4

Noviembre, 1978

Los gritos provenientes desde una de las canchas de baloncesto, ubicadas al aire libre en la universidad, le hartaron lo suficiente para dejar de lado su libro de anatomía y guardarlo en el bolso. Acomodándose la chaqueta de mezclilla, Xiao Zhen se puso de pie y caminó hacia donde provenían las voces. Se encontró con un grupo de seis personas, estaban jugando a hacer canastas. Entre ellos, se encontraba el chico que había visto hacía unas semanas en el salón de artes. Esta vez llevaba solo una camiseta blanca de manga corta, pantalón de tiro alto gris y un gorro que lo hacía ver como un señor de setenta años que jugaba al ajedrez. Su compañero de asiento, que le seguía dibujando penes en el cuaderno cuando se distraía, le gritaba algo mientras apuntaba sus pies.

—¡¿Te puedes poner bien los zapatos, Liú Tian?!

Liú Tian, lejos de sentirse molesto, reía mostrando una enorme sonrisa. Entonces un chico muy blanco pasó corriendo por alrededor de ellos y encestó. Luan levantó los brazos en el aire con mucho dramatismo y se dejó caer de rodillas.

—Perdimos.

—Ustedes invitan las cervezas —dijo el más alto de todos.

—¿Podría pagar en otro momento? —protestó Luan—. Tú te quedaste con todo mi dinero de la semana.

—No me quedé con tu dinero, Luan, me pagaste por hacer tu tarea de anatomía.

¿Así que por eso Luan había obtenido la mejor calificación de la clase? Y había tenido el descaro de bufar con desprecio cuando vio que Xiao Zhen solo había sacado un 54 de 100.

—No seas así —siguió quejándose Luan mientras perseguía al resto del equipo fuera de la cancha.

Solo quedó Liú Tian rebotando la pelota a un costado de sus piernas. Tenía las manos grandes y casi podía agarrar el balón con una sola. Xiao Zhen se quedó observándolo medio escondido en las gradas y sacó un cuaderno de dibujo. Hizo trazos rápidos de sus piernas y brazos extendidos. Después, tiró líneas que salían de cada extremidad de la silueta y le colocó nombres.

«Húmero», anotó cerca del codo de Liú Tian.

«Peroné», en su pierna larga.

«Tarsos», cerca de su tobillo ahora cubierto con un calcetín gris que debió pasar a una mejor vida hace años.

«Calcáneo» en...

Sintió una cosquilla en su oreja derecha, luego vino una voz grave retumbando en su tímpano.

—Hola.

El lápiz grafito que sostenía Xiao Zhen salió volando. Su cuaderno también aterrizó en el suelo; el dibujo quedó volteado hacia arriba dejando ver la silueta estirada de Liú Tian encestando.

Al alzar la barbilla para comprobar quién era, se le salió un insulto en mandarín.

—Eso lo entendí, Xiao Zhen —se burló Liú Tian, acomodado en el escalón tras él. Estaba posicionado de cuclillas para observar sobre su hombro—. Te dije que soy un experto en eso.

Liú Tian tenía la misma sonrisa relajada al hablar con Luan. Su piel algo bronceada brillaba por las gotitas de sudor. Su cabello estaba pegado en su frente y se le marcaba donde había estado su gorro, que ahora sostenía en las manos. Además, de manera adorable se le asomaban las puntas de las orejas entre la mata de cabello liso.

—¿Por qué esa cara? ¿Me equivoqué de nombre? Eres Xiao Zhen, ¿cierto?

Todavía horrorizado, se giró en su asiento para verlo mejor.

—Sí —jadeó.

—Soy Liú Tian, por si lo olvidaste —hizo una pausa y se acomodó el cabello para apartarlo de su frente—. Aunque lo dudo.

No pudo corregirlo ni contradecirlo, la lengua se le había pegado al paladar y de pronto solo podía recordar respuestas en mandarín; sobre todo porque la mirada de Liú Tian iba bajando con curiosidad por el cuerpo de Xiao Zhen hasta clavarse en el cuaderno en el suelo. Sus cejas se alzaron sorprendidas. Xiao Zhen pateó sin mucho disimulo el cuaderno bajo las gradas.

—¿Ese era yo, Xiao Zhen?

—No —dijo con gran inteligencia—. Estaba estudiando anatomía.

La sonrisa volvió a bailar en la boca de Liú Tian.

—¿Con mi cuerpo, Xiao Zhen?

—No.

Dejándolo paralizado por la sorpresa, Liú Tian se puso de pie afirmándose de las rodillas. Bajó hasta el último escalón de las gradas y se arrodilló en el suelo buscando la libreta con la mano estirada, su lengua se colaba fuera de sus labios. A continuación, alzó el cuaderno en el aire con un grito de victoria.

—Este dibujo se parece mucho a mí —su barbilla se alzó y ladeó la cabeza con curiosidad—. ¿Eres travieso, Xiao Zhen? Porque yo lo soy. Mucho.

Xiao Zhen apartó la mirada con brusquedad y la clavó en sus manos recogidas sobre su regazo. El anillo de plata brillaba en su dedo meñique. Lo tranquilizó hacerlo rodar.

—Intentaba recordar los huesos del cuerpo, gege —fue su pobre excusa.

El chico se movió y dejó el cuaderno a su lado. Apoyó el pie a un costado de los muslos cerrados de Xiao Zhen.

—Bien, aquí está mi pierna —ofreció Liú Tian—. ¿Por qué no practicas conmigo?

Xiao Zhen se quedó observando aquel largo muslo, rodilla y talón. Luego, le quitó el cuaderno y lo metió en su bolso, todo eso con la cabeza gacha y los hombros alzados en timidez.

—Debo irme —jadeó entre dientes.

Colgándose el bolso en el hombro, apartó la pierna de Liú Tian dejándola caer al suelo. Corrió lejos de él mientras el estómago se le revolvía al mismo tiempo que la cabeza.

Porque ser gay en el año 1978 implicaba la peor de las negaciones: la de no reconocerse a sí mismo.