A raíz de estos enfrentamientos los hispanos fueron contratados por las potencias más poderosas del Mediterráneo. Incluso un contingente de 2000 celtas e iberos defendieron Esparta durante las Guerras Tebanas (378-362 a. C.), pagados por los siracusanos, a los que ya habían servido en otras ocasiones en Sicilia.
Estos servicios no impidieron su empleo por los cartagineses para luchar en la batalla de Crimiso24 contra los propios siracusanos; aquí tendríamos a mercenarios iberos en los dos bandos. Recordemos de nuevo que, aunque las fuentes se refieran a ellos como iberos, eran de procedencias dispares dentro de la Península. Los cartagineses los solían alinear junto a libios, celtas, ligures y númidas, según los textos de Plutarco. La batalla de Crimiso la perdieron también. Por lo que se ve, no les iba muy bien a las órdenes de Cartago.
Antes de comenzar con las archiconocidas guerras púnicas voy a resumir la Guerra Pírrica (280-275 a. C.), durante la cual Roma y Cartago lucharán unidas contra las colonias griegas de la Magna Grecia, sus aliados (samnitas) y Epiro, reino de origen helénico en el que mandaba el famoso Pirro.
En inicio, fue el ejército de Pirro, que era de unos 25 000 hombres y algunos elefantes de guerra, el que acudió para limar asperezas entre los romanos y sus hermanos del sur de Italia. Se enfrentó a las legiones en la batalla de Heraclea y resultó victorioso. También les plantó cara en su propio terreno en Ásculo el 279 a. C., donde obtuvo su famosa «victoria pírrica».
Trató de asediar Roma, pero al no recibir apoyo de los pueblos vecinos (etruscos, umbros, oscos25, apulios…), decidió retirarse e imponerles un tratado de paz que no aceptaron los romanos, aunque igualmente procedió a la liberación de todos los prisioneros de guerra.
Fue entonces cuando Roma, al ver que su ciudad podía peligrar, firmó con Cartago una alianza militar. El tratado propició la intervención de la flota cartaginesa y su ejército, que debilitó —aunque no derrotó— al ejército epirota. Se dice que Cartago intentó negociar con Pirro para aliarse contra Roma, pero que este rechazó la oferta.
Poco después, y tras diversos avatares bélicos (275 a. C.), Pirro, cayó derrotado ante las legiones en su retirada hacia Sicilia. Roma había vencido al mayor ejército reunido desde Alejandro Magno; con la ayuda de Cartago, sí, pero hay que tener en cuenta lo importante que era esa victoria para la sociedad romana y la maravillosa propaganda para su ejército. Todo un subidón de moral.
La arena siciliana seguiría siendo un infierno a pesar de la victoria. El conflicto por el control de la estratégica Sicilia se extenderá durante la Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.), en la cual entra de lleno la emergente y recién victoriosa Roma que, aliada junto a Siracusa, atacará las plazas cartaginesas de la isla.
Los iberos volverán a luchar en gran número a las órdenes de los cartagineses. Perderán de nuevo y, tras su derrota, serán enviados a las costas africanas cercanas a Cartago junto al resto de mercenarios, donde permanecerán sin que se les paguen sus servicios; muy posiblemente para que no se unan a sus enemigos, como ocurrió en las Guerras Sicilianas. Pero aquellos mercenarios, hartos, se sublevaron; esta vez los iberos se iban a enfrentar a Cartago. Al mando estaba un libio llamado Matón y otro italiano conocido como Spendios. Los mercenarios fueron apoyados por importantes ciudades africanas y lograron reunir un gran ejército. Contra todo pronóstico, las tropas de Amílcar Barca, vencieron.
Mientras esto sucedía, Roma se hizo con el total control de Sicilia, Córcega y Cerdeña. Los africanos perdieron un gran número de puertos y fuentes de materias primas. Su acceso a los mercados galos y narbonenses quedó bloqueado, igual que, por supuesto, toda Italia. Las consecuencias de la Primera Guerra Púnica fueron devastadoras para su economía. No obstante, el potencial bélico cartaginés se había puesto a prueba, contaba con oficiales curtidos y mucha experiencia en combate a pesar de haber sido derrotados por Roma; solamente necesitaban recuperar recursos, y volver a reclutar soldados. Y sabían dónde obtenerlos: en y-spny.
Descripción del guerrero ibero en época púnica
La mayoría de las fuentes recogen una descripción posterior a los acontecimientos que estamos narrando, más bien en torno a la Segunda Guerra Púnica. No obstante, es de suponer que, durante las campañas en Sicilia, su indumentaria y panoplia también habrían sido muy similares:
Tito Livio26:
Los iberos iban cubiertos de túnica de lino bordada de púrpura, a la costumbre del país, espectáculo que causó novedad y espanto a los romanos.
Polibio27:
La túnica de los españoles era teñida de color púrpura. Los escudos de los iberos y galos eran de la misma forma; pero las espadas tenían una anchura diferente. Las de los iberos no eran menos aptas para herir de punta que de tajo.
Marco T. Varrón:
El traje del guerrero ibero, además del sagum28 rojo o negro constaba de lanza, collares de oro y escudo cincelado de plata.
La época en la que suceden estas guerras, especialmente hasta la Segunda Guerra Púnica, es un periodo de gran vacío en los textos sobre el occidente mediterráneo. Aunque la literatura griega estaba en pleno auge en el siglo III a. C., pues era el tiempo de la Biblioteca de Alejandría y sus grandes sabios, el vacío y confusión es notable.
Esto tiene una sencilla explicación, fenicios y cartagineses eran competidores de los griegos; los cartagineses incluso atacaron a los griegos en las campañas sicilianas. De esta ausencia de fuentes pueden venir las numerosísimas confusiones de terminología, geografía y peculiares citas sobre la península ibérica. Si confundían lo púnico con lo tartésico, ni que decir tiene que lo de diferenciar gadirios de cartagineses sería cosa imposible.
No obstante, existen fuentes, aunque requieren un análisis profundo y necesitan ponerse en paralelo con la arqueología para poder interpretarlas correctamente. Con esto solamente quiero señalar la dificultad de analizar la complejidad ibérica en las fuentes escritas antes del siglo II a. C.
Los recursos de Hispania29
Roma se había expandido a sangre y fuego, pero también utilizando su habilidad diplomática. Los pueblos que había conquistado tenían una cultura muy destacable, en todos los aspectos. Son los herederos de la tecnología naval y comercial etrusca o de la arquitectura, política y sofisticación griega. Y, al igual que estos avances, recibieron información sobre las riquezas habidas en Hispania, denominada así por los latinos muy posiblemente por derivación del término púnico más utilizado en el contexto mediterráneo occidental que el de Iberia (término griego para el mismo territorio).
Las exigencias de Roma hacia Cartago se habían vuelto excesivas. Pero Cartago estaba dispuesta a asumirlas. Necesitaba recuperar poder económico y reclutar un nuevo ejército. Con estas intenciones Asdrúbal Barca cruzó el Estrecho hacia la poderosa Gadir; en primer lugar, para visitar el templo de Melqart donde realizó un ritual junto a su familia que pasaría a la historia —el del odio a Roma—.
Eligió Gadir por ser la ciudad más poderosa con pasado común, a pesar de que sus comerciantes competían por rutas y emporios comerciales. Cartago les había auxiliado en alguna ocasión (que sepamos), era su principal mercado y eran sus intermediarios en África. Pero ¿y los recursos en Hispania? ¿Quién los gestionaba? Pues los propios nativos, especialmente las riquezas del antiguo Tarteso30 —ahora región de la Turdetania—. Estos pueblos llevaban siglos explotando los metales (cobre y plata) de las minas del río Tinto, así como obteniendo estaño con el que forjaban sus armas. El estaño y la plata, escasos en las islas del Mediterráneo, eran los principales focos de atracción para púnicos y griegos.
Los fenicios trajeron nuevas técnicas de extracción de mineral y facilitaron su comercio internacional. Sin embargo, y a pesar de lo que dicen las fuentes clásicas y algunas actuales, el control sobre la producción lo tenían las élites locales, no los fenicios. Estos autores tienden a exagerar el control fenicio sobre las comunidades indígenas, pasan como ignorantes por sus textos, y dejan entrever que eran sociedades explotadas, casi esclavizadas, con un trato desigual en las transacciones. Diodoro incluso llega a asegurar que antes de la llegada de los fenicios, los pueblos nativos no sabían explotar el mineral, algo que la arqueología ya ha desmentido.
Parece que las únicas fuentes que dotan de capacidad y control a los tartesios son los relatos pseudomitológicos de Heródoto. En fin, como antes comentaba, parece que la arqueología es la encargada de escribir la historia real de los pueblos peninsulares. Cuiden a los arqueólogos, que son nuestra esperanza.
Las citas referentes al comercio tartesio con los griegos también son escasas, pero es importante señalarlas, puesto que representan una clave. Cuando las rutas griegas se ven interrumpidas, debido a la batalla de Alalia (Córcega, 540 a. C.), en la que Cartago derrota a la flota de los griegos (foceos) occidentales, Tarteso se resiente y pierde mercado, lo que suma esa crisis a la que sufría por el declive paulatino de Tiro a lo largo de ese siglo tras su incorporación al imperio de Nabucodonosor. Debido también a eso, Gadir se verá beneficiada y será la base de un nuevo monopolio comercial sin apenas presencia griega.
El caso es que Tarteso se diluye, bien sea por estas crisis comerciales o por un desastre natural, y los pueblos turdetanos heredan sus recursos y cultura. Precisamente, esta dispersión del núcleo de la civilización tartésica llevará a los turdetanos a expandirse hacia el interior peninsular, a crear nuevas factorías mineras y a controlar zonas de pastos entorno a los valles del Tajo y Guadiana. La Turdetania era rica en recursos, destacaban sus minerales y ganadería, recordemos el relato de Gerión, en el que Hércules lo que quiere es robar sus rebaños de bueyes. Supongo que eso es lo que quería Cartago, hacerse de nuevo con los rebaños de Gerión, o lo que es lo mismo, con los recursos de Hispania.
Estamos en el siglo III a. C. Los recursos naturales siguen en poder de los nativos y seguramente bien defendidos. Sus sociedades dependen de ello. No obstante, la ruta clásica del río Tinto sigue operativa. Los gadirios recogen metales en Onuba (Huelva) y los distribuyen por el Mediterráneo. Se mueve la economía y Cartago lo necesita.
Amílcar Barca se presentó en Gadir, no sabemos si llamado por sus habitantes o por su propio interés, con un ejército compuesto de diferentes guerreros del arco mediterráneo a los que pronto se sumaron los hispanos. Muchos eran veteranos de la Guerra de los Mercenarios en África31, famosas por la extrema crueldad durante sus batallas, cuyos «efectivos» métodos aplicará Amílcar en la dominación de Hispania.
Junto a él viajaron su yerno Asdrúbal el Bello —de la familia de los magónidas— y su hijo menor, Aníbal. En el templo de su deidad principal, los bárquidas realizaron el juramento mencionado; fuera mito o realidad, es difícil pensar que Amílcar no lo visitase nada más pisar el puerto. A partir de ahí no hay muchos datos, pero manejaremos los textos de Polibio, Diodoro y Estrabón para hacernos una idea de la situación.
Se sabe que su yerno regresó a Cartago para encargarse de una sublevación númida. Mientras, Amílcar comenzó una campaña de sometimiento del territorio peninsular. Entre sus enemigos las fuentes citan a los tartesios (turdetanos), celtas e iberos. Los cartagineses no tuvieron mucha dificultad en avanzar por el territorio, era un ejército experimentado, curtido en las guerras africanas y sicilianas, de corte helenístico. Evento destacable sería el enfrentamiento con los líderes turdetanos (o celtas según Diodoro) Istolacio y su hermano.
Istolacio, que mandaba una coalición turdetana, celtíbera e ibera se enfrentó al Barca hacia el 230 a. C. Este resultó vencedor tras, como mínimo, dos combates. Torturó y asesinó a Istolacio y a varios de sus generales, y perdonó al resto de prisioneros, a los que invitó a unirse a su ejército. Pero el suceso lo resume mejor Diodoro:
Luchando contra los iberos y tartesios, con Istolacio general de los celtas y su hermano, dio muerte a todos, entre ellos a los dos hermanos con otros sobresalientes jefes; y alistó a sus propias órdenes tres mil que había apresado con vida.
Pero Indortas32 reunió de nuevo cincuenta mil hombres, y retirándose antes de presentar batalla a una colina, fue sitiado por Amílcar; durante la noche intentó escaparse perdiendo la mayor parte de las tropas y siendo él mismo capturado vivo.
Amílcar le sacó los ojos, lo atormentó y crucificó; a los restantes cautivos, en número de más de diez mil, los dejó en libertad. Se ganó por la persuasión la sumisión de muchas ciudades, a otras las sometió combatiéndolas.
Tras varios años de campañas, el valle del Guadalquivir era al fin púnico. Amílcar había aumentado su ejército notablemente y tenía sometidas a muchas ciudades que ahora pagaban tributo —monetario, en especie o en soldados— e incluso las élites locales realizaban matrimonios mixtos con sus oficiales, método muy conocido por haberlo usado Alejandro en sus campañas y que Cartago había implementado hacía años en África con los númidas. Hispania le era rentable, y estableció su campamento de invierno: Ákra Leuké (Promontorio blanco), de ubicación discutida entre Alicante o Carmona (Sevilla).
Es Diodoro el que lo cita, y comenta que recibió ese nombre por estar situado en una colina y tener aspecto blanquecino. También habla de la fundación de «una capital en la costa» refiriéndose a Cartagonova, lo que se contrapone con la ubicación del campamento y la situaría hacia el interior, más que en un puerto.
Las fuentes apenas hablan sobre esta «capital», que sería la segunda en importancia para los Barca en Hispania. En las crónicas que tratan la Segunda Guerra Púnica todo el relato se lleva a las aguas mediterráneas: Sagunto, Tarraco (Tarragona), Cartagonova (Qart Hadasht)… y hay un silencio en cuanto a lo ocurrido en la zona occidental. No les interesa tampoco mucho contar la historia de Cartago, pasan someramente por los hechos y los reducen prácticamente a la anécdota. Es la arqueología, una vez más, la que nos contará la historia de muchas de estas ciudades, fundadas o sometidas.
La conquista cartaginesa se podría dividir en tres fases:
• Control del hinterland de Gadir. Acuñación por parte de Amílcar de la primera serie de monedas de plata, lo que indicaría el inicio del dominio bárquida sobre el sur de Hispania y su principal objetivo: la riqueza. Allí establecerá varias cecas libiofenicias para enviar moneda a África.
• Penetración hacia el interior y control de las minas de la zona de Sierra Morena. Alianzas diplomáticas y guerra, dominación de los nativos. Fundación de Ákra Leuké, probablemente sobre algún poblado previo, donde se establece un cuartel permanente y otras cecas para el pago del ejército de la zona occidental.
• Control del entorno del Guadalquivir (Alto y Bajo), fuente de riquezas. Construcción de una red defensiva, con atalayas y fortificaciones menores, sobre una previa ya existente a lo largo del valle del río. Plinio las llamó «las torres de Aníbal», aunque no se sabe si existieron realmente.
Con este resumen se puede ver con claridad el avance hacia el Oeste, cuyo objetivo era controlar las famosas minas de la Turdetania. Cuando se hizo con el territorio procedió a la siguiente fase y se trasladó para someter la zona de Levante, no sin antes pasar por los territorios bastetanos y oretanos. Allí encontró la muerte, probablemente en el año 229 a. C.
Lo que ocurrió realmente no está muy claro. Se suele elegir uno de los relatos de Diodoro, que como vemos es la fuente más utilizada. Narra cómo tras poner sitio al oppidum oretano de Helice —probablemente Elche de la Sierra— envió a parte de su ejército a Ákra Leuké para invernar, incluidos sus elefantes de guerra. Se confió demasiado. Helice recibió ayuda de sus aliados oretanos y edetanos y de tropas celtas mercenarias. Su ejército quedó en inferioridad y fue atacado, lo que puso a gran parte de los púnicos en fuga (Aníbal y Asdrúbal escaparon), menos un pequeño contingente que cubrió la retirada mandado por el propio Amílcar, que terminó con su caballo en el fondo de un río.
A esta batalla pertenece la anécdota de los carros de fuego. Se supone que los iberos enviaron carros incendiados tirados por bueyes contra las formaciones cartaginesas para dividirlas.
En la actualidad hay una zona de recreo con una especie de monolito en Elche de la Sierra que recuerda aquella batalla y la muerte del gran general que vino de África para conquistar Hispania.
La Hispania de Asdrúbal el Bello
A la muerte de Amílcar tomó el mando Asdrúbal. Era trierarca —algo similar a almirante— y el mejor amigo del general Barca; ambos, puestos de importancia en el ejército cartaginés. Al enterarse del suceso, se puso al frente de las tropas y arrasó los pueblos implicados en la muerte de su predecesor. A pesar de este episodio de venganza, Asdrúbal fue más un estratega político que militar.
Los ejércitos mixtos cartagineses que combatieron en Hispania estaban formados por mercenarios de toda índole, incluidos los mejores hombres de Libia. Según decían, seleccionados pueblo a pueblo por los nobles de Cartago. En los relatos de Diodoro se les menciona como moros y númidas. Apenas había cartagineses, puesto que su Senado decidió en el 240 a. C. utilizar a sus ciudadanos únicamente para la defensa de la capital, mediante la conocida como Legión Sagrada, por lo que los ejércitos bárcidas que desembarcaron en el 237 a. C. incluían muy pocos púnicos, la mayoría mandos o personal administrativo encargado de levas y reclutamiento. Según algunos relatos, Aníbal llevó a Italia a miembros de la Legión Sagrada, por lo que quizás esa decisión no era tan inamovible como parecía, y muy posiblemente no gustó mucho en la metrópoli púnica.
Entre esos mandos también habría nobleza aliada, especialmente númida, de relación más cercana y longeva con Cartago. Los encargados de los elefantes no necesariamente eran cartagineses, pero sí africanos, y la caballería era en su mayoría númida con algunas unidades iberas.
El grueso de la infantería eran hombres de los pueblos subsidiarios y sometidos —recordemos a los soldados de Istolacio—: iberos, y seguramente turdetanos que formaban como infantería ligera en la vanguardia, delante de la infantería pesada y veterana de libiofenicios y africanos. A todos estos se les sumaban mercenarios ligures, galos, celtas y celtíberos. Junto a ellos las unidades especiales de los honderos baleares y alguna que otra maquinaria de asedio manejada bien por cartagineses o por soldados de ascendencia hispanofenicia. Según las fuentes, eran cerca de 70 000 efectivos, y todos cobraban un sueldo pagado con oro y plata hispana, claro. Como ya comenté, su organización era de corte helenístico. Cada unidad estaba especializada y el general en jefe actuaba como un gran padre para sus hombres. No obstante, hay que señalar que los ejércitos se movían por deseo y orden del Senado de Cartago, cosa que generó más de un enfrentamiento entre políticos y generales leales a la familia Barca.
En los años que Asdrúbal estuvo al mando de los ejércitos en Hispania, cerca de ocho, continuó los planes de Amílcar: consolidó el territorio conquistado, firmó pactos, estableció cecas monetarias, continuó las campañas y fundó nuevas ciudades. Reclamó también la presencia del joven hijo de Amílcar, Aníbal, que había vuelto a Cartago tras la muerte de su padre. Eso generó un gran revuelo en el Senado, ya que si Aníbal se integraba en el ejército que había formado su padre y ahora mandaba su tío, podía ser demasiado peligroso dotar de tanto poder a una sola familia.
Pero Aníbal regresó a Hispania, y fue recibido con cariño por los veteranos del ejército que lo conocían desde niño. Asdrúbal le nombró comandante de caballería e incluso mandó acuñar monedas con su efigie para celebrar su incorporación a filas. Después de todo, era el futuro de su facción33.
Entre las ciudades que fundó —o transformó— está la actual Cartagena, fechada en el 227 a. C. Necesitaban una base naval y, a poder ser, lejos de las ciudades de influencia gadiria de las que parecían no fiarse mucho, a pesar de tener cultura y creencias en común. Desde aquí movería tropas y materiales más fácilmente entre Hispania y África sin perder el control de las Columnas de Melqart, a poca distancia. Y la llamó igual que su metrópolis porque venía a ser una extensión de esta; era la nueva Qart Hadasht34, la «nueva-nueva ciudad».
En Cartagonova, además de asegurarse explotaciones mineras cercanas, los púnicos construyeron numerosos templos ¿Quizá con la intención de competir con el santuario de Gadir? No se sabe, pero cada colina de la ciudad se consagró a una de sus divinidades principales. También la amurallaron con la última tecnología defensiva, nunca vista en Hispania, y supuestamente construyeron una magnífica acrópolis en el cerro del Molinete.
Según Diodoro, en esa misma época establecieron una especie de fortaleza-campamento de avanzadilla para proteger la nueva capital hispano-púnica en sentido norte. Se cree que podría estar en el Tossal de Manises (Alicante), y que era la más importante de las nuevas líneas defensivas, pero no la única. Muchas poblaciones dominadas por Cartago fueron fortificadas con estas nuevas técnicas; destacan Carteia (San Roque, Cádiz), Castillo de Doña Blanca (El Puerto de Santa María, Cádiz), Carmona y Tarraco. Algunas, como el citado asentamiento del Castillo de Doña Blanca ya habrían estado habitadas desde el siglo VIII a. C. por hispanofenicios, pero ahora, al ponerse bajo la protección de Cartago, sus murallas y torres se mejoraron por los arquitectos púnicos. Así mostraban también su poder: si estabas con ellos, estarías bien defendido.
Como vemos, las estrategias de Asdrúbal eran muy diferentes de las agresivas maniobras de su antecesor. La política fue su verdadero fuerte. Tito Livio35 decía sobre él: «había demostrado una sorprendente habilidad para atraerse a los pueblos e incorporarlos a su dominio».
A tanto llegó, que contrajo matrimonio con una princesa ibera y acordó más tarde que su sobrino se casase con otra, Himilce, supuestamente la hija del rey de Cástulo, la mayor ciudad oretana. Un pueblo que había dado muchísimos problemas a los cartagineses —recordemos que el propio Amílcar habría muerto en la campaña contra ellos—. De este enlace, que se produjo en la primavera del año 221 a. C., nacería una fuerte alianza.
Sobre Himilce poco se sabe. Su nombre viene de la raíz púnica Hin y el sufijo Melqart, cuya traducción literal sería «la protegida de Melqart». En torno a ella hay numerosas leyendas y relatos, como los que escribió Silio Itálico que afirmaba: «tras dar a luz al hijo de Aníbal, visitaron juntos el templo de Melqart, en Gadir, para presentarlo ante el dios».
El tratado del Ebro y Aníbal Barca
Los avances en la conquista de Hispania, la opulencia con la que decoraban sus nuevas capitales, las fuertes alianzas establecidas y la rapidez de los pagos de la deuda contraída tras la Primera Guerra Púnica, alarmó a Roma. A todo esto hay que sumar que la costa de Levante volvía a estar controlada por Cartago gracias a Cartagonova y que el comercio griego y romano en Hispania, y por supuesto también el africano, quedaba bajo su supervisión.
Roma envió a sus legados a negociar con el Senado cartaginés a fin de evitar que extendieran sus conquistas más allá del río Ebro. Con eso se garantizaba el acceso a los puertos hispanos del nordeste y frenaba a los púnicos por el norte. Posiblemente no estaba en los planes de Asdrúbal esa expansión, por lo que el tratado le pareció bien a ambas partes y se rubricó en torno al 226 a. C.
Todo parecía ir de maravilla, incluso las élites iberas, reunidas en Cartagonova, nombraron a Asdrúbal strategos autokrator36, caudillo. Pero lo que pudo ser una apacible vida en Hispania terminó con el asesinato de Asdrúbal en Cartagonova a manos de un sirviente olcade que vengaba la muerte de su señor, poco después de la boda de Aníbal e Himilce. El mando de los ejércitos de Cartago recayó así sobre Aníbal, de unos 25 años. Su cargo lo sancionó el Senado y enseguida cambió radicalmente la política en Hispania. Se acabó la paz.
Reanudó las campañas expansionistas y llegó al territorio de los olcades, entre el Guadiana y el Tajo. Allí tomó, saqueó y destruyó su capital, Althia. Así logró someter de manera automática a varias ciudades cercanas, a las que además de arrebatar un botín considerable convirtió en tributarias. Con la victoria, Aníbal legitimó su poder y su capacidad de mando. La violencia fue tal, que incluso hay autores que no descartan que fuera una campaña de castigo más que de conquista, al saber que el asesino de su tío era de esa ciudad.
La siguiente campaña comenzó en la primavera del 220 a. C., su objetivo era medir fuerzas con los pueblos celtas. Organizó una expedición desde Cartagonova hasta la meseta vaccea, zona de Salmántica, la actual Salamanca, y arrasó todo a su paso. Saqueó, estableció tributos, tomó rehenes, confiscó armamento e incorporó hombres a sus filas. La campaña se conoce como «del Duero».
Como he comentado, apenas se conservan datos fehacientes de las campañas púnicas en Hispania, y mucho menos las que tocan los sectores más occidentales. Hay muchas teorías y suposiciones; una muy valorada es la planteada en 1986 por Domínguez Monedero que asegura que la campaña buscaba el control de los campos de cereal vacceos para alimentar al ejército. Estos pueblos tenían fama de grandes agricultores y se sabía que guardaban excedentes para uso comercial. Aníbal obligaría a las comunidades vacceas a entregar el cereal a su ejército durante los siguientes meses, además de llevarse los excedentes que tuvieran en el momento de la invasión.
Al finalizar la campaña en otoño, la ruta de regreso a Cartagonova pasaba por el río Tajo, más o menos a la altura de lo que hoy es Driebes (Guadalajara). Una confederación de carpetanos, olcades, y posiblemente vacceos y vetones, que las fuentes clásicas —exageradas— cifran en 100 000 hombres, hicieron frente al bárquida. Fue el mayor ejército que luchó contra los cartagineses en Hispania.
La batalla del Tajo se produjo a orillas del río. La caballería númida y los elefantes de guerra fueron claves para la victoria de Cartago. En los siguientes días, Aníbal sometió a los carpetanos y asedió y subyugó a los vetones (o vacceos, según la fuente que se consulte) de Salmántica37. Luego regresó a su cuartel general sin más problemas. La campaña fue todo un reto por lo que supuso el desplazamiento de un ejército tan grande con unidades tan especiales, como los elefantes, a través de vados, montes y pasos de montaña. Una experiencia que le serviría de mucho en Italia.
La siguiente campaña, en el 219 a. C., supuso un nuevo desafío para Aníbal. Quería asegurar su posición al norte y para eso se fijó como objetivo la ciudad ibera de Arse/Sagunto38. Una rica ciudad portuaria, con moneda propia, en cuyos barrios residían comerciantes griegos y romanos. Se cree que Arse entró en conflicto con poblaciones cercanas —subsidiarias de Cartago—, y por eso Aníbal movilizó al ejército contra ellos. También se suele afirmar que dentro del Senado de Arse una facción proromana se había impuesto sobre las demás, cosa que no gustó demasiado al Barca que lo interpretó como una ruptura del Tratado del Ebro, ya que Roma no debía inmiscuirse en las poblaciones al sur del río.
Tras ocho meses de asedio, Arse cayó bajo la bota cartaginesa. Fue un cerco difícil en el que se usó todo tipo de maquinaria y donde el mismo Aníbal resultó herido en el muslo por una jabalina. Al contrario de lo que afirman las fuentes romanas, la ciudad no fue arrasada ni su población masacrada. La saquearon. Finalizó así la campaña de ese año, y los soldados regresaron a casa o a los cuarteles de invierno. Arse fue el casus belli que Roma necesitaba para intervenir en Hispania.
El invierno del 219 al 218 a. C. Aníbal se dedicó a preparar la invasión de Italia. Pero antes realizó varios movimientos de tropas; envió contingentes de mercenarios iberos a África y trajo a Hispania soldados libios, una estrategia que buscaba evitar las deserciones durante la campaña. También realizó pagos a líderes galos para garantizar el paso una vez abandonase Hispania. Quería cruzar los Pirineos y los Alpes para llegar al valle del Po antes del invierno siguiente.
Las tropas partieron de Cartagonova por el camino de la costa en la primavera del 218 a. C. Era un ejército de más de 100 000 hombres, con elefantes y caballería, que en un mes atravesó el Ebro. Luego se dirigió hacia el interior, con el fin de evitar las colonias griegas de Emporión y Rode (Ciudadela de Rosas). No tuvo muchos problemas en llegar a las faldas de los Pirineos; es posible que tuviera algún enfrentamiento aislado con nativos, pero no a gran escala. Muchos de aquellos pueblos eran aliados de Cartago o habían luchado ya en sus filas, como los ilergetes.
Entre los hispanos contratados para la invasión de Italia hubo quienes no quisieron seguirlo y desertaron, a pesar del gran reclamo: el saqueo de Roma. Fue el caso de 3000 guerreros carpetanos a los que Aníbal permitió marchar, que le obligó a reorganizar las tropas. Dejó su retaguardia protegida por dos ejércitos: uno al mando de Hannón (11 000 soldados) y otro a cargo de su hermano Asdrúbal. Este último incluía una flota, 15 000 guerreros y cerca de 20 elefantes.
En esta parte, lo que nos interesa destacar es como desde Hispania, un ejército bajo mando africano, del que forman parte numerosos mercenarios iberos, trata de llegar a Italia para conquistar Roma. De esta aventura conocemos prácticamente todo: el paso con el gran ejército y sus elefantes a Italia, las victorias contra Roma y como llega ¡Hannibal ad portas!
No me voy a complicar en hablar de todas las batallas en Italia, en las que, al igual que en Sicilia, participaron hispanos junto a africanos.
La Segunda Guerra Púnica en Hispania
Mientras Aníbal avanzaba, el ejército romano desembarcó en Massalia. Allí se dividió en dos. Una parte, al mando de Publio Cornelio Escipión, regresó al valle del Po para tratar de frenar a Aníbal, y otra escuadra, a cargo de su hermano Cneo Cornelio, continuó con las tropas a Emporión.
Las legiones romanas en Hispania pronto se enteraron de la posición de la retaguardia cartaginesa y se dirigieron al territorio de los ilergetes para presentar batalla a Hannón. Roma les venció y saqueó el campamento y un poblado cercano llamado Cissis o Kissa, que se ha identificado con la futura Tarraco, aunque no está totalmente claro. Precisamente en Cissis, los romanos tuvieron que enfrentarse a las tropas que acudían en ayuda de Hannón, al mando de Asdrúbal, pero al enterarse de la derrota, se retiraron.
Llegó la hora de los Escipiones. Hispania se convirtió en el teatro de operaciones clave de la Segunda Guerra Púnica (219-201 a. C.). Era el motor económico de Cartago y Roma lo sabía. Los frentes de guerra, además de en Hispania, se abrieron en Cerdeña, Sicilia, Italia y África. Resumir todo es muy complejo, aunque trataré de dar algunas pinceladas de contexto como hice con las guerras sicilianas:





Las consecuencias para los pueblos iberos de esta guerra fueron más allá de la expulsión del dominio púnico. Se palparon desde los primeros éxitos militares de Roma, cuando los oppida empezaron a dudar con cuál de los dos imperios pactar. Por ejemplo, Escipión, al tomar Cartagonova actuó como protector de sus prisioneros e hizo gala de una gran capacidad diplomática. Protegió a las mujeres de la ciudad y redimió a familiares de los líderes iberos sin pedir rescate a cambio. La liberación de la esposa de Mandonio y las hijas de Indíbil hizo que se cambiasen de bando. También se dice que estas conductas, así como el ignorar la mayoría de poblados en busca únicamente de la confrontación con las fuerzas cartaginesas, le hizo ganarse el respeto de los nobles nativos que, al finalizar la campaña, le ofrecieron el título de rex, cosa que el cónsul rechazó.
La península ibérica pasó a estar en manos de Roma por derecho de conquista, al menos las zonas que habían estado sometidas a Cartago. Pero no todos los pueblos estaban de acuerdo. Era una tierra muy diversa, un mosaico de pueblos y comunidades con más o menos influencias culturales púnicas. Hubo ciudades iberas que se decantaron enseguida por una alianza con Roma, también líderes que solo reconocieron a Escipión y no a la República romana, cosa que daría algún que otro problema a los nuevos amos de Hispania.
Los inicios de la Hispania romana
Roma había desembarcado, había conquistado y había expulsado a los norteafricanos de la península tras una larga guerra. Un pueblo que había dejado una huella indeleble en pocos años. Quedaban sus costumbres, su forma de organizarse, sus dioses y su sistema monetario.
Bien es cierto que la base fenicia anterior les facilitó mucho las cosas, además de esa inevitable predominancia cultural helenizante que bañaba todo el Mediterráneo. Pero ahora, los pueblos hispanos ya no tenían ni a Tarteso, ni a Gadir, ni a los cartagineses; los ejes culturales de aquellas tierras ahora desaparecidos. Roma se interpuso y rompió la frágil estabilidad de este gran mosaico cultural. Se instaló, como si de su propiedad se tratase, en las zonas previamente controladas por Cartago.
El sentimiento procartaginés no se había disipado. Cartago había castigado a Sagunto por enfrentarse a pueblos bajo su protección, eran de fiar y cumplían su palabra. Por el contrario, Roma no había acudido en auxilio de sus aliados en aquel asedio. Los comentarios sobre los sucesos de Sagunto corrieron como la pólvora por el territorio hispano, pero también las victorias de Escipión. Los pueblos peninsulares debían elegir si enfrentarse a él o aceptar las condiciones de un aliado poco fiable. Quedaban libres de esa elección el resto de territorios, pueblos celtas y celtíberos, de los que apenas hay datos en esas fechas. Pero no les quedó más remedio que defenderse cuando comenzaron las acciones de sometimiento del resto de Hispania.
La romanización no es el tema principal, pero su contextualización es importante para entender los hechos que sí nos ocupan. Los pueblos iberos no fueron sencillos de dominar. Incluso los leales líderes Indíbil y Mandonio acordaron sublevarse contra Roma poco antes de terminar la guerra debido a la ausencia de Escipión. A él lo reconocían como rex, pero no al ente de la República romana a la que pensaban que no debían lealtad alguna.
La rebelión iba en contra de los recién nombrados gobernadores de los territorios de Hispania, Lucio Cornelio Léntulo y Lucio Manlio Acidino, pero fue reprimida. Años después, en el 196 a. C., Roma fijó la división de Hispania en dos provincias: Citerior (con capital en Tarraco) y Ulterior (con capital en Corduba), cada una de ellas gobernada por un pretor. Esta división administrativa llevó consigo algo que los pueblos insertos en las provincias no asumieron de buen grado: los impuestos.
Roma movió sus fichas y nombró a dos pretores: Cayo Sempronio Tuditano en Citerior y Marco Helvio Blasión en Ulterior. También envió tropas, tanto infantería como caballería. Pero para cuando llegaron había estallado una gran revuelta. Los pueblos de la Ulterior, los de más influencia púnica — se dice que en total eran 28 ciudades— se habían aliado para formar un gran ejército. Al frente estaba Culcas, un importante régulo que controlaba gran parte de la Turdetania y mandaba sobre 17 ciudades; había sido una pieza clave en la penetración de Escipión hacía su territorio, facilitándole unos 3000 infantes y 500 jinetes, pero era uno de esos iberos que no reconocían a la República. A su lado estaba el líder ibero Luxinio que mandaba las tropas de Carmo y Bardo, a las que se sumaron contingentes hispanofenicios (filocartagineses) de Malaca y Sexi. También llegaron tropas de los asentamientos túrdulos de la Beturia39, zona comprendida entre las zonas altas del río Guadiana y Guadalquivir / Betis con bastante influencia celta. Otros importantes iberos también mandaron tropas contra Roma; conocemos los nombres de muy pocos, entre ellos Budar y Besadino, que fueron derrotados en la batalla de Turda, de ubicación desconocida.
Esta revuelta recibe el nombre de Ibera, y tardaron cerca de dos años en sofocarla. Durante la misma se produjo el último gran combate de los iberos: la batalla de Iliturgi (término municipal de Mengíbar, zona de Andújar o sus proximidades) en el 196 a. C. Fueron derrotados 20 000 iberos, celtas y celtiberos por una legión romana mandada por Marco Helvio Blasión, que además destruyó la ciudad que dio nombre a la batalla, curiosamente ya conquistada por Escipión tiempo atrás. Tito Livio relató el suceso:
En este mismo año, viniendo Helvio de España Ulterior con seis mil hombres de socorro que Appio Claudio, pretor, le había dado, los celtíberos le salieron al encuentro con gran escuadra acerca de la villa de Iliturgi. Escribe Valerio, que fueron, veinte mil hombres armados, doce mil fueron muertos y la villa de Iliturgi tomada y todos los mayores de catorce años asesinados.
Tras alguna que otra escaramuza, en el 195 a. C. las provincias hispanas de Roma quedaron pacificadas, aunque la resistencia indígena —especialmente celtíbera— continuó al menos hasta el 133 a. C., año de finalización de las guerras celtíberas.
La aculturación de los pueblos hispanos tampoco fue de un día para otro. Sus costumbres, religiones y formas de entender la vida no variaron de forma repentina, sino que, por el contrario, los propios nativos se aproximaron a la poderosa cultura latina. Aunque lo que más favoreció la romanización fueron los avances tecnológicos y los desarrollos urbanísticos que se comenzaron a introducir en Hispania.
Las conquistas de Roma no se limitaron únicamente a Hispania. Se expandió a costa de los estados griegos orientales. Ocupó Macedonia, Iliria y Siria. Los pueblos que no conquistaba los sometía de forma diplomática, como el reino de Numidia, aliado y vecino de Cartago que tanta sangre había derramado en nuestra península. Sus líderes y caballería habían servido tradicionalmente en los ejércitos púnicos, además de mantener una intensa relación diplomática y cortesana entre sus familias. Numidia experimentó un gran cambio económico y cultural debido a la influencia cartaginesa, sus cultivos se mejoraron considerablemente y se especializaron en la producción de vinos y aceite de oliva. Adoptaron la lengua púnica y la alternaron con la suya, tanto de forma oral como escrita, hasta llegar a considerarse un pueblo bilingüe —púnico y líbico—.
El territorio estaba dividido en dos bandos étnicos: uno occidental (los masesilos) y otro oriental (los masilios). La Segunda Guerra Púnica terminó por polarizar sus relaciones para beneficio de los romanos, que negociaron para su causa la participación de los guerreros númidas de cualquiera de los dos bandos.
Al inicio de la Segunda Guerra Púnica mandaban sobre los númidas Gaia en oriente y Sífax en occidente. Inicialmente, Sífax se había aliado con los romanos en el 213 a. C. y había atacado al reino vecino provocando una guerra. Pero el hijo de Gaia, Massinisa, lo derrotó en dos combates y le obligó a exiliarse; algunas fuentes como Aragón Gómez indican que pudo haber buscado refugio en Rusadir (Melilla), pero no se sabe con certeza. Poco después pactó con Cartago y recuperó su reino, pero nuevamente se alió con los romanos (210 a. C.) y luchó junto a ellos en varias campañas en Hispania contra los cartagineses.
Hacia el 206 a. C. murió Gaia, y Sífax aprovechó para anexionarse partes de su territorio. Pero Massinisa, cansado de la guerra en Hispania, regresó para combatirlo. Esta vez fue derrotado y puede que se refugiara en las tierras de los mauros (actual Marruecos) cuyo rey, Baga, era un fiel aliado suyo. Después comenzó a colaborar con los romanos y firmó un pacto que le llevó a combatir a su lado en la batalla de Zama, donde su caballería fue parte fundamental de la victoria.
En cuanto a Sífax, tuvo la mala suerte de aceptar el pacto que le ofreció el notable de Cartago Asdrúbal Giscón: la mano de su hija Sofonisba. Según la leyenda romántica, estaba prometida a Massinisa, pero al pactar con Roma su acuerdo se rompió. Otros autores aseguran que Massinisa rompió relaciones con Cartago precisamente por prometer a Sofonisba a Sífax. Sea como fuere, Sífax se quedó del lado cartaginés y Massinisa del romano. Se produjeron así una serie de afrentas que desembocaron en la poco conocida batalla de los Grandes Campos, un combate decisivo para que Aníbal regresase a Cartago.
En el enfrentamiento, la caballería romana, junto a la númida de Massinisa, aplastó a la infantería cartaginesa, que dejó a sus aliados hispanos solos en el campo de batalla. Todos los cronistas coinciden en algo: los iberos y celtíberos, a pesar de que estaban en territorio ajeno y en una guerra que no era la suya, decidieron resistir hasta el final. Aguantaron hasta la tercera línea de ataque de las legiones de Escipión, todo un logro para estas tropas provenientes de la península ibérica que, poco a poco, cayeron en combate.
Hicieron prisionero a Sífax, y Massinisa recibió de Roma el respaldo para convertirse en el nuevo rey de Numidia. Unificó las dos partes y anexionó porciones del hinterland cartaginés, además de pretender una fértil región costera llamada —por Polibio— Emporia.
¿Qué provocó esto? Pues que Cartago se ahogase en su propio territorio y que en el 151 a. C. terminase por defender sus antiguas posesiones contra los númidas que seguían con sus planes de expansión. Para entonces Cartago ya había cumplido con Roma, había pagado la deuda, pero a Roma le dio igual y utilizó esta «agresión» a su aliado como casus belli. Desembarcaron 80 000 hombres en Útica y, tras humillantes negociaciones que duraron años, se acordó la entrega de todas las armas, panoplias e incluso de varios hijos de familias principales de la ciudad como rehenes.
Pero no le bastó a Roma, que exigió abandonar la capital. En el 146 a. C. Cartago dejó de existir. Muchos habitantes ya habían escapado a las ciudades hispanas o a las vecinas númidas, el resto de los supervivientes fueron reducidos a la esclavitud.
En consecuencia, las ciudades del norte de África que permanecieron fieles a Cartago fueron asediadas y destruidas; los territorios que dominaban fueron asimilados por Roma y formaron la provincia romana de África. Las que no se posicionaron, como Útica o Lepcis Parva, fueron declaradas libres y se respetaron sus territorios.
El África de la órbita cartaginesa quedó reorganizada por Roma al finalizar la Tercera Guerra Púnica (146 a. C.): la provincia de África, con capital en Utica, y el reino vasallo de Numidia que los romanos percibieron en esencia como herederos del imperio de Cartago, es decir, garantes de la civilización al norte de África.
Numidia también ejerció control sobre la zona costera al este, conocida como «el país de las tres ciudades», con los núcleos de población de Oea (la actual Trípoli), Sabratha y Leptis Magna, esta última capital comercial de la región.
Con este barrido de Roma se nos quedan muchas cuestiones en el tintero, entre ellas ¿qué fue de la poderosa Gadir y sus templos? Interesante punto.
Los gadirios, cansados de apoyar a la facción que perdía la guerra, cerraron la puerta en las narices a los restos del ejército cartaginés de Magón Barca que, tras la batalla de Ilipa (206 a. C.), quiso frenar el avance romano desde su ciudad. No pudo hacerlo, por lo que embarcó y partió hacia Ebusus.
Gadir había sido controlada al principio de la guerra —se supone que por medio de un golpe de Estado o algo similar— por una facción procartaginesa que facilitaría el acceso de los Barca y su posterior interrupción de actividad mercantil en favor de Cartago, así como la apropiación de los medios de producción y centros de explotación de recursos mineros, agrícolas, pesqueros o ganaderos gadirios. Evidentemente, todo terminó tras la derrota de Magón, pero Gadir no volvió a recuperar su poder. Se vio obligada a aceptar la supremacía de los nuevos dueños del Mediterráneo y a someterse a los intereses de la República de Roma.
Fue su fin como ciudad-estado independiente, pero al proclamarse aliada se le permitió un estatus de libertad para que pudiera continuar con sus actividades mercantiles, siempre y cuando pagara los impuestos correspondientes, claro.
El intercambio cultural con África hasta el siglo II a. C.
Aunque la información sobre la presencia de asentamientos de hispanos en el Norte de África es escasa, los restos arqueológicos, y trabajos como los de Antonio García y Bellido publicados en 1954, muestran la existencia de relaciones frecuentes entre las dos costas del Mediterráneo occidental.
Conocemos ya el poder comercial de Gadir y su asidua comunicación con las colonias libiofenicias, pero también sabemos —aunque a posteriori— de los intensos movimientos de mercenarios hispanos contratados por Cartago, Roma o los griegos occidentales, muchos de los cuales estuvieron en campañas por África o acuartelados allí. Esta presencia hispana en los ejércitos de los imperios occidentales se multiplicó a partir de la Primera Guerra Púnica. Cartago compuso su ejército a base de mercenarios, donde hispanos y númidas formaron la columna vertebral de sus fuerzas.
El movimiento de tropas también sucedió a la inversa. Contingentes militares africanos (libios, mauros y númidas) entraron en Hispania de forma continua durante la Segunda Guerra Púnica. Recordemos que el sistema de Aníbal para evitar deserciones era desplazar las tropas fuera de su territorio de origen. Entre infantería y jinetes, 15 000 hispanos y cerca de 800 baleáricos desembarcaron en el puerto de Metagonias (Orán) justo antes de la expedición a Italia.
Los hispanos combatieron en África hasta el final, hasta la batalla de Zama; incluidos los 2000 guerreros que se trasladaron con Magón desde Italia para defender Cartago. Esta presencia masiva tuvo que suponer una proyección de las costumbres hispanas y justifica la presencia de muchos materiales elaborados en la península, así como aportes culturales en las costumbres locales. Tampoco olvidemos que aquellos soldados que regresaban habían cambiado. Tenían otras ideas, otras costumbres y otro modo de vida; se habían helenizado en el ejército cartaginés. No cabe duda que los mercenarios, tanto hispanos como africanos, trajeron y llevaron materiales e ideas entre las dos orillas, y no se puede descartar que muchos se quedasen a vivir en alguno de los dos territorios ya familiares para ellos —como sucedió en Morgantina la primera ciudad gobernada por hispanos en Sicilia—, bien como recompensa o como refugiados.
El intercambio cultural no solamente se produjo vía militar, aunque seguramente fue la forma más rápida. En la zona de Orán se han encontrado restos cerámicos clasificados inicialmente como iberos, pero reclasificados por estudios posteriores como de factura nativa. Eso podría indicar el gran parecido entre los alfares de las dos orillas o también la presencia de artesanos hispanos en África.
En excavaciones en Les Andalouses, Argelia, se encontró una casa de forma y arquitectura idéntica a la de muchos poblados ibéricos. Además, dentro había terracota y cerámicas ibéricas con decoraciones geométricas. La casa está clasificada como de origen hispano —o habitada por hispanos—. Cerca también aparecieron monedas gadirias y un cálatos ibero. Otro resto arqueológico que podría indicar conexiones, también en la zona de Orán, es el de vestigios de cerámica de barniz rojo, abundante en contextos iberos, y terracotas con formas equinas, muy presentes en los santuarios peninsulares.
Conocemos también que la artesanía ibera gustaba tanto entre númidas y mauros que solían emularla. Se han encontrado imitaciones africanas datadas entre los siglos IV y II a. C., de cerámicas elaboradas en el sur de España, tanto en conjuntos domésticos como funerarios.
Pero claro, todo esto no está exento de polémica, hay quien niega la presencia de hispanos asentados en las costas africanas y asegura que algunos de los hallazgos, como el que encontró un obrero español en Orán en los años 30, pertenecen a relaciones comerciales. O eran de los mercenarios contratados por Cartago. Quien sabe. Pero otros hallazgos en necrópolis argelinas han confirmado que la presencia de iberos en los contextos nativos era bastante importante.
Un ejemplo significativo es el cálatos ya citado, pues su decoración se corresponde con el águila con alas extendidas, propio del estilo conocido como Elche-Archena, tema ornamental zoomórfico típicamente ibérico, junto al lobo y el caballo. El águila ibera parece tener algún significado especial, quizá un elemento protector o la forma animal de algún dios pagano.
En resumen, las evidencias materiales son abundantes. En cuanto a las influencias culturales es más complicado saber sus orígenes (tradiciones, formas de vida, costumbres, religión…). Si llegó alguna, seguramente acabó por alterarse con lo local y poco se puede rastrear en la actualidad. La mayoría de arqueólogos e historiadores que han trabajado en los yacimientos norteafricanos aseguran la existencia de una fuerte influencia cartaginesa e ibera, proveniente del sur y levante hispano, en el área argelina.
La pervivencia de lo inmaterial, de origen ambivalente —muy complejo de rastrear tras tantos siglos— bien pudiera tener cierto eco en la indumentaria tradicional de los pueblos mediterráneos, especialmente en los vestidos de corte nobiliario o de grandes festejos como los chedda argelinos, con esos enjoyados que recuerdan a la Dama de Baza, o incluso el velo tradicional, que se utiliza de la misma manera en que las damas iberas cubrían siempre sus cabezas.
La Celtiberia mantenía intensas relaciones con sus «paisanos» iberos y turdetanos. Destacaba por las minas y la ganadería, aunque su mayor aporte era el militar. La mayor parte de los jóvenes celtíberos solían partir de sus poblados en grupos para servir como soldados en ejércitos foráneos, especialmente en infantería, aunque también existía caballería.
Tras el control de las zonas iberas, Roma pasó a la dominación de los belicosos pueblos celtíberos. En una primera fase, desde el 193 a. C., y a medida que las poblaciones indígenas se romanizaban, las legiones derrotaron levantamientos hasta que iniciaron una campaña para asegurar las fronteras provinciales hispanas contra arévacos, vetones, vacceos y lusones. Se conoce como Primera Guerra Celtíbera y terminó hacia el 179 a. C., tras las portentosas campañas de Tiberio Graco en las que consiguió para Roma, entre otras, la importante ciudad de Ercávica, actual provincia de Cuenca.
Una nueva fase para controlar Hispania se inició el 154 a. C., tras prohibir el Senado romano la fortificación del oppidum de Segeda. La construcción de infraestructuras militares, incluso defensivas, estaba prohibida según los acuerdos de los indígenas con Roma. Los habitantes de Segeda, al enterarse de que iban a ser castigados por las legiones al mando de Quinto Fulvio Nobilior, decidieron refugiarse en Numancia.
Allí eligieron como líder de los dos pueblos a Caro de Segeda. Bajo su mando hicieron frente al cónsul Nobilior, que había destruido ya Segeda y tomado Ocilis, la actual Medinaceli. En una exitosa emboscada pusieron a las legiones en retirada, pero una carga de caballería romana acabó con la vida del caudillo celtíbero.
Las tropas de Roma se asentaron cerca de Numancia, donde se les sumaron fuerzas africanas mandadas por Massinisa, incluidos 10 elefantes de guerra; estos causaron más problemas que ventajas, puesto que se pusieron en desbandada durante el ataque al oppidum y ocasionaron un gran descontrol entre las filas romanas, además de cientos de bajas. Massinisa y Nobilior, lejos de someter a Numancia, perdieron incluso la anterior conquista de Ocilis y a muchos hombres en diferentes enfrentamientos.
Al año siguiente (153 a. C.) llegó el cónsul Claudio Marcelo con tropas de refuerzo, cercó Ocilis y negoció un tratado que atrajo a los celtíberos a su causa. Otros oppida, al ver que el cónsul venía realmente a imponer la paz, incluso entregando prisioneros y mediante el pago de alguna suma en talentos de plata, pactaron enseguida acuerdos de cese de hostilidades. A los pueblos que no pidieron la paz, Marcelo envió embajadas en vez de someterlos por las armas, cosa que parecía funcionar. No obstante, el Senado no vio con buenos ojos este tipo de pactos y envió un nuevo ejército al mando del cónsul Licinio Lúculo, cuyo lugarteniente era Publio Cornelio Escipión Emiliano.
Marcelo, que no quería perder su reputación, inició maniobras ofensivas para forzar una paz que parecía dudosa, y logró apaciguar la zona antes de la llegada de Lúculo. No obstante, las rebeliones de los lusitanos al mando de su famoso caudillo Viriato, pusieron patas arriba de nuevo la Celtiberia, que se sumió en una nueva guerra.
La Tercera Guerra Celtíbera se conoce también como guerra de Numancia. Su propio nombre lo dice, es la campaña que somete a la famosa capital de los arévacos. Pero tomarla no fue tarea fácil, los celtíberos derrotaron a numerosas legiones40 antes de que el Senado encargase el año 134 a. C. a Publio Cornelio Escipión Emiliano —que ya había destruido Cartago— que formase un ejército para destruir la ciudad. Para ello reunió a sus mejores comandantes, entre los que destacan Cayo Mario, Polibio y las tropas africanas númidas —y mauras— al mando del nieto de Massinisa, el príncipe Yugurta. Con ellos reorganizó a las desmoralizadas tropas de Hispania e inició el asedio definitivo a Numancia.
Controló sus líneas de suministro, cortó sus comunicaciones con el río Duero y construyó siete campamentos alrededor de la ciudad con fosos, torres y murallas, lo que la aisló del resto del mundo. También castigó severamente a cualquier pueblo que tratase de ayudarla. Tras morir muchos habitantes en desesperadas salidas de la ciudad, de hambre o incluso suicidándose, la ciudad fue sometida y el resto de la población reducida a la esclavitud. Era el verano del 133 a. C.
Las campañas celtíberas fueron un campo de entrenamiento perfecto tanto para las legiones como para las tropas auxiliares africanas de Yugurta. El príncipe númida, de vuelta en África, no tardó en poner en funcionamiento todo lo aprendido en Hispania.
El África Proconsularis, sinónimo de la provincia romana de África, fue constituida para asegurar que ninguna potencia africana volviese a amenazar los intereses romanos, ni su integridad. Numidia era un aliado fiel, enviaba tropas a Hispania: arqueros, honderos y elefantes para las campañas de Escipión Emiliano contra los pueblos celtíberos, pero también acogía a los refugiados cartagineses en sus ciudades, algo que aumentaba el nivel económico de su reino. Pero la costa norteafricana era mucho más para Roma. Justo enfrente de Hispania se extendía la Mauritania que, aunque aliados de Numidia, escapaba totalmente a su control; eso había que cambiarlo.
Hacia el año 118 a. C., Yugurta regresó a su hogar en África. Su padre había muerto y él pretendía heredar todos los territorios, por lo que ordenó el asesinato de sus hermanos y evitar el reparto. No le salió bien del todo, puesto que uno de ellos, Aderbal, pudo escapar y se presentó en Roma para solicitar ayuda.
Roma decidió utilizar la diplomacia y pactar con Yugurta; después de todo, había sido un fiel comandante a su servicio. Acordó una división del reino para evitar la guerra civil. Yugurta aceptó. Evidentemente, él se llevó la parte más rica, bien por su amistad con los romanos o por ofrecer un apetitoso soborno a la delegación que redactó los términos del tratado.
En el 113 a. C. Yugurta se cansó e invadió el territorio de su hermano. Lo sitió en Cirta, importante ciudad muy próxima a Cartago. Roma trató de mediar de nuevo, pero no lo consiguió —los mediadores enviados fueron sobornados— y los ejércitos del conflictivo príncipe arrasaron la ciudad. De paso mataron a los ciudadanos romanos que residían en ella, por lo que el Senado se vio abocado a una guerra. Ante esa situación, Yugurta se rindió y fue llamado a capítulo a la capital republicana.
En Roma, el númida se dedicó a repartir más sobornos. Varios tribunos de la plebe recibieron un cuantioso estipendio a cambio de evitar que testificaran en el Senado. Mientras, organizó el asesinato de su sobrino que residía en la ciudad, pero fue descubierto y expulsado de vuelta a Numidia. La guerra era inevitable, Roma debía poner orden o perdería un gran aliado militar.
Aproximadamente a finales del 110 a. C., Yugurta derrota al ejército romano en la batalla de Suthul. A pesar de la victoria, el Senado romano se negó a reconocerlo como regidor plenipotenciario de Numidia y envió un nuevo contingente militar al mando de Quinto Cecilio Metelo; pero sería su legado, Cayo Mario, el auténtico protagonista. Mario, elegido cónsul el 107 a. C., recibió el mando del ejército expedicionario.
De Cayo Mario debemos saber que fue pretor de la Ulterior (114 a. C.), donde se curtió en estrategias y combates en persecución de rebeldes y bandidos celtíberos y lusitanos. Pero Yugurta también había demostrado su valor en Hispania41, donde había logrado fama y respeto por parte de los militares latinos.
Tampoco debemos olvidar que el hijo de Quinto Cecilio Metelo, llamado Numídico para diferenciarlo de su padre que tenía el mismo nombre, combatió contra Yugurta en estas guerras en África y pasó luego destinado a Hispania Ulterior como procónsul, donde entrenó a los guerreros nativos al modo romano e hizo de ellos un ejército disciplinado que participó en las guerras sertorianas.
Para cuando Cayo Mario inició su mandato en África, Yugurta había buscado alianzas con su suegro, Boco I, rey de Mauritania. Ambos fueron derrotados por las legiones de Mario. Al verse vencido, Boco envió emisarios a Roma para pactar la paz. Tras varias negociaciones se acordó que le cederían parte del reino de Numidia a cambio de que le entregase a Yugurta. Así sucedió, Yugurta fue traicionado y entregado. Murió estrangulado en el Foro romano alrededor del año 105 a. C.