7 de abril de 2010
Suspiré, observando esos grandes ojos que me devolvían la mirada.
A mí también me hubiese gustado ser así. Tener un báculo escondido entre mi ropa y poder usarlo contra los monstruos. Poder volar por encima del océano, saltar de tejado en tejado y caminar sobre las copas de los árboles.
Volví a suspirar y dejé el manga a un lado. En la portada, una chica rubia vestida con un traje de estrellas me guiñaba un ojo, sonriente.
Ojalá ese tipo de cosas ocurrieran en la realidad. Me hubiese gustado ser la heroína de una historia.
Sin embargo, Miako era demasiado pequeño y aburrido como para que ocurriera algo fuera de lo normal. Las grandes historias tenían lugar en ciudades importantes como Tokio, o en lugares llenos de magia y antigüedad, como Kioto. Un pueblo como el mío no interesaba a nadie, ni siquiera a los villanos.
Me coloqué boca arriba, con los brazos extendidos, mientras las palabras de Amane y Mizu me llenaban los oídos.
—Mi madre ha visto hoy la lista de clase y Kaito estará con nosotras —suspiró Amane. Sus dedos regordetes se paseaban por su pelo oscuro, más corto que el mío—. Ahora quiero escaparme al Monte Kai y esconderme hasta que termine el curso.
—No digas tonterías —repuso Mizu. Se balanceaba en el borde de la cama que compartía con Amane. Sus larguísimas coletas ondeaban de un lado a otro, y casi me rozaban—. Este va a ser el mejor año, mi hermana me lo dijo. En la secundaria tendremos que estudiar más, habrá más exámenes… y puede que nos separen en clases diferentes.
—Tu hermana parece muy feliz en el instituto —observó Amane, con las cejas arqueadas.
—Claro, tonta. Porque tiene novio.
—Puaj.
Amane desvió la vista de Mizu y se colocó también bocarriba, con los ojos clavados en el techo. Yo le di un golpecito suave con el pie.
—Puede que le gustes a Kaito —sugerí—. Quizá por eso no te deja en paz.
Ella meneó la cabeza y apretó los labios, parecía a punto de decir algo muy importante. Sin embargo, el momento pareció pasar, porque los relajó de nuevo y un resoplido suave escapó de ellos.
—No, te aseguro que no le gusto en absoluto.
Mizu y yo intercambiamos una mirada por encima del cuerpo robusto de Amane y encogimos los hombros. Después, yo salté a la cama, encima de mis amigas, y comencé a hacerles cosquillas. Las tres empezamos a reírnos, sin aliento, hasta que la madre de Amane se asomó por la puerta entreabierta del dormitorio y nos advirtió que era muy tarde para seguir despiertas.
Cuando apagó la luz, a nosotras todavía se nos escapaba alguna risita.
—Vamos a estar juntas, eso es lo importante —murmuró Mizu. Sus manos aferraron las nuestras con fuerza—. Este año va a ser especial.
Ni Amane ni yo contestamos, pero no hacía falta. Las estrellas brillaban al otro lado de la ventana. Eso era todo lo que necesitábamos como respuesta.