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La reina Emma, la joya de los normandos:
Inglaterra, 1002-1042

Cuando Emma pisó en Inglaterra a principios de 1002, debió sentirse intimidada por el porvenir que la aguardaba. Iba a casarse con Etelredo, el poderoso (aunque voluble) rey de los ingleses, un hombre al que nunca había visto y que hablaba una lengua que ella no entendía. Emma había sido educada con la expectativa de que llegara a contraer algún tipo de matrimonio dinástico, pero nada podía haberla preparado para aquello. Al ser hija del duque Ricardo I, cabía esperar que se casara con un potentado del norte de Francia, un conde de Flandes o tal vez de Anjou. El enlace con Etelredo era considerablemente más elevado, pero también mucho más arriesgado. En Inglaterra, Emma tenía pocos partidarios y aún menos amigos.

Los motivos de dicha unión se han de buscar en las dificultades políticas del reinado de Etelredo, que había visto a los vikingos regresar a las costas de Inglaterra con fuerza. El propósito de dicha alianza era cerrar los puertos normandos a los invasores vikingos, que habían encontrado refugio allí en el año 1000. En este sentido, la unión también constituía una novedad para la familia real de Sajonia Occidental que gobernaba Inglaterra. Sus miembros habían casado desde siempre a sus hijas y hermanas con gobernantes continentales, pero rara vez (si alguna) habían tomado esposas extranjeras. La única excepción fue Ethelwulfo, el tatarabuelo de Etelredo, un precedente que se había olvidado hacía mucho tiempo.

El título de reina era en sí de nueva creación. Por razones que siguen siendo desconocidas, a las consortes reales de Sajonia Occidental se las llamaba tradicionalmente «esposa del rey» o «madre del rey», títulos que remarcaban su dependencia y subordinación a los hombres. Esto no comenzó a cambiar hasta los años sesenta del siglo X con la madre de Etelredo, Elfrida. Fue la primera esposa real a la que se llamó «reina». También fue la primera consorte real de la dinastía en ser coronada y consagrada oficialmente, y aparece de manera destacada en registros de litigios, presentando peticiones al rey y apoyando demandas.1

En el momento de su enlace con Emma, Etelredo tenía algo más de treinta años y al menos seis hijos y tres hijas de un matrimonio anterior, pero aunque Emma no fue su primera esposa, sí parece que fue su primera reina. La primera consorte de Etelredo es prácticamente invisible en las fuentes: nunca se la menciona por su nombre y solo sabemos que es probable que se llamara Elgiva gracias a crónicas muy posteriores. Se puede atribuir parte de este silencio a la misoginia tradicional de los cronistas medievales, pero no todo. Existen comentarios sobre Elfrida en una serie de fuentes de los años sesenta y setenta del siglo X, al igual que sobre Emma.2De hecho, puede que Elfrida fuera parte del problema. En una corte medieval solo podía haber una verdadera reina y mientras Elfrida, que murió a finales de 1001, siguiera siendo la reina madre, no quedaba mucho espacio para una segunda mujer principal.

Cuando Emma llegó a Inglaterra en 1002, poco después de la muerte de Elfrida, el terreno estaba listo para la aparición de una nueva matriarca familiar. Como muchas novias medievales, era joven: no tenía más de veinte años, y es posible que tuviera unos quince.3Al igual que su padre y su hermano, Emma era culturalmente (y lingüísticamente) francesa. Puede que estuviera familiarizada con el nórdico antiguo, probablemente el idioma nativo de su madre Gunnora, pero debía saber nada o poco inglés antiguo, la lengua vernácula de su nuevo reino. La respuesta de Emma a estos obstáculos culturales y lingüísticos fue adaptarse a las nuevas circunstancias. Adoptó (o recibió) un nombre inglés adecuado, Elgiva, y comenzó a forjar alianzas con los nobles locales. El hecho de que su nuevo nombre (que significa «regalo de los elfos») hubiera sido el nombre de la primera esposa de Etelredo podría sorprender. Sin embargo, aunque un psicólogo moderno se habría divertido de lo lindo, el historiador debe conformarse con observar que se trataba del nombre aristocrático femenino más popular de la época.

Ya en su primer año en el trono, Emma firmó como testigo (con su nuevo nombre) cartas reales de Etelredo, un honor que se le negó a su predecesora. Y apreciamos nuevos signos de actividad política al año siguiente. La Crónica anglosajona, los anales más pormenorizados del período, informa de que los vikingos saquearon Exeter en 1003 por culpa del seguidor normando (o «francés») que Emma había nombrado para regir la ciudad. Se trata de una crítica velada a la nueva reina y su séquito, y al hombre en cuestión se le denomina churl (es decir, «palurdo»), un término despectivo en los círculos aristocráticos.4No obstante, la crítica denota poder, un poder que aumentaría con el paso de los años.

No es ninguna sorpresa que hubiera quien no acogiera a Emma con los brazos abiertos. Las cortes medievales eran lugares cosmopolitas y políglotas, pero también estaban plagadas de facciones e intrigas, y ese era el caso en la corte de Etelredo. Desde 991, el reino inglés había sufrido reiterados ataques vikingos cuya fuerza y gravedad iba en aumento. En 1002, las tensiones estaban empezando a pasar factura. Un primer indicio de la creciente desesperación de Etelredo es la infame «matanza del día de san Bricio» perpetrada ese año, uno de los primeros acontecimientos políticos importantes que presenciaría Emma. Según la Crónica, el rey ordenó que «todos los hombres daneses que estuvieran en Inglaterra fueran asesinados» el día de la festividad del santo francés Bricio (13 de noviembre), órdenes dadas como respuesta a los rumores de una conspiración. No se trató tanto de un acto de limpieza étnica en el sentido moderno como de un ataque contra los propios mercenarios vikingos del rey, que habían demostrado ser muy poco fiables en los últimos años. En cualquier caso, no fue en modo alguno el acto de un monarca que fuera dueño de su propio destino.5

No obstante, los vikingos solo fueron la mitad del problema, ya que a medida que fue aumentando la presión, el régimen de Etelredo comenzó a desmoronarse desde dentro. Uno de los factores que lo agravaron fue la propia Emma. Cuanto más se acrecentaba su popularidad, más decaía la de los hijos mayores de Etelredo, fruto de su primer matrimonio. Y después de que Emma diera a luz en algún momento antes de 1005 a su primer hijo, Eduardo, varias líneas sucesorias comenzaron a competir por el trono, causando división en la corte, ya que había diferentes facciones que respaldaban a los distintos aspirantes. Emma tendría que mantenerse alerta si quería sobrevivir.

Y Emma no solo sobrevivió, sino que destacó. A pesar de estas divisiones entre las distintas facciones, o quizá más bien a causa de ellas, no tardó en convertirse en una presencia habitual junto a Etelredo. Puede que Emma figurara entre quienes aconsejaron la matanza del día de san Bricio, no para desairar a sus antiguos compatriotas, sino como una medida necesaria, aunque extrema, para poner fin a la amenaza vikinga. Es casi seguro que fue una de las personas que aconsejaron a Etelredo distanciarse de sus consejeros tradicionales algunos años más tarde, durante lo que los historiadores modernos han denominado la «revolución palaciega» de 1005 y 1006. La posición de Emma se vio aún más reforzada con el nacimiento de su segundo hijo, Alfredo, más o menos por esa misma época (c.1008). Y en algún momento también dio a luz a una hija, Godgifu (que significa «regalo de Dios»). En el invierno de 1013-1014 se produjo un momento decisivo. Al comprender que el trono inglés estaba maduro para la cosecha, el rey danés Sven «Barba Partida» encabezó una enorme invasión aquel verano. Para diciembre, la posición de Etelredo se había vuelto insostenible, por lo que él, Emma y sus hijos huyeron a exiliarse en la corte de su cuñado en Normandía.6Puede que la alianza normanda no fuera capaz de impedir la conquista de Sven, pero al menos ofrecía un refugio seguro desde el que planear el regreso de Etelredo.

La suerte hizo que Etelredo y Emma regresaran muy pronto a Inglaterra. El 2 de febrero de 1014, durante la festividad de la Purificación de María, la Candelaria, Sven murió fulminado por una enfermedad (que una leyenda inglesa posterior atribuyó a san Edmundo) y Etelredo pudo aprovechar la incertidumbre resultante para recuperar el trono. Volvió a Inglaterra y expulsó al hijo adolescente de Sven, Canuto, a quien el ejército danés había intentado elegir rey para sustituir a su padre. No obstante, la calma duró poco. Canuto regresó al mando de un gran ejército al año siguiente (1015) y Etelredo, que llevaba enfermo algún tiempo, murió en la primavera de 1016 (el 23 de abril), mientras las fuerzas de Canuto seguían al acecho.

Esto dejaba a Emma en una situación difícil. Con la muerte de Etelredo, su posición en Inglaterra peligraba. El principal interés de Emma era la eventual sucesión de sus hijos, Eduardo y Alfredo, para quienes los hijos mayores de Etelredo representaban una amenaza tan grave como el aspirante a conquistador Canuto. Al principio, el mayor de ellos, Edmundo Ironside (Costilla de Hierro), encabezó una enérgica resistencia. No obstante, Emma debió tener sentimientos encontrados y, al final, Edmundo murió el 30 de noviembre de 1016, probablemente a causa de las heridas que sufrió durante la batalla con Canuto. El camino estaba allanado para el acceso del conquistador danés, el primero de una larga lista de monarcas extranjeros que ocuparían el trono inglés.

En vista de estas incertidumbres, los hijos de Emma buscaron refugio en la corte de su tío, Ricardo II de Normandía. Al parecer, la reina se quedó en Londres, quizá en contra de sus deseos. Edmundo tenía todas las razones del mundo para vigilar de cerca a su madrastra, que había pertenecido a una facción rival en la corte, una facción que maniobraba para lograr la sucesión de los hijos de esta con Etelredo. Canuto tenía todavía menos motivos para dejarla marchar, porque si Emma se iba y se volvía a casar, su nuevo marido tendría derecho al trono por ser su cónyuge (el marido de la legítima reina). Y quizá más preocupante aún era que podía intentar apoyar a sus hijos exiliados, los principales rivales de Canuto. Así pues, Canuto pidió a Emma en matrimonio. Las versiones varían en cuanto a los detalles: unas afirman que Canuto cortejó a Emma, otras que recibió presiones para que aceptara el enlace, pero todas coinciden en que al final dio su consentimiento.7Para Canuto fue una victoria importante. Podía conquistar Inglaterra, pero no podía gobernar solo por la fuerza. Casarse con la esposa del rey anterior le permitía presentarse como una especie de heredero de Etelredo. De este modo, el enlace atemperaba la realpolitik dura. Y lo más importante, al poner a Emma de su lado, Canuto había neutralizado la amenaza que representaban los hijos de esta, el mayor de los cuales, Eduardo, ya estaba cerca de la madurez y tenía pocas razones para estar agradecido a su nuevo padrastro.

Canuto tenía mucho que ganar con el enlace, pero Emma tenía mucho que perder. Su futuro en Inglaterra dependía de su acercamiento al nuevo régimen, pero su matrimonio con Canuto, sobre todo si engendraban herederos, podría provocar la exclusión de sus propios hijos de la sucesión (lo que, de hecho, pretendía Canuto). Emma, ante una elección imposible, y probablemente sometida a cierto grado de coacción, optó por Canuto y una posición en lugar de por sus hijos y el exilio. La decisión no debió ser fácil, y Eduardo y Alfredo nunca la perdonaron. Las tensiones resultantes determinarían la política inglesa durante buena parte del medio siglo siguiente.

Que Emma no se enorgullecía de sus actos queda patente en la crónica del período que encargó posteriormente. Esta obra propagandista, con el apropiado título de Encomio de la reina Emma (en latín, Encomium Emmae reginae), fue escrita por un clérigo flamenco a principios de los años cuarenta del siglo XI. Resulta significativo que el autor evitara cualquier mención del primer matrimonio de Emma con Etelredo, pese a las contorsiones narrativas que esto entraña. No era posible ignorar tan fácilmente la existencia de Eduardo y Alfredo, pero se guarda un cuidadoso silencio sobre la naturaleza de su nacimiento y filiación. Evidentemente, era mejor no decir ciertas cosas.

Sin embargo, aunque Emma había sido relevante en los últimos años de Etelredo, con Canuto destacaría por méritos propios. Al ser el enlace tan esencial para la legitimación del régimen de Canuto, Emma quedó situada en una posición de poder y dignidad poco comunes. Atestigua sus cartas más a menudo y de forma más destacada que con Etelredo (y no había sido ninguna timorata entonces).Y hay indicios de que le fueron confiadas tareas políticas importantes. Muchos documentos están dirigidos a Canuto y Emma conjuntamente; y se puede ver a la pareja realizando juntos actos de mecenazgo cultural y religioso.8Tal vez el monumento más duradero a su cooperación es la llamativa ilustración de la portada del Liber Vitae (Libro de la vida) del New Minster de Winchester. Se trata de un registro de las personas por las que rezaban los monjes del New Minster. Fue realizado en el monasterio durante el reinado de Canuto y la ilustración inicial muestra a Emma (aquí con su nombre inglés, Ælfgifu) y a Canuto ofreciendo juntos una cruz a la abadía. Las dos figuras no solo tienen el mismo tamaño y prominencia, sino que Emma aparece en el lado derecho de la composición (es decir, a la izquierda cuando se mira). Era una convención muy arraigada situar a la persona más importante a la derecha (o en el centro) de una iluminación. Por consiguiente, Emma ocupa un lugar más prominente que Canuto.9En este caso, está más que justificado su apelativo posterior de «joya de los normandos».10

Sus propios orígenes escandinavos y su (posible) conocimiento del nórdico antiguo podrían haber facilitado la integración de Emma en el nuevo régimen anglodanés, que, sin duda, se vio alentada por el nacimiento de sus dos hijos con Canuto, Hardeknut y Gunhilda. Por su parte, Canuto tuvo que lograr un cuidadoso equilibrio entre recompensar a sus seguidores escandinavos y ganarse a la aristocracia inglesa oriunda (o al menos a una parte de la misma).11Por un lado, ascendió a seguidores leales concediéndoles condados clave en toda Inglaterra. Por otro, trató de acercarse a miembros de la élite local consolidada. Fue aquí donde Emma demostró ser muy valiosa. Su matrimonio con ella aportaba un vínculo importante con el régimen anterior.

Esta fue solo una de las ramas de olivo que Canuto ofreció a los ingleses. Otra fue la fundación de una iglesia en Ashingdon (Assandun), el lugar donde se produjo su victoria definitiva frente a Edmundo Ironside. Igual de significativo fue un encuentro que mantuvo en Oxford en 1018, en el que se comprometió a defender las «leyes de Edgardo». La voluntad de Canuto de acomodarse a la política local queda también ilustrada por el hecho de que los decretos promulgados en Oxford los redactó el arzobispo Wulfstan de York (m. c. 1023). Wulfstan había sido un importante consejero de Etelredo en sus últimos años al que se habían encomendado todos los actos legislativos importantes; ahora hacía lo mismo para Canuto.12La decisión concreta de adoptar las «leyes de Edgardo» también es significativa. No solo alineó a Canuto con la ley y el gobierno ingleses anteriores, sino que también lo identificó específicamente con el padre del gobernante al que había reemplazado. El mensaje es claro: Edgardo es una fuente de legitimidad, no su hijo, ni, por ende, los herederos de este último.

Wulfstan y Emma también aportaron conocimientos prácticos al nuevo régimen danés. Canuto seguía teniendo intereses en el amplio mundo del mar del Norte y necesitaba representantes de confianza que gobernaran Inglaterra durante sus repetidas ausencias. En el invierno de 1019-1020 estuvo en Dinamarca, asegurando allí la sucesión a su hermano. Y volvió a estar ausente en 1023, entre 1025 y 1026, 1027 y entre 1028 y 1029, tomando el control de Noruega y partes de Suecia. El hijo de Canuto con Emma, Hardeknut, tenía un papel que desempeñar y fue enviado a Dinamarca para ejercer de regente de su padre, posiblemente poco después de su primera aparición pública en Inglaterra en 1023. Allí representaría a su padre y aprendería el arte de gobernar.

Aunque Emma cobró más prominencia con Canuto de la que había tenido con Etelredo, no tardó en tener que afrontar problemas similares, ya que, como había sucedido con Etelredo, Canuto no llegó solo al matrimonio. Tenía dos hijos mayores, Swein y Haroldo (por su abuelo y su bisabuelo), ambos nacidos de Ælfgifu de Northampton. Fuentes cercanas a Emma describen a Ælfgifu como una humilde concubina y a Swein y Haroldo como bastardos (de hecho, el Encomium incluso afirma que se había falsificado el nacimiento de este último y no era vástago de Canuto), pero es evidente que exageran. Ælfgifu era en realidad una destacada noble de las Midlands, cuyo padre y hermanos habían tenido problemas con el régimen de Etelredo. Todo indica que se trató de un matrimonio de buena fe, celebrado en 1013 o 1014 con el fin de garantizar el apoyo de una región poderosa. (Aunque la Iglesia desaprobaba el divorcio y las segundas nupcias, tendrían que transcurrir otros dos siglos antes de que estuviera en situación de imponer condiciones a los monarcas y aristócratas.)13

Emma tenía razón al sentirse amenazada por Swein y Haroldo, y el Encomiast (como se conoce a su historiador favorito) afirma que una de las condiciones de su matrimonio con Canuto fue que cualquier hijo suyo tendría preferencia a la hora de la sucesión. Esta clase de acuerdo es creíble, pero como el Encomiast es el portavoz de Emma, debemos considerar sus declaraciones con cautela. Escribe después de que Hardeknut hubiera accedido al trono inglés en 1040 y lo hace para el público de su corte. Le interesaba presentar a Hardeknut como el heredero natural de Canuto, y a Swein y Haroldo como advenedizos usurpadores.

Lo que es seguro es que Emma trabajó incansablemente para asegurar los intereses de Hardeknut, si era necesario en perjuicio de sus hermanastros. Bien pudo haber sido quien presionó para que Swein quedara a cargo de Noruega a principios de los años treinta (bajo la tutela de Ælfgifu de Northampton), una medida que eliminó, convenientemente, a dos rivales de la corte. Y cuando Canuto murió por causas desconocidas en Shaftesbury en 1035, Emma se apresuró a hacer campaña a favor de la sucesión de Hardeknut frente a las reivindicaciones de su hermanastro mayor Haroldo. A Emma se sumó el poderoso conde de Wessex, Godwin, quien debía su meteórico ascenso al patrocinio de Canuto. Sin embargo, el principal competidor de Godwin por el poder y la influencia, el conde Leofric de Mercia, respaldó a Haroldo (que pasaría a la posteridad como Haroldo «Pie de Liebre»).14Haroldo tenía dos ventajas principales: era mayor que Hardeknut y, lo más importante, estaba a mano en Inglaterra cuando Canuto falleció inesperadamente.

La situación se complicó aún más debido a la lentitud de la reacción de Hardeknut, quien había gobernado Dinamarca en nombre de Canuto durante más de una década. Allí, como en Inglaterra, la muerte de Canuto suscitó dudas sobre la sucesión. En concreto, Magnus Olafsson, que se había hecho recientemente con el trono noruego, estaba intentando reconfigurar el imperio en el mar del Norte de Canuto desde esta base septentrional (como lo haría brevemente en los años cuarenta).15En estas circunstancias, Hardeknut no podía permitirse un viaje especulativo a Inglaterra, una tierra de la que sabía poco. A pesar de su ausencia, las reivindicaciones de Hardeknut fueron tomadas en serio. Al principio se decidió dividir el reino entre Haroldo, que tomaría el norte del Támesis (la zona de influencia de Leofric), y Hardeknut, que gobernaría al sur (el condado de Godwin), pero cuando se hizo evidente que este último no podía separarse de Dinamarca, sus partidarios comenzaron a ponerse nerviosos. Emma se acercó entonces a sus hijos con Etelredo, Eduardo y Alfredo, que permanecían en el exilio en Normandía. Las relaciones entre ellos debían ser gélidas, pero la perspectiva de una corona era suficiente para ablandar incluso el corazón más frío. Pronto, tanto Eduardo como Alfredo iban camino de Inglaterra, el primero navegando rumbo a Southampton y el segundo dirigiéndose hacia el norte, a través de Flandes, hasta Kent.

Godwin, sin embargo, tenía otros planes. Tenía poco que ganar con el regreso del linaje sajón occidental. Si no podía ver a Hardeknut en el trono, Godwin respaldaría a cualquier hijo de Canuto antes que a uno de Etelredo. Al ser el conde de Wessex, una región que por entonces abarcaba todo el sur de Inglaterra, se hallaba en una posición única para rechazar a los príncipes ingleses. Eduardo tuvo que enfrentarse a la resistencia armada nada más desembarcar y se vio obligado a retirarse a Normandía. Alfredo, por su parte, fue recibido por el conde, antes de que este matara y arrancara la cabellera o esclavizara a sus compañeros, y después lo envió al monasterio de Ely (al parecer, a instancias de Haroldo). Allí cegaron a Alfredo y murió poco después a causa de las heridas. El conde había programado su defección a la perfección. Puede haber sido un enemigo de Haroldo hasta entonces, pero favor con favor se paga, y pocos favores son más apreciados que eliminar a un posible rival.

El Encomiast tiene mucho interés en absolver a Emma de cualquier participación en estos hechos. Afirma, de forma bastante inverosímil, que todo el asunto fue una complicada trampa que tendió Haroldo, que fue él quien envió una carta en nombre de Emma a Eduardo y Alfredo, pensada para atraerlos a Inglaterra; y que fue por orden suya que Godwin se opuso violentamente a ellos. La historia es tan creíble como un artículo del Pravda en tiempos de la guerra fría, pero dice mucho sobre la sombra proyectada por estos acontecimientos. Emma quería desesperadamente lavarse las manos y negar cualquier implicación.16Fuentes cercanas a Godwin, incluida la posterior Vita de Eduardo y una de las versiones de la Crónica anglosajona, también tratan de restar importancia al papel del conde e intentan culpar todo lo posible a Haroldo.

Cualesquiera que fueran los aciertos y los errores de estos acontecimientos, la sucesión estaba resuelta. Haroldo sería rey. Por su buen servicio, Godwin seguiría siendo el conde dominante. Emma fue la única que salió perdiendo. No solo se había impedido la sucesión de Hardeknut, sino que había perdido a otro de sus hijos (Alfredo) y había dañado irreparablemente sus relaciones con el otro (Eduardo). Al no poder sostener su posición, huyó al exilio en Flandes.

Flandes, al otro lado del canal de la Mancha desde Kent, había mantenido durante mucho tiempo unos lazos sociales, políticos y económicos estrechos con Inglaterra.17Sin embargo, era un lugar de exilio muy extraño para Emma. La opción obvia habría sido regresar, como hizo en 1013, a su Normandía natal, donde los parientes de Emma seguían conservando el trono ducal. La razón de su reticencia debió ser la presencia allí de su hijo Eduardo. Eduardo siempre había sido bien recibido en la corte ducal, donde era tratado como a un rey en el exilio, una alternativa a la línea anglodanesa que Emma había aceptado. Tras los tumultuosos acontecimientos ocurridos el año anterior, Eduardo debió regresar con historias sobre la perfidia de Emma. No iba a encontrar ningún auxilio para ella allí. En cambio, en Flandes, Emma fue recibida calurosamente. La región estaba situada directamente en las rutas marítimas entre la Inglaterra de Haroldo y la Dinamarca de Hardeknut. Desde allí, Emma podía planear su regreso.

No tuvo que esperar mucho. A finales de 1039, Hardeknut estuvo por fin en condiciones de hacer su jugada. Navegó hasta el puerto flamenco de Brujas para unirse a Emma. Esperaban atacar al régimen de Haroldo en Año Nuevo.18Al final, la fuerza no fue necesaria. A mediados de marzo de 1040, Haroldo murió y los principales magnates ingleses enviaron a buscar a Hardeknut para ofrecerle la corona. Este aceptó de inmediato. Con Hardeknut llegó su madre, que una vez más se consolidó como el poder tras el trono inglés. Sin embargo, el momento de mayor triunfo de Emma no tardaría en convertirse en una crisis creciente, ya que Hardeknut insistió en enemistarse con la élite anglodanesa local, exigiendo unos impuestos exorbitantes y profanando en público el cadáver de su predecesor Haroldo. Para empeorar aún más las cosas, puede que ya hubiera síntomas de la dolencia desconocida que acabaría con Hardeknut dos años más tarde.

Fue en medio de esta situación incómoda cuando Emma volvió a acercarse a Eduardo, quien había visitado a su madre mientras estaba exiliada en Brujas, pero las relaciones seguían siendo tensas. Por entonces fue poco lo que pudo (o quiso) hacer por ella; ahora, con el régimen de Hardeknut tambaleándose, esperaba que Eduardo respondiera a su llamamiento y regresara a su tierra natal. La idea era colocar a Eduardo como co-gobernante para que pudiera suceder a Hardeknut llegado el momento. De este modo, un hijo de Emma sucedería al otro y ella seguiría moviendo los hilos entre bastidores. Se trataba de un plan arriesgado, pero era bueno. Es probable que Emma encargara en relación con esto el Encomium, una obra pensada para calmar los ánimos. Un símbolo del acuerdo deseado es la llamativa ilustración inicial de este encomio, en la que Emma aparece sentada en el trono con majestuosidad mientras sus hijos Hardeknut y Eduardo esperan detrás (un triunvirato natural si es que alguna vez hubo uno), y el Encomiast le entrega su obra.19

Sin embargo, Emma ya le había dado la espalda a Eduardo en más de una ocasión. No muy lejos de la superficie acechaban los celos, la ira y el resentimiento generados por años de feroces disputas políticas entre facciones. ¿Acudiría esta vez a su rescate?