En la mañana del 29 de septiembre de 1929, Primo estaba exultante. Se encontraba en su Jerez natal e iba a asistir a la inauguración de una estatua dedicada a su figura. La ciudad se había engalanado para recibir a su hijo predilecto con mantones de Manila en los balcones.1 En las calles se respiraba un ambiente de fiesta. A las doce y media en punto, un toque de clarín anunció la llegada del dictador a la plaza de Alfonso XII, donde la estatua ecuestre del marqués de Estella, obra de Mariano Benlliure, permanecía cubierta con una gigantesca bandera española. En la plaza se encontraban las autoridades civiles y militares de la provincia, el consistorio de la ciudad, varios ministros, líderes de la Unión Patriótica, como José María Pemán y José Pemartín, el infante don Carlos de Borbón y Borbón, capitán general de Andalucía, miembros de la aristocracia local, como los marqueses de Salobral y Casa Domecq, familiares, como la hermana del dictador María Jesús, sus hijos Carmen, Pilar y Miguel y miles de jerezanos de a pie. Tras una serie de discursos del conde de Villamiranda, secretario de la Junta del Homenaje, el marqués de Villamarta, el alcalde de Jerez, Sr. Rivero, y doña María de la Calle, en representación de «todas las mujeres españolas», Primo cogió el micrófono para agradecer el homenaje que se le estaba brindando.2 En su alocución, el presidente del Gobierno habló de su vínculo con su ciudad natal, señaló que había invocado a la Virgen de la Merced, patrona de la localidad, el día del desembarco de Alhucemas y recordó sus «pasos infantiles» por la plaza en la que se encontraban «en compañía de personas llenas de prestigio», muchas de las cuales se hallaban «presentes en este acto, después de haber dado una generación, y acaso dos, de hombres como yo, tan recios y duros para servir a su Patria».3 A renglón seguido, el marqués de Estella declaró emocionado que ese mismo día había visto en la Plaza de Abastos a un grupo de «mujeres modestas» que «sirvieron en su casa, o, mejor dicho, que convivieron con su familia».4 Entre estas mujeres que «convivieron» con su familia estaba la mujer que le cuidó de niño.
Como en tantas otras ocasiones a lo largo de su vida, las declaraciones de Primo estaban pensadas para reforzar su imagen como héroe militar que, pese a venir de buena familia, estaba hermanado con las clases bajas, con las cuales «convivía» desde su infancia. Como en tantas otras ocasiones, esta imagen de hombre del pueblo, campechano y generoso no dejaba de ser una construcción propagandística bastante alejada de la realidad. Miguel María Luciano Francisco de Paula Ramón María del Rosario del Santísimo Sacramento Primo de Rivera y Orbaneja nació el 8 de enero de 1870 en el seno de una familia de la alta sociedad jerezana. Su madre, Inés de Orbaneja y Pérez de Grandallana (Jerez, 1839), era descendiente de terratenientes jerezanos y de grandes propietarios sevillanos.5 Su padre, Miguel Primo de Rivera y Sobremonte (Sevilla, 1827), venía de una familia de militares y alcanzó el grado de coronel del Estado Mayor tras combatir en la guerra de África de 1859. Su matrimonio con Inés de Orbaneja supuso un claro salto social para el militar sevillano, que pasó a formar parte de las muy selectas élites jerezanas. Fue en este ambiente de privilegio social en el que creció nuestro personaje. Sexto hermano de un total de once, Miguel se convirtió desde muy joven en el favorito de su madre. Miguelito, como era conocido en casa, estudió las primeras letras en el colegio San Luis Gonzaga y el Instituto de Jerez de la Frontera, donde compartió pupitre con los Domecq, los Pemartín, los Byass y otros niños de las grandes familias vinícolas de la zona.6 La infancia de Miguelito trascurrió entre los catorce criados de la familia, las diversas casas de campo, la equitación, «el descanso de la siesta, el interés por la tertulia y el afán por trasnochar».7
Sin embargo, la situación económica de la familia empeoró drásticamente al inicio de la década de 1880. Miguel Primo de Rivera y Sobremonte, que había dejado el Ejército para dedicarse a llevar las fincas de la familia, no gestionó bien sus propiedades e invirtió en una serie de negocios ruinosos. Ante la negativa de Inés Orbaneja a vender tierras, la familia tuvo que deshacerse de propiedades muebles, reducir el número de criados y mudarse a una casa más pequeña, en el número 6 de la calle Mesones de Jerez. A Miguelito nunca le gustó la casa pequeña. El futuro dictador vivió muy dolorido un descenso social de la familia que había provocado tantas lágrimas en su querida madre y preocupaciones en su padre.8 Es probable que el relativo desclasamiento de los Primo de Rivera contribuyera a la poca estima que nuestro personaje tenía por su padre, sobre todo si le hizo responsable de la mala gestión de la fortuna de la familia.
Fue precisamente en un intento por aliviar las cargas económicas de la familia que los Primo de Rivera y Orbaneja decidieron mandar a sus hijos Pepe y Miguelito a vivir con su tío José, comandante del cuerpo de Inválidos, a Madrid. Los dos hermanos llegaron a la capital en abril de 1882 y se matricularon en el Instituto Cardenal Cisneros para continuar sus estudios. Pero a los dos meses, tras presenciar los desfiles en honor a los reyes de Portugal en las calles de Madrid, Miguelito decidió dejar el bachillerato y declaró que quería ser militar. La decisión le supuso un disgusto serio a su padre, que quería que su hijo fuera ingeniero, pero el futuro dictador, fuertemente impactado por el ambiente militar familiar en el que vivía, se enfrentó a su padre y se mantuvo en sus trece. Su hermano Pepe, dos años mayor que él, decidió seguir los pasos de Miguelito, y ambos se pusieron a preparar el examen de ingreso para la Academia General Militar de Toledo.9 Las ganas de nuestro personaje por convertirse en militar no hicieron más que aumentar cuando volvió a Madrid su tío Fernando Primo de Rivera y Sobremote, tras tres años como capitán general de Filipinas. El primer marqués de Estella sería una figura clave en la vida de Miguel Primo de Rivera desde entonces. El futuro dictador veneró a su tío toda su existencia. En él encontró un modelo de éxito militar y social que no vio en su padre. Miguelito tuvo claro desde un principio quién era el hombre de acción y relevancia política a emular y cultivó su cariño de un modo consciente. Así, en su adolescencia, nuestro personaje eligió a Fernando Primo de Rivera como ‘padre sustituto’. La buena relación fue recíproca. El joven Miguel se convirtió en el ‘hijo sustituto’ de un marqués de Estella que tuvo la desgracia de perder a su único descendiente varón cuando este era joven.10 El veterano militar actuó como protector del sobrino hasta su muerte, en 1921. La carrera de Miguel no se entiende sin el apoyo y la tutela que el tío ejerció sobre él.
En el verano de 1884, Miguelito aprobó el examen de ingreso en la Academia General Militar quedando el número 70 de 191 admitidos. Su hermano Pepe suspendió. Y, en un acto muy significativo de la mentalidad de nuestro personaje, Miguel le pidió a su tío que usara su posición de poder en el Ejército para que su hermano Pepe pudiera entrar enchufado en la Academia Militar —algo a lo que parece que Fernando Primo de Rivera se negó—.11 Miguelito era solo un adolescente, pero ya entendía que las reglas no tenían que ser igual para todos. A finales de agosto de 1884, Miguel Primo de Rivera entró en la Academia General Militar de Toledo. Tenía catorce años y era un estudiante bastante mediocre. Las propias crónicas familiares hablan de un niño impulsivo que destacaba por su simpatía y sus travesuras, pero que «estudiaba poco».12 En la Academia General Militar, el joven cadete repitió el primer año.13 En los tres años siguientes destacó en hípica, pero tuvo serios problemas para aprobar las asignaturas de cálculo y dibujo técnico. Ante las dificultades académicas, el jerezano decidió pagar para que otros cadetes le hicieran los trabajos. Este fue el caso con Emilio Barrera Luyando, quien le hizo algunas tareas difíciles de dibujo técnico a cambio de dinero.14 Del intercambio monetario-intelectual surgió una amistad que duraría hasta el final de la vida de Primo. Barrera se convertiría en uno de los hombres fundamentales de Primo en Cataluña durante la Dictadura. José Sanjurjo y José Cavalcanti, futuros golpistas en 1923, y Armando Montilla de los Ríos, ulterior ayudante de Primo, también fueron compañeros de promoción y, posteriormente, de dictadura del jerezano.
El pagar a compañeros para que le solucionaran las limitaciones académicas es un comportamiento propio de alguien acostumbrado al privilegio y la trampa. Pero la mediocridad en los estudios de Miguelito tuvo otras connotaciones. Como Adolf Hitler y Francisco Franco — otros dictadores con notas mediocres o simplemente malas en su adolescencia—, Primo desarrolló un desprecio considerable por la gente que destacaba en el ámbito académico y, especialmente, por los intelectuales.15 Al fin y al cabo, señalaba su amigo y futuro ideólogo de la Unión Patriótica José María Pemán, la vida de Primo estuvo «marcada por un frenesí de patriotismo y la ausencia de libros».16 Este desprecio, que en ocasiones era un complejo de inferioridad trasmutado en miedo, estuvo en el fondo de muchas de las polémicas que tendría a lo largo de su vida con personajes como Miguel de Unamuno, Vicente Blasco Ibáñez y Francesc Cambó. Como muchos otros políticos de extrema derecha, Primo se encontraba incómodo entre intelectuales y grandes expertos técnicos, por lo que, como veremos a lo largo del libro, desarrolló un personaje público de su persona lleno de falsa modestia, que decía no ser muy inteligente y estar dispuesto a aprender de las mentes más preclaras.17 En el fondo, lo que Primo detestaba era que las soluciones que los intelectuales y los expertos técnicos daban a situaciones complejas chocaban con su visión vehemente y simplista de cómo solucionar diferentes problemas. Como dijo Salvador de Maradiaga, Primo tenía una mentalidad de «político de café», con actitudes antiintelectuales y grandes dosis de demagogia.18
El joven Miguel abandonó la Academia General Militar de Toledo en marzo de 1889 como alférez.19 Continuando con su línea de mediocridad en los estudios, acabó el número 78 de su promoción.20 A partir de entonces, y siempre protegido por su tío Fernando, que le fue asignando destinos a voluntad, Primo ascendió rápidamente en el arma de Infantería. Su primer destino fue el Batallón de Extremadura, convenientemente asentado en su Jerez de la Frontera natal. En 1891 es nombrado primer teniente por antigüedad y, al año siguiente, ayudante del capitán general de Madrid, Arsenio Martínez Campos. Dos años más tarde es enviado a África, donde obtiene la Cruz de Primera Clase de la Orden de San Fernando por méritos de guerra. En 1895 es ascendido a comandante y vuelve a trabajar a las órdenes de Martínez Campos, por entonces general en jefe del Ejército de operaciones en Cuba. La aventura colonial continúa y en 1897 marcha a Filipinas con su tío Fernando, quien dirigía al Ejército español en el Pacífico. Allí es ascendido a teniente coronel por méritos de guerra. En 1898 regresa a España, donde ocupa varios destinos en Sevilla, Barcelona, Madrid y Cádiz, y en 1908 es ascendido a coronel por antigüedad. En los años siguientes Primo alterna sus estancias en la Península con su trabajo en África donde acude a luchar contra los insurgentes rifeños en varias ocasiones. Su labor en Marruecos también tendrá réditos: en 1912 es ascendido a general de brigada, en 1914 a general de división, en 1915 es nombrado gobernador militar de Cádiz y en 1919 es ascendido a teniente general. En 1920, Primo es nombrado capitán general de la III Región (Valencia).21
Tras acabar la Academia General Militar, Primo volvió a casa con el Batallón de Extremadura y pasó en su ciudad natal un par de años bastante tranquilos, participando en las tertulias del Casino de Jerez y haciendo vida social con la aristocracia local. En su regimiento, enseñaba a leer a los reclutas y pasaba muchas horas jugando a las cartas con sus compañeros en el cuartel. En particular, a Primo le gustaba apostar al «monte».22 Fue entonces, muy probablemente, cuando desarrolló la afición al juego que le acompañaría toda su vida. Su ciudad natal pronto se le quedó pequeña al joven teniente, que veía Jerez como una localidad «donde nunca pasaba nada» y, en julio de 1891, volvió a Madrid, esta vez como parte del Batallón de Cazadores de Puerto Rico.23 En la capital de España, nuestro personaje disfrutó plenamente de los cafés, las salas de fiestas, los teatros y la vida en la alta sociedad madrileña, a la cual accedió gracias a su tío Fernando.24 Fue en Madrid también donde Primo descubrió su gusto por las mujeres. Según confesaba, si cuando estaba en la Academia General Militar de Toledo tenía más interés por los mazapanes que por las chicas, al llegar a Madrid «me espabilé» y «me desquité» en el capítulo de los noviazgos.25 Como vendría a recoger uno de sus hagiógrafos durante la Dictadura: «Se dice de él que ha sido un gran enamorado, que ha amado mucho, pero… también se dice que ha preferido el mariposeo a la constancia».26
A petición de su madre, Primo volvió a Jerez y se incorporó de nuevo al Regimiento de Infantería de Extremadura el 1 de febrero de 1893. Allí retomó los juegos de cartas, las tertulias en el Casino y la vida social con las élites locales. Pero la plácida vida del joven teniente se vio truncada en octubre de ese año cuando su regimiento fue movilizado para reforzar las posiciones españolas en África. En el verano de 1893, habían surgido serias tensiones a las afueras de Melilla al empeñarse los españoles en construir un fuerte en Sidi Guariach, un lugar sagrado para los musulmanes de la zona. Pese a las peticiones del sultán y otros mandatarios marroquíes, el Gobierno hispano se negó a corregir la ubicación del fuerte y comenzaron las hostilidades. Primo llegó a Melilla con su regimiento el 16 de octubre de 1893. El 27 de ese mes, entró en combate por primera vez custodiando el Fuerte de las Cabrerizas Altas. La defensa estaba dirigida por el general Juan García Margallo, gobernador militar de Melilla y bisabuelo del que sería ministro de Asuntos Exteriores con Mariano Rajoy, José Manuel García-Margallo. El general ordenó sacar dos cañones del fuerte para bombardear las posiciones enemigas. El día 28, los rebeldes mataron al general García Margallo en el exterior del fuerte, los soldados se retiraron a su interior y las piezas de artillería quedaron a expensas de los marroquíes. Los tenientes Miguel Primo de Rivera y Eloy Caracuel se presentaron voluntarios para recuperar los cañones. Lo que ocurrió a continuación lo recordaba Primo de este modo en 1930:
El teniente Primo de Rivera, ayudado por sus compañeros Caracuel y González Pascual, consigue que las tropas reaccionen y desafiando a la muerte y seguido de ocho soldados, sale a la explanada. Huyen los moros, y los cañones son rescatados. Las balas se asombran ante aquel rasgo audaz y respetan las vidas de los bravos. En cálidas frases canta la Prensa la valerosa gesta, que en España produce verdadero entusiasmo.27
No precisamente faltas de modestia, las palabras de Primo alabando sus propias hazañas en tercera persona tenían algo de razón. El episodio de la recuperación del cañón fue contado por la revista La Ilustración Española y Americana en términos muy elogiosos. La publicación, además de incluir una ilustración del jerezano, describía a Primo como «casi un niño, pues salió de la Academia General Militar el año 89».28 Y añadía:
Su biografía empieza ahora. Acaba de escribir el primer capítulo de ella y en verdad que no puede ser más hermoso. El número de felicitaciones que de todas partes recibió es grandísimo, siendo sin duda la más halagüeña de todas la que el día 30 le enviaron sus antiguos profesores de la Academia Militar. Su nombre es popular en España y pronunciado en todas partes con respeto y entusiasmo.29
El 14 de noviembre, el Batallón de Extremadura regresó a Jerez. A Primo sus paisanos le otorgaron un recibimiento grandioso. En la estación fue recibido por la banda municipal, la banda de música del Regimiento de Soria tocando la Marcha de Cádiz y decenas de personas que aclamaban al héroe de las Cabrerizas Altas. El diario local El Guadalete sacó una edición especial contando las hazañas del joven teniente y en la ciudad se tocó una serenata en honor de la familia Primo de Rivera, quien a su vez dio una fiesta en su casa para celebrar la vuelta de Miguel.30
Además de fama, a Primo la acción bélica de la recuperación del cañón le supuso un ascenso y una medalla. El 11 de enero de 1894, ascendió a capitán por méritos de guerra y se le concedió la «Cruz de 1.ª clase de la Orden de San Fernando también con antigüedad del 28 de octubre, en recompensa a su heroico comportamiento en las acciones sostenidas contra los moros el 27 y 28 del referido octubre».31 La promoción profesional, la medalla y la notoriedad adquirida alegraron enormemente al joven jerezano, quien vio en todo lo anterior un justo reconocimiento a su valor. Pero otros no lo percibieron igual y entendieron que los premios y los ascensos se debían a quienes eran sus familiares, más que a su valía. A los pocos meses de los acontecimientos del Fuerte de las Cabrerizas Altas comenzó a circular la historia de que Primo había asesinado al general García Margallo en un acto justiciero al enterarse de que este había vendido armas españolas a los rifeños.32 La historia en sí no era más que un bulo y fue creada para dañar la reputación de Primo, pero nos da buena cuenta de lo extendida que estaba la idea de la corrupción del Ejército español en África.33 En cualquier caso, cuando Primo rememoró el episodio de la muerte de García Margallo años más tarde, situó el fallecimiento del general el día 29 de octubre y no el 28, como cuentan las crónicas de la época. Es improbable que a Primo le fallara la memoria en algo tan básico como esto y es posible que intencionadamente colocara la muerte de García Margallo tras su recuperación del cañón, para así resaltar su heroísmo al prestarse voluntario estando aún vivo el general al mando.34 Pero lo que es seguro es que García Margallo murió por las balas rifeñas el 28 de octubre.
El 27 de noviembre, Fernando Primo de Rivera, marqués de Estella, fue nombrado comandante en jefe del Primer Cuerpo de Operaciones en África. El general reclamó a su sobrino como ayudante a sus órdenes, y tres días más tarde nuestro personaje llegaba a Melilla. Primo estuvo en África hasta enero de 1894, cuando regresó a Madrid para integrarse en el Batallón de Cazadores de Ciudad Rodrigo con el rango de capitán. A las pocas semanas de su llegada a la capital, falleció la esposa del marqués de Estella, una mujer que, según las crónicas de la familia de los Primo de Rivera, «no había tenido una vida de casada muy feliz debido a las innumerables infidelidades de su marido».35 Tras enviudar, Fernando le dijo a su sobrino que se fuera a vivir con él. Los lazos entre ambos se estrecharon aún más. En los siguientes meses, el joven capitán continuaría su «educación política» en la capital. De su tío y de su buen amigo Arsenio Martínez Campos, Primo aprendió cómo ejercitaban el poder los «generales políticos», aquellos militares que tenían influencia en los ministerios, en el Parlamento, en el Senado y en la Corte. De la mano de estas dos figuras claves de la política de la Restauración, el joven capitán conoció a destacados políticos, con y sin uniforme, el funcionamiento de las redes clientelares del sistema y los entresijos cortesanos.36
Fue también en este ambiente de salones y fiestas de la alta sociedad donde Primo desarrolló aún más su afición al juego. Algunos de sus publicistas cuentan que en esta época de capitán del Batallón Ciudad Rodrigo en Madrid, Primo ganó tres mil pesetas jugando a las cartas. A su regreso a casa esa noche, el jerezano se encontró con un mendigo y, tras interrogarle sobre su vida, para cerciorarse de que estaba en la calle por necesidad y no por vicio, decidió darle mil pesetas.37 La historia parece inventada para crear una imagen de hombre de gran corazón y preocupado por los pobres desde su juventud, algo muy fomentado por los propagandistas de la dictadura primorriverista. Con todo, es interesante lo que nos revela la anécdota de un joven capitán que a los veinticuatro años era capaz de jugarse a las cartas el sueldo de varios meses. Además, de ser verdad la historieta del mendigo, no deja de ser paradójico que Primo fuera haciendo exámenes de moralidad a los más pobres, mientras que él, a todas luces, estaba enganchado al juego.
Desde este marco de privilegio social y profesional, Miguel Primo de Rivera mostró cierta rebeldía frente al orden establecido. Así, en 1895, fue uno de los líderes de la denominada «Tenientada», con apenas veinticinco años de edad. La Tenientada comenzó el 13 de marzo de ese año, cuando un grupo de capitanes y tenientes de todas las armas asaltó la redacción del diario El Resumen, que había criticado en sus páginas a los oficiales que no se presentaban voluntarios para ir a luchar en Cuba. Al día siguiente, unos cuatrocientos oficiales asaltaron, de nuevo, la redacción de El Resumen y la de El Globo, que había criticado las acciones violentas de los oficiales y defendido la libertad de expresión.38 En El Resumen, los militares «penetraron en la escalera de la referida redacción, rompiendo los cristales de la cancela, dando voces de ¡Viva el ejército!», para posteriormente ir a la imprenta del periódico y romper «planas, muestras y otros enseres, causándole un destrozo de unas 8.000 pesetas».39 En la redacción de El Globo, los militares destrozaron «por completo todos los cristales, relojes, sillas, papeles y demás objetos que han encontrado a mano por su paso» y causaron heridas de sable a su director y varios trabajadores en brazos, manos y cabeza.40 La prensa española se mostró indignada ante el vandalismo castrense y pidió que los responsables fueran castigados por los mandos militares. El periódico El Día escribía en un tono moderado:
Los sucesos referidos merecen una protesta tan enérgica como lo es su misma gravedad, y creemos que el ejército es el primer interesado en que se depuren responsabilidades. Y como suponemos que las dignas autoridades militares no necesitan de ninguna excitación para cumplir su deber, nos limitamos a esperar de su rectitud el ejemplar castigo de un suceso propio sólo de países a que no ha llegado la civilización.41
La Tenientada fue un episodio clave de unas tensiones entre el poder civil y el militar en la España de la Restauración, que no harían más que incrementarse con el paso de los años. Los asaltantes no fueron sancionados y las agresiones quedaron impunes, pero el vandalismo castrense tuvo importantes repercusiones políticas. El presidente del Gobierno, Práxedes Mateo Sagasta, defendió la libertad de prensa y dimitió como protesta el día 22 de marzo. El general Martínez Campos intentó entonces modificar el Código Militar para que se beneficiara a los militares cuando se trataba de ataques e insultos al Ejército en la prensa. Antonio Cánovas se negó y el Tribunal Supremo avaló su decisión. A Primo la Tenientada le supuso un gran salto profesional. Martínez Campos valoró muy positivamente las acciones violentas del joven teniente y le propuso ser su ayudante permanente.42 Primo aprendió algo muy temprano del sistema de la Restauración: la insubordinación militar no era castigada y, además, daba buen rédito profesional.
A principios de abril de 1895, Primo llegó a Cuba como asistente personal de Arsenio Martínez Campos. En la Gran Antilla, pronto se volvió a distinguir en acciones bélicas y obtuvo la medalla de María Cristina a los pocos días de llegar a la isla.43 Durante los siguientes meses, Primo siguió combatiendo en el este de Cuba contra los insurgentes liderados por Antonio Maceo, lo cual le valió al jerezano varias menciones distinguidas en los partes de guerra.44 Es imposible saber hasta qué punto las menciones distinguidas fueron fruto de ser el ayudante del general jefe del Ejército de Cuba, y por lo tanto se daban casi por defecto, o un verdadero reconocimiento a los méritos bélicos del capitán jerezano. En cualquier caso, Primo volvió a la Península Ibérica en enero de 1896 y fue ascendido a comandante por méritos de guerra en marzo de 1896, en reconocimiento de sus actividades bélicas en el Caribe a finales del año anterior.45 Primo estuvo poco en España. En mayo de 1896, fue destinado de nuevo a Cuba como «ayudante de campo» de su tío Fernando, para entonces «general en Jefe del Primer Cuerpo del Ejército».46 En 1896 y el inicio de 1897, el comandante jerezano estuvo de campaña en las provincias de La Habana, Pinar del Río y Santa Clara. Primo tuvo que entender la difícil situación militar en la que se encontraba el Imperio español. En marzo de 1897, no obstante, Primo abandonó Cuba y se dirigió a la península ibérica. Fernando Primo de Rivera y Sobremonte había sido nombrado capitán general de Filipinas y había reclamado a su sobrino como «ayudante de campo».47
Miguel Primo de Rivera llegó a Manila el 30 de mayo de 1897. Su tío le recibió encantado, cediéndole una habitación en el Palacio de Malacañán, un impresionante edificio ubicado a la orilla del río Pásig. La capital filipina estaba en calma y el joven comandante tuvo algún tiempo para mezclarse con la alta sociedad de la colonia. Sin embargo, la sensación de tranquilidad en Manila era un tanto engañosa. Desde el levantamiento de Cavite en agosto de 1896, los independentistas controlaban varias zonas del archipiélago. Además, la situación había empeorado para los españoles después de que el general Camilo García de Polavieja mandara fusilar al líder tagalo José Rizal, en diciembre de ese mismo año.48 Como en Cuba, Miguel Primo de Rivera pronto se distinguió en el combate. Tras una serie de escaramuzas con los rebeldes se le concedió como «recompensa al comportamiento que observó en el combate sostenido en el Río Juray, el 14 de junio» de 1897 el cargo de teniente coronel.49 Como en la Gran Antilla, el joven oficial vivió de primera mano la lucha contra la insurgencia, la brutalidad de la guerra y las miserias de un ejército español diezmado por las enfermedades tropicales.
Pero en las guerras coloniales, Primo también aprendió el arte de la negociación. Tanto Martínez Campos como su tío Fernando intentaron llegar a acuerdos con los rebeldes cubanos y filipinos respectivamente, teniendo en ambos casos a nuestro personaje como mano derecha. Es más, en diciembre de 1897, Fernando Primo de Rivera encargó a su sobrino que llevara personalmente las negociaciones de paz con los independentistas filipinos. Según recoge la «Hoja de Servicios de Miguel Primo de Rivera», el «19 de Diciembre salió de Manila para el campamento rebelde de Biaknabatto a donde llegó sin escolta ni acompañamiento alguno el 21, logrando apresurar y afirmar los propósitos de presentación de las partidas».50 Tras unos días en el campamento rebelde, de donde Primo dice que salió «al grito de “Viva España”», el jerezano condujo a Emilio Aguinaldo y otros 39 cabecillas independentistas al puerto de Sual, de donde saldrían para su exilio en Hong Kong.51 Aguinaldo y sus hombres decidieron en Sual llevarse a Primo con ellos a Hong Kong como «garantía de sus personas».52 Parece que los filipinos no acababan de fiarse de los españoles. A su llegada a la colonia británica, Primo les hizo a los rebeldes el primer pago, cuatrocientos mil pesos de los ochocientos mil acordados, y le entregó una carta a Aguinaldo en la que se le prohibía volver a Filipinas.53
Primo regresó a Manila el 11 de enero de 1898. A los pocos días, comenzó a recorrer varios campamentos rebeldes, donde confiscó «más de mil armas blancas y doscientas treinta de fuego».54 El pacto de Biak-na-Bató recogía el cese de las actividades bélicas, la entrega de armas y la salida de los líderes independentistas del archipiélago a cambio de dinero y un indulto generalizado por el delito de rebelión. Según reconocería posteriormente Primo de Rivera, el éxito de las negociaciones le vino a despertar su vocación por la política.55 Otra cosa fue que el tratado apenas pudiera ponerse en práctica, ya que algunos de los dirigentes filipinos se negaron a firmarlo. Y cuando en febrero de 1898 el hundimiento del Maine reavivó el conflicto en Cuba, muchos de los líderes nacionalistas filipinos que habían firmado el acuerdo de Biak-na-Bató, incluido Aguinaldo, decidieron usar el dinero recibido de los españoles para comprar armas e iniciar una nueva revuelta. Junto al arte de la negociación, Primo acabaría aprendiendo lo que era la traición.
A corto plazo, tanto Miguel Primo de Rivera como su tío Fernando estuvieron encantados con el acuerdo alcanzado con los insurgentes. El capitán general de Filipinas propuso que su sobrino recibiera la «medalla de voluntarios movilizados» por sus «arriesgados, importantísimos y delicados servicios encaminados a la rendición de partidas y a conseguir la paz, que desempeñó con fortuna y acierto singulares».56 Primo consiguió la medalla. Además, el 24 de marzo, su tío le concedió otra condecoración, esta vez por su actuación en la campaña de Luzón. El jerezano continuó como ayudante del marqués de Estella «hasta el 12 de abril, cuando embarcó hacia la Península en el vapor León XIII», con su tío, quien había sido sustituido por Basilio Augustín Dávila como gobernador y capitán general del archipiélago.57 Durante el viaje, el joven teniente coronel fue condecorado una vez más. El 4 de mayo de 1898, Primo recibiría la medalla de «2.ª clase de María Cristina, en recompensa al éxito con que desempeñó la difícil e importante comunión de atraer a la legalidad a los principales cabecillas insurrectos de Filipinas».58 Para cuando los Primo de Rivera llegaron a Barcelona el 10 de mayo, la insurrección tagala se había extendido por todo el archipiélago y la flota española del Pacífico yacía en el fondo de la bahía de Cavite tras un desastroso enfrentamiento con los norteamericanos.
El Desastre del 98 tuvo un impacto especialmente duro en Miguel Primo de Rivera. La pérdida de las colonias vino a solaparse con la muerte de su padre, quien fallecería en agosto de 1898. Algunos hagiógrafos de nuestro personaje han comentado que al llegar a Jerez y ver a su madre envuelta en crespones negros por la pérdida de su marido, Primo señaló que su progenitora representaba «la viva imagen de España» atormentada tras las pérdidas de ese trágico año de 1898.59 Es difícil saber si realmente Primo dijo eso sobre su madre, pero, sea como fuere, está claro que la pérdida personal se mezcló con la pérdida nacional. Ese mismo mes de agosto, Primo escribía a su tío Fernando sobre su padre: «Dios al quitárnoslo, le quita a él la pena de ver desmembrarse a esta patria que tan de verdad quería».60 En cierto modo, el matrimonio de Miguel Primo de Rivera con la guipuzcoana Casilda Sáenz de Heredia en 1902 no hizo más que consolidar el dolor por la derrota. Casilda era miembro de una de las grandes familias azucareras hispanocubanas y su padre había sido el último alcalde español de La Habana.61 Primo, que había luchado tenazmente por mantener Cuba y Filipinas bajo soberanía española, acababa casándose con una mujer de una familia que se había visto obligada a regresar a la Península Ibérica víctima de la desintegración del Imperio.
El Desastre del 98 tuvo también un impacto duradero en Primo. El hecho de que el manifiesto del golpe de Estado del 13 de septiembre de 1923 mencionara «el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron en al año 98» como uno de los motivos para justificar su insurrección, nos da buena cuenta de que las heridas del Desastre no habían cicatrizado un cuarto de siglo más tarde.62 Es más, Primo compartió con muchos camaradas de armas la idea de que la pérdida del Imperio se debió a la incompetencia de los políticos liberales y el parlamentarismo. Desde esta óptica, lo que vino después del 98 no sería sino la aceleración del proceso de desintegración nacional que el Ejército se vio obligado a frenar en 1923. Dicho de otro modo, es una visión distorsionada de la pérdida del Imperio lo que encontramos en la base de las justificaciones ideológicas de la dictadura primorriverista.63
Fue precisamente «el dolor de la catástrofe colonial» lo que impulsó a Primo a iniciar su carrera como comentarista político, escribiendo una serie de artículos para El Liberal en 1898.64 Primo había publicado sus primeros artículos en El Guadalete de Jerez antes del Desastre, pero sería su nueva vocación política descubierta en Filipinas la que le llevaría a colaborar con La Correspondencia Militar, Revista Técnica de Infantería y Caballería y Memorial de Infantería en los años posteriores a 1898. A la altura de 1913, Primo se aventuró a fundar su propio periódico, La Nación. Diario Monárquico Independiente, con un grupo de amigos, a la vez que intentaba entrar en política.65 Como veremos posteriormente, La Nación duró en circulación escasamente un trimestre, pero en el periódico ya encontramos unas fuertes dosis de nacionalismo español, de corte católico, autoritario y proteccionista en lo económico, que vendrían a marcar la mentalidad primorriverista en los años venideros. El intento de Primo por entrar en política tampoco fue exitoso en un primer momento. Si bien trató de ganarse un escaño como diputado de los distritos de Torrijos y Écija, sin importarle mucho ser candidato del partido liberal o del conservador, lo cierto es que la iniciativa no prosperó y Primo acabó por regresar a África para continuar su ascenso profesional en el Ejército.66
Lo que se deduce de las intervenciones en prensa de Primo en estos años posteriores a 1898 es que el jerezano fue adquiriendo postulados nacionalistas de corte regeneracionistas y autoritarios.67 Como tantos otros oficiales del Ejército español, fue incapaz de digerir las críticas a los militares por las pérdidas de las colonias que venían de políticos civiles y periodistas varios. El desprecio por la libertad de expresión que ya había mostrado en 1894 con su participación en la Tenientada no hizo más que incrementarse tras su regreso a la Península. En este contexto, la idea del «cirujano de hierro» de Joaquín Costa, que en muchos aspectos acabaría creyendo que encarnaría él mismo en septiembre de 1923, y su vocabulario de corte pseudocientífico, fueron adquiriendo una importancia muy significativa en nuestro personaje.68 Las ideas costistas se entrelazaron sin mucha elaboración doctrinal con postulados de un nuevo nacionalismo militar autoritario que buscó transformar el Estado nación, combinando ideas modernizadoras con premisas conservadoras. Así, algunos oficiales plantearon que España necesitaba una economía poderosa, una sociedad regimentada y un ejército moderno, listo para afrontar nuevas expansiones imperialistas que resolverían la crisis poscolonial. Para lograr estos objetivos, estos oficiales exigieron profundas reformas en el país, tales como un aumento de la industria armamentística, un mejor sistema educativo y una Administración pública honesta.69 Según estos regeneracionistas castrenses, estas transformaciones no podían llevarse a cabo bajo el ineficiente sistema bipartidista de la Restauración. En su lugar, reclamaron un Gobierno fuerte presidido por un general y no subordinado al control parlamentario.70
No todo fueron disquisiciones políticas en la prensa y en los casinos para Primo después de 1898. Tras un corto período destinado a Sevilla, donde presidió el Casino Militar, el jerezano volvió a Madrid en noviembre de 1900.71 En la capital, y en situación de excedencia, Primo retomó su vida en la alta sociedad madrileña con «extraordinarios» «éxitos con las mujeres» y frecuentes visitas a «los salones de la Duquesa de Denia, la marquesa de la Laguna, de la Pardo Bazán y de Pilar León».72 En este ambiente de salones y teatros, conoció a Casilda Sáenz de Heredia. Primo, que por entonces tenía treinta y un años, quedó fascinado con la joven y rica aristócrata de veintiuno. Según cuentan sus biógrafos amigos, el jerezano comenzó a perseguirla por Madrid y a escribirle cartas de un modo un tanto insistente.73 Pronto oficializaron el noviazgo y, en noviembre de 1901, Primo le solicitó a su tío Fernando que les pidiera permiso a sus amigos los Sáenz de Heredia para casarse con Casilda lo antes posible. Miguel había sido destinado a Barcelona para dirigir el Batallón de Cazadores Alba de Tormes y no estaba dispuesto a que nadie, ni nada, se interpusiera entre Casilda y él durante su ausencia.74 La boda fue fijada para el 16 de julio de 1902. El hecho de que Primo acudiera a su tío para solicitar ayuda con respecto a su novia nos muestra un caso de profunda dependencia emocional del joven coronel con respecto al veterano general, pero también que el jerezano había aprendido a qué puertas tenía que llamar en el complejo sistema clientelar de la Restauración para conseguir lo que quería.
En la Ciudad Condal, Primo vivió su primera experiencia reprimiendo obreros. Si en Cuba y en Filipinas el adversario había sido la insurgencia independentista, en España el jerezano combatió contra otro enemigo «interno» de la nación: el obrerismo. Como es bien sabido, el sistema de la Restauración utilizó de un modo constante al Ejército para reprimir al movimiento obrero.75 Tras la pérdida de las colonias, además, los propios oficiales del Ejército empezaron a ver su papel social, cada vez más, como garantes fundamentales del orden interno de la nación.76 En este marco se dio en Barcelona la huelga de febrero de 1902, liderada por sindicatos anarquistas que reclamaban una jornada laboral de nueve horas al día. Las protestas comenzaron el día 14 en metalurgia, carreteros y panaderos. Tres días más tarde, el paro se había extendido a todos los sectores industriales convirtiéndose en una huelga general. Completamente superadas las fuerzas policiales y la Guardia Civil, el gobernador civil, con el apoyo del Gobierno Sagasta, declaró el estado de guerra, se suspendieron las garantías constitucionales y se cedió la responsabilidad del orden público al capitán general de Cataluña.77 El capitán general sacó a la calle al Ejército. El teniente coronel Miguel Primo de Rivera salió liderando el Batallón de Cazadores Alba de Tormes por el centro de Barcelona. Entre el 17 y el 25 de febrero, el jerezano contribuyó «a mantener el orden alterado con motivos de las huelgas» y fue felicitado por ello en su hoja de servicios.78 La tarea no debió ser fácil. El día que Primo fue movilizado por primera vez con su batallón, los enfrentamientos dejaron doce muertos y decenas de heridos.
Durante una semana, unos cien mil obreros abandonaron sus puestos de trabajo y paralizaron, mediante piquetes, la actividad industrial y comercial y el transporte urbano. La movilización causó una honda impresión en la ciudadanía y un profundo miedo en la patronal.79 Los enfrentamientos fueron especialmente duros en los barrios obreros de Poblenou y Poble-sec, pero por el centro, donde patrulló Primo con sus soldados, la violencia fue mucho menor. Con todo, la huelga general mostró una capacidad movilizadora sin precedentes de los obreros catalanes. La reacción del capitán general y los empresarios fue sacar al Sometent a la calle para reprimir a los huelguistas. Se trataba de algo claramente ilegal, pues la milicia catalana era un cuerpo rural que tenía expresamente prohibido entrar en las ciudades.80 Tras una semana de enfrentamientos, los militares y la milicia acabaron con la resistencia obrera. Primo debió quedar gratamente impresionado con el uso del Sometent en la huelga de 1902, ya que unos años más tarde iba a pedir públicamente que se extendiera la milicia catalana a toda España para luchar contra el movimiento obrero. Y, no por casualidad, la implantación de un Somatén Nacional sería una de las primeras medidas que tomaría el jerezano al llegar al poder en septiembre de 1923.
El 1 de junio de 1902, el teniente coronel Primo de Rivera «solicitó la fe de soltería, que le fue expedida en igual fecha», y en julio viajó a Madrid para contraer matrimonio con Casilda Sáenz de Heredia.81 Según una lógica un tanto perversa y profundamente machista de los hagiógrafos de Primo, el jerezano se casó con la joven guipuzcoana «penetrado de ese fino y suave amor de los hombres que, por haber conocido a muchas mujeres, saben muy bien apreciar las calidades espirituales de la elegida para el camino perpetuo».82 La ceremonia tuvo lugar el miércoles 16 de julio en un oratorio de un pequeño hotelito del paseo de la Castellana. Los padrinos fueron el padre de la novia y la madre del novio. Fernando Primo de Rivera fue uno de los testigos. La comida tuvo lugar en el Lhardy, un famoso restaurante que con el tiempo se convertiría en uno de los favoritos de Primo en Madrid y en lugar habitual de reuniones informales de los Gobiernos primorriveristas durante la Dictadura. Esa misma noche, los recién casados partieron para Barcelona camino de París, donde pasarían su luna de miel.83
Tras el viaje de novios, el matrimonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia se afincó en Barcelona, donde Miguel seguía destinado. Casilda quedó pronto embarazada y Primo pidió el traslado a Madrid. El 16 de marzo de 1903, se le «concedió la situación de reemplazo voluntario» y el matrimonio se mudó a la capital de España. Después de poco más de un mes, el 24 de abril, nacía el primer hijo de la pareja: José Antonio. Casilda quedó muy delicada de salud y estuvo convaleciente en una de las casas de su familia en Alfaro durante cuatro meses. Pese a las dificultades de salud tras el nacimiento del primogénito y las recomendaciones médicas de no tener más hijos, Casilda dio a luz un nuevo varón, Miguel, en julio de 1904. Al siguiente verano nació Carmen. En noviembre de 1907, Casilda dio a luz a las gemelas Pilar y Ángela. El 9 de junio de 1908, Casilda fallecía de sobreparto tras el nacimiento de su hijo Fernando. Tenía veintiocho años.
En sus seis años de matrimonio con Casilda, Miguel no apareció mucho por casa. Mientras estuvo destinado en Madrid, tanto en su situación de reemplazo voluntario como posteriormente en el Ministerio de la Guerra y en el Estado Mayor Central, entre 1903 y 1906, Primo compaginó su trabajo como oficial del Ejército con los negocios privados. Con su amigo y capitán de Ingenieros Eduardo Gallego Ramos, el jerezano creó una sociedad para producir material de ingeniería para la construcción y «casas higiénicas» para obreros, pero los negocios no fueron bien y apenas les dio para cubrir gastos.84 En estos años, Primo siguió viviendo de facto con su tío, mientras que Casilda y sus hijos vivían con los padres de ella. En 1906, Primo fue destinado al Batallón de Cazadores de Talavera en Algeciras. Miguel trasladó inicialmente a su familia en Jerez y él se quedó a vivir en Algeciras. En los siguientes meses, Casilda y sus cada vez más numerosos vástagos vivirían entre Jerez y Algeciras. No por casualidad, sus hijos recordarán a Primo posteriormente como un padre «ausente» al que apenas veían.85 Según cuenta alguna biógrafa de Primo, Casilda, además, sufrió ataques de celos, debido al continuo flirteo de su marido con otras damas de la alta sociedad madrileña. A los ojos de la joven guipuzcoana, «cuando entraba Miguel en un salón, giraban en derredor suyo todas las conversaciones y las mujeres se sentían muy atraídas por él, que a su vez tenía una palabra de agrado y simpatía para cada una».86
A Primo le preocupaban más otro tipo de lealtades. El 8 de marzo de 1906, mientras se discutía la polémica Ley de Jurisdicciones, el diputado republicano Rodrigo Soriano Barroeta-Aldamar criticó en el Congreso a los generales que habían hecho la guerra de ultramar en 1898. El senador Fernando Primo de Rivera calificó entonces a los diputados que acusaban a los generales de enriquecerse en las luchas coloniales de «cobardes». Soriano se dio, correctamente, por aludido y escribió al marqués de Estella una carta en la que le preguntaba si se refería a él. El general no respondió. Fernando Primo de Rivera tenía setenta y cuatro años y no estaba para batirse en duelo con nadie, pero su sobrino parece que sí fue a exigirle al diputado que no se dirigiera más a su tío. A los pocos días, Soriano mandó otra carta en la que preguntaba de nuevo. Esta vez la reacción de Miguel fue violenta. El 12 de marzo, el teniente coronel Primo de Rivera fue al Congreso y le propinó a Soriano un puñetazo en la nariz. Tras la agresión, se vivieron momentos tensos, pues algunos diputados quisieron pegar a Primo, quien fue detenido en el mismo Congreso de los Diputados.87 Su tío y otros oficiales del Ejército fueron al despacho del Congreso donde se encontraba retenido el agresor a darle muestras de apoyo. José Canalejas, presidente del Congreso, le recriminó sus actos. Primo «hizo protestas de respeto al Parlamento y de acatamiento a su autoridad».88 Canalejas llamó a un juez, que puso a Miguel a disposición de su capitán general. Se le decretó un día de arresto domiciliario. La mayoría de los periódicos condenaron, como por otro lado era normal, las acciones de nuestro personaje. Pero La Correspondencia Militar quiso dar otra visión:
En cuanto a que el acto del teniente coronel haya merecido una censura general, también hay error. Muchos son los que se regocijan, y a los más les tiene completamente sin cuidado que se atente a la inmunidad de las narices parlamentarias, sobre todo en actos que no son del servicio o con ocasión de él.89
La cosa no acabó ahí. El 15 de marzo, Rodrigo Soriano y Miguel Primo de Rivera se batieron en duelo a espada francesa en el jardín de la finca del maestro de armas León Broutin. Gonzalo Queipo de Llano, uno de los futuros líderes de la rebelión militar de 1936, fue uno de los testigos de Primo. Al principio del combate, Soriano hirió a su oponente en la mejilla derecha. En el segundo asalto, Soriano tocó ligeramente a Primo en un pezón. En el tercer asalto, el teniente coronel alcanzó al diputado en el pulgar de la mano derecha y los jueces dictaminaron que la herida era lo suficientemente consistente para terminar el duelo.90 Los adversarios se reconciliaron formalmente sobre el terreno y posteriormente mintieron al juez declarando que no se habían batido.91 Los duelos estaban prohibidos en España, aunque se celebraban con cierta frecuencia, así que Primo dijo en el juzgado que «no había tenido ninguna cuestión de honor».92 Y agregó «que por sport había estado tirando a las armas con varios amigos y que en uno de los asaltos tuvo la desgracia de ocasionarse las ligeras lesiones que padece».93 Los combatientes hicieron gala de una buena dosis de cinismo, porque el duelo fue ampliamente comentado en la prensa. De hecho, cuando el juez preguntó por la cobertura del duelo en sus periódicos a los directores de La Época y el Heraldo de Madrid, estos contestaron «que las noticias publicadas las habían recogido los redactores en los Círculos y en la calle, sin que pudieran afirmar su veracidad».94 Todos parecían participar alegremente de la farsa y esta no tenía consecuencias. Al futuro dictador todo el affaire le costó un día de retraso en la concesión de la Cruz de San Hermenegildo. Como con la Tenientada de 1894, Primo se encontró defendiendo el honor del Ejército contra los civiles de un modo violento en 1906. Como había sido el caso doce años atrás, sus acciones no solo no le pasaron ninguna factura, sino que la indisciplina y la violencia contra el poder civil acabó siendo recompensada. En cualquier caso, Primo nunca perdonó las ofensas de Soriano a su tío y a los militares. En 1924, ya dictador, mandó deportar a Soriano a Fuerteventura, junto a Miguel de Unamuno, por una conferencia que dio el republicano en el Ateneo de Madrid.
La muerte de Casilda Sáenz de Heredia en junio de 1908 no vino a reforzar el vínculo de Primo con sus hijos, pero, de un modo significativo, sí el del jerezano con su tío Fernando. Tras el fallecimiento de su esposa, el entonces teniente coronel dejó a sus seis vástagos en Jerez a cargo de su hermana María Jesús, familiarmente conocida como Tía Ma, y se trasladó a Madrid. A los tres meses de quedarse viudo, en septiembre de 1908, fue nombrado ayudante de campo del entonces ministro de la Guerra, Fernando Primo de Rivera y Sobremonte.95 Ante la muerte de la esposa, Primo acudió al refugio de su ‘padre sustituto’. En noviembre de ese año, el jerezano fue ascendido a coronel por antigüedad.96 Un mes antes, la familia se había mudado a Madrid. Junto a sus hijos, Primo se trajo de Jerez a su madre, Inés Orbaneja, a su hermano Sebastián y a sus hermanas María Jesús e Inés, que hicieron las veces de madre —y en muchos casos de padre— de los vástagos del futuro dictador. Muy pronto Primo retomó su vida nómada alejada de los suyos. En abril de 1909, fue destinado a la zona de reclutamiento y reserva de Burgos.97 En esta ciudad estuvo poco tiempo porque, el 14 de junio, «a propuesta del Jefe del Estado Mayor Central del Ejército se le confirió una comisión de servicio por dos meses, con objeto de realizar estudios de organización militar en las naciones de Francia, Suiza e Italia».98 El coronel Primo de Rivera salió para París el 1 de julio. En la capital francesa el jerezano frecuentó mujeres, bares y casas de juego. Parece que en «Francia volvió a disfrutar de la vida desde que se quedó viudo […] e hizo muchas excursiones, salía a menudo a espectáculos, cenas, bailes».99 En la capital gala también retornó el Primo mujeriego, si es que alguna vez se había ido. Según su bisnieta, «un hombre joven, de treinta y nueve años, fuerte; mundano, simpático militar de brillante carrera, no pasaba inadvertido a la mirada de las jóvenes francesas».100
Primo no llegó a estar en París ni un mes, porque al enterarse de la masacre del Barranco del Lobo el 27 de julio de 1909, pidió inmediatamente ser trasladado a Melilla. En efecto, en el Protectorado había estallado un nuevo conflicto bélico, más de ciento cincuenta españoles habían sido abatidos por los rifeños a las afueras de Melilla, y en Barcelona una protesta de reclutas que no querían embarcar para África acabó desencadenando una revuelta popular de amplio calado social que conmocionó al país. Sin detenerse en Madrid para ver a sus hijos, el 1 de agosto Primo llegó a Melilla. El 2 estaba al mando de una columna que salió de la ciudad para proteger el blocao de Velarde. A esta le siguieron decenas de acciones y, como era costumbre, alguna medalla —como la de segunda clase de María Cristina, concedida por su valor en el Pico de Barbel en septiembre de 1909—.101 Primo no volvería a la Península hasta casi un año más tarde.
Pese a las continuadas separaciones de Primo de sus hijos, estos no parecen haberle guardado rencor al padre ausente. José Antonio se quejaría algunos años más tarde de los continuados cambios de domicilio, pero guardó desde niño una gran admiración por su padre.102 El futuro fundador de Falange vio a su progenitor como una persona excepcional, un buen patriota y un hombre de honor cuyo legado había de ser protegido a toda costa. De natural extrovertido, Miguel Primo fue un padre cariñoso pero severo, que hacía que sus hijos le llamaran «padre» y le trataran de usted.103 Además, nuestro personaje se preciaba de castigar a sus hijos con «arrestos» en sus habitaciones durante días.104 Primo hizo un esfuerzo por inculcar a sus hijos valores patrióticos y castrenses. Cuando vivían en Madrid y coincidían con su padre, este los llevaba a presenciar el relevo de la guardia real en el Palacio de Oriente y les hacía cuadrarse ante la bandera.105 Además, Primo inculcó a sus hijos valores católicos, si bien fueron primero Casilda y luego las tías Ma e Inés quienes más se ocuparon de esta labor de adoctrinamiento religioso. Por otro lado, el intento de su hija Pilar por lavar la imagen de su progenitor le llevó directamente a mentir en alguna ocasión, como cuando escribió en su autobiografía que su padre «no bebió en su vida ni una gota de alcohol, ni siquiera vino en las comidas».106
La memoria de Primo que guardaron y transmitieron sus hijos nos dice mucho de un proceso de idealización de la figura paterna, pero nos cuenta poco de la vida privada del militar jerezano. El juego y las mujeres fueron dos aficiones a las que Primo dedicó mucho tiempo, energías y dinero —y que brillan por su ausencia en las memorias de sus hijos—. Como hemos visto, Primo ya organizaba timbas en el cuartel en su etapa de teniente a los veinte años. Con el tiempo su afición se convirtió en un vicio. Su amigo y compañero de apuestas Jacinto Capella lo dejaba claro: «el único vicio que dominó al Dictador fue el juego […]. No podía reprimirse».107 El jerezano era un habitual de las salas de juego madrileñas más famosas, en particular la Parisiana y el Rosales, y una noche llegó a perder «seis mil duros».108 En el Casino de San Sebastián, Primo también «perdió al juego una cantidad muy grande» en dos noches, según cuenta su biógrafa y amiga de la familia Ana de Sagrera.109 Las inmensas cantidades perdidas, la frecuencia con la que acudía a los casinos y la incapacidad de controlarse nos dan una descripción de alguien que sufría una ludopatía, más que de un aficionado al juego que apostaba de un modo extemporáneo.
Su gusto por las mujeres también fue recogido por sus hagiógrafos. Ana de Sagrera, culpando a las féminas de la vida de mujeriego del jerezano, escribió que Primo «por las noches jugaba hasta muy tarde y las mujeres, que siempre fueron su debilidad, le encontraban fácilmente».110 «Ha sido muy amador. En sus amores los hubo altos y plebeyos. De los primeros poco ha transcendido —es muy reservado en esta materia […]. Más democrático, tuvo un nuevo amor, ya de viudo, con una mujer muy chula y muy madrileña, que lució su gracia y su garbo como camarera en una afamada cervecería», comentaba con orgullo el periodista de ABC Andrés Révész.111 En otros casos, el retrato de Primo no era tan afectuoso, en particular si provenía de una mujer. Así, la aristócrata barcelonesa Dolores de Cárcer y de Ros, abuela de José Luis de Vilallonga, recordaba con cierta amargura:
Cuando Miguel Primo de Rivera era capitán general de Cataluña […] me enamoré de él. Como era un hombre amable quiso complacerme fingiendo que él también se había enamorado de mí. Pero la verdad es que, sobre todo cuando estaba bebido, solo le gustaban las mujeres de baja estofa, que por lo general parece que son más divertidas que nosotras.112
Más allá de la intensidad de las aficiones y las adicciones de Primo, lo significativo de estas fue que eran popularmente conocidas. Juego, mujeres y alcohol acompañaron la imagen pública que se fue construyendo de nuestro personaje. Una copla popular, cantada ya durante la Dictadura, decía «Naipes, mujeres y botella/ son el blasón/ del marqués de Estella».113 Sobre esta imagen popular de bebedor, mujeriego y jugador, se haría difícil posteriormente construir un retrato convincente de Primo como el salvador de la patria que venía a regenerar la nación con estrictos principios morales de corte católico.
La fama de llevar una vida disipada se construyó mientras se iba reforzando la imagen de Primo como héroe de guerra. Como hemos visto, el jerezano había saltado a las páginas de los periódicos en 1893 con la recuperación del cañón que había quedado fuera del fuerte de las Cabrerizas Altas, cerca de Melilla. Posteriormente, las acciones militares en Cuba y Filipinas le habían valido a nuestro personaje toda una retahíla de medallas y ascensos. En 1906, la prensa también había recogido su agresión al diputado Soriano y el posterior duelo a espada entre ambos. Entre 1909 y 1913, Primo pasó largas temporadas luchando en África, donde sus hazañas bélicas volvieron a ser relatadas por la prensa. El 10 de diciembre de 1909, por ejemplo, tomó y ocupó el famoso monte Gurugú al mando de una columna con tres batallones, una sección de artillería y otra de caballería, lo que le valió la Cruz de tercera clase del Mérito Militar con distintivo rojo.114 El 20 de septiembre de 1911, Primo, con su regimiento, tuvo uno de sus episodios bélicos más sonados cuando desalojó a los rifeños del monte Taurirt, «lo que se consiguió tras un combate de ocho horas, habiendo tenido en la ocupación un oficial muerto y varios heridos, cinco muertos de tropa y veinticuatro heridos».115 El 7 de octubre de ese mismo año, en una operación en la orilla izquierda del río Kert, la columna de Primo fue atacada por tropas rifeñas. Varios soldados españoles murieron de inmediato ante una auténtica lluvia de balas enemigas. El coronel Primo de Rivera fue herido de bala en un pie, y su caballo, muerto por los disparos. Para más inri, al caer del equino, el jerezano se rompió el brazo por varias partes. Con ayuda de los ascaris de la policía indígena, Primo fue rescatado y trasladado al campamento de Imarufen, luego al de Ishafen, para llegar finalmente al Hospital del Buen Acuerdo en Melilla el día 9 de octubre.116 Allí estuvo ingresado hasta que el día 2 de noviembre embarcó para la Península.117
Y con los éxitos militares y las heridas de guerra llegaron los ascensos. En 18 de diciembre de 1911, el jerezano fue ascendido a «general de brigada por su brillante comportamiento y acertada dirección en el combate de 20 de septiembre en las lomas de Taurirt y muy especialmente al distinguido mérito que contrajo al frente de su Regimiento el día 7 de octubre tomando las posiciones de Infratuata en cuyo combate resultó herido».118 Primo fue el primer oficial de su promoción en llegar a general, demostrando que los méritos de guerra y los contactos familiares valían más que las capacidades intelectuales en el Ejército de la Restauración. En julio de 1914, Primo fue ascendido a general de división por méritos de guerra.
Nuestro personaje demostró también en África una gran capacidad a la hora de hacer amigos influyentes. En 1909 y en 1913, estuvo a las órdenes del general Aguilera, quien en 1921 pediría que nombraran a Primo capitán general de la I Región; en 1910, el regimiento primorriverista estuvo integrado en un batallón liderado por el general Diego Muñoz Cobo, hombre fundamental en el golpe de Estado de 1923.119 Además, en esos años africanos, el jerezano retomó su amistad con sus compañeros de la Academia de Toledo, José Sanjurjo y José Cavalcanti, conspiradores en 1923, y con Severiano Martínez Anido, mano derecha de Primo durante toda la Dictadura.120 Es más, en esa época, Primo empezó a fantasear con la idea de ejercer la jefatura del Estado y a diseñar gabinetes fantasmas. Según escribió Eduardo Aunós, quien fue posteriormente su ministro de Trabajo, «íntimos amigos» y «compañeros de armas», habían comentado que «ya durante su estancia en África» Primo «se imaginaba ser Jefe de un Gobierno y llenaba cuartillas atribuyendo a diferentes personas los Ministerios».121 «La ilusión de gobernar —continuaba Aunós— le acompañó desde los albores mismos de su juventud.»122 Si Francisco Franco en una conocida entrevista durante la Guerra Civil Española declaró que «sin África yo apenas puedo explicarme a mí mismo», Marruecos fue también determinante para Primo de Rivera.123 La experiencia del jerezano en África no solo le supuso un rápido ascenso a general de división, sino que le facilitó la posibilidad de crear redes con una serie de oficiales con futuras veleidades golpistas y despertó en su persona la ambición de alcanzar el máximo poder político.
El intento de Primo de canalizar su interés por la política pasó por dotarse de un órgano de prensa. A finales de 1912, escribió a su muy extensa red de amistades para pedirles dinero y que le buscaran subscriptores. A un amigo donostiarra le explicaba así los motivos patrióticos de la creación de un periódico que estaba destinado a desarrollar una «misión educadora»:124
Como verás, amigo Javier, la labor es ardua, pero me acompañarán nombres de prestigio y sanos. Yo he creído que no podemos dejar a España derrumbarse, que tenemos el deber de entregarla fortalecida a nuestros hijos y a eso voy por este camino; ya que no estoy en otra guerra, estaré en esta.125
La Nación. Diario Monárquico Independiente salió a la calle por primera vez el 15 de febrero de 1913. Se trataba de una publicación de corte conservador y promotora de un profundo nacionalismo español. Desde un principio, artículos y editoriales utilizaron un vocabulario y un argumentario regeneracionista que hacía hincapié en la falta de sentimiento nacional de los españoles y las actividades antipatrióticas de las élites políticas y mediáticas: «Cuando se deja a un pueblo a merced de minorías de imbéciles y de salteadores, de charlatanes que tasan su palabra y de periodistas que han hipotecado su silencio, es porque se ignora hasta el nombre de la patria. Es porque España ha degenerado en una mera concreción geográfica sin ideales», se decía dramáticamente en un artículo titulado «Del sentir patriótico».126 El uso del discurso regeneracionista tenía un claro objetivo movilizador. En un editorial llamado «Espíritu de combate», probablemente escrito por Primo, se hablaba de la necesidad de movilizar a la «inmensa mayoría religiosa, monárquica, patriótica», para hacer frente a las fuerzas «disolventes», los anarquistas y los republicanos radicales de Alejandro Lerroux.127 El artículo terminaba llamando a la movilización:
[…] esta ha de ser una de las mayores atenciones de LA NACIÓN: aconsejar a sus amigos, a sus lectores, que no se limiten a leer, a oír y comentar, sino que intervengan en la vida pública. Que combatan por lo que aman, único modo de mostrar que el amor es sincero, único modo de ir al porvenir sobre la base insustituible de la conservación de lo presente.128
Este editorial es, además, particularmente interesante porque incluye un reconocimiento expreso de la necesidad de copiar la tenacidad y los métodos propagandísticos de un enemigo político como era Alejandro Lerroux. Así, el artículo recogía la siguiente reflexión:
Todo conquistador, como todo propagandista, logra poca eficacia si no aparece como obsesionado, continuamente obsesionado, por sus ideales. Todo caudillo debe definirse diariamente; todos sus seguidores deben constantemente definir, traducir, explicar la doctrina, la personalidad, el carácter, la personalidad completa del caudillo. ¿A qué debe principalmente, casi únicamente, su posición política y su fuerza Alejandro Lerroux? A la tenacidad y la constancia. Si cuando logró su primer acta se hubiera limitado a hablar en el Congreso, Lerroux no sería nada, pero propagó, trabajó, predicó, fundó —todas tristes cosas disolventes—, no se apartó un momento de sus huestes, convivió con ellas, y ahí está. ¿Qué acción igual se ha opuesto a la suya?129
Que, a la altura de 1913, el periódico de Primo dijera de un modo tan claro que había que seguir la estela propagandística del inventor del populismo anticlerical en España es muy significativo.130 Primo, que durante su dictadura iba a desarrollar un populismo ultraderechista desde el poder, estaba aprendiendo tácticas de caudillismo de sus adversarios políticos diez años antes de su golpe de Estado.
La Nación también defendió el fomento de sentimientos patrióticos de los españoles en el día a día. En uno de sus primeros números se incluía un artículo titulado «Españoles ¡Sed patriotas! ¡Sed proteccionistas!», en el que se pedía a los señores y, en particular, a las señoras, que buscasen «los productos de la industria española. Aun transigiendo un poquito en la calidad, que la demanda los perfeccionará».131 La llamada al consumo de producto nacional venía acompañada de una reflexión interesante sobre la cotidianeidad del patriotismo y sus connotaciones religiosas: «No olvidar que el patriotismo se practica en todos los actos de la vida, y que quien sirve a la Patria sirve a Dios».132 Y el artículo terminaba:
No llevamos la exageración a pedir que nada extranjero se venda entre nosotros, que tantas cosas dejamos de producir aún, pero con protección de los gobiernos para que se vayan fabricando y patriotismo de los ciudadanos para adquirirlas, haremos todos más por España que saludando a la bandera, símbolo sagrado de una idea que, si no es dueña y directora de toda conducta, sería un romanticismo sin eficacia.133
El artículo mostraba que su autor entendía perfectamente que el patriotismo hay que practicarlo a diario para que sea efectivo —algo que, por otro lado, a los estudiosos del nacionalismo nos costó bastantes años teorizar—. El escrito demuestra claramente que se sabía de la importancia de activar los sentimientos nacionales con las actividades del día a día. Además, el artículo anticipó, en cierto modo, las políticas económicas autárquicas de corte nacionalista que impondrá Primo durante su dictadura, así como las campañas de consumo de productos españoles que se lanzarían durante su régimen, algunas de ellas específicamente dirigidas a mujeres.134
En las páginas de La Nación también encontramos un anticipo de las ideas «abandonistas» con respecto a las posesiones españolas en Marruecos, que tantos quebraderos de cabeza le iban a dar a Primo pocos años después. En dos artículos sin firma, pero claramente escritos con el estilo periodístico de Primo, se argumentaba que la colonización de Marruecos era un desastre económico, que Ceuta y Melilla, a diferencia de Cuba, no eran tierras ricas, ni podían acoger a muchos colonos. Tampoco las minas de explotación española iban a dar muchos dividendos, se advertía. En definitiva, los ciento cincuenta millones que se gastaban al año en mantener los territorios españoles en África «significan una ruina cierta».135 En los argumentos esgrimidos contra la presencia española en Marruecos, también estaban los racistas: «Porque hablando para dentro de casa, ¿en verdad nos importa algo, ni nos corresponde como misión histórica el desasnar y humanizar a esas bestias feroces que pueblan el Rif?».136 El segundo de los artículos terminaba con unas palabras que pedían invertir en España lo que se estaba malgastando en África:
¿Puede España, conviene a España, soportará España, tolerará España, veinte años de preparación para su completo dominio en África, en que amén de las guerras e incidentes y dificultades diplomáticas, se gasten en aquellos territorios TRES MIL MILLONES de pesetas, sin remuneración presente ni futura, compartiendo, comprometiendo la Hacienda y el crédito y abandonando tantas atenciones y problemas que claman en el propio solar por el auxilio del presupuesto para desenvolverse?
No contestamos, pero pidamos a Dios acierto para las determinaciones de los hombres.137
La vida de La Nación. Diario Monárquico Independiente fue breve. No llegó a los tres meses y el último mes y medio salió en formato de revista quincenal. Sin embargo, en la empresa periodística primorriverista encontramos ya algunos elementos que vendrían a ser tremendamente relevantes durante la Dictadura. Por un lado, el interés de Primo por el periodismo y el poder de la palabra escrita como medio de adoctrinamiento político se vería en un futuro reflejado con la creación de una prensa de la Dictadura (no por casualidad el periódico oficial del régimen primorriverista se llamó La Nación) y numerosas «notas oficiosas» escritas por el dictador, que eran de inserción obligatoria en todos los diarios. En segundo lugar, y de un modo directamente vinculado al anterior, Primo entendía que la propaganda nacionalista era una labor «educativa» que tenía que difundirse por múltiples canales para que calara en amplios sectores de la población. Esta connotación de pedagogo patriótico se pondría claramente de manifiesto en los procesos de nacionalización organizados por el general jerezano durante su dictadura.
De hecho, más allá de la influencia de las ideas de Joaquín Costa y el discurso regeneracionista reflejado en La Nación, nuestro personaje mostró un genuino interés por la educación como modo de adoctrinamiento de masas. Primo tuvo muy clara la importancia de crear un ejército moderno, para lo que demandó un plan general de instrucción que mejorase la formación tanto de los reclutas como de los oficiales.138 Pero Primo fue más allá de la instrucción castrense y propuso que fuera el propio Ejército el que adoctrinara a la población fuera de los cuarteles en ideales nacionalistas españoles. En fecha tan temprana como 1905, se quejó de que «en España ni la escuela ni el púlpito [habían] creído aún principal misión suya hacer el alma nacional» de los españoles, es decir, el sistema educativo y la Iglesia fallaban en su papel de docentes patrióticos.139 En 1916, nuestro personaje proponía abiertamente que el Ejército se dedicara a propagar ideales nacionalistas tanto en la escuela como en los círculos obreros, por medio de técnicas modernas de propaganda como el cinematógrafo.140 Lo que subyace en estas propuestas es el uso de la nacionalización de masas como barrera frente a la creciente militancia izquierdista de las clases populares. La nación se convertía en la panacea contra la revolución.
Primo se veía capaz de opinar sobre cualquier tema. En ese mismo año de 1916, el Diario de Cádiz publicó un artículo de Primo, que era entonces gobernador militar de la provincia, en el que esbozaba una reforma integral del bachillerato. En el escrito se proponía unificar los libros de texto de bachillerato convocando un concurso nacional para seleccionar unos manuales que se impusieran en todo el país y que fueran baratos. Junto a la reforma del currículo siguiendo criterios de simplificación y una mayor presencia de la historia y la geografía de España, Primo creía que «lo principal es que los textos tengan la extensión, orientación y claridad que al Estado conviene, habida cuenta del grado de enseñanza de que se trata y de la edad de los estudiantes».141 En muchos aspectos, la propuesta del gobernador militar de Cádiz vendría a anticipar lo que haría durante la Dictadura. Como veremos en los próximos capítulos, el régimen primorriverista seleccionó manuales entre aquellos que habían participado en el concurso del Libro de la Patria (un premio oficial creado en 1921); impuso un texto único para todo el país y reformó el currículo, dando más peso a la historia y la geografía de España. Es más, la dictadura de Primo tuvo muy claro que el Estado tenía que dictar el contenido de la educación de los niños y adolescentes españoles para nacionalizarlos, lo cual acabó llevando a un conflicto con la Iglesia y los militantes católicos de la Unión Patriótica.
Los años de la Gran Guerra fueron profesionalmente excelentes para Primo de Rivera. En julio de 1914, fue ascendido a general de división por méritos de guerra y condecorado con «la Gran Cruz Pensionada del Mérito Militar con distintivo rojo, por sus extraordinarios servicios de campaña en las operaciones efectuadas en las inmediaciones de Tetuán».142 En octubre de 1915, el jerezano fue nombrado gobernador militar de Cádiz. La designación no hizo más que aumentar sus deseos de grandeza política. Según José María Pemán, Primo fantaseaba con «llegar a ser Jefe de Gobierno» durante los almuerzos ofrecidos a familiares y amigos en la Capitanía General gaditana.143 A decir verdad, Primo ya había considerado la posibilidad de obtener un escaño en 1913, el año en que había fundado La Nación. Parece ser que fue el líder conservador Sánchez Guerra quien le sugirió que se presentara a diputado por Algeciras, pero el jerezano prefirió seguir al mando de su Brigada de Cazadores en Campaña y rechazó la oferta.144 Una vez nombrado gobernador militar de Cádiz, Primo retomó con fuerza su interés hacia la política. En el marco de la Primera Guerra Mundial comenzó a darle vueltas a la idea de proponerles a los británicos cambiar Ceuta por Gibraltar. Según escribió en varios borradores de informes que elaboró siendo gobernador militar de Cádiz, los británicos se beneficiarían de la permuta porque obtendrían una «alianza permanente» con España y un territorio más rico y que se podía defender mejor que Gibraltar.145
La idea de la permuta de Ceuta por Gibraltar no era nueva, ni tampoco era suya —parece ser que ya su admirado Juan Prim la había tenido—, pero se vio reforzada tras la visita de Primo al frente francés. Por Real Decreto de 21 de diciembre de 1916, Primo fue comisionado por el Gobierno para visitar al ejército británico en Ruan y al francés en Verdún.146 La estancia, realizada junto a su amigo Severiano Martínez Anido y el general de Artillería y físico Ricardo Aranaz e Ibarguren, duró hasta el 1 de febrero de 1917 y fue tremendamente instructiva. En el frente, Primo, Aranaz y Martínez Anido visitaron «varias fábricas de material de guerra», además de «establecimientos fabriles, hospitales y depósitos de víveres».147 Allí pudieron observar la brutalidad de la guerra de trincheras en toda su crudeza, incluidos los efectos del uso de armas químicas en los combatientes. El informe que elaboraron los tres generales españoles a su vuelta contaba con todo lujo de detalles el mortífero uso de la artillería para crear cortinas de humo y fuego que permitieran el avance de la infantería y las «sensibles y numerosas bajas» que los combates producían.148 De hecho, el general Aranaz estuvo a punto de perder la vida cuando explotó un proyectil «muy cerca» de donde se encontraba.149
En la parte del frente controlada por los ingleses, los generales españoles quedaron gratamente sorprendidos con la precisión de los bombardeos británicos, la calidad de sus hospitales de campaña y la disciplina de sus soldados. También les gustaron mucho los tanques. «La simple inspección de tal aparato me convenció de su utilidad y sencillo manejo», comentaba Martínez Anido tras ver un tanque atacar una trinchera.150 La capacidad destructiva de los combates no pasó desapercibida para Primo y sus compañeros, quienes recogieron en el informe cómo bosques, pueblos e iglesias quedaban completamente destrozados por la metralla. En el «Bosque de Trône del que no queda más que algún árbol, segados los demás por la metralla», les impactó una imagen de «los restos de un soldado alemán del que quedaron insepultos un pie y la tibia separados completamente [del cuerpo] aún con la bota y el pantalón».151 Ahora bien, a los generales españoles les maravilló poder observar la guerra in situ. Como se recogía en el informe, «después de nutridísimo fuego que duró hora y media próximamente [sic], fue disminuyendo en intensidad, retirándonos satisfechísimos de haber presenciado espectáculo de guerra tan hermoso, proporcionándonos la ocasión de formarnos idea de lo que es la guerra moderna».152
En la parte francesa del frente occidental, el general Philippe Pétain, hombre determinante en el desembarco hispanofrancés de Alhucemas en 1925 y futuro dictador bajo tutela nazi en la Francia de Vichy, les hizo de guía a los comisionados españoles. Iba a comenzar aquí una amistad con Primo que se mantendría hasta la muerte del jerezano. Pétain les mostró muy orgulloso su uso combinado de artillería e infantería en el campo de batalla y cómo utilizar armas químicas contra ciertos objetivos. «Al actuarse contra objetivos determinados, como sucede al ser empleadas las piezas en tiro contrabaterías, para evitar los efectos de la Artillería enemiga, debe hacerse con Shrapnel [proyectiles de metralla] y granadas con gases asfixiantes, buscando con ellos los efectos causados en el personal de las baterías», recogía el informe.153 Los generales españoles, que tuvieron que cancelar una visita a la localidad de Arrás, precisamente porque los alemanes habían utilizado «gases asfixiantes» unos días antes, fueron aprendiendo los efectos de las armas químicas sobre el terreno. Es posible que fuera entonces cuando Primo y Martínez Anido pensaran por primera vez en la utilización de este tipo de armas en el Protectorado español en África. Lo que es seguro es que, cuando en el verano de 1923 Martínez Anido propuso el bombardeo de civiles con gases tóxicos, a Primo le pareció una buena idea. Como veremos, la dictadura de Primo de Rivera llevó a cabo decenas de bombardeos con armas químicas de pueblos y aldeas en el norte de África.
Primo volvió con fuerza a su puesto de gobernador militar en Cádiz. Estaba convencido de que España podía sacar tajada de la situación de debilidad en la que se iban a encontrar las potencias europeas tras la guerra, si es que, como pensaba, el conflicto bélico no iba a producir grandes vencedores. Primo aprovechó su discurso de ingreso en la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes de Cádiz, el 27 marzo de 1917, para hacer pública su idea de permutar «Gibraltar por Ceuta y demás tierras de África si ello fuera preciso».154 Para el general jerezano, la construcción interior de la nación española tenía que prevalecer sobre las aventuras coloniales. Conseguir Gibraltar era recuperar un pedazo de España que llevaba ya demasiado tiempo en manos extranjeras. Pero es que, además, argumentó Primo con aires claramente regeneracionistas, la campaña africana consumía recursos fundamentales para construir escuelas y carreteras en España.155 El general sabía que su discurso podía crear polémica. Para asegurarse de que su mensaje llegaba donde tenía que llegar, el general mandó copias de su conferencia antes de su intervención en la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes a su tío Fernando y a Juan Loriga y Herrera-Dávila, conde de O Grove y profesor, secretario y ayudante de Alfonso XIII, para que se las hicieran llegar al rey.156 Primo calculó mal. Sus palabras fueron consideradas inaceptables por las autoridades militares y el Gobierno. Alfonso XIII firmó el cese del jerezano como gobernador militar de Cádiz al día siguiente de su intervención en la Real Academia Hispano-Americana.157
El cese conmocionó y enfadó a Primo por partes iguales. El general creía verdaderamente que la permuta de Gibraltar por Ceuta era beneficiosa para España. El hecho de que en noviembre de 1921 volviera a plantear su posición «abandonista» en el Senado argumentando exactamente lo mismo que en su discurso de ingreso en la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes nos muestra un Primo muy convencido de sus ideas. El hecho de que el jerezano fuera cesado en su puesto como capitán general de la I Región por su discurso abandonista en el Senado, como veremos en el próximo capítulo, nos habla de un Primo un tanto terco y con dificultades para aprender de sus errores políticos. En 1917, además, Primo estaba seguro de que su «abandonismo» tenía respaldo en varios ámbitos. Como diría años más tarde hablando del discurso, «yo había podido recoger en el País […] una muy extendida opinión favorable al abandono de Marruecos, que para hacer menos doloroso en el orden espiritual compensaba en mi sentir con la recuperación por permuta de Gibraltar».158 La cuestión de Marruecos comenzaba a tener un impacto directo en la política española, que ya no iba a abandonar hasta bien entrada la dictadura de Primo de Rivera.159
Tras el cese, Primo se mudó en abril de 1917 a la casa de su tío Fernando en Robledo de Chavela, un municipio madrileño situado en la Sierra Oeste, a 63 kilómetros de la capital.160 Quería estar cerca de su tío mientras aguardaba destino. Para entonces, la guerra en el Protectorado y el sistema de ascensos, entre otras cosas, habían creado una profunda frustración entre un sector de la oficialidad. En el otoño de 1916, oficiales de la guarnición de Barcelona habían formado las denominadas Juntas de Defensa, que eran, en la práctica, una especie de sindicatos militares con una larga lista de agravios profesionales y reclamaciones de mejoras salariales. A la altura de abril de 1917, las Juntas se habían extendido por toda España y una Junta Central de Defensa, con sede en la capital catalana y liderada por el coronel Benito Márquez Martínez, coordinaba el movimiento de protesta militar. El Gobierno liberal de Manuel García Prieto decidió acabar con las Juntas. El ministro de la Guerra, el general Francisco Aguilera, ordenó su disolución. Pero en un acto de abierta indisciplina, las Juntas se negaron a disolverse y presentaron nuevas demandas, incluyendo la liberación de sus compañeros detenidos en el castillo de Montjuïc, el 1 de junio. El rey, que en un principio había estado del lado de sus ministros, cambió de bando, defendió a los junteros y desautorizó a su Gobierno. García Prieto y sus ministros se vieron obligados a dimitir en bloque. Alfonso XIII había decantado la balanza hacia el lado de los militares.161 Una vez más, las tensiones entre el poder civil y el Ejército se saldaban con la victoria de este último. A partir de entonces, la intervención pretoriana en la política de la Restauración no haría más que aumentar.
El nuevo Gobierno, presidido por el conservador Eduardo Dato, nombró al ya por entonces octogenario general Fernando Primo de Rivera nuevo ministro de la Guerra. El marqués de Estella pidió acto seguido a su sobrino Miguel que mediara con los junteros, para poder llegar a un acuerdo y, en último término, conseguir su disolución. Inicialmente, el jerezano había considerado al movimiento juntero «improcedente, ilegal, extemporáneo y disociador».162 Pero una vez tuvo que actuar como enlace del ministro de la Guerra su visión del movimiento fue mejorando. El hecho de que el ministro de la Guerra pronto aprobara un reglamento para las Juntas, lo cual supuso reconocerlas como legales, también ayudó a que se acercaran posturas. Es más, a principios del verano de 1917, algunos junteros le ofrecieron a Miguel Primo ejercer una cierta función de liderazgo sobre ellos. Nuestro personaje se dejó querer y escribió a los junteros de Barcelona identificándose con ellos. Estos le contestaron alabándole a él y a su tío por facilitar «la esperanza de la regeneración» y plantearon que la salvación de la patria pasaba por la cooperación del Generalato y las Juntas y «hasta hombres civiles, ya que el sentir del Ejército y la Nación se han [sic] fundido».163
Las ideas regeneracionistas e intervencionistas de Miguel Primo podían verse claramente reflejadas en los postulados de los junteros, y el jerezano, tremendamente vanidoso, estuvo encantado con los elogios que le llegaban desde Barcelona. Sin embargo, la buena relación entre los Primo de Rivera (tío y sobrino) y el movimiento juntero duró poco. Cuando a medidos de septiembre de 1917 los junteros empezaron a criticar al Gobierno Dato por mantener el estado de guerra y el régimen de censura, Miguel Primo reaccionó tildándolos de partidistas y de dividir al Ejército. En octubre, el coronel Benito Márquez continuó con sus críticas al Gobierno y con su defensa del intervencionismo militar en la política. El 17 de octubre, Fernando Primo de Rivera fue cesado como ministro de la Guerra.164 Dos días después, Miguel Primo de Rivera rompió formalmente con los junteros. «La abstención política [de los militares] debe ser absoluta», le escribió a Márquez.165 En el otoño de 1917, Miguel Primo no estaba en contra de la intervención del Ejército en política, pero no se hallaba dispuesto a aceptarla si esto suponía una crítica a la posición de su tío, modelo de encaje tradicional de los «espadones» dentro del sistema de la Restauración. La «momia», como maliciosamente llamaban los junteros a Fernando Primo, era por lo tanto un freno a los deseos intervencionistas de Miguel y una garantía de que por mucho discurso regeneracionista y de salvación de la patria que propagara el jerezano, las transformaciones se realizarían dentro del marco restauracionista. Eso sí, el efecto de freno y delimitador del marqués de Estella en su sobrino era efectivo solo si Fernando Primo estaba en el Gobierno. Fuera de él, las necesidades de defender el statu quo disminuían.
El cese de Fernando Primo como ministro de la Guerra vino acompañado de la restitución de las garantías constitucionales como pedían los junteros, lo cual debió resultar especialmente doloroso para Miguel.166 El hecho de que el sustituto de su tío en el Ministerio de la Guerra, Juan de la Cierva, lograra lo que el marqués de Estella no había conseguido, esto es, el sometimiento, si bien parcial, de las Juntas al Gobierno, tampoco debió sentarle nada bien. La marginación política de su tío era, en buena medida, su marginación política. Miguel pasó unos meses difíciles. «Todo el cuerpo nacional está enfermo de laxitud y desfallecimiento [y] no está más sano [mi] espíritu», escribía en su correspondencia familiar.167 Su estado de ánimo, en cualquier caso, debió mejorar el 5 de julio de 1918, cuando el Gobierno de concentración de Antonio Maura le nombró general de la 1.ª División (Madrid) y presidente de la Comisión de Táctica.168 Desde su puesto en Madrid, Primo defendería los tribunales de honor que habían creado los junteros para expulsar a un grupo de oficiales que cursaban estudios en la Escuela Superior de Guerra y que se habían negado a figurar en las Juntas. El jerezano no justificaba las Juntas, pero sí consideraba que la cuestión debía dirimirse exclusivamente dentro del ámbito militar; había que actuar con «homogeneidad espiritual» en el Ejército.169 La unidad de acción del Ejército sería una de sus preocupaciones hasta el 13 de septiembre de 1923 y uno de sus mayores quebraderos de cabeza durante la Dictadura.
La unidad en el Ejército era, además, fundamental para la intervención militar en la cuestión social, es decir, en la represión de movimiento obrero. En la correspondencia entre Primo y Martínez Anido de finales de 1919 se resalta a menudo la necesidad de mantenerse «unidos para hacer frente a los proyectos de los revolucionarios de todas clases».170 En ese momento, el general ferrolano era gobernador militar de Barcelona y estaba llevando a cabo, junto al capitán general de Cataluña, Joaquín Milans del Bosch, una persecución brutal de los anarquistas. Para entonces, también, Martínez Anido mostraba un profundo desprecio por la autoridad de los gobiernos civiles y confería a los militares la responsabilidad de solucionar los problemas de la nación. «A nosotros nos ha de corresponder remediar los males que pesan sobre nuestro querido país; que Dios nos ilumine y muy unidos pongamos todas nuestras energías para salir airosos de nuestros cometidos», le comentaba en una carta a Primo.171 En cuanto a los medios para remediar los males de la patria, Martínez Anido tenía muy claro que pasaban por la declaración del estado de guerra, si bien todo el mundo sabía que, junto a Milans del Bosch y miembros de la patronal, había organizado el asesinato extrajudicial de sindicalistas.172
Fue precisamente el cuestionamiento de los métodos de los militares en Barcelona uno de los motivos que llevó al Gobierno de coalición de Manuel Allende Salazar a requerirle a Milans del Bosch la dimisión de su puesto de capitán general de Cataluña en febrero de 1920. La declaración del estado de guerra en Cataluña sin el permiso del Gobierno y el apoyo del capitán general al cierre patronal —que, conviene recordar, era ilegal— iniciado en noviembre de 1919 había puesto a Milans de Bosch en una situación muy difícil a los ojos del Gobierno español.173 Si bien la caída de Milans fue provocada por una maniobra del conde de Romanones, lo cierto es que la pugna entre el poder civil y el militar estaba de fondo.174 Martínez Anido intentó impedir que se produjera la sustitución del capitán general y escribió a Primo para que interviniera, «esperando que tú con tu prestigio pondrás todos los medios para evitar tal vez funestas consecuencias que se derivarán de tomar medidas equivocadas».175
No sabemos si Primo intentó hacer algo para evitar el cese del capitán general de Cataluña, pero a buen seguro habló con su tío del tema. En cualquier caso, Milans del Bosch finalmente abandonó Barcelona a mediados de febrero de 1920.176 El cese de Milans suponía una victoria para el poder civil sobre el militar y en casa de los Primo de Rivera la cosa no sentó bien. Un día antes de que Valeriano Weyler, el sustituto de Milans del Bosch en la Capitanía General de Cataluña, llegara a Barcelona, Fernando Primo de Rivera escribió al rey pidiéndole que suspendiera la Constitución e instaurara una dictadura liderada por un civil pero apoyada por militares.177 En la misiva, el octogenario general se quejaba de que Milans había sido cesado por «una intriga o apasionamiento político», justo cuando «los frutos de su labor comenzaban a recogerse en tranquilidad y normalidad del orden público y la producción».178 En el Ejército, informaba el marqués de Estella a Alfonso XIII, se hablaba abiertamente de «poner vetos a algunos políticos y aun a todos», algo que también querían «las grandes masas de ciudadanos que, asqueados de la política, ansían ver a la Patria prosperar y engrandecerse».179 La propuesta era la siguiente:
Sin variar el régimen constitucional de España, pero suspendiéndolo por algún tiempo, podría intentarse la formulación de un gobierno de técnicos, que bajo la presidencia de un hombre de entereza y carácter, acometiera la obra por medio de decretos que tuvieran fuerza de leyes, de encauzar en España cuanto está fuera de cauce: disciplinas, empezando por la militar, problema social, económico y cultural.180
La dictadura debía durar al menos dos años y una vez terminada, «unas elecciones generales darían su refrendo a esta clase de gobiernos o lo entregarían de nuevo a los partidos reorganizados y purificados en este tiempo de ausencia», ya que los hombres de la vieja política no iban a poder volver a ejercerla. Las labores que tenía que llevar a cabo del Ejecutivo dictatorial serían, entre otras, «la generalización de la cultura como base esencial del patriotismo y la ciudadanía»; la regulación por medio de caridad, de justicia y de disciplina de las relaciones entre patronos y obreros; el «abaratamiento de la vida, por construcciones de vivienda», limitación de exportaciones y prohibición de los acaparamientos; el aumento de los ingresos del Estado con la creación de impuestos proporcionales a los ingresos; y la «moralización de la vida pública» prohibiendo que los políticos estuvieran en consejos de administración de compañías estatales.
La carta estaba firmada por Fernando Primo de Rivera, pero, debido a la relación tan cercana que tenían tío y sobrino, no es disparatado pensar que Miguel pudo influir de un modo determinante en su redacción. Lo que es seguro es que muchas de las ideas incluidas en la misiva acabarían haciéndose realidad en la dictadura primorriverista. La propuesta de una dictadura temporal era en cierto modo la consecuencia lógica de una deriva contra los políticos civiles que se venía dando en Miguel Primo de Rivera en los últimos años. Mientras que en 1912 sostenía que la intervención del Ejército era un «desdichado factor», porque este debía dedicarse exclusivamente a «asegurar el éxito de la guerra», en 1916 ya consideraba que debía encomendarse «excepcionalmente» la garantía del orden público a los militares.181 Y en 1919, tras el triunfo de los bolcheviques y en medio de sacudidas revolucionarias en buena parte de Europa, Primo había llegado a la conclusión de que, en esos «tiempos de incertidumbre», la principal labor del Ejército era «la defensa de la Patria y de la bandera», lo cual equiparaba con «la misión concreta de defender el orden social».182
Como en el caso de tantos otros europeos, el cataclismo político y social provocado por la Primera Guerra Mundial llevó a Primo a agudizar sus tendencias militaristas, nacionalistas y autoritarias. A la altura de 1920, nuestro personaje aún no se consideraba ese «cirujano de hierro» que su admirado Costa había reclamado para regenerar al país, pero las bases ideológicas que justificaban la intervención militar para salvar a la patria parecían bien asentadas. Años de insubordinaciones y tensiones con el poder civil en nombre de los intereses corporativos de los oficiales y, sobre todo, en busca de ascensos profesionales desde una posición de privilegio y protegido por su tío, le habían llevado a la conclusión de la necesidad de la intervención directa de los militares en política. Con su nombramiento como capitán general de la III Región (Valencia) en julio de 1920, Primo empezó a pensar que, quizá, él podía ser el mesías patriótico que necesitaba España.