
La ciudad de Avalonia estaba enclavada en lo más profundo de un valle, rodeada de montañas heladas que se alzaban hacia el cielo. Aunque muchos habían intentado cruzar sus peligrosas cimas, nadie lo había conseguido. Por eso, fuese lo que fuese lo que había al otro lado siempre había sido un misterio.
Jaeger Clade, el explorador más valiente del mundo, estaba decidido a conquistar las montañas. El legado que quería dejar al mundo era descubrir lo que había más allá.
Jaeger soñaba con hacer el descubrimiento junto con su hijo, un adolescente llamado Searcher. Aunque el joven prefería cuidar plantas que explorar, Jaeger le insistió en que lo acompañara en la expedición para sellar juntos su legado.
Emprendieron la aventura con un pequeño grupo. Ni siquiera después de meses de viaje, Jaeger dejó que bajaran el ritmo. Solo tenía un objetivo en mente.
Searcher le hizo observar que todos estaban muy cansados, pero Jaeger los obligó a seguir adelante.
—Deja de quejarte —le dijo a Searcher—. ¡Y no te detengas! Ya he visto que también vas arrastrando los pies.
Searcher suspiró y continuó tras los pasos de su padre.

Un día, al entrar en una cueva, a Searcher le llamó la atención una curiosa planta que crecía en el hielo. Cuando hizo ademán de tocar una de sus resplandecientes vainas, notó una descarga eléctrica.
—¡AY! —gritó.
El eco de su voz provocó que se desprendieran enormes témpanos de hielo del techo de la cueva.

Las esquirlas heladas, que estaban afiladas como cuchillas, cayeron sobre ellos como una avalancha y todos corrieron a buscar cobijo. Pero Searcher se quedó atrás ¡y el suelo que pisaba cedió!
Rápidamente, Jaeger fijó un ancla en la nieve, se agarró con firmeza a su cuerda y se dejó caer por el abismo. ¡Alcanzó a Searcher justo a tiempo!

Cuando llegaron abajo del todo, sanos y salvos, Jaeger observó unas montañas y sintió que lo invadía la euforia. Había visto un camino que les permitía avanzar y estaba ansioso por seguirlo.
Pero a Searcher le interesaba más otra cosa. Estaba inspeccionando esas curiosas plantas que estaban cargadas de una energía palpitante.
—Mira, papá —dijo Searcher, señalándolas.
Los otros miembros del equipo también se quedaron maravillados al verlas.
Jaeger se limitó a echarles vistazo rápido. No le habían impresionado demasiado.
—Somos exploradores, Searcher, no jardineros —gruñó. Volvió a mirar al horizonte y, con su voz retumbante, añadió—: ¡Vamos!
Pero Searcher no se movió. Pensaba que esas plantas especiales eran más importantes que explorar las montañas. Quería llevárselas a casa, a Avalonia.

Jaeger le recordó a Searcher que, durante toda su vida, lo había estado preparando para llevar a cabo esa expedición.
—Este es nuestro legado —le dijo.
—No, papá —dijo Searcher—. Es el tuyo.
—¡Basta ya! —dijo Jaeger levantando la voz—. ¡Eres mi hijo!
—¡Pero no soy tú! —gritó Searcher.
Jaeger intentó que el resto del grupo volviera a ponerse en marcha, pero una de ellos, Callisto, se puso del lado de Searcher.
—Me parece que el pequeño Clade tiene razón —dijo. Ella también creía que las plantas eran especiales—. Podrían ser la clave del futuro de Avalonia. Creo que tenemos el deber de llevarlas a casa.
Searcher vio con estupor como su padre le daba la espalda y, con pasos fatigados, se perdía solo en la distancia.

Con el paso de los años, la planta que había encontrado Searcher, que llamaron pando, cambió Avalonia por completo. Modernizó la ciudad de las maneras más sorprendentes.
Proporcionaba energía, tanto a los electrodomésticos como a las naves voladoras, y había convertido a Searcher en un héroe local. Aunque Jaeger nunca regresó, en Avalonia se lo consideraba una leyenda. Lo veneraban por sus valientes expediciones.

Searcher había formado su propia familia y tenía una próspera granja donde cultivaba pando. Aunque disfrutaba trabajando la tierra, su prioridad era su familia. Le encantaba compartir su pasión por las plantas con su hijo, Ethan. Los dos estaban muy unidos.
A Searcher le gustaba pensar que había construido algo importante que podría legar a su hijo. Se sentía orgulloso de poder dejarle las granjas Clade.

Un día, la mujer de Searcher, Meridian, lo llamó porque tenía problemas con la avioneta fumigadora. El motor se calaba a pesar de que le acababa de poner una nueva batería de pando.
Searcher señaló la fuente de alimentación. La batería de pando se había estropeado.
—Solo hace una hora que he recolectado esas vainas —dijo Meridian perpleja.
Searcher se encogió de hombros.
—Seguramente vuelve a haber una plaga en el sistema radicular de las plantas.
—Daré a nuestros campos una dosis extra de amor en cuanto consiga hacer volar la fumigadora —dijo Meridian, esperando acabar así con el problema.

Los amigos de Ethan lo llamaron a gritos mientras aparcaban su vehículo aéreo junto a la granja. Venían de la tienda de juegos, donde habían ido a buscar nuevos paquetes de cartas de su juego favorito: Puesto Fronterizo.
Ethan se puso nervioso cuando Diazo, el chico que le gustaba, bajó del asiento trasero.
—Tranquilo, no nos hemos olvidado de ti —le dijo Diazo mientras le daba un paquete.
—Gracias, qué detalle —dijo Ethan conmovido.
Pero, cuando cada uno abrió su paquete, Ethan se llevó una decepción: a él le había tocado la carta de granjero.
Diazo le propuso un intercambio.
—A mí me parece que esta es más adecuada para ti, Ethan —dijo dándole una carta de explorador.
Justo entonces, llegó Searcher.
—Eh, chavales. ¿Qué os contáis?
Cuando empezó a hacerle preguntas a Diazo y a decirle lo estupendísimo que era su hijo, Ethan se lo llevó rápidamente de allí a rastras.

Searcher y Ethan cargaron el camión con los pedidos y se fueron a la ciudad. Cuando pasaron junto a las estatuas de Jaeger y Searcher, que se erigían en la plaza mayor, Ethan preguntó por su legendario abuelo.
—Quiero saber más de él, y quiero que me lo cuentes tú —le dijo a Searcher.
Searcher le explicó lo difícil que era ser hijo de Jaeger Clade.
—Yo no le importaba. Solo pensaba en esas montañas —dijo—. En cambio, mi prioridad eres tú, nuestra familia y nuestra granja.
—Bueno, pues yo creo que eso te hace un buen padre —concluyó Ethan.
Searcher sonrió.
—¡Mi hijo cree que soy un padre increíble! —exclamó con orgullo.

Esa misma noche, Searcher y su familia se llevaron una sorpresa cuando una enorme aeronave llamada Venture aterrizó en uno de sus campos de pando.
La presidenta, Callisto Mal, salió de ella acompañada de dos miembros de su equipo, Pulk y Hardy.
—¿Callisto? —dijo Searcher asombrado al ver en su casa a su antigua compañera de expedición y actual líder de Avalonia.
Ethan no se podía creer que Callisto y su padre se conocieran.
—Ella trabajaba con mi padre —le explicó Searcher. —¿La Venture puede volar por encima de las montañas? —le preguntó Ethan.
—Lo siento, pero no hay nada que pueda volar tan alto —respondió Callisto—. Al menos por ahora.
Cuando Searcher le preguntó por el motivo de su visita, ella le dijo que quería enseñarle algo.

Callisto abrió una caja que estaba llena de plantas de pando podridas y le dijo a Searcher que en cuestión de un mes todos los campos estarían infectados, incluidos los de las granjas Clade.
—Estoy organizando una expedición para salvar el pando —le dijo—. Y quiero que te vengas conmigo.
—Callisto, yo no voy a expediciones —dijo Searcher—. No soy mi padre. Le costó un poco convencerlo, pero al final lo consiguió.
—¡Sííí! ¿Cuándo nos vamos? —exclamó Ethan con entusiasmo.
Pero Searcher quería que su hijo se quedara en casa sano y salvo.
—No voy a ponerte en peligro —le dijo—. Ni ahora ni nunca.
Ethan subió corriendo a su habitación hecho una furia.

Mientras Searcher se preparaba para embarcar en la Venture, estaba muy preocupado por tener que separarse de su familia, sobre todo porque Ethan aún estaba enfadado.
—Odio tener que despedirme así de él —dijo Searcher.
—Cuando se le pase, estará bien —intentó tranquilizarlo Meridian—. Ve a salvar nuestra granja. Nosotros estaremos bien.
Meridian le lanzó un beso, y Searcher lo capturó justo cuando las puertas de la nave se cerraban. Mientras la Venture se alejaba volando hacia las montañas, vio como la granja se desvanecía en la distancia.
Callisto le contó a Searcher todo lo que su equipo había descubierto. Aunque en la superficie parecía que había miles de plantas de pando, en realidad estaban todas conectadas en un solo sistema radicular. Habían seguido las raíces hasta las montañas, donde de pronto se hundían en las profundidades de la tierra. Al ponerse a excavar, la tierra había cedido y se había abierto un agujero gigantesco.
—La misión consiste en seguir estas raíces para llegar al corazón del pando y poder acabar con lo que sea que lo esté dañando —dijo Callisto.
Mientras la nave descendía hacia lo desconocido, Searcher preguntó:
—¿Es muy profundo esto?
—No estamos seguros —respondió ella—, pero el futuro de Avalonia depende de que lo averigüemos.

Abajo, en medio de la oscuridad, las raíces del pando titilaban y chispeaban cargadas de electricidad. Mientras Searcher y Callisto las admiraban, un ruido les hizo alzar la vista. ¡Era la avioneta fumigadora de Meridian!
—¿Meridian? —dijo Searcher perplejo.
—¡Nuestro hijo… está… en vuestra nave! —gritó Meridian.
Searcher se giró hacia Callisto.
—¿Qué está diciendo? —le preguntó.
—Ha dicho que vuestro hijo está en nuestra nave —dijo una voz.
Searcher se dio la vuelta y vio a Pulk… con Ethan a su lado.

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—¿Ethan? —dijo Searcher estupefacto. Y aún se sorprendió más cuando Legend llegó corriendo—. ¿Y te has traído al perro? ¿Qué haces aquí?
—Papá, yo solo quiero ayudar —dijo Ethan.

Antes de que Searcher pudiera mandar a Ethan de vuelta a casa, ¡los atacaron decenas de criaturas voladoras! Una de ellas agarró al piloto y la nave viró bruscamente fuera de control.
Rápidamente, Meridian esquivó las bestias y se colocó al lado de la Venture. Entró en la cabina de mando de un salto y se puso al volante.
—¡Agarraos! —gritó mientras la nave caía en picado.

¡Blop! Para sorpresa de todos, la Venture atravesó el suelo y fue a parar a un extraño mundo subterráneo.
Mientras la nave seguía virando, Legend se deslizó hacia el borde de la cubierta. Searcher lo atrapó justo a tiempo, pero entonces ¡se cayeron los dos por la borda!
Por suerte, el suelo era blando y amortiguó la caída.

Cuando Searcher consiguió ponerse en pie, buscó desesperado la Venture. Cuando la vio en perfecto estado a poca distancia de donde él había aterrizado, suspiró aliviado.
—¿Dónde nos hemos metido? —preguntó echando un vistazo a su alrededor. Al ver que el techo de la caverna estaba recubierto de raíces de pando, sonrió—. Nuestra plantita es una superviviente.
De pronto, un pequeño ser gelatinoso le arrebató a Searcher su pañuelo y se fue rápidamente.
—¡Eh! —exclamó el joven.
Legend se puso a perseguirlo y Searcher corrió tras ellos, sin darse cuenta de que un par de ojos lo observaban desde unos arbustos.

El extraño ser gelatinoso los llevó hasta una bestia terrorífica con tentáculos. El monstruo abrió la boca y se abalanzó sobre Searcher.
—¡AAHHHH! —gritó Searcher.
De pronto, una criatura peluda salió de entre unos arbustos y disparó a la bestia con un lanzallamas.
Mientras el monstruo con tentáculos y el ser gelatinoso huían, Searcher recobró el aliento, contento de estar vivo.

Visiblemente nervioso, Searcher se presentó a su rescatador.
—Eh… Hola… —le dijo poco a poco—. Soy un ser humano del mundo de arriba. Seguramente no entiendes nada de lo que te estoy diciendo, ¿no?
—¡Claro que te entiendo! ¿Qué te piensas que soy? ¿Uno de estos monstruos descerebrados?
—¿Eh? —dijo Searcher desconcertado.
—Pues eso, chaval —dijo la criatura mientras se sacaba la máscara que llevaba—. Estás delante del único e incomparable Jaeger…
—¿Papá? —lo interrumpió Searcher. No se lo podía creer.
—¿PAPÁ? —repitió Jaeger totalmente perplejo.


Entre tanto, en la Venture, Meridian y Callisto habían decidido arreglar la nave antes de salir a buscar a Searcher. Pero Ethan no quería esperar tanto, así que se escapó.
Mientras recorría velozmente el mundo subterráneo a bordo de un esquife, contemplaba maravillado las vistas. Pero, de pronto, se cayó en un oscuro agujero y tuvo que hacer acopio de valor para poder salir de ahí.
Al ver a la criatura gelatinosa con el pañuelo de su padre, intentó comunicarse con ella.
—¿Me puedes llevar hasta él? —le pidió.
Ethan la siguió con la esperanza de que lo llevara hasta Searcher.

Mientras Searcher y Jaeger se dirigían a la Venture, Jaeger explicó que se había pasado años buscando un camino que lo llevara al otro lado de las montañas antes de descubrir que podía cruzarlas por debajo. Y que se había enfrentado a muchas criaturas, incluidos los monstruos con tentáculos, a los que llamaba reapers.
—Nada me impedía cumplir con mi destino —dijo—, nada hasta que me encontré con lo único contra lo que no podía luchar, un obstáculo tan traicionero que hasta el más pequeño paso en falso hubiese sido fatídico: el Mar Abrasador.
Jaeger le explicó que ese mar lo disolvía todo.
—Pero ahora, con esa nave voladora vuestra, ¡al fin podremos sobrevolarlo y llegar al otro lado de las montañas! —añadió entusiasmado.

Mientras Meridian estaba arreglando la Venture, se le acercó otro miembro del equipo, Caspian. ¡Se quedó boquiabierta cuando este le contó que Ethan se había escapado!
Sin perder ni un segundo, se subió a un esquife y partió a toda velocidad en busca de su hijo.


De camino a la Venture, Jaeger discutió con su hijo por la decisión que este había tomado de convertirse en granjero. De pronto, una extraña criatura se interpuso en el camino que seguían.
—¿Esta cosa es peligrosa? —preguntó Searcher.
Acto seguido, ¡la criatura lo absorbió! Jaeger se encogió de hombros y se echó a reír. Legend se abalanzó sobre el monstruo de manera juguetona y también acabó flotando dentro de su cuerpo transparente.
Justo entonces, Searcher soltó un grito. Acababa de ver que Jaeger recogía una carta de Puesto Fronterizo del suelo, al lado de unas huellas.
—¡Es de Ethan, mi hijo! —exclamó.
—Bueno, no está solo —dijo Jaeger mientras inspeccionaba las huellas.

Ethan decidió ponerle nombre a la criatura gelatinosa: Splat. Cuando recogió unas vainas de pando que se habían caído de la cubierta de la Venture, una de ellas se adhirió al cuerpo de Splat y lo electrocutó.
Con suavidad, Ethan le envolvió el brazo herido con el pañuelo. Splat parecía agradecido, pero era demasiado tarde: ¡ya había llevado a Ethan hasta una guarida de segadores!
Splat intentó pararles los pies a los monstruos y decirles que Ethan era su amigo, pero ellos simplemente lo ignoraron.

Jaeger y Searcher aparecieron justo cuando los segadores se abalanzaban sobre Ethan. Jaeger les disparó con su lanzallamas.
—¡Quédate detrás de mí! —gritó. Pero, poco después, el arma se quedó sin combustible.
Por suerte, Meridian llegó en ese momento.
—¡Subid! —les dijo con urgencia.
El grupo huyó con los segadores pisándoles los talones. Splat le recordó a Ethan las vainas de pando que había encontrado. Ethan se las lanzó a los monstruos y así consiguió retenerlos hasta que el esquife pudo alejarse.


Cuando al fin llegaron a la Venture, Jaeger estaba impaciente por volar hasta el otro lado de las montañas.
—No hemos venido para eso —le dijo Searcher.
—Ah sí, tu estúpida plantita… —repuso Jaeger con desprecio.
Los dos siguieron discutiendo hasta que intervino Callisto.
—Dejad que os recuerde que la misión es llegar al corazón del pando —dijo señalando la raíz cada vez más debilitada—. Pero, después de eso, no hay nada que nos impida ir a ver qué hay al otro lado de las montañas.
Cuando todos estuvieron de acuerdo con el plan, Meridian subió a la cabina de mando y la Venture despegó.

Jaeger aprovechó el vuelo para conocer un poco a su nieto, e incluso le dio unos cuantos consejos sobre cómo impresionar a Diazo.
—Primero lo tienes que poner en una situación peligrosa —le explicó—. ¡Y luego lo salvas!
A continuación, lo invitó a utilizar su lanzallamas. Ethan pensaba que el consejo que su abuelo le había dado era horrible, pero le entusiasmaba poder probar el lanzallamas.
Cuando Searcher los vio, se acercó rápidamente a ellos, preocupado por si Jaeger era una mala influencia para su hijo. Se pusieron a discutir de forma cada vez más acalorada hasta que Ethan propuso jugar a una partida de Puesto Fronterizo para apaciguar los ánimos.
Ethan intentó enseñarles a jugar, pero no hacían más que saltarse las reglas.
—El objetivo no es matar o destruir monstruos —les explicó—. Se supone que tenéis que construir una civilización que funcione con elementos del entorno.
—No pillo este juego —dijo Jaeger.
—Ni yo —dijo Searcher.
Ethan no tardó en sentirse tan frustrado que se rindió. Los dos hombres se quedaron estupefactos mientras se marchaba enfadado. Imitando a Ethan, Splat agitó los brazos furioso y se fue dando grandes zancadas.

La nave fue siguiendo las raíces hacia las profundidades hasta que se encontraron con un panorama escalofriante.
—Es el Mar Abrasador —anunció Jaeger.
Meridian veía imposible sobrevolar este embravecido mar de ácido. Pero no había otra opción: la única manera de salvar el pando era seguir adelante.

—¡Agarraos bien a las bolsas para vomitar! —gritó Meridian mientras pisaba el acelerador para intentar esquivar una enorme ola de ácido.
Ethan se encargó de darle indicaciones mientras ella manejaba la Venture con destreza, virando a un lado y a otro, hasta que llegaron al otro lado.
—¡Mamá, lo has logrado! —exclamó Ethan—. ¡Ha sido una pasada!

Los segadores interrumpieron la celebración. Callisto y Jaeger intentaron defenderse con sus armas, pero las bestias los superaban en número. Entonces, Searcher tuvo una idea. Abrió una caja de pando y cada uno cogió una vaina. Se las lanzaron a los segadores para electrocutarlos y alejarlos de ahí.
Jaeger se estremeció al fijarse en la mala puntería que tenía Searcher. Así que se ofreció a enseñarle a lanzar y, poco después, su hijo sostenía el cosechador de pando como si fuera un bate de béisbol.
—¡Estoy listo! —le gritó—. ¡Vamos, papá!
Jaeger le lanzó un puñado de vainas y Searcher las bateó en dirección a los segadores. Los monstruos quedaron fuera de combate el tiempo suficiente para que la Venture escapara.

Cuando volvió la calma, Searcher y Jaeger se quedaron juntos en la cubierta de la nave. Jaeger miró a su hijo y le preguntó:
—¿Por qué granjero?
Searcher sonrió. Le explicó que le gustaba estar al aire libre y ser su propio jefe, y que quería construir algo de lo que su hijo pudiera sentirse orgulloso.
Jaeger asintió y le confesó que él se sentía atascado.
—He sido explorador durante toda mi vida. Lo único que sé hacer es perseguir ese horizonte.
También le dijo que no sabía qué sería de él si dejaba de hacer eso.
—Además, ahora ya soy demasiado mayor para cambiar —añadió antes de volver a centrarse en la misión.

Mientras tanto, Ethan estaba con su madre en la cabina de mando. Cuando ella le preguntó si quería ponerse al volante, notó que se le cortaba la respiración.
—¿Qué? ¿De verdad?
—¡Claro! —dijo Meridian—. Solo tienes que seguir las raíces.
Mientras Ethan dirigía la nave, Meridian sonrió.
—¿Sabes, Ethan? Debo decir que nunca te había visto tan contento como lo estás ahora aquí abajo —le dijo.
A Ethan le fascinaba el extraño y bonito paisaje que tenían delante.
—Puede ser —dijo—. La granja es tan pequeña… ¡y el mundo, tan grande! Me siento… como pez en el agua.
Meridian lo animó a seguir explorando sus sentimientos.
—Puede que te lleven por caminos interesantes.

Mientras la Venture seguía navegando, Searcher se dio cuenta de que las raíces del pando parecían crecer más fuertes a medida que descendían.
—Esto no tiene sentido —dijo.
Callisto le dio la razón.
—Si el pando se está muriendo, ¿no deberían debilitarse? —preguntó.

De repente, cientos de segadores y otras criaturas arremetieron en dirección a la nave. Todos se prepararon para el ataque, pero los monstruos pasaron de largo. No estaban interesados en la Venture, ¡sino que atacaban el corazón de las raíces del pando!
—¡Por eso se nos mueren las plantas ! —explicó Searcher—. El pando está concentrando toda su energía en este lugar para protegerse. La planta no está enferma, sino en guerra.

Mientras todos debatían sobre el próximo paso a seguir, Searcher ideó un plan. Volcó una caja de pando y aplastó las vainas hasta convertirlas en polvo. Después, cargó un lanzador con este polvo, apuntó, disparó… ¡y derribó a un grupo de segadores!
—Así es como lo hacemos en nuestra granja —dijo orgulloso.
—Parece ser que vamos a convertir la Venture en la fumigadora más grande del mundo —dijo Callisto con una sonrisa.
Todos se pusieron manos a la obra de inmediato.
Splat se acercó corriendo a Ethan. Parecía que tenía algo importante que decirle. Señaló la batalla que tenía lugar más abajo y luego el pecho de Ethan.
—No te sigo… —dijo Ethan.
Splat no paraba de señalar y lloriquear mientras intentaba hacerse entender, pero Ethan no conseguía comprender nada.
Cuando Searcher le pidió que fuera a la cubierta, Ethan le pidió disculpas a Splat y se fue corriendo hacia allí.

Searcher le tendió a su hijo un pulverizador para que rociara las criaturas con polvo de pando, pero Ethan se negó.
—Esto no va conmigo —le dijo.
—Somos granjeros, Ethan —le dijo Searcher—. Esto es lo que hacemos.
En ese momento, Ethan se dio cuenta de algo.
—Yo no soy granjero, papá —repuso. Y entonces le dijo que quería ser explorador.

Cuando Jaeger se acercó, Searcher lo acusó de haberle lavado el cerebro a su hijo.
—Ethan, créeme: no quieres ser como él —dijo Searcher señalando a Jaeger—. Solo se preocupa por sí mismo y por cruzar esas montañas.
Sintiéndose herido, Jaeger se marchó. Ethan también se puso hecho una furia y bajó de la nave.

Searcher se montó en un esquife y no tardó en alcanzar a Ethan.
—¡Eh, ¿de qué va todo esto?! —le gritó.
—¡De ti, papá! —dijo Ethan—. ¡Simplemente has asumido que yo seguiré tus pasos, pero jamás me has preguntado qué es lo que yo quiero hacer!
Searcher hizo subir a su hijo al esquife.
—¡Eres un niño! —le dijo—. ¡No sabes lo que quieres!
—¡Sé que no quiero ser tú! —le espetó Ethan.

A Searcher le dio un vuelco el corazón al recordar que, muchos años atrás, él mismo le había dicho estas palabras a su padre.
—Durante toda mi vida me he esforzado por ser lo opuesto a mi padre —dijo con suavidad—. Y parece ser que he acabado siendo exactamente igual.
De repente, las nubes se apartaron y dejaron pasar un rayo de sol. Ethan levantó la mirada y se le pusieron los ojos como platos.
—Papá, deja de hablar. ¡Para!
—Ethan, estoy intentando disculparme…
—¡PAPÁ! —gritó Ethan, captando al fin su atención—. Creo que hemos llegado al otro lado de las montañas.
Searcher siguió la mirada de Ethan. Tras las montañas se extendía un vasto océano azul.
—Ahí no hay nada más que agua —dijo.

Un fuerte estruendo hizo temblar el mundo y, de pronto, la tierra se abrió y dejó al descubierto… ¡un ojo gigante que los miraba fijamente!
—E-e-eso es un ojo, ¿no? —balbuceó Searcher.
—Sí… —dijo Ethan.
De repente, Ethan cayó en la cuenta de que ese ojo tenía que pertenecer a un animal enorme, lo que a su vez significaba que ellos habían estado dentro del animal… ¡enfrentándose a su sistema inmunitario!
—Esto es lo que Splat trataba de decirme —dijo—. ¡Este lugar está vivo! ¡Es un ser vivo! No hemos encontrado el corazón del pando, sino un corazón de verdad. Y el pando lo está matando.
Searcher supo lo que tenían que hacer. Los dos volvieron corriendo a la nave.

Cuando al fin divisaron la Venture, Searcher y Ethan vieron que los tripulantes disparaban polvo de pando desde la nave. Sabían que las criaturas no tenían nada que hacer contra esas nubes de polvo de pando que destruían todo lo que tocaban.

Se les agotaba el tiempo.
Searcher pisó el acelerador del esquife para llegar a la nave lo antes posible.
Los dos irrumpieron en la cabina de mando y explicaron a todos lo que habían descubierto al otro lado de las montañas.
—El pando no es la planta milagrosa que creíamos. Es un parásito —explicó Searcher—. Si queremos sobrevivir, el pando debe desaparecer.

Pero Callisto no lo creyó. Mientras Searcher intentaba hacérselo entender, vio que Jaeger se escabullía de la cabina.
Searcher fue tras él y salió a la pasarela.
Searcher alcanzó a su padre y le pidió ayuda.
—Si no hacemos algo con el pando, el mundo entero morirá —le explicó—. No creo que quieras que ese sea tu legado.
—¡No me hables de legados! —explotó Jaeger—. Íbamos a llegar juntos al otro lado de las montañas. Padre e hijo. Pero me dejaste tirado. ¡Renunciaste!

Cuando Searcher vio el dolor en los ojos de su padre, le pidió perdón.
Pero Jaeger había tomado una decisión. Quería ver con sus propios ojos lo que había al otro lado de las montañas. Sin decir nada más, Jaeger se montó en un esquife y se fue volando.
—¡Papá, espera! —lo llamó Searcher. Con tristeza, vio como se alejaba a toda velocidad para cumplir a solas con su destino.
Cuando Searcher regresó a la cabina de mando, Callisto ordenó a su equipo que mantuvieran a los Clade bajo custodia.
—Lo siento, Searcher —dijo Callisto—, pero todo nuestro mundo funciona gracias al pando. Hemos venido aquí a salvarlo. El plan no ha cambiado.
El equipo de Callisto encerró a la familia en un pequeño trastero.
—¡Dejadnos salir! —gritó Searcher.
Cuando oyeron que Legend rascaba la puerta, Ethan lo llamó.
—Eh, amigo, abre la puerta. ¡Abre la puerta!
Legend tocó el pomo con la pata, pero la puerta no se abrió.
—Primero tienes que descorrer el pestillo —le dijo Searcher.
Al final, Splat se aplanó y pasó por la rendija de debajo de la puerta. Descorrió el pestillo y le enseñó a Legend a abrir la puerta.

Los Clade fueron directos al puente y tomaron el control de la nave.
A continuación, tenían que encargarse del pando. Searcher sabía que la manera más rápida de acabar con un cultivo era dejando que una plaga infectara el sistema radicular.
—Las defensas del pando evitan que esas criaturas lo destruyan desde dentro —observó mientras caían rayos eléctricos sobre las bestias que atacaban las raíces—. Pero si yo pudiera abrir un hoyo en las raíces…
—Ellas harían el resto —concluyó Meridian.
Ethan no dudó ni un segundo. Con Splat sobre sus hombros, saltó de la Venture y cayó sobre el lomo de una criatura voladora.
—¿Te vienes? —dijo.
Searcher dio un beso a Meridian y saltó sobre otra de las bestias voladoras, listo para enfrentarse al pando con su hijo.

Cuando Callisto y su equipo irrumpieron en la cabina de mando, Meridian dirigió la nave rápidamente al corazón para que pudieran verlo con sus propios ojos. Callisto se quedó estupefacta.
—Searcher tenía razón… —dijo al darse cuenta—. No es el corazón del pando, sino un corazón de verdad.

—Ahora solo cabe esperar que no sea demasiado tarde —dijo Meridian.
Mientras tanto, Jaeger estaba a punto de llegar al otro lado de las montañas cuando se detuvo en seco. No dejaba de pensar en su hijo. Sabía que Searcher estaba luchando por su propio legado y que necesitaba ayuda. Jaeger se preguntó si había tomado la decisión equivocada.
Searcher pidió a Ethan y Splat que llamaran a los segadores mientras él se ponía manos a la obra. Cuando Searcher clavó el cosechador de pando en una raíz, a sus pies estalló un relámpago que lo mandó volando por los aires, ¡y aterrizó dándose un buen batacazo!
Jaeger llegó justo entonces y lo ayudó a levantarse.
—¿Papá? —se sorprendió Searcher.
—Lo haremos juntos —le dijo Jaeger—. Padre e hijo.
Los dos empezaron a picar las raíces para abrir un agujero en ellas. Con cada golpe que daban, recibían una descarga eléctrica.
—¡Sigue picando! —gritó Searcher.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, los dos siguieron dando golpes hasta que al fin abrieron un hoyo. Al acto, un rayo colosal los derribó.

Mientras Searcher se desplomaba, vio que Splat y Ethan guiaban a un ejército de segadores hacia el agujero que habían abierto. Las bestias se pusieron a trabajar para destrozar la raíz, que al cabo de poco empezó a hacerse trizas.

Cuando Searcher abrió los ojos, vio que Jaeger estaba arrodillado a su lado.
—¡Esto sí que es un joven Clade! —dijo Jaeger con orgullo y alivio.

Meridian hizo aterrizar la Venture y corrió a reunirse con su familia.
Mientras Searcher se recuperaba poco a poco, la familia observó el paisaje siniestramente silencioso que los rodeaba. A pesar de haber vencido el pando, todo seguía gris, quieto y sin vida.
—Hemos llegado tarde —dijo Searcher con el corazón en un puño.
—¡Papá, mira! —exclamó Ethan.
De repente, aparecieron unas criaturitas regordetas y relucientes que empezaron a ir de un lado a otro. Estos seres luminosos se pusieron a reparar el lugar… ¡y el corazón de la enorme criatura empezó a latir! Pronto, el mundo que los rodeaba se llenó de vida y se volvió incluso más bello que antes.
Después de despedirse de Splat, la familia y el equipo de Callisto se subieron a la nave para volver a casa.
—En realidad —dijo Searcher—, me gustaría que hiciéramos una parada. Por mi padre.
Meridian dirigió la Venture hacia el otro lado de las montañas.
Desde la cubierta de la nave, la familia contempló el mar infinito que se extendía al otro lado de las montañas.
—Me he pasado toda la vida preguntándome por este momento: cómo sería, qué aspecto tendría, qué… sentiría yo —dijo Jaeger.
—¿Y qué te parece? —preguntó Searcher.
—Pues… perfecto —dijo Jaeger. Rodeó a Searcher con un brazo y, con el otro, acercó a Meridian y a Ethan hacia él.

Un año después de que los Clade regresaran a casa, la gente de Avalonia se había adaptado a un modo de vida más sencillo, sin pando.
Callisto dirigía una nueva misión: procurar que los inventores encontraran maneras de que la ciudad prosperara manteniéndose en armonía con el entorno. El equipo de la Venture transformó la nave en un enorme aerogenerador, que producía energía para iluminar las calles de la ciudad.

Meridian intercambió su avioneta fumigadora por un nuevo tipo de máquina voladora que podía atarse a la espalda con unas correas. Le encantaba planear en el aire como si fuera un grácil insecto alado.

Las granjas Clade también experimentaron muchos cambios. En vez de pando, ahora la familia cultivaba bayas y hortalizas. Jaeger también emprendió nuevas aventuras: aprender a labrar y a cosechar las elevadas mazorcas de maíz.
Searcher y Jaeger disfrutaban del tiempo que pasaban juntos, trabajando la tierra mientras se conocían el uno al otro.

Con el apoyo de su familia, Ethan pudo cumplir su deseo de explorar. A menudo iba al mundo extraño, y siempre que lo hacía contactaba con Splat para ver cómo le iba todo.
Los Clade sabían que el mayor legado que podían dejar era hacer todo lo posible para que todo el mundo, dondequiera que estuvieran y fueran humanos o extrañas criaturas, pudiera tener un futuro brillante.
