Lengua y tiempo, una batalla constante
En los 20 años que han transcurrido desde la aparición de Redacción sin dolor, en julio de 1994, el idioma castellano ha enfrentado múltiples desafíos y ha salido airoso en todos los casos. Numerosos especialistas y observadores del idioma no eran muy optimistas en aquellos días cuando la revolución tecnológica parecía amenazar el léxico y el carácter mismo de nuestros verbos y sustantivos, sobre todo. Se generaba angustia, por ejemplo, alrededor de la invasión de términos técnicos que adoptábamos del inglés casi de manera espontánea, sin dedicarle gran reflexión.
Las polémicas entre periodistas, escritores, académicos y simples hablantes de a pie1 se ponían al rojo vivo con sustantivos como interfaz y verbos como migrar, por mencionar solo dos. Los cambios en la tecnología venían con tal rapidez que apenas había tiempo suficiente para digerir las palabras nuevas que los acompañaban, muchas de ellas desconocidas en cualquier idioma hacía cinco años. Si bien al principio interfaz se escribía, por lo menos, de tres maneras diferentes —interfaz, interface e interfase—, con el tiempo se llegó a la grafía que hoy en día resulta prácticamente universal: interfaz. Usamos este vocablo para hablar de la «conexión, física o lógica, entre un computador y el usuario, un dispositivo periférico o un enlace de comunicaciones» (Diccionario de la Real Academia Española, DRAE). Puede tratarse de un teclado, un monitor, un trackpad, un mouse, ratón, pantalla o cualquier otra herramienta que sirva de enlace entre nosotros —los seres humanos— y el hardware que hace los cálculos necesarios para que podamos cumplir con nuestras tareas: escribir, diagramar, computar, diseñar, ilustrar, dibujar, manejar imágenes, rasterizar, graficar, almacenar y barajar datos de cualquier índole.
El verbo migrar (variante de emigrar), por otro lado, según el DRAE es intransitivo y significa, entre otras acepciones parecidas, «abandonar la residencia habitual dentro del propio país, en busca de mejores medios de vida». En el mundo de la informática, sin embargo, este verbo ha adquirido valor transitivo y significa, más o menos, «trasladar aplicaciones o programas informáticos de una plataforma o sistema operativo a otro». En una página web de Microsoft, por ejemplo, leemos lo siguiente: «Quizás ya tenga una aplicación funcionando en una máquina virtual existente. Puede migrar esta máquina virtual a Microsoft Azure».2 Está claro que la máquina virtual no migrará sola a Azure; alguien tiene que migrarla. Así, un verbo que antes nada más había sido intransitivo, ahora ha adquirido, en contextos informáticos, transitividad. Este titubeo entre el carácter transitivo e intransitivo de ciertos verbos no es nuevo. Para no ir más lejos, el verbo iniciar, que según el DRAE es solo transitivo o pronominal, se emplea casi siempre de manera intransitiva por un enorme sector de la población de todos los países de habla española: El partido xiniciará a las 18 horas; Aquí xinicia la carretera México-Acapulco. Según las reglas gramaticales en uso, debe decirse y escribirse El partido se iniciará a las 18 horas y Aquí se inicia la carretera México-Acapulco. Al parecer, la Asociación de Academias no se ha dado cuenta del uso tan extendido de iniciar como verbo intransitivo. El Diccionario panhispánico de dudas (DPD) afirma, secamente, que el uso intransitivo de iniciar es «error debido al cruce con el verbo sinónimo empezar», que sí puede ser transitivo o intransitivo. ¿Pero cuántos millones de hablantes hacen falta para que su manera de emplear una palabra deje de constituir un error y se convierta en una forma aceptable para la Academia? Mientras son peras o manzanas, en Redacción sin dolor sigue empleándose iniciar de modo transitivo y pronominal.
Huelga decir que hace 25 años la vasta mayoría de las personas redactaba a mano —con lápiz o pluma— o en una máquina de escribir, mecánica o eléctrica. En aquel entonces, asimismo, las hojas de cálculo se compraban en cuadernos enormes que ocupaban casi toda la superficie de cualquier escritorio. Diez años de contabilidad de una empresa mediana podían ocupar buena parte de una oficina. Hace un cuarto de siglo las fichas de una biblioteca de 20 000 volúmenes cabían en una habitación de 20 metros cuadrados. Ahora podemos cargarlas en cualquier flash drive comprado en el supermercado o la tienda de la esquina. O, simplemente, subimos esta información a la nube, donde queda a resguardo hasta el momento en que nos haga falta. ¿Y los libros en sí? Cabían en un edificio de dos o tres pisos. Ahora podemos tenerlos a nuestra disposición en cualquier momento en un iPad, una tableta que pesa menos de 340 gramos.
En los años 90 del siglo pasado nos peleábamos por la ortografía de palabras como flopi, CD-ROM y módem. Hoy en día, sin embargo, solo los mayores de 40 años saben qué era un flopi, los CD-ROM están en el proceso de convertirse en meros artículos de nostalgia y los módems se han vuelto una parte integral, casi invisible, de nuestra manera de ser, trabajar y comunicarnos. Es probable que en un futuro más o menos cercano dejen de ser necesarios por las mejoras tecnológicas que ya vienen en camino.
En el año 2000 sacar fotografías era una tarea que requería cierta preparación: buscar la cámara, comprarle rollo, saber insertarlo de manera correcta para que la luz del día no lo echara a perder, y luego había que tener cuidado para no desperdiciar ninguna foto. Los rollos de película, nada baratos, se enviaban a laboratorios especializados para que fueran revelados, un proceso que tardaba semanas entre el envío y la recepción del material. Solo los profesionales, o aficionados muy aventajados, podían procesarlos en cuartos oscuros propios. Durante las vacaciones de una familia típica, se sacaban tal vez dos, tres o cuatro rollos de fotografías —entre 24 y 100 imágenes—, cuando mucho. Hoy en día es común sacar 100 imágenes con teléfono celular en una hora. No es raro que esta familia típica termine sus vacaciones con 1000 fotografías nuevas catalogadas y editadas en su computadora de escritorio, portátil o en el teléfono móvil mismo, que en nuestros días hace las veces de un estudio completo de comunicaciones, fotografía, filmación, almacenaje…
La gran diferencia entre lo que sucede hoy y lo que pasaba hace 20 años radica en que a estas alturas no nos angustiamos, o nos angustiamos menos, porque —para bien o mal— nos hemos aclimatado a la velocidad de la evolución tecnológica. Y aunque seguimos peleándonos por el léxico, no lo hacemos tanto. El español se ha vuelto más flexible e inclusivo. En la actualidad, adoptamos con menos resistencia vocablos de otros idiomas, y esto representa un gran avance.
Uno de los problemas que se han suscitado en las últimas dos décadas tiene que ver con el modo en que nos han llegado estas palabras: casi siempre por escrito. Si nos llegaran de manera oral, nos resultaría más o menos sencillo castellanizar su grafía, como sucedió con miles de voces hasta mediados del siglo XX: edecán, garaje, grafiti, bulevar, suflé… Estas palabras entraban en el idioma de boca en boca, por rutas sinuosas no siempre fáciles de trazar. Mas hoy en día llegan por escrito, en sus idiomas originales, mediante manuales de usuario, páginas de internet, periódicos y revistas que están al día en todas las novedades. Ahora, con frecuencia son las distribuidoras comerciales las que determinan cómo se escriben.
Las castellanizaciones forzadas casi nunca se arraigan. La gente suele preferir el término extranjero, el cual debe escribirse en letra cursiva, hasta que el nuevo vocablo se deforme lo suficiente, de manera oral, para que halle una grafía aceptable y comprensible en español, como fue el caso de caché, escáner o internet mismo, palabras todas que ahora han hallado cobijo en el DRAE. ¿Quién dice que el día de mañana trackpad no se escribirá tracpa o trácpad? Lo que ahora sabemos es que nótbuk jamás pegó, que seguimos escribiendo, en letra cursiva, notebook. A pesar de ser palabra común y corriente en 2014, byte también se niega a castellanizarse como bait, que mucha gente confundiría con carnada, la traducción castellana de bait en inglés.
¿Y qué decir de otra clase de vocablos nuevos de índole social, ya no tecnológica, como gay? El DRAE la tiene entre sus páginas desde 2001. Conserva la grafía del inglés, pero no consigna la voz con letra cursiva. Dicho de otro modo, la Academia desea que digamos [gái], pero nadie pronuncia la palabra así. Seguimos pronunciándola a la inglesa, [géi]. Y el DPD pretende que el plural sea gais, y no gays. Si tuviera yo que hacer futurismo, no creo que la pronunciación gay [géi] cambie a [gái] solo porque la Real Academia Española (RAE) así lo dispone. Por lo menos recoge el vocablo, al igual que byte, voz que aparece en el Diccionario, pero con letra cursiva. En letra redonda aparecen web, blog, píxel o pixel, junto con un gran número de palabras que se han castellanizado sin problema alguno porque su grafía no se opone a las reglas tradicionales de la lengua española (como la palabra internet).
La batalla de las simplificaciones
En 1999, cinco años después de la primera edición de Redacción sin dolor, la RAE publicó un opúsculo de 162 páginas titulado Ortografía de la lengua española. Hacía mucha falta. Pretendía, entre otras cosas, ordenar y simplificar varias cuestiones importantes en relación con la manera en que debían emplearse los signos de puntuación. Para ese entonces florecía la edición de escritorio (desktop publishing), y con ella se instaló entre nosotros el caos: los antiguos guardianes de las normas editoriales —los tipógrafos, junto con los editores tradicionales— se habían convertido en una especie en extinción. Durante siglos habían guardado celosamente las normas tocantes a la ubicación de los puntos, por ejemplo, respecto de las comillas y los paréntesis. También cuidaban la armonía entre familias tipográficas, tamaños de letra, caja y página. Sabían cómo armar cornisas, capitulares e índices. Pero de buenas a primeras aparecieron ejércitos entusiastas de la edición de escritorio: secretarias, vendedores de seguros, amas de casa, estudiantes, oficinistas, abogados, contadores públicos, economistas, sociólogos… En otras palabras: todo el mundo. Eran muy preparados en sus áreas de conocimiento, pero no en cuestiones de escritura y edición, y se dispusieron a realizar a vapor el trabajo —antes paciente y minucioso— de los antiguos editores y tipógrafos. Quien tuviera a su disposición una computadora más o menos equipada y una impresora láser era capaz de producir los originales que luego se imprimirían en offset, y unos años después se publicarían directamente en la red de redes, el internet. ¿Qué necesidad había de editores y tipógrafos?
Así, aquella Ortografía… cayó en un momento oportuno. Sea porque las escuelas ya no dedicaban el tiempo suficiente a los menesteres básicos de la lengua castellana, o sea porque el énfasis educativo se había trasladado a las carreras técnicas, poca gente dominaba los pormenores de la puntuación, sintaxis y ortografía. Y de la gramática, ni hablar. Este nuevo libro de la RAE hizo un primer intento por simplificar algunas cuestiones, entre ellas la manera de citar, usar los dos puntos, las comillas y el punto final. Estas simplificaciones fueron recogidas en la 4ª edición de Redacción sin dolor (rsd), de abril de 2004.
Aquella Ortografía… también lanzó una propuesta de simplificación que no prosperó: quitar los acentos diacríticos de solo (adverbio) y de los pronombres demostrativos. La mayoría de las personas cuyos ojos pasaron por ese libro no le hicieron mucho caso, yo incluido, porque se trataba de una mera sugerencia. Se dejaba perfectamente abierta la posibilidad de seguir usando la tilde si uno percibía «riesgo de ambigüedad» (pp. 49, 51). No adopté estas medidas en RSD por la discrecionalidad que implicaban. Sabía, como maestro, que a los alumnos les costaba más trabajo determinar si había ambigüedad que distinguir entre un adjetivo y un adverbio, en el caso de solo, y entre un adjetivo y un pronombre demostrativo. A mí mismo me resulta difícil, a veces, detectar en caliente si hay ambigüedad, o no, en lo que escribo, puesto que tengo muy claro cuál es mi mensaje. Son los lectores los que se confunden, no uno. Se requieren considerables años de vuelo para desarrollar esta sensibilidad. El público en general tampoco acogió la simplificación, que más bien venía siendo una manera de complicar aún más el problema.
Pero en diciembre de 2010, la Asociación de Academias dio a conocer la nueva Ortografía de la lengua española, ahora de 746 páginas. Obra bastante más ambiciosa que la de 1999, colocó una gran cantidad de puntos sobre las íes y volvió a la carga con solo y los pronombres demostrativos. Aunque siguió dejando un resquicio para los conservadores que deseaban continuar escribiéndolos con tilde, ofreció una explicación más extensa acerca de por qué no era necesaria; demostró que en los pocos casos de posible ambigüedad bastaba con usar un sinónimo o con cambiar la sintaxis, precisamente lo que hacemos con innumerables palabras y frases que pueden dar lugar a confusiones. Muchos escritores, periodistas y hablantes en general —que se habían tomado la molestia de aprender las reglas tradicionales— pusieron el grito en el cielo: les parecía una abominación escribir solo, como adverbio, sin tilde. (Y lo mismo tratándose de los pronombres demostrativos). Les daba la impresión de que no era un modo de simplificar la ortografía, sino de hacer concesiones para dar gusto a los ignorantes en lugar de educarlos. Mas yo pregunto, honestamente, ¿para qué seguir atormentando a 500 millones de hispanohablantes con una tilde que, para efectos prácticos, posee poquísima utilidad?
La nueva Ortografía… también aclaró importantes detalles acerca del uso de las mayúsculas y las minúsculas, amén del empleo de las comillas y la letra cursiva. Todas estas medidas, y otras que no mencionaremos aquí, han sido tomadas en cuenta e incorporadas en la 6ª edición de Redacción sin dolor.
En esta edición de RSD hay cambios significativos respecto de las anteriores. El más notable es la tercera parte. Lo que antes se había titulado «Algunas palabras y frases problemáticas» se convirtió en un libro aparte: Guía esencial para resolver dudas de uso y estilo (Planeta, 2011, 270 pp.). Así, ya no aparece en esta 6ª edición. En su lugar se incluye «Los verbos y su lógica temporal relativa», que comprende los nuevos últimos cinco capítulos de este libro. De manera entusiasta, mi hija Yliana Cohen investigó y preparó este tema desde que ambos nos dimos cuenta de su absoluta necesidad en el contexto de la redacción.
No elaboré una sección especial para los verbos en la primera edición de RSD porque me había limitado a desarrollar una explicación comprensible de cómo se construían oraciones simples y cómo estas se combinaban para formar proposiciones, o enunciados, de mayor envergadura: oraciones compuestas de todo tipo. Encima, me parecía impostergable explicar, con un lenguaje sencillo y accesible, cómo y por qué usar los signos de puntuación. Para ello elaboré numerosos ejemplos y ejercicios prácticos; esto constituyó la segunda parte del libro. Con cada edición sucesiva procuré afinar estos dos aspectos fundamentales de la redacción mientras seguía creciendo la tercera parte.
No obstante, tanto en mis clases de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco como en múltiples talleres de redacción para adultos profesionales empecé a darme cuenta de que pocas personas tenían una idea clara de qué tiempos verbales debían emplear en sus crónicas, reseñas, narraciones e investigaciones, y qué relaciones había entre estos tiempos. «¿Hay que narrar en el pasado?». «¿Se puede usar el presente para contar lo que me pasó en la infancia?». «¿Por qué debo emplear el pasado si mi abuelita todavía vive en su casa de Colima?». «Y si algo sucede en el pasado, ¿cómo doy a entender que algo sucedió antes de lo que estoy contando?». Yliana y yo empezamos a recoger estas preguntas, y cuando vimos que se repetían de manera casi sistemática, decidimos que no debíamos soslayar más la tarea.
Yliana explica la morfología de los verbos en todos los tiempos y modos y da ejemplos sencillos de su formación. Ilustra la diferencia entre los modos indicativo, subjuntivo e imperativo y —aún más importante— pone en claro lo que llamamos los planos temporales narrativos, cómo funcionan y qué tiempos verbales hay que usar dentro y fuera de cada uno, y por qué. Considero que esta nueva tercera parte vendrá a reforzar de manera importante la utilidad de RSD como herramienta práctica de aprendizaje.
El capítulo cuatro cambió sustancialmente, pues en esta ocasión se tratan las oraciones subordinadas de manera más general en un principio (subordinadas sustantivas, adjetivas y circunstanciales) hasta llegar después a lo más particular (de sujeto, de complementos, especificativas y explicativas). En otras palabras, desde el primer capítulo se hace hincapié en que todo elemento de la oración tiene valor sustantivo, adjetivo, verbal o adverbial, pues no solo hay palabras sustantivas (nombres de todo lo que existe —material y abstracto— y pronombres) sino también frases y oraciones completas con valor sustantivo (es decir, que podrían ir en lugar de una sola palabra). Por ejemplo: mi querida madre y quien me dio la vida podrían estar en lugar del sustantivo Margarita; la primera es frase; la segunda, oración subordinada, y ambas equivalen al sustantivo Margarita. Y como se trata de construcciones sustantivas, pueden fungir como el sujeto, el complemento directo, el complemento indirecto o formar parte de los complementos adnominales o de los prepositivos (o preposicionales) del adjetivo o del verbo: Mi querida madre (Quien me dio la vida o Margarita) trajo el pan [aquí se trata de sujeto]; Ayer visité a quien me dio la vida (a mi querida madre o a Margarita) [aquí se trata de complemento directo]; Llevaré flores a Margarita (a quien me dio la vida o a mi querida madre) [aquí se trata de complemento indirecto]; Fui a casa de quien me dio la vida (de mi querida madre, de Margarita) [aquí se trata de complemento adnominal del sustantivo casa]; Estaba muy orgulloso de Margarita (de quien me dio la vida, de mi querida madre) [aquí se trata de complemento preposicional —o prepositivo— del adjetivo orgulloso]; Me acuerdo de mi querida madre (de Margarita o de quien me dio la vida) [aquí se trata de complemento preposicional del verbo acuerdo]. Lo mismo sucede con los adjetivos. La frase de mi vecino y la oración subordinada que huyó anoche pueden estar en lugar del adjetivo sencillo sucio: «el gato de mi vecino», «el gato que huyó anoche», «el gato sucio». Puede hacerse una afirmación semejante con los complementos circunstanciales, que no solo pueden representarse mediante una palabra (adverbio), sino también con frases u oraciones adverbiales: No vino ayer (adverbio de tiempo). No vino cuando quedó de hacerlo (oración subordinada circunstancial de tiempo). No vino con mucha prisa (frase adverbial).
Además, en este nuevo capítulo cuatro se agregan cinco cuadros sinópticos que serán de gran utilidad para repasar o asimilar visualmente la relación gramatical entre las oraciones. En el primero se ve cómo podemos coordinar y subordinar en general; en el segundo se incluyen ejemplos de cada tipo de coordinación; en el tercero, de cada subordinada sustantiva que puede haber; en el cuarto, de cada caso de subordinada adjetiva, y en el quinto, de cada subordinada circunstancial.
La otra gran novedad es un nuevo planteamiento de los usos de la coma. En la 5ª edición ya había intentado un nuevo orden y numeración de las reglas. De 10 las reduje a 6: cuatro usos obligatorios y dos discrecionales, y entre estos dos había cuatro casos donde desaparecía la discrecionalidad. En los cuatro años desde que empezamos a usar la 5ª edición en clase, sin embargo, nos dimos cuenta de que esta manera de presentar las comas causaba un poco de confusión. Así, ahora vienen primero seis usos obligatorios, pues agregué la coma antes de oraciones adversativas con pero y aunque (cuando es conjunción), y la coma antes de conjunciones cuando estas introducen ideas nuevas, no seriadas con lo que venía antes. Este uso aparecía como un agregado dentro del primer uso de la coma, la serial.
Luego propongo como un uso discrecional —el cual, de hecho, es mal visto por la Academia— la coma que puede separar el sujeto que es una oración subordinada, o que incluye una oración subordinada, del predicado solo cuando se trate de conservar la mejor sintaxis y de otra manera podría producir confusión en los lectores. Otra vez: la cuestión de la discrecionalidad… Luché conmigo mismo largamente sobre este detalle. La regla académica es muy clara y siempre la he incluido en términos generales: no se separa el sujeto del núcleo de predicado con una coma. ¡Qué fácil y limpio resultaría aplicar esta regla a rajatabla y sin excepciones! Estaba a punto de hacerlo. Pero volví sobre los ejemplos que había incluido al respecto en la Guía esencial para aprender a redactar, con los cuales ya había demostrado que se dan muchos casos en que, con una simple coma entre el sujeto y el núcleo del predicado, pueden resolverse problemas de posible ambigüedad cuando interviene una subordinación nominativa. Desde luego, si cambiando la sintaxis puede comunicarse el mismo mensaje con la misma eficacia, o mejor, ¡adelante! Pero a veces no es posible. La Academia nos obligaría a mantener la ambigüedad si quisiéramos conservar la mejor sintaxis. Así, decidí contravenir a la Academia en este caso, explicando por qué.
Después incluyo otra coma discrecional, la número 8, relacionada con las inversiones sintácticas a las cuales —salvo los casos mencionados en las reglas 9, 10, 11 y 12— pueden seguirles una coma, o no. Estas últimas cuatro reglas tocan las situaciones donde, tras una inversión sintáctica, resulta obligatorio emplear una coma. De esta manera, en términos generales se conserva la lógica de la 5ª edición, pero se agregan dos usos que no aparecían de manera específica y se termina con cuatro usos obligatorios de la coma dentro del tema de la inversión sintáctica.
El capítulo 6 no sufrió grandes cambios, pero los capítulos 7 y 8, que hablan de los demás signos de puntuación y la acentuación, respectivamente, se han modernizado, asimismo, con las nuevas reglas ortográficas de diciembre de 2010. El «Apéndice A», sobre los gerundios, aparece con grandes cambios. De hecho, es un texto nuevo.
En primer lugar, se ha simplificado su estructura. Se explica la formación de los gerundios; después, su naturaleza, y en tercer lugar, cómo se abusa de ellos. Ahora se ofrece una lista de 16 usos claros y diferenciados de gerundios bien empleados, algunos de los cuales no habían sido tomados en cuenta en las ediciones anteriores. Y en todos los casos se dan ejemplos abundantes. Al final, se exponen las tres situaciones principales en que el gerundio se emplea mal, y se explica el porqué de cada caso.
Así, considero que Redacción sin dolor se ha puesto al día tanto con respecto a la Ortografía… de 2010 como con la Nueva gramática de la lengua española, en dos tomos o en su forma de Manual, que aparecieron en 2009 y 2010, respectivamente. He recurrido de manera exhaustiva a ellos para documentar y respaldar lo que expongo en rsd, pero como había demostrado con anterioridad, hay casos en que me desvío de la ortodoxia académica. En estas situaciones, sin embargo, lo digo sin ambages y doy mis razones. Usted, lector, es libre de elegir su propio camino. Cumplo, como maestro y como autor, con exponer con claridad los puntos de vista de las Academias de todos los países de habla española, reunidas en la Asociación de Academias. De este modo cada quien sabrá en qué momento y por qué emplear un criterio diferente, pero lo hará con conocimiento de causa y no solo porque así se le ocurrió. Las ocurrencias pueden ser muy buenas, mas no son confiables cuando se trata de dominar el ejercicio de la redacción, un noble oficio que, lejos de estar en vías de extinción, se está volviendo cada vez más necesario y ubicuo en nuestra vida diaria, ya que pasamos incontables horas frente a pantallas, mediante las cuales nos comunicamos, casi siempre, gracias a la palabra escrita.
Departamento de Humanidades,
Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco,
julio de 2014