Capítulo 3

Han pasado diez días. En este tiempo me he informado mejor sobre el viaje a Suecia y, si quiero, tengo un puesto de trabajo asegurado el 15 de octubre en Sundsvall, en un hospital llamado Sundsvalls Sjukhus. ¡Menudo nombrecito...! Tras pasear a Tigre por El Retiro, comprarme una revista de motos y pasar por el búrguer, recibo varios mensajes del imbécil de Óscar. Quiere verme, hablar conmigo. Pero yo ni le contesto.

¿Por qué no me dejará en paz y se olvidará de mí?

Antes de llegar a mi casa veo en la esquina a Vasile, que está tocando su violín. Es un hombre de sesenta y cinco años que vino de Rumanía hace quince en busca de una vida mejor junto a una pequeña maleta y su violín. Lo conocí una tarde de hace diez años en la que, al llegar a mi casa, un maldito ladronzuelo me dio un tirón del bolso y, gracias a Vasile, que estaba tocando el violín en la esquina, pude recuperarlo.

A partir de ese día Vasile comenzó a formar parte de mi familia. Siempre que puedo lo invito a comer a casa, al cine o a pasar la tarde sentados en El Retiro hablando de música. También lo ayudé a encontrar un sitio donde vivir, pues se alojaba en una pensión de mala muerte. Al ser extranjero nadie se fiaba de él, pero al final a través de un amigo de un amigo conseguí un pisito pequeño en Vallecas en el que vive muy feliz.

Vasile es un apasionado de la música y, como a mí me encanta, pasamos ratos agradables escuchando canciones desde mi móvil. Y, oye, he aprendido mucho sobre música clásica y él de música moderna.

Cuando me acerco a él sonríe al verme. Gustosa, escucho la pieza de música clásica que está interpretando y, una vez que acaba, me guiña el ojo y para mi sorpresa comienza a tocar The Joker and the Queen, del fantástico Ed Sheeran.

¡Madre mía, qué preciosidad!

El último día que estuvimos juntos en el parque le hice escuchar esa canción desde mi móvil. ¡Es tannnnnn bonita! Y está visto que la ha preparado para mí. Vasile es maravilloso, es un tipo estupendo, y siempre he pensado que habría sido un padre excelente.

Encantada, lo escucho mientras me acerco a él sin ninguna vergüenza y canturreo la melodía. La gente se detiene al oírnos. Sé que no canto mal. Tengo buen oído. Y, complacida, disfruto entonando esa bonita y triste canción mientras él toca el violín.

Cierro los ojos. Me gusta sentir la música cuando noto que me sale del corazón, y sin duda ahora es así, pues el bufón que hay en mí ya no tiene relación con Óscar.

Cuando la canción acaba, tras recibir aplausos y animar a los viandantes que se han parado a escucharnos a que le echen unas monedas en la gorrilla, miro a mi buen amigo, le doy un beso en la mejilla y, enseñándole una bolsita que llevo en la mano, anuncio:

—Hamburguesa con queso y doble ración de patatas. ¿Te lo comes aquí o subes a casa?

Vasile sonríe, pero mirando a su alrededor dice:

—Hoy hace un día espléndido y he de aprovechar la afluencia de gente, aunque gracias por la hamburguesa.

Asiento, lo comprendo. Tocar música en la calle para sobrevivir es su trabajo. Y, con complicidad, dejo la bolsa con la hamburguesa sobre una pequeña banqueta que tiene a su lado.

—Ten un excelente día —digo guiñándole el ojo.

Vasile me sonríe y, después de que Tigre se despida también de él, mi perro y yo nos dirigimos hacia mi casa.

Una vez allí, nada más entrar voy a poner música. Miro en Spotify las listas de reproducción que tengo y..., bueno, casi todo es de estilo romántico. Soy una romántica empedernida. Pienso qué poner. Y cuando mis ojos pasan por la de Pablo Alborán, niego con la cabeza. Me encanta ese intérprete tanto como mi Manuel Carrasco, pero sus románticas canciones de amor son tan reales y me tocan tanto el corazón que lo tengo vetado desde hace tiempo. Lo siento, Pablo.

Al final, dejando mi teléfono a un lado, pongo la radio y sonrío al oír que suena Bam Bam, de Camila Cabello y Ed Sheeran.

¡Qué buen rollito me da esa canción!

Gustosa, me siento sobre la encimera de la cocina de mi casa mientras Tigre, que es un perro bailón, parece bailar y yo me río divertida. ¡No me digas que no es gracioso ver a mi perro a dos patas bailando conmigo!

Estoy riendo con Tigre cuando oigo que suena mi teléfono móvil. Está sobre la mesa y, al ver que se trata de Verónica, me apresuro a cogerlo y la saludo mirando la otra hamburguesa que he comprado para mí:

—¡Hola, reina!

Siempre me ha gustado oír la risa de mi amiga. Adoro a Leo y Mercedes, los cuatro juntos somos una gran familia, pero entre Verónica y yo siempre ha existido una complicidad especial, como la que existe entre ellos dos.

Camino hacia el sofá, donde me siento mientras hablo con mi amiga. La pongo al corriente de cómo fue el encuentro con Luisa y Jesús y le hablo del puesto de trabajo que me han ofrecido en Suecia, hasta que de pronto dice:

—Oye, yo te llamaba para hacerte una proposición indecente.

—Mmmm, ¡me gusta! —me mofo.

Ambas reímos, y ella prosigue:

—Sé que, además de para trabajar, quieres irte a Suecia para poner tierra de por medio entre Óscar y tú, ¿verdad?

Sin dudarlo, asiento.

—Te ha faltado mencionar a Luisa y a Jesús —añado—. Y, sí, creo que me vendrá muy bien marcharme una temporadita de Madrid para coger aire.

Sin ver a Verónica, pero conociéndola, la imagino asintiendo.

—Tengo una propuesta laboral para ti, en Tenerife —suelta de pronto—. ¿Qué te parece?

Según lo dice, asiento con la cabeza. Está claro que Tenerife pone tierra de por medio entre aquellos y yo.

—¿Pagan bien? —pregunto.

—En mi opinión, creo que sí.

Me río.

—Parezco una pesetera, pero ¿cuánto pagan? —insisto.

—Dos mil euros al mes. Además de casa y comida gratis.

Asiento. En Suecia me pagarían mil quinientos al mes, y a eso tendría que descontarle el piso compartido y la comida, así que indico:

—Me parece muy interesante lo que dices... ¡Soy toda oídos!

Tigre se sube a mi regazo. Lo que le gusta al jodío estar encima de mí.

—¿Recuerdas lo que te comenté sobre la paternidad de mi cuñado Liam? —comenta Verónica a continuación.

—¿Hablas del guaperas tiquismiquis?

—El mismo —afirma ella.

Rápidamente asiento. No conozco a Liam en persona. Nunca he coincidido con él, aunque sé de su existencia.

—¿Te refieres a lo del hijo que de pronto apareció porque la madre del niño mintió diciendo que era del buenorro de Tom Blake pero resultó ser de tu cuñado? —pregunto.

—¡Exacto!

—Madre mía, ¡qué culebrón!

—Y tanto —concuerda Verónica.

—No quiero ni pensar lo que tiene que ser encontrarte con algo así —me mofo.

—¡Un caos! —oigo que cuchichea.

En silencio, cabeceo. La llegada de un bebé a cualquier familia debe de ser siempre un caos, así que no quiero ni imaginarme cuando un bebé aparece de la noche a la mañana.

—Antes de nada —dice entonces Verónica con cierto apuro— has de saber que el trabajo sería cuidando al pequeño. Y..., bueno, aunque quizá no sea lo que más deseas...

—Es un trabajo muy bien pagado y lejos de Madrid, Verónica —repongo.

—Naím y yo le hemos hablado de ti a Liam. Él valora mucho que seas mi amiga y, sobre todo, enfermera. Y, oye, me consta que paga bien. Y..., bueno, vivirías en una preciosa casa frente al mar y, lo mejor, ¡cerca de donde yo estoy, por lo que podríamos vernos!

Sonrío. Sin duda, pinta bien.

—Una cosita... —tercio—. ¿Tu cuñado no tiene quien cuide al niño?

Según digo eso y oigo el silencio al otro lado del teléfono, me río y cuchicheo:

—Vamos, suelta eso que no me has contado...

Verónica se ríe.

—Mi cuñado es un pelín especialito —dice.

—¿Especialito en qué? —pregunto con curiosidad.

Oigo que ella resopla y, bajando la voz, añade:

—Es muy exigente con todo lo que tenga que ver con Jan. Además, ya te conté que su familia lo llama por el apodo de don Limpio y Ordenado..., aunque si se te ocurre decírselo, ¡te mato!

Eso me hace reír. Limpia soy. Ordenada es otra cosa. Y, dispuesta a saber más sobre el trabajo, indico:

—Mira, dale mi número de teléfono, dile que me llame y...

—Estoy en su casa y lo tengo a escasos metros de mí hablando con Naím —me corta—. ¿Qué te parece si te lo paso ahora y lo habláis?

—¡¿Así, sin más?!

—Es trabajo, Amara. Mejor ahora que en otro momento.

Asiento y me mofo. Recuerdo que, aunque no conozco a Liam, Verónica siempre dice que, a diferencia de Naím, este siempre va impoluto, vestido con trajes, por lo que me mofo:

—¿Crees que debo hacerme un peinado especial y ponerme un traje para hablar con él?

Mi amiga se carcajea al oírme y, bajando la voz, suelta:

—Liam es un hombre que llama mucho la atención entre las féminas. Ya te lo conté, ¿verdad?

—Sí. Pero, si mal no recuerdo, me dijiste que físicamente no tiene nada que ver con Naím.

—Nada en absoluto. Mi chico es moreno y este es más de pelo y ojos claros.

Asiento y sonrío.

—Perfecto —indico—. Estoy inmunizada contra los rubios.

Oigo la risa de mi amiga. Sabe que lo que digo es cierto. Nunca, pero nunca, nunca me he fijado en un rubio.

—¿Tiene redes sociales? —cuchicheo interesada—. Lo digo para verlo.

Verónica vuelve a reír y musita:

—No, cielo. Es de los que pasan de eso.

Cabeceo. No es la única persona que conozco que pasa de las redes sociales.

—Reina, pues mándame alguna foto para conocerlo —insisto.

—¡Espera! Creo que tengo alguna en el móvil.

Acto seguido se hace un silencio; al cabo recibo un mensaje en el teléfono y, tras abrir la fotografía adjunta, veo a un tipo alto de pelo claro, con gafas de sol y exquisitamente vestido con un bebé en los brazos.

—Soy más de morenos algo macarrillas —murmuro.

—Lo sé.

—Demasiado trajeado y repeinado. No me va.

—Ya. Por eso te propongo este trabajo.

Eso me hace gracia. Verónica sabe muy bien qué tipo de hombre me gusta.

—Espera —añade—. Voy a pasarte con él.

—¡Vale!

—Te quiero.

Oír eso me hace gracia. Decirnos que nos queremos es lo más normal del mundo entre nosotras. Cuando voy a contestar Tigre da un salto para bajarse de mi regazo, el teléfono se me cae al suelo y, maldiciendo, lo cojo y, tras comprobar que no se me ha roto la pantalla, murmuro:

—Yo sí que te aisloviu locamente a ti mucho... mucho... mucho...

Percibo un silencio extraño al otro lado de la línea y de repente:

—¿Perdón?

Al oír la voz de un hombre, resoplo. Verónica ya debe de haberle pasado el móvil a su cuñado, y algo agobiada indico:

—Ay, por Dios, disculpa, estaba hablando con Verónica, se me ha caído el teléfono y he pensado que seguía ella al teléfono.

El silencio prosigue, y añado apurada:

—Soy Amara López, la amiga de Verónica..., y me estaba comentando lo de...

—Encantado, señorita López —me corta—. Soy Liam Acosta. Yendo a lo que nos ocupa, quiero que sepa que no contrato a nadie para cuidar de mi hijo sin conocerlo. Sin embargo, en este caso me urge y haré una excepción al venir recomendada por Verónica y mi hermano y saber que es usted enfermera.

Asiento. Me gusta oír eso a pesar de su seriedad. Y, siendo consciente de cómo él ya ha marcado las distancias entre ambos, tiro de esa educación que mi Maribel me dio y respondo:

—Un placer, señor Acosta.

No sé si aquel asiente o no, pero prosigue:

—Busco a alguien responsable para trabajar interno en casa, que sepa cuidar a un bebé con esmero y dedicación. Tendrá ocho días libres al mes. Sería dada de alta en la Seguridad Social y el sueldo que ofrezco son dos mil euros netos mensuales, más alojamiento y comida.

Según oigo eso, asiento. Está claro que es una buena oferta de trabajo. Asegurada. Dos mil euros limpios. Manutención y alojamiento gratis. Es como poco tentador.

—En caso de aceptar, ¿cuándo debería comenzar? —pregunto.

En un tono de voz autoritario y seguro, oigo que él responde:

—La niñera que lo cuida ahora nos dejará pronto. Me interesaría que usted estuviera aquí dentro de una semana. Querría que mi hijo, Jan, la conociera antes de que la niñera se marche.

Vale. Tengo que arreglarlo todo en una semana.

—¿El contrato de cuánto tiempo será? —digo a continuación.

—De entrada, tres meses. Si pasado ese tiempo a ambos nos conviene, se lo haré de seis y, superados esos nueve meses, mi intención es que sea indefinido. Quiero estabilidad para mi hijo con una persona responsable.

Asiento, lo entiendo, y, mirando a Tigre, indico:

—Señor Acosta, necesito comentarle algo importante para mí.

—Usted dirá.

—Tengo un perro pequeño que...

—La casa tiene un gran jardín y yo también tengo perros —me corta—. No hay problema con que lo traiga, siempre y cuando su perro esté educado y sepa controlarlo.

Sonrío. Estoy a punto de preguntarle qué significa según él que el perro esté educado, pero cuando voy a hacerlo oigo que dice:

—La paso con Verónica. Espero su respuesta entre hoy y mañana. Un placer conocerla, señorita López.

Dicho esto, me deja boquiabierta. ¡Pero si le iba a decir ya que sí!

—¿Cómo ha ido todo? —pregunta entonces mi amiga.

Oír su voz me reconforta.

—Parece muy serio tu cuñado, ¿no? —cuchicheo.

Ella se ríe.

—Liam es un cielo, aunque todo lo que tenga que ver con el niño lo lleva a rajatabla. Se ha tomado muy en serio su papel de padre y a veces, la verdad, es agobiante. Parece que él es la única persona que tiene un bebé a su cargo en el mundo.

Asiento. En el fondo, saber eso me complace. Precisamente por cómo yo me crie, me gusta que un hombre se implique tanto en la educación de su hijo.

—Iba a decirle que aceptaba el trabajo —indico—, pero...

—¡Ay, Dios, qué ilusión! —exclama ella.

Su felicidad es también la mía, y pregunto:

—¿Por qué se han ido las otras mujeres que cuidaban al niño si la oferta de trabajo es tan buena?

Verónica resopla, oigo sus pasos al caminar, por lo que imagino que se está apartando de Liam y de Naím.

—La primera —dice— porque a Liam le informaron de que metía hombres en la casa cuando debería estar cuidando de Jan. La segunda, porque Liam se percató de que algunas tardes se le olvidaba dar de merendar al pequeño. La tercera, porque se pasaba el día entero de postureo en Instagram en vez de cuidar al niño...

—Madre mía —me mofo.

—La cuarta, porque se preocupaba más de beber vino que de cuidar a Jan, y esta quinta, que era la que más estaba durando, porque ha decidido regresar a su país.

Asiento. Sin duda, o no ha tenido mucha suerte con las mujeres que ha contratado o el tipo no es fácil de soportar.

—¿Cuánto tiempo lleva la quinta? —pregunto.

—Mes y medio.

Vuelvo a asentir. Cuidar a un bebé es lo mío. Lo hacía todos los días en el hospital. Y, obviando los problemas que puedan surgir, exclamo:

—¡Verás cuando se lo digamos a Leo y a Mercedes!

Verónica se ríe.

—¡Tenerife no es Suecia! Aquí estarás conmigo.

—También tienes razón —afirmo encantada. Y, mirando a mi alrededor, musito—: Me apetece mucho cambiar de aires, la verdad. —Ambas sonreímos, y añado—: Cerraré la casa hasta mi regreso, y en cuanto dejemos de hablar comenzaré a mirar qué tengo que hacer para llevarme a Tigre, mi moto, la guitarra y algunas otras cosas a Tenerife.

—Yo te lo explico —dice Verónica—. Al fin y al cabo, hace nada que me traje a Paulova y mis cosas a la isla. Luego te mando un correo con la agencia de viajes que me lo organizó todo. Y en cuanto a Tigre, al ser pequeño podrás llevarlo en la cabina contigo, metido en un trasportín.

Asiento, tiene razón. Y, segura de mi decisión, suelto:

—Dile a tu cuñado que acepto el trabajo y que dentro de una semana estaré allí.

—¡Genial! —exclama—. Te alojarás en mi casa hasta que comiences el trabajo. A Naím le encantará.

Asiento y sonrío.

Cinco minutos después, tras despedirnos, sonrío de nuevo mientras pongo música en mi Spotify y empieza a sonar About Damn Time, de Lizzo y me pongo a bailar de felicidad abrazando a Tigre. Tengo trabajo. Me van a pagar maravillosamente bien, voy a estar cerca de Verónica, me voy a alejar de personas que son tóxicas para mí y voy a vivir en la playa... Como dice la canción, creo que voy a estar muy bien. ¡Sin duda, es un excelente plan!