Soy un malabarista
nervioso.
Me entrego cada día
como ofrenda perpetua
al amo déspota de la precisión.
Mis manos,
que apenas acarician
mazas, aros, diábolos,
bastones,
viven en el pavor
de fallar el contacto.
No aspiro a ser payaso.
No envidio al domador.
Soy un malabarista
nervioso:
el que tiembla y trastabilla
cada tarde de domingo,
evitando aterrado el estropicio,
el caos de las cosas
en caída.