Toda mercancía es una unidad de dos opuestos: por un lado, la mercancía es un valor de uso; por otro lado, es un valor de cambio (en realidad, un valor: recordemos que el valor de cambo es sólo la forma fenoménica del valor). Pero valor de uso y valor de cambio son antagónicos: la mercancía o se utiliza como valor de uso o se utiliza como valor de cambio. Si se utiliza como valor de uso, entonces la mercancía es consumida y deja de ser intercambiada; si se utiliza continuamente como valor de cambio, la mercancía no llega a desplegar su naturaleza como valor de uso para ninguno de sus compradores. «La transformación de una mercancía en un mero valor de uso (producto) elimina la esencia del valor de cambio» (Marx [1862-1863b] 1989, 132).
En este sentido, un sistema económico que se dedicara a la producción de mercancías prioritariamente como valores de uso sería un sistema económico muy distinto a aquel que se dedique a la producción de mercancías prioritariamente como valores. En el primer caso, el intercambio sería un medio para el fin superior de la producción, mientras que en el segundo la producción será un medio para el fin superior del intercambio (Marx [1857-1858] 1986, 131). El capitalismo no es simplemente un modo de producción donde predomine la mercancía como forma social de riqueza, sino un modo de producción donde predomina el carácter de valor de la mercancía sobre su carácter de valor de uso: en el capitalismo no se recurre al intercambio de mercancías como forma de maximizar la producción de valores de uso, sino que se producen mercancías como forma de acumular valor a través de su perpetua circulación. Por tanto, el capitalismo es un sistema donde el contenido material de las mercancías, los valores de uso, se ven alienados (anulado) por la forma social que adoptan, por su valor: todo tiende a convertirse en un valor y ese valor somete al valor de uso. Las cualidades de los objetos se reducen a meras cantidades de valor (Arteta 1993, 266).
En principio, cabría concebir metafísicamente la existencia de economías mercantiles no capitalistas donde las mercancías cumplieran prioritariamente un papel como valor de uso y no como valor. Sin embargo, y como ya adelantamos al comienzo del anterior capítulo, las contradicciones inherentes a la forma social de la mercancía hacen inevitable, para Marx, que toda economía mercantil se estructure en forma de economía capitalista. La mercancía contiene en sus entrañas el capital. Para demostrarlo, expondremos la evolución lógica que necesariamente sigue la mercancía hasta convertirse capital pasando por su conversión en dinero.
Podemos resumir en el siguiente esquema la evolución del expansivo rol social que va desempeñando la mercancía dentro de los diversos modos de producción históricos.
En un comienzo, las sociedades precapitalistas de autosubsistencia (el comunismo primitivo) fabricaban colectivamente bienes económicos para consumirlos de manera directa y no para intercambiarlos en el mercado: allí donde la producción de bienes de consumo básicos ocupa toda la jornada laboral, por necesidad el sistema económico tan sólo produce valores de uso (esta fase se correspondería con lo que hemos denominado «etapa A» en nuestro esquema: producción exclusiva de valores de uso propios). Pero conforme esas economías ven incrementada su productividad y van acumulando excedentes, es decir, conforme devienen capaces de producir más bienes económicos de los que estrictamente necesitan para sobrevivir, parte de esos excedentes económicos puede dirigirse a ser intercambiados vía trueque por los excedentes productivos de otras comunidades (Marx [1859] 1987, 360).
Figura 2.1

Las franjas indican las etapas en las que existen mercancías.
Fuente: Adaptado de Cohen ([1978] 2001, 81).
Asistimos así «al comienzo de la transformación de los valores de uso en mercancías» (Marx [1859] 1987, 290), aunque todavía en una etapa muy germinal, puesto que ese intercambio no está motivado por la obtención del valor de cambio (esta fase es la que hemos denominado «etapa B» en nuestro esquema y podría identificarse con la transición desde el comunismo primitivo a otras estructuras económicas: producción para el intercambio pero no motivada en la obtención del valor de cambio). En ese momento, los productos intercambiados son valores de uso tanto para el productor cuanto para el potencial comprador; es decir, los bienes que se dedican al intercambio entre comunidades son bienes que podrían haber sido consumidos por la propia comunidad que los ha producido pero que finalmente han sido intercambiados porque ha resultado mutuamente conveniente hacerlo. Estamos, esencialmente, ante un intercambio directo de valores de uso:
x cantidad del valor de uso A = y cantidad del valor de uso B
Esos productos intercambiados no cabe considerarlos mercancías desde su mismo origen, puesto que han sido fabricados como valores de uso que sólo eventualmente llegan a intercambiarse: es decir, esos productos sólo se vuelven mercancías una vez que son intercambiadas, pero no antes (C1, 2, 181). Para que un bien sea una mercancía desde su mismo origen, ese bien ha de haber sido producido con el propósito de intercambiarlo y no por su utilidad directa para el productor: ha de producirse para cosechar el valor de cambio de la mercancía. Es decir, ese bien deberá ser un no-valor de uso para su propietario: «Todas las mercancías son no-valores de uso para sus propietarios y valores de uso para sus no propietarios» (C1, 2, 179). A la postre, si la mercancía fuera un valor de uso para su poseedor, «no la llevaría al mercado para ser intercambiada» (C1, 2, 179) o, al menos, no lo haría de manera sistemática. Al ser no-valores de uso para sus productores y valores de uso para sus no productores, esos bienes sí son creados desde un comienzo como valores de cambio (C1, 2, 182), puesto que son el medio con el que sus productores accederán, a través del intercambio, a los valores de uso que sí desean.
Inevitablemente el intercambio esporádico de valores de uso ha de dar pie a la producción especializada de valores de cambio: y es que si los miembros de una comunidad se acostumbran a acceder a parte de los bienes que consumen a través del intercambio, deberán focalizarse en producir valores de cambio para seguir adquiriendo esos productos ajenos. Es más, en la medida en que la práctica comercial se normalice desde un punto de vista social, el comercio también comenzará a practicarse dentro de la propia comunidad y no sólo entre comunidades: «La necesidad por los objetos de utilidad ajenos se consolida. La repetición constante [del intercambio] se convierte en un proceso social normalizado. Con el paso del tiempo, por tanto, una parte de los productos han de ser fabricados intencionalmente con el propósito de intercambiarlos» (C1, 2, 182). En el momento en que algunos bienes se producen deliberadamente para intercambiarlos por otros bienes, pasamos del intercambio directo de valores de uso al intercambio directo de mercancías, aun cuando no se haga con el propósito de maximizar el valor de cambio obtenido recíprocamente:
x cantidad de la mercancía A = y cantidad de la mercancía B
Sería a partir de este momento (que coincide con la «etapa C» de nuestro esquema y que podría identificarse con las prácticas comerciales del modo de producción esclavista o del modo de producción feudal: producción para el intercambio con el objetivo de cosechar el valor de cambio de la mercancía pero sin que se aspire a maximizar ese valor de cambio) cuando propiamente cabe decir que los productos adoptan la forma social de mercancías: los agentes económicos se especializan en producir valores de cambio para distribuirlos a través del mercado. Por eso la emergencia de la producción de bienes para el intercambio «supone históricamente el comienzo de la disolución del comunismo que había evolucionado espontáneamente» (Marx [1857-1858] 1987, 253); es decir, presupone la existencia de propiedad privada individual sobre las mercancías fabricadas por cada productor así como de autonomía contractual para proceder al intercambio de mercancías entre esos productores soberanos e iguales (Marx [1857-1858] 1986, 175; C1, 2, 178). Por eso, además, no toda división social del trabajo requiere la forma social de la mercancía: sólo «los productos de actividades laborales mutuamente independientes y desarrolladas de manera aislada pueden confrontarse como mercancías» (C1, 1.2, 132). Y esa división social del trabajo basada en «el aislamiento [del productor] y su autoubicación como un punto independiente dentro del proceso de producción» (Marx [1859] 1987, 465) descansa sobre un marco institucional específico: la propiedad privada individual y el mercado.
Ahora bien, como decimos, con el mero intercambio simple entre mercancías, el valor de cambio todavía no adquiere una independencia absoluta respecto al valor de uso, una independencia capaz de oprimirlo y alienarlo. Sobre el feudalismo, por ejemplo, Marx nos dice que «el objetivo inmediato y principal de la producción no es el enriquecimiento o el valor de cambio por el valor de cambio, sino la subsistencia del productor como un artesano, como un maestro, es decir, como valor de uso» (Marx [1857-1858] 1986, 436). Y, de hecho, en esta etapa sólo es posible expresar el valor de cambio de una mercancía en términos del valor de uso de otra mercancía (C1, 2, 182). Es lo que denominaremos forma simple del valor (C1, 1.3, 139). Por ejemplo, si «20 yardas de lino = 1 capa», es decir, si 20 yardas de lino valen 1 capa, entonces las 20 yardas de lino están expresando su valor a través de un valor de uso distinto como es la capa. A la mercancía que, dentro de un intercambio, expresa activamente su valor en términos de otra mercancía (en nuestro ejemplo, 20 yardas de lino), Marx la denomina «forma relativa de valor», mientras que a la mercancía que se emplea pasivamente para que otra exprese su valor en ella, (la capa, en nuestro ejemplo), Marx la denomina «forma equivalente de valor» (C1, 1.3, 139-140). En otras palabras, la mercancía cuyo valor queremos medir es la «forma relativa de valor» y la mercancía con la que medimos su valor es la «forma equivalente de valor.
La forma equivalente de valor es lo que a día de hoy denominaríamos numerario (Foley 1986, 20) y su característica esencial es que puede usarse para medir (relativamente) el valor de cualquier otra mercancía salvo el de ella misma (decir que «1 capa = 1 capa» no nos sirve para medir relativamente el valor de la capa). Pero esta medición resulta contradictoria: estamos utilizando un valor de uso (la capa) como forma de medir su opuesto, a saber, el valor (en particular, el valor del lino). Es verdad que, hasta cierto punto, es parecido a lo que hacemos cuando medimos la masa de un objeto (C1, 1.3, 148): entre 1889 y 2018, un kilogramo no era más que la cantidad de masa contenida en una aleación de platino e iridio con forma cilíndrica y guardado en la Oficina Internacional de Pesos y Medidas en Sèvres (Francia). Ese cilindro sería, para Marx, la forma equivalente de valor a través de la cual se expresaría relativamente la masa de todas las otras mercancías (1 kilo de hierro sería una cantidad de hierro con la misma masa que el cilindro usado como patrón). Ahora bien, la masa es una propiedad natural del cilindro, de modo que usamos una característica natural (masa del cilindro) para medir relativamente otra característica natural (masa de otro objeto). Pero el valor, como ya expusimos, no es una cualidad natural de los bienes, sino social (C1, 1.3, 149) y por tanto resulta contradictorio que queramos medir relativamente una característica social a partir de una característica natural: a saber, es problemático que digamos que el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir 20 yardas de lino (el valor de 20 yardas de lino) equivale a una capa.
Como mucho, cabría decir que el tiempo de trabajo concreto socialmente necesario para producir 20 yardas de lino equivale al tiempo de trabajo concreto socialmente necesario para producir una capa. Pero esta afirmación también resultaría contradictoria: si reproducimos exactamente el trabajo concreto necesario para fabricar una capa no creamos 20 yardas de lino, sino otra capa. El tiempo de trabajo del lino y de la capa son tiempos de trabajo concretos de carácter heterogéneo y no cabe afirmar que uno equivale al otro. Por tanto, para que una mercancía pueda actuar como forma equivalente de valor de otra mercancía, resulta imprescindible que tomemos el tiempo de trabajo concreto que se ha empleado en producir esa mercancía como representante de su opuesto, a saber, como representante del tiempo de trabajo abstracto (C1, 1.3, 150-151). Sólo así podremos medir relativamente el trabajo de una mercancía (20 yardas de lino) en el equivalente a un tiempo de trabajo indiferenciado y comparable entre mercancías. En suma, una mercancía puede actuar como numerario de otra mercancía si adoptamos el supuesto simplificador de que el tiempo de trabajo concreto del numerario es un proxy del tiempo de trabajo abstracto. Y una vez que adoptamos ese supuesto, se genera la falsa apariencia de que son las cualidades físicas de esa mercancía las que le permiten medir el valor de otras mercancías (Ramas San Miguel 2018, 87).
El intercambio simple, por tanto, está vinculado a la forma simple de valor en la que una mercancía expresa su valor en términos relativos a las unidades de otra mercancía que actúa como representante del tiempo de trabajo abstracto (C1, 1.3, 153). Y justamente porque medimos el valor en un valor de uso concreto, el valor de cambio no se logra independizar completamente del valor de uso (y acaso por este motivo muchos economistas consideren que el valor de cambio depende del valor de uso). Precisamente por ello, las contradicciones internas del intercambio simple terminan dando paso al intercambio múltiple: es decir, una mercancía no sólo expresa su valor en otra mercancía individual, sino que potencialmente puede expresar su valor en todas las demás mercancías. Una única forma relativa de valor tiene, por tanto, múltiples formas equivalentes. Justamente por ello, a ese caso lo denominaremos forma expandida del valor (C1, 1.3, 154):
x cantidad de la mercancía A = y cantidad de la mercancía B =
= z cantidad de la mercancía C = w cantidad de la mercancía D =
= v cantidad de la mercancía E
Por ejemplo, «20 yardas de lino = 1 capa = 10 libras de té = 40 libras de café = 2 onzas de oro». En este caso, una misma mercancía (el lino) refleja su valor con relación a muy distintos equivalentes (capas, té, café…): es decir, podemos medir el valor del lino en términos relativos a muchos valores de uso distintos, todos los cuales se convierten manifestaciones del trabajo abstracto (C1, 1.3, 156). En la forma expandida de valor la vinculación estrecha entre valor de uso y valor de cambio empieza a disolverse: si es posible expresar el valor de cambio de una misma mercancía en muchos valores de uso distintos, entonces no cabrá hacerlo depender específicamente de ninguno de ellos, sino que deberá ser la expresión de alguna sustancia común que todos ellos compartan y que sea distinta a su cualidad de valores de uso.
Sin embargo, la forma expandida del valor no logra una absoluta separación entre valor de uso y valor de cambio porque no existe un equivalente universal de valor, es decir, no existe una mercancía que actúe como equivalente de valor para todas las demás mercancías, un equivalente universal y homogéneo: no existe una forma social de valor que sea percibida como autónoma e independiente del contenido material que le da soporte. El valor de una mercancía (el lino) puede expresarse en valores de uso muy heterogéneos, todos los cuales miden su valor a pesar de ser cualitativamente muy diferentes entre sí: es decir, el valor del lino se expresa en el valor de uso de muchas otras mercancías, no en una unidad de valor independiente a tales valores de uso.
Ahora bien, de la forma expandida del valor podemos pasar fácilmente a la llamada forma general del valor, donde todas las mercancías expresan relativamente su valor con respecto a un mismo equivalente universal (C1, 1.3, 157). Para ello, basta con que todas las mercancías que actuaban como forma equivalente de valor del lino pasen ahora a utilizar el lino como equivalente común de valor. O dicho de otro modo, el «mundo de las mercancías» adopta la posición de forma relativa de valor frente a una única mercancía que pasa a actuar como forma equivalente de valor (Martínez Marzoa 1983, 47):

En la forma general del valor, un determinado valor de uso, en nuestro ejemplo el lino, se convierte en la manifestación universal del valor: «La forma física del lino cuenta como encarnación visible, como crisálida social general, de todo el trabajo humano». Y a su vez el trabajo concreto y privado con el que se produce el lino «adquiere una forma social general, la de la igualdad con todos los demás tipos de trabajo» (C1, 1.3, 159). Gracias a ello, todas las mercancías, al margen de cuáles sean sus valores de uso específicos, se vuelven comparables entre sí (C1, 2, 180) y, por tanto, todas ellas se presentan «como cantidades coaguladas de trabajo humano indiferenciado» (C1, 1.3, 160). Se completa así la separación entre el valor de uso de la mercancía —determinado por sus propiedades naturales— y el valor de cambio de la mercancía como expresión externa de su valor —determinado por el trabajo humano indiferenciado—. Las yardas de lino ya no son yardas de lino, sino unidades de valor puro y abstracto: la forma social devora el contenido material.
Ahora bien, recordemos que, precisamente porque estamos midiendo el valor de cada mercancía en términos relativos a un equivalente universal, no estamos en realidad midiendo el valor absoluto de cada mercancía (C1, 1.3, 161), sino sólo su valor en relación con el valor de la mercancía que actúa como equivalente universal. Debido a ello, el valor del equivalente universal no puede medirse a través del equivalente universal (20 yardas de lino = 20 yardas de lino). Y también debido a ello, el valor de cambio de una mercancía puede variar aun cuando su valor no lo haya hecho (si varía el valor del equivalente universal) o puede no variar aun cuando su valor sí lo haya hecho (si el valor de la mercancía y el del equivalente universal varían en la misma medida).
Potencialmente, cualquier mercancía puede actuar como equivalente universal de valor, pero cuando socialmente se converge en que sólo sea una mercancía específica la que desempeñe la función de equivalente universal, entonces denominaremos «dinero» a ese equivalente universal. Por ejemplo, si es el oro la mercancía que deviene dinero, todos los valores de cambio de todas las mercancías de todos los productores expresarán su valor de cambio en términos de oro:

Así pues, la economía mercantil, basada en propietarios independientes, termina dando lugar necesariamente a la aparición del dinero:
¿Por qué la propiedad privada termina desarrollándose hasta alumbrar el sistema monetario? Porque el hombre, en cuanto a ser social, necesita intercambiar y porque el intercambio —sobre la base de la propiedad privada— debe evolucionar hasta llegar al valor. Por consiguiente, la mediación que tiene lugar entre los hombres que intercambian no es un proceso social o humano, no es una relación humana; es una relación abstracta de la propiedad privada de unos con la propiedad de otros; y la expresión de esa relación abstracta es el valor, cuya existencia real como valor está constituida por el dinero (Marx [1844b] 1975, 212-213).
El dinero permitirá, como expondremos a continuación, una comparabilidad precisa de todos los valores de todas las mercancías y, por tanto, que cada propietario de mercancías trate de extraer el máximo valor de cambio posible de los intercambios (es decir, permitirá que la forma social de la mercancía se desarrolle hacia la «etapa D» de nuestro esquema anterior, que coincidiría con esa etapa meramente hipotética, y no histórica, de una economía mercantil no capitalista).
Como decimos, una vez que los bienes económicos adoptan la forma social de mercancía, la aparición del dinero resulta inevitable para posibilitar la circulación de las mercancías: «la forma simple de la mercancía es el germen de la forma de dinero» (C1, 1.3, 163). Por circulación, Marx entiende no una sucesión de intercambios aislados de mercancías, sino un flujo continuado de intercambios dentro del conjunto del sistema económico (Marx [1857-1858] 1986, 123), lo cual también incluye consecuentemente la producción recurrente de esas mercancías que permita que los intercambios «sean continuamente renovados» (Marx [1859] 1987, 323). La circulación de mercancías, por tanto, «presupone una división (social) del trabajo desarrollada» (Marx [1859] 1987, 292) y esa división social del trabajo desarrollada —productores independientes y especializados pero a la vez relativamente coordinados a través de la ley del valor— sólo puede mantenerse con el auxilio del dinero.
El dinero tiene una naturaleza dual que le permite desempeñar dos funciones que es imposible que desempeñen las mercancías en su carácter de valores de uso y que son dos funciones esenciales para posibilitar la interacción descentralizada entre productores independientes. Por un lado, el dinero es un medidor de valor y, por otro, es un medio de intercambio (Marx [1857-1858] 1986, 123). ¿Por qué las mercancías, en su faceta como valores de uso, no pueden desempeñar tales funciones? Por un lado, porque los valores de uso no pueden dividirse infinitamente (media cafetera o un octavo de cafetera no sirven para realizar medio café o un octavo de café: simplemente su funcionalidad desaparece al fraccionarla), de modo que no pueden servir para comparar los valores de las diversas mercancías que pretenden intercambiarse; por otro, porque el intercambio de valores de uso requiere de la doble coincidencia de necesidades entre los propietarios de las mercancías que pretenden trocarse (si el individuo A quiere la mercancía y en poder del individuo B, el individuo B ha de querer simultáneamente la mercancía x en poder del individuo A), lo cual obstaculiza y encarece la inmensa mayoría de los intercambios donde esa doble coincidencia de necesidades no se da (Marx [1859] 1987, 291).
Por consiguiente, el dinero es doblemente necesario para la circulación de mercancías, es decir, para mantener una economía basada en la producción y distribución a través del mercado de valores de uso entre productores independientes. Procedamos a examinar con mayor detenimiento cada una de estas dos funciones.
Desde un punto de vista material, las mercancías son valores de uso heterogéneos producidos mediante procesos laborales igualmente heterogéneos. Para volverlas comparables y poderlas intercambiar, es necesario reducirlas todas ellas a tiempo de trabajo homogéneo empleando para tal fin un equivalente universal de valor al que quepa considerar la encarnación del trabajo humano social. El dinero, como equivalente universal de valor socialmente predominante, desempeña esa función de medidor de valores: y la puede desempeñar porque tanto el dinero como el resto de las mercancías son trabajo humano objetivado (valores) y, por tanto, el dinero puede emplearse como equivalente universal de valor (C1, 3.1, 188; Marx [1857-1858] 1987, 172).
A la medición del valor de una mercancía usando al dinero como equivalente la denominaremos «precio» (C1, 3.1, 189). El precio permite convertir o expresar el valor de una mercancía en cantidades imaginarias de dinero, por ejemplo, en «cantidades imaginarias de oro» (C1, 3.1, 192). El precio es, por tanto, «una forma puramente ideal» de medir el valor (C1, 3.1, 189), y se trata nuevamente de una medición relativa, no absoluta: el precio no nos mide directamente la cantidad de trabajo socialmente necesario para fabricar una determinada mercancía, sino únicamente el tiempo de trabajo socialmente necesario para fabricar una mercancía en relación con el tiempo de trabajo socialmente necesario para fabricar una unidad de dinero. Si el precio de un televisor es una onza de oro, ello sólo nos está indicando que el tiempo de trabajo necesario para producir un televisor es el mismo que el tiempo de trabajo necesario para producir una onza de oro: pero ese tiempo puede ser una hora, un día o un año. Por eso, todas las mercancías pueden tener un precio… salvo el dinero: «el dinero no tiene precio […] [pues] tendría que ponerse en relación consigo mismo como su propio equivalente» (C1, 3.1, 189). Dicho de otra manera, por el mero hecho de que expresemos el valor de una mercancía en su forma monetaria, en su precio, eso no significa que «la mercancía […] [sea] un precio […] la mercancía es un valor […] y tiene un precio» (Marx [1857-1858] 1986, 125): un televisor que está a la venta es un valor para su propietario pero no es una determinada cantidad de dinero, sino que su valor nos permite conocer la cantidad de dinero por la que puede intercambiarse.
Sin embargo, esta forma ideal del precio de una mercancía como medición relativa de su valor (y que equivaldría a lo que hoy llamaríamos «precio de equilibrio a largo plazo») no tiene por qué coincidir en todo momento con el precio de mercado al que pueden realizarse los intercambios (cabe la posibilidad de que se den transacciones a precios de desequilibrio), dado que el precio de una mercancía puede verse afectado a corto plazo por otras circunstancias aparte de por su valor; en concreto, una mercancía puede haber sido infraproducida o sobreproducida en el corto plazo con respecto a su demanda, en cuyo caso el precio no reflejará su valor hasta que los desequilibrios respecto a las necesidades sociales hayan desaparecido. Para Marx, «es inherente a la forma-precio de las mercancías» que aparezcan «incongruencias» entre el precio realizado y la magnitud del valor de la mercancía (C1, 3.1, 196), algo que lejos de ser un «defecto» constituye un mecanismo necesario para que prevalezca la ley del valor y se restablezca el equilibrio a largo plazo dentro de la anarquía productiva del capitalismo. Precisamente porque el precio de mercado de una mercancía puede ubicarse temporalmente por encima de su valor cuando esa mercancía se está infraproduciendo —es decir, se ha de entregar por la mercancía una cantidad de trabajo social superior al trabajo social que se ha incorporado en ella—, es por lo que la producción de esa mercancía tenderá a incrementarse; cuando, por el contrario, el precio de mercado de la mercancía se ubique por debajo de su valor debido a que se ha sobreproducido —es decir, se ha de entregar por la mercancía una cantidad de trabajo social inferior al trabajo social que se ha incorporado a ella—, entonces la producción de la mercancía tenderá a reducirse (Rubin [1928] 1990, 64-67). Por consiguiente, es crucial que puedan aparecer incongruencias entre el precio de una mercancía y la magnitud de su valor como reflejo de las incongruencias en el reparto del trabajo social que estén dándose en el mercado: el tamaño de esa incongruencia dará lugar a cambios en la estructura de la división social del trabajo. En el largo plazo, sin embargo, sí «puede decirse que el promedio de los precios de mercado es aquel precio de mercado que representa el valor de mercado» (Marx [1862-1863a] 1989, 429).
Sea como fuere, tal como decíamos, el precio de una mercancía (sea éste un precio de equilibrio o de desequilibrio) sólo expresa la cantidad de dinero por la que puede intercambiarse esa mercancía: el precio no es la cantidad de dinero posterior al intercambio, sino previa a ese intercambio, puesto que las mercancías ya «entran en el proceso de intercambio con un determinado precio» (Marx [1859] 1987, 323). El precio es, por consiguiente, una «proporción imaginaria» entre la mercancía y la cantidad de dinero, de modo que el dinero puede desarrollar su función como medidor de valores «con independencia de la cantidad de dinero realmente existente» (Marx [1857-1858] 1986, 126): aun cuando hubiese muy poco oro en la Tierra, el tiempo de trabajo necesario para producir el oro podría servir como equivalente universal de valor del resto de la mercancía. Lo relevante es comparar el tiempo de producción del oro y el tiempo de producción del resto de las mercancías, al margen de si hay más o menos oro producido. Ahora bien, que con respecto a su función de medidor de valor resulte irrelevante cuántas unidades de dinero existen sobre la faz de la Tierra no implica que la sustancia que subyazca al dinero como medidor de valores también pueda ser una sustancia imaginaria: al contrario, como ya hemos explicado, si el dinero puede medir el valor de las mercancías es porque el dinero es a su vez un producto del trabajo humano, esto es, «es tiempo de trabajo materializado en una sustancia específica, por tanto es valor en sí mismo» (Marx [1859] 1857-1858, 172), de ahí que «su sustancia material sea esencial» (Marx [1857-1858] 1986, 138). No cualquier cosa puede desempeñar la función del dinero como medidor de valores y aquella cosa que desempeñe la función de dinero servirá como numerario en función del tiempo de trabajo necesario para producirlo.
Históricamente, la mercancía que ha tendido a ejercer como medidor de valores, por sus superiores propiedades físicas, ha sido el oro (o la plata): a saber, el oro es homogéneo (y por tanto apropiado como unidad de medida del trabajo humano de carácter abstracto), divisible y a su vez reensamblable (y por tanto apropiado para expresar valores cuantitativamente muy diversos) (C1, 2, 184), además de ser un valor de uso duradero (Marx [1859] 1987, 290). Lo anterior no significa que el dinero puramente simbólico, como el papel moneda inconvertible emitido por los Estados, sea imposible: pero para que éste actúe como medidor de valores será necesario que «el papel moneda represente al oro» (C1, 3.2, 225), porque lo que le permite actuar como numerario es ser un valor y, para ser un valor, es necesario que sea producto del trabajo humano. En última instancia, dentro del imaginario colectivo, la mercancía que actúa como dinero, el oro por ejemplo, se termina convirtiendo en «la encarnación directa de todo el trabajo humano» (C1, 2, 187), en una unidad ideal, abstracta y absoluta de valor: como si el oro midiera directamente el valor, o fuera naturalmente el valor… en lugar de ser un mero valor de uso mediante el que se mide el valor del resto de las mercancías. El tiempo de trabajo concreto del oro devendrá, además, «en una expresión del trabajo humano abstracto» (C1, 1.3, 150), de modo que las horas de trabajo concreto del resto de las mercancías se reducirán a horas de trabajo abstracto al expresarse relativamente en términos de dinero. Así, cuando decimos que el precio de un automóvil es de 1 kilo de oro, no estamos pensando en que el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir un automóvil equivale al tiempo de trabajo socialmente necesario para producir 1 kilo de oro: los agentes económicos tienden a pensar que el precio del automóvil es igual a 1 unidad de valor-oro como forma abstracta del tiempo de trabajo social. No obstante, a este respecto hay que deslindar la función del dinero como medidor de valores de su función como «patrón de precios» (C1, 3.1, 191-192). Aunque el oro, como sustancia material, actúe de medidor de valores, los precios de las mercancías se expresan en unidades estandarizadas de oro que son agregables o divisibles en otras cantidades de oro. Por ejemplo, si denominamos «dólar» a 100 gramos de oro, entonces un automóvil cuyo valor sea equivalente a un kilo de oro tendrá un precio de 10 dólares: el kilo de oro mide (en términos relativos) el valor de la mercancía y el patrón de precios nos permite convertir ese valor monetario en unidades estandarizadas de precios. Por eso, aunque no cambie el valor de una mercancía, su precio podrá cambiar en dos circunstancias. Por un lado, cuando cambie el valor del dinero aun cuando no lo haga el patrón de precios. Por ejemplo, si en nuestro ejemplo anterior el valor del oro cae a la mitad, el precio del automóvil pasará de 10 a 20 dólares: no porque un dólar haya dejado de ser equivalente a 100 gramos de oro, sino porque el valor de 100 gramos de oro ha caído y ahora es necesario entregar 2 kilos de oro a cambio del automóvil. Por otro, cuando cambie el patrón de precios aun cuando no cambie el valor del dinero: si en el ejemplo anterior, un dólar pasa a ser redefinido como 50 gramos de oro, el precio del automóvil pasará de 10 a 20 dólares: no porque haya caído el valor del oro y sea necesario entregar 2 kilos de oro a cambio del automóvil, sino porque 1 kilo de oro ahora equivale a 20 dólares en lugar de a 10. Pero, en última instancia, el patrón de precios no deja de remitirnos a cantidades ideales de dinero y, por tanto, a cantidades de valor contenidas en esa suma ideal de dinero. De ahí que, dentro del capitalismo, la relación social que existe entre productores siempre aparezca mediada por dinero, dado que el auténtico propósito de todo productor especializado de mercancías es crear un valor de cambio en su forma monetaria, es decir, «crear» dinero para, mediante ese dinero, poder influir a través del mercado sobre el resto de los productores de mercancías:
Este nexo social se expresa en el valor de cambio […]. El productor ha de crear un producto general: valor de cambio o, mejor dicho, valor de cambio aislado e individualizado: dinero. Y es que el poder que cada individuo ejerce sobre la actividad de otros individuos o sobre la riqueza social deriva de su cualidad de propietario de valores de cambio, de dinero. Lleva su poder social, y su nexo con la sociedad, en su propio bolsillo (Marx [1857-1858] 1986, 94).
De esa manera, el fetichismo de la mercancía alcanza su máxima expresión bajo la forma del fetichismo del dinero: todo el trabajo social de los hombres aparece mediado por el dinero y se convierte, de hecho, en sinónimo del dinero. Las mercancías dejan de diferenciarse en función de sus heterogéneas cualidades y pasan a igualarse como cantidades de valor abstracto, es decir, como equivalentes del dinero: «Todas las diferencias y proporciones se reducen a las puramente cualitativa» (Marx [1857-1858] 1987, 223). Así pues, un determinado producto, que socialmente actúa como dinero, adquiere la facultad —se le adhiere el fetiche— de representar socialmente el valor, esto es, valor = dinero (Ramas San Miguel 2018, 88-89): «El dinero es el valor general de todas las cosas, encarnado en sí mismo» (Marx [1843b] 1975, 172). Y, en consecuencia, la cooperación de los hombres con los hombres parece que sólo puede articularse a través del dinero: comprando y vendiendo mercancías a cambio de dinero y, por tanto, convirtiendo a las personas en compradores de dinero (es decir, productores y vendedores de mercancía) y en vendedores de dinero (consumidores y compradores de mercancía) (C1, 2, 187). Los seres humanos (H1, H2, H3) llevan sus productos (P) al mercado (M) y reciben dinero (D) a cambio de ellos, y posteriormente llevan su dinero al mercado para adquirir los productos que han fabricado otros seres humanos: el dinero estructura la cooperación social dentro de una economía mercantil. No hay relación productiva humana que pueda desarrollarse sin estar mediada por el dinero y sin, por tanto, someterse a él.
Así pues, el dinero es el resultado de la autoalienación de una cosa (por ejemplo, el oro cede totalmente su contenido material, es decir deja de ser oro como valor de uso para convertirse en la forma social del dinero) que se convierte en un ente autónomo al que todos los productores han de someterse absolutamente. El dinero se convierte a ojos de los individuos atomizados en la «auténtica comunidad» (Marx [1857-1858] 1986, 158) dentro de la que se encuentran con sus prójimos en el «nexo social objetivado» (Marx [1859] 1987, 428) «que me une a la sociedad, que me une a la naturaleza y a los hombres» (Marx [1844a] 1975, 324) dentro de un mundo fragmentado. En suma, el dinero —como mediador de todas las relaciones sociales dentro de una economía mercantil— se convierte en el «dios universal» (Marx [1843b] 1975, 172) al que todos han de rendir culto por cuanto su trabajo privado sólo se transforma en trabajo social si se intercambia por dinero:
Figura 2.2

La relación misma entre los objetos, la actividad del hombre con ellos, se convierte en la actividad de una entidad exterior al hombre y superior a él. A través de este mediador extraño a él —en vez de ser el hombre mismo quien actúe como mediador con otros hombres—, el ser humano pasa a considerar su voluntad, su actividad y su relación con otros hombres como una fuerza independiente de él y de ellos. Su esclavitud alcanza, pues, así el punto culminante. Y no cabe duda de que este mediador se convierte ahora en un dios real, ya que el mediador es la fuerza real sobre todo aquello que media conmigo. El culto a ese dios pasa a ser un fin en sí mismo. Los objetos que se alejen del mediador pierden su valor. Sólo tienen, pues, valor en cuanto representan al mediador, aun cuando en un comienzo pareciera que el mediador tenía valor sólo en la medida en que él los representaba a ellos (Marx [1844b] 1975, 216).
Y como auténtico dios que es el dinero, «se trata de un ser omnipotente» (Marx [1844a] 1975, 323), que «degrada a todos los dioses humanos y los convierte a todos ellos en mercancías» (Marx [1843b] 1975, 172): dado que todas las personas han de pasar por el ojo de la aguja del dinero para poder satisfacer sus necesidades dentro del mercado, todos han de plegarse a los caprichos del dinero. El dinero tiene un poder absoluto sobre ellos que, sin embargo, el propio dinero como objeto no ejerce directamente, sino que le es transferido a su poseedor como mera personificación o brazo ejecutor de la función social del dinero: «Mi fuerza llega hasta donde llega la fuerza del dinero. Las cualidades del dinero son mis propias cualidades y fuerzas esenciales». Por eso, los rasgos que conforman la personalidad de un individuo no vienen ya determinados por su contenido material, sino por la cantidad de dinero que posee (por ser una personificación de una forma social): «Yo soy feo, pero puedo comprarme a las mujeres más bellas del mundo. Por consiguiente, yo no soy feo, porque el dinero anula los efectos de mi fealdad» (Marx [1844a] 1975, 324). Y, al contrario, si carezco de dinero pierdo aquellos rasgos propios de mi personalidad que no puedan realizarse sin dinero, incluyendo mis preferencias: «Si tengo la vocación de estudiar pero carezco de dinero para ello, entonces no tengo vocación de estudiar: si me vocación no es efectiva [si no la puedo pagar], entonces no tengo auténtica vocación» (Marx [1844a] 1975, 325). El dinero, pues, termina no sólo subyugando al hombre sino jibarizando sus rasgos materiales distintivos como ser humano y no como mera personificación del dinero: «El dinero ha despojado de su valor al mundo entero, tanto al mundo de los hombres como a la naturaleza. El dinero es la esencia enajenada del trabajo y de la existencia humana; es la esencia ajena que lo domina y a la que le rinde culto» (Marx [1843b] 1975, 172).
En suma, la naturaleza humana se aliena, se deforma, por la presencia mediadora del dinero que implica la ausencia de nexos sociales directos entre los productores. Y esta absoluta disociación entre los nexos naturales de la humanidad y la forma artificial y asocial que éstos adopta dentro de una economía mercantil, el dinero, será fundamental para explicar más adelante el surgimiento del capital.
El dinero no es sólo un medidor de valores, sino que también actúa como medio de circulación. Para que las mercancías circulen deben ser intercambiadas y deben serlo, además, de un modo recurrente (Marx [1859] 1987, 323). Si las mercancías no llegan a aquellos que las necesitan para consumir (incluyendo el llamado consumo productivo, esto es, el uso de mercancías para producir otras mercancías), entonces no es posible volver a producir esas mercancías ni, por tanto, volverlas a intercambiar: es decir, el dinero ha de facilitar los intercambios para posibilitar la circulación de las mercancías. ¿Y cómo facilita el dinero los intercambios? Intermediando en la compraventa de mercancías, a saber, la venta de una mercancía a su precio (valor monetario, en equilibrio) supone que esa mercancía realiza su precio y la realización del precio permite la adquisición de otra mercancía con idéntico valor monetario: «Se cambia mercancía por mercancía y el dinero aparece simplemente como medio de cambio. El precio de la primera mercancía es realizado en dinero para realizar con ese dinero el precio de la segunda mercancía y obtenerla así a cambio de la primera» (Marx [1857-1858] 1986, 143). El esquema más sencillo en el que el dinero actúa como medio de intercambio es la llamada «circulación simple» (C1, 3.2, 200):
M – D – M
Es decir, el propietario de una mercancía (M), la cual es un no-valor de uso para él, la intercambia por otra mercancía (M), que sí es un valor de uso para él, pero lo hace intermediado por el equivalente universal de valor que es el dinero (D). En lugar de efectuar la «metamorfosis» (C1, 3.2, 200) directamente a través del trueque (M-M), la instrumenta a través del dinero (M-D-M). Podemos, por tanto, desagregar esta metamorfosis social de las mercancías en dos partes:
1. M – D, o transformación de la mercancía en dinero, es decir, venta de la mercancía: En economía basada en la división social y descentralizada del trabajo, los productores producen mercancías para venderlas a cambio de dinero, esto es, para obtener su precio. Pero existen dos situaciones en las que esa transformación de sus mercancías en dinero no se completará o, al menos, no se completará en condiciones que permitan realizar el valor de la mercancía. La primera, cuando las mercancías fabricadas hayan dejado de ser valores de uso para los potenciales compradores (por ejemplo, porque sus preferencias hayan cambiado o porque hayan aparecido otras mercancías que les resultan más relevantes): en este supuesto se incluye también el caso de que, en agregado, se hayan producido demasiadas mercancías de un determinado tipo y, por tanto, no haya demanda suficiente para todas ellas (C1, 3.2, 201-202), puesto que las mercancías sólo siguen siendo valores de uso si la cantidad producida se ajusta al volumen de demanda social por las mismas (C3, 10, 286). La segunda, cuando las condiciones técnicas de producción hayan cambiado y, por tanto, cuando la mercancía contenga mucho menos valor que el tiempo de trabajo que originariamente se dedicó a producirla.
2. D – M, o transformación del dinero en mercancía, es decir, compra de la mercancía: El proceso de circulación de la mercancía concluye cuando el poseedor de dinero lo utiliza para comprar una mercancía que representa un valor de uso privado para sí mismo. En ese momento, tal mercancía deja de intercambiarse adicionalmente (C1, 3.2, 198). Por ejemplo, imaginemos que un productor vende 20 yardas de lino a cambio de 1 onza de oro (D-M) y, posteriormente, utiliza esa onza de oro para comprarse una Biblia (M-D): en ese momento, la Biblia deja de circular y permanece dentro de la esfera patrimonial de su comprador como valor de uso.
Los procesos de producción M-D y D-M son, por un lado, simétricos pero, por otro, antitéticos. La simetría se debe a que todo proceso M-D presupone un proceso D-M: es decir, siempre que alguien vende es porque otro está comprando (C1, 3.2, 207). Por tanto, el proceso M-D-M de una mercancía se entrelaza con el proceso M-D-M de otra mercancía. Por ejemplo, si el productor de lino vende 20 yardas de lino (M1-D) a cambio de una onza de oro y posteriormente la utiliza para comprar una Biblia (D-M2), esa compra de la Biblia supone que una venta para el vendedor de Biblias (M2-D), con la que adquirirá el dinero que necesita para comprar una botella de whisky (D-M3), lo cual a su vez constituirá una venta para el productor de whisky (M3-D), etc. En otras palabras, y a diferencia de lo que sucede en el trueque (M-M): en el caso de los intercambios monetarios (M-D-M), la circulación no concluye aun cuando las mercancías se hayan metamorfoseado en valores de uso privados y salgan de la circulación, puesto que el dinero continúa circulando con intercambios sucesivos de nuevas mercancías (C1, 3.2, 208):
M0 – D – M1 – D – M2 – D – M3 – D – M4…
Es decir, el dinero, como medio de intercambio, siempre permanece en circulación aun cuando las mercancías específicas dejen de circular cuando lleguen a su destino (C1, 3.2, 210).
Pero, a la vez, los procesos M-D y D-M son antitéticos, puesto que la venta y la compra son actos independientes: para comprar necesitamos haber vendido pero vender no implica que vayamos a comprar: los productores de mercancías pueden venderlas a cambio de dinero para, acto seguido, atesorar el dinero y no seguir comprando nuevas mercancías. «Nadie necesita directamente comprar por el hecho de que acabe de vender» (C1, 3.2, 208-209). La posibilidad de diferir temporalmente la compra de nuevas mercancías puede interrumpir su metamorfosis: recordemos que los valores contenidos en las mercancías sólo se realizan una vez que son intercambiadas, de modo que el productor de mercancías puede quedar atrapado con un stock de bienes que son no-valores de uso para sí mismo y que, al no conseguir transformarlos en dinero, le impiden acceder a los valores de uso que necesita. En estos casos, el proceso de transformación de mercancías se vería interrumpido y, si esa interrupción fuera muy generalizada, la economía entraría en crisis por insuficiencia de gasto agregado (tal como desarrollaremos con mucho mayor detalle en apartado 6.2.1 de este primer tomo).
Ahora bien, para que el dinero actúe como medio de circulación, ¿es estrictamente necesario que participe activamente, con su propia sustancia material, en todos y cada uno de los intercambios? No, el dinero, en su función de medio de circulación, puede ser reemplazado por símbolos representativos del dinero, tales como las monedas fraccionarias o el papel moneda inconvertible. Al conjunto de medios de circulación —sean éstos sustancias materiales o símbolos representativos de las mismas— Marx los denomina «moneda» (C1, 3.2, 221): en principio, las monedas deberían ser piezas estandarizadas de dinero, es decir, determinadas cantidades de oro acuñadas de una cierta forma estandarizada que represente esa cantidad de oro (C1, 3.2, 222); sin embargo, dado que el dinero como medio de circulación es en última instancia una unidad imaginaria de una sustancia real, las monedas también pueden ser meramente signos representativos del dinero (C1, 3.2, 223), es decir, un objeto estandarizado que represente una determinada cantidad de oro sin realmente contenerlo. Por consiguiente, ni todo el dinero tiene por qué ser moneda —sólo aquel que se emplea como medio de circulación— ni toda la moneda tiene por qué ser dinero, dado que también pueden serlo los símbolos del dinero.
Precisamente porque el dinero sólo actúa como intermediario entre mercancías —es decir, se vende una mercancía a cambio de dinero para comprar otra mercancía— y no como objeto final de demanda y precisamente porque el dinero en última instancia sólo es una abstracción —una relación imaginaria sobre los términos de conversión del tiempo de trabajo privado en tiempo de trabajo social— resulta innecesario que el dinero, como sustancia material concreta (por ejemplo, el oro), participe activamente en todos los intercambios. Basta con que participe simbólicamente como moneda para posibilitar la circulación de mercancías:
El dinero es un simple representante del precio frente a todas las mercancías, y sirve solamente de medio que permite el cambio de mercancías de igual precio […]. Por tanto, mientras se mantenga en circulación […] su sustancia material, definida como una determinada cantidad de oro o de plata, es irrelevante, mientras que, por el contrario, su cantidad está totalmente determinada dado que tan sólo actúa como un símbolo para una específica cantidad de estas unidades [imaginarias] (Marx [1857-1858] 1986, 146-147).
Tal como señala Marx, la participación activa de la sustancia material del dinero es innecesaria para que éste pueda actuar como medio de circulación: ahora bien, la cantidad de moneda —en su forma material o simbólica— por período de tiempo sí es absolutamente indispensable que sea igual a la suma de los precios realizados por las mercancías vendidas durante ese mismo período de tiempo. Así pues, como medidor de valores, su cualidad ha de estar determinada aunque su cantidad sea irrelevante; como medio de circulación (reemplazado por símbolos representativos), su cantidad ha de estar determinada aunque su cualidad sea irrelevante (Marx [1857-1858] 1986, 146-147).
En particular, la cantidad de moneda en un determinado período de tiempo habrá de ser igual a la suma de los precios de las mercancías intercambiadas dividido entre la velocidad de circulación de la moneda (C1, 3.2, 216): es decir,
, donde M es la cantidad de moneda, P*Q el conjunto de adquisiciones de mercancía y V la velocidad de circulación. Ahora bien, que Marx recurra a la «ecuación cuantitativa del dinero» no significa que acepte la llamada «teoría cuantitativa del dinero»: de acuerdo con ésta, la oferta de moneda es la que determina el nivel de precios siempre y cuando la velocidad de circulación del dinero esté dada; en cambio, Marx defiende justo lo opuesto, a saber, que, para una determinada velocidad de circulación del dinero, los precios determinan la cantidad de dinero en circulación (no es M la que determina P, sino P lo que determina M):
Si la velocidad de circulación está dada, entonces la cantidad de medios de circulación está simplemente determinada por el precio de las mercancías. Por consiguiente, los precios no son altos o bajos porque haya más o menos dinero en circulación, sino que hay más o menos dinero en circulación porque los precios son altos o bajos. Ésta es una de las principales leyes económicas (Marx [1859] 1987, 341).
Recordemos que el dinero es un bien económico cuyo valor (tiempo de trabajo social) termina elevándose a la categoría de equivalente universal del valor del resto de las mercancías, de modo que los precios de las mercancías son iguales al tiempo de trabajo necesario para producirlas en relación con el tiempo de trabajo necesario para producir dinero. El precio (de equilibrio), pues, no depende de la cantidad de dinero en circulación, sino de la ratio de tiempos de trabajo entre el dinero y cada mercancía. Si Marx hiciera depender los precios de las mercancías de la cantidad de dinero estaría yendo en contra de su propia teoría del valor: no sería el tiempo de trabajo de una mercancía la que determinaría su precio, sino la cantidad de dinero en circulación al margen de cuál sea el tiempo de trabajo social contenido en esa mercancía. Pero ¿en qué sentido cabe afirmar que los precios de las mercancías determinan la cantidad de dinero en circulación? ¿Qué mecanismo garantiza el ajuste automático de la cantidad de dinero a los precios de las mercancías? Pues el propio equilibrio de valores en el conjunto de la economía, es decir, la propia ley del valor.
Imaginemos que el valor del dinero se reduce en relación con el valor de las mercancías intercambiadas (esto es, el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir dinero se reduce en relación al tiempo de trabajo socialmente necesario para producir otras mercancías): en tal caso, los precios de las mercancías aumentarán (pues el valor de las mercancías se incrementará en relación al del dinero) y, al mismo tiempo, la producción de nuevo dinero se incrementará (porque requerirá de relativamente menos tiempo para ser producido). Si, por el contrario, el valor del dinero aumenta en relación con el de las mercancías intercambiadas (esto es, el tiempo de trabajo necesario para producir dinero aumenta relativamente), los precios se reducirán y la producción de nuevo dinero se estancará (porque requerirá de relativamente más tiempo para ser producido). La ley del valor ha de cumplirse necesariamente en este caso: por ejemplo, imaginemos que 1 cafetera = 1 gramo de oro porque el tiempo de trabajo para producir ambos bienes es de 10 horas; si, de repente, el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir un gramo de oro pasa a ser de 5 horas pero, el precio se mantiene atado a 1 cafetera = 1 gramo de oro, entonces los productores de cafeteras dejarán de fabricarlas y empezarán a producir oro (pues con diez horas de trabajo en la industria del oro conseguirán 2 gramos de oro, en lugar de sólo 1 gramo si siguen produciendo la cafetera). M es la variable dependiente, no la independiente dentro del esquema monetario de Marx.
La misma regla cabe aplicar al caso en que el medio de intercambio esté basado en el crédito, como por ejemplo las letras de cambio o los billetes de banco: en la medida en que esos medios de intercambio crediticios sean pagaderos en oro, «la cantidad de billetes en circulación estará determinada por las necesidades del comercio y todo billete redundante regresará de inmediato al emisor» (C3, 33, 657). Por consiguiente, también cuando los agentes económicos articulen la circulación de sus mercancías a través del endoso de deuda, «la cantidad de dinero en circulación, tomando como dados la velocidad de circulación y el grado de economización de los pagos, está determinada por el precio de las mercancías y la cantidad de transacciones (C3, 33, 655).
La única excepción a esta regla se da con los símbolos representativos del dinero: si se emite una mayor cantidad de moneda fraccionaria o de papel moneda inconvertible que aquel dinero que dicen representar, entonces el agregado de moneda seguirá representando la misma cantidad de dinero pero cada unidad de moneda representará menos dinero que antes (C1, 3.2, 225). Para Marx, el papel moneda inconvertible es un símbolo representativo del oro: la sustancia que sigue actuando como medidor de valores, aun cuando lo haga mediado por el símbolo del papel moneda inconvertible, es el valor del oro (De Brunhoff [1973] 1976, 35-37; Moseley 2016, 216). Por consiguiente, un incremento en la cantidad de papel moneda no alterará la relación entre el valor del oro y el valor del resto de las mercancías, sino únicamente la relación entre la cantidad de papel moneda existente y la masa de oro que éste representa. Lo que cambia, pues, es el patrón de precios: una misma masa de valor (oro) se dividirá entre un mayor número de unidades que lo simbolizan (papel moneda), de modo que los precios expresados en esas unidades de papel moneda se incrementarán por cuanto cada una de ellas también representará menos oro. Por ejemplo, si un billete de una libra dice representar una onza de oro pero se emiten dos libras por cada onza de oro de valor en existencia, entonces cada libra pasará a representar sólo media onza de oro (aunque oficialmente siga representando una onza de oro):
Si el papel moneda excede su límite adecuado, es decir, la cantidad de monedas de oro de la misma denominación que podría haber circulado, entonces, aparte del riesgo de que caiga en el descrédito universal, esa cantidad de papel moneda seguirá representando, dentro del mundo de las mercancías, sólo esa cantidad de oro que está fijado por sus leyes inmanentes. No es posible que represente una mayor cantidad. Si la cantidad de papel moneda representa dos veces la cantidad de oro disponible, entonces en la práctica una £1 dejará de ser el nombre de un cuarto de onza de oro para pasar a representar un octavo de onza […]. Los valores previamente expresados en el precio de £1 pasarán ahora a ser expresados con el precio de £2 (C1, 3.2, 225).
La posibilidad de que, gracias al dinero como medio de circulación, las mercancías circulen —es decir, sean producidas, intercambiadas y reproducidas continuadamente— de acuerdo con sus valores será fundamental para explicar más adelante el surgimiento del capital.
El dinero es la mercancía por excelencia, «la mercancía universal (Marx [1859] 1987, 289): aquel valor que jamás deja de circular y cuyo valor de uso viene determinado por su valor de cambio, esto es, por su capacidad para ser un valor en permanente tránsito (Arteta 1993, 53). El dinero, pues, es útil porque, como medidor de valores y como medio de circulación, satisface las necesidades de efectuar intercambios dentro de una economía mercantil (Marx [1859] 1987, 289). Es así como el dinero resuelve la contradicción inherente a la naturaleza dual de toda mercancía: la de ser valor de uso y valor de cambio a la vez (mientras sea valor de cambio, la mercancía es un no-valor de uso; cuando pasa a ser valor de uso, deja de ser valor de cambio). El dinero —como equivalente universal e ideal de valor, despojado de la utilidad no monetaria que pudiese tener— es un valor de uso porque es un valor de cambio: si el dinero deja de ser útil como medidor de valores y como medio de circulación, el dinero deja de ser útil por entero puesto que dejará de desempeñar las funciones sociales que lo caracterizan como dinero.
Ahora bien, y como también hemos visto, el dinero puede desempeñar sus dos funciones fundamentales sin que su presencia física sea necesaria: en el caso del dinero como medio de circulación, «su sustancia material […] es irrelevante, mientras que su cantidad es esencial», y en el caso del dinero como medidor de valores «su base material es esencial, pero su cantidad y su existencia en general son irrelevantes» (Marx [1859] 1987, 147). Es decir, como medidor de valores basta con que tomemos como numerario el tiempo de trabajo de una mercancía real, pero sin que sea necesario que la empleemos físicamente a la hora de efectuar mediciones; como medio de circulación, basta con que tomemos las unidades ideales de dinero para articular los intercambios a un valor monetario simbólico. A diferencia de lo que ocurre con el resto de las mercancías, pues, es posible utilizar el dinero sin que exista como valor de uso.
Sin embargo, existen tres supuestos (que en realidad derivan de las dos funciones antedichas) en los que, por necesidad, el dinero sí tiene que aparecer materialmente como mercancía para poder ser utilizado (C1, 3.3, 227): atesoramiento, medio de pago y dinero mundial. En particular:
1. El atesoramiento se produce cuando se interrumpe temporalmente la metamorfosis de las mercancías durante la circulación simple (Marx [1859] 1987, 360). Los productores de mercancías las venden (M-D) sin inmediatamente recomprar otras (D-M). La principal función que desempeña el atesoramiento es la de constituir un fondo ocioso de dinero que permite adaptar continuamente la cantidad de moneda en circulación a las necesidades del comercio: si el número de transacciones disminuye y es necesaria una menor cantidad de moneda, el atesoramiento aumenta; si el número de transacciones aumenta y es necesaria una mayor cantidad de moneda, el atesoramiento disminuye (C1, 3.3, 231). Otras dos funciones claves del atesoramiento de dinero son la de constituir una reserva para poder actuar como medio de pago (C1, 3.3, 240) y la de constituir una reserva para poder actuar como dinero mundial (C1, 3.3, 243). Aunque en algunos casos sea posible constituir reservas de símbolos representativos de dinero, para desempeñar adecuadamente algunas de las funciones de esos fondos de reserva, será imprescindible que sean fondos de dinero físico.
2. El dinero actúa como medio de pago cuando se utiliza para saldar las deudas. Marx reconoce que los intercambios de mercancías pueden ser intercambios aplazados: es decir, comprar hoy (vender hoy) y comprometerse a pagar mañana (a cobrar mañana). En este caso, el dinero, en lugar de mediar una transacción de compraventa, le pone punto final (C1, 3.3, 234). En ocasiones, cabrá la posibilidad de que unas deudas se compensen con otras, lo que volverá innecesario que el dinero intervenga como medio de pago (C1, 3.3, 235); en otras ocasiones, sin embargo, las deudas recíprocas de los agentes no podrán compensarse totalmente entre sí y los pagos deberán efectuarse materialmente en dinero. Y en caso de que los deudores no cuenten con dinero suficiente para efectuar los pagos, la economía puede degenerar en una crisis monetaria (C1, 3.3, 236). Cuanto más desarrollado esté el comercio y el sistema capitalista, más habitual será que los intercambios de mercancías se efectúen a crédito y que el dinero únicamente actúe como medio de pago para saldar esas deudas netas. Ahora bien, aquellas deudas que, como las letras de cambio o los billetes de banco, circulen de mano en mano y se terminen compensando entre sí, sin ulterior mediación del dinero como medio de pago, cabrá considerarlas «dinero-crédito» o, en terminología más actual, sustitutos crediticios del dinero (C3, 25, 525), puesto que el dinero no tendrá que participar continuamente en liquidarlas. El uso del crédito en el comercio permite economizar el uso del dinero, acelerar su velocidad de circulación y acelerar, a su vez, la circulación y transformación de las mercancías (C3, 27, 566-567). En última instancia, eso sí, sólo el dinero como mercancía permite amortizar las deudas pendientes de pago.
3. El dinero como mercancía también resulta imprescindible para ejercer como dinero mundial, esto es, como medidor de valores y medio de circulación fuera de las fronteras de una determinada comunidad política nacional. En el mercado mundial, el dinero se comporta ante todo como una mercancía que encarna trabajo humano: el dinero (por ejemplo, el oro) se transfiere internacionalmente a cambio de la importación de cualesquiera otras mercancías allí donde se encuentren (C1, 3.3, 242). En el ámbito global, los símbolos que representan nacionalmente al dinero (moneda fraccionaria o papel moneda) no pueden ser utilizados, de modo que únicamente resta emplear el dinero como mercancía.
En definitiva, el dinero, por sí mismo o a través de símbolos que lo representen, es el medio que los productores de mercancías utilizan para volver esas mercancías comparables como valores y para proceder a intercambiarlas reemplazando sus no-valores de uso por valores de uso. Sólo en determinados supuestos excepcionales será necesaria la presencia material del dinero para poder cumplir con tales cometidos.
En la circulación simple de las mercancías, la adquisición de valores de uso es el objetivo que persiguen todos los productores independientes: buscan transformar el no-valor de uso propio que han producido en el valor de uso propio que han producido otros. Por consiguiente, el intercambio abreviado que ambicionan todos los productores es el intercambio M-M, sólo que ese intercambio abreviado M-M aparece mediado, o facilitado, por el dinero, de modo que el circuito se convierte en
M – D – M
Sin embargo, el dinero, como forma social mediadora de los intercambios que supera la dicotomía entre el valor y el valor de uso de las mercancías convirtiendo en valor de uso su condición de medidor de valores y de medio de circulación, conlleva dos efectos que transformarán inexorablemente la estructura de ese intercambio simple. Por un lado, si el valor de uso del dinero consiste en ser un medidor de valores, el dinero se utilizará para reducir a todas las mercancías, con independencia de cuál sea su contenido material, a valores (monetarios) homogéneos y comparables, de modo que los productores de mercancías serán inducidos a producir aquello que maximice el valor —y no el valor de uso— que reciben en los intercambios. Por otro lado, si el valor de uso del dinero consiste en ser un medio de circulación, el dinero articulará un proceso de reproducción continuado de mercancías a lo largo del cual el dinero jamás deja de circular, convirtiendo así al dinero en un perpetuum mobile (C1, 3.3, 227). Al combinar ambas implicaciones de la naturaleza dual del dinero, el circuito M-D-M muta en:
D – M – D
Este circuito D-M-D cuenta con dos etapas: D-M (adquisición de mercancías) y M-D (venta de esas mercancías); es decir, los productores adquieren mercancías no con el objetivo de adquirir otros valores de uso con un valor equivalente, sino con el objetivo de revenderlas para adquirir otros valores, y de adquirirlos a lo largo de un circuito continuado y perpetuo. Así, el intercambio que realmente ambicionan no es M-M (con la mediación del dinero), sino D-D (con la mediación de las mercancías) y D-D de un modo repetido e incesante. Los productores dejan de producir valores con la finalidad de adquirir valores de uso y pasan a producir valores con la finalidad de adquirir continuamente nuevos valores (C1, 4, 249-250).
Sin embargo, descrito de ese modo, el proceso D-M-D no parece tener demasiado sentido: si todo el valor es homogéneo y un individuo ya posee una determinada cantidad de valor, ¿qué sentido tiene intercambiarla por mercancías con cuya reventa obtendrá la misma cantidad de valor? Por ejemplo, si un productor de mercancías posee 100 onzas de oro (D), ¿qué sentido tiene que las utilice para producir televisores (M) que luego aspira a vender por otras 100 onzas de oro? Si el objetivo fuera poseer un valor monetario de 100 onzas de oro, ya habría logrado su objetivo al comienzo del circuito, con su saldo de tesorería original: no tendríamos una circulación continuada y perpetua del dinero, sino un atesoramiento generalizado del mismo, que interrumpiría la producción de mercancías (C1, 4, 248). Nótese que esta misma crítica no es aplicable al circuito M-D-M: en ese caso, el valor de uso inicial no es cualitativamente idéntico al valor de uso final, por tanto sí tiene pleno sentido intercambiar, verbigracia, un televisor por un ordenador aun cuando ambos posean cuantitativamente el mismo valor (el televisor no es un valor de uso para su productor y el ordenador sí lo es).
Sucede que la auténtica alternativa al circuito M-D-M no es D-M-D, sino
D – M – D′
O de manera más abreviada, el circuito no es M-M, ni tampoco D-D, sino D-D’, donde D′ = D + d (donde d = ∆D). Es decir, lo que pretende en realidad el productor de mercancías es producir valores para adquirir valores incrementados, y adquirirlos a lo largo de un circuito continuado y perpetuo donde el valor en manos de ese productor no deja de incrementarse. A saber, su objetivo es recorrer el circuito D – M – D′ – M′ – D′′ – M′′ – D′′′, etc. En suma, en el circuito M-D-M ambos extremos (M-M) son iguales cuantitativamente (en términos de valor) pero desiguales cualitativamente (en términos de valores de uso), mientras que en el circuito D-M-D’ ambos extremos (D-D’) son iguales cualitativamente (ambos extremos son dinero) pero desiguales cuantitativamente (distintas cantidades de dinero) (C1, 4, 250-251).
El circuito D – M – D′, al que se ve dialécticamente abocado todo sistema mercantil tras la aparición del dinero, nos permite concretar el concepto de capital para Marx: a su juicio, el capital es un proceso a lo largo del cual el valor se incrementa a sí mismo, un proceso de revalorización del valor (entramos así en la «etapa E» del esquema sobre la evolución social de la mercancía con el que abríamos este capítulo: esa etapa coincidiría justamente con el modo de producción capitalista). El capital es «valor en movimiento» (C1, 4, 256), un valor que añade valor (Marx [1857-1858] 1987, 129), «valor que se transforma en más valor» (Martínez Marzoa 1983, 49). A contrario sensu, el capital no es un objeto (como pueda serlo una máquina), sino un proceso dinámico a lo largo del cual el productor de mercancías va incrementando el valor de las mercancías que posee (entre las que se incluye el dinero); el capital ni siquiera es dinero que persigue dinero, sino dinero (o valor monetario de mercancías) que persigue e incuba más dinero (o más valor monetario de mercancías). Pero ese dinero que circula y se revaloriza dentro del circuito del capital no es dinero como dinero, no es un dinero que se limita a realizar las funciones típicas del dinero, sino que es dinero como capital (o capital dinerario); dinero cuyo cometido ya no es únicamente el de medir valores o el de facilitar la circulación de valores, sino también el de apropiarse de nuevos valores (Marx [1857-1858] 1986, 152).
Pues bien, al incremento que experimenta la masa de valor originaria a lo largo del circuito del capital lo denominaremos plusvalía o plusvalor (C1, 4, 251). Y al «capital personificado» (C1, 4, 254), esto es, al productor de mercancías que recorre el circuito del capital lo llamaremos capitalista: así pues, el capitalista, como capitalista, no busca adquirir valores de uso, sino meramente adquirir cantidades incrementadas de valor con las que enriquecerse de un modo continuado. Si el capitalista dejara de tratar de revalorizar el valor monetario de su patrimonio, entonces la masa de valor en su propiedad dejaría de actuar como capital: para que el dinero siga actuando como capital, es necesario que el capitalista lo siga reinvirtiendo en adquirir nuevas mercancías con el propósito de revenderlas por una suma mayor de dinero; si, en cambio, el capitalista utilizara su suma incrementada de valor para comprar una mercancía que constituyera un valor de uso para él mismo (y, más en particular, un valor de uso en forma de consumo no productivo), el dinero volvería a actuar como medio de circulación y no como capital (C1, 4, 252). La circulación del dinero como capital ha de ser, por tanto, ilimitada para que sigamos hablando de capital (C1, 4, 253): el consumo no productivo de las mercancías por parte del capitalista pondría punto final al capital y a su posición social como capitalista.
Ahora bien, ¿de dónde surge la plusvalía que aumenta incesantemente el capital? De acuerdo con la ley del valor, dos mercancías sólo se intercambian en equilibrio si poseen el mismo valor. Por consiguiente, la ley del valor parecería imposibilitar la revalorización de una masa de valor a través de su circulación. El valor de las mercancías compradas (D-M) debería ser el mismo que el valor de las mercancías vendidas (M-D) y, por tanto, el dinero-capital al comienzo del circuito debería ser cuantitativamente igual que el dinero-capital al final del circuito (D=D).
Al respecto, Marx descarta que el valor del capital se revalorice gracias al mero intercambio de mercancías por mucho que ambas partes en un intercambio puedan salir ganando en términos de utilidad merced a ese intercambio. Y es que, aun cuando sea cierto que todo intercambio sólo acaezca si ambas partes esperan obtener una mayor utilidad que aquella que entregan a cambio (C1, 5, 261), el misterio que estamos tratando de resolver no es el origen de la ganancia en cuanto valores de uso, sino en cuanto valores; y en cuanto valores, ninguna parte puede comprar sistemáticamente mercancías por debajo de sus valores o venderlas sistemáticamente por encima de sus valores:
Si intercambiamos mercancías —o mercancías y dinero— de igual valor de cambio, y por tanto equivalentes, es obvio que nadie obtiene más valor de la circulación que aquel que previamente ha añadido a ella. La plusvalía no puede generarse en este caso (C1, 5, 262).
Imaginemos que éste no fuera el caso y que sí fuera posible que los compradores compraran mercancías sistemáticamente por debajo de su valor o que los vendedores vendieran mercancías sistemáticamente por encima su valor: en ese caso, la plusvalía de unos se anularía con la minusvalía de otros. Así, si los vendedores pudieran vender mercancías por encima de su valor, entonces un vendedor de mercancías conseguiría que su producto, con un valor monetario de 100 onzas de oro, se enajenara a cambio de 110 onzas de oro (M-D: 100-110); sin embargo, cuando ese vendedor recomprara mercancías para reiniciar el ciclo del capital, como comprador debería pagar 110 para adquirir aquello que vale 100 (D-M: 110-100). Es decir, su plusvalía como vendedor desaparecería como consecuencia de su minusvalía como comprador (D-D: 100-100). A idénticas conclusiones llegaríamos si los compradores pudieran comprar mercancías sistemáticamente por debajo de su valor: el productor de mercancías las compraría por debajo de su valor (D-M: 90-100) pero luego las revendería también por debajo de su valor (M-D: 100-90): por tanto, su plusvalía como comprador desaparecería como consecuencia de su minusvalía como vendedor (D-D: 100-100) (C1, 5, 263).
Por consiguiente, el circuito D-M-D’ ha de ir más allá del mero intercambio de mercancías, pero, a su vez, tampoco puede ser un proceso que quede al margen del intercambio de las mercancías: recordemos que el capital es valor en movimiento, es decir, un valor que se revaloriza a sí mismo a través de la circulación. No se trata de explicar el incremento de valor que experimenta una determinada masa de valor merced a la actividad productiva adicional que desarrolla el propio capitalista sobre las mercancías adquiridas, pues en ese caso no sería la suma original de valor la que se revaloriza por sí misma y a sí misma: es decir, no se trata de explicar el enriquecimiento del capitalista como resultado de que trabaja más y de que, trabajando más, produce más mercancías y por tanto más valor (Fernández Liria y Alegre Zahonero [2010] 2019, 341). La plusvalía no es simplemente un aumento del valor total de las mercancías en manos del capitalista, sino la creación de nuevo valor utilizando exclusivamente para ello el valor originario en poder del capitalista: es un valor que se expande a sí mismo y por sí mismo (C1, 5, 268). Si el capitalista añadiera su tiempo de trabajo a transformar las mercancías que adquiere con su dinero-capital —incrementando de ese modo el valor de las mercancías adquiridas—, entonces quien revalorizaría el dinero-capital original sería el capitalista con su nuevo trabajo, no el propio capital por sí mismo:
El valor es el agente independiente de un proceso en el que [el capital], ya sea asumiendo la forma de dinero o de mercancías, modifica automáticamente su propia magnitud, generando plusvalía a partir de sí mismo […] y, por tanto, revalorizándose a sí mismo […]. Por la virtud de ser valor, [el capital] ha obtenido la virtud oculta y misteriosa de engendrar valor por el hecho de ser valor (C1, 4, 255) [énfasis añadido].
O en otras palabras: «Si el capital tuviera que trabajar para vivir, entonces no se preservaría a sí mismo como capital sino como trabajo» (Marx [1857-1858] 1986, 249). Y si el capital es valor que se incrementa a sí mismo dentro del proceso de circulación del dinero-capital y sin participación del trabajo del capitalista, entonces dentro de ese proceso de circulación deberá, por un lado, respetar estrictamente las restricciones que impone la ley del valor, esto es, el intercambio entre equivalentes, pero, por otro lado, también deberá saltárselas; el capital «no podrá emerger de la circulación, pero tampoco podrá emerger fuera de la circulación; deberá originarse dentro y fuera de la circulación (C1, 5, 268). Es decir:
La transformación de dinero en capital se ha desarrollar dentro de las leyes inmanentes de la circulación de mercancías, de modo que el punto de partida ha de ser el intercambio de equivalentes. El poseedor de dinero, que tan sólo es un capitalista en estado larvario, ha de comprar las mercancías a sus valores y venderlas a sus valores, y aun así ha de ser capaz de extraer más valor de la circulación que aquel valor que inicialmente introdujo. Su evolución a mariposa ha de tener lugar, y aun así no ha de tener lugar, en la esfera de la circulación. Éste es el planteamiento del problema (C1, 5, 268-269).
¿Cómo una masa de valor puede revalorizarse a sí misma y por sí misma respetando en todo momento la equivalencia de valores en los intercambios? La única forma de resolver este enigma es postulando la existencia de una mercancía cuyo consumo (productivo) por parte del capitalista sea fuente de nuevo valor para el capitalista. Si, por ejemplo, el capitalista pudiese comprar por 100 onzas una mercancía cuyo valor fuera de 100 onzas pero cuya utilización le permitiera crear un valor de 110 onzas, entonces la ley del valor se respetaría (D-M: 100-100) y, al mismo tiempo, la masa originaria de valor también se vería incrementada a sí misma y por sí misma, de modo que al circular realizaría una plusvalía (M-D’: 100-110). ¿Existe esa mercancía «especial cuyo valor de uso consiste en generar nuevo valor? Sí, para Marx esa mercancía es la fuerza de trabajo, es decir, la capacidad de trabajar de un trabajador (C1, 6, 270). Será la mercantilización de la capacidad de trabajar de los individuos lo que le permitirá a Marx explicar el origen de la plusvalía a través de propia circulación del capital pero a su vez fuera de ella. La plusvalía se genera dentro de la esfera de la producción pero se posibilita y realiza mediante la esfera de la circulación:
La transformación de dinero en capital tiene lugar y no tiene lugar en la esfera de la circulación. Tiene lugar por mediación de la circulación porque está condicionada por la compra de fuerza de trabajo en el mercado; no tiene lugar en la circulación porque ésta se limita a iniciar el proceso de valoración, el cual tiene lugar en la esfera de la producción (C1, 7.2, 302).
Que el capital, al adquirir la fuerza de trabajo en la esfera de la circulación y utilizarla dentro de la esfera de la producción, parezca ser capaz de generar un plusvalor por sí sólo y, por tanto, de autovalorizarse a sí mismo engendrará la forma definitiva de fetichismo dentro del capitalismo: el fetichismo del capital; a saber, las relaciones sociales entre aquellos individuos que generan la plusvalía aparecerán como propiedades naturales del capital (Ramas San Miguel 2018, 100), el cual no será reputado socialmente como la interacción generadora de nuevo valor entre el trabajo objetivado y el trabajo vivo sino como un objeto, como un medio de producción de origen y funcionalidad independiente del trabajo mismo (Elster 1986, 57) y por tanto con capacidad de crear valor por sí solo: los seres humanos (H1, H2, H3) utilizan el dinero-capital (D) para comprar productos (P) dentro del mercado (M) y posteriormente venden igualmente en el mercado esos productos transformados para obtener una cantidad de dinero-capital incrementada (D’).
Figura 2.3

Como sucedía con el fetichismo de la mercancía o el fetichismo del dinero, el fetichismo del capital no deriva de que el capital no sea productivo dentro del capitalismo, puesto que ciertamente la producción de mercancías se organiza a través del capital y sólo a través del capital, sino de la errónea percepción de que la única forma histórica de lograr que el trabajo sea productivo es cosificándolo en el capital, cuando eso sólo ocurre contingentemente dentro del modo de producción capitalista:
La cuestión de si el capital es o no productivo es una cuestión absurda. El trabajo en sí mismo sólo es productivo si lo absorbe el capital, allí donde el capital constituye la base de la producción y el capitalista dirige la producción. La productividad del trabajo se convierte en la fuerza productiva del capital, del mismo modo que el valor de cambio general de mercancías se convierte en dinero [fetichismo del dinero] (Marx [1857-1858] 1986, 234).
Por tanto, «cabe hablar de la productividad del capital sólo si uno caracteriza al capital como la encarnación de unas relaciones sociales de producción determinadas», pero entonces habrá que reconocer que esas relaciones sociales tienen «un carácter históricamente transitorio» (Marx [1862-1863b] 1989, 398). Y ahí reside el error que subyace al fetichismo del capital: en cosificar el capital, tratándolo como un objeto material, y en atribuirle esos poderes como si fueran propiedades naturales y ahistóricas del mismo (como haríamos por ejemplo con una máquina), aparentando que el capital puede revalorizarse por sí solo y no por ser la expresión contingente de una determinada relación social de producción.
La mercancía evoluciona dialécticamente a capital. O al menos sus contradicciones internas la empujan a devenir capital. La mercancía, a su vez, no puede existir de manera generalizada dentro de una economía sin adoptar la forma de capital. Toda mercancía, al ser simultáneamente un valor de uso y un valor, necesita poder expresarse y circular como valor de manera independiente a su cualidad de valor de uso y, para ello, hace falta que emerja un medidor universal de valores y un medio universal de circulación: es decir, hace falta que emerja el dinero. Esta emergencia del dinero genera, sin embargo, nuevas contradicciones dentro de la economía: como las mercancías ya pueden circular a modo de valores absolutamente independientes de sus valores de uso, el objetivo de los productores de mercancías muta desde la adquisición de valores de uso a la adquisición de una suma incrementada de valor en circulación. La forma social aplasta al contenido material. El dinero, pues, origina necesariamente en su seno el capital (Rosdolsky [1968] 1977, 166).
Pero el capital tampoco está ausente de contradicciones: es un valor que debe someterse a la ley del valor y a la vez saltársela; es un valor que debe intercambiarse en condiciones de equivalencia con otros valores y, a su vez, revalorizarse por sí solo. Tal como ya hemos mencionado en este capítulo y tal como desarrollaremos en el siguiente, la pieza clave para resolver esta contradicción la hallaremos en la fuerza de trabajo, en la mercantilización de la capacidad de trabajar de los trabajadores desposeídos de medios de producción y, en consecuencia, en la aparición del trabajo asalariado.