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De las primeras conexiones al Bajo Imperio Romano

El enigma del Estrecho: ¿Puente o barrera?

CUENTA LA LEYENDA QUE EL MISMÍSIMO HÉRCULES separó dos montes que estaban unidos, Abila y Calpe, y abrió un paso para que el mar Océano penetrase en el Mediterráneo. Una vez se igualaron sus aguas nació un acceso hacia lo desconocido, hacia el fin del mundo, no había más allá: Non Plus Ultra.

En cada monte colocó una columna que recibió el nombre de su ubicación. Aquellos montes —las columnas de la tradición— se suelen identificar con el peñón de Gibraltar (Calpe) y el monte Hacho, en Ceuta (Abila). Plinio, Estrabón e incluso el geógrafo hispanorromano Pomponio Mela, explicaban así la escisión de la península ibérica del continente africano, y aseguraban que, antes de esto, lo que hoy es España era parte de África.

Ya en el siglo XVIII, el abate Bergier explicaba lo que quisieron decir los navegantes fenicios al bautizar el estrecho con el nombre de Columnas de Melqart, el dios fenicio identificado con el Heracles griego o el Hércules romano, y es que había una unión entre las dos tierras, ya que la misma palabra que usaban para definir columna era sinónima de la usada para cartílago.

Luego, serían los griegos los que introducirían el mito heracleo, tan necesario para ellos por dar explicación al mundo y al cosmos que les rodeaba, al añadir la historia de la separación de los montes por la fuerza sobrehumana del hijo de Zeus.

Obviamente todo esto es mitología, pero la mitología se estudia en la historia como vehículo transmisor de ciertas verdades. Quizás muy antiguas y muy distorsionadas, ya que aquella conexión terrestre real se produjo hace más de 5 millones de años, en el periodo de la crisis salina del Messiniense, que provocó una enorme desecación en las aguas del Mediterráneo. Esa antigüedad hace imposible que el mito hiciera referencia a aquello, pues no habría memoria humana que lo recordase. Aunque quizás, en alguna época no tan lejana, una bajada de aguas marinas redujera las distancias entre los continentes, tanto por Gibraltar como por la zona siciliana.

No obstante, el Estrecho, nunca fue barrera para ninguna especie y menos para la humana. Cómo será la cosa que hasta los romanos lo consideraban una unión y no una separación, de ahí que el norte de África quedase encuadrado dentro de la Diocesis Hispaniarum, algo en lo que profundizaré más adelante.

Los paleontólogos «africanistas»

Son solo 14 kilómetros, pero que llevan años rompiendo la cabeza de los científicos. Nos podemos remontar, por ejemplo, a las hipótesis del malagueño Miguel Such Martín (1889-1945) que, tras sus trabajos en lugares como la Cueva del Tesoro (Rincón de la Victoria, Málaga), comenzó a demostrar las hipotéticas conexiones africanas sobre las que se debatía desde las primeras exploraciones arqueológicas decimonónicas en el sur de España. El estallido de la Guerra Civil supuso un parón en sus investigaciones que enviarán al ostracismo estas posturas «africanistas».

Pedro Bosch Gimpera (1891-1974), posiblemente el más famoso prehistoriador español de principios del siglo XX, fue otro de los paleontólogos que recogió también estas tesis africanistas. Escribió varios libros, como Etnología de la Península ibérica (1932) o El poblamiento antiguo y la formación de los pueblos de España (1944). En ellos ofrecía su visión del paleolítico inferior, una de las etapas más complejas de la Prehistoria, en la que ubicaba el origen del hombre en Europa en nuestra península.

Afirmaba, basándose en las industrias líticas —herramientas de piedra— halladas, pertenecientes a una tecnología proto musteriense, que en la Península llegaron a formarse diferentes pueblos donde convivieron dos tipos principales de «civilizaciones»: unos venidos del norte de Europa y otros, indudablemente, de África.

Reconocía pues Bosch influencias africanas en las culturas peninsulares desde muy temprano. La conexión norte de África / sur de la actual España, era algo evidente para él; hablamos de la década de 1930. Para resumir sus ideas al respecto podemos extraer esta cita de la página 32 de El poblamiento antiguo y la formación de los pueblos de España:

Parece, por lo tanto, que, a principios del paleolítico superior, llegó hasta el centro de España una infiltración de cultura africana, relacionada sobre todo con la cultura de Marruecos y del Sáhara, que se coloca sobre la base indígena y que es modificada por influencias auriñacienses y solutrenses (…)

Luis Pericot (1899-1978), alumno aventajado y amigo personal de Bosch Gimpera, retomó sus teorías y continuó las investigaciones que trataban de definir los vínculos entre las dos orillas. Su defensa de ubicar el origen de la cultura solutrense en el norte de África, provocó un gran revuelo entre los académicos de todo el mundo; negaban que una tecnología tan avanzada pudiera haberse dado siquiera en el continente africano. Estas tesis también acercaban de nuevo las orillas y demostraban el cruce de los primeros hombres por Gibraltar. La prehistoria africana tenía mucha información, pero pocos tenían interés en ella. En sus publicaciones, Pericot, llegaría a afirmar:

No puede descartarse la posibilidad de que el hombre del Paleolítico hubiera utilizado eventualmente algún sistema de navegación.

Su actividad recolectora y pesquera le habría permitido observar el principio de la flotación. Incluso la presencia de inundaciones imprevistas en períodos pluviales podría haber agudizado en su defensa la posibilidad de utilizar troncos o balsas.

No obstante, era más aceptable para la comunidad internacional que el hombre del paleolítico se desplazase por las islas del Pacífico a que cruzase los escasos kilómetros de estrecho entre África y España. Según algunos historiadores, el racismo, al considerar a los africanos como una serie de pueblos atrasados, pesó más que todas las pruebas a favor de esta tesis.

Otro alumno de Bosch Gimpera fue Julio Martínez Santa-Olalla (1905-1972), también discípulo de Hugo Obermaier1, no obstante, quiso remar a la contra de sus maestros.

Martínez Santa-Olalla estaba en contra de la tesis africanista y defendía que las industrias líticas norteafricanas habrían sido recibidas desde Europa, es decir, aquella tecnología superior fue llevada desde la península ibérica hacia África y no al revés. De nuevo nos topamos con tesis manchadas por un concepto racista más que por la ciencia. Santa-Olalla, inicialmente, estaba influenciado por las fuertes teorías de la Alemania nazi sobre la raza aria que, por supuesto, desdeñaban África y todo lo africano. No solo Santa-Olalla pretendía erradicar las tesis africanistas, el arqueólogo Martín Almagro Basch, pupilo también de Obermaier, formado en España, y que había completado su formación en Alemania en los años 30, reflejó en sus libros publicados en 1958 diversas tesis sobre el origen de los primeros pobladores de la Península, obviando siempre cualquier conexión con África.

Almagro será director de la misión arqueológica española de la UNESCO en Nubia, aquella que colaboró para rescatar los tesoros egipcios, como el templo de Abu Simbel, de la subida de las aguas del Nilo por la construcción de la presa de Asuán. Es también, por tanto, uno de los responsables de la instalación del templo de Debod en Madrid.

Otro arqueólogo recogió el guante: Miquel Tarradell. Era un joven que por entonces comenzaba a interesarse por las tesis africanistas. Tanto, que hacia la década de los 50 llegó a director del Servicio de Arqueología del Protectorado Español en Marruecos, lo que le sirvió para explorar a fondo numerosos yacimientos del norte de África, no solamente prehistóricos, también fenicios y romanos.

Sus investigaciones demostraron que los avances tecnológicos ocurridos durante el Neolítico habían tenido su origen en la costa africana y de allí, vía Gibraltar, se habían expandido por el resto de Europa. Se considera a Tarradell el recuperador para la modernidad del concepto de Gibraltar como «puente y no barrera» para los pueblos primigenios de las dos orillas. Aun así, por muchas pruebas que encontrasen, la tesis de que los primeros pobladores de la costa africana tenían una cultura más avanzada que la de la orilla europea, seguía sin tener sentido para la comunidad científica.

Los discutidos hallazgos de Orce y El Aculadero

A pesar de que los especialistas extranjeros seguían sin dar crédito a las investigaciones de los arqueólogos y paleontólogos españoles, los trabajos continuaron. No había forma de eliminar la idea de que los humanos podrían haber llegado a Europa por la vía del sur, por España. La imposición de la teoría de que el ser humano se expandió desde África por el corredor mediterráneo oriental era inamovible. España no podía ser el origen de la humanidad en Europa, o eso pensaba la comunidad científica internacional.

Pero la ciencia española continuó su rumbo, no sin contratiempos. En 1973 las investigaciones del yacimiento de El Aculadero (Puerto de Santa María, Cádiz) volvieron a poner a flote las teorías de la penetración de los primeros homínidos a través del Estrecho. Pocos años después, el paleontólogo Emiliano Aguirre (1925) comenzó el estudio de restos aparecidos durante la construcción de una línea de ferrocarril: el famoso yacimiento de Atapuerca.

El prestigioso Eduardo Ripoll Perelló (1923-2006) escribió hacia 1983 que el homo erectus había salido de África gracias a bajadas del nivel del mar y pudo llegar a Europa hace 1,5 millones de años a través de los estrechos de Sicilia y Gibraltar. Y no solamente homínidos, puesto que hay numerosas muestras de la presencia de especies africanas en el sur peninsular, especialmente en los yacimientos de la cuenca de Guadix-Baza.

En estos yacimientos trabajó José Gibert (1941-2007), más conocido por quien descubrió hacia 1976 el llamado «hombre o niño de Orce» en el yacimiento de Venta Micena. Un fragmento de hueso que podría ser el resto humano más antiguo de Europa (entre 1,6 y 0,9 millones de años). Aunque los detractores de Gibert, incluidos algunos de sus colaboradores, nunca lo han aceptado como tal. Gibert también trabajó en Murcia, en la Cueva Victoria, donde localizó importantes restos de fauna prehistórica y lo que parece una falange humana de unos 1,2 millones de años.

Tanto los restos «humanos» de Orce como los de Cueva Victoria, son objeto de un intenso debate y, de nuevo, no han sido aceptados por la comunidad científica. No obstante, en ambos yacimientos se han localizado restos de fauna africana del mismo rango de antigüedad y con claras señales de corte, así como herramientas de piedra de la misma clase que las utilizadas en la costa del norte de África. Puede haber controversia, pero el valor paleoarquelógico de la zona de Orce es innegable. De confirmarse algún día los hallazgos de Gibert, podríamos hablar de los primeros humanos que pasaron el Estrecho y colonizaron Europa.

En la actualidad, nuestro país se encuentra en plena revolución arqueológica. No fueron pocos los que recuperaron las tesis africanistas tras los nuevos hallazgos. Por ejemplo, el doctor Manuel Santonja y la profesora María Ángeles Querol, publicaron en 1983, basándose en El Aculadero, diferentes teorías en las que situaban la región geohistórica del estrecho de Gibraltar como una vía de entrada a Europa. Para ellos, la antigüedad de los yacimientos peninsulares y los restos de animales originarios de África localizados en los mismos eran prueba suficiente.

Benzú y Gorham

Varios grupos de investigación continúan hoy sus trabajos en el sur de la Península estudiando las relaciones hispano-africanas. Los yacimientos más importantes en este momento son, el Abrigo de Benzú, Ceuta, y la Cueva de Gorham, Gibraltar.

Los trabajos realizados en el Abrigo de Benzú han demostrado la presencia de industrias líticas de unos 250 000 años de antigüedad, de una tecnología similar a la asociada al hombre de Neandertal (musteriense). Sería una de las primeras pruebas de que el homo neanderthalensis, historiográficamente ligado a Europa, habitó la costa africana. Según Emiliano Aguirre, esta presencia pudo deberse a una huida del neandertal hacia el sur en épocas tardías, por los enfriamientos de la última glaciación.

Muestra de esta marcha la encontramos también en la cueva gibraltareña de Gorham, refugio del último neandertal, como se la considera de manera popular. Ambos yacimientos tienen algo en común, y es que desde uno se aprecia la costa que ciñe el otro. El hombre, dicen, curioso por naturaleza ¿cómo no va a querer llegar a unas tierras que parece le invitan?

No se puede olvidar tampoco que el «primer fuego», los restos más antiguos de lo que pudo ser una hoguera o del uso de fuego controlado, se han encontrado en Caravaca de la Cruz —yacimiento de La Cueva Negra—, una evidencia datada entre 860 000 y 810 000 años.

Se puede deducir con todo lo anterior que el movimiento de homínidos por la Península pudo ser tanto de Sur a Norte como a la inversa, entrando en la ecuación el estrecho de Gibraltar y el norte de África. Las investigaciones actuales van en esa dirección, el Estrecho ha sido un puente para las sociedades del pasado; los restos encontrados en los yacimientos de una y otra orilla así nos lo quieren contar. Pero parece que la ciencia necesita todavía más pruebas para ubicar a la actual España como cuna de la humanidad en Europa.

Las primeras culturas

Como no podía ser de otra manera, numerosas leyendas tratan de explicar el nacimiento de las primeras culturas o pueblos peninsulares. Desde la leyenda de Túbal, que asegura que la semilla de la civilización fue traída a la Península por medio de un descendiente de Noe hacia el año 2500 a. C., a las asociadas con la fundación por Ulises de antiguas poblaciones hacia el 1100 a. C. Otras incluso se fabricaron a medida, como la que encargó Felipe III sobre Ocno Bianor, un supuesto héroe fundador de Madrid. El monarca lo hizo a la manera de Augusto, cuando encargó La Eneida a Virgilio. Mencionar cabe que se requirió que el héroe fundador debía ser troyano. También se contaba desde la Guerra de Troya la fundación de Gadir/Cádiz; 80 años después, según las crónicas.

Pero estas dataciones legendarias se quedan incluso cortas ante las evidencias científicas. Para hablar de «culturas» propiamente peninsulares, hay que saber primero que un pueblo, o civilización, es el resultado de la coexistencia de diferentes grupos humanos durante prolongado tiempo en los mismos lugares. Es el resultado de la fusión de diferentes elementos, propios de los que están ya en el lugar, pero necesariamente salpicados de los que traen los que vienen a establecerse, sean protosedentarios o familias trashumantes, que las había, tal y como siempre hay diferentes formas de entender la vida.

Las culturas ibero-mauritana y capsiense, ubicadas en el norte de África, se desarrollan entre el 10 000 y el 6000 a. C. y comparten numerosas similitudes con las culturas aparecidas en la Península. La ibero-mauritana, por ejemplo, se ha denominado así por la coincidencia con los hallazgos en España en las formas de las industrias líticas, aunque no se han encontrado cerámicas ni objetos artísticos que sirvan para trazar su origen o sus migraciones.

La revolución Neolítica ibérica

Hablaba antes de que la península ibérica pudo haber sido, además del paso para la expansión del ser humano de África hacia Europa, el último refugio de los neandertales, forzados a buscar un clima más cálido, debido a las glaciaciones. Pero también estos homínidos fueronn obligados a buscar otro hogar por la presión demográfica que comenzaban a ejercer los grupos de homo sapiens, nuestro antepasado más directo.

Los abrigos y cuevas que habitaron fueron ocupados por los sapiens, así lo demuestra la ciencia y las capas arqueológicas, por lo que pudieron coexistir e intercambiar así sus disparidades culturales. Según las últimas investigaciones, el hombre de Neandertal tenía una cultura propia y era capaz de representar imágenes; tenemos muchas muestras en España, como la Cueva de Ardales, en Málaga. También se sabe que celebraba rituales de enterramiento en los que elegía un lugar concreto y realizaba ofrendas florales.

No obstante, aquellas épocas de «fusión cultural», y quién sabe si de fusión de especies, quedan todavía muy difusas para nosotros2, y no podemos más que dar un tremendo salto en el tiempo, hasta el Neolítico, más o menos en el 6000 a. C., para hablar de protoculturas peninsulares. En breves palabras: el Neolítico es un proceso que abarca miles de años y es un largo pasillo hacia la civilización.

Según lo aceptado por la ciencia —y lo que tenemos en los libros de Historia—, la Revolución neolítica en nuestra península sucedió en torno al 5000 a. C. y al 3000 a. C. Pero recientes investigaciones han descubierto que en la zona del Levante ya existían la agricultura y la ganadería hacia el 9000 a. C.3, con señales inequívocas de ellas mucho antes, por lo que los habitantes de la Península estarían mucho más avanzados de lo que suelen aseverar los textos «oficiales». También hay pruebas de la manufactura y exportación de minerales hace más de 7000 años4.

Sabemos que esos grandes avances en agricultura y domesticación de animales se alternaron con prácticas cazadoras-recolectoras dentro de las comunidades humanas seminómadas. Estas comunidades, a lo largo del proceso de civilización dentro del Neolítico, formaron pequeños grupos familiares que se asentaron en zonas más o menos fijas a medida que mejoró la climatología.

Se inventó la cerámica, toda una revolución en sí misma y algo que permite identificar grupos humanos específicos. Funciona como una especie de «marcador» de un pueblo o cultura concreta. En Andalucía incluso existen pruebas de una especie de «escuela de alfarería» en el Neolítico antiguo (5300 a. C.).

Uno de los enigmas de nuestro Neolítico es la existencia de las pinturas del Abrigo de Laja Alta, en Cádiz. Se trata de toda una flota de grandes embarcaciones con velámenes y diferentes diseños, dibujada en estilo esquemático.

Se tiene por aceptado que las primeras navegaciones a vela o de largas distancias se produjeron en torno al 5000 a. C. en las zonas de Egipto y del creciente fértil. Las maderas y los tejidos no se conservan muy bien, por lo que es muy difícil encontrar restos de esa antigüedad en Europa debido a su climatología.

Las pinturas de Laja Alta se identificaron como fenicias u originadas por el contacto con los marinos orientales, y se dataron hacia el 1000 a. C., pero investigaciones recientes creen que podrían tratarse de los primeros barcos de la historia representados, ya que los restos cerámicos del abrigo y los pigmentos orgánicos darían dataciones en torno al 4000 a. C. Si la flota representada era de la zona o venía del extranjero, es algo que no se puede saber por el momento. De ser todo cierto, hablamos de la representación naval más antigua del mundo.

El mar es una barrera, pero es y ha sido el gran medio de comunicación. Está probado que la transferencia de tecnologías, bienes e ideas que dieron forma a las sociedades del Neolítico y a las de la Edad del Cobre de Europa occidental y norte de África, se produjeron por vía marítima.

Africanos en Iberia durante el Neolítico

El yacimiento de Campo de Hockey, ubicado en la isla de León, en San Fernando, Cádiz, es una curiosa necrópolis con tumbas de estilo megalítico de hace 6200 años (4200 a. C. - 3800 a. C.). Un análisis forense de los restos óseos encontrados, determinó que aquellos hombres tenían rasgos africanos, concretamente subsaharianos; no obstante, una investigación posterior basada en su ADN desechó tal teoría. A pesar de esos resultados, está claro que aquellos pobladores de la isla eran totalmente diferentes del resto de grupos humanos que les rodeaban.

El yacimiento es de gran importancia, pues su necrópolis y vestigios arqueológicos son prueba manifiesta de la existencia de contactos entre ambas orillas, tanto por los materiales encontrados en los ajuares funerarios —marfiles africanos tallados— como por otros menos africanos, como un ámbar de posible procedencia siciliana, que evidencian el uso de modelos de navegación. Esto prueba contactos físicos y étnicos constantes entre las dos costas desde hace milenios, que posibilitaron que aquel grupo humano llegase por mar. Los estudios nos han dado también su dieta, muy variada, que incluía pescados que deben obtenerse fuera de la costa, lo que significa que controlaban el mar a la perfección.

El primer resto en la península ibérica identificado inequivocamente como africano, aparece en el yacimiento de Loma del Puerco, Chiclana5, se trata de una mujer enterrada hace 4000 años.

La distribución genética de África hacia la Península es mucho más antigua de lo que consta en los libros, todos estos nuevos hallazgos lo demuestran. Otro descubrimiento de la misma época, en el yacimiento de Camino de las Yeseras, Madrid, ha confirmado la presencia de un individuo con un 100 % de ancestralidad norteafricana. Aunque los expertos afirman que se tratan de contactos esporádicos que dejaron poca huella genética en las poblaciones ibéricas, estos ejemplos confirman una vez más las relaciones entre las dos orillas.

Las dataciones del yacimiento de Campo de Hockey y sus tumbas protomegalíticas ponen en relación la cultura ahí surgida con el resto del megalitismo ibérico, hipótesis poco valorada, pero no desdeñada. También estarían en concordancia cronológica con las embarcaciones de las pinturas de Laja Alta.

La presencia del megalitismo en Campo de Hockey y la creencia de que se trataba de individuos africanos, dio pie a teorías que quedaron en el aire tras los últimos análisis. No obstante, los monumentos megalíticos están presentes por toda Europa y norte de África con dataciones que van desde el 5000, en Portugal, al 1400, en Dinamarca.

Las cronologías ibéricas irían desde el 3500 a. C. (Neolítico), en que se dató el dolmen del Romeral, Antequera, al 2500 a. C. Esta franja de tiempo se considera la principal para esta cultura megalítica, y es durante la cual se desarrolló la importante Cultura del Vaso Campaniforme, originaria según Bosch Gimpera del valle del Guadalquivir y con presencia también en el norte de África.

Precisamente es la presencia en la costa africana del vaso campaniforme, con decoraciones a punzón, lo que ha permitido relacionar los yacimientos norteafricanos con el Neolítico ibérico. En este caso, es muy posible que la influencia cultural hubiera llegado desde la península a los tell o asentamientos africanos.

Los Millares

El yacimiento que da nombre a esta cultura se encuentra en Almería. Se tiene a Los Millares como la primera ciudad en la historia de la península ibérica, datada entre el 3200 a. C. y el 2500 a. C. Tenía una muralla y en su necrópolis se pueden encontrar algunas tumbas megalíticas. Los restos de los ajuares funerarios van desde conchas locales a marfiles africanos, ámbar siciliano o huevos de avestruz, es decir materias primas exóticas que ya estaban presentes en el yacimiento de Campo de Hockey de la isla de León.

Los vestigios conectan a esta ciudad amurallada con otras zonas mediterráneas, lo que da fe de la importancia de la navegación durante este milenio y las conexiones ibéricas con el resto del mundo conocido. Bosch Gimpera relacionó esta comunidad con grupos norteafricanos que habrían llegado a la zona de Almería hacia finales del Neolítico. Entran aquí en juego las culturas citadas al inicio del capítulo: la capsiense y la ibero-mauritana, incluso otra a la que Bosch denomina sahariense, con origen en las mesetas argelinas y en el norte del Sáhara hasta el Tassili.

Con esto quiero decir que no solamente un grupo con una cultura atravesó el Estrecho hacia la península, sino que se fueron varios, y cada uno evolucionó a su manera asentado ya en la Península con el repertorio cultural que traía de África. Incluso el escéptico Santa-Olalla coincidió con Bosch en denominar a la cultura surgida aquí como saharo-almeriense.

Estos pueblos se establecerían en diferentes zonas de la península —las costas del levante y la atlántica serían los lugares preferentes—. Se pueden encontrar restos de manufacturas procedentes de zonas del actual Portugal en los yacimientos almerienses y viceversa, señal del movimiento cultural interibérico. Bosch Gimpera identifica así dos culturas principales en nuestra Edad de Bronce: la argárica y la atlántica. A la argárica pertenecería la etapa final (2200 a. C.) del poblado de Los Millares.

A lo largo del Neolítico y la Edad de Bronce hubo pues una intensa movilidad de grupos humanos entre África y la península ibérica. Los Millares, como señala Bosch Gimpera «es una ciudad rodeada de otros grupos humanos que nada tienen que ver con el suyo».

Tarteso, entre el mito y la arqueología

Con el paso del tiempo entrarían en la península los pueblos celtas en diferentes oleadas, siempre según las hipótesis de Bosch Gimpera, aunque hoy en día se tiende a pensar que vinieron muchos menos de lo que se cree. Se asentaron en la zona norte y centro, relacionándose con las poblaciones ya establecidas a partir del 1200 a. C. En el siglo VI a. C., tras este largo proceso y a grandes rasgos, se puede decir que se forma la cultura celtibérica debido a influencias culturales indoeuropeas —más que por migraciones—.

Mientras esto sucedía en la zona norte y atlántica, al sur se supone que se producía la fundación de la primera colonia fenicia conocida en suelo ibérico: Gadir. Pero hacía bastantes años, incluso siglos, que los fenicios, y antes los griegos, habían establecido contacto con los pueblos de las costas andaluzas, con los que intercambiaban tecnología y productos. Este contacto continuado con Oriente dio lugar a una de las civilizaciones más conocidas de la Edad del Hierro ibérica: Tarteso6.

Así la denominaron los griegos en sus escritos, y a través de ellos la conocemos. El nombre de Tarteso —o Tartessos, en su transliteración griega— podría tener relación con la creencia helena de estar en esta parte del mundo las tierras del Tártaro, el abismo del inframundo donde las almas eran juzgadas después de la muerte. Tenían claro que más allá de las columnas de Melqart, luego de Hércules, y seguramente antes de Briareo7, no podía haber nada bueno. Por esa superstición, según la creencia común, tardarán algo más de tiempo en volver a navegar por estas aguas. No obstante, está demostrado que a bordo de las embarcaciones fenicias solían viajar comerciantes griegos junto a sus mercancías.

Se presupone, según los restos arqueológicos, que Tarteso se desarrolló en torno a los ríos Guadalquivir (Betis-Tarteso) y Guadiana. A lo que hay que añadirle las investigaciones de George Bonsor, Adolf Schulten y otros importantes arqueólogos que intentaron encontrar esta cultura basándose en textos clásicos y en la Ora Marítima de Rufo Avieno, del siglo IV. Según toda esa información, en la desembocadura del Guadalquivir existía una ensenada marítima conocida como Lacus Ligustinus, en torno al cual había numerosos asentamientos tartésicos dedicados al comercio con el Mediterráneo. Por ejemplo, se especula que bajo el suelo de la actual Sevilla estarían los restos de la colonia fenicia de Spal, un importante puerto desde el que se controlaba el tráfico fluvial que iba o venía del Atlántico.

El esplendor cultural de Tarteso y lo que genera el verdadero carácter de esta civilización, es el contacto con los fenicios. Es la mixtura de lo cananeo con lo indígena lo que le da su forma, por lo que no se suele hablar de mundo tartésico antes de la presencia de los navegantes fenicios, situada no mucho más atrás del año 1000 o 1200 a. C.

Uno de los mitos asociados a Tarteso es el de ser uno de los pueblos citados por Ramsés II entre los llamados Pueblos del Mar, que combatieron por todo el Mediterráneo oriental y fueron derrotados por el Imperio egipcio. Serían los tursha o tarshish, que algún autor relaciona directamente con el pueblo ibérico.

Y como este, muchos otros mitos se le han asociado hasta llegar a distorsionar bastante su prisma histórico real.

Los fenicios: colaboradores necesarios

El primer pueblo colonizador de la península ibérica, los fenicios, procedía en su mayoría de las ciudades semitas de Tiro (tirios) y Sidón (sidonios), en la franja costera de Canaán. Se les denomina fenicios, cananeos o semitas o por el gentilicio de sus ciudades.

Contactaron y comenzaron intercambios comerciales con las tribus y pueblos indígenas peninsulares durante la conocida como Época Oscura del Mediterráneo (1200-800 a. C.), por lo que la mayoría de la información que ha llegado a nosotros procede de fuentes poco fiables posteriores —griegas, hebreas o romanas— pertenecientes a civilizaciones en conflicto con los fenicios.

Como he comentado, estos contactos revolucionaron la cultura tartésica y difundieron su fama entre los pueblos orientales. Un texto del libro I de Historias, de Heródoto, se refiere así a Tarteso:

Estos foceos fueron los primeros griegos que hicieron largas travesías por mar, y descubrieron el Adriático, Tirrenia, Iberia y Tarteso.

Y navegaban, no en naves de carga, sino en naves de guerra de cincuenta remos. Una vez llegados a Tarteso se ganaron la amistad del rey de los tartesios, cuyo nombre era Argantonio, que ejerció el poder durante ochenta años, y vivió en total ciento cincuenta.

Heródoto cita a los foceos como los primeros en contactar con Tarteso, cosa que pudiera ser cierta, pero no hay constancia arqueológica de que fundasen ninguna colonia permanente. Son los fenicios, de una forma u otra, los que prácticamente monopolizan las rutas comerciales del sur peninsular, de ahí que se les asocie con los principales cambios culturales.

Tarteso acoge géneros fenicios: la gallina, la vid y el olivo. También sus formas arquitectónicas, y se comienzan a cambiar plantas circulares por cuadrangulares. Además, aportan nuevas tecnologías, lo que aumentará el rendimiento de las minas del río Tinto, en Huelva, con cuyo producto comercian los tartesios.

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Pero lo que interesa aquí no es la conexión oriental de Tarteso, sino la africana. En este caso los fenicios son una parte esencial, ya que tras fundar colonias y establecimientos comerciales en el norte de África, suministran los productos de la otra orilla a los pueblos ibéricos y viceversa. Además, los fenicios ya estaban influenciados por una gran cultura africana: Egipto.

Nos traen a sus dioses, con formas egipcias, en especial Melqart y Astarté —la Tanit cartaginesa—, aunque también figuras como el dios Reshef, señor de la guerra y la peste.

Aparecen así en las necrópolis tartésicas y en los santuarios fundados por los fenicios en nuestra península, además de marfiles y materiales africanos, deidades con rasgos egipcios, escarabajos labrados y joyas traídas del país del Nilo. Pertenecientes en su mayoría a contextos iberos, pueden verse en muchos museos de nuestro país.

Cierta aristocracia fenicia, entroncada con la realeza, comenzó a imitar hábitos funerarios reservados a los soberanos del Mediterráneo oriental. De ahí que en Cádiz apareciesen dos sarcófagos antropomorfos egiptizantes, fechados en la segunda mitad del siglo V a. C., únicos en España. Se conservan otros similares en las tumbas reales de Sidón, pero de fábrica totalmente egipcia. Los de Cádiz podrían haberse fabricado por un artesano sidonio in situ. Sea como fuere, estos sarcófagos confirman el destacado papel desempeñado por Gadir a partir del siglo V a. C.

La conexión Fenicia-Egipto-Gadir no es solo material. Gadir albergará el santuario más importante del Mediterráneo occidental: el de Melqart, luego sincretizado con Hércules. Pero que muchos, como Plinio el Viejo, seguirán llamando «el Hércules egipcio», por las esculturas egiptizantes que lo representaban.

Los fenicios fundaron, casi a la par que Gadir, la ciudad de Lixus, el actual Larache, en África, y desde ahí llegaron a establecer otra factoría en el islote de Mogador. Desde esa base se cree que viajaron más al sur —la expedición se conoce como El periplo de Hannon—, pero nadie regresó para contarlo. Mogador está considerada el lugar más remoto donde se han encontrado restos de la cultura fenicia.

De todo este amplio número de colonias comerciales en África nos toca destacar Abila y Rusadir, respectivamente, las futuras ciudades autónomas españolas de Ceuta y Melilla.

Desde el momento de su fundación, estas ciudades norteafricanas —oppidum et portus, pueblo y puerto en latín— van a estar estrechamente ligadas a la historia de España. A día de hoy son nuestra conexión natural con África.

Cartago, Gadir y los fenicios occidentales

Es bien sabido que la talasocracia ejercida por los fenicios y las buenas relaciones con Tarteso enriquecieron a ambos económica y culturalmente. Eso mismo sucedía en muchos de los territorios donde la presencia colonial fenicia o griega era constante.

Hacia el 814 a. C., los fenicios de Tiro, fundaron Cartago (Qart Hadasht) en el interior del golfo de Túnez. Protegida por el cabo Bon, era una colonia pensada para ser una «ciudad renovada», una nueva Tiro, ya desgastada por la política, amenazada y exprimida por las naciones vecinas.

Cuando contemplamos su ubicación en un mapa está claro su valor estratégico, casi a medio camino entre el oriente y el occidente mediterráneo, conectada a las riquezas africanas, muy cerca de Sicilia y a un paso de las Columnas de Melqart.

Su núcleo fundacional fue la zona conocida como Santuario de Salambó, muy cerca de donde debieron fondear los primeros barcos tirios. Una colina cercana, Byrsa, sería la elegida por su fundadora legendaria, Elisa (nombre en las fuentes clásicas) o Dido (nombre africano), hermana del rey Pigmalión de Tiro, que habría huido de la ciudad junto a su séquito hasta llegar a las costas del actual Túnez, para levantar el templo de Eshmún. Una vez allí, y tras negociar con el rey de los getulos, un importante pueblo libio8, fundó la ciudad de Cartago. Este mito, no muy lejos de la realidad —¿por qué no? —, entronca directamente a la nobleza cartaginesa con la de su metrópolis originaria.

Pero la forma en que el poder de los fenicios de oriente pasó hacia occidente viene dado por diferentes acontecimientos que resumiremos así:

Fecha

Suceso

Repercusiones

Siglo VII A. C.

Tiro es asediada por asirios y egipcios en varias ocasiones.

Sidón es destruida el 677 a. C. por el rey de Asiria.

Fuga de población hacia Cartago que produce un importante aumento demográfico en la ciudad africana.

591 a. C.

Asedio y ocupación de la parte terrestre de Tiro por Nabucodonosor II de Babilonia.

Tiro paga grandes sumas a Babilonia.

574 a. C.

Tiro cae de nuevo, esta vez ante los babilonios.

Se resquebraja su poder económico; cosa que vino muy bien a los griegos, principales competidores en el comercio mediterráneo. Es la época de la fundación de importantes colonias griegas (foceas) en la península ibérica, como Ampurias. También coincide con el principio del fin de Tarteso.

539 a. C.

Ciro el Grande conquista Babilonia.

Todos los dominios babilonios pasan al Imperio aqueménida.

345 a. C.

Sidón cae en manos del rey persa Artajerjes III.

Sidón es arrasada.

332 a. C.

Alejandro Magno somete Tiro tras un duro asedio.

Una vez tomada la ciudad asesina a la mayoría de su población.

Con el incremento de población recibido de las ciudades cananeas, Cartago, que disponía de excedente de capital, comenzó poco a poco a fundar sus propias factorías y colonias. Por ejemplo, cuando muchos refugiados tirios llegaron al norte de África tras el ataque de Alejandro Magno, superaba ya en riquezas a Tiro, aunque siempre la tuviera como su «madre patria».

Se suele afirmar que las ciudades fundadas por los fenicios en Occidente (Cartago, Gadir, Útica, Lixus…) tienen una identidad propia a partir del siglo VI a. C. que las diferencia de las fenicias cananeas. Incluso se las podría considerar ciudades-estado.

Hay que tener en cuenta que la fuga de habitantes de las metrópolis orientales también afectó a los asentamientos de la península ibérica, que recibieron gran parte de la población. Este dato es importante, porque muchas ciudades como Gadir no se sentirán cómodas bajo la pretensión hegemónica de Cartago —en un futuro cercano— al considerarse orgullosas herederas de su pasado fenicio oriental. Eran grandes urbes, con oligarquías políticas, poderosas familias y presencia de gentes de todo el Mediterráneo entre su aristocracia urbana, lo más parecido a una capital de nuestro tiempo. Gadir, en concreto, fue mucho más poderosa que Cartago. ¿No sabían eso? Se lo cuento.

Gadir, principal urbe occidental

La fundación de Gadir, cuya etimología más aceptada suele traducirse por «lugar fortificado», o lugar «aislado/defendido» del exterior —bien por accidentes naturales o por la construcción de una gran muralla—, se diluye en las brumas del tiempo. Las fuentes coinciden en su origen semita (tirio) en torno al 1100 a. C., una datación basada, en parte, en la siguiente afirmación9:

(…) hay una ciudad floreciente del mismo nombre que la isla, y en el otro, un templo de Hércules egipcio, célebre por sus fundadores, por su veneración, por su antigüedad y por sus riquezas.

Fue construido por los tirios; su santidad estriba en el hecho de guardar las cenizas (de Hércules); los años que tiene se cuentan desde la guerra de Troya. Sus riquezas son los productos del tiempo.

Si la Guerra de Troya terminó según Eratóstenes en el 1184 a. C., o para Heródoto en el 1250 a. C., el arco que nos da es entre el 1100 y el 1170 a. C. Pero la arqueología —la que nos da los verdaderos datos— todavía no ha encontrado restos más allá del siglo IX a. C., por lo que, objetivamente, no se debería ubicar la fundación de la ciudad en el milenio anterior. No obstante, los propios gadirios exaltaron su antigüedad en pro de destacar frente al resto de ciudades fenicio-púnicas mediterráneas.

El caso es que, tanto Cartago como Gadir y la propia Lixus —considerada su ciudad gemela en África—, tienen fundaciones muy cercanas en el tiempo. Gadir y Cartago glorificaron sus mitos, estirpe y leyendas para justificar su posición de «nexo cultural fenicio», guardián de su cultura y raíces. Pero es Gadir la heredera «legal» de aquella cultura oriental. Recordemos que allí se construye el gran santuario de Melqart (o Heracles)10, el «Hércules egipcio», para albergar las cenizas11 (o los huesos) de uno de sus dioses principales; lo que podría tener relación con la familia real tiria, según el relato de Plinio el Viejo. Lixus, por su parte, consciente de su ubicación poco estratégica, simplemente presumía de su vinculación con el Jardín de las Hespérides.

La importancia de Gadir también se refleja en la cultura griega, que asociaba su fundación a la propia mano de Heracles. Para los griegos, fue quien puso orden en estos confines occidentales, concretamente al matar a los monstruos que protegían sus riquezas, como Gerión (rey de Tarteso y nieto de Medusa) y civilizar a los pueblos nativos. Y cuando se sincretizó Melqart con Heracles, ellos mismos creyeron que en el templo reposaba el semidiós greco-latino.

Según la arqueología fueron los fenicios los que levantaron una serie de construcciones en el extremo occidental de la isla de León12, en tiempos en que estaba divida en tres, conocidas con el nombre griego de Gadeiras: Eritea, donde esta en la actualidad el castillo de Santa Catalina, Cotinusa y Antípolis, que forman el grueso de San Fernando.

Luego establecieron una sucesión de muelles y asentamientos en el canal que separaba Eriteia de Cotinusa, conocido como canal Bahía-Caleta. Se sedimentó, según se dice, hasta quedar cegado o con dos bahías naturales utilizadas como puerto interior y exterior.

Si profundizamos en la fundación fenicia de Gadir, según Estrabón o Diodoro Sículo, fue la primera ciudad erigida por los fenicios tras las columnas de Hércules.

Para Estrabón, los fenicios llegaron y se establecieron en algún punto de la costa, probablemente recalaron en Sexi (Almuñécar), donde hicieron una ofrenda a los dioses cuyo resultado no fue satisfactorio para ubicar allí un asentamiento.

Partieron de nuevo, cruzaron el Estrecho y, desde la isla de Saltés, consagrada a Heracles-Melqart en la costa de Onuba, Huelva —donde probablemente tuvieron problemas con los tartesios—, organizaron otra expedición no muy lejos de aquella fuente de riquezas onubense. Llegaron así a Gadeira, donde realizaron una nueva ofrenda a la divinidad. Fue pues «a la tercera» cuando los dioses les dieron su bendición. Aquel era el lugar.

Con su sagrado templo de Melqart —lo primero que se construye— y su antigüedad fundacional, pasó a ser uno de los destinos predilectos de los refugiados tirios junto con Cartago. Desde los tiempos de la presión asiria a la caída de la ciudad bajo Alejandro en el siglo IV a. C. Aunque los principales estratos poblacionales se encuentran en el primer cuarto del siglo VI a. C., cuando se produce la ocupación babilónica y posterior dominación aqueménida de las «ciudades madre» Tiro y Sidón.

Esa época coincide también con un aumento de la agresividad tartesia contra los asentamientos fenicios en otros puntos del Bajo Guadalquivir y Huelva, algo que provocó un éxodo similar de colonos hispanofenicios. La mayor parte se trasladaron a Gadir o a Malaca13, y algunos a las colonias norteafricanas. No obstante, muchos siguieron residiendo en las ciudades del interior u oppida14, mezclados con los tartesios (ahora turdetanos), como es el caso de Arunda, la actual Ronda, cuyos habitantes hispanofenicios eran muy posiblemente originarios de Gadir.

Esta afluencia de fenicios orientales «puros», junto a familias ibero-fenicias-púnicas; simplificando: hispanas, al fin y al cabo —ya que llevaban generaciones allí—, sumada a la importancia religiosa que tenía Gadir, son detalles a tener en cuenta para conocer su peculiar relación con los cartagineses.

Cartago contra Gadir

Tras la caída de Tiro en el siglo VI a. C., Cartago fue extendiendo su influencia a todas las colonias de origen fenicio que estaban a su alcance. Además, envió expediciones hacia las grandes islas del Mediterráneo central. Precisamente es en este sector donde el naciente Imperio va a escribir su historia. Pero antes tenía que arrebatar la supremacía a las ciudades de y-spny15, lideradas, al menos en poder económico y proyección naval, por Gadir.

Los africanos se hicieron con los asentamientos de las islas de Cerdeña y Sicilia, auténtico campo de batalla contra griegos y romanos, y en el que jugarán un papel importante las tropas hispanas y etruscas16. La potencia africana tratará de unir bajo una liga, liderada por su Senado, a todas las antiguas colonias autónomas —al modo de las polis griegas— que trataban por su cuenta de dominar todos los enclaves comerciales posibles a fin de aunar esfuerzos buscando un bien común; pero antes de esa idea, Gadir ya tenía su propia liga.

No obstante, Gadir, gracias a que Cartago frenó las flotas griegas con sus buques militares, consolidó su autoridad sobre las rutas atlánticas africanas (hasta Lixus-Mogador) o las del Algarve (hasta Galicia17, el Cantábrico y las Casitérides) por la famosa Ruta del Estaño, así lo contaba Estrabón:

(…) tienen (los habitantes de las Casitérides) metales de estaño y plomo, y los cambian, así como las pieles de sus bestias, por cerámica, sal y utensilios de bronce que les llevan los mercaderes.

En un principio este comercio era explotado únicamente por los fenicios desde Cádiz, quienes ocultaban a los demás las rutas que conducían a estas islas.

Durante las guerras sicilianas (600-265 a. C.), Gadir se convirtió en el puerto más importante del Mediterráneo; era la más populosa ciudad-estado de Occidente. Los mejores comerciantes estaban allí establecidos, tenía una nutrida industria, armadores, pescadores, artesanos… y no solamente tirios o hispanofenicios, también gentes venidas de todo el mundo conocido. Sus salazones, y por ende su garum, eran muy cotizados en todas las urbes importantes del momento, especialmente en las africanas y latinas. Era tal su población, que a principios del siglo III a. C. muchas familias residían en barcos, desconocemos si por su limitada capacidad o por la afluencia de comerciantes que estaban de forma temporal en la urbe.

Era una metrópoli cosmopolita, con el gran templo de occidente, pilar del poder gadirio y lugar de peregrinación para muchos. Un poder, el de su templo, que se extendió en el tiempo: Allí hicieron juramento de odio a Roma, Amílcar y su familia. También Aníbal, tras la toma de Sagunto, hará una ofrenda en el templo. Como hizo antes de partir a Italia. En ese mismo templo, Julio César vio un busto de Alejandro Magno que le cambió la vida. La edificación se mantuvo en pie hasta el 1145, que fue destruida de manera estúpida.

La otrora colonia tiria, ahora polis de los fenicios de occidente —de los hispanofenicios— había extendido su influencia por la costa atlántica africana y el levante peninsular. Controló durante muchos años una red comercial que algunos tratan de negar, pero que los restos arqueológicos demuestran. No hablamos de un control militar, sino de que los gadirios le ganaron el «pulso» a otras ciudades para estar a la cabeza de una hipotética liga gaditana en el llamado círculo del Estrecho, destacando su proyección atlántica.

De esta magna Gadir parece que existen más escritos en contra que a favor. A pesar de las evidencias, incluso se tienden a negar las «relaciones privilegiadas» sobre el islote de Mogador, un establecimiento temporal que usaban para descargar materiales y comerciar con los nativos de la costa africana, que ellos llamaban «etíopes» y se han identificado con los gétulos.

Añado unas palabras que Ruiz Mata escribió en 1986 tras excavar el yacimiento fenicio de la bahía de Cádiz: «Mogador depende “absolutamente” de Gadir». Pero eso no es todo, Estrabón, Mela o Plinio recogieron historias que se contaban en Alejandría sobre los barcos gaditanos:

(…) mientras sus comerciantes fletaban grandes barcos, los pobres fletaban unos pequeños a los que llaman caballos (hippoi) por el distintivo que llevan en la proa y con ellos navegan hasta el río lixo en maurusia para pescar. y algunos armadores reconocieron el mascarón como el de uno de los barcos que navegando más allá del río lixo no regresó jamás18.

Este escrito amplía la idea de las rutas manejadas por los gadirios, en este caso hacia el sur, por la costa occidental africana. Es posible que se refiera a la colonia de Lixus que, según narra Artemidoro, tenía una estrecha relación con Gadir, como ya hemos visto. Este geógrafo también escribirá mucho acerca de las historias que los marineros gaditanos traen de sus viajes, como la de los lotófagos, descrita por Estrabón, unos libios19 que solo comían plantas y flores de loto.

También tuvo una estrecha relación con Lixus y con Útica, en la actual Túnez, ambas bastante ricas y que demandaban productos hispanos. Es muy probable que las fábricas de salazones de la costa del Magreb pudieran estar bajo su control, como se deduce de la gran cantidad de monedas gadirias aparecidas en el área norteafricana.

Además de este frenético ritmo talasocrático gadirio, el trasiego de ciudadanos norteafricanos hacia la península ibérica era habitual. Muchos venían a trabajar en las fábricas de salazones, otros incluso buscaron una vida mejor al mudarse a los pueblos iberos o tartésicos para trabajar como jornaleros, artesanos o agricultores; no todos eran ricos mercaderes, obviamente.

En resumen, Gadir controlaba con su comercio la mayoría de rutas del Mediterráneo occidental y parte de las atlánticas —desde el África occidental hasta las Casitérides—. Además, según otros textos, por ejemplo de Aristóteles, gran cantidad de sus atunes eran vendidos en los mercados de Cartago para consumo de sus habitantes, por lo que controlarían uno de los productos principales en la economía púnica. De África, Gadir obtenía principalmente oro y marfil, materiales de tratamiento especializado en sus importantes talleres. ¿Por qué se niega entonces que una polis de los hispanofenicios, hoy la española Cádiz, pudiera controlar una poderosa liga comercial con enclaves en África? Ni idea.

Pero las polis norteafricanas no solamente compraban productos gaditanos. En todo buen mercado, si un producto tiene demanda, las producciones similares también aumentan sus ventas. Es el caso de Malaca, cuyos salazones no tardaron en ser bien acogidos:

Malaca es el mercado de los nómadas de la costa opuesta de África y tiene grandes fábricas de salazón. Algunos creen que Malaca es idéntica con Mainake, que según hemos oído era la última ciudad de los focenses hacia el Oeste. Pero no es así, sino que Mainake está más lejos (que Malaca) de Calpe y ha sido destruida, pero conserva todavía las señales de una ciudad griega, mientras Malaca está más cerca de Calpe y tiene planta fenicia.

Sigue la ciudad de los exitanos, de la cual el salazón recibe su nombre (salazón exitano)20.

El mismo párrafo hace referencia a los productos marinos malacitanos —de los que hacían alarde en sus propias monedas incluso en época bárquida— y a los de los sexitanos —de Sexi, actual Almuñécar— indicando quiénes son sus compradores predilectos: «los nómadas de la costa opuesta», es decir, los numidas, los pueblos amazigh/bereberes.

Ibiza, la primera llave

Si Gadir tenía mayor potencia comercial gracias a sus intrépidos marinos, Cartago gozaba de otros poderes: su tenacidad y la agresividad de sus líderes. Para acercar sus rutas a la península ibérica se hicieron con el control de Ebusus, la actual Ibiza. Los fenicios orientales habrían llegado allí hacia el siglo VII a. C., y en apenas 100 años serían una de las principales colonias cartaginesas en el Mediterráneo. Diodoro Sículo recogía en el siglo I a. C un relato de Timeo de Tauromenio —siglos IV-III a. C.— sobre Ebusus:

La entrecortan campos risueños y colinas, y tiene una ciudad que se llama Ebusus y es colonia de los cartagineses (…) su fundación tuvo lugar 160 años después de la de Cartago.

Quizás de este texto venga el error de asegurar que Ibiza es de fundación cartaginesa (púnica), aunque ya son muchos los años de excavaciones que demuestran que su colonización —primero en la zona de Sa Caleta y luego donde hoy se ubica el núcleo urbano— vino del sur de la península ibérica, muy probablemente de Gadir, como no podría ser de otra manera.

Cabe también citar que su archipiélago era conocido por los griegos rodios —provenientes de la isla de Rodas—; en sus navegaciones de mediados del siglo VIII a. C. lo bautizaron como islas Baleares, se supone que por la presencia de hondas entre los guerreros nativos.

Los puertos de Ebusus sirvieron de auténticos trampolines para comerciar con las costas europeas y el levante español frecuentado por los griegos. La distribución de las ánforas cartaginesas aumentó en cantidad y distancia tras el dominio de las islas.

Desde Ebusus, Cartago se apodera de las colonias griegas (rodias) de Mallorca y Menorca y termina por fundar el Portus Magonis —Mahón—, que lleva implícito el «Magón», nombre o apellido púnico muy común entre su nobleza. Una teoría afirma que se refiere al hermano de Aníbal, Magón Barca, que estableció allí su campamento de invierno.

Ebusus se convirtió en la llave que les abrió las puertas de la zona occidental e Hispania. Su núcleo poblacional principal llegó de África, una inmigración que alcanzó su punto álgido durante el siglo V a. C., pues fue poblada por colonos cartagineses junto a familias huidas de Tiro recién llegadas a Cartago.

Ceuta y Melilla

Es innegable lo poderosa que se vuelve Cartago tras hacerse con Ebusus. Al dominar también los enclaves africanos más cercanos, se convierte en intermediaria oficial de los productos gadirios con los mercados de Numidia, incipiente cultura en expansión y consumidora de las producciones hispanofenicias. Apropiarse también de las «llaves» norteafricanas fue un nuevo acierto.

Se hacen con la factoría, de fundación tiria (siglo VIII a. C.), de Rusadir, conocida por los griegos como Metagonium, la actual Melilla. Lugar frecuentado por gadirios y griegos en busca de sal, miel y púrpura. Una colonia, inseparable del cabo Tres Forcas21, el referente africano para los navegantes de Oriente, que utilizaban tanto para fondear y repostar en la costa, como para marcar su deriva hacia las columnas de Melqart, o bien poner rumbo norte hacia las colonias de Abdera (Adra), Sexi o Malaca.

Quizás de ahí venga la alusión que hace De Hoz Bravo a las costas de la península como y-spny, que significa la costa del norte, y de donde proviene el topónimo Hispania, latinización de la palabra púnica, y de ahí España. Sería la navegación desde la costa de África el motivo por el que España se llame así; teoría un tanto romántica, sí, pero que existe y que me viene al pelo en esta ocasión.

Por su parte, la historia de Ceuta es más compleja. También de fundación tiria (siglo VIII a. C.), sus restos fundacionales se pueden visitar muy cerca de la actual catedral. Es la ubicación de una de las columnas de Hércules-Melqart, concretamente la de Abila, la africana. Desde la península de La Almina se vislumbran sus siete colinas de las que derivaría el nombre clásico de la ciudad: Septem Fratres.

En el trabajo que publicó la Ciudad Autónoma en 2010 —obra de Villada Paredes, Ramos Torres y Suárez Padilla—, uno de los más completos que he podido manejar hasta la fecha, se refleja la complejidad de ahondar en sus orígenes. La parte dedicada al nacimiento fenicio arranca con un texto de La historia de Ceuta, escrito en 1648 por Jerónimo de Mascarenhas:

De su origen, y antigüedad no se halla memoria alguna en los escritores, como sucede a otras muchas ciudades de Africa, que siendo antiquísimas se nos ocultan las noticias de sus principios […]

Juan de León —León el Africano— atribuye su fundación a los romanos, y dice que fue tan habitada, y populosa en sus tiempos, que la llamaron cabeza de la Mauritania.

Si no tuviéramos memorias de Ceuta del tiempo de los cartagineses, que precedieron siglos a los romanos, aun no fácilmente se abrazara la opinión de este autor (…)

Numerosos eruditos a lo largo del tiempo han tratado de averiguar el origen de la ciudad hispanoafricana, pero es la arqueología la que aviva su pasado, e incluso da sentido a los confusos textos que sobre ella se conservan.

Hasta la fecha se sabe que Ceuta funcionó como una importante fábrica para procesar recursos marinos. Sus testimonios materiales la vinculan a las colonias hispanofenicias implicadas en el comercio de productos tartésicos para luego pasar, de forma tardía, a la órbita de Cartago —entre la Segunda Guerra Púnica y poco antes de su caída en el siglo II a. C.—. En este caso, la arqueología aleja Ceuta de la órbita gadiria y la relaciona con otras ciudades de su entorno, además de con los griegos foceos.

La balanza se inclina hacia Cartago

¿Llegaron a enfrentarse directamente Cartago y Gadir? Seguramente no, al menos no antes de la aparición de los Barca. El control indirecto de Cartago sobre las áreas comerciales africanas, las más beneficiosas para los puertos hispanos, y la beligerancia de iberos y tartesios, hizo que Gadir perdiera poder poco a poco. Pero no perdió su fuerza de un día para otro. En Saturnales, del escritor romano Ambrosio Macrobio, publicado en el siglo IV, se relata un ataque frustrado contra el templo de Melqart que sucedió hacia el siglo V a. C.:

(…) al disponerse Terón, rey de la Hispania Citerior, fuera de sí, a conquistar un templo de Hércules, tras armar una flota, los gaditanos acudieron en su contra embarcándose en naves de guerra e iniciado el combate; mientras la lucha se mantenía en equilibrio, repentinamente las naves reales viraron para huir y a la vez, acometidas por un fuego súbito, se incendiaron.

Poquísimos de los que sobrevivieron, capturados por el enemigo, indicaron que aparecieron unos leones sobre las proas de la escuadra gaditana y que de improviso sus naves ardieron al recibir el impacto de unos rayos similares a los que se pintan en la cabeza del sol.

No se sabe quién era Terón; posiblemente, si indica que provenía de la Hispania Citerior (costa levantina), fuera un noble de origen ibero y aquel ataque podría haber estado instigado por los griegos, muy influyentes en esa zona. Con lo que sumamos a los pueblos del Este (iberos) y del Oeste (tartésico-turdetanos22) como enemigos de la gran urbe gadiria.

Sobre el término ibero, hay que aclarar que se refiere a la denominación de un conjunto de etnias, pueblos o unidades políticas que avanzaron gracias a contactos con griegos, fenicios y etruscos principalmente. Se suele afirmar que su idioma era lengua vehicular o lengua franca dentro de la península ibérica y que controlaban la mayor parte del comercio mediterráneo por su posición geográfica (el Levante) en competencia con los pueblos tartésico-turdetanos.

Cartago, por su parte, como buen «hermano mayor», en vez de aprovechar la debilidad de Gadir para hacerse con sus rutas comerciales envió tropas de auxilio —se cree que barcos de guerra—. Después de todo, pertenecían a la misma cultura, la sangre tiria estaba muy presente y eran aliados naturales antes que rivales. Además, que los griegos instigasen ataques contra urbes de origen fenicio en aquella época era algo lógico, después de todo se daban las guerras sicilianas: Cartago contra las colonias griegas del sur de Italia y sus islas.

Esta ayuda de Cartago a Gadir puede ser una sorpresa para muchos, puesto que cuando se habla de ambas siempre se tiende a aceptar que Cartago dominó o conquistó todas las antiguas colonias fenicias desde la caída de Tiro en el siglo VI a. C. Pero no fue así. Leamos este interesante texto de Pompeyo Trogo, de su Epítome:

(…) después de los reyes de Hispania, los cartagineses fueron los primeros en hacerse con el dominio de la provincia.

En efecto, cuando los gaditanos recibieron en sueños la orden de trasladar a Hispania el culto de Hércules desde Tiro, de donde también procedían los cartagineses, y fundaron allí una ciudad, puesto que los pueblos vecinos de Hispania, que veían con malos ojos el engrandecimiento de la nueva ciudad, hostigaban a los gaditanos con la guerra, los cartagineses enviaron ayuda a sus hermanos de raza.

Allí, en una expedición victoriosa liberaron a los gaditanos de la injusticia y con una injusticia mayor aún unieron una parte de la provincia a su dominio.

Después, animados por el resultado de la primera expedición, enviaron también al general Amílcar con un gran ejército para apoderarse de la provincia; este, tras llevar a cabo grandes empresas, mientras se dejaba llevar irreflexivamente por la fortuna, fue empujado a una emboscada y muerto.

En su lugar se envió a su yerno Asdrúbal, a quien mató el siervo de un hispano para vengar la injusta muerte de su amo. Y le sucede como general Aníbal, hijo de Amílcar, más grande que ambos, puesto que aventajó las hazañas de uno y otro y sometió a toda Hispania.

Aquí hay que tener en cuenta una cosa: los cronistas greco-latinos siempre tienden a definir Cartago como si se tratase del «eje del mal». En este relato parece incluso que aprovechan la propia debilidad de sus vecinos para arrebatarles sus tierras. Nada más lejos.

Según los análisis recogidos en el trabajo de Álvarez Martí-Aguilar, —Cartago versus Gadir a finales del siglo III a. C., publicado en 2006— el suceso que se narra podría haber ocurrido de otra forma; seguramente, tras levantar un asedio ibero/turdetano a Gadir —quizás el famoso asedio del rey de la Hispania Citerior—, las tropas de Cartago liberaron las zonas ocupadas por el enemigo para los gaditanos. Y todo esto un siglo antes de la aparición de la familia Barca, con quienes parece que el autor del texto quiere relacionar la supuesta traición.

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No obstante, el texto de Trogo es una síntesis de lo que va a ocurrir, claro. Hacia el 237 a. C., tras la Primera Guerra Púnica, parece que Cartago ya no se anda con medias tintas y, ahora sí, Amílcar cruza el Estrecho para dominar la máxima extensión de territorio posible. Profundizaremos en ello un poco más adelante.

El contexto de las guerras sicilianas

Cartago, con un territorio muy limitado en recursos, tuvo que expandirse también hacia el interior. Ocurrió hacia el siglo V a. C., durante el gobierno del rey Hannon. Pero antes, en el siglo VI a. C., ya hay constancia de una búsqueda de recursos por Sicilia, Córcega y Cerdeña, que llegan a chocar con las órbitas griega y etrusca, las mismas que luego heredarán los romanos.

Existen varios tratados de paz firmados con alguna potencia italiana de la Antigüedad identificada con los etruscos —según las hipótesis de García-Gelabert— pero a nosotros nos han llegado en las versiones de Polibio, donde el nombre de esa potencia firmante ha sido ya sustituido por el de Roma. Estos tratados de paz se firman los años 509, 348 y el 343 a. C. y delimitan los radios de acción, evitan la piratería y regulan la fundación de ciudades/colonias.

Entre el primer y el segundo tratado se produce la Primera Guerra Siciliana (480 a. C.), que tiene cierta relación con el control de las islas Baleares por parte de Cartago, ya que con ellas cortaban las rutas comerciales griegas hacia Gadir o la Turdetania, además de dificultar la navegación hacia Masalia, fundada por griegos foceos en el 600 a. C., o Emporión, focense también desde el 550 a. C. El enfrentamiento estalló cuando Gelón, tirano de Siracusa, en la costa sudeste de Sicilia, intentó intervenir toda la isla. Cartago no cedió el control de sus explotaciones sicilianas sin ofrecer resistencia, envió un contingente militar al mando del general Amílcar Magón (524 a. C.- 469 a. C.), un sufete —miembro del senado de Cartago— de la familia de los Giscónidas.

Las cifras de los ejércitos cartagineses en las crónicas contemporáneas ascienden a 300 000 hombres, con mercenarios hispanos entre ellos. Es una cifra exagerada, puesto que Cartago apenas tenía ejército propio y los recursos destinados a contratación de tropas eran limitados. Pero lo cierto es que enviaron todo lo que tenían para vencer en aquella campaña que, sin embargo, perdieron, y donde falleció en los combates Amílcar Magón. La decisiva batalla de Hímera, el 480 a. C., acabó con sus planes, una derrota que supuso el cambio del gobierno aristocrático por una república dirigida por el Senado.

En el 410 a. C., el nieto del general Amílcar, Aníbal Magón, retomó las armas para recuperar Sicilia, lo que derivó en una segunda guerra. Aparecieron en este contexto, diferenciados del resto de iberos, los honderos baleares. Estrabón decía sobre los isleños:

(…) aunque son gente de paz, son no obstante excelentes honderos y se afirma que de manera especial ejercitaron este a partir del momento en que los fenicios ocuparon las islas.

Magón realizó una serie de conquistas en Sicilia (409 a. C.) pero murió tras contraer la peste durante el sitio de la ciudad de Agrigento23. Lo relevó en el mando Himilcón que, tras alguna victoria más, se vio obligado a pactar debido al debilitamiento de su ejército.

En el 398 a. C. se rompió el tratado, por parte de los griegos de Siracusa al mando de Dionisio I. La guerra y la peste asolaron Sicilia durante los siguientes 60 años, hasta que Cartago quedó «arrinconada» en el sudoeste de la isla y los combates se detuvieron.

Mientras se luchaba allí, exploraciones cartaginesas partieron de África. Una de ellas, por el desierto del Sáhara hasta la Cirenaica —el periplo de Hannon el Navegante—, que recorrió las tierras númidas hasta su interior. Otra, a las Casitérides (periplo de Himilcon), e incluso se comenzaron a buscar asentamientos en la costa ibérica. De haberse realizado, estas expediciones son un claro pulso a Gadir, para comprobar el estado de sus rutas comerciales.

La Tercera Guerra Siciliana comenzó en el 315 a. C. Volvieron a ser los griegos los que iniciaron las hostilidades. Realmente, la segunda guerra nunca había terminado, simplemente los contendientes reponían fuerzas. Cartago había tenido unos años de bonanza económica entre los siglos V y IV a. C. y su poder había crecido de forma notable; muestra es el tratado firmado con Roma/Etruria, ya citado, fechado en el 348 y renovado en el 343, antes de estos enfrentamientos.

El contraataque cartaginés fue liderado por Amílcar Giscón, que estuvo a punto de controlar toda la isla (310 a. C.) de no ser porque el tirano de Siracusa, Agatocles, realizó un ataque sorpresa contra la propia Cartago. Desembarcó en las costas africanas y venció en campo abierto incluso al veterano Amílcar, que había regresado para defender su patria. Luego sitió Cartago, aunque de forma infructuosa. Tardaron dos años en expulsarlos y derrotarlos. Finalmente, pactaron una paz a favor de los cartagineses en la que incluían el control de Sicilia que mantuvieron por un breve periodo de tiempo, hasta la llegada de Pirro (280-275 a. C.).

El soldado hispano

No quiero profundizar mucho más en las guerras sicilianas, pero es un contexto que se debe conocer. Es aquí, en los relatos de estos combates, donde aparecen las primeras menciones a los mercenarios «iberos», y los pongo entre comillas porque hay un problema con las fuentes.

El término ibero (o íbero) debería utilizarse para referirse a los pueblos más cercanos al Levante, bastante influenciados por los griegos, fenicios y etruscos; muy diferenciados de los turdetanos o de los pueblos celtas que dominaban el interior y las zonas atlánticas a grandes rasgos.

El problema es que en el contexto mercenario se ha utilizado «ibero» de forma genérica para todos los pueblos prerromanos de la Península, sin distinción cultural alguna, excepto los baleares (los honderos), bien diferenciados en número —según Diodoro Sículo unos 2000— del resto de la infantería combatiente en la segunda y tercera guerras sicilianas.

Las prósperas relaciones de las colonias fenicias peninsulares, en cuyo interior residían gentes venidas de todas partes, incluidos cartagineses, propiciaron el reclutamiento de guerreros celtas e iberos para las campañas sicilianas. Eran, según las crónicas, unas tropas austeras, rudas, rápidas y letales.

Recordemos que un noble o rico mercader hispanofenicio bien podría estar casado con alguna hija de cualquier jefe tribal de los pueblos con los que comerciaban; estos se encargaban de esta captación y actuaban como agentes reclutadores para su metrópoli. Era un trabajo sencillo, ya que los propios mercenarios acudían cada temporada para ofrecer sus servicios a los oligarcas de las ciudades-estado peninsulares —hispanofenicias, turdetanas, libiofenicias o a quien los necesitase—, y lo hacían en pequeños grupos venidos de todos los puntos de la Península, especialmente de las zonas celtíberas y lusitanas. Lo malo era si no conseguían enrolarse al servicio de nadie, ya que se quedaban por las montañas de la Turdetania dedicándose al bandolerismo —mira tú si era viejo ese oficio—.

En la ya citada batalla de Hímera, justo el mismo día que tenía lugar la de Salamina, los mercenarios iberos hicieron su debut en la historia; si lucharon antes junto a los cartagineses no lo sabemos, esta es su primera mención en los escritos. Allí, mandados por Amílcar Magón, combatieron codo con codo junto a libios, púnicos y otros pueblos de las costas italianas. No tuvieron un buen inicio, pues fueron derrotados ante 50 000 hoplitas y 5000 jinetes griegos, o eso nos cuenta Heródoto de Halicarnaso. Pero su actuación fue tal, que su propio enemigo, Dionisio de Siracusa, contrató a varios de los supervivientes como guardia personal. Incluso Platón llegó a conocer a la guardia hispana del siracusano.

Aparecieron también en otras batallas. Diodoro Sículo aseguró que cerca de 30 000 hispanos lucharon a las órdenes de los africanos en Sicilia. Pudieran ser cifras exageradas —como siempre—, no obstante, son las que tenemos. Estas son algunas de las operaciones de las guerras sicilianas en las que aparecen mencionados:

Fecha

Suceso en el que participan

Repercusiones

409 a. C.

Asalto y toma de Selinunte.

El asedio duró 10 días. Terminó en victoria. La ciudad pasó a ser tributaria de Cartago.

408 a. C.

Asedio y toma de Hímera

La ciudad fue defendida por siracusanos, que huyeron al ver como superaban sus murallas.

Hímera fue arrasada por completo en venganza por haber sido el lugar de la muerte de Amílcar Magón.

406 a. C.

Toma de Agrigento

Su ocupación duró un año, luego la ciudad fue destruida y abandonada.

397 al 395 a. C.

Segundo sitio de Siracusa

Mandados por Himilcon Magón, sufrieron un brote de peste durante el sitio en el que murieron muchos mercenarios. Himilcon huyó a Cartago con sus compatriotas supervivientes y abandonó a los mercenarios. Los iberos se quedaron y pasaron al servicio de Dioniso de Siracusa.

341 a. C.

Batalla de Crimiso

Derrota total. El ejército de Cartago y sus mercenarios fueron masacrados.