Querido Misha:
¿Te he contado alguna vez mi secreto más vergonzoso?
Y no, no es ver Teen Mom como tú. Adelante, trata de negarlo. Sé que no te obliga tu hermana, amigo. Ella tiene edad suficiente para ver la televisión sola.
No, en realidad es mucho peor y me da un poco de vergüenza decírtelo, pero creo que los sentimientos negativos deberían liberarse aunque sea una vez, ¿verdad?
Verás, hay una chica en la escuela. Ya sabes de cuáles. Porrista, popular, consigue todo lo que quiere... Odio admitirlo, especialmente a ti, pero hace mucho tiempo quería ser ella.
Una parte de mí todavía lo anhela.
La odiarías inmediatamente. Ella es todo lo que no podemos soportar. Mala, arrogante, superficial, de esas que si piensan demasiado tiempo necesita tomar una siesta. Sin embargo, siempre me ha fascinado.
Y no me pongas los ojos en blanco, que te veo a punto de hacerlo.
Es que, dados todos sus atributos detestables, nunca está sola, ¿sabes?
En cierto modo la envidio. Okey, la envidio y punto.
Es una mierda sentirse sola. Estar en un lugar lleno de gente y saber que no le importas a nadie, como si estuvieras en una fiesta a la que no fuiste invitada. Nadie sabe siquiera tu nombre. Tampoco le interesa.
¿Se están riendo de ti? ¿Criticándote? ¿Se están burlando de ti como si su mundo perfecto fuera mucho mejor si no tuvieran que mirarte?
¿Están simplemente deseando que entiendas la indirecta y te vayas?
Me siento así, siempre.
Sé que es patético y que dirás que es mejor estar solo y tener razón que equivocado entre una multitud de gente; aun así, tengo esa necesidad todo el tiempo. ¿La has sentido alguna vez?
Me pregunto si la porrista sabe lo que es. Cuando la música se detiene y todos se van a casa, o cuando se acaba el día y no tiene con quién pasar el rato. Cuando se limpia el maquillaje y se quita la cara de valiente del día, ¿los demonios empiezan a jugar con ella cuando no hay nadie más con quien distraerse?
Supongo que no. Los narcisistas no tienen inseguridades, ¿verdad?
Debe de ser genial.
Mi teléfono suena desde el tablero de la camioneta, así que aparto la mirada de la carta de Ryen para leer otro mensaje.
«Maldita sea. Llego tarde.»
Sin duda, los chicos se preguntan dónde diablos estoy, y todavía me faltan veinte minutos para llegar al almacén. ¿Por qué no puedo ser el bajista invisible que a nadie le importa?
Miro sus palabras de nuevo, repasando la oración en mi cabeza. «Cuando se limpia el maquillaje, se quita la máscara de valiente...»
Esa frase me impactó la primera vez que la leí hace un par de años. Y las cien veces siguientes. ¿Cómo puede decir tan poco y tanto al mismo tiempo?
Leo la última parte, a pesar de que sé cómo termina la carta, pero adoro su actitud y la forma como me hace sonreír.
Perdón. Acabo de hacer una pausa para entrar en Facebook y ya me siento mejor. No estoy segura de cuándo me volví tan idiota, pero me alegro de que me sigas aguantando.
Prosigamos.
Quiero acabar la discusión de una vez por todas: Kylo Ren NO es un llorón. ¿Te ha quedado claro? Es joven, impulsivo y pariente de Anakin y Luke Skywalker. ¡Cómo no se va a quejar! ¿Por qué te sorprende? Y se redimirá al final. Apuesto lo que quieras, porque esta vez voy a ganar yo.
Tengo que irme, pero, en respuesta a tu pregunta, la letra que me enviaste suena genial. Me muero de ganas de leer la canción completa.
Buenas noches. Buen trabajo. Que duermas bien.
Lo más probable es que no te escriba por la mañana.
Ryen
Me río de su referencia a la película La princesa prometida. Lleva diciendo eso siete años. Cuando estábamos en quinto, la profesora nos puso de tarea que nos escribiéramos cartas, pero cuando terminó el curso, no dejamos de hacerlo. A pesar de que vivimos a menos de cincuenta kilómetros de distancia y ahora tenemos Facebook, continuamos comunicándonos de esta manera porque nos parece especial.
Y no, no veo Teen Mom. Mi hermana de diecisiete años lo ve y un día me atrapó. Solo uno. No estoy seguro de por qué se lo dije a Ryen. Sé que es mejor no darle munición para burlarse de mí, maldita sea.
Doblo la carta de nuevo, las arrugas gastadas del papel negro amenazan con romperse si la leo una vez más. Nuestras vidas han cambiado mucho a lo largo de los años: las cosas de las que hablamos, los temas sobre los que discutimos..., incluso su letra, que ha pasado de la caligrafía grande y sin pulir de una niña a los trazos seguros y confiados de una mujer que sabe quién es.
Pero el papel nunca cambia. Ni siquiera la tinta plateada que usa. Ver sus sobres negros en la pila de correo sobre la barra de la cocina siempre me da una buena dosis de adrenalina.
Deslizo el papel en la guantera, entre el montón de mis cartas favoritas de Ryen que siempre llevo conmigo, tomo un bolígrafo y lo coloco sobre el bloc de notas que está en mi regazo.
—Ármate de valor, delinéate los ojos y los labios —digo en voz baja mientras escribo en el papel—, rellena las grietas y camufla las arrugas.
Me detengo y pienso, mientras me muerdo el labio inferior, rozando el agujero del piercing con los dientes.
—Un poco aquí —murmuro, la letra comienza a rodar en mi cabeza— para cubrir las bolsas de debajo de los ojos, y un toque de rosa en las mejillas para tapar las mentiras.
Rápidamente anoto las palabras, aunque los garabatos apenas se ven en el sombrío interior del coche.
Escucho que mi teléfono suena de nuevo y titubeo.
Resoplo, deseando que me dejen en paz de una vez con los malditos mensajes de texto. ¿Mis compañeros de grupo no pueden organizar una fiesta sin mí?
Vuelvo a poner el bolígrafo en el papel, tratando de terminar el verso, pero me quedo pensativo de nuevo. ¿Cómo sigue? «Un poco aquí para cubrir las bolsas de debajo de los ojos...»
Aprieto los párpados con fuerza, repitiendo la estrofa una y otra vez, tratando de recordar el resto.
Dejo escapar un suspiro. Mierda, se ha ido.
Maldita sea.
Tapo el bolígrafo y lo arrojo junto con el bloc de notas al asiento del copiloto de mi Raptor.
Pienso en la última frase. «Esta vez voy a ganar yo.»
Bueno, ¿y si apostamos una llamada telefónica para poder escuchar tu voz por primera vez, Ryen?
Pero no. Le gusta mantener el statu quo de nuestra amistad. Si funciona, ¿por qué arriesgarse a perderla?
Supongo que tiene razón. ¿Qué pasa si tras escuchar su voz sus cartas se vuelven menos especiales? Me imagino su personalidad a través de sus palabras. Eso cambiaría al hablar con ella.
Pero ¿y si me gusta? ¿Qué pasa si su risa en mi oído o su respiración a través del teléfono me atrae tanto como sus palabras y quiero más?
Ya estoy obsesionado con sus cartas. Por eso estoy sentado en mi camioneta en un estacionamiento vacío, releyendo una de las más viejas, en busca de inspiración para componer.
Ella es mi musa y, a estas alturas, debería saberlo. La he estado usando como un trampolín durante años.
El teléfono vuelve a sonar y miro hacia abajo para ver el nombre de Dane. Dejo escapar un fuerte suspiro y contesto.
—¿Qué?
—¿Dónde estás?
—Voy en camino. —Enciendo la camioneta y me pongo en marcha.
—No, estás sentado en el coche escribiendo canciones de nuevo, ¿verdad?
Pongo los ojos en blanco y cuelgo. Después, lanzo el celular al asiento del copiloto. Sabe perfectamente que conducir me ayuda a pensar, y no puedo controlar cuando me llega la inspiración.
Presiono el pie contra el pedal y me dirijo al viejo almacén de las afueras de la ciudad. Estamos organizando una búsqueda del tesoro para recaudar dinero para la gira de verano. Yo sugerí organizar conciertos, tal vez colaborar con otros grupos, pero a Dane se le ocurrió que algo diferente atraería a más gente.
Pronto veremos si tiene razón.
El frío amargo de febrero atraviesa la tela de mi sudadera, enciendo la calefacción y las luces. Los faros del coche arrojan un resplandor en la profunda oscuridad que tengo por delante.
Voy por la carretera de Falcon’s Well, donde vive Ryen. Si continúo por aquí, dejaré atrás el almacén, el desvío hacia Cove —un parque de atracciones abandonado— y, finalmente, llegaré a su pueblo. Desde que saqué la licencia de conducir, he sentido la tentación de conducir hasta allí muchas veces, mi curiosidad es abrumadora, pero nunca lo he hecho. Como dije, no vale la pena correr el riesgo de perder lo que tenemos. A menos que ella también quiera hacerlo.
Me inclino hacia el asiento del copiloto y aparto el bloc de notas y otros papeles, en busca de mi reloj. Lo dejé aquí ayer cuando lavé la camioneta, y es una de las únicas cosas con las que soy responsable. Es una reliquia familiar.
Más o menos.
Lo encuentro y suelto el volante para abrocharme la correa de ante negro alrededor de la muñeca. Perteneció a mi abuelo antes de que se lo pasara a mi padre el día de su boda con la condición de que se lo diera a su primogénito. Él me lo regaló el año pasado, y entonces me di cuenta de que no era la esfera original: un reloj antiguo de Jaeger-LeCoultre que llevaba en la familia ochenta años.
Juro que lo encontraré, pero hasta entonces me pongo esta baratija usando la correa de cuero, que sí que era de mi abuelo.
Termino de abrocharla y miro hacia arriba; entonces distingo algo en la carretera.
A medida que me acerco, descubro que se trata de una forma que se mueve a lo largo del acotamiento, la cola de caballo rubia, la chamarra negra y los tenis azul neón inconfundibles.
«Mierda. Esto no puede estar pasando.»
Los faros se posan sobre la espalda de mi hermana, iluminándola en la noche oscura. Bajo la música mientras ella mueve la cabeza por encima del hombro, hasta que se da cuenta de que alguien la está siguiendo.
Su rostro se relaja cuando descubre que soy yo, sonríe y sigue corriendo.
Lleva puestos los malditos audífonos. «Vaya medidas de seguridad, Annie.»
Reduzco la velocidad de la camioneta, bajo la ventanilla del lado del copiloto y me detengo a su lado.
—¿Sabes lo que pareces? —le grito, la ira enroscando mi puño alrededor del volante—. ¡Carne de asesino en serie!
Dejando escapar una risa silenciosa, ella niega con la cabeza y acelera, obligándome a hacerlo también.
—Y ¿sabes dónde estamos? —argumenta—. En la carretera entre Thunder Bay y Falcon’s Well. Nadie ha venido nunca por este camino. Estoy bien. —Ella arquea una ceja—. Y suenas como papá.
Frunzo el ceño con disgusto.
—Para empezar —digo—, yo estoy en esta misma carretera, así que no es creíble. Lo segundo, eres la única chica lo suficientemente tonta como para correr en medio de la nada por la noche, y no quiero que te violen y te asesinen. Y en tercer lugar, no te pases, no sueno como papá, así que no vuelvas a insultarme de esa forma. No es agradable. —Por último, grito—: Ahora súbete a la camioneta.
Ella niega con la cabeza de nuevo. Al igual que a Ryen, le encanta burlarse de mí.
Annie es mi única hermana y, a pesar de que mi relación con nuestro padre no es buena, ella y yo nos llevamos muy bien.
Ella continúa corriendo, respirando con dificultad, y noto las bolsas debajo de sus ojos y lo hundidas que están sus mejillas. Me surge un impulso de regañarla, pero lo reprimo. Trabaja demasiado y apenas duerme.
—Vamos —digo, cada vez más impaciente—. En serio, no tengo tiempo para tonterías.
—¿Por qué estás aquí?
Miro hacia la carretera vacía para asegurarme de que no me estoy desviando.
—Hoy es la búsqueda del tesoro, tengo que hacer acto de presencia. ¿Por qué no estás en la pista bien iluminada del parque, con la seguridad de la presencia de otras dos docenas de deportistas alrededor? ¿Eh?
—Deja de cuidarme.
—Deja de hacer estupideces —respondo.
¿Qué demonios le pasa por la cabeza? Ya es bastante peligroso venir aquí sola durante el día, ¿a quién se le ocurre venir de noche?
Soy un año mayor, me graduaré en mayo, pero normalmente ella es la responsable. Y eso me recuerda...
—Oye —me quejo—. ¿Agarraste sesenta dólares de mi cartera esta mañana?
Me di cuenta de que me faltaban y yo no los había gastado. Ya es la tercera vez que me roba. Pone la cara triste que sabe que funciona conmigo.
—Los necesitaba para el proyecto de ciencias y tú nunca lo gastas. No debería desperdiciarse.
Pongo los ojos en blanco.
Ella sabe que puede pedirle más dinero a nuestro padre. Annie es su ángel, le dará todo lo que quiera.
No puedo enfadarme con ella. Vive su vida y es feliz. Yo solo quiero contribuir a su felicidad.
Sonríe, probablemente al verme ceder, y se acerca para agarrarse al marco de la ventana y saltar al escalón de la puerta.
—Oye, ¿puedes traerme un refresco cuando vuelvas a casa? —pregunta—. Que esté bien frío. Todos sabemos que no vas a durar ni cinco minutos en la fiesta a no ser que encuentres a una buena chica que te fuerce a socializar.
Me río por dentro. Qué tonta.
—Okey. —Asiento—. Sube a la camioneta y te llevo a la gasolinera. ¿Qué te parece?
—Y dulces —agrega, ignorando mi orden—. O cualquier chuchería por el estilo. —Luego salta del escalón, despegando a un ritmo más rápido por la calle lejos de mí.
—¡Annie! —Piso el acelerador para alcanzarla—. Sube.
Ella me mira y se ríe.
—¡Misha, tengo el coche ahí! —Señala hacia delante—. Mira.
Observo la carretera y compruebo que tiene razón. Su Mini Cooper azul está estacionado en el lado derecho, esperándola.
—Te veo en casa —me dice.
—¿Terminaste de correr?
—Sííííííííí. —Mueve la cabeza en dramáticos asentimientos—. Te veré cuando llegues. Y tráeme lo que te pedí.
Suelto una risita bromista.
—Ojalá pudiera, pero no tengo dinero.
—Tienes algo de cambio en la guantera —me asegura—. No finjas que no dejas monedas por todas partes. Seguro que tienes cien dólares desperdigados por la camioneta.
Resoplo. No le falta razón. Soy el típico hermano mayor malo que no recoge lo que ensucia y come quesitos para desayunar.
Piso el acelerador y me dispongo a continuar mi camino, pero escucho un grito detrás de mí.
—¡Y unas papitas!
La veo por el espejo retrovisor, sus manos enmarcando su boca mientras grita. Toco el claxon dos veces para hacerle saber que la escuché y me detengo.
La veo negar con la cabeza en el espejo porque sabe que no me iré hasta que se haya subido a su coche. Cree que soy un sargento.
Lo siento, pero no voy a dejar a mi linda hermana de diecisiete años en una carretera oscura a las diez de la noche.
Ella saca las llaves del bolsillo de la chamarra, abre la puerta y se despide de mí con la mano antes de subir. Cuando veo que se encienden los faros, arranco de nuevo y por fin me voy.
Aprieto el acelerador y me recuesto en el asiento. Los faros del Mini de mi hermana se desvanecen de mi vista cuando paso por una colina, y la preocupación me ahoga. No tiene buen aspecto. Dudo que esté enferma, pero parece pálida y cansada.
«Vete a casa y métete en la cama, Annie. Deja de levantarte a las cuatro de la mañana y duerme bien.»
Es la hija perfecta. Notas excelentes, estrella del voleibol, entrenadora de un equipo de softbol de niñas, miembro de clubes y organizadora de proyectos adicionales...
Las paredes de mi habitación están cubiertas de pósters y letras escritas con marcador negro. Las suyas, de estantes con trofeos, medallas y premios.
Si todos pudiéramos tener tanta energía como ella...
Conduzco por la estrecha carretera y veo un claro más adelante, rodeado de árboles. El enorme edificio se yergue alto e imponente frente a mí. La mayoría de las ventanas están rotas y ya puedo distinguir las luces del interior y las sombras de personas que se mueven.
Creo que era una fábrica de zapatos o algo así, pero cuando Thunder Bay se convirtió en una comunidad acomodada y rica, se trasladó a la ciudad, para no herir con el ruido y la contaminación los frágiles oídos y narices de sus residentes.
Pero el almacén, aunque está medio ruinoso, todavía tiene sus usos. Fogatas, fiestas, la Noche del Diablo... Ahora aquí reina el caos, y esta noche nos toca a nosotros.
Después de estacionarme, salgo de la camioneta y la cierro, más preocupado por proteger las cartas de Ryen y el bloc de notas que mi cartera.
Camino hacia la entrada, pero una vez dentro, no me detengo a mirar alrededor. Square Hammer, de Ghost, suena mientras me muevo entre la multitud y me dirijo a la esquina, donde sé que encontraré a mis amigos. Siempre se sientan allí cuando hay una fiesta.
—¡Misha!—me llama alguien.
Hago un gesto con la cabeza hacia un chico que está con sus amigos cerca de una columna, pero sigo adelante. Unas manos me dan una palmada en la espalda y algunas personas me saludan, pero sobre todo veo a gente moviéndose, su risa rivalizando con la música mientras las pantallas de los teléfonos iluminan la estancia y las cámaras se disparan a mi alrededor.
Supongo que Dane tenía razón. Todo el mundo parece estar disfrutando del evento.
Mis amigos están exactamente donde imaginaba: sentados en los sofás de la esquina. Dane trabaja en el iPad, probablemente publicando el evento en las redes. Está vestido con shorts y camiseta, su atuendo habitual sin importar la temperatura que haga afuera. Lotus lleva el cabello negro recogido en una cola de caballo y habla con un par de chicas; mientras tanto, Malcolm se lleva la pipa a la boca, su cabello castaño rizado cubre sus ojos, sin duda inyectados en sangre.
Estupendo.
—Ya estoy aquí. —Me inclino hacia la mesa, recojo los cables de la guitarra que alguien dejó sobre un charco de bebida y los arrojo al sofá—. ¿Dónde me pongo?
—¿Tú qué crees? —dice Malcolm, el baterista. El humo emerge de su boca mientras señala con la cabeza a la multitud—. Te quieren ver, buen chico. Vete a dar una vuelta, socializa.
Echo una mirada por encima del hombro y esbozo una mueca.
—No, gracias.
No tengo problema con subir al escenario y cantar o tocar la guitarra. Tengo una tarea y sé qué hacer. Pero socializar con personas a las que no conozco para recaudar dinero me resulta imposible. Sé que necesitamos fondos, pero conversar no es mi fuerte. No se me da bien la gente.
—Prefiero hacerla de vigilante —les propongo.
—No necesitamos un gorila. —Dane se pone de pie, con su sempiterno indicio de sonrisa en los labios—. Todo va de maravilla. —Se acerca a mí y ambos volteamos para mirar a la multitud—. Relájate, vete a hablar con alguien. Hay montones de chicas guapas.
Cruzo los brazos sobre el pecho. Puede que las haya, pero no me quedaré mucho rato. Esa canción todavía me ronda la cabeza y quiero terminarla.
Veo que la gente recoge tarjetas en la puerta. Cada uno tiene varias tareas que completar.
Toma una foto a una pirámide de seis personas.
Toma una foto de un chico con los labios pintados.
Sácate una foto besando a un extraño.
Algunas de las misiones son un poco más atrevidas.
Después, hay que subir las fotos a Facebook, etiquetar la página de nuestro grupo y elegiremos un ganador al azar para ganar... algo. No recuerdo qué. No estaba prestando atención.
Cobramos por entrar, pero con la promesa de alcohol no fue difícil atraer a una multitud. Los meseros deberían pedir una identificación, pero en realidad aceptan de todo. Todo el mundo bebe y a nadie le importa su edad.
—En serio, ¿cómo estás? —pregunta Dane—. ¿Te sigue dejando salir tu padre?
—Estoy bien.
Él hace una pausa; sé que quiere indagar más, pero lo deja así.
—Deberías haber traído a Annie. Seguro se la hubiera pasado genial.
—De ninguna manera. —Me río, llega el olor a marihuana a la nariz—. Ni se te ocurra acercarte a mi hermana, ¿entendido?
—Eh, no dije nada. —Finge inocencia, con una sonrisa arrogante en el rostro—. Solo pienso que trabaja muy duro y que le vendría bien algo de diversión.
—Diversión, sí. Problemas, no —lo corrijo—. Annie va por buen camino y no necesita distracciones. Tiene que pensar en su futuro.
—¿Y tú no?
Siento sus ojos sobre mí, el desafío flotando en el aire. No dije eso, ¿verdad?
Dane se queda callado un momento, probablemente preguntándose si le responderé, pero de nuevo cambia de tema.
—Mira esto —dice, acercándose más y sosteniendo el iPad frente a mí—. Cuatrocientas cincuenta y ocho personas ya se registraron. Se están publicando videos y fotos, cientos de etiquetas y los grupitos incluso están hablando de la fiesta en sus propios perfiles... Está saliendo mejor de lo que podría haber imaginado. La exposición ya está dando sus frutos. Nuestros videos de YouTube han cuadruplicado sus visitas esta noche.
Miro la pantalla y veo el nombre de nuestra banda con muchas imágenes debajo. Hay fotos de brindis, de chicas sonrientes y también algunos videos, todo en el almacén.
—Buen trabajo. —Miro el evento—. Parece que la gira está financiada.
Tengo que reconocerlo. Todos se divierten y nosotros ganamos dinero.
—Ven mañana —le digo—. Tengo algunas letras que probar.
—Está bien —responde—. Ahora relájate, por favor. Parece que estés en un torneo de ajedrez.
Lo miro con el ceño fruncido, tomo el iPad de sus manos y él se va hacia los chicos, riendo.
Deslizo el dedo sobre la pantalla mientras camino y reconozco muchos nombres de amigos y compañeros de clase que se prestaron a apoyarnos. El brillo de las fogatas flota en el aire mientras estudio una foto de un tipo con la palabra «caballo» escrita con marcador permanente sobre el cierre de su pantalón. Una chica lo señala, posando para la cámara con la mano sobre la boca, en actitud sorprendida. En la descripción dice: «¡Encontré un caballo!».
Me río. Algunas de las tareas, como sacarte una foto con un caballo, no se pueden realizar a menos que seas muy creativo. Ella dio en el clavo.
Hay un montón de fotos y videos, y no sé cómo va a organizar Dane toda esta mierda mañana. Aunque, conociéndolo, el ganador no será aleatorio, lo cual no es justo, pero no es mi problema. Elegirá a la chica más guapa.
De pronto, un video comienza a reproducirse y veo cómo una chica toma una manguera de la barra, la pone hacia arriba y se rocía con agua. Luego apunta hacia la multitud como una fuente.
Mientras tanto, baila y se ríe para la cámara.
—¡Estoy en una fuente! —anuncia.
Su camiseta de tirantes, poco apropiada para el frío de febrero en Nueva Inglaterra, apenas es capaz de contener sus pechos, pero entonces, uno de los meseros le arrebata el artilugio de la mano y le lanza una mirada molesta. Escucho una risa tranquila desde el otro lado de la cámara. La chica de la camiseta mojada alcanza el teléfono.
—Qué vergüenza. Dame eso. Necesito editarlo antes de publicarlo.
—Nop. —La voz femenina detrás de la cámara se burla mientras se aleja.
La de la camiseta de tirantes la persigue, gritando:
—¡Ryen!
Luego escucho risas y el video termina.
Me quedo mirando el iPad, mi corazón comienza a latir lentamente en mi pecho.
¿La chica que grabó el video se llama Ryen?
No, no es ella. No puede ser. Probablemente haya montones de chicas con el mismo nombre. Ella no vendría a una fiesta como esta.
No obstante, mi mirada se dirige a los nombres que aparecen en la parte superior de la publicación. Nuestro grupo y algunas otras personas más están etiquetadas, pero me centro en el nombre de la persona que lo publicó.
Ryen Trevarrow.
Enderezo la espalda, mi pecho sube y baja agitadamente.
Ay, Dios mío.
¡Mierda! Instantáneamente miro hacia arriba para escanear a la multitud, cara por cara. Cualquiera de estas chicas podría ser ella.
Miro el iPad de nuevo y paso mi dedo sobre su nombre, dudando. Hace siete años que la conozco, pero nunca le he visto la cara. Si miro su foto de perfil, no hay vuelta atrás.
Pero ella está aquí, no puedo no buscarla cuando sé que podría estar al alcance de mi mano. Es demasiado pedirle a cualquiera.
Además, nunca prometimos que no nos buscaríamos en Facebook. Simplemente dijimos que no nos comunicaríamos en las redes sociales. Por lo que sé, ella podría haberme buscado. O podría estar haciéndolo ahora mismo, porque sabe que este evento lo organiza mi grupo. Quizá por eso está aquí.
Carajo. Toco su nombre y me quedo congelado mientras aparece su perfil.
Y luego la veo.
Aparece su foto, se me cae el estómago y dejo de respirar.
Dios.
Hombros delgados debajo de una melena larga de color castaño claro. Rostro en forma de corazón con labios rosados y una mirada atrevida en sus ojos azules brillantes. Piel radiante y cuerpo hermoso.
Reclino la cabeza hacia atrás y respiro. «Vete a la mierda, Ryen Trevarrow.»
Me mintió. Bueno, no exactamente, pero mediante sus cartas me dio a entender que no era así. Me había imaginado a una freak con lentes y mechones morados vestida con una camiseta de La guerra de las galaxias.
Vuelvo a mirar su foto y mis ojos se posan en su espalda, donde partes de su piel se asoman a través del diseño de su camiseta, mientras mira por encima del hombro a la cámara. Mi cuerpo se calienta y rápidamente escaneo su perfil, buscando alguna pista, alguna señal de que no es ella.
«Por favor, no seas así. Sé dulce, insegura, tímida y todo lo que me gusta de ti desde hace siete años. No lo compliques con ser sexy.»
Pero cada dato confirma que es Ryen. Mi Ryen.
Habla de Gallo’s, su pizzería favorita, de las canciones que escucha, de las películas que ve, y todo fue publicado desde su iPhone de última generación, su posesión favorita en el mundo.
Mierda.
Apago el iPad de Dane y empiezo a moverme entre la gente.
Los calentadores de gas mantienen al margen el aire helado y paso junto a más fogatas, oliendo los malvaviscos tostados. La música suena por los altavoces y aprieto la mandíbula en un intento de calmar mi corazón.
Me acerco a la barra y dejo el iPad, me doy la vuelta y cruzo los brazos sobre el pecho. «Quédate quieto.» Si ella vino para verme, me encontrará. Si no, entonces... ¿Qué haré? ¿La dejaré ir?
—Hola.
Levanto la vista y mi corazón se desploma hacia mi estómago. La chica de la fuente del video está frente a mí, a unos metros de distancia.
Y junto a ella...
Mis ojos se fijan en Ryen. Sé que su amiga acaba de hablar, pero no me importa. Ryen se encuentra en silencio a su lado, sus ojos entreabiertos me miran vacilantes.
Su cabello es largo y lacio, no rizado como en la foto de Facebook, y lleva un suéter negro con los hombros descubiertos y jeans ajustados casi rotos. Puedo ver sus muslos.
Ryen. Mi Ryen. Aprieto los puños debajo de los brazos, mis músculos se tensan.
Ella no dice nada. ¿Sabrá quién soy?
Escucho a su amiga aclararse la garganta y parpadeo, arrastro los ojos hacia ella y finalmente respondo.
—Hola.
La chica de la fuente ladea la cabeza hacia mí.
—Necesito un beso —dice con naturalidad.
Respiro superficialmente, tan consciente de Ryen que me duele.
—¿En serio?, ¿ahora? —pregunto, notando que su cabello largo y oscuro se derrama alrededor de una bufanda que contrasta con su camiseta de tirantes gris. Hace mucho frío.
Hace un gesto hacia su tarjeta.
—Sí, está en mi lista.
Luego sus ojos se pasean por mi cuerpo, una sonrisa juega en sus labios. ¿Supongo que eso significa que quiere besarme?
Da un paso adelante, pero antes de que se acerque demasiado, le quito la tarjeta de la mano y la ojeo.
—Qué raro, aquí no pone nada de eso —digo, devolviéndosela.
—Lo hago por ella —explica, lanzándole una mirada a su amiga—. Es que es tímida.
—Soy exigente —responde Ryen, y rápidamente vuelvo a mirarla; su respuesta frívola me incita.
Ladea la cabeza desafiante, mirándome fijamente a los ojos.
¿Eso significa que no soy digno? Ya veo... Escondo mi sonrisa.
—¡Lyla! —grita alguien cerca—. ¡Ay, Dios, ven aquí!
La amiga de Ryen voltea la cabeza hacia un grupo de personas a su izquierda y se ríe de lo que sea que estén haciendo. Su nombre debe de ser Lyla. Voltea hacia mí.
—Vuelvo enseguida —Como si me importara—. Por favor, bésala, lo necesita. —Se da cuenta de que Ryen le lanza una mirada furiosa y voltea hacia mí—: Para su búsqueda del tesoro, por supuesto
Luego se aleja riendo. Casi espero que Ryen la siga, pero no lo hace. Nos hemos quedado solos en un lugar lleno de gente. Un sudor frío me baja por la nuca mientras miro a Ryen, ambos encerrados en un incómodo silencio. ¿Por qué no dice nada? Seguro que sabe quién soy.
No le conté nada acerca del grupo porque quería sorprenderla con un demo como regalo de graduación dentro de unos meses, pero a estas alturas de la vida es casi imposible ser invisible. Nuestros nombres y fotos están en la página de Facebook y en los carteles publicitarios de las entradas. ¿Me está tomando el pelo?
Cambia de postura y veo que su pecho se levanta con una respiración pesada, como si estuviera esperando a que yo dijera algo. Cuando no lo hago, deja escapar un suspiro y mira su tarjeta.
—También necesito sacarme una foto comiendo algo al estilo La Dama y el Vagabundo.
Mantengo los brazos cruzados y la miro con los ojos entrecerrados. ¿Cuánto tiempo piensa seguir con la farsa?
—Y... —continúa, molesta, probablemente porque no he respondido— una foto de una foto de una foto. Aunque esto no lo acabo de entender.
Me quedo en silencio, un poco enojado por su actitud ingenua. «Tras siete años de correspondencia, ¿es así como quieres conocerme, Ángel?»
Ella niega con la cabeza, como si yo fuera el grosero.
—Okey, da igual. —Y se da la vuelta para alejarse.
—¡Espera! —La llama alguien.
Dane corre detrás de Ryen, la detiene y luego se acerca a mí, regañándome en voz baja.
—Amigo, ¿por qué la miras como si hubiera abofeteado a tu abuela? Carajo.
Voltea hacia Ryen y sonríe.
—¿Cómo estás?
Bajo la vista, pero solo por un momento. ¿Es posible que realmente no sepa quién soy? Supongo que aquí habrá mucha gente que no haya oído hablar de nosotros. No somos gran cosa, y este es probablemente el único plan decente en ochenta kilómetros a la redonda. No es descabellado pensar que haya venido solo porque no tenía otra cosa mejor que hacer. Tal vez no tenga ni puta idea de que está frente a Misha Lare, el chico al que le escribe cartas desde que tenía once años.
—¿Cómo te llamas? —le pregunta Dane.
Se da la vuelta, sus ojos me escrutinan, lo que indica que está a la defensiva. Por mi culpa.
—Ryen —responde ella—. ¿Y tú?
—Dane. —Y luego voltea hacia mí—. Y este es...
Lo golpeo levemente en el estómago para hacerlo callar. No quiero que nos conozcamos así. Ryen ve el intercambio y junta las cejas, probablemente preguntándose qué demonios me pasa.
—¿Vives en Falcon’s Well? —Dane continúa, entendiendo mi indirecta y cambiando de tema.
—Sí.
Él asiente y ambos se quedan en silencio.
—De acuerdo, pues... —Dane junta las manos—. ¿Dijiste que necesitabas comer algo al estilo La Dama y el Vagabundo?
Sin esperar respuesta, él se inclina sobre la barra y busca algo. Saca una rodaja de limón y Ryen hace una mueca.
—¿Un limón?
—Te reto —desafía.
No obstante, ella niega con la cabeza.
—Okey, espera —le pide, y yo sigo mirándola, incapaz de apartar los ojos mientras trato de procesar que es Ryen.
Esos finos dedos me han escrito quinientas ochenta y dos cartas. Esa barbilla donde, bajo el maquillaje, hay una cicatriz que se hizo patinando sobre hielo cuando tenía ocho años. El cabello que me dijo que se amarra todas las noches porque dice que no hay peor tortura que despertarse con el pelo en la boca.
He tenido media docena de novias, y a todas las conocía diez veces menos que a esta chica. Y ella no tiene ni idea...
Dane regresa con una brocheta de madera con un malvavisco asado en la punta. Se acerca y me lo da.
—Coopera, por favor.
Luego voltea hacia ella y toma su teléfono.
—Adelante, yo les sacaré la foto.
La mirada divertida de Ryen se oscurece de inmediato, porque claramente no quiere hacer ese reto conmigo. No obstante, no retrocede ni finge timidez. Agarra un banco de la barra y se sube al escalón. No es bajita, pero no alcanza mi metro ochenta. Inclinándose con los labios entreabiertos, me mira a los ojos y mi corazón se vuelve loco. Tengo que hacer uso de toda mi fuerza de voluntad para no tocarla.
Sin embargo, ella se detiene.
—Me estoy acercando a ti con la boca abierta —señala—. Podrías mostrarte un poco más entusiasmado.
No puedo evitarlo: la comisura de mi boca se levanta en una sonrisa. Qué sexy es. No me lo esperaba.
Me dejo ir, abro la boca y le sostengo la mirada mientras ambos nos inclinamos y le damos un mordisco a la golosina. Nos quedamos quietos un momento para que Dane tome la foto. Sus ojos se clavan en los míos y puedo sentir su aliento en mis labios mientras su pecho sube y baja. Mi cuerpo está en llamas, y cuando se inclina para morder un poco más, su labio roza el mío, haciéndome gemir.
Me aparto y me trago el malvavisco entero. Maldita sea. Ella mastica un poco, se lame los labios y se baja del banco.
—Gracias.
Asiento. Siento que Dane me taladra con la mirada, y estoy seguro de que sabe que algo va mal. Lanzo la brocheta a la barra y lo miro a los ojos. Él esboza una sonrisa tímida.
Maldito.
«De acuerdo, tú ganas, Dane. Me gustaría comerme una docena de malvaviscos con ella. Tal vez no me vaya a casa todavía; déjame en paz.»
El celular me vibra en mi bolsillo y lo saco; en la pantalla aparece el nombre de Annie. Rechazo la llamada. Probablemente sea para reclamarme sus bocadillos. La llamaré en un minuto.
—Y bien... —dice Dane—. Asumo que no tienes novio, ¿verdad? Porque con estas fotos, nos habríamos ganado una paliza.
Me tenso. Ryen no tiene novio. Me lo habría dicho
—Tranquilos, no es celoso —bromea ella.
Dane se ríe y yo me quedo ahí, escuchando.
—No, no tengo novio —responde al fin con seriedad.
—Me parece difícil de creer...
—Tampoco lo necesito —interrumpe a Dane—. Una vez tuve uno, y hay que bañarlos, alimentarlos y pasearlos...
—¿Qué pasó? —pregunta Dane.
Ryen se encoge de hombros.
—Bajé los estándares. Demasiado, según parece. Después, me volví exigente.
—¿Algún hombre está a la altura?
—Uno. —Sus ojos se lanzan hacia mí y luego de vuelta a Dane—. Pero nunca lo he visto en persona.
Solo un chico está a la altura. ¿Se refiere a mí?
Mi teléfono vibra de nuevo y busco en mi bolsillo para silenciarlo. Levanto la vista y veo un grupo de personas tomándose una foto frente al collage que tenemos a la derecha.
Me acerco a Ryen y tomo su teléfono. Me coloco detrás de ella, pongo la cámara en modo selfi y me inclino, capturando nuestras caras en la pantalla junto al chico que les sacaba una foto a dos chicas frente al collage.
—Una foto... —Le hablo en voz baja al oído, indicando nuestro selfi—, de una foto —señalo al chico que está detrás de nosotros en la pantalla, tomando una foto—, de una foto. —Y hago un gesto hacia la pared frente a la que están.
Una sonrisa finalmente estalla en su rostro.
—Qué ingenioso. Gracias.
Hago clic en la foto, guardando el momento para siempre.
Antes de alejarme y despedirme, inhalo su aroma, congelado por un instante mientras sonrío para mí.
«Me vas a odiar, Ángel, cuando nos encontremos algún día y ates cabos.»
Ryen toma el teléfono y se aleja lentamente, mirándome por encima del hombro antes de desaparecer entre la multitud.
Ya la echo de menos.
Busco en mi bolsillo y saco mi teléfono para llamar a mi hermana. ¿Cuánto me odiará si le pido que vaya ella a la gasolinera y me deje en paz? Creo que no estoy listo para irme todavía.
No obstante, cuando le devuelvo la llamada, no hay respuesta.