Cuando te acostumbras a hacer cosas que impulsan tu vida a avanzar, las llamas talentos. Cuando estas no dejan que tu vida avance, lo llamas autosabotaje. Ambas, en esencia, desempeñan la misma función.
A veces ocurre por accidente. Otras veces nos acostumbramos a vivir de cierta manera y no alcanzamos a ver lo diferente que podría ser la vida. A veces tomamos determinadas decisiones porque no sabemos cómo tomar otras mejores o porque ignoramos incluso que algo más es posible. A veces nos conformamos con lo que nos dan porque no sabemos que podemos pedir más. Otras veces ponemos nuestras vidas en piloto automático durante tanto tiempo que comenzamos a creer que no tenemos otra opción.
Sin embargo, la mayor parte del tiempo esto no es nada accidental. Los hábitos y conductas en los que no puedes evitar caer —sin importar cómo de destructivos o limitantes sean— están diseñados de forma inteligente por tu inconsciente para cubrir una necesidad insatisfecha, una emoción desplazada o un deseo ignorado.
Vencer el autosabotaje no se trata de ingeniárselas para superar tus impulsos, sino de determinar, en primer lugar, por qué esos impulsos existen.
Muchas veces se malinterpreta el autosabotaje como si fuera una forma de castigarnos, ridiculizarnos o hacernos daño de manera intencional. A primera vista, esto parece bastante cierto. El autosabotaje es comprometerse a seguir una dieta más saludable y encontrarse unas horas más tarde deteniendo el coche en la ventanilla de una sucursal de comida rápida. Es identificar un nicho de mercado, concebir una idea empresarial genial y sin precedentes, y luego «distraerte» y olvidarte de llevarla a cabo. Es tener pensamientos extraños y aterradores y dejar que te paralicen frente a importantes cambios o momentos cruciales en tu vida. Es saber que tienes mucho por lo cual estar agradecido y emocionado, y de todos modos preocuparte.
Con frecuencia atribuimos de manera errónea estas conductas a una falta de inteligencia, de fuerza de voluntad o de capacidad. Por lo general, ese no es el caso. El autosabotaje no es una manera de hacernos daño a nosotros mismos, sino una forma de intentar protegernos.
El autosabotaje aparece cuando tenemos dos deseos contradictorios, uno consciente y otro inconsciente. Sabes que quieres avanzar en tu vida y aun así sigues estancado por alguna razón.
Cuando estás atravesando conflictos graves e insuperables —en especial cuando las soluciones parecen tan simples, tan fáciles, y aun así imposibles de seguir—, no tienes grandes problemas, sino grandes apegos.
Las personas son increíbles por el hecho de que, básicamente, hacen lo que quieren.
Esto es cierto para todo en la vida humana. Sin importar las posibles consecuencias, la naturaleza humana ha demostrado ser increíblemente egoísta. Las personas tienen una forma casi sobrehumana de hacer lo que se sienten obligadas a hacer, sin importar quién puede salir lastimado, qué guerras se pueden desatar o qué futuro se pondrá en riesgo. Cuando comprendes esto, empiezas a darte cuenta de que, si estás manteniendo algo en tu vida, debe haber una razón por la cual quieres que esté ahí. La única pregunta es: ¿por qué?
Algunas personas no logran entender por qué no pueden motivarse lo suficiente para crear un nuevo negocio que les facilite su objetivo de volverse bastante más ricas, quizá sin percatarse de que tienen la creencia inconsciente de que ser rico es ser egocéntrico o caer mal. O quizás en realidad no quieren ser tan ricas. A lo mejor es una forma de blindarse porque necesitan sentirse seguras y «cuidadas», o su verdadero deseo es ser reconocidas por su arte y, como que esto suceda les parece muy improbable, caen de nuevo en un sueño secundario que en realidad no las motiva.
Algunas personas dicen que quieren tener éxito cueste lo que cueste y, aun así, no invierten las horas de trabajo necesarias para llegar hasta ahí. Quizás es porque comprenden, a cierto nivel, que ser «exitoso» no forzosamente te hace feliz ni querido. De hecho, tiende a ocurrir lo contrario. El éxito, por lo general, te expone a los celos y al escrutinio. Las personas exitosas no son tan amadas como imaginamos. Comúnmente se las desacredita porque la gente envidiosa necesita humanizarlas de alguna forma. Quizás, en vez de ser «exitosos», lo que muchos en realidad desean solo es ser amados y su ambición de éxito es una amenaza directa contra eso.
Algunas personas no logran entender por qué siguen eligiendo las relaciones «incorrectas», personas cuyos patrones de rechazo, abuso o miedo al compromiso parecen ser consistentes. Quizá no se dan cuenta de que, en realidad, están reproduciendo la misma dinámica de relaciones que experimentaron cuando eran jóvenes, porque asocian el amor con la pérdida o el abandono. A lo mejor quieren reproducir patrones de relaciones familiares en las que se sintieron impotentes para vivirlas de nuevo como adultos, creyendo poder ahora ayudar al adicto, al mentiroso o al que se siente devastado.
Cuando se trata de conductas de autosabotaje, debes entender que a veces es fácil apegarse a los problemas.
Ser exitoso puede hacer que seas menos querido.
Encontrar el amor puede hacerte más vulnerable.
Volverte menos atractivo puede protegerte.
Ser evasivo te permite escapar al escrutinio.
Procrastinar te devuelve a un lugar cómodo.
Todas las formas en que te estás saboteando son en realidad formas con las que alimentas una necesidad que probablemente ni siquiera te das cuenta que tienes. Superar esa necesidad no es solo cuestión de aprender a entenderte mejor, sino de tomar conciencia de que tus problemas no son problemas: son síntomas.
No puedes deshacerte de los mecanismos de afrontamiento y creer que has resuelto el problema.
Es imposible decir de manera contundente qué aspecto tiene o no el autosabotaje, pues ciertos hábitos o conductas que pueden ser saludables para una persona, en otro contexto pueden ser dañinos.
Dicho lo anterior, hay en definitiva algunas conductas y patrones específicos que son indicios típicos del autosabotaje. Por lo regular tienen que ver con ser consciente de que hay un problema en tu vida, y a pesar de todo sentir la necesidad de prolongarlo. A continuación veremos algunas de las principales señales de que probablemente te encuentres en un ciclo de autosabotaje.
La resistencia ocurre cuando tenemos un proyecto nuevo en el que necesitamos trabajar y, sencillamente, no nos decidimos a hacerlo. Sucede cuando iniciamos una nueva y maravillosa relación, y luego no paramos de cancelar los planes. Ocurre cuando tenemos una excelente idea para nuestro negocio, pero nos notamos estresados y molestos cuando llega el momento de sentarse y ponerse a trabajar.
A menudo sentimos resistencia ante lo que va bien en nuestras vidas, no ante lo que va mal. Cuando tenemos un problema que resolver, por lo común no encontramos resistencia por ningún lado. Pero cuando tenemos algo que disfrutar, crear o construir, estamos accediendo a una parte de nosotros que está tratando de prosperar, no solo de sobrevivir, y el vértigo ante lo desconocido puede ser abrumador.
La resistencia es tu manera de ir más despacio y cerciorarte de que es seguro apegarse a algo nuevo e importante. En otros casos, también puede ser una señal de advertencia de que algo no está muy bien y de que quizá debas retroceder y reorganizarte.
La resistencia no es lo mismo que la procrastinación o la indiferencia y no debería ser tratada igual. Cuando experimentamos resistencia, siempre es por algo, por lo que debemos estar atentos. Si nos obligamos a actuar ante esta, el sentimiento usualmente se intensifica, pues estamos fortaleciendo el conflicto interno y disparando el miedo que nos detiene.
En cambio, liberar la resistencia requiere que cambiemos nuestro enfoque. Tendremos que estar seguros de qué queremos, así como de cuándo y por qué lo queremos. Tendremos que identificar las creencias inconscientes que nos impiden ponernos a trabajar, y, después, ponernos al lío cuando nos sintamos motivados. Querer es el pasaje de entrada para actuar después de la resistencia.
Como dije más arriba, la mayoría de nosotros solo nos permitimos sentir cierto grado de felicidad. Gay Hendricks lo llama tu «límite superior».
Tu límite superior es, en esencia, el grado de «bienestar» con el que te sientes cómodo en tu vida. Es tu umbral de tolerancia a tener sentimientos positivos o experimentar situaciones positivas.
Cuando empiezas a sobrepasar tu límite superior, comienzas a sabotear de manera inconsciente lo que está sucediendo para regresar a lo que te es cómodo y familiar. Para algunas personas, esto se manifiesta con síntomas físicos, a menudo en forma de dolores, jaquecas o tensión física. Para otras, se manifiesta en lo emocional, como resistencia, ira, culpa o miedo.
Podría parecer por completo contraintuitivo, pero en realidad no estamos configurados para ser felices, sino para estar cómodos, y todo lo que está fuera de ese campo de comodidad se vuelve amenazador o nos da miedo hasta que nos empieza a ser familiar.
Alcanzar tu límite superior es una muy buena señal. Significa que estás alcanzando y sobrepasando nuevos niveles en tu vida, y eso se merece, antes que nada, una autofelicitación. La forma de resolver un problema de límite superior es aclimatándote poco a poco a tu nueva «normalidad».
En vez de forzarte a realizar grandes cambios de un tirón, permítete ajustarte y adaptarte despacio. Al tomártelo con calma, te estás permitiendo incorporar de forma gradual una nueva zona de confort alrededor de lo que quieres que sea tu vida. Con el tiempo, desplazarás poco a poco tu línea base hacia un nuevo estándar.
El desarraigo ocurre cuando alguien salta de una relación a otra o cambia la página web de su negocio una y otra vez, cuando lo que necesita realmente es concentrarse en resolver los problemas de su relación en el momento en que estos surgen o en encargarse de los clientes que ya tiene. Al desarraigarte, no te permites florecer: solo te sientes cómodo con el proceso de brotar.
Puede ser que esto provenga de la necesidad constante de un «nuevo inicio», que a menudo es el resultado de no manejar de forma sana el estrés o de tener dificultades para resolver conflictos. El desarraigo puede ser una forma de desviar tu atención de los verdaderos problemas, ya que, en vez de concentrarte en ellos, te preocupas en restablecerte en un nuevo trabajo o lugar de residencia.
Al final, el desarraigo significa que siempre estás comenzando un nuevo capítulo sin terminarlo nunca. A pesar de tus esfuerzos por avanzar, terminas más estancado que antes.
Primero, reconoce el patrón.
Uno de los principales síntomas del desarraigo es no darse cuenta de lo que uno hace. Por eso, el paso más importante es tomar conciencia de lo que te ocurre. Haz un recuento de tus últimos cinco años: ¿a cuántos lugares te has mudado o en cuántos has trabajado? Entonces, determina qué te está alejando de cada cosa nueva que encuentras.
Luego, necesitas estar seguro de lo que quieres en realidad. A veces, el desarraigo se da porque nos precipitamos a obtener lo que creemos que queremos, solo para darnos cuenta de que no nos paramos a pensar y que, en realidad, no lo queríamos tanto. La claridad es la llave, porque te obliga a pensar a largo plazo. ¿Cómo sería escoger un lugar para vivir y estrechar lazos ahí? ¿Cómo sería trabajar en el mismo lugar y ascender de puesto o hacer crecer tu negocio?
Recuerda que sanarse de un patrón de desarraigo no se trata de conformarse con algo que no quieres, ni se trata de permanecer en una situación insegura o poco sana porque no quieres moverte otra vez. Se trata de obtener seguridad y determinación sobre cuál es el camino correcto para ti y, entonces, planear cómo puedes prosperar y no solo sobrevivir. Cuando llegue el momento en que por lo general huirías, afronta el malestar y quédate donde estés. Descifra por qué te incomoda apegarte a una u otra cosa, y determina cómo sería para ti un apego sano.
Cuando esperamos que nuestro trabajo quede perfecto a la primera, terminamos entrando en un ciclo de perfeccionismo.
El perfeccionismo no es querer que todo esté bien. No es algo bueno. De hecho, es un obstáculo, porque crea expectativas poco realistas acerca de nuestras capacidades o de los resultados.
El perfeccionismo nos impide enfrentar o ponernos a hacer el trabajo que realmente nos importa. Esto ocurre porque, cuando tenemos miedo a fallar o a sentirnos vulnerables o a no ser tan buenos como queremos que los demás crean, terminamos evitando el trabajo que se requiere para, en efecto, volvernos así de buenos. Nos saboteamos, porque es la buena disposición a ponernos simplemente a trabajar, una y otra y otra vez, lo que al final nos conduce a la maestría.
No te preocupes por hacerlo bien, simplemente hazlo.
No te preocupes por escribir un best seller, simplemente escribe. No te preocupes por lograr un éxito ganador del premio Grammy, simplemente ponte a hacer música. No te preocupes por fallar, simplemente sigue intentándolo. Al principio, lo único que importa es que hagas lo que realmente quieres hacer. A partir de ahí, puedes aprender de tus errores y, con el tiempo, llegar al lugar en el que de verdad quieres estar.
Lo cierto es que, en realidad, no realizamos grandes hazañas cuando nos preocupa si lo que hacemos será o no algo impresionante y revolucionario. Este tipo de hazañas las obtenemos cuando simplemente nos ponemos a ello y nos permitimos crear algo significativo e importante para nosotros.
En vez de ofuscarte con la perfección, céntrate en el progreso. En vez de empeñarte en obtener algo perfecto, solo céntrate en hacerlo. A partir de ahí, podrás editarlo, ampliarlo, hacerlo crecer y desarrollarlo cada vez más de acuerdo con tu visión. Pero, si no empiezas, nunca llegarás.
En la vida, te toparás con personas, situaciones y circunstancias que serán molestas, exasperantes, tristes y que incluso te enfurecerán. Asimismo, te encontrarás con personas, situaciones y circunstancias que te motivarán, serán esperanzadoras y benévolas, y que le darán un propósito y significado a tu vida.
Cuando solo eres capaz de procesar la mitad de tus emociones, tú mismo te frenas. Te desvías del camino para evitar cualquier posible situación que pudiera hacer surgir en ti algo frustrante o incómodo, porque no tienes los recursos para manejar dicho sentimiento. Esto significa que empiezas a evadir los riesgos y acciones que, a fin de cuentas, mejorarían tu vida.
La inhabilidad para procesar tus emociones significa que te quedas atorado en ellas. Te sientas y le das vueltas a tu ira y tu tristeza porque no sabes cómo hacer que se vayan. Cuando solo podemos procesar la mitad de nuestras emociones, al final solo vivimos la mitad de la vida que en realidad queremos vivir.
Un procesamiento emocional sano es muy diferente según cada quién, pero en general involucra los siguientes pasos:
Primero, necesitas comprender por qué estás molesto o por qué algo te está molestando tanto. Sin esa claridad, seguirás perdiendo el tiempo devanándote la cabeza con los detalles sin llegar a entender qué es lo que tanto te afecta.
Luego, tienes que validar cómo te sientes. Reconoce que no estás solo —cualquiera en tu situación seguro que se sentiría de forma similar (y lo hace)— y que sentir lo que sientes está absolutamente bien. Al hacer esto, puedes permitirte tener una liberación física como llorar, temblar, registrar en un diario lo que sientes o hablarlo con un amigo de confianza.
Una vez que tienes claro lo que está mal y te has permitido expresar por completo la magnitud de tus emociones, puedes definir cómo vas a modificar tu conducta o tu proceso de pensamiento, de tal modo que obtengas un resultado que de verdad quieras para tu futuro.
Tu vida, a fin de cuentas, se mide por tus logros, no por tus intenciones. No se trata de lo que querías hacer o habrías hecho pero no hiciste. No se trata de por qué pensabas que no podías; se trata solo de si al final lo hiciste o no. Cuando te encuentras atrapado en un patrón de autosabotaje, en general estás tratando esas excusas como si fueran resultados medibles: las estás usando para sentirte satisfecho durante un momento, como un reemplazo del logro en sí.
Cuando tenemos una meta, un sueño o un plan, no hay medida para la intención. Solo se trata de si lo hiciste o no. Cualquier otra razón que des para no actuar simplemente demuestra que le das prioridad a esa razón por encima de mayores ambiciones, lo que significa que siempre tendrá preferencia en tu vida.
También puede que estés apoyándote en excusas para alejarte de sentimientos incómodos que, a fin de cuentas, son necesarios para tu crecimiento.
Empieza a medir tus logros y céntrate en hacer al menos una cosa productiva al día.
Ya no se trata de cuántos días querías ir al gimnasio, sino de cuántos realmente fuiste. Ya no se trata de querer apoyar a tus amigos, sino de si lo hiciste o no. Ya no se trata de las grandes ideas que tuviste para renovar tu negocio, sino de si las llevaste o no a cabo.
Deja de aceptar tus propias excusas. Deja de ser complaciente con tus propias justificaciones. Comienza a medir tus días por cuántas cosas saludables y positivas lograste, y verás lo rápido que empiezas a tener avances.
Al dejar nuestras vidas y espacios en total desorden, no solo estamos olvidando irreflexivamente ocuparnos de nuestro entorno. De hecho, con frecuencia estamos creando caos y distracciones que cumplen un propósito inconsciente.
Un espacio limpio y organizado —tanto para el trabajo como para vivir— es esencial para prosperar. Esto significa un hogar ordenado, ropa fácil de tener a mano y usar cada mañana, una cocina limpia y un escritorio organizado. El papeleo debería estar archivado en un espacio, tu habitación debería transmitir calma y todo debería tener un «hogar» al cual regresar al final del día.
Sin limpieza, reducimos nuestras propias oportunidades. Nada bello ni positivo fluye en el caos. En el fondo, lo sabemos. A menudo, cuando nos autosaboteamos a través de la desorganización es porque, al ser muy limpios u organizados, tenemos una sensación de intranquilidad. Esa sensación de intranquilidad es lo que estamos tratando de evitar, porque es el reconocimiento de que, ahora que todo está en orden, debemos ponernos a trabajar en lo que necesitamos o queremos llegar a ser.
Cuando dejamos nuestros espacios desordenados, estamos siempre a unas cuantas tareas pendientes de salir y actuar.
Como cualquier cosa, necesitas comenzar despacio y adaptarte con el tiempo. Para quitar lo innecesario y reorganizarlo todo, empieza por una habitación, y, si eso fuera mucho, inténtalo con una esquina, con un cajón o con un armario. Trabaja en eso y solo en eso. Luego implementa una rutina que mantenga los espacios organizados.
A partir de ahí, comienza a arreglar tu espacio de modo que funcione para ti, no contra ti. Coloca en tu mesita de noche algo relajante, como un difusor, o diseña un calendario familiar que ubiques en la cocina para que las actividades y horarios de todos estén a la vista de los demás. Si tienes problemas de orden con el correo, idea un sitio en el que ponerlo cada vez que llegue. Si te cuesta lavar la ropa porque eres desorganizado, desarrolla un sistema para ello, fija un día o dos para lavar y hazlo en grandes cantidades.
Poco a poco, debes darte la oportunidad de acostumbrarte a trabajar en un escritorio limpio, y con el tiempo se volverá parte de ti. Empezarás a darte cuenta de que te sentirás mucho menos estresado y mucho más en control de tu vida.
Es muy difícil convertirse en la persona que quieres ser cuando estás rodeado de un ambiente que te hace sentir como quien no quieres ser.
A veces, adoptas sueños vitales a partir de los gustos de otras personas. En otros casos, eres tú quien determinas lo que quieres, y luego dejas atrás ambiciones anteriores.
A veces no dejamos de luchar tratando de querer algo que en realidad no deseamos y siempre nos quedamos vacíos, pues no es un deseo genuino. Esto es diferente a carecer de motivación o a experimentar resistencia. Nuestra incapacidad para actuar no está basada en el miedo o en una falta de habilidad, sino en un conocimiento inherente de que esto no es lo que queremos en nuestra vida, y quizá sentimos que estamos perdidos o somos incapaces de cambiar nuestro camino.
Cuando estés luchando por algo, deberías preguntarte: «¿De verdad quiero hacer esto?». ¿Quieres aceptar ese trabajo o solo te gusta cómo suena el título? ¿Estás enamorado de esa persona o solo te gusta la idea de tener una relación? ¿Aún te estás aferrando a una idea pasada de lo que es para ti el éxito? Y, si es así, ¿cómo sería dejarlo ir?
A fin de cuentas, el autosabotaje a veces funciona para mostrarnos que aún no vamos del todo por el camino adecuado y que necesitamos reevaluar nuestra vida para encontrar qué nos vendría mejor, aun cuando esto implique decepcionar a algunas personas o incluso a la versión más joven de nosotros mismos.
No tenemos que vivir el resto de nuestras vidas tratando de alcanzar el éxito que creíamos que era el ideal cuando éramos demasiado jóvenes para entender siquiera quiénes éramos. Nuestra única responsabilidad es decidir por la persona en la que nos hemos convertido.
Ten la voluntad de aceptar que quizá tu «historia de éxito» no es como alguna vez pensaste que podía ser.
Quizás el tipo de éxito que en realidad persigues es sentirte en paz cada día o hacer que tu vida gire en torno a viajar en vez de a trabajar. O en torno a tener amistades prósperas o a una relación feliz de pareja. A lo mejor no quieres quedarte para siempre en la misma empresa en la que entraste hace diez años. Tal vez el trabajo que pensaste que te encantaría tener no está siendo tan fácil como te esperabas.
Cuando dejamos ir lo que no es adecuado para nosotros, hacemos espacio para descubrir qué sí lo es. Sin embargo, hacerlo requiere de un tremendo valor para poner nuestro orgullo a un lado y ver las cosas como son en realidad.
Todos sabemos que cotillear o juzgar la vida y las decisiones de otras personas no es una forma sana o positiva de conectar con los demás. Sin embargo, hace mucho más daño del que somos conscientes, pues limita nuestro propio éxito.
A veces, cuando nos sentimos mal por no ser tan exitosos como otra persona, tratamos de encontrar algo negativo de ella para hacernos sentir mejor. Si hacemos eso cada vez que nos cruzamos con alguien que creemos mejor que nosotros, comenzamos a asociar el tener cierto nivel de éxito con ser alguien que cae mal. Cuando nos llegue el momento de actuar para avanzar en nuestras vidas, nos resistiremos a hacerlo, porque volvernos más exitosos fracturará nuestro autoconcepto.
En otros casos, es posible que hayas escuchado a personas con las que creciste etiquetar como villanos a otros que tenían dinero. Puede que dijeran cosas como: «Uf, los ricos son lo peor». Quizá les atribuyeron a todos los ricos el ser moralmente corruptos. Esta caracterización generalizadora se selló en tu inconsciente y ahora te encuentras saboteando tus propios intentos de tener una economía saludable porque lo asocias con la culpa y con ser alguien que cae mal.
Cuando emitimos juicios sobre otros, se vuelven normas bajo las que debemos regirnos también nosotros. Al juzgar a otros por lo que tienen o dejan de tener, o porque los envidiamos, saboteamos nuestras propias vidas mucho más de lo que en realidad lastimamos a cualquier otra persona.
Mucha gente dice que primero debes amarte a ti mismo antes de poder amar a los demás; pero, en realidad, si aprendes a amar a los demás, aprenderás a amarte a ti mismo.
Practica el no juzgar a través del no asumir. En vez de sacar una conclusión de alguien basándote en la limitada información que tienes de él o ella, recuérdate que no estás viendo el panorama completo y que no conoces toda la historia.
Cuando eres más compasivo respecto a las vidas de los demás, te vuelves más compasivo con la tuya misma. Cuando veas a alguien que tiene algo que tú quieres, felicítalo, aun cuando al principio te parezca difícil. Esto ampliará tu visión del mundo y te predispondrá a obtenerlo.
El orgullo está implicado con frecuencia en muchas de nuestras peores decisiones.
A veces sabemos que una relación está mal, pero la vergüenza de irse parece peor que quedarse. Otras veces, comenzamos un negocio y nos percatamos de que en realidad no nos gusta tanto o nos negamos a aceptar que necesitamos cambiar o pedir ayuda. En estos casos, nuestro orgullo se está interponiendo en nuestro camino. Estamos tomando decisiones basadas en cómo imaginamos que la gente percibe nuestra vida, no en cómo esta es en realidad. Esto no solo es impreciso, sino también muy poco sano.
Para superar nuestro apego al orgullo, tenemos que empezar a vernos a nosotros mismos de manera más integral y honesta.
En vez de creer que necesitamos demostrarles a todos los que nos rodean lo perfectos e intachables que somos, podemos pensarnos de manera más realista: como personas que, a pesar de nuestras debilidades, intentamos dar lo mejor de nosotros mismos. Al final, es mucho peor aferrarse a lo que está mal porque te importa el qué dirán que dejarlo ir porque eso es lo correcto para ti. Las personas te respetarán mucho más si puedes admitir que eres una persona imperfecta —como todos los demás— que aprende, se adapta e intenta dar lo mejor de sí.
Cuando alcanzas esta mentalidad, también te abres al aprendizaje. Al no asumir que lo sabes todo o que necesitas parecer perfecto, puedes reconocer cuándo te equivocas, pedir ayuda y apoyarte en los demás. De esta manera, básicamente te abres de nuevo al crecimiento y tu vida mejorará a largo plazo.
En un mundo con tanto dolor, tanto horror y tanta desventura, ¿quiénes nos creemos que somos para tener vidas felices y abundantes?
Ese es el patrón de pensamiento que atraviesan muchas personas. Una de las barreras mentales más grandes que la gente enfrenta es la culpa que surge de tener lo suficiente o más de lo necesario. Esto puede venir de causas muy diferentes, pero a fin de cuentas se reduce a sentirte como si «no merecieras» tenerlo.
Este sentimiento a menudo surge cuando empezamos a ganar más dinero o a tener cosas de mejor calidad. Con frecuencia, las personas sabotearán el aumento de sus ingresos gastando a discreción y sin prudencia o estando menos pendientes de su clientela o su carga de trabajo, porque no se sienten muy cómodos teniendo más que las necesidades básicas, y por ello vuelven a buscar un sentimiento cómodo de carencia.
Cuando se trata del éxito, la culpa es por desgracia una emoción común, en especial para las personas de buen corazón que quieren hacer lo correcto y vivir una vida auténtica.
Por favor, ten en cuenta que la mayoría de las personas que son extremadamente exitosas no tienen culpa de ningún tipo. De hecho, este sentimiento por lo general solo surge cuando te encuentras en el paso entre no tener lo suficiente y tenerlo al fin.
Debes darte cuenta de que el dinero y el éxito son herramientas. Te hacen ganar tiempo y te ofrecen la oportunidad de ayudar, dar empleo, influir y cambiar las vidas de otros. En vez de ver tu éxito como una condición diferenciadora —que siempre te hará sentir mal e incómodo—, concíbelo como una herramienta con la que puedes realizar cosas importantes y positivas tanto en el mundo como en tu propia vida.
¿Qué tan seguido ni siquiera intentamos llevar algo a cabo por temor a hacerlo mal o a equivocarnos?
El miedo a fallar es a menudo algo que refrena a las personas a realizar el trabajo que necesitan para llegar a ser grandiosas en algo, pero también puede tomar otro aspecto más insidioso. Una vez que hemos establecido algo nuevo en nuestras vidas, este miedo puede aparecer como una constante preocupación irracional de que se nos esté «escapando algo», de que nuestra pareja nos esté siendo infiel o de que estemos a un paso en falso de perderlo todo.
Estos pensamientos catastrofistas ocurren cuando queremos protegernos de una pérdida potencial. Solo surgen cuando al fin hay algo que nos importa lo suficiente y que de verdad queremos conservar.
Fallar porque estás intentando algo nuevo y arriesgado es distinto a fallar porque no actúas ni trabajas, ni te responsabilizas de tus acciones.
Son dos experiencias muy diferentes y deberían estar separadas en tu mente.
Por aterrador que pueda ser el hecho de no ser grandioso en algo al principio o incluso de sufrir una pérdida, es aún peor no haber intentado nunca nada y ser siempre evasivo. El fracaso es inevitable, pero tienes que asegurarte de que está ocurriendo por las razones correctas.
Si fallamos por negligencia, necesitamos retroceder un paso. Pero cuando fallamos porque estamos intentando nuevas hazañas, nos acercamos un paso a lo que va a funcionar.
Cuando les restamos importancia a nuestros triunfos en la vida, o bien estamos tratando de parecer menos impresionantes para que los demás no se sientan amenazados y así nos quieran más, o bien estamos tratando de evitar la sensación de que lo hemos «logrado» porque tenemos miedo de alcanzar nuestra cima.
Aunque muchos de nosotros ansiamos el momento de sentir que al fin hemos llegado y alcanzado el grado de éxito que tanto deseábamos, cuando lo recibimos a menudo sentimos que este no es tan grandioso ni tan impresionante, o que no nos hace sentir tan bien como creíamos que lo haría.
Esto pasa porque lo minimizamos. La idea de haber «logrado» algo hace que el hecho de estar conquistando la cumbre nos atemorice y que, por lo tanto, intentemos no alcanzarla. Si reconocemos que ya hemos llegado, ¿qué metas nos quedan? Es una sensación semejante a la muerte, así que, en vez de enfrentarnos a ello, buscamos otro objetivo por el cual trabajar.
De igual forma, cuando estamos con otras personas, intentamos no ser soberbios porque nos han enseñado que esto es algo malo (y, de hecho, lo es cuando se hace de manera poco sana). Tenemos la sensación de ser «mejores» que los demás porque hemos logrado algo, y esto hace que nos sintamos incómodos porque sabemos que es una idea falsa y excesiva.
Todos podemos reconocer y apreciar los distintos logros y talentos de los demás y, al mismo tiempo, sentirnos felices por los propios. En vez de encogernos de hombros ante un cumplido, podemos responder diciendo: «Gracias, me he esforzado y estoy muy feliz de haber llegado hasta aquí».
Si el temor es llegar a la cima muy pronto, tenemos que reformular nuestra idea de progreso. No mejoramos simplemente para empeorar otra vez. No alcanzamos un logro solo para perderlo y regresar a la situación anterior. Dicho instinto es una conducta de autosabotaje que quiere mantenernos dentro de nuestra antigua zona de confort.
En cambio, podemos reconocer que, cuando un aspecto de nuestra vida mejora, esto se extiende a todo lo demás. Cuando alcanzamos un logro, estamos mejor equipados para el futuro. La vida tenderá a mejorar poco a poco mientras sigamos trabajando en ello; solo empeora si, al lograr algo, nos detenemos porque nos intimida nuestro propio potencial.
Esta es la forma más común de sabotear el propio éxito: conservando hábitos que nos mantienen activamente alejados de nuestras metas.
Esto ocurre cuando alguien afirma que quiere estar en mejor forma física, pero no cambia nada de su rutina diaria para favorecer tal propósito. O cuando quiere realizar un cambio profesional, pero encuentra la manera de hacer que esto le sea difícil, si no imposible.
Lo medular de estas conductas es que una parte de nuestra psique entiende que deberíamos estar evolucionando y avanzando en nuestras vidas, mientras que la otra se siente intimidada por el posible malestar que aquello podría suscitarnos. Por lo general, esto culmina en tanta tensión y frustración internas que se llega a un límite, y los cambios se hacen a partir de ahí.
Sin embargo, la meta es que no tengas que llegar a un punto crítico en tu vida para tomar conciencia de las formas en que te estás impidiendo vivir en paz y con bienestar.
Define salud en tus propios términos. ¿Cómo es una vida saludable para ti? ¿Cómo te haría sentir y qué estarías haciendo?
No te fijes en la definición de «saludable» de los demás, pues todos somos personas diferentes con necesidades, preferencias y horarios distintos.
En vez de eso, determina qué te hace sentir mejor a ti. Decide qué combinación de dieta saludable, ejercicio y sueño es la correcta para ti y apégate a ella. Como tantas cosas, los hábitos sanos se crean mejor de forma gradual. En vez de intentar forzarte a hacer una hora de gimnasio a las seis de la mañana, trata de hacer quince minutos o, por ejemplo, acude a una clase que de verdad disfrutes o ve en un horario que se adapte mejor a tu agenda.
Póntelo fácil para tener éxito. Prepara tus comidas o ten agua cerca de tu escritorio para que puedas darle sorbos en el transcurso del día. Condiciónate poco a poco a preferir hábitos sanos, que realmente se adapten a tu estilo de vida.
Otra manera muy común de sabotearse es distrayéndote hasta el punto de estar por completo alejado de tu vida.
Las personas que siempre están «ocupadas» están huyendo de sí mismas.
Nadie está «ocupado» a menos que quiera estar ocupado, y eso lo sabrás porque muchas personas con agendas bastante apretadas nunca se describirían a sí mismas de esa manera. Esto es porque estar «ocupado» no es una virtud: solo les muestra a los demás que no sabes cómo administrar tu tiempo o tus tareas.
Estar ocupado transmite un mensaje de importancia: suele hacer que parezcas un poco inalcanzable para los demás. También agobia al cuerpo para que solo pueda centrarse en las tareas más inmediatas. Estar ocupado es la mejor forma de distraernos de lo que en verdad está mal.
Si tu agenda es imposible, nunca serás tan eficaz y productivo como podrías. Si este es el caso, tu primer trabajo tendrá que ser optimizar y priorizar tus labores en orden de importancia, delegar cualquier cosa que puedas y soltar lo demás.
Si tu problema es que de manera intencional generas caos y ajetreo en tu día cuando no hay necesidad de ello, tienes que aprender a sentirte cómodo con la simplicidad y la rutina. Comienza por anotar diariamente las cinco tareas pendientes principales que necesitas hacer, y céntrate en sacar adelante esas y solo esas.
Puede que tengas que enfrentarte a la sensación de «protección» que te aporta el estar ocupado. ¿Te hace sentir más importante que los demás? ¿Te da una excusa para decir que «no» a ciertos planes o para evitar a algunas personas? Necesitas buscar maneras más sanas y productivas de abordar estos sentimientos, tales como encontrar una autoconfianza genuina en lo que haces, creando algo de lo que estés orgulloso, o como establecer mejor tus límites y necesidades en las relaciones sociales, de manera tranquila pero firme.
Es verdad que gran parte de nuestra vida está moldeada por las personas con las que pasamos tiempo. Ahora bien, las compañías que uno tiene son otra forma común de autosabotearse.
Es probable que puedas pensar en algunas personas de tu vida que te estresan, te hacen sentir inseguro y, sin embargo, te hacen volver a por más. Estas relaciones existen en el extremo menos denso del espectro de la toxicidad, pero, aun así, son contraproducentes.
Si te encuentras preocupado porque alguna amistad o relación en particular te está haciendo sentir casi adicto a la sensación de ser «menos que» o estar «celoso de», necesitas retirarte poco a poco de ahí. Para ello, no tienes por qué ser grosero, brusco ni excluir a nadie de tu vida.
Sin embargo, sí necesitas entender que las personas con quienes pasas más tiempo determinarán tu futuro de manera irrevocable, y por eso debes elegirlas con sabiduría.
Construye un círculo de personas que te brinden apoyo y motivación, que tengan metas similares a las tuyas y que disfruten de pasar tiempo contigo. Deberías salir de las quedadas sintiéndote lleno de energía y motivado, no cansado ni molesto.
Encontrar tu grupo de amigos ideal requiere tiempo, y puede que no los conozcas a todos a la vez. Podrías empezar invitando a alguien a quien admiras a tomar un café o proponerle a alguien con quien te gustaría retomar el contacto realizar alguna actividad. Reconstruye tus vínculos despacio y de manera genuina, y luego refuérzalos y cuídalos lo más que puedas.
Otra manera muy típica de sabotearse sin darse cuenta es preocupándote por tus miedos a los peores escenarios.
Lo siguiente tal vez te resulte familiar, al menos hasta cierto punto: tienes un pensamiento raro o muy improbable que desata una intensa sensación de amenaza y miedo y una serie de escenarios «apocalípticos» en tu cabeza. Entonces, vuelves ese pensamiento de manera recurrente hasta que este incluso llega a controlar parte de tu vida.
Los miedos irracionales, en especial los que menos probabilidades tienen de hacerse realidad, son a menudo aquellos en los cuales proyectamos nuestros verdaderos miedos. Estos miedos irracionales son seguros porque, muy en el fondo, sabemos que no van a ocurrir. Son sustitutos, una manera de expresar los sentimientos que en realidad tenemos bajo la forma de algo que sabemos que no va a pasar.
Cuando te encuentres en un patrón cíclico de miedo, donde constantemente se repita alguna circunstancia o situación aislada con muy poca probabilidad de volverse realidad, ya sea extraña, casual o sin importancia, pregúntate si tienes algún sentimiento respecto a algo relacionado con eso que sea válido.
Por ejemplo, si te da ansiedad ir como pasajero en un coche, pregúntate si tu miedo es a «avanzar» o a estar «fuera de control». O si sientes ansiedad ante la posibilidad de que te despidan del trabajo, en realidad tu miedo podría ser a la idea de no ser digno de otro puesto o de ser humillado por un superior.
En vez de desperdiciar toda tu energía tratando de controlar alguno de los peores escenarios que se te ocurren, identifica cuál puede ser el mensaje del miedo y qué te está diciendo que necesitas en tu vida.
Si el miedo fuera una metáfora abstracta, ¿cuál sería su significado? ¿Es la repentina pérdida de ingresos un símbolo de tu deseo de seguridad? ¿Es el miedo al futuro una señal de no estar viviendo con plenitud este momento? ¿Es tu ansiedad ante la toma de decisiones un indicio de que sabes lo que quieres en realidad, pero estás muy atemorizado para elegirlo?
En el centro de lo que más tememos hay un mensaje que intentamos enviarnos acerca de lo que de verdad nos preocupa. Si logramos identificar lo que queremos proteger, podremos encontrar maneras más sanas y seguras de hacerlo.
Aun si puedes entender de manera cognitiva las conductas de autosabotaje, a veces el cambio más difícil es reconocer que estamos cayendo en ellas.
De hecho, a veces las señales son tan sutiles que apenas se reconocen, y a menudo no las percibimos hasta que se vuelven extremadamente problemáticas o alguien más nos las señala. Algunos de los síntomas más prominentes del autosabotaje son los siguientes:
Pasas más tiempo preocupándote, devanándote la cabeza y centrándote en lo que esperas que no ocurra del que pasas soñando, desarrollando estrategias y planeando lo que haces.
Estás más empeñado en llegar a ser el tipo de persona que provoca la envidia de sus supuestos enemigos —a quienes pone como prioridad sin importarle nada más— que en el tipo de persona a la que quieren su familia y sus amigos.
No conoces datos esenciales de tu vida, como la cantidad de dinero que debes o el sueldo de otras personas de tu entorno que desempeñan un trabajo similar al tuyo. Cuando te enfrascas en una discusión, huyes hasta que se te olvida, en vez de hablar de lo que está mal y proponer una solución. En otras palabras, te encuentras en estado de negación, por lo que cualquier esperanza de sanar es vana.
Prefieres publicar fotos que hagan parecer que te lo pasas genial que preocuparte de si en efecto te lo pasas bien. Te esfuerzas más en tratar de convencer a todos de que te está yendo bien que en ser honesto y conectar con personas que podrían ayudarte o apoyarte.
Piensas más en si tus acciones atraerán o no la aprobación de «la gente» (por cierto, ¿quiénes son «la gente»?) que en si realmente te harán sentirte realizado y contento con la persona que eres.
Si llegas a un punto en que lo más aterrador y perjudicial a lo que te enfrentas es el miedo a si podrás manejar o no tus propias emociones, eres tú quien se interpone en tu propio camino —ninguna otra cosa.
Si estás haciendo «todo lo que se supone que debes hacer» y aun así te sientes vacío y deprimido, el problema es que no estás haciendo lo que en realidad quieres; más bien, estás persiguiendo una idea ajena sobre la felicidad.
En vez de incitar una guerra contra ti mismo para vencer tu sobrealimentación, tu gasto excesivo, tu consumo de alcohol, tu afición al sexo —cualquier cosa que sepas que debes mejorar—, pregúntate qué necesidad emocional intentas satisfacer con ello. Hasta que no lo hagas, estarás luchando contra eso para siempre.
El sesgo de negatividad nos hace creer que las cosas «malas» son más reales que las buenas. A menos que mantengamos esa propensión a raya, podemos terminar creyendo que todo lo que tememos es más real que las cosas buenas que sí son reales.
Tu fuerza de voluntad es un recurso limitado. Solo dispones de una determinada cantidad de ella al día. En vez de usarla para tratar de volverte bueno en todo, determina qué es lo más importante para ti. Centra tu atención en eso y deja que todo lo demás pase desapercibido.
Nos criamos con la ilusión de que el éxito es lo que reciben las personas más meritorias, talentosas o privilegiadas. Sin embargo, cuando llegamos nosotros, nos damos cuenta de que lo construyen aquellos que encuentran un punto de intersección entre sus intereses, sus pasiones, sus habilidades y un nicho de mercado. Échale un poco de perseverancia, pues la única manera de fallar es darse por vencido.
No eres la persona que eras hace cinco años. Así como tú evolucionas, también lo hace tu autoimagen; por lo tanto, asegúrate de que esta sea certera. Date crédito por todo lo que has superado y que nunca pensaste que podrías lograr, y por todo lo que has construido y nunca pensaste conseguir. Has llegado mucho más lejos de lo que piensas y estás mucho más cerca de lo que quieres de lo que te das cuenta.
En parte, el motivo por el que frecuentemente nos autosaboteamos o sentimos un intenso conflicto interno se debe a algo llamado «compromisos fundamentales», que se trata en esencia de tu objetivo o intención principal en la vida.5
Tus compromisos inconscientes son básicamente las cosas que más deseas y de las que a menudo ni siquiera eres consciente. Puedes identificar tus compromisos fundamentales observando las cosas que te acarrean más dificultades y las cosas que más te impulsan. Si puedes ir descartando tus aparentes motivaciones hacia ellas, encontrarás una causa raíz. Cuando encuentres la misma causa raíz para todo, habrás encontrado un compromiso fundamental.
Las personas solo parecen irracionales e impredecibles hasta que entiendes sus compromisos fundamentales.
Por ejemplo, si alguien tiene el compromiso fundamental de sentirse libre, puede estar saboteando oportunidades laborales para lograrlo. Si el compromiso fundamental de alguien es sentirse querido, podría terminar en una serie de relaciones en la que sienta una intensa conexión, pero evade el compromiso por miedo a que la chispa se «apague». Si el compromiso fundamental de alguien es tener el control de su vida, puede que sienta una ansiedad irracional ante cosas que representen una pérdida de control. Si el compromiso fundamental de alguien es que los demás lo quieran, puede que simule no estar preparado para ciertos aspectos de la vida porque, si no necesitara de los demás, podrían no hacerle caso.
Pero lo más importante es entender que tus compromisos fundamentales son en realidad una fachada de tus necesidades fundamentales. Tu necesidad fundamental es lo opuesto a tu compromiso fundamental. Tu necesidad fundamental es también otra forma de identificar tu propósito. Por ejemplo, si tu compromiso fundamental inconsciente es tener el control, tu necesidad fundamental es la confianza. Si tu compromiso fundamental inconsciente es que los demás te necesiten, tu necesidad fundamental es saberte querido. Si tu compromiso fundamental inconsciente es que los demás te quieran, tu necesidad es el amor propio.
Mientras menos alimentes tu necesidad fundamental, más «escandalosos» serán los síntomas de tu compromiso fundamental.
Si eres una persona que necesita confianza y que, por lo tanto, está preocupada por tener el control, entonces, mientras menos apoyo creas recibir, más se van a desbordar tus mecanismos negativos de afrontamiento. Esto podría manifestarse bajo patrones disruptivos en la alimentación o bajo un autoaislamiento o bien bajo una fijación extrema por tu apariencia física. Si estás preocupado por la libertad y, por ello, necesitas cierta sensación de autonomía, entonces, mientras menos edifiques una vida bajo tus propios términos, más vas a sabotear las oportunidades y a sentirte agotado y exhausto cuando «deberías» sentirte feliz.
Mientras más tiendas a satisfacer tus necesidades fundamentales, más van a desaparecer los síntomas de tus compromisos.
Una vez que comprendas lo que una persona quiere de verdad, podrás explicarte las complejidades de sus hábitos y conductas. Podrás predecir al detalle lo que hará en cualquier situación. Más importante aún, una vez que comiences a preguntarte qué quieres de verdad, podrás dejar de luchar contra los síntomas y dedicarte al único problema que siempre ha existido en tu vida: vivir sin estar alineado con tus necesidades fundamentales y, por lo tanto, con tu propósito fundamental.
Hay una diferencia entre entender por qué nos autosaboteamos y el acto de no hacerlo ya.
Esto quiere decir que, una vez que entendemos cuáles son la raíz y el propósito de la conducta, los ajustamos. Los adaptamos. Superar el autosabotaje no es solo cuestión de entender por qué te autolimitas, sino de poder actuar en la dirección que quieres y necesitas, incluso si te resulta incómodo al principio o detona en ti alguna emoción.
Esta es una parte muy importante del proceso, porque, en esencia, tendrás que afrontar exactamente las emociones que has tratado de evadir.
Cuando dejes de caer en una conducta de autosabotaje, comenzarán a surgir emociones reprimidas de las que no eras consciente, y puede que te sientas incluso peor que antes.
La cuestión de superar el autosabotaje es que a menudo no necesitamos que nos digan qué hacer. Sabemos lo que queremos y sabemos lo que necesitamos. Es solo que nos detiene nuestro miedo a sentir. Para empezar a desmontar este patrón emocional de retención, podemos trabajar a través de los siguientes puntos para encontrar más alivio y espacio y libertad mientras renovamos nuestras vidas.
El primer sentimiento al que probablemente te enfrentarás será la resistencia. Es esa sensación generalizada de estar «estancado» o de que sientas tu cuerpo tan tenso que esté casi «agarrotado», como si estuvieras chocando contra una pared. Este sentimiento es por lo general una emoción de enmascaramiento que previene que seas consciente de las sensaciones subyacentes, que son más intensas.
Cuando empieces a sentir resistencia, no busques simplemente que «se pase rápido». En efecto, esto provocará que te sigas chocando contra la misma pared. Reforzarás la conducta de autosabotaje, pues no estás resolviendo de verdad el problema si solo tratas de ignorarlo.
En vez de eso, comienza a plantearte las preguntas adecuadas.
¿Por qué me siento así?
¿Qué me está tratando de decir este sentimiento acerca de la acción que estoy tratando de realizar?
¿Hay algo que necesito aprender de esto?
¿Qué debo hacer para atender mis necesidades en este momento?
Luego, tienes que reconectar con tu motivación o tu visión de vida. Ten claro por qué quieres emprender dicha acción y cambiar. Cuando tu motivación sea tener una vida diferente y mejor, verás que gran parte de la resistencia se desvanecerá porque te estará impulsando una motivación más grande que tu miedo.
En otros casos, puede que te topes con otras emociones, como la ira, la tristeza o la sensación de ser insuficiente. Cuando dichos sentimientos aparecen es muy importante darles espacio. Esto significa dejar que se aviven en tu cuerpo y observarlos. Mira qué partes se ponen tensas o se sienten oprimidas a causa de ellos. Siente lo que estos quieran hacerte sentir. No hay nada peor que el miedo a una emoción, pues frecuentemente la experiencia misma no es más que una tensión física en torno a la cual nos hemos creado una historia.
Recuerda que muchos de estos sentimientos pueden tener su origen en algo relacionado con la conducta de autosabotaje. Si estás molesto por cómo alguno de tus padres te ha tratado, quizá no te sorprenda que los sentimientos fundamentales por los cuales ahora saboteas tus relaciones sean el enojo y el recelo. Por lo regular, los sentimientos asociados con el autosabotaje no son casuales. De hecho, pueden llevarnos a comprender de manera más aguda qué necesitamos realmente y cuáles son los problemas internos que todavía no hemos resuelto.
Para soltar por completo esos sentimientos una vez que seas consciente de ellos, trata de escribirte una carta a ti mismo. Escribe algo dirigido a una versión más joven de ti o hazlo desde la perspectiva de tu versión futura. Escribe un mantra o un manifiesto. Recuérdate que te amas demasiado como para conformarte con menos o que está bien enfadarse ante circunstancias injustas o frustrantes. Date espacio y experimenta la profundidad de tus emociones para que estas no controlen tus conductas.
La lección final y más importante para superar el autosabotaje es aprender a desconectar la acción del sentimiento.
No estamos estancados en la vida porque seamos incapaces de cambiar. Estamos estancados porque no tenemos ganas de hacerlo, y, por lo tanto, no lo hacemos.
La verdad es que puedes identificar lo que quieres, saber que, sin duda, es lo adecuado para ti y, simplemente, no tener ganas de tomar la acción requerida para seguir ese camino.
Esto ocurre porque, en esencia, nuestros sentimientos están configurados como sistemas de confort. Producen una sensación «buena» cuando estamos haciendo lo que siempre hemos hecho —permanece como algo conocido—. Para nuestros cuerpos, esto se registra como «seguridad». En otros casos, los logros o cambios que nos ponen muy contentos son aquellos que también nos brindan un mayor grado de seguridad. Si de alguna manera dicho logro nos pone en riesgo o nos expone a algo desconocido, al principio no vamos a estar contentos con eso, incluso si se trata de un positivo neto*1en nuestras vidas.
Sin embargo, podemos entrenarnos para terminar prefiriendo conductas que nos resulten beneficiosas. Así es como reestructuramos nuestras zonas de confort. Empezamos a ansiar lo que hacemos repetidamente, aunque a menudo nos sintamos incómodos al principio. El truco está en poder ignorar ese titubeo inicial para guiar nuestras vidas mediante la lógica y la razón, y no a través de las emociones.
Aunque tus emociones siempre son válidas y necesitan ser validadas, no suelen ser un referente certero de lo que puedes hacer en la vida. No siempre son un reflejo preciso de la realidad. Lo único que saben tus sentimientos es lo que hiciste en el pasado, y están apegados a aquello que ya les ha brindado confort en alguna ocasión.
Puede que te sientas como si no valieras, pero por supuesto que vales. Puede que sientas que no hay esperanza, pero por supuesto que la hay. Puede que sientas que le caes mal a todo el mundo, pero quizás es una burda exageración. Puede que pienses que todos te juzgan, pero esta es una percepción errónea.
Más importante aún: puede que te sientas incapaz de pasar a la acción, cuando por supuesto que puedes hacerlo. Tan solo no te sientes dispuesto porque no estás acostumbrado.
Usando la lógica y la imaginación para guiarnos, podemos identificar una vida diferente y mejor. Cuando soñamos con ella, nos sentimos en paz y motivados. Para alcanzar esta versión de nuestra vida debemos vencer nuestra resistencia y malestar. No nos sentiremos felices al principio, sin importar qué tan «buenas» sean esas acciones para nosotros.
Es esencial que aprendas a pasar a la acción antes de que tengas ganas de hacerlo. Pasar a la acción hace que el impulso crezca, y fomenta la motivación. Estos sentimientos no vendrán a ti de manera espontánea: tienes que generarlos. Tienes que inspirarte, tienes que moverte. Simplemente tienes que comenzar y dejar que tu vida y tu energía se reorienten hacia las conductas que harán que tu vida avance y no hacia aquellas que te están estancando.