Hay un zengo que dice: «No engañes a tu yo».
Expresado más llanamente significa «No te hagas ilusiones».
Se podría pensar que las ilusiones se refieren a cuanto sea producto de la imaginación.
Sin embargo, en el zen el concepto de la ilusión tiene un significado mucho más profundo y amplio. Cualquier cosa que se aloje en tu mente, todo cuanto se aferre a tu corazón y lo limite; todo son ilusiones.
Deseos egoístas por esto o por lo otro, apegos de los que no queremos desprendernos; también son ilusiones.
Envidia de los demás, sentimientos de baja autoestima; tampoco son otra cosa que ilusiones.
Por supuesto, es imposible liberarnos de todas las ilusiones que se apoderan de nuestra mente. Ese es el estado que alcanzó el Buda. Como humanos, debemos aceptar que siempre habrá ilusiones en nuestro corazón y en nuestra mente.
Lo importante es reducir esas ilusiones tanto como podamos. Todos podemos conseguirlo. Pero para lograrlo, primero tenemos que distinguir cuál es el verdadero carácter de nuestras ilusiones.
Es famosa una cita de Sun Tzu: «Conoce a tu enemigo, conócete a ti mismo, y ni cien batallas deberías temer». Lo que viene a ser como decir que sin conocer a tu enemigo no entenderás lo que debes hacer para enfrentarte a él.
¿Cuál es la fuente de tales ilusiones?
Es una manera de pensar que ve las cosas por oposición.
Por ejemplo, construimos conceptos binarios como vida y muerte, ganar y perder, belleza y fealdad, rico y pobre, beneficio y pérdida, amor y odio.
Se piensa que la muerte se halla en conflicto con la vida, y cuando ambas se comparan percibimos la vida como sagrada y valiosa, mientras que la muerte es vacía y desolada.
«Es un tipo con suerte. Parece que a mí nunca me sonríe la fortuna.»
«¿Cómo es que pierdo en todo mientras ella no para de ganar?»
Una sola experiencia lo impregna todo. Es algo que aplicamos a toda nuestra vida. Entretanto, la envidia de los demás y los sentimientos de culpabilidad crecen en nuestro interior hasta que nos consumen.
De hecho, podríamos decir que estamos dominados por quienes nos rodean, que estamos atados por nuestras ilusiones.
Pero hagámonos esta pregunta: «¿Qué sentido tiene compararse con los demás?».
Dice un zengo: «Tras la iluminación no hay preferencias».
Si aplicamos esto a las relaciones humanas, quizá podamos aceptar a los demás tal como son, sin tener en cuenta si nos gustan o los detestamos (ni si son mejores o peores que nosotros), sin ser arrastrados por nuestras emociones.
El fundador de la escuela soto del budismo zen, Dogen Zenji, dijo: «Las acciones de los demás no son las mías». Enseñaba que lo que los demás hacen no guarda relación con lo que hace uno mismo. Los esfuerzos de otra persona no conducen a nuestro progreso. El único modo que tenemos de mejorar es a través de nuestro propio esfuerzo.
El zen enseña que la existencia de cada cosa y de cada persona es absoluta, en sí misma; no cabe la comparación. Cuando intentamos comparar cosas para las que no hay comparación posible, nos produce inquietud lo irrelevante, y de ahí surgen la ansiedad, la preocupación y el temor.
Cuando dejas de hacer comparaciones, te percatas de que el noventa por ciento de tus ilusiones desaparecen. Tu corazón se siente más ligero. La vida es más relajada.
«No te engañes»; piensa en estas palabras de cuando en cuando. Deja que se conviertan en una forma de levantar tu ánimo, de decirte: «Creo en mi yo absoluto, ¡sin comparación!».