EZRA
Ezra estaba solo.
Había pasado tan solo un día desde los horribles acontecimientos en Zunn y no había podido dormir en toda la noche. Tampoco es que lo hubiera intentado. Los ojos le pesaban, pero no era capaz de mantenerlos cerrados por mucho tiempo. Sus manos hacían pequeños movimientos involuntarios, sin saber si era por el cansancio o por la inquietud que sentía.
Sin duda, el sentimiento que dominaba en su ser era uno de soledad.
Y sabía perfectamente cuál era la raíz de su pesar. La estaba sosteniendo entre sus manos, ya que no podía evitar relacionarla con lo que estaba ocurriendo en Alariel.
Ezra se encontraba en su habitación en el Castillo de Sol y, aunque llevaba tiempo sin sentirse realmente solo, cada vez que sostenía entre sus manos la carta que le dejó su madre antes de irse lo invadía una soledad que pensó que había dejado atrás, una que no sentía desde niño, cuando pensaba que al ser un bastardo no tenía lugar en la familia real, en la familia Solerian.
En su familia.
Se acordaba bien de que los otros niños eran crueles: en cada oportunidad que tenían le recordaban que era el hijo ilegítimo de la reina y que su verdadero padre seguro era un don nadie. La cosa empeoró cuando descubrieron que no tenía poderes, que, a diferencia de los otros estudiantes en la Academia para Solaris, estos simplemente no surgieron. ¿Cómo era posible que un miembro de la familia real no fuera un solaris?
Ezra nunca se defendía, nunca les decía nada ya que, en el fondo, pensaba que esos niños tenían razón. Si de algo estaba seguro era de que su padre no tenía poderes de sol. Y era su culpa que Ezra hubiera nacido sin la bendición del sol cuando todos los miembros de la familia real la tenían. Todos eran solaris, a excepción de él.
Nunca olvidaría cómo se sentía esa soledad.
Todo cambió cuando Emil creció y empezó a comprender las implicaciones de las palabras de los demás. Ese niño de apenas siete u ocho años defendía a Ezra de cualquiera, con sus puños cerrados y su corazón lleno de fuego.
«Somos hermanos», repetía el pequeño Emil una y otra vez, tanto, que Ezra terminó por creérsela. Eran hermanos, entre ellos no había medios.
También estaba la reina Virian, quien siempre lo había tratado con el amor incondicional de una madre, jamás lo hizo sentir menos o fuera de lugar. Pero Ezra no era bueno con las palabras, por lo que nunca se atrevió a decirle cómo se sentía o cómo lo trataban los demás niños; aunque sospechaba que ella llegó a enterarse, pues hubo un punto en el que esos niños y sus familiares ya no volvieron a pisar el castillo.
Lord Zelos había comentado en una fiesta que le parecía raro que tres de las familias más importantes no estuvieran presentes, a lo que la reina Virian se encogió de hombros y simplemente respondió: «Creo que otra vez olvidé invitarlos».
Ezra la había mirado con sorpresa y ella le había guiñado el ojo a la vez que le dedicaba una de sus sonrisas secretas. Él no pudo evitar sonreír en respuesta. Su madre lo conocía tan bien, que sabía que para él sería incómodo hablar del tema. La amaba muchísimo.
Emil y ella le demostraban a Ezra una y otra vez que era parte de la familia, parte esencial e incondicional. Para su adolescencia, él ya no tenía duda alguna. Le había tomado años, pero sabía su lugar, sabía a dónde pertenecía. Ya no le importaba quién había sido su padre, pues eso no cambiaba quien era: Ezra Solerian, príncipe de Alariel. En cuanto lo asumió, los demás comenzaron a respetarlo.
Su hermano y su madre le demostraron que no estaba solo.
Uno de sus recuerdos favoritos los incluía a ambos. Él tenía tal vez unos ocho años y habían asistido a la gran feria del Festival de la Luz en Valias. Eso era algo grande porque, como la familia real que eran, siempre asistían al festival de Zunn y, además, porque era su primera vez en Valias.
Ya estaba oscureciendo y la familia se había retirado de la feria para ir a la casa de descanso que tenían en una de las playas de la ciudad. Los invitados de la reina se encontraban en la azotea, pues algunos solaris de renombre darían un espectáculo de luces exclusivo, pero su madre había dejado al rey Arthas a cargo y se escabulló junto con Emil y Ezra.
Los llevó a la playa y, con las túnicas de colores características del festival, corrió a la orilla del mar, risueña y descalza. Ezra recordaba que tenía las mejillas de color rosa debido al vino que había tomado.
—¡No se queden ahí! —les había dicho mientras alzaba ambas manos—. Hace mucho calor, ¿no?
El pequeño Emil sonrió y corrió hacia su madre, que lo recibió salpicándolo en la cara. El príncipe le devolvió el gesto y pronto se sumergieron en una guerra de agua.
—Ezra, ¡ayuda! —gritó Emil al tiempo que trataba de huir de su madre.
Ezra quería unirse al juego, pero ya estaba muy grande para esas cosas.
—¡Ezra Solerian! —dijo Virian—. ¡Ven acá o…!
Su madre no pudo terminar la frase, pues una ola rebelde se levantó en el mar y los sacudió, Emil fue completamente revolcado. Ezra sintió que su corazón bajaba hasta su estómago, no lo pensó, corrió hacia su familia para ayudarlos, pero, tan pronto sus pies tocaron el agua, Emil y Virian se levantaron y comenzaron a reír.
Ezra se quedó ahí de pie por unos segundos, sin saber qué hacer.
Hasta que su madre lo embistió y lo tiró al agua. Ezra cayó de sentón y solo escuchaba las risas de Virian, que había caído con él y lo rodeaba del cuello. Eso lo hizo sonreír.
—Mamá, Ezra, ¡miren! —dijo Emil.
El pequeño apuntaba hacia el cielo y en sus ojos se veían reflejadas las luces que comenzaban a flotar por el cielo de Valias. Eran de todos los tamaños e intensidades, volaban hacia arriba y de un lado a otro, adornando el atardecer, que lucía tonalidades que iban del rosado al violeta. Sin duda, era una visión maravillosa. Era su parte favorita del Festival de la Luz.
Cada año, cientos de iluminadores elegidos tenían la labor de iluminar el festival con sus poderes para recordarle a Alariel que, cada día, a pesar de que el sol se iba, siempre les dejaba el regalo de la luz.
—Parecen soles pequeñitos —susurró su hermano con la voz cargada de emoción. Este era uno de los primeros festivales en los que estaba consciente de lo que pasaba a su alrededor.
Virian soltó una risita y extendió el brazo para atraer a Emil hacia ella.
Una melodía de laúd comenzó a escucharse a lo lejos, lo cual seguro indicaba el comienzo del espectáculo en la azotea. La sonrisa de su madre se extendió y, sin esfuerzo aparente, se levantó con el pequeño Emil en un brazo y con el otro impulsó a Ezra hacia arriba.
—¿Me concederían este baile, sus altezas? —preguntó Virian de forma juguetona.
—Mamá… —se quejó Ezra. Definitivamente estaba muy grande para eso.
—Relájate y bailemos, ¿sí?
Virian posó su mano sobre el hombro de Ezra y, Emil, al ver lo que su madre hizo, imitó la acción y colocó su pequeña mano en el otro hombro de su hermano. De pronto los tres se estaban meciendo al ritmo de la suave música, rodeados de luces que, de hecho, sí parecían soles.
Ezra decidió dejarse llevar y disfrutar el momento, rodeó la cintura de su madre con un brazo y recargó la cabeza en su pecho. Cuando lo hizo, sintió la cabeza de Emil recostarse sobre la suya.
—¿Podemos quedarnos así para siempre? —preguntó Emil.
Virian volvió a reír.
Ezra sonrió. No era mala idea… quedarse así para siempre. Su corazón estaba tan lleno que amenazaba con desbordarse.
Fue la primera vez que entendió el significado del amor.
Ese recuerdo solía brindarle calidez, pero, ahora, solo sentía frío. Ezra jamás fue iluso, incluso desde niño supo que el deseo del pequeño Emil no era más que una fantasía, pero eso no hacía que doliera menos.
Su madre ya no estaba y lo único que había dejado para Ezra era esa carta que sostenía entre sus manos. Su mandíbula se tensó y no pudo evitar apretar el sobre con tanta fuerza que sus dedos quedaron marcados en el papel.
Había leído la carta tan pronto pisó el castillo después de la batalla con Lyra. Recordaba cómo su corazón latía con fuerza ante cada palabra plasmada. Cuando terminó de leerla, volvió a ponerla en el sobre y, desde ese día, no la había vuelto a abrir.
Tampoco iba a hacerlo en ese momento.
Se pasó una mano por el cabello antes de depositar la carta en el cajón de su mesa de noche, el cual cerró bajo llave. Esa carta contenía algunas respuestas, pero muchas más preguntas, preguntas que Ezra no se había hecho desde hacía años, incluso preguntas que nunca antes se hizo.
Mientras no tuviera las respuestas, nadie podía saber el contenido de esa carta.
Por lo general no le molestaba guardarse las cosas para él mismo, siempre había sido una persona muy privada, pero sentía que eso era algo que no debería guardar. Y no decirlo lo llenaba de una terrible sensación de soledad.
Esa que no sentía hacía años.
—Aquí estás.
La voz de Bastian lo hizo alzar la vista. El lunaris entró por la ventana y caminó hacia él. Mientras se acercaba, Ezra lo miró ensimismado. A veces le costaba asimilar esa belleza que parecía brindada por la mismísima luna. Se preguntaba si algún día dejaría de maravillarlo. Probablemente no.
Bastian se detuvo y posó la mano sobre el cabello de Ezra, tratando de peinarlo sin éxito.
—No lo había notado, te ha crecido más el pelo —señaló lo evidente y se dejó caer en la cama.
—Tal vez debería cortarlo.
Bastian negó con la cabeza.
—Me gusta así.
Ezra no respondió, solo se recostó en la cama, a un lado de Bastian. Los dos se quedaron mirando hacia el techo durante unos minutos.
—Pensé que intentarías dormir —volvió a hablar el lunaris.
Sí, había ido a su habitación en busca de un poco de descanso, pero siempre que estaba allí, solo podía pensar en el sobre que yacía bajo llave en el cajón a un lado de la cama.
—Lo intenté, pero la situación con los rebeldes se pone peor cada día y no siento que deba perder el tiempo —dijo Ezra sin pensarlo. No estaba listo para hablar de sus tormentas personales. Era mejor dirigir la atención a lo que tenía a todo el mundo consternado. Él mismo era de los más preocupados.
No lo estaba viendo, pero podría jurar que Bastian puso los ojos en blanco.
—Tonterías, dormir no es una pérdida de tiempo. De hecho, el sol está en su punto más molesto y es mi hora de dormir, ¿me vas a hacer compañía?
—Hay junta con el Consejo en tres horas…
—Pues entonces hay que aprovechar.
No dijo más, solo giró el cuerpo y, antes de posar la cabeza sobre el pecho de Ezra, lo besó con suavidad en los labios, casi como el roce de una pluma. Ezra cerró los ojos ante el contacto y comenzó a acariciar el cabello de Bastian. Sabía lo que el lunaris estaba haciendo, le preocupaba que no hubiera dormido nada y esta fuera su forma de remediarlo.
A los pocos minutos, sintió cómo la respiración de Bastian se relajaba y eso comenzó a arrullarlo. Si bien las preocupaciones no desaparecieron de su mente por arte de magia, sí empezaron a bajar la voz gradualmente hasta callarse. El aroma del lunaris lo envolvía y lo estaba haciendo deslizarse hacia el mundo de los sueños.
Bastian siempre olía a mar.
Cuando volvió a abrir los ojos, faltaban tan solo unos minutos para la junta con el Consejo Real.
Lord Anuar estaba especialmente rojo y su voz alcanzaba nuevos niveles. Gritaba tan alto, que Ezra estaba seguro de que todo Eben podía escucharlo.
—¡Hay que darles una lección! —exclamó y golpeó la mesa con el puño—. Lo que ocurrió anoche merece un castigo público, ¿cuántos prisioneros tenemos?
—Los suficientes —respondió Lady Jaria.
Emil tenía ambas manos entrelazadas frente a él, sus brazos descansaban sobre la mesa.
—¿Ya terminaron los interrogatorios? —preguntó.
Lord Zelos asintió.
—Pero nadie quiere hablar, prefieren morir antes que dar respuestas.
—Entonces hay que encontrarlas nosotros —respondió el rey—. La misión a Vintos debe adelantarse, es donde se sospecha que hay más rebeldes resguardados. Si ahí no obtenemos respuestas, tendremos que preparar un viaje a Lestra.
Todos los presentes sabían lo que eso implicaba: una posible guerra en la que no sabían con qué iban a encontrarse.
—Estoy de acuerdo —accedió Zelos—. La Guardia Real puede partir en un par de días y…
Emil alzó la mano a la altura de su pecho. Zelos dejó de hablar.
—He decidido que voy a ir.
En un principio nadie reaccionó, pero el ambiente en la sala cambió. De pronto se sentía como si una nube densa se hubiera posado sobre todos. Ezra de inmediato miró a Gavril, que permanecía callado, con los puños apretados y el ceño fruncido, lo que delataba su sentir. Gianna y Mila lucían sombrías, pero tampoco pusieron objeción. Arthas simplemente miraba a su hijo con un brillo extraño en los ojos. Fue Lady Minerva quien rompió el silencio.
—Ya lo hemos hablado, su majestad. Pensé que todos habíamos llegado al acuerdo de que lo mejor sería que usted permaneciera en Eben. Por su seguridad y por los asuntos que tenemos pendientes con el Tratado e Ilardya.
—Lo sé, pero lo que sucedió ayer hizo que me diera cuenta de que yo también tengo que actuar. La nación está siendo atacada por mi culpa. No puedo quedarme aquí y esperar que los demás se encarguen —respondió, su voz resonaba en toda la habitación.
—Lo entendemos, su majestad, pero también tiene responsabilidades en Eben. El reino de la luna ha estado muy callado desde que su reina fue encarcelada, ¿cree que permanecerán así si no actuamos con rapidez? Ese nuevo Tratado fue su idea y necesitamos ponerlo a prueba cuanto antes si queremos saber si hay posibilidades de que funcione —insistió la mujer.
—Sigo sin estar de acuerdo con esa estupidez de un nuevo Tratado, pero Lady Minerva tiene razón —dijo Lord Anuar—. Usted propuso la idea, su majestad, no puede irse y esperar que nosotros hagamos ese trabajo.
—Lord Anuar, no le falte el respeto al rey —exclamó Lord Tiberius—. Si su majestad nos pide que hagamos el trabajo, así tendrá que ser.
—Sin embargo, es un trabajo del que quiero encargarme personalmente —dijo Emil—. Creo que puedo estar en Vintos los primeros días de la misión y, dependiendo de lo que encontremos, decidiremos cuánto tiempo debo quedarme. Podría regresar a Eben antes que la Guardia Real para comenzar con los asuntos que tenemos con Ilardya. La reina y yo hemos estado discutiendo ideas para el primer acercamiento.
Los presentes miraron a Gianna.
—Sí, es un asunto en el que planeo involucrarme por completo —respondió ella, su postura estaba erguida y algo tiesa.
Zelos soltó un suspiro pesado.
—No creo que sea el mejor momento para nada de esto, pero tampoco podemos atrasarlo. Entonces, su majestad, si planea ir a Vintos, debemos preparar medidas de seguridad más extremas que las que dicta el protocolo. Lo de Ilardya no puede esperar demasiado, está en nuestras prioridades, por lo que le aconsejaría que no se ausentara de Eben por mucho tiempo.
La reunión siguió por lo que pareció una eternidad. Comenzaron a revisar posibles fechas para el viaje a Vintos, todas las medidas de seguridad que tendrían que tomarse, así como las personas que acompañarían al rey en la misión. No se llegó a nada definitivo, pero hubo un gran avance. Luego volvieron al tema del primer acercamiento con Ilardya para el nuevo Tratado, lo que desató una discusión cuando Emil sugirió incluir a Bastian en las juntas, pues obviamente Lord Anuar no estuvo de acuerdo.
Por último, Lord Mael dio el informe completo de los rebeldes que participaron en el ataque en Zunn y que ahora tenían prisioneros; por su parte, Lady Minerva informó que en dos días se llevaría a cabo el funeral del alariense que había sido asesinado por los rebeldes. Iba a ser oficiado por la familia real en la plaza central del mercado. Por lo menos en cuanto a eso, sí se concretó la planeación.
Para cuando la reunión terminó, la luna ya adornaba los cielos y Ezra estaba exhausto. Agradecía que Bastian lo hubiera hecho dormir un par de horas, de lo contrario no estaba seguro de que hubiera podido mantenerse atento mientras los miembros del Consejo hablaban sin parar.
Todos salieron de la sala en silencio. Se podía sentir todavía esa pesadez en el aire; nadie parecía estar de humor para conversar. Los mayores se retiraron sin decir nada más mientras el grupo de amigos se detuvo a la mitad del pasillo.
—Nosotras iremos con Elyon, quiere saber qué se habló en la reunión —dijo Mila, tomada del brazo de Gianna.
Emil suspiró.
—Es ridículo que el Consejo no permita que asista a las reuniones…
El rey había hecho la petición formal de incluir a Elyon en las juntas del Consejo Real, lo cual llevó a una votación por parte de los miembros y, aunque obtuvo algunos votos a favor, la gran mayoría no estuvo de acuerdo, ya que solamente la familia real, la Guardia Real y el Consejo tenían permitido asistir, a menos que fuera una reunión especial.
Elyon trató de no darle importancia a la negativa del Consejo, pero hasta Ezra podía notar que su semblante cambiaba cada vez que todo su grupo de amigos partía a una reunión, dejándola sola.
—No te preocupes, aquí estamos para mantenerla informada —respondió Mila—. Descansen, ¡nos vemos mañana!
—Buenas noches —agregó Gianna.
—Hablamos luego —dijo Gavril a modo de despedida general.
Las dos chicas comenzaron a caminar en dirección a sus habitaciones y Gavril partió tras ellas.
Emil miraba a su amigo; Ezra pudo ver que sus ojos del color del sol estaban cristalinos y su boca era una línea recta.
—¿Ocurrió algo entre ustedes? —preguntó.
—No. Bueno, sí —respondió Emil, pasándose el dorso de la mano por los ojos—. Está molesto porque no quiere que me ponga en peligro y aparentemente es lo único que sé hacer.
—Ah, ese es un problema. No veo que tengas intenciones de dejar de hacerlo.
—No es que quiera ponerme en peligro, pero no voy a esconderme mientras los demás arriesgan su vida por mí.
Ezra miró bien a su hermano. Si alguien le hubiera dicho hacía un par de años que su pequeño Emil dejaría de refugiarse tras los muros de Eben, él probablemente no lo habría creído. El príncipe heredero al trono solía dejar que sus miedos lo dominaran y permitía que tomaran decisiones por él, pero el rey Emil Solerian no ocultaba su fuego.
No, él desprendía fuego.
—Solo está preocupado, siempre ha sido un poco sobreprotector —dijo Ezra.
—Lo sé —respondió Emil y comenzó a caminar hacia el área de la familia real—. ¿Vienes?
Ezra se situó a su lado. Caminaron un rato en silencio; los soldados en guardia hacían ligeras reverencias al verlos pasar. El castillo estaba bastante oscuro a esa hora de la noche, con tan solo unos cuantos orbes de luz flotando en el techo y la luz de la luna entrando por las ventanas.
Ninguno de los dos tenía ganas de encerrarse en su respectiva habitación y no tuvieron que decirlo en voz alta, simplemente se dirigieron hacia el balcón que se encontraba en la sala común del área real. Emil recargó sus codos en el barandal, pero Ezra solo se quedó de pie y alzó el rostro para mirar la luna.
—¿Te recuerda a Bastian?
La pregunta tomó desprevenido a Ezra y casi se ahoga con su propia saliva.
—¿Qué?
Emil le dedicó una sonrisa algo juguetona.
—Era una broma, a menos que no lo sea —dijo, pero no insistió—. Hablando de él, ¿dónde está?
—Todavía no se acostumbra al horario de Alariel, fue a entrenar con Oru cerca del lago.
El rey asintió.
—¿Piensan unirse a la misión en Vintos?
—La idea original era que no. El general Lloyd pensaba enviar una cuadrilla pequeña liderada por Gavril, pero ahora que los planes han cambiado, creo que iré.
Hablaba por él, ya que no podía hacerlo por Bastian. Pero Ezra no se sentía capaz de quedarse en Eben mientras Emil estaba allá afuera, como un blanco más accesible. Si bien la misión en Vintos no tenía el objetivo de atacar, no dejaba de ser peligrosa. Desde que la Guardia Real descubrió
que al sur de Vintos había una comunidad oculta de rebeldes, se decidió que
en algún punto tendrían que volver para investigar. El momento había llegado.
—No sé para qué pregunté, más bien quería pedirte algo que se me acaba de ocurrir.
Ezra lo miró.
—Creo que deberías quedarte. El Consejo tiene razón en algo, el primer acercamiento con Ilardya debe mantenerse como prioridad, ¿y quién mejor que Bastian y tú para hacerse cargo de eso mientras no estoy? —dijo Emil—. Todavía pienso involucrarme por completo, pero tal vez las cosas puedan avanzar un poco aunque no esté aquí.
—¿Y Gianna?
Recordaba que la reina había dicho que también se encargaría de eso personalmente.
—No me lo vas a creer, pero Gi quiere ir a Vintos.
Ezra abrió los ojos de par en par.
—¿Y eso?
—Ya les había informado de mi decisión a todos antes de la junta de hoy —explicó Emil. Ezra suponía que con «todos» se refería a su grupo de amigos—. Nos reunimos en el laberinto para hablar. ¿En verdad crees que Gavril se habría contenido si le hubiera soltado la noticia así como lo hice en la sala del Consejo?
No era una pregunta que esperara que respondiera. Emil siguió hablando.
—Todos iremos, como cuando salimos de Eben por primera vez. Hacemos un buen equipo —dijo Emil mientras miraba hacia la distancia—. De hecho, Gianna fue quien sugirió la idea. Quiere aprovechar que su madre está en Beros y no puede impedir que se una a la misión.
Ezra no podía decir que conocía muy bien a Gianna, pero sabía que Marietta Lloyd tenía un control casi total sobre ella, por lo que le hacía sentido que quisiera unirse cuando su madre no estaba para detenerla.
El que todos los amigos de Emil fueran a la misión en Vintos le daba una pizca de tranquilidad, pero no la suficiente. Después de todo, Ezra era quien había presenciado en carne propia a los pegasos descuartizados y ese mensaje escrito en sangre.
MUERTE AL FALSO REY
—Entonces, ¿te quedarás?
—No lo sé, Emil.
—Por favor, conozco al Consejo, no se quedarán sin hacer nada mientras no esté, seguro van a querer avanzar con esto y no confío en que sean justos cuando se trata de tomar decisiones que involucren a Ilardya. No con Lord Anuar y Lady Jaria ahí.
Ezra no estaba muy convencido, pero Emil ahora lo miraba con una intensidad que era difícil de ignorar.
—Si las cosas se ponen peligrosas, prométeme que regresarás a Eben enseguida. Y recuerda: esta misión es para encontrar respuestas, no para provocar a los rebeldes.
—¿Eso es un sí? ¿Vas a quedarte?
Ezra asintió.
Después de todo, Emil le había demostrado que era capaz de enfrentar cualquier amenaza. Cuando fue en busca de su madre, Ezra no estuvo con él. Cuando fue al Castillo de la Luna a enfrentar a Lyra, Ezra no estuvo con él. Y ahora que iría a Vintos, donde presuntamente habitaba un gran grupo de rebeldes infiltrados, Ezra no estaría con él.
Esperaba no arrepentirse.