GIANNA
El funeral público del alariense asesinado por los rebeldes se llevó a cabo sin mayores complicaciones en la plaza central de Zunn, un lugar grande y al aire libre, con espacio para unas quinientas personas. Gianna podría jurar que ese día había poco más de esa cantidad de gente reunida. No se podía apreciar ni un atisbo del hermoso piso de piedra artesanal que marcaba el perímetro de la plaza, a pesar de que ella se encontraba a una altura un poco más elevada, en la plataforma que normalmente fungía como pista de baile o escenario.
La plaza también estaba delimitada por varias columnas en las que, hasta arriba, siempre volaban banderas con la insignia de la familia real, un medio sol atravesado por la inicial del apellido Solerian. Sin embargo, el día de hoy parecía que hasta las banderas estaban de luto, pues el aire no soplaba para elevarlas.
El nombre del alariense caído era Ansel Tomen. Era padre de familia de unas gemelas que abrazaban a su madre desconsoladas. Ellas se encontraban en un lugar especial sobre la plataforma, del lado izquierdo. Emil, Zelos, Gavril, su padre y ella estaban del lado derecho. Al centro, en una cama llena de flores rojas y anaranjadas, descansaba el cuerpo del difunto con una sábana blanca encima.
La familia real no solía asistir a los funerales de los ciudadanos y mucho menos los dirigía, pero en esta ocasión la situación lo ameritaba. Los rebeldes querían muerto al rey y ahora los alarienses estaban pagando.
Gianna miraba hacia la multitud congregada, pero intentaba no posar sus ojos en los de las personas. No se atrevía a enfrentarlas, tenía miedo de encontrar miradas cargadas de odio, de decepción o de desesperación. El ambiente era solemne y las personas no parecían estar alteradas, pero no quería arriesgarse a perder la compostura.
Con la mirada desenfocada, la multitud se convertía en un manto nevado. El color para los funerales en Alariel era el blanco y todos los presentes lo llevaban. Emil lucía casi celestial en su atuendo níveo con sutiles detalles dorados, una capa enorme que le llegaba hasta las botas terminaba por engrandecer el conjunto. Ella, por su parte, llevaba un vestido sencillo de manga larga y falda sin armador.
Cuando Bastian los vio salir del castillo, comentó que le parecía un color extraño para guardar luto. Al parecer, en Ilardya usaban el negro.
Zelos estaba por terminar de dar unas palabras introductorias antes de cederle el mando a Emil, quien dirigiría la ceremonia. La seguridad en la plaza central podría parecer exagerada, pero dada la situación, estaba más que justificada. Una docena de miembros de la Guardia Real volaba en pegaso a pocos metros de altura, alertas y vigilantes. Y todo el perímetro de la plaza y de la plataforma estaba rodeado por soldados solaris.
Cuando Emil dio un paso al frente y comenzó a hablar, Gianna pudo jurar que el silencio subió de volumen, si es que eso era posible.
La voz del rey era clara y firme. Ella sentía que, si le hubieran pedido que dijera unas palabras, su voz habría salido temblorosa y débil. Se atrevió a mirar de reojo a la familia de Ansel y sintió una punzada en el estómago al notar que una de las hijas de Ansel veía a Emil con unos ojos llenos de un fuego peligroso, muy parecido al odio. Era evidente que lo culpaba por la muerte de su padre.
¿Otros alarienses pensarían lo mismo?
Necesitaban detener a los rebeldes cuanto antes. Entre los ataques y los rumores de que Emil era un falso rey, temía que los alarienses también comenzaran a rebelarse.
Sin que sintiera el pasar del tiempo, pronto llegó el momento de enviar el alma de Ansel al sol para que se reuniera con Helios. El general Lloyd, junto con Gavril, serían los que utilizarían su fuego para hacerlo. Padre e hijo avanzaron hacia donde yacía el cuerpo y el proceso de incineración comenzó frente a todos.
—Ansel Tomen —habló Emil—, el pueblo de Alariel y su Corona te rinden tributo. Helios te espera y te ilumina para que encuentres el camino hacia el sol.
Todos los presentes bajaron la cabeza y permanecieron así por un minuto. Incluso Emil y Gianna lo hicieron, acción que sacó varios suspiros de sorpresa por parte de la multitud.
—Ciudadanos de Alariel —Zelos volvió a tomar la palabra—, pueden volver a casa sabiendo que Ansel se reunirá con Helios, como todos nosotros algún día lo haremos.
Palabras sombrías, pero ciertas, Gianna supuso.
La plaza comenzó a vaciarse de forma lenta y organizada. Por lo general nadie se quedaba a presenciar toda una incineración, pues el olor se tornaba insoportable. Solo permanecían hasta el final los solaris iniciadores del fuego, ya que eran los únicos que podían apagarlo. Gianna se quedó observando las llamas crecer mientras los pegasos bajaban para llevarlos de vuelta a Eben. Estaban demasiado cerca, el calor que desprendían lo sentía en su piel.
La familia de Ansel se encontraba bajando las escaleras de la plataforma y, por un segundo, Gianna cruzó mirada con la hija del difunto, la misma que durante la ceremonia veía con odio a Emil; en ese momento le estaba dedicando ese mismo sentimiento a la reina.
Las rodillas de Gianna casi flaquean, de pronto sintió como si el calor de las llamas la estuviera quemando. Agradeció que en ese momento llegara su pegaso, una hermosa criatura que le acababan de obsequiar hacía poco. Se llamaba Aurora.
Mientras Aurora se elevaba y Gianna miraba hacia Zunn, la certeza de que la hija de Ansel habría preferido que fuera la familia real quien ardiera en llamas la invadió.
Después de ese día, los preparativos para la misión en Vintos dieron comienzo como una ráfaga imparable. Todo Eben parecía estar en movimiento, ya que no podían permitir que otro ataque ocurriera. Emil ya le había informado al Consejo que Gianna, Elyon y Mila se unirían y, aunque hubo algunas objeciones, al final se llegó a un acuerdo.
Irían a Vintos, pero Emil y ella debían estar de regreso en una semana. Además, llevarían consigo una escolta de cincuenta solaris para su protección, así como una docena de pegasos extra, además de los propios. Y no solo eso, también…
—Cristales —dijo su padre, el general Lloyd, en la reunión de esa mañana—. Gavril y yo lo estuvimos discutiendo, y creo que debemos llevarlos en caso de emergencia.
Emil fue el primero en objetar, pero Gavril le recordó que, antes de que Elyon llegara al Castillo de la Luna, los cristales les habían salvado la vida.
—Solo para emergencias.
Esas fueron sus palabras finales en cuanto al tema. Ese mismo día, Gavril iría con Zelos a sacar una bolsa de cristales de su escondite. Y sería el mismo Gavril quien se encargaría de protegerlos y resguardarlos en todo momento. Emil no lucía muy contento con la decisión, pero sabía que el Consejo tampoco estaba muy feliz con dejarlo ir a Vintos.
Lord Zelos, Lady Minerva y Lord Tiberius se unirían a la misión, dejando a los demás miembros del Consejo a cargo de todos los asuntos importantes de Alariel en su ausencia. En esa misma reunión, Emil nombró a Ezra como su representante mientras él no estuviera y, aunque Lord Anuar dijo que su alteza Arthas podía hacer ese trabajo, fue el mismo rey padre quien apoyó a su hijo en la decisión. Después de eso, no hubo discusión al respecto. Incluso Derien se quedaría al mando de Ezra.
Ezra era el príncipe de Alariel y, si el rey no estaba, él se quedaría a cargo.
Días después, un último elemento se agregó a la misión. Uno sugerido por Zelos y que tomó por sorpresa a todos los presentes en la reunión del Consejo, con excepción del general Lloyd.
—Es una locura —exclamó Arthas—. No solo estarían exponiendo al rey, sino a todos los demás.
Zelos estaba de pie con las manos entrelazadas detrás de su espalda.
—Lo he pensado con detenimiento estos días y creo que nos puede beneficiar, por eso lo traigo a discusión y, de ser una moción aprobada, el Consejo, en conjunto con la Guardia Real, procedería a prepararlo todo para que no ocurra ninguna clase de problema.
—Sí, el rebelde estaría encadenado y vigilado en todo momento. Y lo podemos usar como rehén o anzuelo.
—Es inhumano tener a alguien en cadenas por tanto tiempo —habló Emil.
—Por lo menos le dará aire fresco, su majestad. En los calabozos probablemente la esté pasando peor —dijo Lady Jaria.
—De todos modos, no sé si sea un riesgo que valga la pena tomar.
Y así, la discusión siguió durante lo que Gianna sintió como horas. Mientras más hablaba Lord Zelos, más convencidos dejaba a los presentes. Tenía buenos argumentos. Llevar a un rebelde a Vintos podría traer muchas ventajas. Después de todo, ahí se ocultaban los demás. Su padre, el general Lloyd, describió varios planes que tenía para que el rebelde les fuera de ayuda.
Cuando la mayoría votó a favor, se acordó que esa misma tarde irían a los calabozos para seleccionar al rebelde que los acompañaría. Bajarían Lord Zelos, el general Lloyd y Gavril a hacer una preselección de cinco candidatos, los cuales presentarían a Emil para que tomara la decisión final.
El acuerdo era que se elegiría un rebelde que no presentara amenaza alguna. Gianna no estaba segura de cómo podrían determinar eso a simple vista, pero no dijo nada, como siempre.
Emil citó a todos en la Sala de Helios para el asunto del rebelde que los acompañaría como rehén a Vintos. El sol no tardaría en meterse y tenían que terminar con ese pendiente lo más pronto posible, pues partirían a Vintos dos días más tarde.
En la sala se encontraban Emil, Ezra, Bastian, Elyon, Mila y Gianna esperando al grupo que había bajado a los calabozos, así como a los demás miembros del Consejo que de seguro harían su aparición en cualquier momento. Normalmente, una docena de guardias era asignada al salón del trono, pero en esta ocasión había el doble, preparados por si llegaba a ocurrir algún percance.
—Me gusta lo que hicieron con la decoración —dijo Bastian, que estaba observando atentamente el espacio.
Gianna estaba de acuerdo, siempre le había gustado la Sala de Helios. Antes, cuando la reina Virian aún vivía, había tres tronos sobre el pedestal al centro del lugar, pero en la actualidad solo había dos. A veces no podía creer que uno estuviera destinado para ella, y llevaba meses sintiéndose como una impostora cada vez que se sentaba allí.
Pero eso no hacía que la sala perdiera su encanto. Era majestuosa y ostentosa; además de que su forma redonda la hacía distinta a cualquier otra habitación en el Castillo del Sol. Pero, sin duda, lo que más le gustaba eran los hermosos ventanales que ilustraban la historia de Alariel. Eso y que la luz del sol entraba por la cúpula del techo.
—Fue un buen plan citar a todos aquí —dijo Mila, que se encontraba sentada junto a Elyon al borde del pedestal donde estaban los tronos.
Emil sonrió.
—Mi tío Zelos sugirió la sala del Consejo, pero me negué. Creo que esto es algo de lo que todo el grupo debe estar enterado y no podía permitir que nadie se quedara fuera.
Gianna sabía que lo decía específicamente por Elyon, pues era la única que no estaba admitida en las reuniones del Consejo, sin mencionar a Bastian, pero a él no le importaba mucho.
—Muero por ver la cara de Lord Zelos cuando llegue y se dé cuenta de que estoy aquí —dijo Elyon con ligereza al tiempo que mecía sus piernas.
—Justo estaba pensando lo mismo —respondió Bastian.
Elyon alzó la mano y Bastian chocó su palma con la de ella.
—Su majestad —habló uno de los guardias que vigilaba la puerta principal de la sala—, Lord Zelos ha llegado.
Eso bastó para que Gianna tensara los hombros y la invadieran unas ganas tremendas de vomitar. No quería sentir miedo, pero los rebeldes habían traído solamente destrucción a Alariel. Emil caminó hacia su trono y se sentó, por lo que ella hizo lo mismo. El resto de sus amigos se puso de pie y se situó a los costados del pedestal.
En ese momento, Zelos llegó a la Sala de Helios con Gavril y el general Lloyd tras él; unos pasos más atrás venían diez soldados de la Guardia Real en doble fila. Cada par de soldados sostenía a un rebelde de los brazos, quienes estaban esposados y tenían los ojos vendados.
Los cinco rebeldes eran muy diferentes entre sí, pero tenían algo en común: eran sumamente delgados. Tanto, que parecían desnutridos. Gianna suponía que por eso los habían elegido como candidatos, porque lucían débiles.
El rebelde de la izquierda era largo y huesudo, tenía tez muy morena y cabello negro. A su lado estaba una mujer cuyo color de piel lucía rosáceo, su cabello estaba alborotado y era rubio. Al centro se encontraba un adulto mayor, de piel arrugada y opaca. El siguiente era un hombre de estatura baja que tenía un vendaje en la pierna. Gianna notó que había entrado cojeando. Y a la derecha, la última era una chica, una que a la reina le pareció tremendamente familiar.
Era la más bajita y delgada del grupo. Su piel estaba tostada, pero fue su cabello el que hizo que Gianna la reconociera: rojizo y recogido en una trenza despeinada. Era un tono de rojo muy poco común, parecía que tenía melena de fuego.
Era la niña que habían capturado en los establos hacía tiempo y que un grupo de rebeldes rescató.
Observó de reojo a Emil y notó que él también tenía la mirada clavada en ella. Gianna estaba segura de que la había reconocido. No importaba que sus ojos estuvieran cubiertos por una venda, esa niña era imposible de olvidar por el caos que había causado.
—Su majestad, estos son los cinco candidatos para la misión de Vintos —dijo Zelos, extendiendo un brazo en dirección a los rebeldes.
—Ninguno tiene muchas intenciones de cooperar, pero ya les dejamos muy claro que no tienen opción —agregó el general Lloyd. Tenía los brazos cruzados, como siempre que estaba tratando asuntos serios.
—¿Qué parámetros utilizaron para elegirlos? —preguntó Emil.
—Principalmente, que no tuvieran mucha fuerza física, para poder someterlos en caso de que sea necesario. Después, intentamos asegurarnos de que no tuvieran poderes de sol o magia de luna. Ninguno parece tenerlos, hicimos varias pruebas.
Gianna no quería saber a qué clase de pruebas se refería su padre. También odiaba la forma en la que hablaba de los rebeldes teniéndolos ahí mismo, en la habitación. Pero no podía permitirse sentir compasión por ellos. Eran personas que querían muerto a Emil.
—Entiendo… —asintió Emil, con la mano derecha en la barbilla y la boca en una línea recta.
Lo conocía, él tampoco estaba disfrutando esto.
—La decisión es suya, su majestad —dijo Zelos.
Gavril dio un paso al frente.
—Yo tengo una recomendación, su majestad —habló, su voz sonó firme y clara.
Emil frunció el ceño. Gianna suponía que no le agradaba que Gavril lo llamara así, pero en esos momentos no estaba actuando como su mejor amigo, sino como miembro de la Guardia Real.
—Adelante —respondió, miraba con atención a Gavril.
—Creo que debemos llevarla a ella. —Su hermano apuntó a la niña pelirroja—. A algunos de los presentes seguro les resulta familiar; esta chica ya ha participado en otros ataques y causó un desastre en los establos cuando la capturamos en Beros. Gracias a eso sabemos que tiene muchas conexiones, muchas personas que la reconocerían y que podrían intentar acercarse. Eso nos serviría en la misión.
Emil asintió.
—Creo que también podría representar un riesgo, pero, a decir verdad, llevar a cualquier rebelde ya lo es. Entonces, si lo vamos a hacer, intentemos que sea útil de verdad —Gavril continuó—. Además, en estos momentos se encuentra muy débil, basta con mirarla para saber que no representa una amenaza. Por lo menos, no ella sola.
La chica pelirroja soltó una risotada incrédula.
—Silencio —exclamó uno de los soldados que la sostenía.
—Y lo más importante —agregó Gavril después de mirarla por unos cuantos segundos—. En ningún momento estará cerca del rey.
Emil miró a Ezra, luego a Mila, a Elyon y, por último, a Gianna. En sus ojos había una pregunta silenciosa: ¿ellos estaban de acuerdo? La reina no supo si los demás asintieron, pero ella lo hizo, no solo porque confiaba en su hermano, sino porque sus razones eran muy válidas.
—Está bien. Ella será quien irá con nosotros —anunció el rey.
—Llévense a los demás —indicó el general Lloyd.
Ocho de los guardias encaminaron a los prisioneros de vuelta a los calabozos. Frente a ellos solo quedó una rebelde, que seguía firmemente sujeta de los brazos y no lucía para nada feliz.
—Retírenle el vendaje de los ojos —ordenó Emil.
Los soldados dudaron por tan solo un segundo, pero obedecieron al rey.
Un suspiro ahogado salió de la boca de Gianna. A pesar de que ya sabía que la chica era la rebelde de aquella ocasión, al ver sus ojos el recuerdo le llegó de golpe. Eran los ojos cafés más grandes que había visto, cargados del mismo odio que vio ese día en los establos.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Emil. Su voz estaba llena de firmeza, pero a la vez era gentil.
La chica no le respondió. Al verla bien, Gianna podría jurar que no tenía más de quince años, era tan solo una niña.
—¡Respóndele al rey! —exclamó el general Lloyd.
—¿Para qué quiere saber mi nombre? No soy más que una sucia salvaje.
—Niña insolente, esa no es forma de dirigirte a tus superiores —dijo Zelos.
La chica puso los ojos en blanco.
Claro error de su parte.
El general Lloyd vio la acción y miró a los guardias que la sostenían. Uno de ellos puso su mano en el delgado cuello de la niña y con fuerza la hizo arrodillarse. Cuando las rodillas de la rebelde chocaron ruidosamente contra el suelo, ella siseó con dolor.
—Ahora mismo le dirás tu nombre al rey.
La niña se quedó callada.
Como respuesta, el guardia puso más presión en su cuello. Gianna estaba segura de que le quedaría una marca.
—Quiero saber tu nombre porque me gustaría usarlo cuando me dirija a ti.
La chica intentó alzar la cabeza para mirar a Emil, pero la fuerza que estaban ejerciendo sobre ella era demasiada. Al final, dejó caer la cabeza y su cabello rojizo se le vino encima. Por unos segundos, Gianna pensó que no iba a responder. Pero no fue así.
—Bria.
—¿Qué dijiste? —habló Ezra por primera vez desde que llegaron los rebeldes.
Nadie esperaba su intervención, por lo que llamó la atención de todos y las miradas se posaron en él. Gianna creyó verlo palidecer, pero no podía estar segura, porque en un instante ya estaba completamente repuesto.
—¿Ezra? —dijo Emil. Su tono parecía contener más preguntas: ¿estás bien? ¿Qué sucede?
Su hermano mayor negó con la cabeza.
—No es nada, no escuché su nombre y quería que lo repitiera.
—Bria —aclaró con rapidez el general Lloyd—. Aunque jamás sabremos si nos está diciendo la verdad. Lo bueno es que su nombre no es de vital importancia .
—Véndenle los ojos nuevamente y llévenla al calabozo. No la necesitaremos hasta que llegue la hora de partir —ordenó Zelos.
Los guardias obedecieron y, una vez que la visión de Bria quedó obstruida, la sacaron de la Sala de Helios. Lord Zelos volvió a tomar la palabra y comenzó a darles indicaciones a Emil y a los demás, Gianna suponía que también a ella, pero no estaba escuchando.
Comenzaba a formarse un nudo en su estómago.
La luna estaba en el cielo y Gianna se encontraba en su habitación, intentando descansar. Había sido un día largo y todo el cuerpo le pesaba. Se acababa de cambiar a su ropa de noche, un camisón de seda color verde. Su cabello suelto descansaba sobre la almohada mientras ella pensaba en que ya estaba demasiado largo y que tal vez debería cortarlo un poco, solamente las puntas.
Sus ojos se estaban cerrando cuando la puerta del cuarto se abrió de forma abrupta.
Gianna tomó su manta para cubrirse a la vez que se sentaba sobre el colchón, alterada. ¿Quién sería? Nadie entraba a sus aposentos sin anunciarse, nadie, excepto…
—¿Otra noche sin dormir con tu esposo, Gianna?
Su madre.
Gianna sintió como si la hubieran pateado en el pecho al verla entrar y posarse frente a ella.
—Madre, pensé que volverías hasta dentro de unos días. —Fue su saludo.
Marietta Lloyd chasqueó la lengua. Sus manos estaban en sus caderas y su rostro mostraba furia contenida. Cuando estaba molesta, sus arrugas se notaban más.
—Tuve que volver antes por tu culpa. Ni siquiera pude terminar los asuntos pendientes que tenía en Beros. Espero estés feliz —dijo.
—¿Mi culpa?
—Me llegó la noticia de que pensabas ir a Vintos con el rey y la Guardia Real.
Fue como si un balde de agua fría hubiera caído sobre Gianna.
Se suponía que su madre iba a quedarse varias semanas en Beros, por lo que, cuando se enterara que Gianna se había ido a Vintos, ya iba a ser demasiado tarde, ella ya estaría allá. ¿Quién se había molestado en decírselo a Marietta antes de que siquiera se fueran?
—Obviamente no irás. Es ridículo, Gianna —continuó su madre mientras observaba sus uñas con desinterés—. Tu lugar como reina de Alariel es en Eben.
Gianna miró a su madre por algunos segundos sin darse cuenta de que estaba apretando la tela de su camisón con los puños.
—No quiero ser una reina que se queda sin hacer nada mientras los demás se arriesgan —dijo Gianna. Intentaba que su voz no saliera temblorosa.
—Eso te ha funcionado muy bien hasta ahora, ¿no?
Si la intención de Marietta era golpear a Gianna con sus palabras, había dado en el blanco con lo que acababa de decir. Todavía le dolía no haber acompañado a sus amigos a la misión en Ilardya, donde lucharon contra Lyra y trajeron a Elyon de vuelta.
Cerró los ojos por un momento, tenía que intentar convencer a su madre de otra forma. No pensaba quedarse en Eben, no esta vez.
—Pero, madre, Emil irá a Vintos, ¿no quieres que esté con él? Siempre me dices que debería aprovechar todos los momentos que pueda pasar a su lado.
Marietta puso los ojos en blanco.
—Ni lo intentes, Gianna, sé que lo dices solo para convencerme, pero no irás.
Eso hizo que Gianna se levantara de la cama de un brinco.
—Ya hice un compromiso ante el Consejo, no puedo retractarme —intentó defenderse.
En su pecho algo la estaba quemando, parecía crecer y crecer y crecer. Gianna tuvo que tomar aire para no permitir que explotara.
—Hablaré con Lord Zelos, él lo entenderá.
Gianna negó fervientemente con la cabeza.
—Por favor, déjame ir.
Marietta alzó una mano y Gianna dio un paso atrás, anticipando el golpe, pero, en vez de eso, su madre la puso de forma casi gentil en su mejilla. Tragó saliva. Quería tomar la mano de la mujer y arrancársela de la cara, pero se contuvo.
—Lo repito, no seas ridícula —dijo Marietta con un tono dulce que no le quedaba para nada—. Eres débil, Gianna. No tienes poderes de sol ofensivos como el resto de las personas que irán. Y no te necesitan, porque seguro llevan a un grupo de sanadores mucho más capaces que tú.
¿Cómo era que Marietta siempre encontraba las palabras para quebrarla?
No quería llorar y estaba haciendo ejercicios de respiración para no derramar las lágrimas que ya amenazaban con caer de las comisuras de sus ojos. Gianna sabía perfectamente que era débil y que no la necesitaban, pero que se lo dijeran en voz alta pegaba duro.
Era la típica doncella en apuros cuyo único atributo era su belleza. No quería ser débil. Estaba harta de sentirse así y por eso tenía que ir a Vintos.
Alzó la mano y la posó encima de la de Marietta con la misma gentileza que la mujer estaba utilizando. Lo que más quería era tener el valor de enfrentarse a su madre, decirle que no podía detenerla. Pero no se atrevía y eso la hacía sentir aún más patética.
—Necesito tomar aire fresco. Voy a salir a los jardines unos minutos.
Soltó a su madre y caminó hacia su vestidor para tomar un abrigo que la cubriera por completo.
—¿A estas horas? —preguntó Marietta, tenía una ceja alzada.
—Sí, debo pensar en qué les voy a decir a mis amigos. Contaban conmigo para la misión en Vintos.
Esa fue la respuesta correcta, su madre sonrió.
—Sabía que entrarías en razón —respondió y tomó asiento al borde de la cama de Gianna—. No tardes, te esperaré aquí para cepillar tu cabello antes de dormir.
Gianna asintió, pero no la miró. No tenía la fuerza para hacerlo. Se puso el abrigo y un par de zapatillas antes de salir de la habitación, tratando de no demostrar lo apresurada que estaba de salir del campo de visión de Marietta Lloyd.
Una vez afuera de su habitación, les dijo a sus guardias que iría a caminar a los jardines, ellos asintieron y comenzaron a seguirla guardando su distancia. Gianna tenía pensado ir al jardín de la familia real, pero sentía la necesidad urgente de alejarse la mayor distancia posible de su madre. Si fuera como Elyon, iría a los establos por Aurora para volar por los cielos.
Pero no era como Elyon. Su amiga era un espíritu libre y lo contrario a ella en todos los aspectos. Estaba segura de que nadie pensaba que Elyon era débil. No cuando llevaba en su interior los poderes de una diosa y había traído el sol de vuelta a Fenrai.
Sus pies la estaban llevando hasta los jardines inferiores del castillo, los más alejados del área de la familia real. Los pasillos estaban tan desiertos a esa hora, que solamente escuchaba los pasos de sus guardias detrás de ella.
Estaba tan inmersa en sus pensamientos que no se percató de que, del pasillo a su derecha, alguien venía a paso rápido. Al parecer, esta persona tampoco estaba prestando demasiada atención a su camino, pues impactó directo con Gianna de forma brusca.
Ella casi se cae por la colisión, pero una mano fuerte la sujetó del brazo; eso la hizo recobrar el balance. Cuando giró el rostro para ver con quién había chocado, sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Ezra?
—¡Su majestad! —exclamó uno de los guardias, que ya estaba a su lado. Al ver a Ezra, hizo una ligera reverencia con la cabeza—. Príncipe Ezra, no sabía que estaba aquí.
—Solo estaba dando un paseo nocturno, no podía dormir —respondió él a la vez que soltaba el brazo de Gianna.
Ella lo miró detenidamente y luego posó sus ojos en el pasillo del que Ezra había salido. Esto porque conocía bien el castillo y sabía que ese pasillo llevaba solamente a un lugar y era como un callejón sin salida.
Era el pasillo que daba a la entrada de los calabozos.
Gianna suponía que el guardia también se había percatado de eso, pero no estaba en posición de preguntar. Ella tampoco se sentía con el derecho de hacerlo; no había demasiada confianza entre Ezra y ella. Pero… ¿qué era lo que Ezra estaba haciendo en los calabozos en la noche y completamente solo?
—Yo tampoco podía dormir —dijo Gianna, para cortar el silencio—. De hecho, iba camino a los jardines.
Ezra asintió.
—¡Buenas noches! —agregó ella con más ánimo del necesario.
No se molestó en esperar a que le contestara, simplemente continuó con su camino. Tal vez mañana les comentaría a sus amigos de su breve encuentro con el príncipe, pero ahora mismo su mente no la dejaba pensar en otra cosa que no fuera su madre.
Su madre, que controlaba cada aspecto de su vida.
Su madre, que la hacía sentir diminuta.
Su madre, que no le permitiría ir a Vintos.
No.
Gianna no podía quedarse en Eben, no esta vez. Si bien no se atrevía a enfrentar a su madre cara a cara, tal vez podría hacerlo a sus espaldas. No estaba segura de tener el valor para hacerlo, pero tenía que intentarlo.
En su cabeza, un plan comenzó a formarse.