He vivido fascinado por la vida de los otros, por comprenderla y narrarla, sin sentir deseo alguno de contar la mía propia. Hay tantos mexicanos y latinoamericanos dignos de ser biografiados que me faltará vida para hacerlo. Pero en el verano de 2015 llegó a México mi amigo el escritor español José María Lassalle y me expresó su intención de escribir mi biografía intelectual. Sorprendido, agradecido, le expuse mis dudas sobre el interés que pudiera tener una empresa semejante. No se inmutó. Comenzamos simplemente a conversar una tarde en mi estudio de la calle de Ámsterdam de la Ciudad de México. A esa tarde siguieron otras muchas a lo largo de los años.
Aunque regido por un orden cronológico y temático, nuestro intercambio fue libre y heterogéneo, exploraba caminos, se permitía digresiones. Hablamos de mi formación y de los tiempos que me tocó vivir, de mis raíces judías y de mi pertenencia a la cultura mexicana. Evoqué con él las atmósferas políticas de los sesenta y setenta, mi paso del socialismo al liberalismo y de la ingeniería a la historia. Le conté cómo fue la escritura de mis primeros libros sobre los intelectuales de la generación de 1915 que construyeron instituciones que aún sostienen a México. Recordé las querellas con mi propia generación, la animación que me provocó la lectura de la revista Plural y el trabajo editorial junto a Octavio Paz en la revista Vuelta. Me emocionó recordar esa etapa. Hogar de la disidencia, Vuelta fue una solitaria trinchera de la libertad y la democracia frente a las dictaduras militares, los gobiernos totalitarios, los partidos de Estado, las guerrillas marxistas y las ideologías estatistas y dogmáticas que proliferaron –y proliferan aún– en nuestro continente.
Cuando a principios de 2020 nos sorprendió la pandemia, continuamos virtualmente nuestro diálogo sin dejar de escribirnos. Decidimos hablar de libros. ¿No había dicho Valery Larbaud que «lo esencial en la vida de un escritor consiste en la lista de los libros que leyó»? José María en su biblioteca madrileña y yo en mi biblioteca mexicana teníamos a la mano los libros que me habían marcado en los años setenta y cuyo interés en ellos, en varios casos, compartíamos. Libros leídos, releídos, subrayados. Libros vividos. Libros de testigos, intérpretes, profetas, cronistas, pensadores, sobrevivientes y víctimas del siglo XX. A través de las vidas y obras de esos autores, repensamos juntos los grandes temas del pasado –mesianismo, nazifascismo, totalitarismo– que reverberan en el presente. Aproveché el enclaustramiento para editar las conversaciones.
«Cultura es conversación», escribió Gabriel Zaid. Así he construido mi vida intelectual. Conversando con mis abuelos, mis maestros, mis mentores, mis colegas, mis compañeros de tantas batallas, mis autores admirados. Conversando en el café, la sobremesa y la oficina, más que en las aulas. Conversando en silencio, con los libros.
¿Por qué Spinoza? ¿Qué ocurrió en el Parque México? Ahí comenzó una conversación que no ha cesado desde entonces.