OCHENTA AÑOS
La luz que proyecta el sol de mediodía deja ver los efectos de la oxidación en el metal. El rostro vaciado, mediante los cortes sobre el fierro, muestra una imagen sonriente. A través de sus ojos y su boca se ven murallas de concreto y rejas sobre tumbas igualmente antiguas. El Cementerio General y su soledad adornan el monumento solo con un puñado de rosas rojas.
Gladys Marín hoy cumple ochenta años, pero hace dieciséis que no vive físicamente. Una pandemia azota al planeta entero y nadie se mueve sin mascarilla en el camposanto, ni en ningún otro punto de la ciudad. Los adultos mayores temen salir y contagiarse. Pero Gladys espera, es decir, esa figura que se alza frente a su tumba.
En la entrada, por avenida La Paz, la radio de un guardia se enciende. Una voz entrecortada autoriza el ingreso de la romería en un día en que el recinto se encuentra cerrado para el público general.
—Comienza la romería hasta la tumba de la compañera Gladys Marín. Doce personas contabilizadas.
El canto de los loros es ensordecedor, y por momentos, es lo único que se oye, además de los saludos cariñosos entre hombres y mujeres que no se ven hace meses o años. Los pasos van al ritmo de la edad y esa mañana de un sol que no logra calentar, en el corazón del mes de julio.
Antes de la cumpleañera, una parada. Tímidos saludos en la tumba de Volodia Teitelboim. Parkas y bufandas protegen las pieles de María Eugenia Puelma, Luis Araníbar, un dirigente de Huechuraba, Gladys Acosta y Mercedes Garay.
Frente al memorial, el grupo hace un semicírculo. Las palabras surgen espontáneas y están colmadas de anécdotas. De cuando Gladys viajaba al norte, a Copiapó, y en vez de alojarse en el hotel que le habían reservado, decidía quedarse con una compañera en la sencilla habitación de una casa en una población. De cuando viajó a hacer campaña a un pequeño pueblo de la Araucanía y en lugar de llegar a un acto oficial terminó tomando once con cuatro señoras que la fueron a buscar a la plaza. De cuando tuvieron que conseguir manteles en las casas del barrio porque lograron cumplir la loca idea de Gladys de llenar la Plaza Brasil con mujeres comunistas, en una especie de infinita mesa de té Club en una conmemoración del 8M. O de cuando discutía con un destacado economista en televisión, y le preguntó si sabía el precio del kilo de pan.
Nancy, su hermana inmediatamente mayor, dice:
—Para esta mujer, mi compañera, mi amiga y hermana, como a ella le gustaba decirme, hoy día no es un día de sentir dolor porque ella no está; al contrario, debemos sentir una alegría inmensa porque el trabajo que ella hizo toda su vida ya comienza a germinar. Estoy feliz de estar aquí, no podía dejar de venir, hoy día, por todo este tremendo cambio que va a suceder en Chile. Aunque sea la décima parte de lo que proyectamos, vamos avanzando y el triunfo lo vamos a celebrar.
Es 16 de julio, y en Chile se acaba de constituir la Convención Constitucional. El ánimo está por las nubes entre los militantes y simpatizantes de izquierda, y cuando las voces de los asistentes mencionan la palabra “Constitución” los ojos de la mayoría se iluminan. No pueden dejar de pensar en Gladys y sus sueños de transformación radical, antes de morir.
“Gladys estaría tremendamente feliz por lo que ha ocurrido producto del estallido social y de que la presidenta de la convención sea una mujer del pueblo mapuche. Los sueños de Gladys, de cuando ella fue candidata a presidenta de la República, están avanzando, aunque aún no logramos esa unidad tan amplia que ella anhelaba…”, dice una de sus amigas que ahora roza los setenta años de edad.
“En todo ponía tanta pasión, hoy nos falta mucho de su pasión, determinación… Tenía la cualidad de que donde llegaba ella, llegaba al sentimiento de la persona, cuando conversaba, y tenía una forma de relacionarse, un don que hoy se echa de menos… Y cuando había que ponerse dura lo hacía, directa, nunca por las ramas… Nadie es perfecto, no hacemos culto a la personalidad, es reconocimiento a una compañera que dejó escuela, porque todo lo que está ocurriendo hoy es la sumatoria de muchos años de lucha, incluyendo a gente que ya no está, incluida la compañera. La juventud ha ido aprendiendo las palabras de Gladys, tan oportuna que era en su mensaje, y que hoy es tan vigente como hace veinte años atrás. Nos invitaba a entregarnos a la causa con convicción, con infinita convicción, sin claudicar en nada, con esa alegría permanente…”, destaca otra de las asistentes.
Los minutos pasan, el cantar de las aves es tan pleno que casi no se distingue de las palabras de los oradores. La luz sigue cayendo fría. Un celular se enciende con un discurso de la candidatura presidencial de 1999. En el video, Gladys grita que representa a “los trabajadores”, a “las mujeres”, a “los vendedores ambulantes”, afirma que luchará “por el respeto a toda la diversidad, étnica o sexual, donde la salud y la educación no se puedan comprar”.
Lanza una invitación: “Vamos a ir por las calles de Chile a conversar con el trabajador, con la mujer, el joven, el artista, nuestros hermanos mapuche, a detenernos en cada casa, sindicato, escuela, para decir que alguna vez se pretendió destruir al Partido Comunista y que pese a todo aquí estamos de pie luchando, porque supimos siempre vivir y luchar por el pueblo, y estamos llenos de energías vitales para volver a abrir las grandes alamedas de la libertad y la democracia”.
Las palabras sacan lágrimas entre los doce hombres y mujeres que llegaron a la celebración de las ocho décadas de una mujer que supo mover la voluntad de cientos de miles.
Aflora un grito que desata un coro:
Compañera Gladys Marín:
¡Presente!
Compañera Gladys Marín:
¡Presente!
Compañera Gladys Marín:
¡Presente!
Ahora, y siempre,
hasta la victoria final,
siempre.
“Muchas veces hemos sido menos, tres, cuatro, cinco frente a su tumba, pero queremos decirte que seguimos avanzando, los comunistas seguiremos en la primera línea y transformaremos el mundo que dejaste, por un mundo mejor…”, es la promesa final.
*
La radio del guardia que espera el fin de la actividad, retirado algunos metros atrás, se vuelve a encender. Con su mano derecha sube la antena del aparato y se lo lleva a la boca.
—La romería ha finalizado. ¡Honor y gloria a la compañera Gladys Marín y a toda su historia!
Toda su historia.
Una existencia imposible de resumir, pero que puede, no sin mucha dificultad, contarse a partir de los retazos, imágenes y escenas que dejó marcadas en el diverso y amplio pueblo de un país profundamente suyo.
Una historia que es un furibundo viaje a las heridas y glorias más decidoras del último siglo de Chile y que, a continuación, se refleja en un intento por descubrir sus paisajes y sentimientos menos explorados. Los rincones ocultos de una vida que no ha parado de inspirar.