PRÓLOGO
I
El hogar en el que crecí como uno de los hijos de Lía y Moisés irradiaba calor humano y amor. Mientras Moisés, mi padre, se dedicaba a forjar el futuro económico con una gran disciplina de trabajo y a sudar la gota, como se dice, Lía, mi madre, desde el comienzo, nos rodeó a cada uno de mis hermanos y a mí con un inigualable cariño.
Aprendí desde un principio a amar a mi madre. Siempre la vi como una gran mujer, como una persona de un carácter sensible, de sinceridad total en su actuación, de transparencia absoluta en su pensamiento. La alegría era otra característica que revestía su forma de ser. Toda la vida en la casa se escuchó música. Cuando éramos muy niños se escuchaban cantantes de un sinnúmero de nacionalidades. Después de la muerte de mis padres, al mirar la colección que dejaron, encontré discos en 45 y 78 revoluciones de boleros del Caribe, de italianos, franceses e israelíes, entre muchos otros. Una canción que quedó grabada en mi cabeza, «Volaré», la original, no recuerdo de qué cantante italiano de la década de los cuarenta era, antes de conocer la versión en salsa de Ismael Rivera.
Lía fue una mujer activa, dinámica, incansable, en movimiento permanente; la recuerdo, por ejemplo, tomando clases de taquigrafía; en otros momentos, de inglés, de italiano o de francés. Cuando yo tenía unos cinco años recibía, en nuestra casa de la carrera 21 con 45, del barrio La Soledad, a distintos profesores de esos idiomas.
Fue criada en la lengua de los judíos de la Europa central: el yiddish. Sus padres, mis abuelos, Simón Guberek y su esposa, Lola Rabinovich, eran, el uno, de Polonia y, la otra de Rumania, pero su comunicación era en yiddish. Y a sus tres hijos, a mi mamá y a sus dos hermanos, los criaron en yiddish.

Simón y Lola Guberek. Década de los años sesenta
De todas maneras, mi mamá fue a colegios colombianos en los que se hablaba exclusivamente el español, lengua que adoptaría como propia. Y nuestros padres nos hablaron en este idioma.
Cuando mi papá llegó a Colombia en 1939 hablaba varios idiomas. Pero había sido criado en su natal Ucrania en yiddish, igualmente. Aunque aprendió poco a poco el español, su comunicación con mi mamá fue en esa misma lengua, la que a mis hermanos y a mí desafortunadamente no nos enseñaron. Sobre todo, a mi padre se le facilitaba mucho más ese idioma en la relación matrimonial durante los cincuenta y cinco años de su duración. Lo que percibíamos sus hijos es que cuando mis padres querían decirse algo sin que los hijos lo entendiésemos, lo conversaban en yiddish. Incluso, recibía cada semana la publicación del periódico Yidishe Vorwärts, enviado desde Nueva York, el que leyó siempre con detenimiento.
II
Cuando Simón y Lola Guberek, los padres de Lía, mis abuelos maternos, llegaron a Colombia se dieron cuenta de que se trataba de un país ajeno a la esquizofrenia de la guerra, un lugar de climas cálidos variados y poblado por gente sin acentuados prejuicios de razas o religiones. En medio de un ambiente desprovisto de la neurosis de la persecución antisemita, les significó establecerse en un verdadero paraíso de paz, condición para construir una familia y un futuro económico con la suficiente solidez.
Los tres hermanos, Lía, Esther e Isaac fueron educados bajo los preceptos del judaísmo, pero sin tapujos para lograr adaptarse a la nueva sociedad colombiana donde crecían. El hecho de que el idioma que se hablara en casa fuese el yiddish, no impidió que hablaran perfectamente el español y que viviesen como lo indicaba el lugar donde crecían.
Lola había aprendido el español en Argentina, a donde su familia había llegado después de salir de Rumania. Su acento argentino lo tuvo durante toda su vida. Cuando Lía nació, en 1931, sus padres llevaban menos de dos años de haber llegado a Colombia. Por lo tanto, padres e hijos aprendían juntos acerca de la cultura colombiana y de sus costumbres.
La calidez y el cariño infundido por dos padres felices de no temer más la nefasta persecución por ser judíos, la ternura a flor de piel de dos padres dedicados a un nuevo hogar resultó en unos hijos igualmente radiantes de cariño hacia el prójimo. Lola era cariñosa como quien más. Simón, aunque igualmente acogedor y desprendido hacia su prole, era un soñador, un forjador de proyectos.
Sus esfuerzos se orientaron a construir una organización de judíos llegados al país, a ayudarles a instalarse en Colombia. Había estado en Palestina y fue cofundador del equipo de fútbol Hapoel. Desde niño sentía la pasión por este deporte, razón por la que ansiaba integrarse de alguna manera al fútbol colombiano. Por ello formó parte de la directiva del Club Millonarios, del cual sería su vicepresidente durante muchos años. Hasta muy avanzada edad, Simón iría al estadio El Campín a todos los partidos de su equipo. Recuerdo que él me contaba cómo había tenido en su mesa, sentados a manteles, a las grandes estrellas de la época del Dorado del fútbol colombiano de principios de la década de los cincuenta: el «Pipo» Rossi, Adolfo Pedernera y Alfredo Di Stéfano. Y cuando alcancé los cinco o seis años de edad, me llevaba todos los domingos al Campín a ver jugar al equipo.
Los hijos de Lía y Moisés, nuestros padres, recibimos la misma dosis de cariño y apoyo heredado por nuestra madre. Tuvimos la fortuna de ser cobijados por el calor humano de parte de nuestra abuelita Lola, o, como aprendimos a llamarla en yiddish, la Baby.
Frecuentemente nos sacaba a pasear en su Plymouth modelo 1953. O cuando éramos muy pequeños, nos consentía en su apartamento de la carrera 21 con calle 36 y nos bañaba en la tina.
Mis abuelos paternos, los padres de Moisés, quedaron recluidos en Siberia, en la Unión Soviética. Ante la inminencia de la invasión ordenada por Hitler en 1941, el régimen soviético desplazó a millones de los habitantes de las repúblicas soviéticas occidentales hacia Siberia para salvarlos del exterminio nazi. Fallecerían allí, a pesar de los esfuerzos de Moisés y su hermano Natán por traerlos a Colombia. La cercanía con los padres de Lía, no conociendo nosotros a los abuelos paternos, era bien estrecha.
La familia era muy unida alrededor de mis abuelos. Todos los domingos íbamos a almorzar a donde ellos. Por supuesto, las costumbres judías se imponían en la gastronomía. Las delicias culinarias eran sobresalientes. El pescado molido, la sopa borscht, los raviolis rellenos de carne especiada, los pepinos encurtidos con eneldo, la sopa de remolacha…

Simón y la pequeña Lía
Simón, además de haber liderado el Centro Israelita, luchó porque el Gobierno Nacional le permitiese la entrada al país a los judíos a quienes se les cerraban las puertas de otros países durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero lo más importante, se relacionó, en medio de esos esfuerzos a favor de sus paisanos, con los altos dirigentes del país. Sostuvo amistad cercana con Enrique Santos Montejo —Calibán—, Darío Escandía, Alberto Lleras, entre muchos otros. Escribía una columna semanal, primero, en El Espectador, y, posteriormente, en El Siglo.
Simón fue todo un líder del que Lía heredó esas dotes y a fe que las reverdeció con su incesante trajinar. Mientras que Simón era escritor y presidente de la comunidad judía de Bogotá, Lía fue la presidenta de la Asociación de Damas Hebreas B’nai B’rith. De su mamá Lola, quien tenía fama de gran cocinera, Lía aprendió a preparar esas mismas delicias.

Lía en sus años juveniles
III
Mis padres siempre practicaron una vida social muy intensa. Eso sucede cuando, como en el caso colombiano, una migración muy fuerte de ciudadanos de un determinado origen arriba a un mismo país en cantidades importantes. Es sabido que venían huyendo del holocausto nazi, de la masacre de judíos. Y en este caso llegaron a Colombia judíos de toda Europa central y oriental, como también del Medio Oriente. Los ashkenazíes y los sefardíes. Del lado de mis abuelos maternos, por parte de mi abuelo Simón, llegaron hermanos suyos, sobrinos, entre otros. Del lado de mi abuela Lola, hermanas suyas y sus maridos. Y por parte de mi papá, cuando él llegó a Colombia a inicios de 1939, ya estaba aquí su hermano mayor, casado con una esposa que había llegado con cuatro hermanos de su natal Polonia.

El día del matrimonio, 7 de febrero de 1948
El ambiente entre los judíos se relacionaba con las empresas industriales y comerciales que cada uno empezaba a crear. Por lo tanto, las reuniones discurrían alrededor de los nuevos emprendimientos que los familiares ponían en funcionamiento. Precisamente, habían llegado a un país en el que se facilitaba la puesta en marcha de industrias nuevas, puesto que hasta ese momento la mayoría de los bienes de consumo eran importados. Esto les confería un ambiente alegre a las reuniones familiares. Se intercambiaban experiencias de los nuevos emprendimientos, se nos enseñaba a los hijos cómo los padres desarrollaban iniciativas. Y se unían las familias en torno a una especie de marcha positiva de la construcción del país.
Las reuniones familiares y los almuerzos estaban signados por la excelencia de la comida rumana que mi abuela Lola ofrecía para nuestro deleite. Por cierto, mi mamá emuló lo que su madre servía en la mesa. Además, a mi papá le encantaba que la comida que se sirviera le remembrase los platos de su familia judía ucraniana y de su pueblo natal, Kamenetz Podolz, Ucrania. Ella empezó a cocinar una serie de postres que, sin duda, llegaron a ser famosos entre la comunidad judía de Bogotá.
Lía intercambiaba recetas con sus amigas y familiares, quienes igualmente producían postres exquisitos. Llegó a obtener tantas recetas, que con los años completó varios cuadernos, tanto a mano como a máquina de escribir. Hubo un postre, una torta que a mí me gustaba mucho: la torta de caramelo. El problema es que Lía desarrollaba tantas recetas de postres tan deliciosos, que simplemente cada semana, o cada tanto, producía uno distinto y se olvidaba de los anteriores. Pero en ese entonces le pedí que por favor siguiera preparando la torta de caramelo. El hecho es que, ante tanta insistencia, este postre se convirtió en el que nunca dejó de preparar. Hasta después de su muerte, en el año 2003, se siguió produciendo en el restaurante que tuve, con dificultades porque, aunque la receta es sencilla, en cuanto a los ingredientes, se necesita de una maestría especial para obtener el respectivo punto de caramelo al regarlo sobre las capas de hojaldre…, en fin, se requiere la mejor mano de alguien que cocine con cariño y destreza.
Mi mamá hizo famosa su torta de champañeras, basada en galletas de deditos de comestibles La Rosa; además de la torta de las galletas enciclopédicas, llamada así porque para apretujar las capas de galletas wafers, la una sobre la otra, se utilizaba una pesada enciclopedia; igualmente sobresaliente la torta de miel y, en años muy posteriores, hizo famosas la torta de islas flotantes y el cherry pie filling, ambas realmente exquisitas.
Los primeros años de nuestra vida familiar, en lo referente a la preservación de las costumbres judías, mi mamá se apegaba al cumplimiento de lo principal. Las cenas de los viernes por la noche, los shabat, dentro de la religión judía, son el evento cumbre de la semana.
Siendo aún pequeños mis hermanos y yo, Lía se inscribió en clases de arte en la Universidad de los Andes. La Facultad de Bellas Artes era dirigida por Marta Traba, la crítica de arte que revolucionó el mundo de la pintura y la escultura en Colombia. El estudio duró prácticamente cuatro años, durante los cuales Lía llegaría a tener una firme amistad con su maestra. Marta fue en muchas ocasiones a nuestra casa. A mí, en principio, me pareció una mujer muy antipática. Lo que pasa es que tenía un carácter muy fuerte. Además, pienso ahora, la revolución artística sucedida en nuestro país no hubiera podido darse, si no hubiera sido liderada por una persona con una forma de ser tan categórica como lo fue Marta Traba.

Lía de novia
Lía adquirió su primera obra de arte, Flor calcinada, de Alejandro Obregón, en 1961, cuando yo tenía diez años. Este fue el resultado del amor que ella sintió por el arte desde cuando lo estudió en las clases con su maestra argentina. Ese cuadro, en plata de la época, le costó quince mil pesos y lo pagó a plazos. Y como no quería controversias con mi papá, lo escondió detrás de un sofá de la sala. Con el tiempo, y a medida que los negocios de mi padre, Moisés, prosperaban, él decidió darle su apoyo para sucesivas adquisiciones de obras de arte. Es así que, dos años más tarde, compró Madame Cézanne a la ventana, de Fernando Botero.
El afán por ser una mujer activa y servicial la llevaron a trabajar junto a mi padre en la fábrica que él adquirió en 1960, Ropa Interior BVD, donde se producían pantaloncillos, camisetas y pijamas para hombres y niños. Lía tomaba clases de arte y al mismo tiempo trabajaba en la fábrica de la mano de su marido. Era una mujer polifacética: estudiaba, trabajaba, cocinaba en la casa y, al mismo tiempo, velaba por el bienestar de sus hijos sin descuidar ningún detalle del crecimiento de mis hermanos y mío.

Lía con obreras de la fábrica observan fotos, década de los sesenta
En nuestro hogar, ella, con sus clases de arte, con sus ansias de progresar como persona, con sus diferencias con nuestro padre por su forma de ser, puesto que ella aspiraba a desarrollarse intelectualmente, en fin, por querer proyectarse socialmente. Todo esto la hacían cuestionarse y la llevaban a querer cambiar su estilo de vida, así como sus objetivos inmediatos y futuros. No en pocas ocasiones con mis hermanos fuimos testigos de discusiones que ella y mi papá tuvieron. Obviamente, no hasta el grado que condujese a una ruptura de las relaciones conyugales.
Las inquietudes de Lía, su inconformismo, en parte, provenían de la herencia de su hogar materno. Mi abuelo Simón tenía mucho que ver con eso. Él contaba, en variadas ocasiones, que, con el objetivo de cumplir con su sueño, se había ido a Palestina siendo todavía muy joven a coadyuvar a erigir una nación socialista, y que había trabajado con pico y pala en la construcción de carreteras. Un trabajo de esa dureza denotaba una gran capacidad de sencillez, entrega y desprendimiento por una causa social. Don Simón, después de salir de Palestina hacia su tierra natal polaca, volvió a empacar maletas y llegó a Colombia en 1929. Ya en nuestro país, él siempre fue un líder de la comunidad judía de Bogotá y Colombia. No solo ayudaba a instalarse a los judíos que venían escapando del holocausto, sino que fue el presidente del Centro Israelita de Bogotá, principal organización creada a partir del auge de la migración judía a Colombia. Asimismo, publicó tres libros sobre la llegada de los judíos a Colombia y a Venezuela. Era todo un líder, además de ser un abuelo cariñoso dedicado a su familia, amante del fútbol, un hombre del que Lía heredó todas esas dotes. La humildad de Simón y su esposa Lola y la capacidad de ayuda al prójimo fueron características distintivas de la familia de Lía.
Los shabat, en un determinado momento, empezaron a celebrarse en casa de mi tío Natán, el hermano de mi papá. Ahí nos encontrábamos unas cinco o seis familias. Sara, la esposa de mi tío tenía tres hermanos. Todos tenían hijos de las edades de mis hermanos y de la mía. No está de más contar que Lía no se sentía del todo cómoda.
Mientras las relaciones familiares en casa de mis abuelos fluían con normalidad, revestidas por el criterio de sacar adelante a los ocho nietos y por el apoyo a los tres hombres cabezas de familia en sus nuevos emprendimientos de negocios, Lía era mucho más joven que todos los asistentes a los shabat en casa de mi tío Natán. No sin cierto trabajo se adaptó a ese nuevo ambiente y gracias a su madurez logró, sin embargo, entablar una amistad bien estrecha con las cuñadas de mi tía Sara.
Lía Brandwayn de Senft, Donna Helman de Brandwayn y Regina Farbiarz de Brandwayn —hermana una y cuñadas las otras dos de Sara— eran excelsas cocineras. Los libros de recetas de cocina escritos por mi mamá incluían aportes de ellas tres, y en el encabezamiento de cada receta incluía las iniciales de su autora. Adicionalmente, en lo que se refiere al Colegio Técnico Menorah, su obra cumbre, mi mamá conformó un equipo de compañeras cuyo trabajo consistía en recabar fondos de la comunidad judía, y ahí fueron piezas clave tanto Donna como Regina. Fueron protagonistas de esa gesta que fructificó en el más grande aporte entregado por la comunidad judía a la capital colombiana en su historia. Mientras mi madre Lía, a pesar de su carácter espontáneo y extrovertido, le daba, hasta cierto punto, algo de pena solicitar plata para la construcción del colegio, Regina y Donna entraban como Pedro por su casa donde los empresarios a solicitar sus aportes.
Lía enfrentó asperezas a lo largo de su vida siendo víctima de un sinnúmero de ataques; por ejemplo, cuando solicitaba dinero para la construcción del Colegio Técnico Menorah. A este respecto es necesario señalar que ella se sometió a un intenso tratamiento psicoanalítico.
Se empezó a interesar por el psicoanálisis por medio de su amiga Esther de Zachman, psicóloga de la Universidad Nacional. Gracias a esta amiga conoció de las bondades que un tratamiento de esta clase podría reportarle. Le fue recomendado el doctor Libardo de Jesús Castaño, psicoanalista oriundo de Anserma, Caldas. No solo se hizo tratar por él durante más de veinte años, sino que, de carambola, la esposa del doctor, Josefina Convers de Castaño, se convertiría en su mejor amiga.
De casualidad Libardo y Josefina vivían a dos cuadras de nuestra casa de la calle 94 con carrera 17. Junto con mis hermanos sentimos en su momento que los nuevos amigos de mis padres —de mi mamá, en particular— eran gente linda y querida. Cuando tenía trece años mi mamá me envió a donde Libardo a que me diera clases de educación sexual, tema tabú en nuestra época de juventud. Y lo gocé mucho porque su personalidad ayudaba a entenderle desprevenidamente. Ellos venían a comer a nuestra casa frecuentemente.
Sin duda Lía se lanzó a conquistar las cimas más elevadas merced a su decisión, a su liderazgo, a sus ímpetus de progreso, a su afán de conocimiento, en parte, impulsada por su tratamiento psicoanalítico. Tanto fue así que mis hermanos y yo, influenciados por nuestra madre, nos sometimos a procesos del mismo porte. Yo acudí a donde el doctor Jaime Villarreal, de quien recibí tratamiento por cerca de tres años, cuando estudiaba Economía en la Universidad de los Andes. Seguíamos el consejo materno porque, a mi entender, lo que mi mamá nos aconsejase siempre era para nuestro bien.
IV
Simón cambiaba de colegio a cada rato a su hija Lía, con la inquietud de que en los colegios mixtos, donde hubiese hombres, fuese probable que llegase a tener una relación sentimental con algún no judío. Sabido es que, en la religión judía, los padres siempre desean que sus hijos se casen con judíos.
Uno de los colegios en donde estudió fue el Americano, de la calle 45, y el último donde Simón la matriculó fue el Santa Clara, de monjas claretianas, del cual, sin haber terminado el bachillerato, salió a casarse con Moisés a los diecisiete años y un día.
Lía fue inquieta y curiosa desde sus primeros años. Tenía sed de aprender, de estudiar. Como ya conté, veía profesores que llegaban a la casa, cuando yo tendría unos cinco años, a darle clases a mi mamá de inglés, taquigrafía, italiano o francés.
Posteriormente, estudió secretariado bilingüe e historia del arte. Ella no quería quedarse exclusivamente en las labores de ama de casa. Quería cultivar su espíritu y compensar así su apresurada salida de las aulas escolares.
Sus sueños albergaban el coronar alguna realización importante. Estudiaba y al mismo tiempo mantenía las tradiciones judías.

Pareja siempre unida: en la casa de la calle 94 con 8.ª, década de los años setenta
Una de ellas, la de matar la gallina los viernes para la comida del shabat. A pesar de hacerlo en cumplimiento de los preceptos religiosos, la expresión de ella al cortarles el pescuezo era, si no de agudo dolor, de contrariedad. Con el tiempo, dicho precepto dejó de practicarse en casa tanto por el dolor que sentía al despescuezar a la gallina como por su alejamiento paulatino de la práctica religiosa.
V
En un principio, al llegar a Colombia, Moisés trabajó en la fábrica de corbatas NAGA de su hermano Natán, en cuya casa había vivido nueve años hasta casarse. Después Moisés se independizó cuando compró la fábrica BVD de ropa interior de hombre, hecho que implicó realizar numerosos viajes a Estados Unidos con el fin de entenderse con los propietarios de la marca americana.
Siempre que viajaba, los primeros beneficiarios al regresar a Bogotá éramos sus hijos. Nos traía las maletas llenas de regalos para los tres.
VI
El gran impacto que tuvo el movimiento estudiantil colombiano sacudió también el ambiente de la Universidad de los Andes. ¡Y de qué manera! En el año 1971, como fruto del propio movimiento mundial, iniciado, entre otros, por el francés Dany el Rojo, el estudiantado colombiano se movilizó. Los mejores amigos que tenía en mi curso, Alejandro Acosta y Camilo Romero, se erigieron como algunos de los principales líderes de la universidad. A lo que agregaría que desde cuando estudiaba en el colegio, ya sentía por dentro la llama antimperialista. Tenía claro que Colombia era un país saqueado por los monopolios imperialistas gringos. Desde un principio concebí al movimiento nacional y, en particular, al de mi propia universidad, como levantamientos justos.
Hasta cierto punto, el fin perseguido por el estudiantado y por el partido político al que se habían adherido mis compañeros, el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR) entraba en contradicción con la filosofía subyacente en mi tratamiento psicoanalítico. De un momento a otro se afiliaron a este partido centenares de estudiantes. Me dediqué a analizar y a estudiar las reivindicaciones que reclamaban, así como sus comportamientos. Además de las consignas por la educación nacional y al servicio del pueblo, propugnaban la toma del poder para obreros y campesinos, por la fuerza si fuere necesario. Mis compañeros se habían integrado a células, la modalidad de las organizaciones marxistas-leninistas. La teoría de Mao Zedong sobre cómo los intelectuales debían integrarse al pueblo, a sus luchas y a sus labores productivas era el pan de cada día entre los nuevos militantes del MOIR. Los intelectuales tenían que unirse al pueblo y someterse a un proceso de reeducación. Mi discusión con Alejandro Acosta se centraba en discernir si los problemas psicológicos se resolvían mejor bajo la tutela de un psicoanalista o, como lo difundía en esos momentos el MOIR, dedicándose a la re-educación por parte de las clases desposeídas.
Tuve repetidas discusiones con Alejandro. Le conté, en su momento, que estaba sometido a un tratamiento psico-analítico. Pero lo llevé al terreno del intercambio de opiniones, de si la educación que propugnaba el MOIR de ponerse al servicio de las masas, de integrarse a los contingentes de obreros y campesinos podría llevar a la curación de los distintos problemas psicológicos que nos afectaban; o si, por el contrario, el sometimiento a un proceso como el que practicaba representaba la solución para ese tipo de problemas. Esta discusión, no sé, no recuerdo si la tuve con mi mamá. Pero dentro de mí representaba el dilema más fuerte que me rondaba. Hube de terminar mi tratamiento cuando me fui a estudiar la maestría a París. No sobra contar que en todo caso apoyé al movimiento estudiantil sin reparos, pero sin afiliarme por el cambio tan rotundo que tal decisión podría acarrear, así como por el compromiso tan serio que implicaría dedicarme de alma, cuerpo y corazón a la defensa del pueblo colombiano.
Mientras tanto nuestra casa se fue convirtiendo en un gran museo de arte moderno. Mi mamá, con la anuencia de mi papá, adornó los salones de la casa con piezas de los artistas jóvenes que, en especial, fueron ensalzados en su momento por Marta Traba. Había obras de los mencionados Alejandro Obregón y Fernando Botero, además de Bernardo Salcedo, Feliza Bursztyn, Eduardo Ramírez Villamizar, Manolo Vellojín, Hernando «Momo» del Villar, Maripaz Jaramillo, Luis Caballero, Edgar Negret, Saturnino Ramírez, Vicente Rojo, José Luis Cuevas, Francis Bacon, Antonio Barrera, Hernán Díaz, Norman Mejía, Gustavo Zalamea, Beatriz González, Rogelio Polesello, Eduardo Mac Entyre, Rodolfo Abularach, Carlos Rojas, Manuel Hernández…
Ante esa profusión del arte moderno en nuestra casa, la actitud que adoptamos, nosotros los hijos, adquirió un dejo humorístico. Multitud de expresiones ininteligibles para ignorantes como lo éramos los tres hermanos nos inspiraban chistes de todo tipo. De la escultura de Bernardo Salcedo, que era una cajita de la que salía una mano cargando unos huevos, decíamos que era el escudo de armas de la familia. De pronto, con el pasar de los años, comenzamos a apreciar el valor artístico de las obras.
Cuando me fui a estudiar a Francia, después de terminar en los Andes, conocí la producción de arte chino basado en el llamado realismo socialista. De manera que, influenciado por la ideología del MOIR colombiano, la disquisición dentro de mi cabeza me llevaba a mirar con alta expectativa este arte revolucionario en el que se plasmaban las luchas y logros de obreros y campesinos chinos. Asimismo, se presentaban sinnúmero de películas en París basadas en historias de los grandes éxitos de obreros y campesinos. Sinceramente, vivía encantado admirando estas creaciones artísticas con las que se daban a conocer los logros de la revolución china. En la capital francesa decidí vincularme al MOIR.
Hice campaña electoral en 1974 cuando este partido impulsó la candidatura de Hernando Echeverry Mejía. El día de las elecciones estuve en la embajada colombiana de París y se logró que una importante cantidad de colombianos residentes en Francia votaran por este candidato. Cuando mis padres fueron a visitarme a París, mi mamá se sentó conmigo a escucharme las tesis filosóficas de Mao. De lo que no estuvo nada contento mi papá, quien me preguntó si a mi regreso a Colombia iría a trabajar con él a su fábrica, a lo que respondí con una negativa rotunda.
La artista que apoyó al MOIR con sus pinturas fue Clemencia Lucena. Francisco Mosquera, el jefe del MOIR, la presentó como la exponente del arte revolucionario colombiano. Los conocedores de arte la motejaban como la representante del arte cliché. A mi mamá no le gustaba ni poco. El concepto del arte moderno, el arte abstracto, representaba la evolución, lo actual, el punto al que la producción artística global había desembocado. Yo le tenía un importante grado de admiración a la colección de obras que mi mamá había logrado adquirir.
Al poco tiempo de mi regreso de Francia me fui a vivir a Repelón, departamento del Atlántico. Según la directiva del MOIR, los cuadros que habíamos ingresado a militar en el partido debíamos irnos a vivir al campo colombiano. Ese período revolucionario de comienzos de la década de los años setenta le representó al MOIR, dentro del estamento estudiantil, un gran contingente de militantes. La directiva se denominó la de «los pies descalzos». Debíamos irnos a vivir con los campesinos, a descalzarnos, con el ánimo de proceder a la etapa llamada «la revolución obrera y campesina», etapa necesaria para la llegada al poder del partido del proletariado.
En el pueblo mencionado, Repelón, un hijo de campesinos, en edad ya madura, al que le faltaba poco para terminar su bachillerato, me invitó a vivir a su casa. Sin pensarlo dos veces, acepté tan generosa oferta y llegué a un hogar en el que fui aceptado y en el que residí durante cinco años.
Ya llevaba viviendo ahí cuatro, de los cinco años, cuando mi mamá decidió venir a visitarme. Al conocer el cuartico en el que vivía, me dijo que ella me daría la plata para construir un nuevo cuarto con mejores condiciones. En realidad, el cuartico que ella conoció tenía piso de tierra y no sé hasta qué punto sufrió un golpe anímico al ver a su hijo viviendo en esas condiciones. En consecuencia, al cabo de tres o cuatro meses estuvo construido el nuevo cuarto. En la casa de estos campesinos había un patio grande con suficiente espacio para la nueva construcción.
El mismo día de su visita, los compañeros del MOIR de Barranquilla se esforzaron por atender a mi mamá. Ya ella era famosa después de haber creado el Colegio Técnico Menorah y por integrar, junto a Yolanda Nieto, la Asociación Nacional de Mujeres impulsada por el partido. Después de visitar Repelón, regresamos a Barranquilla, al Hotel del Prado donde ella se alojó.
Como dije al principio de este escrito, mi mamá gozaba mucho la música y siempre en nuestra casa sonaron muchas clases de ritmos y estilos. Mi mamá fue estudiosa del jazz y de la música clásica. Pero su juventud estuvo marcada por los ritmos populares del momento: los boleros antillanos, las guarachas, el mambo… Y la música popular en Barranquilla, en aquella época, era la salsa, muy afín con la música de su juventud. Pues los compañeros decidieron que fuéramos a un sitio popular con la mejor salsa que se podía escuchar en la ciudad. Por su trabajo profesional, un compañero, el abogado Hernán Rodríguez, oriundo del Cesar, atendía a las prostitutas de Barranquilla. Con él nos fuimos al Playboy, discoteca con prostitutas situada en la calle Murillo con Líbano. Mi temor, al llevar a mi mamá, era cómo reaccionaría al entrar a un sitio de esas características. Cuando entramos a la discoteca fuimos recibidos como príncipes porque Hernán presidía nuestro cortejo. Nos dieron una mesa especial. Miraba de reojo a mi mamá y la sentía como si estuviera a sus anchas y tranquila. Además, no me cabe la menor duda, se gozó plenamente la excelente música que se escuchaba en ese sitio. Estas mujeres barranquilleras eran unas expertas bailarinas y daba un gran placer verlas con sus artísticos movimientos.
VII
El matrimonio de mis padres andaba viento en popa, Lía iba a trabajar todos los días con Moisés a la fábrica BVD. No obstante, escuchábamos, de vez en cuando, que ella se quejaba del entendimiento —en el trabajo— con Moisés. Hasta que un día dijo: «No más. Me voy a independizar. Voy a poner mi propia fábrica».

Vista parcial de la fachada de la fábrica BVD Ganitex
Empezó a madurar la idea y fundó Interpunto Ltda., en 1970, la fábrica de camisas Dynamic, donde pudo trabajar en forma independiente. Las relaciones de pareja entre marido y mujer, de todas maneras, no se vieron afectadas. Ella impuso su propio estilo administrativo sin que eso impidiese que él la visitase y la asesorase frecuentemente. En esa época yo estudiaba en la universidad e iba frecuentemente a visitarla a su elegante oficina, decorada, al igual que la casa, con algunos hermosos cuadros. En esta fábrica, al lado de su actividad manufacturera, Lía aprovechó para idear y llevar a cabo las que serían sus grandes realizaciones: el Colegio Técnico Menorah, el Teatro Libre, la Colección Literaria de la Fundación Simón y Lola Guberek y la Asociación Nacional de Mujeres. Allá iban a visitarla los artífices que junto con ella la ayudaron en sus creaciones. Y todos, incluidos sus hijos, salíamos premiados con camisas de regalo. Y los más consentidos, como los líderes de la colección literaria, Darío Jaramillo Agudelo y Juan Luis Mejía, con estilógrafos Montblanc.

Lía y Moisés de viaje
VIII
La señora Lotte de Feldsberg, representante de la Agrupación de Damas Hebreas B’nai B’rith de Cali, le ofreció su consejo para ayudar a Lía a la creación del capítulo de Bogotá de esta organización. La B’nai B’rith es una organización no gubernamental de carácter filantrópico y orientada hacia los derechos humanos y la asistencia social. La idea consistía en implementar una institución que permitiese la representación para poner a funcionar la idea del colegio. Recibió en 1969 el beneplácito para esta puesta en marcha de parte de la B’nai B’rith internacional con sede en los Estados Unidos. Inició entendimientos con la rama masculina de la B’nai B’rith colombiana y decidieron echar a andar el megaproyecto del colegio con las mujeres de la comunidad judía. La agrupación fue guiada por el rabino Friedlander, de la organización Hillel, quien acompañó y orientó desde el punto de vista del judaísmo a la nueva organización.
Integró un equipo de trabajo con sus concuñadas, Donna y Regina Farbiarz de Brandwayn y Lía de Senft, con su prima, Esther de Cattan, igualmente con Myriam Dreszer de Kassin y su amiga Silvia Ohlgisser. Iniciaron contactos con los empresarios de la comunidad judía para tantear el terreno de la posible financiación de un colegio para niñas de hogares pobres de la capital.
Fue un durísimo trabajo. El colegio tendría que estar localizado en algún barrio popular de la ciudad y el lote suministrado por la Secretaría de Educación. Le propondría a la administración distrital que donaran el lote para la construcción y la comunidad judía construiría el colegio y equiparía las aulas, ocupándose de la adquisición de los escritorios, los pupitres, los computadores y de todos los elementos esenciales para un colegio con los más altos niveles de calidad en sus instalaciones.
No todo fue un camino de rosas. El Distrito no se decidía a adjudicar el lote para la construcción. Iban a la Secretaría de Educación y en innumerables ocasiones ni las miraban, o les contestaban con desdén, a pesar de la benévola propuesta para la ciudad. Algunos de los esposos de las compañeras de brega les decían a sus mujeres que eran escépticos con respecto a que Lía lograse coronar este logro. Dice su nieta Tamar: «Ella era verdaderamente capaz de mover montañas».
Después de meses de pugnar ante la Secretaría de Educación de la capital, bajo el mando de Alfredo Ramírez Suárez, y estando como alcalde Emilio Urrea Delgado, les fue adjudicado el lote para la construcción del colegio en el barrio Eduardo Santos, en la calle 1.ª con carrera 19. También ayudó al proyecto el personero distrital del momento, Antonio Bustos Esguerra, con quien establecerían una relación de amistad.
El acuerdo consistía en que la Agrupación de Damas Hebreas B’nai B’rith construiría la sede educativa y la dotaría, mientras la Secretaría de Educación del Distrito nombraría el personal docente y administrativo. Sería un bachillerato técnico para mujeres con opciones en contabilidad y secretariado comercial. En principio, se buscaría que las estudiantes fuesen hijas de mujeres trabajadoras del área cercana al barrio Eduardo Santos, de origen obrero. De manera que las madres pudiesen acceder sin problema a sus trabajos mientras sus hijas estudiaban en la sede educativa que fue bautizada con el nombre de Colegio Técnico Menorah.
La brega para conseguir la financiación de la obra fue ardua y prolongada. Lía, dada su manera de ser, llegaba en ocasiones con timidez a las oficinas de los empresarios judíos, pero sus concuñadas Regina y Donna no vacilaban lo más mínimo en solicitar los recursos para la construcción. Claro que hubo otras damas judías que ayudaron a concretar el proyecto, entre quienes se encontraba Sonia Gutt de Haime, hija de Moris Gutt. El aula múltiple, la edificación más grande y costosa, fue donada por Moris y Tila Gutt.
Las donaciones para la construcción se obtenían a pesar de haber enfrentado negativas de algunos de los empresarios. Lo que le representó a Lía innumerables dolores de cabeza. Hasta regaños de los más renuentes a colaborar, agravados en ocasiones con insultos. Ella aguantaba con resignación estos desafueros. Su sometimiento al psicoanálisis fue fundamental en su vida. Había aprendido a enfrentar la adversidad, a proponerse llevar a cabo obras trascendentales, tanto para ella, como para la sociedad en la que vivía. Había llegado a un grado de madurez personal que le permitía sortear las puyas y los dardos sin descomponerse.
La construcción también contó con donaciones de cuadros de algunos de sus amigos artistas, a quienes ella les pidió aportes de obras para ser rematadas en beneficio del proyecto educativo. Casi todos los artistas fueron amplios al donar a favor de la causa de la filántropa.
La inauguración del colegio fue el 22 de mayo de 1974. En acto presidido por Lía y el alcalde del momento, Aníbal Fernández de Soto, asistieron asimismo el presidente en ejercicio, Misael Pastrana Borrero, el presidente electo Alfonso López Michelsen y el expresidente Carlos Lleras Restrepo. Se decía que la única persona que fue capaz de congregar en un mismo sitio a estos tres presidentes había sido Lía Guberek de Ganitsky. La inauguración del Colegio Técnico Menorah marcó un hito en lo que se podría denominar el aporte de la comunidad judía bogotana al desarrollo y al progreso de la capital de Colombia. En especial en apoyo a los sectores pobres de la sociedad. El diseño había sido obra de Jacques Mosseri Hané, el esposo de la pintora Ana Mercedes Hoyos. Fue y es una construcción preciosa, ganadora de numerosos premios.
Antes de mi regreso a Colombia, mi mamá logró fundar el Colegio Técnico Menorah. Ella en esos momentos tenía cuarenta y tres años y estaba en la cúspide de su vida.
IX
Cuando tenía quince años, en 1966, fuimos de vacaciones a la costa oeste americana. Estuvimos en Los Ángeles, San Francisco y Las Vegas. En Los Ángeles tuvimos el privilegio de ir a un restaurante en donde cantaba la famosa Ella Fitzgerald, quien ya era una de las más grandes intérpretes de jazz. En Las Vegas fuimos a varios shows, en especial a uno donde el cantante era Charles Aznavour. Estos espectáculos a los que mis padres nos llevaron desde pequeños dieron pie a que fuésemos hijos favorecidos de una familia dedicada al cultivo del intelecto con acceso a lo más granado de la cultura.
Su profesor de hebreo, Joseph Vaadia, era un experto en el jazz. Bajo su orientación, Lía adquirió una gran colección de vinilos de las distintas épocas de ese género musical, tanto así que se convirtió también en su profesor de jazz. Él y su mujer Tamar significaron un gran aporte cultural para nuestra familia. Joseph, cuyo origen se remontaba a la lejana nación de Mongolia, había nacido en Palestina. Por cuestiones de la vida llegó a Colombia y fue nuestro profesor de hebreo junto con Tamar. La cultura de esta pareja era gigantesca.
X
El Teatro Libre de Bogotá, poco después de lo del Colegio Técnico Menorah, sería otra obra a la que mi mamá dedica-ría sus esfuerzos. Había tomado la decisión de que sus energías no dejarían de ponerse al servicio de cualquier nueva obra que estuviera orientada a brindar apoyo a la comunidad, a las clases menos favorecidas, a impulsar la cultura, a hacer crecer un país con menos pobreza y mayor acceso al conocimiento.
Lía fue nombrada en la junta directiva del Teatro Libre e inició un proceso similar al del colegio para recabar fondos para su construcción. Al igual que para la financiación de su gran obra, visitó empresarios a los cuales les solicitó su aporte. También colaboraron para esta causa el dueño de Aviatur, Jean Claude Bessudo, y la artista Lydia Azout, entre otros. El Teatro Libre del centro de la ciudad fue construido con un diseño del arquitecto Simón Vélez. En su cielo raso se aprecia la arquitectura en base a guadua.
Años después Lía tuvo la brillante idea de traer a Celia Cruz a que se presentara en beneficio de la Escuela de Formación de Actores del Teatro Libre, escuela de la que también fue creadora. Lo logró por intermedio de la excantante Matilde Díaz, amiga de Celia Cruz. Le explicó en qué consistía la Escuela de Formación de Actores y logró su colaboración. Matilde se puso en contacto con la estrella de la salsa y ella aceptó venir a Colombia a presentarse en el Teatro Libre de Chapinero. Con motivo de la ocasión, se hizo una comida en la casa de Lía. Estaban Celia con su marido Pedro Knight, extrompetista de la Sonora Matancera, Matilde con su marido, Alberto Lleras Puga, la hija de Matilde, Lina María, los principales actores del teatro y algunos amigos de Lía y Moisés.
Por mi parte sentí una gran emoción por la posibilidad de participar en esa cena. Desde que me descalcé, la música que conocí y estudié en la costa fue la salsa. Y había compartido con mi mamá muchos momentos con esta música. Y como ella era amante de los boleros, en particular de los producidos en la región de las Antillas, eso representó un punto adicional de unidad entre ella y yo.
Celia nos contó esa noche que cada vez que venía a Bogotá, le tocaba llegar por lo menos cinco días antes de su función para adaptarse a la altura de la ciudad y poder actuar. La reunión, además de agradable, tuvo un ambiente de alegría por la calidad de los participantes. Celia y Pedro Knight no dejaron de sonreír y mostrar su satisfacción por la atención que se les brindaba y por los manjares que como siempre mi mamá les ofrecía a todos sus comensales.
Mientras estuve descalzo, pude venir frecuentemente a Bogotá a estar al lado de mi madre para presenciar los éxitos que alcanzó en su meteórica carrera. Desafortu-nadamente no en todos pude acompañarla. Cuando la inauguración del colegio aún me encontraba en París. Y en cuanto a su apoyo a la creación del Teatro Libre, estaba en la costa Atlántica. Pero en muchas ocasiones fuimos invitados, Hilda —mi esposa— y yo, a ver las obras en el teatro. También recuerdo que asistimos a este mismo sitio a escuchar al Trío Matamoros y a una presentación de Duke Ellington en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Igualmente, cuando niños, mi mamá ya nos había llevado en múltiples ocasiones al Teatro Colón a presentaciones de ballet y de grupos de danzas.
XI
Lía sentía una efervescencia en su interior. Tenía ansias de progresar culturalmente y, al igual que su padre, quería liderar alguna causa a favor del país que había acogido a la comunidad judía y a su familia.
Ingresó a estudiar Bellas Artes en la Universidad de los Andes bajo la dirección de Marta Traba. Compró libros de la materia hasta el punto de volverse una experta en el arte moderno. Su maestra y amiga, Marta, le enseñó el camino. Al mismo tiempo, por aquellos años, empezaron a surgir muchos artistas jóvenes e innovadores en Colombia.
Fue toda una revolución lo que se generó bajo el influjo de Marta Traba. Los pintores costumbristas del país empezaron a quedar fuera de foco. Marta, con Lía, Beatriz González, Beatriz Salazar, Emma Araújo, Ana Vejarano, con los galeristas recién constituidos como Alonso Garcés, Aseneth Velásquez y Eduardo Serrano, entre otros, unieron esfuerzos para sacudir el entorno de las artes plásticas nacionales.
En aquel momento de la vida de Lía, ella se dedicaba, al mismo tiempo, a la obra del colegio, a su fábrica y a seguir incrementando la colección de arte de su casa.
Simultáneamente estudiaba, no solamente el tema del arte, sino también literatura de todo tipo. Su proximidad a la Librería Contemporánea, ubicada en el barrio El Lago, la llevaron a conocerse con Gabriel García Márquez, representado por este local de libros. Gabo le autografió varios libros. Gracias a dicha librería, ella estaba siempre al tanto de las novedades literarias que se podían adquirir y así poner al día sus lecturas.
Y no sobra anotar que en ningún momento dejó de producir los deliciosos postres a que nos tenía acostumbrados desde cuando éramos muy pequeños. Nunca faltaron en la casa la torta de miel, la de caramelo, los pletzalej —galletas de aceite, las preferidas de Moisés— ni las galletas de rollito rellenas de mermelada de mora y nueces.
Como se dice, la niña de sus ojos era el colegio. Lo atendía permanentemente y resolvía hasta el mínimo detalle de su funcionamiento. Desde un principio se reunía, por fuera de sus clases, con los profesores y las alumnas. A ellas les dictaba charlas sobre liderazgo, la importancia de las mujeres en la sociedad y el emprendimiento. Cada vez que Lía llegaba al colegio, empezaba la carrera entre las alumnas a ver cuál podía quedar situada más cerca de la fundadora para alcanzar a escucharla. Porque eran muy numerosas y todas querían estar cerquita de ella. Se sentaba en la rotonda, a la sombra de un árbol, y ahí departía con ellas. También acostumbraba a ir a la cafetería con los profesores con quienes alcanzó un alto grado de intimidad.
XII
Estando, como queda dicho, viviendo en la costa, mi mamá continuó con su racha de creaciones y conquistas. Pepe Gómez, a instancias de Francisco Mosquera, el jefe del MOIR, se unió con Lía para poner en marcha la fundación de la Asociación de la Amistad Colombo China, en 1977.
En entrevista en la televisión, el periodista José Fernández Gómez le preguntó a Lía acerca de sus razones para impulsar la Asociación de la Amistad Colombo China, a lo que ella contestó: «A mí me pidieron, por mi relación con el arte, que dirigiera el comité cultural. Ha sido un desafío impresionante y además me ha dado la oportunidad de aprender sobre la cultura más milenaria que existe. Y de estudiar las innumerables expresiones artísticas. Si uno va a un espectáculo de la ópera de Pekín, encuentras que son unos artistas que cantan, que bailan, que hacen teatro, que hacen acrobacias; lo mismo se puede decir de sus artesanías… A mí me llevó el arte a la Asociación de la Amistad Colombo China: nunca fue la política».
Lía ya era conocida por las obras del Colegio Técnico Menorah y del Teatro Libre de Bogotá. Pero este nuevo proyecto reflejaba más bien una posición internacionalista con el pueblo chino. Era importante para Colombia ponerse al día en las relaciones con el país más poblado del mundo. Hasta el momento Colombia sostenía relaciones diplomáticas con Taiwán que ostentaba el nombre de China, pero sabido era que la verdadera China era la República Popular de China y no la República de China, o sea Taiwán.
No es desconocido que la militancia que llevé en el MOIR se constituyó en un elemento a favor de que Lía se comprometiera con esta justa causa. Encabezaron esta iniciativa Lía, y como ya hemos dicho, su amigo Pepe Gómez, quien recibió la solicitud de parte de Francisco Mosquera.
Ingresaron a esta asociación personajes de la cultura y de la política colombiana. Estaban los nombres de Francisco Ortega, gerente del Banco de la República, Guillermo Perry, importante economista de la Universidad de los Andes, Daniel Samper Pizano, periodista de El Tiempo, oficiales de alto rango del Ejército como Valentín Jiménez, personalidades de distintas regiones del país…, en fin, todo tipo de personajes de renombre en nuestro país.
La nueva asociación no estaba revestida de tintes políticos ni estaba alineada a ninguna tendencia ideológica que segregase a gentes de diferentes vertientes. Así Lía estuviera decidida a poner a funcionar esta asociación movida por el amor a su hijo y a sus ideas, la causa de las relaciones diplomáticas con la nación más poblada del mundo era justa a todas luces y a la vista de la mayoría de los demócratas del mundo.
Al comienzo, Lía fue nombrada directora ejecutiva de la asociación. Posteriormente, llegaría a ser su presidenta. Durante los cerca de veinticinco años de intenso trabajo, se obtuvieron logros notorios. Primero, al año de crearse, el Gobierno colombiano estableció relaciones diplomáticas con la República Popular China y las rompió con Taiwán. Por otro lado, la asociación desarrolló una gran cantidad de eventos con la República Popular China: clases de acupuntura con especialistas que vinieron a vivir al país para dar clases en la Universidad Nacional, presentaciones de kung-fu, de ballet y música, de teatro y cine. Asimismo, la asociación estableció con la embajada de China en el país unas estrechas relaciones. Se efectuaron múltiples encuentros y eventos, tanto en la embajada como en la asociación, incluso en su apartamento y finca familiar. En este sitio, Lía les enseñaba a bailar salsa a los funcionarios de la embajada y los agasajaba con almuerzos campestres. En mis venidas a Bogotá, en muchas ocasiones, fuimos a la embajada a distintos ágapes. Recuerdo cómo un chino me enseñó a cuidarme la cara con masajes, como una demostración de amistad. Hasta ese punto de entendimiento, casi familiar, se llegó en esta relación creada por mi mamá. Durante su segundo viaje a China, en 1990, los recibieron, a ella y a mi padre, con honores y les dieron trato de diplomáticos.
XIII
La Colección Literaria de la Fundación Simón y Lola Guberek fue otro aporte de Lía al desarrollo cultural del país. Con motivo del quincuagésimo aniversario del matrimonio de mis abuelos —sus bodas de oro—, ellos y mi mamá acordaron que se organizaría un evento en el Salón Rojo del Hotel Tequendama con un loable objetivo: que los regalos fuesen exclusivamente en dinero para ser utilizado en la creación de una fundación que promoviese las letras nacionales. Simón ya era un escritor veterano y ¿qué más que impulsar a los escritores necesitados para continuar la propia senda? A la fiesta acudieron, entre otros, los expresidentes Alberto Lleras Camargo y Darío Echandía, amigos de mi abuelo.
Se creó la Fundación Simón y Lola Guberek y bajo la dirección de Darío Jaramillo Agudelo se organizó un comité editorial con otros cuatro escritores del más alto reconocimiento. Se encargarían del análisis, discusión y elección de los autores a premiar. Se publicaron alrededor de cincuenta libros durante diez años entre 1984 y 1994. La financiación de las publicaciones corrió, en su mayor parte, por cuenta de Lía y Moisés, puesto que con la venta de los libros no se recogía sino una pequeña parte del costo de la impresión de los mil ejemplares por cada título. Los lanzamientos, al principio, se celebraron en la Biblioteca Nacional y, posteriormente, en la Biblioteca Luis Ángel Arango. A ellos acudieron famosos personajes del país como los presidentes Carlos Lleras Restrepo y Belisario Betancur.
Asistí a varias de las premiaciones en la Biblioteca Luis Ángel Arango. Las ceremonias siempre fueron dignas de semejante escenario de la cultura nacional. La asistencia de las celebridades, la expectativa por los escritores premiados, la imponencia del recinto, todo esto me hacía reflexionar y preguntarme a qué hora Lía se había convertido en una figura de tanta relevancia, de tan alta jerarquía en la cultura colombiana. ¿En qué momento la ejecutoria de esta mujer, a la que yo siempre había adorado, la había llevado tan lejos? Todo esto resonaba dentro de mí con un orgullo y una felicidad que me llevaron a admirarla aún con más intensidad.
XIV
A instancias también de Francisco Mosquera, Lía aceptó sumarse a la Asociación Nacional de Mujeres. Allí se encontró con su directora, Yolanda Nieto. Entre ellas y un grupo numeroso de mujeres del MOIR emprendieron una serie de trabajos, reuniones y encuentros que duraron cerca de seis años, entre 1986 y 1992. El objetivo de esta asociación era apoyar los derechos de las mujeres. Sobra decir que esa meta estaba en línea con los principios de Lía y que compaginaba del todo con su ideario de empujar las causas de los desfavorecidos. Haber conocido tanto atropello a la mujer le hizo aceptar la propuesta.
Yolanda Nieto la hizo nombrar de una vez presidenta de la asociación. Realizaron actos en los barrios populares de Bogotá y hasta en el Congreso de la República. Entre esos eventos se reunieron con organizaciones de mujeres de los partidos Liberal y Conservador, y realizaron actos políticos, entre ellos uno con el dirigente liberal Hernando Durán Dussán. Como siempre, las reuniones se hacían en casa de Lía o en su oficina de Interpunto. No escatimaba en sufragar todos los gastos que fuesen necesarios para ayudar a que la asociación marchase viento en popa. Hasta Moisés, mi padre, se volvió amigo de Yolanda Nieto y una que otra vez la invitó a tomarse unas copas.

Debajo de cuadros de Andrés de Santa María y Edgar Negret, en la última vivienda que compartieron, década de los años ochenta
Como si no fuera suficiente, también apoyó la Oficina de Relaciones Humanas de la B’nai B’rith y el Instituto de Relaciones Culturales Colombo-Israelí, cuyo presidente fue el doctor Jaime Posada Díaz, exministro de Educación; y Lía, su vicepresidenta. El equipo de trabajo estaba también integrado por Samuel Finkelstein y Gladys Kattan. El objetivo era acercar la comunidad judía a la sociedad colombiana y que se conociera ampliamente al Estado de Israel.
Fueron más de treinta y cinco años de creación, de brega efervescente, de obras realizadas, de lucha al servicio de las clases pobres de la sociedad colombiana. Y de impulso a la cultura del país. De organizarse con distintos sectores para desarrollar un internacionalismo como en los casos de las asociaciones de amistad con China e Israel.
La colección de arte, además de convertir su casa en un museo de arte moderno, impulsó a toda una generación de artistas que se inscribieron en la nueva escuela del arte abstracto. El Colegio Técnico Menorah implicó una importante cohesión de la comunidad judía para regalar esta gran obra a la ciudad. El apoyo al Teatro Libre permitió el florecimiento del que ha sido probablemente el grupo teatral más profesional del país. La Colección Literaria Fundación Simón y Lola Guberek impulsó una gran cantidad de noveles escritores que surgieron exitosamente en la escena literaria nacional. La Asociación de la Amistad Colombo China congregó una gran cantidad de personalidades nacionales en torno a este gran país del Lejano Oriente. La Asociación Nacional de Mujeres le permitió a Lía salir en defensa de las mujeres aquejadas del país. Tras la avalancha en Armero, en coordinación con una organización de monjas, llevaron donaciones de las fábricas de la familia en el furgón de Interpunto a repartir en Guayabal. Ella misma, parada en la puerta del furgón, repartía los regalos. Su trabajo en la Oficina de Relaciones Humanas y el Instituto de Relaciones Culturales Colombo Israelí coadyuvó a acercar a la comunidad judía al país.
En medio de todo esto es necesario resaltar que Lía en ningún momento desatendió a su familia. Nos traía regalos de sus viajes y si alguno de mis hermanos y yo le contábamos que queríamos un libro, ella nos lo regalaba. Incluso, si había alguna presentación cultural, siempre nos llevaba. Era la mujer más adorada con hijos, nietos, familiares, amigas y amigos. Nunca dejó de permanecer horas enteras produciendo los platos más deliciosos imaginables en la cocina. ¿Que cómo tuvo tiempo para todo esto? La respuesta no es fácil. Pero adicionalmente estudiaba. Y recibió, también, durante un largo tiempo, a niños y niñas del Colegio Colombo Hebreo los domingos para pasarles diapositivas y darles charlas de historia del arte.
Y a nivel de su vida social, no está de más aclarar la intensidad de sus actividades. Invitó a las más variadas personalidades a comidas y agasajos en su casa. Acudieron ministros, embajadores, artistas, escritores…, en fin, una pléyade de personalidades que convirtieron a Lía, a Moisés y a su hogar en punto de referencia de la representación de una pareja judía colombiana que irrumpió en la escena política y cultural de la sociedad.
A dichos agasajos asistieron los embajadores y funcionarios de la embajada china; los embajadores de Israel, en especial, el señor Shlomo Avilio del que fueron íntimos amigos Lía y Moisés; el embajador de Polonia, ministros de Estado del país, como lo fue Pedro Gómez Valderrama cuando se hizo la colección literaria; economistas famosos como Salomón Kalmanovitz; los jurados de la colección literaria Guberek; los actores del Teatro Libre; los pintores y galeristas del arte moderno nacional; pintores extranjeros que fueron muy amigos de Lía, como el mexicano José Luis Cuevas —quien cada vez que venía a Colombia se quedaba en casa de Lía— o el argentino Rogelio Polesello; Marta Traba y Ángel Rama, quienes se quedaron a vivir una vez en casa de mis padres mientras salían de viaje; como quedó señalado, Celia Cruz con Matilde Díaz; Francisco Mosquera y otros dirigentes del MOIR; e igualmente todos nuestros amigos y compañeros, tanto de mis hermanos y míos, quienes teníamos total aprobación para invitar sin ninguna restricción.
La euforia que rodeó la vida de Lía siempre se caracterizó por cultivar su conocimiento cultural. Coleccionó una gran biblioteca con libros de arte, historia, literatura, teatro y poesía. Su vida no pasó desapercibida. Quienquiera que la haya conocido no emite sino expresiones de alabanza a quien solo irradió desprendimiento, alegría y apoyo a todo el mundo. Y a pesar de sus medios económicos, de la sobradez con que vivieron ella y Moisés, tanto ella como él siempre fueron modestos y se caracterizaron por la sencillez y la humildad.