Sigo calentando, simulando escuchar lo que está diciéndome Kyle, uno de los bailarines que forma parte del grupo, mientras mi cabeza va a la suya. La echo de menos, y no a la tía que besé, sino a mi amiga... la que me abrió la puerta de su casa hace años, con la que me entiendo con una sola mirada y con la que siempre he podido hablar de todo. Quizá por eso ahora me siento incompleto, porque me falta ella, y no en el plano amoroso o sexual, sino en el que es más importante para mí, el de amistad, pero esa que es de verdad y no la interesada o fingida.
«Menuda metedura de pata», me fustigo sin dejar de calentar, porque a mí Noe no me gusta ni quiero nada con ella; posiblemente por eso, de forma inconsciente, me he ido alejando, porque temo que ella no sienta lo mismo que yo y acabe haciéndole daño, y también porque, cuando empiezas a alejarte, el camino de vuelta comienza a desdibujarse sin que te des cuenta, ocupado como estás mirando al frente.
Con la de tías que hay para fastidiarla, voy y lo hago con mi mejor amiga. La culpa fue de la toalla, seguro, porque, ¿cómo ves a tu amiga como amiga cuando está medio desnuda, con la piel todavía mojada y con una maldita toalla que cubre lo justo para que tu cabeza se vacíe de pensamientos coherentes y se llene de otros que nada tienen que ver con la amistad? Joder, me faltó un pelo para quitársela de un tirón y follármela bien fuerte contra la pared, y lo hubiese hecho si no hubiera estado tan ocupado asaltando su boca y descubriendo el contorno de sus piernas. Y lo peor de todo es que sigue poniéndoseme dura cada vez que recuerdo ese momento, algo que hago con bastante frecuencia. «Céntrate, hostia, es Noe. Noe, tu amiga, o la que era tu amiga», me repito apretando la mandíbula. Mierda conmigo.
—¡Ey, hola! ¿Qué tal? —oigo la alegre voz de Ada cuando accede al almacén y, con ella, regreso al presente en este lugar mientras observo cómo se acerca hasta donde estamos nosotros calentando.
—¿De vuelta ya a la realidad? —le pregunto esbozando una sonrisa, viendo cómo Samy se echa en sus brazos para abrazarla.
—Eso parece. Siento haberos tenido tan abandonados, pero estos últimos meses han sido bastante moviditos —nos dice alzando una mano para mostrarnos lo que parece ser un anillo de compromiso en su dedo anular. No puede ser.
—¿En serio? ¡No me jodas! ¿Vais a casaros? —oigo que le pregunta Kyle, tan alucinado como lo estoy yo, porque, vamos a ver, no es que no puedan casarse, pero es que apenas llevan unos meses juntos, aunque han ido tan rápido desde el principio que lo raro sería que ahora empezaran a ir despacio.
—Enhorabuena —la felicito acercándome a ella para abrazarla muy fuerte, alzándola del suelo y provocando sus risas.
—Gracias. Estoy tan feliz... —comenta clavando su mirada, libre de artificios, en la mía, y siento cómo cientos de preguntas llegan por su parte sin necesidad de ser formuladas.
—Me alegro mucho —le contesto cerrando mi mirada porque no tengo respuesta alguna para ninguna de ellas.
—Ven aquí, pequeñaja —oigo que le dice Santi para seguidamente abrazarla—. Vas a ser la primera leona en pasar por el altar.
—Eso parece —le responde mientras yo lleno mis pulmones con una profunda inspiración, sintiéndome de repente muy solo, porque Ada, de una forma difícil de explicar, también forma parte de mí en esta ciudad enorme en la que es tan complicado conectar con alguien de verdad.
Noe y ella. Mis mejores amigas. Con las que aprendí a ser yo mismo cuando ni siquiera tenía muy claro quién era. Con las que me he emborrachado infinidad de veces y con las que he compartido mañanas de resaca tras despertarme, todo dolorido, en el sofá de su casa. Con las que he compartido un lado de la cama sin necesidad de hacer nada más que dormir, porque los tiros nunca han ido por ahí. Y con las que he compartido pizzas, de tamaño familiar, y cervezas, sin haberlo planeado previamente. Compartir y tamaño familiar. Y ahora todo ha cambiado, porque, con una, la he jodido, pero con ganas, y la otra se ha marchado de ese piso que ha sido, hasta hace unos meses, como mi segunda casa.
—¿Qué tal Penny? ¿Te gusta cómo os ha maquillado? —me plantea, atrapando mi atención de nuevo con el sonido de su voz.
—Mucho, pero nos faltabas tú en el grupo y hemos tenido que adaptar las coreografías —le contesta Samy por mí, y me esfuerzo por sonreír y fingir que todo está bien. Y en realidad no está mal, pero tampoco bien.
—Bueno, pero ya estoy aquí y todo puede volver a ser como antes, ¿verdad? —me pregunta atrapando mi mirada con la suya, y algo me indica que no está refiriéndose al grupo, sino a nosotros, a los tres.
—Por supuesto —le contesto a pesar de no tenerlo muy claro, porque, cuando algo que no es elástico cambia de forma, es complicado que vuelva a su posición original sin que queden marcas o cicatrices que te recuerden que, durante un tiempo, se produjo una transformación o una rotura.
Nosotros hemos dejado de ser quienes éramos y, al hacerlo, hemos cambiado de forma para adquirir otra, en la que ya no va a ser tan sencillo encajar, al menos al nivel en el que lo hacíamos antes, porque Ada siempre será una de mis mejores amigas, pero nuestra relación variará inevitablemente ahora que va a casarse con Nick; de hecho, empezó a cambiar durante esa fiesta en la que decidió marcharse con él en lugar de quedarse a dormir en mi casa, tal y como hacía siempre. Y con Noe la cosa lo hizo un poco antes, cuando sobrepasamos líneas que nunca deberían sobrepasar los amigos, por muy buenos que sean, porque entonces todo cambia inevitablemente.
Cambios. La vida es un cambio continuo y puedes adaptarte, resistirte o simplemente apartarte, dejando que siga su curso mientras tú te mantienes en el borde. Yo estoy haciendo eso último, porque no me he adaptado ni tampoco lo he resistido, simplemente me he alejado, convirtiéndome en un mero espectador que no hace nada.
—¿Empezamos? —les pregunto, un poco harto de mis pensamientos, cuando Santi termina de explicarle los pasos a Ada.
—Vale, lo tengo claro —nos confirma tras unos cuantos ensayos sin música.
«Otra hubiese necesitado días para memorizarlos y ella lo ha captado en nada», pienso con admiración observando cómo se ata el pelo con un coletero. Supongo que por eso he insistido tanto en que viniera hoy, pese a sus reticencias, porque por fin estaba de vuelta y yo la necesitaba cerca, y no solo como bailarina, sino también como amiga, a pesar de que no tenga respuesta alguna para las preguntas que, de manera silenciosa, ya han llegado.
—Con música ahora —les digo yendo hacia el ordenador, deseando comprobar el resultado final.
Me coloco en mi posición con el inicio de la canción, permitiendo que la voz de la mujer, dulce y profunda, silencie estos pensamientos que siempre están ahí, listos para incordiarme y hacerme sentir mal, porque una parte de mí sabe que tengo que solucionarlo, «solo que no sé por dónde empezar», reconozco mientras la música se cuela en mi pecho, vibrando y vaciándolo, por fin, de cualquier emoción que no sea la que ella me provoca. «La música. Grande, inmensa y tan poderosa como las palabras o los hechos», pienso dejando que corra por mis venas como lo hace mi sangre, consintiendo que me llene con su ritmo. «Esto es lo que me gusta», sentencio deslizándome por el escenario. «Por lo que lucho. Y por lo que he montado este grupo», pienso disfrutando del momento... «que es nuestro pero que podría ser de todos», me digo de repente.
«Joder, es muy loco, pero sería la hostia», asumo sin dejar de bailar. Y lo disfrutaríamos todos y, además, nos haría un poco más visibles.
—Acabo de tener una idea y no sé si es muy descabellada o, por el contrario, muy buena —anuncio en cuanto finaliza la canción, con la respiración todavía agitada por el esfuerzo mientras paseo la mirada por cada uno de ellos.
—Habla —me ordena Tom, y suelto el aire de golpe, hundiendo los dedos en mi pelo.
—¿Recordáis esa canción de Queen, We will rock you? Ese tema surgió porque querían hacer partícipe al público. Tenían que ser uno más de la banda. Nosotros hacemos partícipe al público que viene a vernos cuando sacamos a alguien a bailar, pero solo lo hacemos con dos personas cada uno. ¿Qué os parece si hacemos que todos puedan formar parte de ese momento?
—¿Qué estás pensando? —me pregunta Kyle frunciendo el ceño.
—Vamos a crear una canción que empiece con un rugido, el nuestro y el que ya reconocen todos. Una canción que sea algo así como nuestro himno. Y todas nuestras actuaciones terminarán con ella. Haremos una coreografía fácil de seguir para que la gente pueda añadirse a nosotros y formar parte del grupo, que sean uno más, como hizo Queen. ¿Os lo imagináis? Incluso podríamos grabar un vídeo promocional desde las alturas en el que se nos viera bailando a todos juntos y moverlo por redes —explico a toda prisa, improvisando sobre la marcha.
—¿Cómo en el baile final de Dirty Dancing? —me pregunta Samy entusiasmada.
—Exacto.
—Siempre quise formar parte de ese baile —nos dice Ada arrancándome una sonrisa.
—Yo lo que quería era ser Baby —le contesta Samy soltando una carcajada—, y no solo en el baile final —prosigue, provocando más de una risotada.
—No me parece nada nuevo ni descabellado... Cuando una canción gusta mucho, la gente crea coreografías que cualquiera pueda seguir. De hecho, esta canción que vamos a bailar hoy también la tiene —apuntilla Tom.
—Cierto, pero esa gente nunca ha bailado esa canción con el grupo que la ha creado. En nuestro caso, sí que lo harían —sentencio sintiendo la emoción crecer y enroscarse en mi pecho—. Tenemos que crear una canción pegadiza, que tenga fuerza y ritmo y que guste tanto que todo el mundo quiera unirse a nosotros en nuestro baile. Vamos a hacer que rujan con nosotros.
—Eso que dices suena muy bien, pero me parece que estás olvidando lo más importante: la pasta que va a costarnos. Y no sé vosotros, pero yo no voy sobrado, sino más bien escaso —interviene Kyle, y guardo silencio durante unos minutos, valorando por dónde entrarles, porque el dinero siempre va a ser un problema y un impedimento para todo, especialmente cuando no hay ingresos.
—Aquí nadie va sobrado, Kyle, pero, si queremos pasar a otro nivel, vamos a tener que hacer algo más, y ya sé que todo esto comenzó siendo una afición, pero también es cierto que siempre dijimos que, en un futuro, íbamos a hacer grandes cosas juntos, ¿lo recordáis? —les pregunto con seriedad—. ¿Y si ha llegado el momento de empezar a hacerlas? ¿Y si ya estamos en ese futuro del que siempre hablamos? Puede que esta idea no sea solo una idea, sino algo más... lo que nos impulse a conseguirlo. Dejadme que le dé unas cuantas vueltas, averigüe qué coste tendría y lo valoramos entonces.
—¿Alguien conoce a algún compositor? —pregunta Samy.
—Puede que yo sí —respondo ante la mirada estupefacta de todos—. Uno de mis mejores amigos es uno de los grandes, solo que nadie lo sabe todavía, pero eso no es que sea ninguna novedad, ya sabemos que el mundo está ciego hasta que llega alguien para abrirle los ojos y mostrarle el talento que se está perdiendo. Nosotros somos un claro ejemplo, ¿no os parece? —les planteo esbozando una sonrisa y viendo cómo se ensancha otra en el rostro de cada uno de ellos—. The New York Times ya se ha fijado en nosotros, ahora solo necesitamos que se fije quien debe hacerlo en realidad: los productores de Broadway. Así que vamos a tener que empezar a hacer algo más que bailar en la calle si queremos que eso ocurra. Tenemos que sobresalir del resto. Hacernos visibles. Y arriesgarnos. Y esta canción puede que sea el primer paso para lograrlo —les digo muy seguro de que tenemos talento más que suficiente como para conseguirlo; ahora solo nos falta tomar impulso para el dar el salto—. ¿Votos en contra? —les pregunto con seriedad, viendo complacido que nadie alza el brazo—. ¿Votos a favor? —formulo dibujando de nuevo la sonrisa en mi rostro cuando veo cómo todos alzan el suyo—. Vamos a hacer historia, chicos.
—Yo, con forrarme, tengo suficiente —suelta Kyle enarcando una de sus cejas, sin borrar la sonrisa de su cara—. Recuerda que solo tienes que ver lo que nos costaría. Luego volveremos a someterlo a votación —apuntilla esta vez con gravedad y asiento con la cabeza, más que dispuesto a salirme con la mía.
A todos nos mueve algo. Hay personas que se mueven por dinero y hay quienes se mueven por objetivos. Yo me muevo por ambas cosas, pero sobre todo porque quiero cumplir mi sueño, no el de mi padre ni el de mi abuelo, sino el mío. Poder vivir del baile. Que todo esto deje de ser una afición para convertirse en mi profesión, pero no solo eso, porque quiero montar, en este viejo almacén, la escuela de baile más prestigiosa de Brooklyn y, ya puestos a pedir, de todo Nueva York, aunque esto último sea algo que no me atreva a verbalizar porque suena demasiado pretencioso y ambicioso y porque, sinceramente, me acojona un poco, solo que no es un miedo que me paraliza, sino uno que me impulsa a seguir; de hecho, creo que si tu sueño no es suficientemente grande como para acojonarte es porque, en realidad, no es un sueño, sino algo fácil de alcanzar... «y este no lo es, en absoluto», asumo recordando la vida que tenía antes de que empezara todo esto, una pesadilla, sinceramente, y la que tengo ahora, la antesala de mi sueño. Supongo que superé mi pesadilla gracias a mi sueño, porque fue él el que me impulsó a dar el salto y a cambiar, y seguiré cogiendo impulso y saltando tantas veces como sea necesario hasta que lo consiga, porque no voy a detenerme hasta lograrlo, por mí y también porque estoy deseando demostrarles que no soy ningún loco inconsciente y que hay más vida más allá de su vida.
—Te maquillo a ti primero, ¿vale? —me propone Ada sacándome de mis pensamientos y asiento con la cabeza, yendo hacia el lugar en el que solemos maquillarnos—. Dejo de verte un tiempo y mira la que has liado. Esa cabecita tuya no para nunca, ¿verdad? —añade mientras me acomodo en la silla.
—Verdad —le respondo guiñándole un ojo.
—Oye, si algún día los productores de Broadway se fijan en nosotros, tú y yo vamos a tener que hablar —me advierte con seriedad, borrando mi sonrisa con su comentario, porque sé exactamente a qué refiere.
—Solo te pido que lo pienses bien antes de tomar una decisión.
—Ya lo hablaremos entonces, ¿de acuerdo? De momento vamos a disfrutar. Solo quería que lo supieras y también que voy a apoyarte en todo, independientemente de lo que suceda luego —me dice con dulzura y asiento con la cabeza, llenando mis pulmones con una profunda inspiración.
—Gracias —murmuro cogiendo su mano para darle un suave apretón, para ver cómo niega con la cabeza y esboza esa sonrisa que siempre está ahí, lista para reconfortarte y hacerte sentir bien, incluso en medio de la incertidumbre.
—Por cierto, ¿cómo va todo? —me plantea como si nada, soltando mi mano para centrar su atención en todos los potingues que tiene esparcidos sobre la mesa.
Y algo me indica que, con esa pregunta, no está refiriéndose a nada relacionado con el grupo, sino con Noe, y cierro los ojos sin tener muy claro si quiero abrirle la puerta e invitarla a entrar a ese caos con el que convivo desde hace meses, como si fuera un apartamento en el que nada estuviera colocado en su sitio y, por tanto, en el que reinara el desorden.
—Tan bien como podría ir. ¿Y tú? No nos hemos visto desde que te largaste a Venecia. ¿Cómo fue? —inquiero intentando cambiar de tema.
—Es largo de contar, pero digamos que tuvo un final feliz —me contesta mientras esparce el maquillaje por mi rostro—. Te echo de menos, Chase, y creo que no soy la única —me confiesa esta vez en voz baja, atrapando mi mirada con la suya.
—Yo también te echo de menos —admito, sintiendo cómo la añoranza y la tristeza crecen hasta desbordase en mi pecho.
—¿Y a Noe también la echas de menos? —añade sin andarse con rodeos, y suelto todo el aire de golpe, resignado a abrirle la puerta e invitarla a entrar en mi puto caos.
—Con Noe la jodí mucho —le confieso sosteniéndole la mirada.
—Ya me lo ha contado.
—¿El qué? ¿Que la jodí?
—No, más bien que la jodisteis los dos.
—¿Eso piensa? —le formulo con incredulidad, porque me tranquiliza que piense eso, solo que no esperaba oírlo.
—Por supuesto, ¿qué te crees? —me pregunta frunciendo el ceño.
—Nada, Ada, no me creo nada —le contesto bajando el tono de voz para no hacer partícipe a nadie de esta conversación.
—Oye, ¿qué está pasando?
—Que todo ha cambiado, eso es lo que ha pasado —le reconozco cerrando los ojos cuando comienza a maquillarme de nuevo—. ¿Cómo le va? —le planteo sin abrirlos, posiblemente porque es más sencillo formular ciertas preguntas con los ojos cerrados.
—¿Por qué no se lo preguntas a ella?
—Porque prefiero preguntártelo a ti, es más fácil —le confieso abriéndolos finalmente.
—Y un poco de cobardes también —me rebate sin dejar de maquillarme—. Sé que estos meses he estado tan centrada en mi historia con Nick que la vuestra me ha pasado frente a las narices sin que la haya visto, pero...
—Si no la has visto es porque no había nada que ver —la corto antes de que pueda continuar, atrapando su mirada con la mía para dejárselo tan claro como me sea posible—. Noe es solo una amiga para mí, nada más, y ese beso fue una completa gilipollez.
—Y entonces, si lo tienes tan claro, ¿por qué la estás evitando?
—¿Eso te ha dicho? —inquiero sorprendido.
—¿No es verdad? —contraataca sin permitir que me suelte de la decisión que anida en su mirada.
—Sí, por supuesto que sí, pero ella también lo está haciendo.
—Parecéis dos críos, en serio. Haced lo que queráis —farfulla con una dureza impropia en ella.
—Te has cabreado.
—Para nada, porque, ¿sabes qué?, al final cada uno tiene lo que quiere. Yo sé lo que quiero, lo que quise durante años y por lo que quería luchar, y ya lo tengo. Vosotros habéis elegido alejaros el uno del otro, pues ya lo tenéis.
»Chicos, ¿os apetece que vayamos a cenar a Laso Hall en el Midtown East? —les pregunta volviéndose para mirarlos, pasando de mí—. Por lo que me han contado, cenas en el restaurante italiano que hay en la planta superior y luego ya pasas al pub. La comida está genial y los cócteles que preparan, todavía mejor.
—Por mí, genial —oigo a Tom y niego con la cabeza, pero no por lo de la cena, sino por lo otro, porque no es verdad y en realidad no quiero alejarme de ella, solo que no sé cómo acercarme, después de tanto tiempo, sin joderla más.
—Guay, me gusta el plan —responde Samy mientras cientos de cosas sacuden mi pecho y son esas mismas cosas que llevan ahí desde que salí espantado de su casa. Cosas que no sé cómo definir pero que me joden un huevo porque me hacen sentir mal, incompleto e incluso en un estado de cabreo continuo, y es que, incluso colocado en el borde de la vida, puedes sentir, solo que estás detenido en una especie de limbo infinito en el que no estás vivo, pero tampoco has llegado a ese lugar, si es que puede definirse así, al que llegan todos cuando la palman. Y es una putada vivir allí, porque estás como a la espera de que se resuelva de una forma u otra... porque terminará resolviéndose, de eso estoy seguro, solo que no sé si será para llevarme al cielo o al puto infierno.
—Lo que queráis —interviene Kyle.
—Por mí, bien, estoy harto de terminar siempre en los mismos sitios —le contesta Santi.
—¿Y tú? ¿Qué dices? —me pregunta, y doy por hecho que Patty ya ha contestado mientras yo divagaba entre limbos, cielos e infiernos.
—Me da igual dónde cenemos. Ya sabes que no tengo manías —respondo con seriedad, deteniendo la mirada en la decepción que anida en sus ojos y sintiéndome mal por ser, en parte, el causante de ella.
—¡Hombre! El futuro hombre casado —exclama Santi, y detecto cómo la mirada de mi amiga cambia, llenándose de un brillo que hasta hace escasos segundos brillaba, pero justo por su ausencia.
«Sí, cada uno tiene lo que quiere y puedes conseguirlo fácilmente o a base de insistencia. Yo lo he conseguido con la misma facilidad con la que chasqueas los dedos y ella lo logró el día que decidió no rendirse y luchar por lo que merecía la pena», medito mientras oigo cómo lo felicitan y se meten con él.
—Hola, cariño —la saluda cuando llega hasta donde estamos nosotros.
—Hola —le responde Ada, poniéndose de puntillas para darle un beso.
—Creía que ese «cariño» era para mí. Acabas de romperme el corazón, macho —suelto con sorna, apoyando los antebrazos en mis piernas y obligándome a sonreír.
—Qué cabrón —me dedica tendiéndome su mano—. ¿Cómo te va la vida?
—Mejor de lo que te va a ti desde luego —le miento correspondiendo a su saludo—. Enhorabuena, vas a casarte con una de las mejores mujeres que conozco. Cuídala bien —le pido sosteniéndole la mirada.
—Nos cuidaremos el uno al otro, ¿verdad? —interviene Ada, rodeando la cintura de Nick con sus brazos, «y, si eso es el amor, yo lo quiero», pienso de repente.
—¡Ada, tía, venga! Deja los arrumacos para luego que se nos hará tarde —la apremia Kyle.
—Tú y yo tenemos que hablar. Eres el siguiente en maquillarte —le dice con sequedad volviéndose para encararlo, y frunzo el ceño sin entender nada.
—¿Me he perdido algo? —le pregunto a Nick haciendo a un lado ese pensamiento que ha llegado de pronto para sorprenderme, porque el amor no es algo que busque precisamente.
—Nada —me contesta sin querer ahondar más en el tema, y por supuesto que me he perdido algo—. Te dejo trabajar —añade dirigiéndose a mi amiga, dándole un beso antes de encaminarse hacia donde están todos.
—Venga, cierra los ojos —me ordena Ada con esa misma sequedad que ha empleado con Kyle, prestándome atención de nuevo.
—Has regresado guerrillera, ¿eh? ¿Puedo saber qué te pasa con Kyle?
—¿Puedo saber yo la verdad de lo que te pasa con Noe?
—Ya te lo he contado. Nos besamos y la jodí, la jodimos, más bien —rectifico, y qué alivio poder hablar en plural y no ser solo yo el que ha metido la pata hasta el fondo.
—Eso lo sé, no necesito que me lo repitas. Lo que quiero saber es por qué la estás evitando si ese beso fue una gilipollez. Y quiero que seas sincero.
—Porque yo no quiero nada con ella. Para mí sigue siendo solo una amiga y no quiero hacerle daño.
—¿En serio? Pero ¿qué te crees? ¿Que ella va llorando por los rincones loca de amor por ti? —me pregunta soltando una carcajada que me descoloca—. Y yo creyendo que eras un tío listo.
—Yo no he dicho eso —me defiendo sintiéndome de repente un poco ridículo, porque, qué coño, a excepción de lo de las lágrimas, es justo lo que creo.
—Pero lo he oído de todas formas. Escúchame, aunque te sorprenda, no todas las tías se mueren por ti. Solo como apunte, para que no te confundas —suelta de pronto divertida, tocándome mucho las pelotas, porque no sé ella, pero yo sé diferenciar perfectamente cuándo una tía se muere por mí y cuándo no—. Venga, casanova, deja que acabe de maquillarte para que los miles de mujeres que se agolpan en todas partes, deseando captar tu atención, babeen mucho por ti cuando te vean —añade con sorna, dejándome pasmado.
* * *
—Joder, esto cada vez está más lleno —oigo que le dice Nick a Ada y sonrío para mis adentros, «porque ojalá cada vez lo esté más y algún día un productor se fije en nosotros», pienso viendo cómo la gente nos detiene para sacarse fotos con nosotros o saludarnos.
—Kyle, Chase, ¡vengaaa! —nos apremia Patty mientras nos fotografiamos con unas chicas que tendrán, a lo sumo, diecisiete o dieciocho años.
—Estas chicas me suenan. Han venido a vernos más veces, ¿no? —le pregunto una vez que las dejamos atrás, volviéndome para mirarlo.
—Vienen muchas chicas a vernos —me responde escueto al tiempo que nos acercamos al resto del grupo.
—Cierto, pero a ti te gusta la sobrina de Nick, la pelirroja con cara de ángel, ¿no es así? Y hace unas semanas que no la veo —contesto cayendo en la cuenta de repente—. Joder, por eso quería Ada hablar contigo... No le habrás hecho ninguna putada, ¿verdad? —le planteo atando cabos a toda leche.
—Métete en tus cosas —me ordena endureciendo el rostro y dejo de preguntar... «porque tiene razón y a veces es mejor dejar de escarbar, no sea que hagas un hoyo demasiado profundo del que luego no sepas cómo salir», asumo colocándome en mi posición, sintiendo cómo todo Central Park contiene el aliento a la espera de oír el rugido. Nuestro rugido.
The lion’s call. Los leones. Nosotros. Un aliento contenido que se convierte en una exhalación repleta de vida cuando suena y nos movemos al unísono en esa corta coreografía que apenas dura unos segundos pero que tiene la capacidad de ponerme el vello de punta de pura emoción porque estamos tan sincronizados que somos como un único cuerpo frente a cientos, como una ola creciendo en un mar inmenso... llena de vida, enorme, poderosa. Una ola formada por miles de gotas, inofensivas cuando se trata de una sola, imparable cuando se juntan todas, como nosotros cuando bailamos, cuando dejamos de ser uno para ser grupo. «Una ola que te hace querer más, mucho más», pienso al tiempo que empieza a sonar la canción y comienzo a moverme.
Esto es lo que me hace sentir vivo y lo que me inspira, lo que me hace saltar y cambiar de vida. Bailar. Sentir la música llenar mi pecho hasta no dejar ningún hueco libre. «La música y el baile, los amores de mi vida. Así de simple», me digo olvidándome de todos y de todo para fluir por el escenario que es este parque o cualquier calle de esta ciudad. «Fluir y sentir. Bailar y dejarse llevar. Que nada más importe. Solo esto. Mi sueño. Y el guía de mi vida, por el que lucho y por el que he tomado decisiones para algunos impensables, para mí esenciales», asumo esbozando una sonrisa cuando nuestra actuación finaliza y la gente estalla en aplausos, que vibran en mi pecho y que me recuerdan que vale la pena seguir luchando, aunque cueste, aunque sea duro y aunque siga arrastrando todavía las consecuencias de mis actos. «Vale la pena, por supuesto que vale la pena», concluyo mientras saco a bailar a una de las chicas del público.
—Tú solo sígueme, ¿vale? —le pido sin borrar la sonrisa de mi cara, intentando tranquilizarla con ella, porque algo me dice que está nerviosa y no quiero que lo esté. Quiero que disfrute, que lo pase bien y que se quite ese corsé, que todos llevamos puesto, para que pueda moverse con total libertad—. Escúchame, no quiero que estés tensa, quiero que te sueltes. Estás aquí para disfrutar, ¿de acuerdo? Venga, yo te guío, fíjate en mis pies... es fácil, ¿no? —le pregunto mostrándole los pasos que quiero que copie mientras ella comienza a seguirme con la vista fija en ellos—. Perfecto, lo estás haciendo de maravilla, pero ahora quiero que me mires a mí —le indico guiñándole un ojo cuando su mirada tropieza con la mía—. Las caderas, suéltalas, relájate —la animo, poniendo mis manos sobre ellas para mostrarle cómo moverlas—. Así, perfecto —le digo complacido cuando comienza a seguirme de verdad, ensanchando mi sonrisa cuando una carcajada estalla en su garganta.
Esto es bailar. Es felicidad. Es reírte a carcajadas. Es pasarlo cojonudo. Es olvidarte, durante unos minutos, de los problemas que sacuden tu mundo, para sentirte completamente libre de ellos. Lo que no sé es por qué, mientras bailo con esta chica, pienso en Noe y en que me gustaría que fuese ella la que estuviera aquí, bailando conmigo, riendo conmigo y compartiendo este momento conmigo, y no en plan pareja, como Ada y Nick, sino solo como dos amigos que se lo pasan bien juntos, sin esperar nada más. Como antes de ese beso, un simple beso que lo cambió todo.
—¿Lo has pasado bien? —le pregunto cuando termina la canción.
—Ha sido increíble, genial, en serio —me contesta entusiasmada sin borrar la sonrisa de sus labios—. Me llamo Sophie y tú eres Chase, ¿no?
—Sí, y me ha gustado mucho bailar contigo —respondo sin poder dejar de sonreír, porque acabo de darme cuenta de que esta chica me ha reconocido, incluso con la cara maquillada, y, cuando eso sucede, cuando empiezan a reconocerte, significa que las primeras puertas están comenzando a abrirse, y puede que haya un sinfín de puertas más detrás de estas, pero no importa porque la constancia y el esfuerzo irán abriéndolas todas, una a una, hasta que lleguemos a la última. La que nos hará visibles al mundo. La puerta de Broadway.
De Central Park nos dirigimos a Rockefeller Center y más tarde a Times Square, donde repetimos de nuevo nuestra actuación, donde volvemos a sacar a más gente a bailar, donde volvemos a fotografiarnos con unos y con otros y donde, de nuevo, y para mi sorpresa, pienso en ella.