
Era la víspera de Navidad y todo estaba muy tranquilo. Mickey y Pluto dormían profundamente cuando…
—¡Achís! ¡Achís! ¡Achís!
Los despertó un coro de estornudos en el exterior. Corrieron hasta la ventana para ver a qué se debía el alboroto.
Mickey no podía creer lo que veía: Papá Noel estaba en su patio trasero con un trineo tirado por nueve renos de brillante nariz roja. «Qué curioso —se dijo—. ¿No se supone que Rudolph es el único que tiene la nariz roja?».

Mickey salió corriendo en pijama.
—Feliz Navidad, Papá Noel —dijo—. ¿Ha pasado algo?
—El problema son los estornudos —dijo Papá Noel—. Dasher ya estaba resfriado nada más salir del Polo Norte, y ahora se han contagiado todos, menos Rudolph. Tenemos que regresar para que se metan en la cama, pero aún nos quedan cuatro casas por visitar.
Los renos empezaron a estornudar de nuevo; tenían una pinta horrible. Pero ¿qué iba a hacer Papá Noel?, no podía dejar las cuatro últimas casas sin regalos de Navidad.


—¡Vaya! Quizá podamos ayudar Pluto y yo —propuso Mickey—. Con mucho gusto, repartiremos los regalos por ti.
—Gracias, Mickey —dijo Papá Noel, y sacó un enorme saco rojo del trineo—. Mi saco de regalos está lleno de magia navideña, así que os ayudará en el reparto.
Papá Noel le dio a Mickey la lista de los regalos que tenía que entregar. Luego, se subió de nuevo al trineo, y los renos empezaron a elevarse lentamente en el aire, tosiendo y estornudando todo el camino.
Mickey sacó su trineo del garaje y lo arrastró hasta el enorme saco de regalos. Creía que el saco iba a pesar muchísimo, pero, cuando lo cogió, era tan ligero como una pluma.
—Debe de ser por la magia navideña de la que hablaba Papá Noel —dijo Mickey—. ¡Sube, Pluto, vamos a terminar el reparto de regalos!

Pluto agarró la cuerda del trineo con la boca, dispuesto a tirar de él, cuando de repente…
Pluto, Mickey y el trineo se alzaron en el aire. ¡Estaban volando!
—¡Guau! ¡Más magia navideña! —dijo Mickey, agarrándose con fuerza mientras el trineo se dirigía a la primera parada.

En un abrir y cerrar de ojos, el trineo aterrizó en el tejado de Daisy. Mickey y Pluto bajaron de un salto.
—Vaya, ¿cómo se supone que debo entrar? —preguntó Mickey, echándose el saco al hombro—. Papá Noel baja por la chimenea, así que tendré que probar, ¿no?
Pluto asintió. Mickey fue hasta la chimenea y se asomó para mirar por ella. Antes de que pudiera darse cuenta, cayó en el salón de Daisy. Aterrizó en el suelo junto con una nube de hollín.
—Cuesta acostumbrarse a esta magia navideña —dijo, dolorido, frotándose el trasero.

Mickey consultó la lista de Papá Noel y cogió del saco los regalos de Daisy. Acababa de terminar de colocarlos bajo el árbol cuando vio las galletas que Daisy le había dejado a Papá Noel.
—No creo que le importe que me las coma, teniendo en cuenta que estoy ayudando a Papá Noel —dijo Mickey, y se zampó las galletas muy contento.
Mickey se apresuró a llenar el calcetín de Daisy y luego volvió la vista hacia la chimenea. De pronto, ¡pum!, fue absorbido de vuelta hasta el tejado. Al ver a Pluto, se dio cuenta de que no le había llevado una galleta a su amigo.
—¡Lo siento, Pluto! —dijo—. Te prometo que cogeré una galleta para ti la próxima vez.

La siguiente entrega era para Goofy. Cuando Mickey se asomó por la chimenea, Pluto agarró el saco con los dientes. ¡No pensaba perderse los dulces de esa casa! La magia navideña los condujo a ambos chimenea abajo hasta el salón de Goofy.
—¡Pluto! —dijo Mickey—. He prometido que te daría una… ¡Oh, no, cuidado!
Pluto echó a correr en cuanto vio el plato de galletas que había dejado Goofy para Papá Noel. Sin querer, chocó con el árbol de Navidad y lo tiró al suelo.


Mickey y Pluto volvieron a colocar el árbol lo mejor que pudieron, pero este se quedó inclinado hacia un lado.
Mickey consultó la lista y sacó los regalos de su amigo del saco de Papá Noel.
—Puede que se emocione tanto con los regalos que ni siquiera se fije en el árbol —dijo.
Mickey rellenó con cuidado el calcetín de Goofy. Después, Pluto y él regresaron por la chimenea hasta el trineo.
Mickey y Pluto tenían que darse prisa. Habían tardado mucho en arreglar el árbol de Goofy, así que se les acababa el tiempo para repartir el resto de los regalos de Papá Noel.
En casa de Minnie, Mickey se apresuró a bajar por la chimenea y revisó la lista de Papá Noel por el camino. Sacó los regalos del saco, los puso bajo el árbol y llenó el calcetín con caramelos. De vuelta a la chimenea, cogió dos galletas, una para Pluto y otra para él.

Cuando aterrizaron en el tejado de Donald, Mickey se puso manos a la obra: bajó por la chimenea, comprobó la lista y fue directo al árbol. Sacó los regalos de Donald: uno, dos, tres…
—Oh, oh… —dijo Mickey—. Tendría que haber cuatro regalos, ¡pero solo quedan tres en el saco! ¿Se me habrá caído alguno?
Mickey miró por todas partes: al lado de la chimenea, bajo la mesa, detrás de la silla… Cuando se estaba agachando para mirar bajo el sofá, oyó unos pasos en el piso de arriba. Donald se había despertado.


Mickey agarró el saco de Papá Noel y echó a correr hasta la chimenea.
—¡El calcetín! —exclamó.
Mickey rellenó a toda prisa el calcetín de su amigo. Ya había terminado cuando vio los pies de Donald en lo alto de las escaleras.
Por suerte, la magia navideña aguardaba y absorbió a Mickey chimenea arriba unos segundos antes de que Donald bajase las escaleras.
—¡Uf! —dijo Mickey mientras Pluto y él volaban hacia casa—. Casi nos pilla.
A la mañana siguiente, todos los amigos se reunieron en casa de Mickey para desayunar juntos por Navidad. Cada uno tenía una historia diferente sobre la visita de Papá Noel de la noche anterior.
—Papá Noel no debía de encontrarse muy bien anoche —le dijo Daisy a Goofy—. Dejó un rastro de hollín por todo el suelo. Nunca había hecho algo así.

—Tienes razón —dijo Goofy—. Creo que Papá Noel se tropezó con mi árbol. Esta mañana estaba un poco torcido.
—Yo me desperté por el ruido que hacía —exclamó Donald—. Y eso que siempre ha sido muy sigiloso.
—Casi se me olvida… Papá Noel dejó uno de tus regalos en mi casa —le dijo Minnie a Donald.

De repente, Mickey se dio cuenta de que había olvidado el saco mágico de Papá Noel junto a su árbol. Miró preocupado por todas partes, pero el saco no estaba. En su lugar, había un paquete con una etiqueta que ponía «Con cariño, Papá Noel».
Mickey desenvolvió el regalo. Dentro, había una preciosa bola de nieve con Pluto y Mickey montados en el trineo junto a Papá Noel.
Mickey le guiñó un ojo a Pluto.
—¡Sin duda, Papá Noel no era él mismo anoche! —dijo—. ¡Feliz Navidad a todos!