a día de hoy.

Todos estos mitos se traducen tristemente en la gran desinformación que existe sobre salud menstrual, y no podemos olvidar que hablar de salud menstrual también es hablar de derechos humanos. Piensa que hay regiones en el mundo donde la llegada de la menstruación implica la exclusión de la vida pública, ya que se ve como algo sucio y vergonzoso. En regiones de pobreza extrema, las niñas y mujeres no tienen acceso seguro al agua o a instalaciones de saneamiento, como tampoco a productos menstruales adecuados. Y eso sin hablar de la desigualdad de género, la reducción de oportunidades y los problemas educativos. Por todos estos motivos, debemos hablar de la regla dejando a un lado la vergüenza y desterrar todas estas falsas creencias que nos dificultan abordar problemas. El estigma alrededor del sangrado menstrual representa una barrera no solo para que las mujeres consulten al médico, sino también en el ámbito de la investigación.

Así que fuera vergüenza y arremángate. En los siguientes capítulos vamos a zambullirnos en todo lo relacionado con la regla: aprenderemos cómo funciona el ciclo menstrual y hablaremos sobre las principales alteraciones menstruales con las que te puedes encontrar a lo largo de tu vida.

Mitos sobre la regla en el mundo

La regla ha estado desde siempre rodeada de secretismo y de la superstición de que es algo impuro e indigno. Por ejemplo, en Malawi hablar de la regla está muy mal visto, hasta el punto de ser considerado tabú. En algunas áreas rurales del Nepal todavía se practica el llamado chhaupadi (tipificado como delito desde 2005), que consiste en el aislamiento de las mujeres que están menstruando, expulsándolas de sus casas y recluyéndolas en a establos o chozas (las llamadas cabañas de menstruación), apartadas de la vida social y del contacto con el resto de los miembros de la comunidad.

En Bangladesh, así como en algunas zonas de Bolivia, se cree que los productos menstruales (las compresas usadas, por ejemplo) deben enterrarse o quemarse, porque no hacerlo conlleva el riesgo de atraer a los malos espíritus o incluso causar enfermedades.

Lamentablemente, no hace falta irse tan lejos, porque los mitos sobre la «impureza» de la regla también los hemos oído en nuestro país: cosas como no poder hacer mahonesa con la regla porque se corta ni tocar determinados alimentos porque se pueden pudrir. Y así un sinfín de calamidades más que, afortunadamente, en la actualidad recordamos por lo general como meras anécdotas con poco o ningún fundamento.

¿Qué es y por qué tenemos la regla?

Resumido de forma técnica: la regla es el proceso por el que se produce la descamación del endometrio una vez al mes. El endometrio, como hemos visto antes, es el revestimiento interno del útero, que va a aumentar de grosor a lo largo del ciclo gracias a la acción de las hormonas con el objetivo de crear una especie de nido en el que el óvulo fecundado se implante y crezca. Si ese mes no ha habido embarazo, el nido ya no nos es útil y el cuerpo se deshace de él mediante la menstruación. Así de simple.

Es la señal que tiene nuestro organismo para decirnos: «Vale, este mes tampoco ha habido embarazo. Volvamos a preparar otro nido por si el mes que viene hay suerte». Aunque pueda no gustarnos, la realidad es que nuestro cuerpo está diseñado desde un punto de vista evolutivo para asegurar la perpetuación de la especie (si no fuera así, el Homo sapiens se habría extinguido ya hace tiempo). Es por ello que toda nuestra maquinaria hormonal trabaja cada día sin descanso para garantizar que el embarazo ocurra eventualmente. Ya lo decía Pearl Jam: «It’s evolution, baby». Sin embargo, es muy probable que hoy en día tengamos muchos más problemas con la menstruación que antes, porque en la antigüedad las mujeres pasaban la mayor parte del tiempo embarazadas o lactando, así que apenas «sufrían» problemas de regla.

Por convenio se decidió que el día 1 del ciclo menstrual sería el primer día de la menstruación, pero, desde un punto de vista biológico, ¿cómo te quedas si te digo que la regla no es el evento más importante? En realidad, el momento crucial es la liberación del óvulo para que pueda ser fecundado. La menstruación no deja de ser un efecto secundario —por así decirlo— de un intento fallido de embarazo, una pérdida de ese nido que ya no nos sirve.

Obviamente, desde un punto de vista social no podemos negar que lo que nos afecta y preocupa es la menstruación en sí misma, ya que la salud menstrual es una parte integral de la salud global y puede tener un impacto significativo en nuestro bienestar.

Las fases del ciclo menstrual

Aunque se hable de las similitudes con el calendario lunar o las cuatro estaciones, el ciclo menstrual se divide en dos fases: la fase folicular y la fase lútea. A mí particularmente me gusta imaginármelo como un círculo partido en dos mitades, con un evento clave encabezando cada una de ellas: la regla, en la fase folicular, y la ovulación, en la fase lútea. Y es que el ciclo menstrual es como el ciclo de la vida de El rey león: un ciclo sin fin (hasta que llega la menopausia, claro).

Bromas aparte, es difícil establecer un inicio y un final, por eso es mejor visualizarlo como una rueda que va girando y en la que cada vuelta completa representa un nuevo ciclo menstrual. Damos unas 400 vueltas de estas a lo largo de nuestra vida, que no es poco.

Como casi todo en nuestro organismo, el ciclo menstrual también opera bajo las órdenes de nuestro cerebro y es por eso que hablamos del eje hipotálamo-hipófisis-ovarios para explicar el funcionamiento de toda esta maquinaria responsable de que cada mes liberemos un óvulo.

El hipotálamo y la hipófisis son dos regiones del tamaño de un guisante que se encuentran en el centro del cerebro y, por así decirlo, llevan la oficina central, el lugar de donde salen las órdenes que recibirán, entre otros, los ovarios. Vamos, son los CEO de la compañía, los que mandan.

El hipotálamo secreta la hormona llamada GnRH, que actúa como un mensajero químico que da la señal a la hipófisis para fabricar las gonadotropinas. Parece complejo, pero solo es una cadena de mensajes: las gonadotropinas son otras dos hormonas (FSH y LH) que se encargan de llevar el mensaje a los ovarios.

Sus nombres son bastante explicativos, ya que la FSH —hormona foliculoestimulante— es la que actúa, durante la fase folicular, estimulando la formación de los folículos ováricos; la LH —hormona luteinizante— estimula el ovario para liberar el óvulo y dar lugar al cuerpo lúteo, de ahí lo de luteinizante.

Veamos con más detalle ambas fases:

Fase folicular

Como hemos visto, comienza con el primer día de la regla, punto en el que estrógenos y progesterona están en sus niveles más bajos (lo que puede explicar en parte que estemos más cansadas en ese periodo). En este punto, la hipófisis estimulará la producción de FSH (la hormona foliculoestimulante), cuyos valores irán aumentando progresivamente. Esta será la señal que hará que el ovario reclute una cohorte (como un batallón) de sus folículos, es decir, de los pequeños sacos de líquido que guardan un óvulo inmaduro en su interior. La foliculogénesis ha comenzado.

Los folículos que han sido preseleccionados empezarán a crecer, llenándose todavía más de líquido. Dentro de estos folículos existen dos tipos de células: las células de la teca y las de la granulosa, que responden al estímulo de la LH y FSH respectivamente. Mediante un proceso llamado aromatización, estas células van a ir fabricando estrógenos a medida que los folículos maduran. Cuando la concentración de estrógenos es suficiente, se enviará la señal al cerebro para dejar de fabricar FSH (es lo que se conoce como feedback negativo).

Aunque en un primer momento se seleccionan varios folículos a la vez, solo uno será el «elegido» para completar su maduración: el folículo dominante, que llegará a medir unos 20 mm de diámetro.

A mí me gusta pensar en todo el proceso como si de un casting se tratara: se preseleccionan varios candidatos, pero solo el mejor pasa a la gran final. Los que no pasan la prueba, se pierden por el camino. Por otro lado, tras la regla, el endometrio (que mide 1-2 mm) iniciará un proceso de reparación y crecimiento gracias al incremento de los estrógenos, llegando a medir 12 mm antes de la ovulación.

Fase lútea

La fase lútea empieza con la ovulación. Cuando se ha alcanzado la concentración máxima de estrógenos (unas 24-48 horas antes de la ovulación), se estimula la secreción de LH.

Digamos que el pico de LH es el pistoletazo de salida para la ovulación, que ocurrirá de 10 a 12 horas después. Aunque en un ciclo de manual (es decir, de 28 días) nos encontraríamos en el día 14, la realidad es que variará en función de la duración de nuestros ciclos menstruales. El ovocito u óvulo inmaduro saldrá del ovario para ser captado por las fimbrias de las trompas uterinas y empezará su recorrido al encuentro del espermatozoide.

Y mientras tanto, ¿qué está pasando en el ovario? La cicatriz que deja el folículo al romperse para liberar el ovocito se llama cuerpo lúteo. Será este cuerpo lúteo el que fabrique la progesterona, la conocida como hormona del embarazo. La principal función de la progesterona es preparar el endometrio para asegurar que el nido es perfecto para la implantación del —posible— óvulo fecundado.

Los niveles de progesterona se mantendrán elevados hasta unos 7-8 días tras la ovulación, momento en el que, si no ha ocurrido el embarazo —que suele ser lo más frecuente—, el cuerpo lúteo dejará de fabricarla, por lo que sus niveles disminuirán, al igual que los de los estrógenos. Esta bajada de las hormonas sexuales (especialmente de la progesterona) será la desencadenante del inicio de la siguiente regla, reiniciándose así el ciclo.

El ciclo del flujo vaginal

Vamos a hacer un experimento. Quiero que este mes empieces a fijarte en las características de tu flujo e intentes asociarlas al momento del ciclo menstrual en el que estás. ¡Te llevarás una sorpresa! No hagas trampa: si tomas anticonceptivos, no vale.

Justo después de la regla, el flujo será escaso, hasta notarás cierta sequedad. Se debe a que te encuentras en un momento con niveles bajos de estrógenos y progesterona. A partir de la fase folicular empieza a aumentar la producción y el flujo pasará a ser cremoso, blanco o amarillento y un poquito más abundante que antes.

Cuando nos acercamos al día O (la ovulación), gracias a la progesterona, verás que tu flujo es mucho más abundante, muy clarito, casi transparente, acuoso y elástico, como la clara de huevo. ¿Sabes para qué sirve este tipo de flujo? Para facilitar la entrada de los espermatozoides: nos encontramos en la ventana fértil, es decir, entre cinco días antes de ovular y hasta dos días después.

Una vez pasado este periodo, la progesterona volverá a bajar y notarás el flujo más denso y opaco, ya que ahora la preocupación de nuestro cuerpo es cerrar las compuertas y proteger la cavidad de posibles infecciones, sobre todo si ha ocurrido un embarazo.

Las hormonas que hacen todo esto posible

Más allá de la FSH y la LH, ya hemos mencionado las otras hormonas que suelen jugar un papel protagonista en nuestro ciclo menstrual: el estrógeno y la progesterona, nuestras hormonas sexuales.

Estrógenos

Es una pena que los estrógenos tengan tan mala fama últimamente, porque la realidad es que son unas hormonas que aportan múltiples beneficios a las mujeres: nos protegen la salud ósea, la salud cardiovascular y los procesos cognitivos, entre otros.

Piensa que los estrógenos que fabricamos actúan en varias regiones de nuestro cuerpo. ¡Hasta en el cerebro tenemos receptores de estrógeno! Los receptores, por así decirlo, serían la entrada o pase VIP que le permite a una molécula ejercer una determinada función en un órgano o tejido concreto.

Existen tres tipos de estrógeno: estradiol (el principal y más potente, fabricado por los ovarios), estrona (la principal hormona femenina en la menopausia) y estriol (un estrógeno más débil que se fabrica sobre todo durante el embarazo).

Progesterona

Como ya hemos comentado, la progesterona es la hormona fabricada por el cuerpo lúteo, cuya función consiste en mantener el endometrio listo para un posible embarazo. Sin embargo, también tiene un papel fundamental en el desarrollo de los conductos de la glándula mamaria para permitir la lactancia. Por algo se llama progesterona, combinación de pro y gestación.

Otras hormonas menos conocidas, pero no por ello menos importantes, son la inhibina B, la activina, el factor de crecimiento insulinoide, la hormona antimulleriana, la testosterona, la relaxina, las catecolaminas… y la lista sigue. Nuestro eje hormonal es una máquina increíble con mil engranajes que se acompasan y coordinan unos con otros.

Los procesos bioquímicos desencadenan una cascada de otros procesos regulados por un sinfín de moléculas que, a su vez, se autorregulan entre ellas. Lo que quiero que conozcas es que, más allá de estrógenos y progesterona, existen muchas otras sustancias sin las cuales nuestro ciclo menstrual no podría funcionar correctamente.

¿Ovular duele?

Yo personalmente formo parte del 40 % de las mujeres que experimentan dolor con la ovulación. Tengo que reconocer, sin embargo, que no fue hasta que empecé a registrar mis ciclos que fui consciente de que esas molestias que tenía ocasionalmente se trataban en realidad de mi ovulación. De ahí la importancia de conocer y escuchar nuestro cuerpo.

El dolor ovulatorio (llamado mittelschmerz, del alemán ‘dolor del medio’) consiste en una molestia o dolor que va de leve a moderado, localizado en la parte baja del abdomen y que puede desplazarse hacia la zona lumbar. A veces se acompaña de un pequeño sangrado vaginal y habitualmente el dolor se resuelve por sí solo en 12-24 h. Ocurre justo en la mitad del ciclo (de ahí su nombre) y, aunque no queda claro por qué sucede, se cree que se debe a la irritación pélvica causada por el líquido que sale del folículo al romperse. Sin embargo, algunos estudios han demostrado que el dolor coincide con el pico de LH en el momento previo a la liberación del óvulo, y no después.

En cualquier caso, es un motivo relativamente frecuente de consultas médicas y no es raro que se confunda con una apendicitis. De hecho, se estima que casi el 12 % de los casos de mujeres jóvenes que acuden a urgencias por sospecha de apendicitis tienen en realidad un problema relacionado con la ovulación.