Los signos ° y □ remiten respectivamente a las notas complementarias y a las entradas del aparato crítico.
LIBRO DE LOS
CLAROS VARONES
DE CASTILLA
El texto crítico que aquí se publica sigue en lo fundamental el ms. 20272/12 de la Biblioteca Nacional de España, Madrid (Sc), y se completa con la edición de Toledo, Juan Vázquez, 1486 (H), corregida en determinadas ocasiones a la vista de la tradición impresa posterior.
Muy excelente y muy poderosa reina nuestra señora:1
Algunos historiadores griegos y romanos escribieron bien por extenso las hazañas que los claros varones de su tierra hicieron y les parecieron dignas de memoria.2 Otros escritores hobo que las sacaron de las historias e hicieron de ellas tratados aparte a fin que fuesen más comunicadas,3 según hizo Valerio Máximo y Plutarco,4 y otros algunos que, con amor de su tierra o con afección de personas5 o por mostrar su elocuencia,6 quisieron adornar sus hechos exaltándolos con palabras algo por ventura más de lo que fueron en obras.7
Yo, muy excelente reina y señora, de ambas cosas veo menguadas las corónicas de estos vuestros reinos de Castilla y de León, en perjuicio grande del honor que se debe a los claros varones naturales de ellos y a sus descendientes, porque, como sea verdad que hiciesen notables hechos, pero no los leemos extendidamente en las corónicas cómo los hicieron, ni veo que ninguno los escribió aparte, como hizo Valerio y los otros.8 Verdad es que el noble caballero Fernán Pérez de Guzmán escribió en metro algunos claros varones que fueron en España. Asimismo escribió brevemente en prosa las condiciones del muy alto y excelente rey don Juan, de esclarecida memoria,9 vuestro padre, y de algunos caballeros y perlados,10 sus súbditos, que fueron en su tiempo. Esomismo vi en Francia el compendio que hizo un maestre, Jorge de la Vernada, secretario del rey Carlos, en que compiló los hechos notables de algunos caballeros y perlados de aquel reino que fueron en su tiempo.11 Y aun en aquel libro de la Sacra Escritura que hizo Jesú, hijo de Sirac, quiso loar los varones gloriosos de su nación.12 También san Jerónimo y otros algunos escribieron loando los ilustres varones dignos de memoria para ejemplo de nuestro vevir.13
Yo, muy excelente reina y señora, criado desde mi menor edad en la corte del rey,14 vuestro padre, y del rey don Enrique, vuestro hermano, movido con aquel amor de mi tierra que los otros hobieron de la suya,15 me dispuse a escribir de algunos claros varones, perlados y caballeros, naturales de vuestros reinos, que yo conocí y comuniqué,16 cuyas hazañas y notables hechos, si particularmente se hobiesen de contar, requería hacerse de cada uno una gran historia. Y por ende, brevemente, con el ayuda de Dios, escribiré los linajes y condiciones de cada uno y algunos notables hechos que hicieron,17 de los cuales se puede bien creer que en autoridad de personas y en ornamento de virtudes y en las habilidades que tovieron, así en la ciencia como en las armas,18 no fueron menos excelentes que aquellos griegos y romanos y franceses que tanto son loados en sus escrituras.
Y primeramente pensé poner al rey don Enrique cuarto, vuestro hermano, cuya ánima Dios haya.19
El rey don Enrique cuarto, hijo del rey don Juan el segundo, fue hombre alto de cuerpo y hermoso de gesto y bien proporcionado en la compostura de sus miembros.1 A este rey, seyendo príncipe, dio el rey, su padre, la ciudad de Segovia; y púsole casa y oficiales seyendo en edad de catorce años.2
Estovo en aquella ciudad apartado del rey, su padre, los más días de su menor edad, en los cuales se dio a algunos deleites que la mocedad suele demandar y la honestad debe negar.3 E hizo hábito de ellos, porque ni la edad flaca los sabía refrenar, ni la libertad que tenía los sofría castigar.4 No bebía vino; ni quería vestir paños muy preciosos; ni curaba de la cirimonia que es debida a persona real.5 Tenía algunos mozos aceptos de los que con él se criaban;6 amábalos con gran afección y dábales grandes dádivas.7 Desobedeció algunas veces al rey, su padre, no porque de su voluntad procediese, mas por inducimiento de algunos que, seguiendo sus propios intereses, le traían a ello.8
Era hombre piadoso y no tenía ánimo de hacer mal ni ver padecer a ninguno.9 Y tan humano era, que con dificultad mandaba ejecutar justicia criminal;10 y en la ejecución de la cevil y en las otras cosas necesarias a la gobernación de sus reinos, algunas veces era nigligente,11 y con dificultad entendía en cosa ajena de su delectación. No se vido en él jamás punto de soberbia en dicho ni en hecho, ni por codicia de haber grandes señoríos le vieron hacer cosa fea ni deshonesta. Y si algunas veces había ira, durábale poco; y no le señoreaba tanto que dañase mucho a él ni a otro. Era gran montero y placíale muchas veces andar por los bosques, apartado de las gentes.12
Casó, seyendo príncipe, con la princesa doña Blanca, hija del rey don Juan de Aragón, su tío, que estonces era rey de Navarra,13 con la cual estovo casado por espacio de diez años.14 Y, al fin, hobo divorcio entre ellos por el defecto de la generación,15 que él imputaba a ella y ella imputó a él.
Muerto el rey don Juan, su padre, reinó luego pacíficamente en los reinos de Castilla y de León, seyendo ya en edad de treinta años.16 Y luego que reinó, usó de gran magnificencia con ciertos caballeros y grandes señores de sus reinos,17 soltando a unos de las presiones en que el rey, su padre, los había puesto,18 y reduciendo y perdonando a otros que andaban desterrados de sus reinos.19 Y restituyoles todas las villas y lugares y rentas y todos sus patrimonios y oficios que tenían.20 Viviendo la primera mujer de quien se apartó, casó con otra, hija del rey de Portugal.21 Y en este casamiento se manifiestó su impotencia, porque comoquier que estovo casado con ella por espacio de quince años,22 y tenía comunicación con otras mujeres, nunca pudo haber a ninguna allegamiento de varón.23
Reinó veinte años, y en los diez primeros fue muy próspero, allegó gran poder de gentes y de tesoros,24 y los grandes y caballeros de sus reinos con gran obediencia cumplían sus mandamientos.25 Era hombre franco y hacía grandes mercedes y dádivas;26 y ni repetía jamás lo que daba, ni le placía que otros en presencia gelo repetiesen. Llegó tanta abundancia de tesoros, que, allende de los grandes gastos y dádivas que hacía, mercaba cualquier villa o castillo u otra gran renta que en sus reinos se vendiese para acrecentar el patrimonio real.27
Era hombre que las más cosas hacía por solo su arbritio o al placer de aquellos que tenía por privados.28 Y como los apartamientos que los reyes hacen y la gran afección que sin justa causa muestran a unos más que a otros y las excesivas dádivas que les dan suelen provocar a odio, y del odio nacen malos pensamientos y peores obras, algunos grandes de sus reinos, a quien no comunicaba sus consejos ni la gobernación de sus reinos, y pensaban que de razón les debía ser comunicado, concebieron tan dañado concepto, que algunas veces conjuraron contra él para lo prender o matar.29 Pero como este rey era piadoso, bien así Dios usó con él de piedad y le libró de la presión y de los otros males que contra su persona se imaginaron.
Y ciertamente se debe considerar que, comoquier que no sea ajeno de los hombres tener afección a unos más que a otros, pero especialmente los reyes, que están en el miradero de todos,30 tanto menor licencia tienen de errar cuanto más señalados y mirados son que los otros; mayormente en las cosas de la justicia,31 de la cual tan bien deben usar en mostrar su afección templada al que lo mereciere, como en todas las otras cosas. Porque de mostrarse los reyes afecionados, sin templanza, y no a quién, ni cómo, ni por lo que lo deben ser, nacen muchas veces las invidias, do se siguen las desobediencias y vienen las guerras y otros inconvenientes que a este rey acaecieron.32
Era muy gran músico y tenía buena gracia en cantar y tañer y en hablar en cosas generales,33 pero en la ejecución de las particulares y necesarias algunas veces era flaco, porque ocupaba su pensamiento en aquellos deleites que estaba acostumbrado, los cuales impiden el oficio de la prudencia a cualquier que de ellos está ocupado.34 Y ciertamente vemos algunos hombres hablar muy bien, loando generalmente las virtudes y vituperando los vicios. Pero cuando se les ofrece caso particular que les toque, estonces, vencidos del interese o del deleite, no han lugar de permanecer en la virtud que loaron, ni resistir el vicio que vituperaron.
Usaba asimismo de magnificencia en los recibimientos de grandes hombres y de los embajadores de reyes que venían a él,35 haciéndoles grandes y suntuosas fiestas y dándoles grandes dones.36 Otrosí en hacer grandes edeficios, en los alcázares y casas reales y en iglesias y logares sagrados.
Este rey fundó de principio los monesterios de Santa María del Parral de Segovia y San Jerónimo del Paso de Madrid, que son de la orden de San Jerónimo, y dotolos magníficamente; y otrosí el monesterio de San Antonio de Segovia, de la orden de San Francisco. E hizo otros grandes edificios y reparos en otras muchas iglesias y monesterios de sus reinos, y dioles grandes limosnas e hízoles muchas mercedes.37
Otrosí mandaba pagar cada año en tierras y acostamientos gran número de gente de armas.38 Y allende de esto, gastaba cada año en sueldo para la gente de caballo continua que traía en su guarda otra gran cantidad de dinero.39 Y con esto fue tan poderoso, y su poder fue tanto renombrado por el mundo,40 que el rey don Fernando de Nápol le envió suplicar que le recibiese en su homenaje.41 Otrosí la ciudad de Barcelona con todo el principado de Cataluña le ofreció de se poner en su señorío y de le dar los tributos debidos al rey don Juan de Aragón, su tío, a quien por estonces aquel principado estaba rebelde.42
Por inducimiento y persuasiones de algunos que estaban cerca de él en su Consejo,43 más que procediendo de su voluntad, tovo algunas diferencias con este rey de Aragón, su tío, que a sí mesmo se intitulaba rey de Navarra. Y entró por su persona poderosamente en el reino de Navarra y envió gran copia de gente de armas con sus capitanes al reino de Aragón; e hizo guerra a los aragoneses y navarros.44 Y puédese bien creer que, según su gran poder y la dispusición del tiempo y de la tierra y la flaqueza y poca resistencia que por estonces había en la parte contraria, si este rey fuera tirano e inhumano, todos aquellos reinos y señoríos fueran puestos en su obediencia, dellos con pequeña fuerza y dellos de su voluntad. Y para pacificar estas diferencias se trataron vistas entre él y el rey don Luis de Francia, que, como árbitro, se interpuso a las pacificar.45 A las cuales vistas fue acompañado de grandes señores y perlados y de gran multitud de caballeros y fijosdalgo de sus reinos.46 Y en los gastos que hizo y dádivas que dio, y en los arreos y otras cosas que fueron necesarias de se gastar y distribuir para tan gran acto,47 mostró bien la franqueza de su corazón; y pareció la grandeza de sus reinos; y guardó la preeminencia de su persona y la honra y loable fama de sus súbditos.48 Fue la fabla de estos dos reyes entre la villa de Fuenterrabía,49 que es del reino de Castilla, y la villa de Bayona, que es del reino de Francia, en la ribera de la mar.50
Continuó algunos tiempos guerra contra los moros. Hizo algunas entradas con gran copia de gente en el reino de Granada. En su tiempo se ganó Gibraltar y Archidona y otros algunos lugares de aquel reino.51 Constreñió a los moros que le diesen parias algunos años por que no les hiciese guerra.52 Y los reyes comarcanos temían tanto su gran poder, que ninguno osaba hacer el contrario de su voluntad. Y todas las cosas le acarreaba la fortuna como las él quería, y algunas mucho mejor de lo que pensaba, como suele hacer a los bien fortunados. Y los de sus reinos, todo aquel tiempo que estovieron en su obediencia, gozaban de paz y de los otros bienes que de ella se siguen.
Fenecidos los diez años primeros de su señorío, la fortuna, envidiosa de los grandes estados, mudó, como suele, la cara próspera y comenzó mostrar la adversa.53 De la cual mudanza muchos veo quejarse,54 y a mi ver sin causa, porque, según pienso, allí hay mudanza de prosperidad do hay corrupción de costumbres.55 E así por esto, como porque se debe creer que Dios, queriendo punir en esta vida alguna desobediencia que este rey mostró al rey, su padre, dio lugar que fuese desobedecido de los suyos. Y permitió que algunos criados de los más aceptos que este rey tenía, y a quien de pequeños hombres hizo grandes y a quien dio títulos y dignidades y grandes patrimonios, quier lo hiciesen por conservar lo habido, quier por lo acrecentar y añadir mayores rentas a sus grandes rentas, erraron de la vía que la razón les obligaba; y no podiendo refrenar la invidia concebida de otros que pensaban ocuparles el lugar que tenían, conocidas en este rey algunas flaquezas nacidas del hábito que tenía hecho en los deleites,56 osaron desobedecerle y poner disensión en su casa. La cual, porque al principio no fue castigada según debía, creció entre ellos tanto, que hizo decrecer el estado del rey y el temor y obediencia que los grandes de sus reinos le habían. Donde se siguió que algunos de estos se juntaron con otros perlados y grandes señores del reino y tomaron al príncipe don Alonso, su hermano, mozo de once años, y, haciendo división en Castilla, lo alzaron por rey de ella.57 Y todos los grandes y caballeros y las ciudades y villas estovieron en dos partes: la una permaneció siempre con este rey don Enrique;58 la otra estovo con aquel rey don Alonso, el cual duró con título de rey por espacio de tres años. Y murió de edad de catorce.
En esta división se despertó la codicia y creció el avaricia;59 cayó la justicia y señoreó la fuerza; reinó la rapiña y disolviose la lujuria; y hobo mayor lugar la cruel tentación de la soberbia que la humilde persuación de la obediencia. Y las costumbres por la mayor parte fueron corrompidas y disolutas, de tal manera que muchos, olvidada la lealtad y amor que debían a su rey y a su tierra,60 y seguiendo sus intereses particulares, dejaron caer el bien general, de tal forma que el general y el particular perecían.
Y nuestro Señor, que algunas veces permite males en las tierras, generalmente para que cada uno sea punido particularmente según la medida de su yerro,61 permitió que hobiese tantas guerras en todo el reino,62 que ninguno puede decir ser eximido de los males que de ella se siguieron. Y especialmente aquellos que fueron causa de la principiar se vieron en tales peligros, que quisieran dejar gran parte de lo que primero tenían con seguridad de lo que les quedase, y ser salidos de las alteraciones que a fin de acrecentar sus estados inventaron. Y así pudieron saber con la verdadera experiencia lo que no les dejó conocer la ciega codicia. Por cierto, así acaece que los hombres antes que sientan el mal futuro, no conocen el bien presente, pero cuando se ven envueltos en las necesidades peligrosas en que su desordenada codicia los mete, estonces querrían, y no pueden, hacer aquello que con menor daño pudieran haber hecho.63
Y porque la ferviente afección de personas y la ciega codicia de los bienes hacen perder el buen juicio en las cosas,64 duraron estas guerras los otros diez años postrimeros que este rey reinó; y los hombres pacíficos padecieron muchas fuerzas de los hombres nuevos que se levantaron e hicieron grandes destruiciones.65 Gastó en estos tiempos el rey todos sus tesoros; y allende de aquellos, gastó y dio sin medida casi todas las rentas de su patrimonio real.66 Y muchas de ellas le tomaron los tiranos, de manera que aquel que con el abundancia de los tesoros compraba villas y castillos, vino en necesidad tan extrema, que vendió muchas veces las rentas de su patrimonio para el mantenimiento de su persona.
Vivió este rey cincuenta años, de los cuales reinó veinte. Y murió en el alcázar de la villa de Madrid de dolencia del ijada, de la cual en su vida muchas veces fue gravemente apasionado.67
El almirante don Fadrique, hijo del almirante don Alonso Enríquez y nieto del infante don Fadrique y bisnieto del rey don Alonso, fue pequeño de cuerpo y hermoso de gesto. Era un poco corto de vista. Hombre de buen entendimiento, fue en los tiempos del rey don Juan y del rey don Enrique.
Tenía muchos parientes, porque tovo por hermano de madre al adelantado Pero Manrique, que fue un gran señor en Castilla. Y tovo de su padre y madre otro hermano, que fue conde de Alba de Liste, y ocho hermanas, que casaron con hombres de linaje que tenían casas de mayorazgos antiguas. Y de parte de doña Juana de Mendoza, su madre, hija de Pero González de Mendoza, tenía por deudos de sangre todos los más de los grandes señores de Castilla.1 Amaba los parientes y allegábalos;2 y trabajaba en procurar su honra e interese.
Fue caballero esforzado y hombre de tan gran corazón,3 que osadamente cometía muchas veces su persona y estado a los golpes de la fortuna por la conservación de sus parientes4 y por adquerir para sí honra y reputación. Usando de su oficio de almirante, andovo por la mar con gran flota de armada, y hobo recuentros y batallas marinas con moros y con cristianos,5 en las cuales fue vencedor y alcanzó fama de esforzado capitán.
Era franco y liberal,6 y siempre pospuso la codicia del guardar tesoros a la gloria que sentía en ganando honra. Era hombre impaciente y no podía buenamente tolerar las cosas que le parecían excesivas y contrarias a la razón, y reprendíalas con algún rigor. Especialmente increpaba la gran afección que el rey don Juan tenía al maestre de Santiago, don Álvaro de Luna,7 condestable de Castilla, y el gran poder que en su persona y en su corte y reino le dio y las dádivas inmensas que le hizo. Otrosí reprendía las cosas excesivas que este condestable, con el gran favor que tenía del rey, hacía; y no las podía sofrir ni disimular. Y de esta condición se le seguieron discordias y enemistades con aquel maestre y con otros caballeros que seguían su parcialidad, de las cuales procedieron guerras y escándalos en el reino,8 porque era hombre de gran autoridad, así por respeto de su persona y gran casa como por los muchos y grandes señores que tenía por parientes.9
Casó una hija con el rey de Aragón, que a la hora era rey de Navarra.10 Y por causa de este casamiento y de las parcialidades que tenía en el reino,11 se le seguieron algunos infortunios, especialmente en el vencimiento de la batalla que el rey don Juan hobo contra el rey de Navarra y contra el infante don Enrique, sus primos, y contra otros caballeros cerca de la villa de Olmedo.12 En la cual, comoquier que este almirante fue vencido del maestre de Santiago, su enemigo, y preso por un escudero de su capitanía, pero no le falleció ánimo en la hora del infortunio, y con fuerza de razones que dijo al que le prendió,13 le puso en libertad. Y fueron tomados todos sus bienes, y él andovo desterrado del reino sintiendo aquel grave sentimiento que el vencido siente veyendo su enemigo vencedor. Y comoquier que donde hay pérdida hay dolor, pero este caballero sufrió sus pérdidas con egual cara, y ninguna fuerza de la fortuna le abajó la fuerza de su corazón.
Loan los historiadores romanos por varón de gran ánimo a Catón el censorio,14 porque se mató no podiendo con paciencia sofrir la victoria del César, su enemigo. Y no sé yo, por cierto, qué mayor crueldad le hiciera el César de la que él se hizo, porque, repugnando la natura y al común deseo de los hombres,15 hizo en su persona lo que todos aborrecen hacer en la ajena. Y adornan su muerte diciendo que murió por haber libertad. Y, ciertamente, yo no puedo entender qué libertad puede haber para sí, ni para dar a otro, el hombre muerto. Así que si hallan razón para loar su vida, no veo que haya ninguna para loar su muerte, porque anticiparse ninguno a desatar aquel conjuntísimo y natural atamiento que el ánima tiene con el cuerpo, temiendo que otro lo desate, cosa es más para aborrecer que para loar. No se mata el marinero en la fortuna antes que le mate la fortuna; ni el cercado se da la muerte por miedo de la servidumbre del cercador. A todos sostiene la esperanza que no pudo sostener a Catón, el cual sí tovo ánimo para sofrir los bienes de la prosperidad y no los males de la fortuna.
Con mayor razón podemos loar este almirante, porque el uno pareció en su muerte tan flaco que no pudo sofrir sus males, y este pareció en su vida tan fuerte, que tovo esperanza de cobrar sus bienes, aunque se vido desterrado y vencido y a su enemigo, próspero y vencedor. Porque aquel es dicho varón magnánimo que, sufriendo la mala, sabe buscar la buena fortuna.16 E si el otro fue censorio, que quiere decir reprensor de pecados, también fue este almirante reprensor de aquello que le parecía fuera de razón. Verdad es que de reprender errores ajenos más veces se sigue odio al castigador, que enmienda al castigado.
Y también debemos considerar que si los juicios de Dios no podemos comprender, menos los debemos reprender, porque no sabemos sus misterios, ni los fines que su providencia tiene ordenados en los actos de los hombres. Y, por ende, el que pudiere refrenar su ira y dar pasada a las cosas que se pueden tolerar y haber sufrimiento para las disimular,17 sin duda vivirá vida más segura y no se porná,18 según este almirante se puso, a los golpes peligrosos de la fortuna. En los cuales en alguna manera se pudo decir bien fortunado, porque sus deudos y amigos le fueron gradecidos y sus criados y servidores le fueron leales. Los cuales, nembrándose de algunos beneficios que de él recibieron,19 le ayudaron cuanto pudieron, y ayudaran mejor si pudieran, porque el amor verdadero, ni deja de amar, ni cansa de aprovechar.
En estos tiempos de adversidades que por este caballero pasaron, conoció bien la lucha continua que entre sí tienen el trabajo, de la una parte, y el deleite, de la otra. Y comoquier que el uno o el otro vencen a veces, pero ninguno de ellos dura en el vencimiento luengamente,20 al fin, haciendo el tiempo las mudanzas que suele,21 y los amigos y servidores las obras que deben, rodeó Dios las cosas en tal manera, que tornó a Castilla, y recobró todos sus bienes y patrimonio y hobo logar de lo acrecentar y fue restituido en la gran estimación que primero estaba.22
Y murió lleno de días y en gran prosperidad,23 porque dejó sus hijos en buen estado. Y vido en sus postrimeros días a su nieto, hijo de su hija, ser príncipe de Aragón, porque era único hijo al rey de Aragón, su padre.24 Y otrosí le vido príncipe de los reinos de Castilla y de León, porque casó con la princesa de Castilla, doña Isabel, que fue reina de estos reinos.
Don Pero Fernández de Velasco, conde de Haro, hijo de Juan de Velasco y nieto de don Pero Fernández de Velasco, fue hombre de mediana estatura. Tenía las cervices torcidas y los ojos un poco bizcos.1 Era de linaje noble y antiguo.2 Hállase por las corónicas que él y su padre y abuelos fueron camareros mayores de los reyes de Castilla, sucesivamente, por espacio de ciento y veinte años.3
Era hombre agudo y de buen entendimiento. Vivió en los tiempos del rey don Juan el segundo y del rey don Enrique cuarto, su hijo. En su joventud, la edad lozana y no aún madura ni experimentada en los inconvinientes que acaecen en la vida, le indusió que se juntase en parcialidades con otros grandes del reino,4 sus parientes, y repugnase la voluntad y afección grande que el rey don Juan mostraba en obras y en palabras a algunos privados. Y por esta causa estovo algún tiempo en la indignación del rey y padeció algunos infortunios. Y como acaece algunas veces que las adversidades dan al hombre mejor doctrina para ser cauto que las prosperidades para ser templado, este caballero despertó en la adversidad su buen entendimiento y conoció como dende en adelante viviese con más seguridad y menos peligro.
Hablaba con buena gracia y con tales razones traídas a propósito, que todos habían placer de le oír. Era temeroso de Dios y hombre de verdad e inclinado a justicia.5 La cual, como sea dividida en partes, una de las cuales se dice legal, porque es instituida por ley; otra igual, que la razón natural nos manda seguir,6 puédese por cierto creer de este caballero que ni falleció en lo que manda la razón natural,7 ni era transgresor de lo escrito por ley, antes fue un tan gran celador de la justicia,8 que no se puede decir otro en sus tiempos que con tan gran estudio la mirase, ni con mejor diligencia y moderación la cumpliese y ejecutase. Y esta virtud mostró bien en la gobernación de sus villas y logares y otras muchas tierras que tovo en administración, porque allende del derecho que igualmente hacía guardar de unos y otros,9 dio tal forma en sus tierras, que los ministros que ponía en la justicia de ellas eran obligados de pagar todo el robo que en el campo se hiciese a los moradores o a otra cualquier persona que pasase por ellas;10 o dar el malhechor que lo hobiese hecho o perseguirlo hasta lo haber o dar razón donde fuese receptado y defendido.11 Y luego que sabía el logar do estaba, hacía tales diligencias, que había el malhechor y hacía justicia de él; o apremiaba en tal manera al que lo receptaba,12 que le hacía restituir el robo y el robado quedaba satisfecho.
Y con esta diligencia que tenía en la justicia, sus tierras eran bien guardadas y florecían entre todas las otras comarcanas.13 Tenía tierras vecinas a las montañas y, comoquier que juntó en parentela con algunos de los caballeros de ellas, pero conocida la gente ser turbulenta y presta al rigor,14 con tal prudencia los sopo tratar,15 que en su tiempo no le alcanzó parte de algunos males que de sus disensiones les vinieron, porque era varón inclinado a paz y enemigo de discordia y gran celador del bien público,16 en la gobernación del cual le placía gastar el tiempo y el trabajo.
Loan los historiadores a Bruto, cónsul romano, que mató sus hijos porque contra el bien público de Roma trataban de reducir al rey Tarquino. Y dicen que la gran codicia de loor venció al amor natural. Y alega Virgilio que fue caso infelice.17 Y si infelice, no sé cómo la infelicidad deba ser loada, ni qué loor puede conseguir aquel que repugna la natura y contraría la razón. Podemos bien creer que este cónsul, si lo hizo con ira, fue mal, y si con deliberación, peor, porque de muchos gobernadores castellanos leemos que, no matando sus hijos, mas templando sus pasiones, sopieron muy bien gobernar sus tierras y provincias.
Y este noble conde, no señoreado de ambición por haber fama en esta vida, mas señoreando la tentación por haber gloria en la otra, gobernó la república tan rectamente, que hobo el premio que suele dar la verdadera virtud.18 La cual, conocida en él, alcanzó tener tanto crédito y autoridad, que si alguna grande y señalada confianza se había de hacer en el reino, quier de personas, quier de fortalezas o de otra cosa de cualquier calidad, siempre se confiaba de él. Y en algunas diferencias que el rey don Juan hobo con el rey de Navarra y con el infante don Enrique, sus primos,19 y en algunos otros debates y contraversias que los grandes del reino unos con otros hobieron en su tiempo, si para se pacificar era necesario que los de la una parte y de la otra se juntasen en algún lugar para platicar en las diferencias que tenían, siempre se encomendaba la salvaguarda del tal lugar do se juntaban a este caballero; y la una parte y la otra confiaban sus personas de su fe y palabra; y muchas veces se remetían a su arbritio y parecer.20
Fue esomismo hombre que por ganar honra deseaba hacer cosas magníficas. Y siguiendo esta su condición, juntó muchas veces gran copia de gente de su casa, así para la guerra contra los moros como para servir al rey y sostener el estado y preeminencia real en las diferencias y guerras que en el reino acaecieron. Y esto hizo en lugares y tiempos tan necesarios que, comoquier que sufrió grandes miedos y se puso a muchos discrímines y aventuras,21 pero al fin de sus trabajos ganó gran honra y reputación, y su casa por respeto de sus servicios fue acrecentada.22
Quería llevar las cosas por orden y que no saliesen punto de la razón. Y esta condición le hacía mirar tanto en los negocios y poner tales dudas e inconvenientes, que tarde y con gran dificultad se determinaba a las hacer. Verdad es que ser tardío y ser súbito en la determinación de las cosas son dos extremos que se deben huir. También es cierto que recibe alguna pena el que delibera, en deliberar tarde; y el que espera, en esperar mucho. Pero, ciertamente, por la mayor parte vemos más y mayores inconvenientes en la persona y hechos de aquel que delibera súbito que en el que es grave y tardío en sus movimientos.23 Porque si por deliberar tarde se pierde alguna vez el bien que se podría haber, por determinar presto vimos perder muchas veces el bien habido; y acarrear tales mudanzas y vanidades que afean la persona y pierden la honra.
Era deseoso, como todos los hombres, de haber bienes, y sópolos adquerir, acrecentar y muy bien conservar. Era asimismo reglado en sus gastos continuos;24 y con tanta diligencia miraba a quién había de dar y cómo y por qué lo daba, que algunas veces fallecía en la virtud de la liberalidad.25 Era hombre esencial y no curaba de aparencias,26 ni hacía muestras de lo que tenía, ni de lo que hacía. Aprendió letras latinas y placíale el estudio de corónicas y saber hechos pasados.27 Placíale asimismo la comunicación de personas religiosas y de hombres sabios, con los cuales comunicaba sus cosas.
Al fin, veyéndose en los días de la vejez, porque hobo verdadero conocimiento de los gozos falsos y de las miserias verdaderas que este mundo da a los que en él están envueltos, apartose de él y puso fin a todas las cosas mundanas, y encomendó su casa y toda su gente de armas a su hijo mayor. Y fundó en la su villa de Medina de Pumar un monesterio de monjas de la orden de santa Clara y un hospital para pobres; y dotoles de lo que les era necesario.28 Y, allí, de su voluntad, se retrujo, antes que muriese, por espacio de diez años.29 Y comoquier que fue requerido algunas veces por el rey y por otros grandes señores, sus parientes, que saliese de aquel retraimiento para entender en las disensiones que en aquellos tiempos acaecieron en el reino, no quiso mudar su propósito.30 Antes, acordó de tomar en su casa compañía de hombres religiosos de buena y honesta vida; e hizo grande y estrecha inquisición sobre las cosas de su conciencia desde el día que fue de edad para pecar. Y cometioles que alimpiasen su ánima,31 así en la penitencia de su persona como en la restitución que debían hacer de sus bienes. Y todos los que en aquellos tiempos venieron a le demandar cualquier cargo, así de servicios que le hobiesen hecho como de otra cualquier calidad a que de justicia fuese obligado, fueron oídos y satisfechos.
Y al cabo de haber hecho su penitencia y restituciones, dejó su casa y patrimonio a su hijo mayor, que fue condestable de Castilla.32 Y dejó otros dos hijos heredados y en buen estado. Y dando doctrina de honrado vevir y ejemplo de bien morir, feneció en edad de setenta años, dentro en aquel monesterio que fundó.33
Don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana y conde del Real de Manzanares, señor de la casa de la Vega, hijo del almirante don Diego Hurtado de Mendoza y nieto de Pero González de Mendoza, señor de Álava, fue hombre de mediana estatura, bien proporcionado en la compostura de sus miembros y hermoso en las facciones de su rostro; de linaje noble castellano y muy antiguo.
Era hombre agudo y discreto, y de tan gran corazón, que ni las grandes cosas le alteraban, ni en las pequeñas le placía entender. En la continencia de su persona y en el resonar de su habla mostraba ser hombre generoso y magnánimo.1 Hablaba muy bien y nunca le oían decir palabra que no fuese de notar, quier para doctrina, quier para placer. Era cortés y honrador de todos los que a él venían, especialmente de los hombres de ciencia.2
Muertos el almirante, su padre, y doña Leonor de la Vega, su madre, y quedando bien pequeño de edad, le fueron ocupadas las Asturias de Santillana y gran parte de los otros sus bienes.3 Y como fue en edad que conoció ser defraudado en su patrimonio, la necesidad, que despierta el buen entendimiento, y el corazón grande, que no deja caer sus cosas, le hicieron poner tal diligencia, que, veces por justicia, veces por las armas, recobró todos sus bienes.
Fue muy templado en su comer y beber; y en esto tenía una singular continencia.4 Tovo en su vida dos notables ejercicios: uno en la disciplina militar; otro en el estudio de la ciencia.5 Y ni las armas le ocupaban el estudio, ni el estudio le impedía el tiempo para platicar con los caballeros y escuderos de su casa en la forma de las armas necesarias para defender;6 y cuáles habían de ser para ofender; y cómo se había de herir el enemigo; y en qué manera habían de ser ordenadas las batallas y la dispusición de los reales; y cómo se habían de combatir y defender las fortalezas y las otras cosas que requiere el ejercicio de la caballería. Y en esta plática se deleitaba por la gran habituación que en ella tovo en su mocedad.7 Y por que los suyos supiesen por expiriencia lo que le oían decir por doctrina, mandaba continuar en su casa justas;8 y ordenaba que se hiciesen otros ejercicios de guerra, por que sus gentes, estando habituados en el uso de las armas, les fuesen menores los trabajos de la guerra.
Era caballero esforzado, y antes de la facienda,9 cuerdo y templado; puesto en ella, ardit y osado.10 Y ni su osadía era sin tiento, ni en su cordura se mezcló jamás punto de cobardía. Fue capitán principal en muchas batallas que hobo con cristianos y con moros, donde fue vencedor y vencido. Especialmente hobo una batalla contra los aragoneses cerca de Araviana y otra batalla cerca del río de Torote;11 y estas dos batallas fueron muy heridas y sangrientas, porque, peleando y no huyendo, murieron de ambas partes muchos hombres y caballos. En las cuales, porque este caballero se halló en el campo con su gente, aunque los suyos vido ser en número mucho menor que los contrarios, pero, porque veyendo al enemigo delante, reputaba a mayor mengua volverle las espaldas sin pelear que morir o dejar el campo peleando,12 cometiose a la fortuna de la batalla; y peleó con tanto vigor y esfuerzo, que, comoquier que fue herido y vencido, pero su persona ganó honra y reputación de valiente capitán.
Conocidas por el rey don Juan las habilidades de este caballero, lo envió por capitán de la guerra contra los moros –el cual recibió el cargo con alegre cara– y lo tovo en la frontera gran tiempo.13 El cual hobo con el rey de Granada y con otros capitanes de aquel reino muchas batallas y grandes recuentros,14 do fue siempre vencedor. E hizo muchas talas en la vega de Granada;15 y ganó por fuerza de armas la villa de Huelma;16 y puso los moros en tal estrecho,17 que ganara otros lugares e hiciera otras grandes hazañas dignas de memoria, salvo que el rey, constreñido por algunas necesidades que en aquel tiempo ocurrieron en su reino,18 le envió mandar de su parte les diese tregua. Y como hobo esta comisión, hizo la guerra tan cruda a los moros, que los puso so el yugo de servidumbre y los apremió a dar en parias cada año mayor cantidad de oro de la que el rey pensaba recibir,19 ni ellos jamás pensaron dar. Y allende del oro que dieron, les constreñió que soltasen todos los cristianos que estaban cativos en tierra de moros; los cuales, este marqués redemió del cativerio en que estaban y los puso en libertad.
Gobernaba asimismo con gran prudencia las gentes de armas de su capitanía;20 y sabía ser con ellos señor y compañero; y ni era altivo en el señorío, ni raez en la compañía.21 Y daba liberalmente todo lo que a él como a capitán mayor pertenecía de las presas que se tomaban;22 y, allende de aquello, les repartía de lo suyo en los tiempos necesarios. Y al que le regradecía las dádivas,23 solía decir: «si deseamos bienes al que bien nos da, debémoslos dar al que bien nos desea». Y guardando su continencia con graciosa liberalidad,24 las gentes de su capitanía le amaban y, temiendo de le enojar, no salían de su orden en las batallas.
Loan mucho las historias romanas el caso de Manlio Torcato,25 cónsul romano, el cual, como constituyese que ninguno sin su licencia saliese de la hueste a pelear con los latinos contrarios de Roma,26 y un caballero de la hueste contraria convidase a batalla singular de uno por uno al hijo de este cónsul,27 vituperando con palabras a él y a los de la hueste porque no osaban aceptar la batalla, no podiendo el mancebo sofrir la mengua que de su mengua resultaba a los romanos,28 peleó con aquel caballero y lo mató. Y viniendo como vencedor a se presentar con los despojos del vencido ante el cónsul, su padre, le hizo atar y, contra voluntad de toda la hueste romana, le mandó degollar, por que fuese ejemplo a otros que no osasen ir contra los mandamientos de su capitán. ¡Cómo si no hobiese otro remedio para tener la hueste bien mandada sino matar el capitán su fijo! Dura debiera ser y muy pertinaz la rebelión de los romanos,29 pues tan cruel ejemplo les era necesario para que fuesen obedientes a su capitán. E por cierto, yo no sé qué mayor venganza pudo haber el padre del latino vencido, de la que le dio el padre del romano vencedor. De este caso hacen gran mención Frontino y Valerio Máximo y otros historiadores, loando al padre de buen castigador y al hijo de buen vencedor.30 Pero yo no sé cómo se deba loar el padre de tan cruel castigo, como el hijo se queja; ni cómo loemos al hijo de tan gran transgresión, como el padre le impone. Bien podemos decir que hizo este capitán crueldad digna de memoria, pero no doctrina digna de ejemplo, ni mucho menos digna de loor, pues los mismos loadores dicen que fue triste por la muerte del hijo y aborrecido de la joventud romana todo el tiempo de su vida. Y no puedo entender cómo el triste y aborrecido deba ser loado.
No digo yo que las constituciones de la caballería no se deban guardar –por los inconvenientes generales que no se guardando pueden recrecer–,31 pero digo que deben ser entendidas, menguadas, interpretadas y en alguna manera templadas por el príncipe,32 habiendo respeto al tiempo, al logar, a la persona y a las otras circunstancias y nuevos casos que acaecen, que son tantos y tales, que no pueden ser comprendidos en los renglones de la ley.33 Y porque estas cosas fueron bien consideradas por este claro varón en las huestes que gobernó,34 con mayor loor, por cierto, y mejor ejemplo de doctrina se puede hacer memoria de él, pues sin matar hijo ni hacer crueldad inhumana, mas con la autoridad de su presencia, y no con el miedo de su cuchillo, gobernó sus gentes, amado de todos y no odioso a ninguno.
Conocidas por el rey don Juan las claras virtudes de este caballero, y cómo era digno de dignidad, le dio título de marqués de Santillana y le hizo conde del Real de Manzanares, y le acrecentó su casa y patrimonio.35 Otrosí confiaba de él su persona y algunas veces la gobernación de sus reinos. El cual gobernaba con tanta prudencia, que los poetas decían por él que en corte era gran Febo, por su clara gobernación, y en campo Aníbal, por su gran esfuerzo.36
Era muy celoso de las cosas que a varón pertenecía hacer; y tan reprensor de las flaquezas que veía en algunos hombres que, como viese llorar a un caballero en el infortunio que estaba, movido con alguna ira, le dijo: «¡O, cuán digno de reprensión es el caballero que por ningún grave infortunio derrama lágrimas sino a los pies del confesor!».37 Era hombre magnánimo, y esta su magnanidad le era ornamento y compostura de todas las otras virtudes.38 Acaeciole un día que, hablándole en su hacienda y ofreciéndole acrecentamiento de sus rentas, como hombre poco atento en semejantes pláticas, respondió: «Eso que decís no es mi lenguaje. Hablad –dijo él– esa cosa allá con hombres que mejor la entiendan». Y solía decir a los que procuraban los deleites, que mucho más deleitable debía ser el trabajo virtuoso, que la vida sin virtud, cuantoquier fuese deleitable. Tenía una tal piedad,39 que cualquier atribulado o perseguido que venía a él hallaba defensa y consolación en su casa, pospuesto cualquier inconveniente que por le defender se le pudiese seguir. Consideraba asimismo los hombres y las cosas según su realidad y no según la opinión. Y en esto tenía una virtud singular y cuasi divina, porque nunca le vieron hacer acepción de personas;40 ni miraba dónde ni quién, sino cómo y cuál era cada uno.
Este caballero ordenó en metros los Proverbios que comienzan: «Hijo mío mucho amado», et caetera, en los cuales se contienen cuasi todos los preceptos de la filosofía moral que son necesarios para virtuosamente vevir.41 Tenía gran copia de libros y, según he dicho, dábase al estudio, especialmente de la filosofía moral y de cosas peregrinas y antiguas.42 Tenía siempre en su casa doctores y maestros con quien platicaba en las ciencias y lecturas que estudiaba.43 Hizo asimismo otros tratados en metros y en prosas muy doctrinables para provocar a virtudes y refrenar vicios. Y en estas cosas pasó lo más del tiempo de su retraimiento. Tenía gran fama y claro renombre en muchos reinos fuera de España, pero reputaba mucho más la estimación entre los sabios que la fama entre los muchos.
Y porque muchas veces vemos responder la condición de los hombres a su complexión, y tener siniestras inclinaciones aquellos que no tienen buenas complexiones,44 podemos sin duda creer que este caballero fue en gran cargo a Dios por le haber compuesto la natura de tan egual complexión, que fue hábile para recibir todo uso de virtud y refrenar, sin gran pena, cualquier tentación de pecado. No quiero negar que no toviese algunas tentaciones de las que esta nuestra carne suele dar a nuestro espíritu; y que algunas veces fuese vencido, quier de ira, quier de lujuria; o que excediese haciendo o faltase alguna vez no haciendo lo que era obligado, porque estando, como estovo, envuelto en guerras y en otros grandes hechos que por él pasaron, difícile fuera, entre tanta multitud de errores, vevir sin errar. Pero si verdad es que las virtudes dan alegría y los vicios traen tristeza, como sea verdad que este caballero lo más del tiempo estaba alegre, bien se puede juzgar que mucho más fue acompañado de virtudes que dan alegría, que señoreado de los vicios que ponen tristeza. Y comoquiera que pasaron por él infortunios en batallas, y hobo algunos pesares por muertes de hijos y de algunos otros, sus propincos,45 pero sufríalos con aquella fuerza de ánimo que a otros doctrinaba que sufriesen.
Feneció sus días en edad de sesenta y cinco años con gran honra y prosperidad.46 Y si se puede decir que los hombres alcanzan alguna felicidad después de muertos, según la opinión de algunos, creeremos, sin duda, que este caballero la hobo, porque dejó seis hijos varones,47 y el mayor, que heredó su mayorazgo, lo acrecentó y subió en dignidad de duque; y el segundo hijo fue conde de Tendilla; y el tercero fue conde de Coruña; y el cuarto fue cardenal de España y arzobispo de Toledo y obispo de Sigüenza, y uno de los mayores perlados que en sus días hobo en la Iglesia de Dios. Y a estos cuatro y a los otros dos menores, que se llamaron don Juan y don Hurtado, dejó villas y lugares y rentas de que hizo cinco casas de mayorazgos, y allende de su casa y mayorazgo principal.
Don Fernán Álvarez de Toledo, conde de Alba, hijo de Garci Álvarez de Toledo y nieto de Fernán Álvarez, era de linaje noble, de los antiguos caballeros de aquella ciudad. Hombre de buen cuerpo y de hermosa dispusición; gracioso y palanciano en sus fablas.1 Era de buen entendimiento y caballero esforzado. Fue criado en la disciplina militar y siempre,2 desde su mocedad, deseó hacer en el hábito de la caballería cosas dignas de loable memoria.
Conocidas por el rey don Juan las habilidades de este caballero, le encomendó la frontera de los moros, en la cual estovo por espacio de tres años.3 Era muy cauto y astuto en los engaños de la guerra. Venció al rey moro y a otros capitanes de Granada en batallas campales, y tomó las banderas de los enemigos en los vencimientos que hobo, las cuales están hoy puestas en la su casa de Alba de Tormes y las traen sus sucesores en las orladuras de sus armas.4 Ganó algunos castillos y lugares de tierra de moros. Tomó muchas presas, e hizo otras notables hazañas en servicio de Dios y del rey y con amor de su patria y celo de su honra.5
Entre las cuales acaeció que, entrando una vez en el reino de Granada con toda la gente de su capitanía a hacer guerra en una tierra que dicen el Ejerquía,6 que es cercana a la mar y confina con la ciudad de Málaga,7 como fuese sentido por los moros que en aquellas partes moran, juntáronse gran multitud de ellos, y antes que se pudiese proveer, le cercaron por todas partes en un valle tal, que, según la dispusición de la tierra, no podía salir, salvo peleando por un lugar muy estrecho y con gran daño suyo y de las gentes de su capitanía. Veyéndose cercado este capitán, por la una parte, de la mar, por la otra, de las sierras, y que los enemigos se le llegaban y habían tomado aquel paso por do podía salvar su gente, conocido aquel peligro y visto cómo su gente desmayaba, no se le amortiguó el ánimo en el tiempo del terror, como hace a los cobardes, mas despertó esfuerzo de valiente capitán, como hacen los varones fuertes, y habló a sus gentes: «Caballeros –dijo él–, en tal lugar nos ha puesto la fortuna, que, si somos cobardes, tenemos cierta la muerte y el cativerio; y si somos esforzados, podrá ser cierta la vida y la honra. Yo –dijo él– elijo antes pelear para nos salvar si pudiéremos, que rendirnos para ser cativos, como piensan los moros». Y juntando a gran priesa la obra con las palabras, se apeó con hasta treinta hombres de armas; y púsose con ellos en aquel portillo;8 y mandó salir por él toda su gente. Y él con aquellos treinta, peleando con los moros y sufriendo por todas partes gran multitud de saetadas y lanzadas y otros golpes de piedra, dábase priesa con gran ardideza,9 a una parte, para se defender, y a otra, para ofender y herir en los moros, haciendo lugar para que pasase toda su gente; la cual peleaba en la pasada con los moros que hallaba delante, y aquel caía muerto que menos esfuerzo tenía peleando. Y así duró aquella priesa por espacio de tres horas,10 en las cuales murieron y fueron heridos muchos de la una parte y de la otra. Y, al fin, el conde, vista ya su gente en lugar seguro, cabalgó a caballo y salió él y los que con él estaban por pura fuerza de armas y de corazón de aquel gran peligro en que la fortuna le había metido.
Y ciertamente vemos por expiriencia que, así como el miedo derriba al cobarde, así pone ánimo al hombre esforzado. Y como el acometer y el durar en las lides son dos actos pertenecientes a la virtud de la fortaleza,11 y para el acometer sea necesario la ira,12 y para el durar, el tiento, bien nos mostraron, por cierto, las claras hazañas de este caballero que tovo gracia singular para usar de lo uno y de lo otro, de cada cosa en sus tiempos. Esta hazaña hizo este conde, en la cual nos dio a conocer que la virtud de la fortaleza no se muestra en guerrear lo flaco, mas parece en resistir lo fuerte; y que tovo tan buen ánimo para no ser vencido como buena fortuna para ser vencedor.
Al fin, cuando por mandado del rey dejó el cargo de aquella guerra, habidas en ella grandes presas de los moros y venido a su tierra con honra y provecho, don Gutierre de Toledo,13 su tío, arzobispo que fue de Toledo, conocida la gran suficiencia de este caballero, su sobrino, y cómo siempre le servió y en todas las cosas le fue obediente, concibió de él gran amor, allende del que por razón del deudo era constreñido de le haber.14 Y comoquier que tenía otros sobrinos en el grado que aquel era, deliberó dejarle por heredero universal de todos sus bienes, entre los cuales le dio la su villa de Alba de Tormes, de la cual el rey don Juan le dio título de conde.15 Y en todas las guerras y diferencias del reino fue de los principales caballeros de quien se hacía cuenta y estimación.
Y como vemos que la prosperidad y el infortunio andan en esta vida luchando con los hombres, y veces lo uno sube, veces lo otro deciende, acaeció que, estando en la amistad y parcialidad del condestable don Álvaro de Luna, maestre de Santiago, y a quien el rey don Juan confiaba la gobernación de sus reinos, el maestre tovo manera que este conde fuese preso juntamente con otros condes y caballeros que el rey mandó prender en la villa de Tordesillas, y fuele tomada gran parte de su patrimonio.16 Este infortunio que le vino sufrió con buena cara, mostrando corazón de varón, pero quejábase gravemente de haber recibido aquel daño por voluntad y rodeo del maestre de Santiago,17 confiándose de él y habiéndole hecho obras de amigo.
Fue hombre deseoso de alcanzar honra y procurábala por todas las vías que podía. Tenía la codicia común que los hombres tienen de haber bienes y trabajaba mucho por los adquerir. Era hombre liberal,18 así en el destribuir de los bienes como en los otros negocios que le ocurrían; y sin empacho ninguno daba o determinaba presto lo que había de hacer.19 En algunas cosas era airado y mal sufrido, especialmente en aquellas que entendía tocarle en la honra, de lo cual se le siguieron algunos debates, gastos y fatigas.
Duró en la presión do estaba hasta que el rey don Juan murió y reinó el rey don Enrique,20 su hijo, que le puso en libertad y restituyó todos sus bienes.21 Y después de suelto, vivió en honra y prosperidad algunos años hasta que murió en su casa, conociendo a Dios y dejando a su hijo su casa y patrimonio mucho más acrecentado que lo él hobo de su padre.22
Don Juan Pacheco, marqués de Villena y maestre de Santiago, hijo de Alfonso Téllez Girón, fue hombre de mediana estatura, el cuerpo delgado y bien compuesto, las facciones hermosas y buena gracia en el gesto. Era de nación portuguesa, de los más nobles de aquel reino; nieto de don Martín Vásquez de Acuña,1 uno de los caballeros que venieron de Portugal a Castilla a servicio del rey don Juan, el que fue vencido en la batalla de Aljubarrota.2
Era hombre agudo y de gran prudencia. Y seyendo mozo, vino a vivir con el rey don Enrique, cuando era príncipe, y alcanzó tanta gracia, que fue más acepto a él que ninguno de los que en aquel tiempo estaban en su servicio. Y así por el amor que el príncipe le había, como porque, creciendo en días, florecían en él las virtudes intelectuales, le encargó la gobernación de los grandes negocios que le ocurrían.3
Hablaba con muy buena gracia y abundaba en razones sin prolijidad de palabras. Temblábale un poco la voz por enfermedad accidental y no por defecto natural. En la edad de mozo tovo seso y autoridad de viejo.4 Era hombre esencial y no curaba de aparencias ni de cirimonias infladas.5
En el tiempo que el rey don Juan hobo alguna indignación contra el rey de Aragón, que entonces era rey de Navarra, y con otros algunos caballeros, sus súbditos, este caballero, seyendo bien mancebo, entendió por parte del príncipe en algunas disensiones que por estonces en el reino acaescieron. Y ora procediese de su buena dicha, ora lo imputemos a su sagacidad, él sopo rodear las cosas de tal manera, que el rey don Juan, a suplicación del príncipe, le dio título de marqués de Villena y en pocos días le hizo merced de todas las más villas y lugares de aquel marquesado, las que eran del rey de Aragón.6
Tenía muy gran habilidad para la gobernación de estas cosas temporales, para la cual, como sean necesarias agudeza, prudencia, diligencia y sufrimiento, puédese creer de este caballero que fue tan bien dotado de estas cuatro cosas como el hombre que más en su tiempo las pudo tener.7 Consideraba muy bien la calidad del negocio, el tiempo, el lugar, la persona y las otras circunstancias que la prudencia debe considerar en la gobernación de las cosas.
Tenía la agudeza tan viva, que a pocas razones conocía las condiciones y los fines de los hombres; y dando a cada uno esperanza de sus deseos, alcanzaba muchas veces lo que él deseaba. Tenía tan gran sufrimiento, que ni palabra áspera que le dijesen le movía, ni novedad de negocio que oyese le alteraba; y en el mayor discrimen de las cosas tenía mejor arbritio para las entender y remediar.8 Era hombre que con madura deliberación determinaba lo que había de hacer; y no forzaba al tiempo, más forzaba a sí mismo esperando tiempo para las hacer. De su natural condición pareció hombre de verdad.9 Y placíale comunicación de hombres verdaderos y constantes, aunque los que están en deseo de adquerir grandes bienes y honores, y especialmente aquellos que entienden en la gobernación de grandes cosas, algunas veces les acaece fengir, dilatar, simular y disimular y que la diversidad de los tiempos o la variedad de los negocios; o por escusar mayores daños, o por haber mayores provechos, hayan de hacer variaciones en los negocios, según la ven en los tiempos.
Tovo algunos amigos de los que la próspera fortuna suele traer. Tovo asimismo muchos contrarios de los que la invidia de los bienes suele criar,10 los cuales le trataron muerte11 y destruición e indignación grande con el rey don Juan y con el príncipe, su hijo, a quien servía. Y comoquier que algunas veces llegaron al punto de la ejecución, pero por casos inopinados y dignos de admiración fue libre de los lazos de muerte que muchas veces le fueron puestos.12
Era hombre de buen corazón y mostró ser caballero esforzado en algunos lugares que fue necesario. Era muy sobrio y templado en su comer y beber;13 y pareció ser vencido de la lujuria por los muchos hijos e hijas que hobo de diversas mujeres, allende de los que hobo en su muger legítima.14 Y porque conocía que ninguna utilidad hay en estos bienes de fortuna cuando no se reparten y distribuyen según deben, usaba de ellos francamente en los logares y tiempos y con las personas que debía ser liberal; y dando y distribuyendo, ganaba más y conservaba mejor. Y con esta virtud de liberalidad que tovo, fue bien servido de los suyos y avisado de los extraños en algunos tiempos y lugares, que cumplió mucho a la conservación de su vida y estado.
Tenía el común deseo que todos tenemos de alcanzar honras y bienes temporales, y súpolas muy bien procurar y adquerir. Y quier fuese por dicha, quier por habilidad, o por ambas cosas, alcanzó tener mayores rentas y estado que ninguno de los otros señores de España que fueron en su tiempo.15
Fue hombre tratable y de dulce conversación; y tanto humano, que nunca fue en muerte de ninguno, ni la consentió, aunque tovo cargo de gobernación.16 No era varón de venganzas,17 ni perdía tiempo ni pensamiento en las seguir. Decía él que todo hombre que piensa en venganza antes atormenta a sí que daña al contrario.18 Perdonaba ligeramente y era piadoso en la ejecución de la justicia criminal, porque pensaba ser más aceptable a Dios la gran misericordia que la extrema justicia. Tenía un tan singular sufrimiento, que, por gran discordia que hobiese con alguno, raras veces le vieron romper en palabras y mucho menos en obras; antes ponía siempre sus diferencias en trato de concordia que en rigor ni rotura, porque reputaba ser mejor cierta paz, que incierta victoria.19 No quería encomendar a la fortuna de una hora todo lo habido en la vida pasada. Y comoquier que algunas veces amenazaba con la fuerza, pero nunca venía a mostrar lo último de lo que podía hacer contra ninguno, aunque fuese menos poderoso que él; porque tener al adversario en miedo, con amenazas, dicía él que era mucho mejor que quitárgelo mostrando el cabo de sus fuerzas.20 Y teniendo sufrimiento, y esperando tiempo, alcanzó honra y acrecentó bienes.
Y como vemos por experiencia la graveza grande que todos los mortales sienten en caer del grado que se ven puestos;21 y las hazañas grandes y aventuras peligrosas a que se ponen por lo conservar y no caer; este caballero, sentiendo que su estada cerca de la persona del rey don Enrique no le era segura,22 por el peligro de la muerte y destruición que otros que estaban aceptos al rey pensó que le trataban, apartose de su servicio. Y fue el principal de los caballeros y perlados que hicieron división en el reino entre el rey don Enrique y el rey don Alonso, su hermano.23 Y en aquellas discordias sopo tener tales maneras, que fue elegido y proveído del maestrazgo de Santiago.24
Y después que murió el rey don Alonso,25 conociendo este caballero haber desviado del camino que debía seguir, mitigó y amansó cuanto pudo las voluntades alteradas de los caballeros y perlados que aquella división querían continuar. Y tornó en la gracia del rey don Enrique, el cual le perdonó e hizo grandes mercedes de villas y lugares y otras grandes rentas; y confió de él toda la gobernación de sus reinos. Y dende en adelante, gobernó absolutamente y con mayor esención y libertad que primero solía gobernar.
No quiero negar que, como hombre humano, este caballero no toviese vicios como los otros hombres, pero puédese bien creer que, si la flaqueza de su humanidad no los podía resistir, la fuerza de su prudencia los sabía disimular. Vivió gobernando, en cualquier parte que estovo, por espacio de treinta años. Y murió en gran prosperidad de edad de cincuenta y cinco.26
Don Rodrigo de Villandrando, conde de Ribadeo, fue hijo de un escudero de baja manera natural de la villa de Valladolid;1 hombre de buen cuerpo, bien compuesto en sus miembros y de muy recia fuerza. Las facciones del rostro tenía hermosas y la catadura, feroce.2
Seyendo de pocos días, su gran corazón y su buena constelación le llevaron mozo y pobre y solo al reino de Francia,3 en el tiempo que en aquellas partes había grandes guerras y divisiones y compañías de gente de armas.4 Y como en aquellos tiempos de guerras concurrían en aquel reino hombres de todas partes, este caballero, por ser dispuesto para los trabajos de la guerra, halló luego capitán que le recibió en su compañía. En la cual aprobó tan bien seyendo mozo, y después, en las cosas que hombre mancebo debe hacer, que ganó por las armas estimación de hombre valiente y esforzado; y su capitán lo reputaba por tal entre todos los otros de su capitanía.
Acaeció algunas veces que, estando las batallas en el campo, cuando algún hombre de armas de la parte contraria, confiando en sus fuerzas, quería hacer armas y demandaba batalla uno por uno,5 este caballero se mezclaba entre todos los otros de su parte; y presentes las batallas de la una parte y de la otra, salía a pelear con el contrario; y le vencía y derribaba; y traía sus armas y despojo a su capitán. Y esta victoria que algunas veces hobo le dio honra, la cual, así como le puso en gracia y estimación de algunos, así le trojo en odio e invidia de otros. La cual creció tanto, que por ser extranjero fue constreñido de se apartar de su capitán.6
Y comoquier que le fue grave de sofrir, pero como vemos muchas veces que los infortunios de presente son causa de la prosperidad futura, según que las cosas de la providencia lo suele rodear, este caballero, veyéndose solo de parientes, desfavorecido de compañeros, sin arrimo de capitán, pobre de dineros y sin amigos y en tierra ajena, no hobo otro refugio sino a su buen seso y gran esfuerzo. Y con otro u otros dos que se llegaron a él, se aventuraba con buena destreza y gran osadía a hacer saltos en la tierra de los contrarios en logares peligrosos;7 y hacíales guerra; y tomaba alguna presa con que se podía sostener. Esto hizo muchas veces y con tanta sagacidad y esfuerzo, que siempre salía en salvo. Y como la fama de su valentía y de las presas que tomaba se divulgó por la tierra, allegáronse a él algunos hombres. Y creciendo de día en día el corazón con las hazañas, y las hazañas con la gente, y la gente con el interese, allegáronse a él muchas más gentes, hasta que alcanzó a ser capitán, una vez, de mil hombres a caballo; y después, de grado en grado subió su capitanía, hasta ser capitán de diez mil hombres.8 Y su poder fue de los mayores que tenía ninguno de los otros capitanes del rey de Francia, a quien servía. Y con aquel su gran poder, robó, quemó, destruyó, derribó y despojó villas y logares y pueblos de Francia en el tiempo que aquel miserable reino padecía guerras crueles que duraron por tiempo de cincuenta años.9
Andaba lo más del tiempo en el campo, y ponía gran diligencia en la guarda de los reales para que su gente no recibiese daño.10 Era hombre airado en los lugares que convenía serlo; y mostraba tan gran ferocidad con la ira, que todos le habían miedo. Tenía dos singulares condiciones ajenas de hombre tirano: la una era que hacía guardar la justicia entre la gente que tenía y no consentía fuerza ni robo ni otro crimen;11 y si alguno lo cometía, él por sus manos lo punía.12 E con esto, todas las gentes de su hueste, aunque eran muchas y de diversas naciones y tenían oficio de robar, le temían y estaban en paz y no osaban cometer fuerza ni crimen uno contra otro. Hacía, asimismo, repartir las presas egualmente, según que cada uno lo debía haber;13 y de tal manera dividía lo robado por justicia, que hacía durar los robadores en concordia.
Era asimismo hombre de verdad y el seguro que daba a cualquier villa o logar o provincia,14 o cualquier pacto que ponía con ellos, guardábalo estrechamente. Y si alguno osaba quebrantar su seguro y robaba o hacía daño al que él seguraba, hacíale buscar con gran diligencia y ejecutaba en él la justicia. Y con esta condición que en él veían, muchos pueblos y provincias y otras personas singulares se fiaban de su palabra y la compraban por grandes precios a fin de ser seguros de sus gentes.15 Y con esto tenía sus reales bastecidos de viandas y armas y de todas las cosas necesarias, porque mandaba guardar y pagar a los que venían a ellos con provisión; y su mando era muy temido y complido.
Hobo muchas batallas con ingleses y con borgoñones, en las cuales Dios le libró por muchos casos de ser perdido y le ayudó por muchas maneras a ser vencedor. Especialmente venció una batalla que hobo con el príncipe de Orenja, donde concurrió mucha gente de ambas partes.16 Esta batalla fue muy herida y sangrienta. En la cual, los que le vieron pelear le compararon a león bravo en el estrago que hacía en los contrarios y el ayuda y esfuerzo que daba a los suyos. Y acabado de haber el vencimiento, tovo esta astucia: habló con uno de los presioneros que tenía y prometiole libertad si le descubriese el valor de los presioneros que las otras sus gentes habían tomado en la batalla. Y como se informó secretamente de lo que cada uno podía valer, comprolos todos, dando por cada uno mucho menor precio de lo que valían. Y como fueron puestos en su poder, rescatolos a todos por mucho mayores precios de lo que le costaron.17 Y con esta astucia hobo gran tesoro. Y la fortuna le puso en tan gran reputación, que alcanzó casar con la hija del duque de Borbón, que era de la sangre real de Francia.18 Y fue señor de veinte y siete villas en tierra de Borbones, dellas compradas y dellas ganadas.19
Y en veinte años que seguió aquella guerra, hizo otras notables hazañas. Entre las cuales acaeció que, un día, estando a punto de batalla con un gran capitán de Inlaterra que se llamaba Talabot,20 en la provincia de Guiana,21 el capitán inglés, que por oídas conocía las condiciones de este caballero, deseaba asimismo conocer su persona por ver qué cuerpo y qué facciones tenía hombre que de tan pequeña manera había subido a tan gran estado.22 Y como por medio de sus harautes acordasen de se hablar,23 dejadas el uno y el otro sus huestes en buena guarda, estos dos capitanes, solos, se juntaron y vieron en la ribera de un río llamado Lera.24 Y el capitán Talabot le dijo así: «Deseaba ver tu persona, pues tengo conocida tu condición. Ruégote –dijo él– que pues los hados nos trujeron juntos a este lugar, que comamos sendos bocados de pan y bebamos sendas veces de vino. Y después será la ventura de la batalla como a Dios ploguiere y señor san Jorge ayudare».
Este capitán Rodrigo le respondió: «Si otra cosa no me quieres, esta, por cierto, no la quiero hacer, porque si la fortuna dispusiere que hayamos de pelear, perdería gran parte de la ira que en la facienda debo tener;25 y menos heriría mi hierro en los tuyos, nembrándome haber comido pan contigo».26 Y deciendo estas palabras, volvió la rienda a su caballo y tornó para sus batallas. Y el capitán Talabot, aunque era caballero muy esforzado, concibió de aquellas palabras tal concepto, que, así por ellas, como por la dispusición del logar do estaba, acordó de no pelear, aunque tenía mayor número de gente que él. Afirmose haber dicho este capitán en su lenguaje: «No es de pelear con cabeza española en tiempo de su ira». Después de muchos tiempos de guerras y destruiciones habidas en aquella tierra, hobo Dios piedad de los moradores de ella y dio tales victorias al rey Carlos de Francia, que lanzó de todo su reino al rey Eduarte de Inlatierra, su enemigo, y a todas sus gentes; y fueron cesando las crudas guerras que en aquel reino había.27 Y en aquel tiempo acaeció haber en Castilla grandes debates y disensiones, para las cuales el rey don Juan envió llamado a este caballero, su natural, que veniese en Castilla a le servir con la más gente que pudiese.28 El cual vino a su llamamiento con cuatro mil hombres a caballo; y el rey le recibió muy bien; y le hizo merced de la villa de Ribadeo y diole título de conde de ella; e hízole otras mercedes.29 Muerta la primera mujer francesa, casó en Castilla con mujer noble de linaje de Estúñiga.30 Y el rey le puso en su consejo y hacía de él gran confianza, especialmente de aquellas cosas que concernían a la guerra que por estonces había en sus reinos.
Y acaeció que, como el rey, en tiempo de aquellas disensiones, fuese a la ciudad de Toledo,31 y los de aquella ciudad rebelasen contra él y le cerrasen las puertas, puesto el rey en algún recelo de la gente de armas que a la hora estaba apoderada de aquella ciudad, este conde de Ribadeo hizo improviso en la iglesia de San Lázaro, que es bien cerca de la ciudad, un palenque con tan gran defensa,32 que la persona del rey, con la poca gente que por estonces con él estaba, podía ser segura y sin daño hasta que los otros, sus capitanes y gentes de armas que venían en la rezaga,33 hobieran tiempo de llegar. Y por memoria perpetua de este servicio que hizo en el día señalado de la Epifanía, el rey hizo merced a él y a sus descendientes de la ropa que él y los reyes de Castilla, sus sucesores, vestiesen aquel día; de la cual merced goza hoy su sucesor.34
Y, al fin, veyéndose ya viejo y enfermo de dolencia tal que no podía escapar, Dios, que ni deja al hombre sin punición, ni le niega su misericordia,35 le dio tiempo esperando en que se corregiese, arrepintiendo. Y, por cierto, cosa fue maravillosa y ejemplo digno de memoria a los mortales la gran contrición que hobo y el arrepentimiento de sus pecados y el derramar de las lágrimas que hizo continuamente muchos días antes que muriese, llamando a Dios y pidiéndole, con todo corazón, que le perdonase y hobiese merced de su ánima.36 Y con esta contrición y arrepentimiento feneció sus días en edad de setenta años.37
Don Juan de Silva, conde de Cifuentes y alférez mayor del pendón real,1 hijo de don Pero Tenorio,2 adelantado de Cazorla, y nieto de Arias Gómez de Silva, fue hombre delgado y alto de cuerpo y bien compuesto en la proporción de sus miembros. La cara tenía larga y honesta; la nariz, un poco luenga; tenía la lengua ceceosa.3 Era fijodalgo de limpia sangre. Sus abuelos fueron naturales del reino de Portugal.4 Vivió en los tiempos del rey don Juan y del rey don Enrique, su hijo; y mozo de pocos días vino al servicio del rey don Juan. Tenía tan buena gracia en la manera de su servicio, que fue uno de los aceptos servidores que el rey tovo.5
Era hombre muy agudo y muy discreto e inclinado a justicia. Hablaba muy bien y cosas muy sustanciales y conformes a la razón. Vista la autoridad de su persona y la limpieza de su vevir, fue puesto en el Consejo del rey.6
Y como acaece que en las cortes y en las casas reales concurren muchos hombres que por diversas vías van tras sus deseos, y algunos por que les den, otros por que no les quiten, loan lo que debrían callar y callan lo que debrían reprender; y si algunos dicen cosa conforme a la razón, la dañan mezclándola con alguna pasión y odio de personas, este caballero, teniendo una tan singular condición, que era muy claro, sin ninguna encubierta,7 y realmente pospuesta toda afección y odio, decía con muy buena gracia su parecer en las cosas y no dejaba de decir aquello que otros, o por gratificar o por no indignar, callaban. Y comoquier que su voto fuese contra el deseo de algunos,8 pero porque sus hablas se mostraban proceder de buenas y no dañadas entrañas, no eran mal recibidas. Y su persona por esta causa era muy estimada y su parecer en las cosas, muy esperado.
Era gran celador del bien común y con todas sus fuerzas procuró muchas veces la conservación del patrimonio real; y contradecía a los que, procurando sus intereses particulares, ofendían al bien general. Y por esto hobo algunas molestias y trabajos de los que suelen haber los favorecedores de la verdad.9 Pero, al fin, seyendo constante en el camino de la virtud, fue muy acatado y honrado;10 y el rey le hizo su alférez mayor y le encargó grandes y arduos negocios, porque entendía que los trataba con verdad y guardaba su fidelidad.
Acaeció en sus tiempos que todos los cristianos príncipes se acordaron con los perlados y clerecía de hacer concilio en la ciudad de Basilea, que es en la alta Alemania, sobre una gran cisma que por entonces había en la Iglesia de Dios entre el papa Eugenio y otro que se llamó Félix.11 A la cual congregación, como todos acordasen enviar sus embajadores –porque convenía mostrarse en aquella congregación la magnificencia y poderío de los reyes–,12 el rey don Juan, conocida la suficiencia de este caballero, le cometió esta embajada,13 y envió con él grandes letrados; y fue acompañado de mucha compaña de hidalgos con grandes y muy suntuosos arreos.14 Y así en sus hablas como en la continencia de su persona, y en todos los otros actos que debe hacer hombre discreto y de gran autoridad, guardó tan bien la honra del rey y de su tierra y de su persona, que ninguno de cuantos embajadores que fueron en aquella congregación la guardó mejor.
Y como acaeciese un día que el embajador del rey de Inlatierra quisiese anticiparse a ocupar el lugar de la precedencia que al rey de Castilla pertenecía, no podiendo este caballero sofrir tiempo para que se determinase por razón lo que veía llevar por fuerza, llegó a aquel embajador y, puestas las manos en él, con gran osadía, le arrebató y echó de aquel lugar, y él se puso en él.15 Visto este exceso hecho en el palacio de la congregación, la gente de armas, que tenía la salvaguarda de la ciudad, se escandalizó y tentaron de proceder contra él y contra los suyos por haber cometido cosa de hecho, sin esperar determinación de derecho. Y este caballero, guardada su autoridad, sin recibir alteración, insistió en su propósito. Y preguntado por el caballero presidente de la justicia cómo había osado poner las manos en tan notable embajador y de tan gran príncipe como era el rey de Inlatierra, con ánimo no vencido, le respondió: «Dígoos, presidente, que cuando padece defecto la razón, no debe faltar manos al corazón».16 Y con su gran osadía, junto con su buena razón, fue guardada la preeminencia del rey y la honra del reino y fue amansado aquel escándalo. Después de largo tiempo, concluidas las cosas, volvió al reino con fama de hombre magnífico,17 porque fue muy franco en el distribuir; y de caballero esforzado, porque mostró valentía en el osar; y de varón discreto, porque gobernó aquel cargo con gran sagacidad y prudencia.18
Venido al reino de Castilla y tornado al logar que tenía en el Consejo del rey, entendió muchas veces –y con grandes trabajos del cuerpo y del espíritu– en concordar al príncipe don Enrique con el rey, su padre, y en excusar grandes roturas que se esperaban sobre algunas diferencias que entre ellos había.19 Y esto sopo tratar con gran prudencia, persuadiendo la obediencia que el hijo debía tener al padre y mitigando la indignación que el padre tenía contra el hijo; y desviando las siniestras intenciones que había de la una parte y de la otra.20
Entendió asimismo en otros grandes y muy arduos negocios, en los cuales el rey, conocidos sus muy grandes servicios, le hizo merced de las villas de Cifuentes y Montemayor y de otros lugares y bienes y rentas en cantidad mucho mayor de la que heredó de su padre.21 Y como vemos alcanzar riquezas por caso y conservarlas por seso, puédese creer de este caballero que cumplidamente hobo lo uno y lo otro: porque si tovo fortuna para alcanzar bienes, tovo asimismo prudencia para los conservar.
Después de la muerte del rey don Juan, el rey don Enrique le dio título de conde de la su villa de Cifuentes y le hizo otras mercedes.22 Y como vemos por experiencia que los hombres vanos e incapaces,23 cuando les acaece haber oficios y riquezas temporales se alteran con ellos y, queriéndose mostrar magnánimos, hacen cosas fuera de lo que su medida requiere, puédese bien creer que así asentó en este caballero el nuevo estado y dignidad; y tan poca alteración hizo en su persona la abundancia de los bienes, como si de sus abuelos, por gran antigüedad, los hobiera habido.
Al fin, entrado ya en los días de la vejez, en los cuales suele más reinar la avaricia de los bienes, cosa fue por cierto singular y digna de ejemplo el fin que este caballero puso a su codicia: porque dado que fue llamado por el rey para que entendiese en grandes cosas do pudiera haber grandes intereses, todo lo pospuso, y se retrojo a su casa, donde hizo loable fin. Y dejados dos mayorazgos de asaz rentas a dos hijos,24 murió en edad de sesenta y cinco años.25
Don Diego Hurtado de Mendoza, duque del Infantazgo, marqués de Santillana y conde del Real de Manzanares, hijo del marqués don Íñigo López de Mendoza y nieto del almirante don Diego Hurtado, fue hombre delgado y alto de cuerpo; tenía los ojos prietos y las facciones del rostro hermosas; y bien proporcionado en la compostura de sus miembros. Era de linaje noble castellano muy antiguo.
Seyendo mozo, el marqués, su padre, le envió a la su casa de la Vega por pacificar la tierra de las Asturias de Santillana y la librar de algunos tiranos que gela ocupaban,1 con los cuales hobo algunos recuentros y hechos de armas en que usó el ejercicio de la caballería e hizo hábito en la disciplina militar.2 Y porque las gentes de aquellas tierras son hombres valientes, esforzados y muy cursados en las peleas a pie, que según la disposición de aquellas montañas se requiere hacer, este caballero se vido con ellos muchas veces en grandes trabajos y peligros de la guerra continua que con ellos tovo. Hasta que, al fin, vencidos sus contrarios por batallas en campo, y muerto su principal capitán,3 alimpió aquellas sus montañas de la tiranía en que por largos tiempos habían estado.
Era hombre bien instructo en las letras latinas, y tenía tan buena memoria, que pocas cosas se le olvidaban de lo que en la Sacra Escritura había leído.4 Era hombre de verdad y aborrecía tanto mentiras y mentirosos,5 que ninguno de los tales hobo jamás logar cerca de él. Heredó la casa de su padre en el tiempo del rey don Enrique cuarto. Y fue uno de los principales señores del reino que entendieron en pacificar las divisiones que hobo entre el rey don Enrique y el rey don Alfonso, su hermano.6
Fue tan perseverante en la virtud de la constancia,7 que por ningún interese jamás le vieron hacer mudanza de aquello que una vez asentaba de hacer. Y esta virtud se experimentó en él, porque no dejó de seguir la vía del rey don Enrique, aunque en ella hobo algunos sinistres y se vido en grandes discrímines y aventuras de perder su persona y casa;8 porque se tenía por dicho que en el infortunio relucía la constancia. Peleó en la batalla que estos dos reyes hobieron cerca de la villa de Olmedo.9 Ante de la cual,10 veyéndose las haces contrarias,11 unas y otras, en el campo, ni el miedo le turbó el seso para consejar, ni el esfuerzo se enflaqueció para cometer; ni menos cansó la fuerza del corazón peleando para vencer.
Celaba este caballero tanto la honra,12 que con dificultad era traído a entender en ninguna negociación ni trato que le fuese movido, recelando que las variedades de los tiempos le forzasen a hacer mudanza de su palabra por do podiese caer en punto de mengua.13 Era hombre muy llano y tratable con todos; y honrador en los recibimientos de los que a él venían; y ajeno de disimulaciones. Tenía ánimo tan noble y las entrañas tan claras y tan abiertas, que jamás fue conocido en él pensamiento para muerte y destruición ni injuria de ninguno. Y de su natural inclinación no quería entender salvo en cosas justas y rectas. Todas las cautelas y ficciones aborrecía como cosa contraria a su natural condición.14
No era varón de venganzas, y perdonaba tan fácilmente a los que le erraban,15 que jamás había memoria de sus yerros. Acaeciole que, como algunos suyos le errasen de tal manera que la graveza del delito les cerrase la puerta de la esperanza para ser perdonados,16 movido este caballero por la piedad natural que tenía, podiendo haber de ellos entera venganza, le acaeció llamarlos y perdonarlos, y quedando limpio de todo odio, les dio de sus bienes. Porque decía él que ninguna mayor pena podía recibir el injuriador, que venir a manos del injuriado; ni mayor gloria el injuriado, que dar vida y beneficios al injuriador.17
Tenía la codicia de haber bienes temporales como todos los mortales tienen. Pero en esto tovo una tan singular templanza que, por gran utilidad y acrecentamiento que hobiese, no hiciera cosa fea ni deshonesta.18 Y como vemos todos los hombres desear honra y acrecentamiento, especialmente en las tierras de su morada, y la necesidad de los tiempos acarrease que el rey en remuneración de sus servicios le ofreciese donación perpetua de Guadalajara, do era su asiento, este caballero no la quiso recibir: porque su humanidad no pudo sofrir la pasión y trabajo que otros sentían por ser puestos en señorío particular y apartados del señorío real. Decía él que el imperio forzoso más se puede decir cuidado grave que posesión deleitosa.
Fue hombre que se deleitaba en labores de casas y edeficios. Este duque fundó de principio en la su villa de Manzanares la fortaleza que está en ella edificada;19 e hizo de nuevo y reparó algunas casas de morada en sus tierras y logares. Y en esto, más que en otras cosas, fue liberal.20 Fue asimismo vencido de mujeres y del apetito de los manjares. Y habiendo acrecentado su título y patrimonio allende de lo que le dejó el marqués, su padre, murió en toda prosperidad en edad de sesenta y cinco años.21
Don Enrique Enríquez, conde de Alba de Liste, hijo del almirante don Alfonso Enríquez y nieto de don Fadrique, maestre de Santiago, fue hombre de mediana estatura, bien compuesto en la proporción de sus miembros. La nariz tenía larga; los ojos, un poco colorados; y los cabellos, llanos.
Este caballero tovo el juicio muy vivo.1 Era hombre de buena prudencia y, por la experiencia de los grandes hechos que por él pasaron, su parecer en las cosas se había por muy cierto.2 Era hombre palanciano y siempre hablaba cosas breves y graciosas.3 Fue hombre de tan gran esfuerzo, que en algunas afrentas peligrosas donde fue experimentado, ninguno otro en sus tiempos se halló tener el ánimo más libre de miedo para acometer y defender. Y comoquiera que por su linaje, título y estado era con gran veneración acatado,4 pero por respeto de su gran esfuerzo y cierto juicio siempre su persona fue mirada con más honrada estimación que otros que tenían mayores estados que el suyo.
Era hombre de poco sufrimiento. Y en algunas diferencias que hobo en estos reinos, siguió la parcialidad del almirante don Fadrique y del adelantado Pero Manrique, sus hermanos, donde se le siguieron prisiones y otros infortunios que sufrió con ánimo de varón.5
Era hombre de verdad.6 Y sirvió muy bien y lealmente al rey don Fernando y a la reina doña Isabel en las guerras que pasaron con el rey don Alfonso de Portogal.7 Y en la batalla real que estos dos reyes hobieron entre las ciudades de Toro y Zamora, donde el rey de Portogal fue vencido, este caballero, aunque en edad ya de setenta años, ni la fuerza del corazón se le enflaqueció, ni la de los miembros le faltó para pelear. Y peleó con tan gran esfuerzo, que fue siguiendo el alcance contra los portogueses hasta cerca de la puente de Toro,8 donde, pensando que le guardaban los suyos, se metió tanto en los contrarios, que fue preso y llevado a Portogal.9 Estando en la prisión, conocida la limpieza de su condición, le fue dada libertad para venir a Castilla con algunos partidos de concordia.10 Y cumpliendo su palabra, volvió a la prisión, en la cual estovo hasta que la reina, a su gran honra, le hizo libre.
Y feneció su vida con gran honra y ejemplo de bueno y esforzado caballero en edad de setenta y cinco años.11
Don Pedro de Estúñiga, conde de Plasencia, hijo de Diego López de Estúñiga, justicia mayor del rey, fue hombre alto de cuerpo, bien proporcionado en la compostura de sus miembros; y el rostro tenía largo y la nariz, afilada. Sus abuelos fueron de linaje noble, naturales del reino de Navarra.1
Era hombre de buen seso y de pocas palabras y de gran ejecución en las cosas que quería. En sus tiempos fue tenido en gran estimación por respeto de su persona y de su gran casa.2 Era caballero esforzado y muy perseverante en la opinión que tomaba. Placíale tener hombres esforzados y defendíalos de las fazañas que cometían; y por esta causa siempre estaba acompañado de hombres de todas suertes. En su tiempo fue acrecentada su casa y floreció su fama por la gran copia de gente que de continuo era inclinado a mantener.
Acaeció que, como el rey don Juan el segundo hobiese necesarias algunas gentes de armas para pacificar los escándalos que entonces en sus reinos había, este caballero, comoquiera que era ya viejo y enfermo y muy gravado de gota,3 pero con celo grande que tovo de servir a su rey, se hizo traer en andas al real, do estaba la hueste, y rodeado de gran copia de gente de armas de su casa, vino a le servir. Y sirviole con otros caballeros de tal manera en aquella jornada, que el rey recibió de él servicio señalado, y él alcanzó fama de leal súbdito y fue ejemplo de lealtad a otros que se movieron a servir su rey, veyendo venir como vino este caballero en andas a le servir.4
Murió con gran honra de edad de setenta años.5
Don Gastón de la Cerda, conde de Medinaceli, hijo de don Luis de la Cerda, fue hombre delgado de cuerpo, de muy hermoso gesto, y de mediana estatura y bien compuesto en la proporción de sus miembros. Ceceaba un poco. Su padre y abuelos fueron de linaje de los reyes de Castilla descendientes por legítima línea y asimismo de los reyes de Francia, y todos, sucesivamente, fueron condes de aquel condado de Medina.1 El cual condado, con otras villas y logares y tierras, fue dado a su trasbisabuelo,2 que era nieto del rey don Alfonso de Castilla,3 por el derecho que había a estos reinos.
Este conde fue muy franco y procuraba estar acompañado de hombres fijosdalgo. Y seyendo en edad de veinte y cinco años, veyendo que el conde, su padre, seguía algunas parcialidades de caballeros contra la voluntad del rey don Juan, y puesto en pensamiento trabajoso, porque si la opinión de su padre siguiese, creía errar a la lealtad que debía al rey, y si obedecía al rey, pensaba errar a la obediencia paternal, pospuestos los daños que del apartamiento de su padre se le siguieron, deliberó obedecer los mandamientos reales. Y sirvió a su rey todo el tiempo de su vida con tanta obediencia, que la perseverancia que tovo en su servicio fue a otros ejemplo de lealtad.4
Y después que heredó la casa de su padre, siempre vivió haciendo guerra a los contrarios del rey. Y fue preso en su servicio en una batalla que hobo con los aragoneses, en la cual prisión estovo algún tiempo.5 Y recibió daños en su persona y hacienda, que sufrió como varón fuerte, reputándolos a prosperidad por ser en servicio de su rey. Este conde conoció bien cuánto reluce la lealtad y la constancia en el caballero y cuánto es fea la mácula del yerro cometido contra los reyes.6 Fue hombre vencido del amor de las mujeres, y él fue amado de ellas.
Murió con gran honra, después que salió de la prisión, en edad de cuarenta años.7
Don Rodrigo Manrique, conde de Paredes y maestre de Santiago, hijo segundo de Pedro Manrique, adelantado mayor del reino de León, fue hombre de mediana estatura, bien proporcionado en la compostura de sus miembros. Los cabellos tenía rojos y la nariz un poco larga. Era de linaje noble castellano.
En los actos que hacía en su menor edad pareció ser inclinado al oficio de la caballería. Tomó hábito y orden de Santiago y fue comendador de Segura, que es cercana a la tierra de los moros.1 Y estando por frontero en aquella su encomienda, hizo muchas entradas en la tierra de los moros, donde hobo fama de tan buen caballero, que el adelantado, su padre, por la estimación grande en que este su hijo era tenido, apartó de su mayorazgo la villa de Paredes y le hizo donación de ella.2 Y el rey don Juan le dio título de conde de aquella villa.3
Este varón gozó de dos singulares virtudes: de la prudencia,4 conociendo los tiempos, los logares, las personas y las otras cosas que en la guerra conviene que sepa el buen capitán. Fue asimismo dotado de la virtud de la fortaleza,5 no por aquellas vías en que se muestran fuertes los que fingida y no verdaderamente lo son, mas así por su buena composición natural, como por los muchos actos que hizo en el ejercicio de las armas, asentó tan perfectamente en su ánimo el hábito de la fortaleza, que se deleitaba cuando le ocurría logar en que la debiese ejercitar. Esperaba con buen esfuerzo los peligros, acometía las hazañas con grande osadía y ningún trabajo de guerra a él, ni a los suyos, era nuevo.6
Preciábase mucho que sus criados fuesen dispuestos para las armas.7 Su plática con ellos era la manera del defender y del ofender el enemigo; y ni se decía ni hacía en su casa acto ninguno de molleza,8 enemiga del oficio de las armas. Quería que todos los de su compañía fuesen escogidos para aquel ejercicio. Y no convenía a ninguno durar en su casa si en él fuese conocido punto de cobardía. Y si alguno venía a ella que no fuese dispuesto para el uso de las armas, el gran ejercicio que había y veía en los otros le hacía hábile y diestro en ellas.
En las batallas y muchos recuentros que hobo con moros y con cristianos,9 este caballero fue el que, mostrando gran esfuerzo a los suyos, hería primero en los contrarios. Y las gentes de su compañía, visto el esfuerzo de su capitán, todos le seguían y cobraban osadía de pelear. Tenía tan gran conocimiento de las cosas del campo y proveíalas en tal manera, que, donde él fue principal capitán, nunca puso su gente en logar do se hobiese de retraer; porque volver las espaldas al enemigo era tan ajeno de su ánimo,10 que elegía antes recebir la muerte peleando, que salvar la vida huyendo.
Este caballero osó acometer grandes hazañas. Especialmente, escaló una noche la ciudad de Huesca,11 que es del reino de Granada.12 Y comoquier que, subiendo el escala, los suyos fueron sentidos de los moros, y fueron algunos derribados del adarve y heridos en la subida, pero el esfuerzo de este capitán se imprimió a la hora tanto en los suyos,13 que, pospuesta la vida y propuesta la gloria, subieron el muro peleando, y no fallecieron de sus fuerzas defendiéndolo, aunque veían los unos derramar su sangre, los otros caer de la cerca. Y en esta manera, matando de los moros y muriendo de los suyos, este capitán, herido en el brazo de una saeta, peleando, entró la ciudad y retrojo los moros hasta que los cercó en la fortaleza;14 y esperando el socorro que le harían los cristianos, no temió el socorro que venía a los moros. En aquella hora, los suyos, vencidos de miedo, vista la multitud que sobre ellos venía por todas partes a socorrer los moros y tardar el socorro que esperaban de los cristianos, le amonestaron que desamparase la ciudad y no encomendase a la fortuna de una hora la vida suya y de aquellas gentes, juntamente con la honra ganada en su edad pasada. Y requeríanle que, pues tenía tiempo para se proveer, no esperase hora en que tomase el consejo necesario, y no el que agora tenía voluntario.
Visto por este caballero el temor que los suyos mostraban: «No –dijo él– suele vencer la muchedumbre de los moros al esfuerzo de los cristianos cuando son buenos, aunque no sean tantos. La buena fortuna del caballero crece creciendo su esfuerzo. Y si a estos moros que vienen cumple socorrer a su infortunio, a nosotros conviene permanecer en nuestra victoria hasta la acabar o morir. Porque si el miedo de los moros nos hiciese desamparar esta ciudad ganada ya con tanta sangre, justa culpa nos pornían los cristianos por no haber esperado su socorro.15 Y es mejor que sean ellos culpados por no venir que nosotros por no esperar». «De una cosa –dijo él– sed ciertos: que entre tanto que Dios me diere vida, nunca el moro me porná miedo, porque tengo tal confianza en Dios y en vuestras fuerzas, que no fallecerán peleando veyendo vuestro capitán pelear».16
Este caballero duró e hizo durar a los suyos, combatiendo los moros que tenía cercados y resistiendo a los moros que le tenían cercado, por espacio de dos días, hasta que vino el socorro que esperaba y hobo el fruto que suelen haber aquellos que permanecen en la virtud de la fortaleza.17 Ganada aquella ciudad y dejado en ella por capitán a un su hermano llamado Gómez Manrique,18 ganó otras fortalezas en la comarca; socorrió muchas veces algunas ciudades y villas y capitanes cristianos en tiempo de extrema necesidad; e hizo tanta guerra en aquellas tierras, que en el reino de Granada el nombre de Rodrigo Manrique fue mucho tiempo a los moros gran terror. Cercó asimismo este caballero la fortaleza de Alcaraz por la reducir a la corona real.19 Cercó la fortaleza de Uclés por la reducir a la su orden de Santiago.20 Esperó en estos dos sitios las gentes que contra él venieron a socorrer estas fortalezas. Y comoquier que la gente contraria vido ser en mucho mayor número que la suya, mostró tal esfuerzo, que los contrarios no le osaron acometer y él consiguió con gran honra el fin de aquellas empresas que tomó; do se puede bien creer que venció más con el esfuerzo de su ánimo, que con el número de su gente.
Hobo asimismo este caballero otras batallas y hechos de armas con cristianos y con moros que requerían gran estoria si de cada una por extenso se hobiese de hacer minción,21 porque toda la mayor parte de su vida trabajó en guerras y en hechos de armas.
Hablaba muy bien y deleitábase en recontar los casos que le acaescían en las guerras.22 Usaba de tanta liberalidad,23 que no bastaba su renta a sus gastos; ni le bastara si muy grandes rentas y tesoros toviera, según la continuación que tovo en las guerras. Era varón de altos pensamientos e inclinado a cometer grandes y peligrosas hazañas, y no podía sofrir cosa que le pareciese no sofridera. Y de esta condición se le siguieron grandes peligros y molestias. Y ciertamente por experiencia vemos pasar por grandes infortunios a muchos que presumen forzar la fuerza del tiempo, los cuales, por no sofrir una sola cosa, les acaece sofrir muchas y a muchos, a quien de fuerza han de tener contentos para conseguir su poco sufrimiento.
Era amado por los caballeros de la orden de Santiago, los cuales, visto que concurrían en él todas las cosas dignas de aquella dignidad, le eligieron por maestre en la provincia de Castilla por fin del maestre don Juan Pacheco.24
Murió con gran honra en edad de setenta años.
Otros muchos claros varones naturales de vuestros reinos hobo que hicieron cosas dignas de memoria, las cuales, si, como dije, se escribiesen particularmente, sin duda sería mayor libro y de mayores y más claras hazañas que el que hizo Valerio y los otros que escribieron los hechos de los griegos y de los romanos.1 Entre los cuales, hacen gran memoria de Mucio Cévola,2 que ascondidamente salió de la ciudad de Roma y fue a matar al rey Persena, que la tenía cercada, y exaltando mucho en haber quemado su brazo, porque no acertó de matar al rey que pensaba y mató a otro que parecía ser el rey. ¡Ved qué culpa tovo su brazo por el yerro que hobo su pensamiento! Y, por cierto, si la pena que este dio a su brazo toviese logar de loor, loaríamos al espada que hace buen golpe y no al que la menea.
Y pues de este caso se hace gran estima por los estoriadores romanos, razón es que haga aquí memoria de lo que sope y es notorio en Francia que hizo un fijodalgo vuestro natural, que se llamó Pedro Fajardo, mozo de veinte años.3 El cual, como sirviese en la cámara del rey Carlos de Francia,4 y le pidiese merced de un caballo y un arnés para le servir en la batalla que tenía aplazada con el rey de Inglaterra,5 y el rey, habido respeto que su edad era aún tierna para entrar en batalla, no gelo quisiese dar y le mandase quedar en su cámara, este Pedro Fajardo respondió al rey: «No suelen los fijosdalgo de Castilla que son de mi edad quedar en la cámara yendo su señor a la guerra. Yo vos certifico, señor –dijo él–, que si no me fornecés de armas y de caballo,6 que yo iré a pie, delante las escuadras de vuestra gente, a morir peleando en la batalla». El rey, conocida la animosidad de este fijodalgo, le dio un caballo y un arnés. Y como se vido armado, un día antes de la batalla, en presencia del rey, hizo voto solemne de matar al rey de Inglaterra o derribar su estandarte real o morir en la demanda.7 El corazón de este mozo, conocido por algunos mancebos franceses, despertó sus ánimos y prometieron de le ayudar a complir su voto. Otro día, las haces tendidas y hecha señal de las trompetas para se juntar las haces,8 este fijodalgo castellano se adelantó de las otras gentes y, dando golpes en los enemigos y recibiéndoles en todo su cuerpo, entró por fuerza en la batalla del rey inglés, y abrazose con su estandarte real y vino con él al suelo. Y allí recibió tan grandes heridas en la cabeza, que perdió las fuerzas y el sentido, y fue preso por los ingleses, pero consiguió el fin de su voto, por donde su parte fue vencedora.
Este Pero Fajardo castellano y el otro Cévola romano iguales me parece que fueron en los propósitos, pues que ambos iban con deliberación de recebir muerte por ayudar a su parte. Pero el castellano se mostró claro enemigo, porque, guerreando los contrarios, fue como caballero a complir su voto; el romano, como hombre encubierto, con simulación fengida, fue a complir el propósito que no consiguió, porque mató a otro y no al rey que pensó matar.9
Notorio es asimismo en toda la cristiandad el paso que Suero de Quiñones, caballero fijodalgo, sostovo un año en la puente de Órbigo, que es camino de Santiago.10 Y como este caballero envió publicar con sus harautes por las cortes de los reyes y señores de la cristiandad que cualquier gentilhombre que por aquella puente pasase había de hacer armas con él,11 concurrieron a esta recuesta muchos caballeros y gentileshombres de diversas tierras que en el paso de aquella puente de Órbigo hicieron armas con este caballero.12 En las cuales, y en todo otro acto de caballería que allí intervino, ningún extranjero se esmeró ni hobo igual victoria de la que por las armas este fijodalgo castellano hobo.
¿Cuál de los capitanes romanos pudo pujar al esfuerzo de don Juan Ramírez,13 comendador mayor de Calatrava, de linaje noble de Guzmán? El cual mostraba tan gran ardideza en las batallas y tenía tanta destreza en el gobernar las armas,14 que, el brazo desnudo, el espada en la mano, esforzando los suyos, hiriendo los enemigos, venció muchas batallas de moros. Y con tanto esfuerzo acometía y con tal perseverancia duraba en los peligros, que, como ajeno de todo miedo, lo imprimía en los enemigos.
Garcilaso de la Vega,15 caballero de noble sangre y antiguo, criado desde su menor edad en el oficio de las armas, en la mayor priesa de las batallas tenía mejor tiento para hacer golpe cierto en el enemigo.16 Y ni la multitud de las saetas, ni los tiros de las lanzas, ni los otros golpes de los contrarios que le rodeaban alteraron su continencia para hacer desconcierto en la manera de su pelear.
De loar es, por cierto, Horacio Teocles,17 romano, que peleó en la puente Supicia del Tíberi con los toscanos y los detovo peleando entre tanto que se derribaba el un arco de aquella puente, por que los romanos fuesen salvos. Pero no es menos de estimar el esfuerzo de este Garcilaso, el cual, como viese que su gente estaba en punto de se perder, huyendo de la multitud de los caballeros moros que los seguían, este caballero, ofreciendo su vida por la salud de los suyos,18 tornó con gran esfuerzo a los enemigos, y tomado un paso, los impidió peleando con ellos tanto espacio, que su gente se pudo salvar, que no pereciese.
Este caballero era hombre callado, sofrido, esencial, amigo de efectos y enemigo de palabras.19 Y tovo tal gracia, que todos los caballeros de su tiempo desearon remidar sus costumbres.20
Juan de Saavedra,21 caballero fijodalgo, guerreó los moros muchos tiempos. Y tan osado era en las batallas, que con menor número de gente siempre osó acometer los enemigos, aunque fuesen mucho más que los suyos; y los venció muchas veces y desbarató.22 Gonzalo de Saavedra,23 su hermano, en guerras de moros y de cristianos, ningún romano pudo tener mayor diligencia, ni mejor conocimiento, para ordenar las batallas; ni en saber los logares, ni en poner las guardas y en todas las otras cosas que para seguridad de las huestes se requiere saber a todo buen capitán. El cual fue tan discreto, y consideraba las cosas y los casos que podían acaecer en las guerras y las proveía de tal manera, que nunca se halló que por defecto de su provisión los de su parte recibiesen inconveniente.
¿Quién fue visto ser más industrioso ni más acepto en los actos de la guerra que Rodrigo de Narváez,24 caballero fijodalgo a quien por las notables hazañas que contra los moros hizo le fue cometida la ciudad de Antequera?25 En la guarda de la cual y en los vencimientos que hizo a los moros ganó tanta honra y estimación de buen caballero, que ninguno en sus tiempos la hobo mayor en aquellas fronteras.
Y es de considerar que, comoquier que los moros son hombres belicosos,26 astutos y muy engañosos en las artes de la guerra; y varones robustos y crueles; y aunque poseen tierra de grandes y altas montañas y de logares tanto ásperos y fraguosos que la disposición de la misma tierra es la mayor parte de su defensa,27 pero la fuerza y el esfuerzo de estos caballeros y de otros muchos nobles y fijosdalgo, vuestros naturales, que continuaron guerra con ellos, siempre los oprimieron a que diesen parias a los reyes,28 vuestros progenitores, y se ofreciesen por sus vasallos.
Y ni estos grandes señores y caballeros y fijosdalgo,29 de quien aquí con causa razonable es hecha memoria, ni los otros pasados que, guerreando, a España la ganaron del poder de los enemigos, no mataron por cierto sus hijos, como hicieron los cónsules Bruto y Torcato; ni quemaron sus brazos, como hizo Cévola; ni hicieron en su propria sangre las crueldades que repugna la natura y defiende la razón.30 Mas con fortaleza y perseverancia, con prudencia y diligencia, con justicia y con clemencia,31 ganando el amor de los suyos y seyendo terror a los extraños, gobernaron huestes, ordenaron batallas, vencieron los enemigos, ganaron tierras ajenas y defendieron las suyas.
Yo,32 por cierto, no vi en mis tiempos ni leí que en los pasados viniesen tantos caballeros de otros reinos y tierras extrañas a estos vuestros reinos de Castilla y de León por hacer armas a todo trance como vi que fueron caballeros de Castilla a las buscar por otras partes de la cristiandad. Conocí al conde don Gonzalo de Guzmán y a Juan de Merlo.33 Conocí a Juan de Torres y a Juan de Polanco;34 Alfarán de Bivero y a mosén Pero Vázquez de Sayavedra;35 a Gutierre Quijada y a mosén Diego de Valera.36 Y oí decir de otros castellanos que con ánimo de caballeros fueron por los reinos extraños a hacer armas con cualquier caballero que quisiese hacerlas con ellos. Y por ellas ganaron honra para sí y fama de valientes y esforzados caballeros para los fijosdalgo de Castilla.
Asimismo sope que hobo guerras en Francia y en Nápoles y en otras partes, donde concurrieron gentes de muchas naciones. Y fui informado que el capitán francés o el italiano estonces tenía por muy bien fornecida la escuadra de su gente, cuando podía haber en ella algunos caballeros castellanos, porque conocía de ellos tener esfuerzo y constancia en los peligros más que los de otras naciones.
Vi también guerras en Castilla, y durar algunos tiempos, pero no vi que viniesen a ella guerreros de otras partes, porque así como ninguno piensa llevar hierro a la tierra de Vizcaya, donde ello nace,37 bien así los extranjeros reputan a mal seso venir a mostrar su valentía a la tierra de Castilla, do saben que hay tanta abundancia de fuerzas y esfuerzo en los varones de ella, que la suya será poco estimada.
Así que, reina muy excelente, estos caballeros y perlados, y otros muchos naturales de vuestros reinos de que no hago aquí mención por ocupación de mi persona,38 alcanzaron con sus loables trabajos que hobieron y virtudes que siguieron el nombre de varones claros, de que sus descendientes en especial se deben arrear39 y todos los fijosdalgo de vuestros reinos deben tomar ejemplo para limpiamente vevir, por que puedan fenecer sus días en toda prosperidad como estos vivieron y fenecieron. Lo cual, sin duda, todo hombre podrá hacer sacudiendo de sí malas afecciones y pensamientos torpes, que al principio prometen dulzura y a la fin paren tristeza y disfamia.
Ahora razón es hacer aquí memoria de algunos perlados naturales de Castilla que en mis tiempos, por su ciencia, méritos y virtudes, subieron a grandes estados y tovieron grandes dignidades en la Iglesia de Dios.
Don Juan de Torquemada, cardenal de San Sixto, fue hombre alto de cuerpo y delgado y de venerable gesto y presencia, natural de la ciudad de Burgos. Sus abuelos fueron de linaje de los judíos convertidos a nuestra santa fe católica.
Aprendió teología seyendo mozo, porque tenía inclinación a esta ciencia más que a otra. Pareció, en el sosiego de su niñez, que la natura le apartó de las cosas mundanas y ofreció a la religión. Los días de su adolescencia siguieron las buenas costumbres que hobo en su mocedad y los de la joventud, a los de la adolescencia. Y así, creciendo en días, siempre crecía en virtudes. Y según pareció en la honestad y limpieza de su vida,1 quier procediese de su complixión o de su buen seso, siempre tovo tan fuerte resistencia contra las tentaciones, que no podieron corromper sus buenas costumbres. Recibió de su voluntad hábito y orden de Santo Domingo. Era observantísimo en su religión. Aprendió en el estudio de París, donde recibió el grado de magisterio.2
Venido a Castilla con deseo de su naturaleza, conocida la ciencia y honestad de su vida, fue elegido por prior del monesterio de San Pablo de Valladolid.3 Y después fue prior de San Pedro Mártir, de la ciudad de Toledo. Estando en aquel monesterio con propósito de hacer allí asiento de su vida, los hados, que llevan al que quiere para que vaya,4 y aquellas cosas que la providencia divina tiene ordenadas, rodearon las cosas en tal manera, que se levantó contra él tal emulación de personas de su orden,5 que le forzó ir a Roma cuando fue quitada la cisma que hobo en la iglesia entre el papa Eugenio y el que se llamó Félix.6 Y llegó a tiempo que se había de hacer congregación de letrados en Roma para determinar algunas dudas que de la cisma pasada habían resultado. Para lo cual, el rey don Juan acordó enviar sus embajadores a Roma. Entre los cuales, porque era necesario enviar grandes letrados, conocida la fama que este religioso tenía de gran teólogo, le envió mandar que se juntase con sus embajadores. El cual, obedeciendo al rey, lo hizo. En aquella congregación de letrados cosa maravillosa fue cuánto se esmeró sobre todos los otros, así en las dudas que aclaró como en la determinación que hizo en las cosas que ocurrieron, lo cual hizo crecer la fama que tenía de gran letrado.7 Y porque la honestad de su vida se conformaba con la abundancia de su ciencia, el papa le hizo mucha honra y a suplicación del rey don Juan le crió cardenal.
Fue habido en sus tiempos por tan gran teólogo que, cuando acaecía venir de cualquier parte de la cristiandad alguna duda o qüistión de teología, todos se referían a la determinación que este cardenal, entre todos los otros teólogos, hiciese.8 Era hombre apartado, estudioso, manso y caritativo; y en su buena y honesta vida mostró tener gracia singular, con la cual ganó honra para sí y dio ejemplo a otros para usar de virtud.9
Deleitábase en las obras del entendimiento. Hizo una glosa del Salterio devotísima y otros tratados y declaraciones de la Sacra Escritura muy provechosos y doctrinables.10 Fundó en Roma a sus expensas el monesterio de la Minerva. Reedificó asimismo todo el monesterio de San Pablo de Valladolid y tornolo en observancia. E hizo otras labores y reparos en monesterios y casas de oración.11
Estovo con gran honra en Roma, después que fue criado cardenal, hasta que murió de edad de ochenta años.12
Don Juan de Carvajal, cardenal de Sant’Angelo, fue hombre alto de cuerpo, el gesto blanco y el cabello cano y de muy venerable y hermosa presencia; natural de la ciudad de Plasencia, de linaje de hombres ciudadanos.
Desde su menor edad continuó el estudio. Fue gran letrado en derecho canónico y cevil.1 Era hombre muy honesto y gracioso en sus hablas. Cuando propuso de tomar orden eclesiástica, fue a Roma, donde, conocido por gran letrado y hombre de honesta vida, el papa Eugenio le encargó negocios arduos y le envió diversas veces en embajadas de gran importancia,2 en las cuales guardó siempre su honra y su conciencia y dio la razón que hombre letrado y discreto debía dar. Fue proveído del obispado de aquella ciudad de Plasencia do era natural.3 Y veniendo de una embajada, do fue enviado al concilio de Basilea, conocida su gran suficiencia en las cosas que allí negoció,4 le fue dado el capelo de cardenal.5
Era hombre esencial, aborrecedor de aparencias y de cirimonias infladas. Cuanto más huía de la honra mundana, tanto más le seguía. Nunca en sus votos públicos ni hablas privadas fue visto desviar punto de la justicia por afección,6 ni por interese suyo ni ajeno; ni hizo cosa que pareciese fuera de razón, ni demandó que otro la hiciese.
Después que hobo la renta de aquel obispado de Plasencia, la cual entendió ser necesaria para sostener su estado, no pensó en gastar la vida codiciando riquezas, mas propuso vevir obrando virtudes. Y puso tales límites a la codicia, que se puede bien decir haberla vencido, porque no solamente dejó de procurar más renta de la que había de su obispado, mas cerró su deseo y apartó de sí la codicia,7 de tal manera que jamás quiso recibir otras rentas y dignidades que muchas veces le fueron ofrecidas.8 Y de muchos y grandes cargos que tovo y comisiones que le fueron hechas, donde por alguna razón pudiera haber grandes intereses, nunca recibió, ni consentió a sus oficiales recibir interese pequeño ni grande. Y en esta manera, señoreando la codicia, señoreaba aquellos a quien señoreaba la codicia, y ninguno osaba agraviarse de sus determinaciones, conociendo que carecían de afección e interese.9
Reprendía mucho a los hombres que, sobrándoles las rentas allende de lo necesario, tenían el deseo de adquerir en infinito. Este varón sopo bien cuánta fuerza suele hacer a las veces el oro a la justicia, la cual teme poco el criminoso cuando con dinero piensa redemir su crimen. Conocido asimismo cómo todo juez que toma, luego es tomado, y que no puede huir de ser injusto o ingrato: injusto, si por el don que recibe, tuerce el derecho; ingrato, si no lo tuerce en favor de aquel que le dio. Y si hace justicia o la abrevia por lo que recibió, puédese decir vendedor de la justicia por precio. Conocido por este perlado los inconvenientes que del codiciar allende de lo necesario se siguen, ni se atormentó codiciando, ni se avergonzó demandando; y teniendo la codicia tan sujeta, tenía la honra tan alta. Estaba continuamente alegre porque gozaba de la virtud de la templanza, avenidora de la razón con el apetito. Era prudente y de gran entendimiento, que son partes esenciales del ánima; y las hobo por arte y experiencia de tiempos.10
Estas virtudes conocidas en él, fue legado del papa a la provincia de Alemania dos veces.11 Y en estas sus legaciones hizo, determinó y declaró grandes hechos, y pacificó los príncipes de aquellas partes y las comunidades que estaban en discordia, y castigó la herejía de los bohemios,12 e hizo otras singulares cosas en servicio de Dios y aumentación de la fe cristiana.
Otrosí, por excusar el daño grande que conoció recrecer a todas las gentes que pasaban el río de Tajo, acerca de la ciudad de Plasencia, movido con ferviente caridad, hizo a sus grandes expensas la puente que allí hoy está edificada, que se llama la Puente del Cardenal, edificio muy notable.13
Puédese creer de este claro varón que su buen seso le hizo aprender ciencia; y su ciencia le dio saber;14 y su saber le dio experiencia; y la experiencia le dio conocimiento de las cosas, de las cuales sopo con prudencia elegir las que le hicieron hábito de virtud, mediante la cual vivió próspero ochenta años sin pasión de codicia y con abundancia de lo necesario. Y murió con gran honra en la ciudad de Roma.15
Don Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo, hijo de Lope Vázquez de Acuña, fue hombre alto de cuerpo y de buena presencia. Era de los fidalgos, y de limpia sangre, del reino de Portugal. Su abuelo fue un caballero portugués que vino a Castilla al servicio del rey don Juan, el que fue vencido en la batalla de Aljubarota.1
Fue primero obispo de Sigüenza y después fue proveído del papa del arzobispado de Toledo a suplicación del rey don Juan. Rezaba bien sus horas;2 guardaba cumplidamente las cirimonias que la iglesia manda guardar. Fundó el monesterio de San Francisco de Alcalá y comenzó a fundar otro monesterio en la villa de Briyuega.3
Era hombre de gran corazón y su principal deseo era hacer grandes cosas y tener gran estado por haber fama y gran renombre. Tenía en su casa letrados y caballeros y hombres de facción.4 Recibía muy bien y honraba mucho a los que a él venían; y tratábalos con buena gracia;5 y mandábales dar gran abundancia de manjares de diversas maneras, de los cuales hacía siempre tener su casa muy proveída. Y tenía para ello los oficiales y ministros necesarios,6 y deleitábase en ello. Sus pensamientos de este perlado eran muy más altos que sus fuerzas y su gran corazón no le dejaba discerner, ni consentía medir su facultad con las grandes empresas que tomaba. Y de esto se le seguían trabajos y fatigas continuas.
Era hombre franco y, allende de las dádivas que de su voluntad con gran liberalidad hacía,7 siempre daba algo a cualquier que le demandaba, porque no sofría que ninguno se partiese de él descontento. Y, por cierto, la dádiva hecha con deseo de fama y no con pensamiento de razón más se puede decir mal hecho que buen pensamiento, porque aquel beneficio es clarísimo que carece de vanagloria.8 Verdad es que ni nuestra benignidad se debe tanto cerrar que sea dura la comunicación de nuestros bienes, pero ni tanto abrir que con prodigalidad se derramen, porque si del retener se sigue odio, de lo otro procede tal mengua que de necesario vienen los pródigos a poner las manos en bienes ajenos.9
Era hombre belicoso y, siguiendo esta su condición, placíale tener continuamente gente de armas y andar en guerras y en juntamientos de gentes. Insistía mucho en la opinión que tomaba y queríala proseguir aunque se le representaban algunos inconvenientes. Y como la opinión, sospecha y afección son cosas que muchas veces engañan a los hombres, este perlado, traído por algunas de estas, procuraba siempre de sostener parcialidades, donde se siguieron en sus tiempos algunas guerras en el reino, en las cuales acaecieron batallas campales y otros recuentros y hechos de armas.10 Era gran trabajador en las cosas de la guerra. Y cuanto era amado de algunos por ser franco, tanto era desamado de muchos por ser belicoso, seyendo obligado a religión.
Placíale saber expiriencias y propiedades de aguas y de yervas y otros secretos de natura.11 Procuraba siempre haber grandes riquezas, no para hacer tesoro, mas para las dar y distribuir. Y este deseo le hizo entender muchos años en el arte del alquimia. Y comoquier que de ella no veía efecto, pero creyendo siempre alcanzarla para las grandes hazañas que imaginaba hacer, siempre la continuó. En la cual, y en buscar tesoros y mineros,12 consumió mucho tiempo de su vida y gran parte de su renta; y todo cuanto más podía haber de otras partes.13 Y como vemos algunas veces que los hombres, deseando ser ricos, se meten en tales necesidades que los hacen pobres, este arzobispo, dando y gastando en el arte del alquimia y en buscar mineros y tesoros, pensando alcanzar grandes riquezas para las dar y distribuir, siempre estaba en continuas necesidades. Y sin duda se puede creer que si lo que deseaba tener este perlado correspondiera al corazón que tenía él en él, hiciera grandes cosas.
Al fin, gastando mucho y deseando gastar más, murió muy pobre y adeudado en la villa de Alcalá, de edad de setenta años, de los cuales fue treinta y siete arzobispo de Toledo.14
Don Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, fue hombre de mediana estatura, bien proporcionado en las facciones de su rostro y en la composición de sus miembros; hijo del doctor Juan Alonso de Ulloa, de linaje de hombres fijosdalgo del reino de Galicia. Era natural de la ciudad de Toro. Tomó el apellido de su madre, que era de linaje de Fonseca.
Era hombre de muy agudo ingenio y de buen entendimiento y bien instructo en lo que requería al hábito y profesión eclesiástica que tomó. El sentido de la vista tenía muy ávido y codicioso, más que ninguno de los otros sentidos. Y seguiendo esta su inclinación, placíale tener piedras preciosas y perlas y joyas de oro y de plata y otras cosas hermosas a la vista.1 Las cosas necesarias para el servicio de su persona y para el arreo de su casa quería que fuesen muy primas y toviesen singularidad de perficción sobre todas las otras, y deleitábase en ello.2 Era asimismo muy limpio en su persona y en sus vestiduras y trajes, y reglado y muy ordenado en sus gastos.3
Comenzando la edad de mancebo, salió del estudio y vino al servicio del rey don Enrique, seyendo príncipe, y fue su capellán mayor.4 Y por su intercesión fue proveído del obispado de Ávila y después fue promovido a dignidad de arzobispo de Sevilla. Hablaba muy bien y con buena gracia. Tovo gran logar en la gobernación del reino en tiempo del rey don Juan y del rey don Enrique, su hijo. Quería tanto gratificar a los que con él negociaban, que ninguno iba mal contento de su respuesta.
Era hombre muy astuto y diligente;5 daba buenos y prestos remedios a los casos que acaecían; celaba mucho la justicia y la honra de la corona real. Era tan agudo, que siempre inventaba grandes cosas. Procuraba mucho la honra y siempre quería tener el principal lugar acerca de los reyes y ser único con ellos en sus hablas y retraimientos. Y como acaece en las cortes de los reyes ser envidiados y odiosos aquellos que más cerca de ellos están, este arzobispo, por esta singular acepción que procuraba siempre tener acerca del rey don Juan y del rey don Enrique, y por la gran confianza que en aquellos tiempos hicieron de algunos arduos negocios que ocurrían, se le seguieron enemistades peligrosas con algunos grandes del reino. Las cuales, por discurso de tiempo y con obras de amistad, sopo con buen juicio satisfacer de tal manera que saneó el odio que de él fue concebido.6
Conocidos los grandes trabajos así del espíritu como de la persona que hobo en la gobernación del reino, le fue hecha merced por el rey don Juan de las villas de Coca y de Alaejos, y otras grandes mercedes de que hizo casa y mayorazgo que dejó a su hermano.7
Tenía la codicia común que todos los hombres tienen de haber bienes temporales, y sabíalos muy bien y con gran diligencia adquerir.
Este arzobispo edeficó de principio en aquella su villa de Alaejos la fortaleza que en ella está hoy fundada.8 Y como acaece que algunos, procurando las cosas que desean, se reputan mezquinos cuando no las alcanzan y serlo hían si las alcanzasen; otros hay que, aborreciendo las que piensan serles dañosas, su buena fortuna los fuerza que las reciban por la utilidad que de ellas se les ha de seguir; puédese creer de este arzobispo que hobo tan buena fortuna acerca de estas cosas mundanas, que siempre se le apartaba aquello que procuraba si al fin le había de ser dañoso y se le aparejaba lo que aborrecía si al fin le había de ser próspero.
Y murió en honra y prosperidad en la su villa de Coca, conociendo a Dios, como buen perlado, y con devoción de católico cristiano, en edad de cincuenta y cinco años.9
Don Alonso de Santa María, obispo de Burgos, fue hombre de buen cuerpo, bien compuesto en la proporción de sus miembros; tenía cara y persona muy reverenda. Era hijo de don Pablo, obispo que fue de Burgos, el cual le hobo en su mujer legítima que tovo antes que entrase en la religión eclesiástica. Y este obispo don Pablo fue de linaje de los judíos, y tan gran sabio, que fue alumbrado de la gracia del Espíritu Santo y, habido conocimiento de la verdad, se convirtió a la fe católica.1
Este obispo don Alonso, su hijo, desde su mocedad, fue criado en la Iglesia y en escuela de ciencia; y fue gran letrado en derecho canónico y cevil.2 Era asimismo gran filósofo moral.3 Hablaba muy bien y con buena gracia; ceceaba un poco. Y su persona era tan reverenda y de tanta autoridad, que en su presencia todos se honestaban y ninguno osaba decir ni hacer cosa torpe.4 Era ya tan acostumbrado en los actos de virtud, que se deleitaba en los obrar.5
Entre los letrados que fueron escogidos para enviar a un gran concilio que se hizo en Basilea,6 este obispo, seyendo deán de Santiago, fue uno de los nombrados a quien el rey don Juan mandó ir en aquella embajada.7 En la cual, conocida su ciencia y la experiencia de sus letras y claras costumbres, ganó tan gran fama que, estando en Roma, el papa Eugenio le proveyó del obispado de Burgos, que era del obispo don Pablo, su padre.8
Puesto en esta dignidad, guardó tan bien los preceptos que según los sacros cánones y decretos debe guardar el perlado, que fue ejemplo de vida y de doctrina a todos los otros perlados que fueron en su tiempo. Fue embajador al rey de Portogal por mandado del rey don Juan. Y con la fuerza de sus razones excusó la guerra y concluyó la paz que por entonces hobo entre estos dos reinos.9 Era observantísimo en la orden y hábito que tomó. Predicaba, corregía y usaba en su diócesis de aquellas cosas que perlado es obligado a hacer. Era limosnero y ayudó con gran suma a edeficar el monesterio de San Pablo de Burgos y reedificó otras iglesias y monesterios de su obispado.10
Fue varón quito de codicias temporales y nunca se sintió en el punto de invidia. Decía él que no podía ser alegre con sus bienes el que se atormenta con bienes ajenos. Era de espíritu humilde y, doctrinando con humildad, su doctrina era mejor recibida y hacía mejor fruto.
Tornó de lengua latina en nuestra lengua vulgar ciertas obras de Séneca que el rey don Juan le mandó reducir.11 Era muy estudioso y deleitábase en platicar las cosas de ciencia. Hobo una gran disputa con un filósofo y orador grande de Italia que se llamó Leonardo de Arecio sobre la nueva traslación que hizo de las Éticas de Aristótiles, en la cual disputa se contienen muchos y muy doctrinables preceptos.12 Hizo asimismo algunos tratados de filosofía moral y de teología, y provechosos a la vida, los cuales están hoy en la capilla do está enterrado, en la iglesia mayor de Burgos.13
Aborrecía los loores que en presencia le decían, «porque si la conciencia acusaba de dentro poco –decía él–, ¿qué aprovechaban loores de fuera?». Y si el entendimiento humano es tan alto y generoso que pone sus términos cercanos a los del alto Dios, quien bien considerare los actos exteriores de este perlado, conocerá, sin duda, que sus pensamientos interiores más participaban con las cosas celestiales, que con las terrenales.
Al fin, seyendo en edad de setenta años, como propusiese ir en romería a Santiago, aun en este su voto pareció ser bien acepto a Dios,14 porque le dio gracia que fuese en salvo y cumpliese su romería. La cual complida, y tornado a su diócesis, finó conociendo a Dios y dejando fama loable y claro ejemplo de vida.15
Don Francisco, obispo de Coria, fue hombre pequeño de cuerpo y hermoso de gesto; la cabeza tenía grande. Era natural de la ciudad de Toledo. Sus abuelos fueron de linaje de los judíos convertidos a la fe católica. Desde su menor edad fue honesto y tovo inclinación a la ciencia. Era cuerdo y de muy sotil ingenio.
Muertos su padre y madre y quedando mozo, la vergüenza que padecía por falta de lo necesario le constriñó salir de su tierra e ir al estudio de Lérida,1 donde, mostrando gramática a otros y aprendiendo él filosofía, pobremente pasó algún tiempo. Durante el cual hobo noticia de su habilidad la reina doña María de Aragón,2 hermana del rey don Juan, y porque le placía mucho ver castellanos dados a virtud, le tomó para su capilla. Y a pocos días, conocido que tal ingenio no debía ser distraído del estudio, proveyéndole de su limosna para cada año, le envió al estudio de París, donde aprendió por espacio de diez años. En los cuales, los rectores de aquel estudio, conociendo que su gran ciencia e integridad de vida suplía el defecto de su edad, le dieron el grado de magisterio, que a otros tan mancebos no se acostumbra dar en aquel estudio.3
Fue muy gran pedricador; ceceaba un poco y, comoquier que pequeño de cuerpo, su órgano resonaba muy claro; y tenía singular gracia en sermonar, tan bien en lengua latina como en la suya materna. Era observantísimo en la orden clerical que tomó. Sostuvo muchas veces conclusiones de filosofía y teología en el estudio de París y en corte romana y en otros estudios generales, donde alcanzó honra y fama de gran teólogo. Era de vida honestísima y no fue visto en ninguna de sus edades jugar ni jurar.4 Y como el entendimiento comprende las cosas universalmente, y el apetito las sigue y la prudencia las ordena, puédese creer de este perlado que ni falleció en el entender, ni erró en el elegir, ni menos desvió del verdadero juicio para las discerner. Movíase a la obra virtuosa, no por el bien aparente, salvo por el existente. Era hombre justo, no por temor de la pena, mas por amor de la justicia.5
Estando en Roma, un cardenal que se decía de Fermo,6 varón muy notable, le recibió en su casa. Y visto por experiencia lo que de este claro varón se decía por fama, le hizo su confesor y al tiempo de su fin le estableció albacea de su ánima. Era de vida tan clara, que jamás le vieron hacer cosa en secreto que sin reprensión no pudiera hacer en público. No suplicó jamás por beneficio ni dignidad que hobiese, mas su ciencia y su vida procuraban su provisión sin su procuración. Muerto aquel cardenal, el papa Nicolás le recibió por su familiar y le proveyó del deanazgo de Toledo y de otros beneficios.7 Y conocida la gran fuerza que tenía en el razonar, le envió diversas veces por embajador al rey don Luis de Francia y al rey don Alonso de Aragón.8 Fue asimismo uno de los teólogos escogidos que el papa envió dos veces a reducir los bohemios herejes, donde trabajó mucho el espíritu y la persona en aumentación de la fe católica.9
No tenía en tal estimación las cosas humanas que le impediesen la contemplación de las divinas. Ordenó algunos tratados de filosofía y teología y sermones de gran doctrina.10 Y habiendo consideración del yerro grande en que caen aquellos que sin autoridad del Sumo Pontífice presumen quitar reyes y ponerlos, ordenó un libro, fundado por derecho, contra aquellos que hacen división en los reinos y presumen por su propia autoridad quitar un rey y poner otro. Y nunca fue tan laborioso que no pensase en las cosas de Dios, ni tan ocioso que no trabajase en utilidad del prójimo. Estaba ya habituado en vida tan recta y tan razonable, que aquella gracia del libre arbritio que le copo siempre la ejercitó en loor de Aquel que gela dio.
El rey don Enrique cuarto le dio cargo de la embajada y procuración suya y de sus reinos en corte romana. Y el papa Sixto le hizo su datario, que es oficio de gran confianza, y le proveyó del obispado de Coria.11 Y porque en la ciudad de Génova acaecieron grandes divisiones y escándalos de los que suelen acaecer entre los de aquella ciudad, el papa, que era de aquella nación genovesa, deseándolos pacificar y conociendo que el honesto vevir de este perlado le daba gran autoridad,12 le envió por su legado a aquella provincia. El cual, conocidos los deseos de los principales movedores, y dando a cada uno las razones que entendió ser medecinales a su pasión, los retrojo de las vías erradas que llevaban; y puestos en las verdaderas que debían llevar, los amansó y pacificó los escándalos que estaban aparejados a la destruición de la tierra.
Puestas en paz las cosas de aquella provincia y vuelto a la ciudad de Roma, estando para ser criado cardenal en edad de cincuenta y cinco años, feneció sus días, y tornó a la tierra tan virgen como salió de ella.
Y porque las molestias y tentaciones en esta vida vienen a los hombres por diversas maneras: a unos, por que sean punidos; a otros, por que sean corregidos o por que, tentados con alguna adversidad, conozcan mejor a Dios; o por otros respetos notos a Él e ignotos a nós; puédese creer de este perlado que, así como fue amado de los buenos por ser gran persuasor de virtudes, así por ser reprensor de vicios fue aborrecido de algunos malos, de cuyos mordimientos hobo molestias que sofría y venció con verdadera paciencia.13
Ciertamente, quien considerare la vida de este claro varón hallará ser ejemplo y doctrina para todo hombre que quisiere bien vevir, porque ni esta opinión que tenemos de linaje le sublimó,14 ni la compostura del cuerpo, ni las riquezas, le hicieron claro varón; ni menos se puede decir que la fortuna le fuese favorable para alcanzar la honra y estimación grande que hobo, mas la perseverancia que tovo en la vida virtuosa le abrió puerta para entrar en grandes lugares y le hizo haber acepción acerca de grandes señores y para haber la honra que le dio claro nombre.15
Don Alfonso, obispo de Ávila, fue hombre de mediana estatura, el cuerpo espeso, bien proporcionado en la compostura de sus miembros. Tenía la cabeza grande, el gesto robusto, el pescuezo un poco corto. Era natural de la villa de Madrigal, de linaje de labradores.
Desde su niñez tovo inclinación a la ciencia, y creciendo en días, creció más en deseo de aprender. Era hombre agudo y de gran memoria. Hobo principios en filosofía y teología. Aprendió en el estudio de Salamanca,1 donde recibió hábito clerical. Fue observantísimo en la orden que recibió, y de edad de veinte y cinco años hobo el grado de magisterio. Y tanto resplandecía en ciencia y en vida honesta que, comoquier que había otros de mayor edad y de gran suficiencia, pero por sus méritos fue elegido para leer las cátedras de teología y de filosofía.2 Y tovo tan gran perseveración en el estudio, que el tiempo que se pasaba siempre lo tenía presente, porque gozaba en la hora presente de lo que en la pasada había aprendido. Tovo muchos discípulos.3 Y después que fue maestro nunca halló mostrador,4 porque ni se excusó jamás de aprender, ni fue acusado de haber mal aprendido.
El papa, movido por la habilidad interior de este claro varón más que por suplicación exterior de otro, le proveyó de maestrescuela de Salamanca.5 Seyendo gran maestro en artes y teología, se dispuso aprender derecho canónico y cevil, y fue en aquellas facultades instructo como el más docto hombre que en ellas era principiado. Y tan gran era la fama de su saber en todas ciencias, que, estando en aquel estudio, duró gran tiempo que venían a le ver hombres doctos, también de reinos extraños, como de los reinos de España.
Cierto es que ningún hombre, dado que viva largos tiempos, puede saber la perficción y profundidad de todas las ciencias, y no quiero decir que este sabio perlado las alcanzó todas, pero puédese creer de él que en la ciencia de las artes y teología y filosofía natural y moral, y en las facultades del derecho y asimismo en el arte del estrología y astronomía, no se vido en los reinos de España, ni en otros extraños se oyó, haber otro en sus tiempos que con él se comparase.
Era hombre callado y resplandecía más en él la lumbre de la ciencia que el florear de la lengua.6 Fue a Roma, donde sostovo conclusiones de gran ciencia; y alcanzó fama de varón muy sabio; y fue mirado por el papa y por todos los cardenales como hombre singular en la Iglesia de Dios.7 Este hizo muchos tratados de filosofía y teología.8 Y escribió sobre el texto de la Sacra Escritura una muy copiosa declaración y de gran doctrina que está hoy en el monesterio de Guadalupe y en el estudio de Salamanca, en el cual verá, quien bien la mirare, cuánto este perlado abundaba en todas ciencias y cómo es verdad lo que de él aquí se predica.9
El rey don Juan, que era un príncipe a quien placía oír lecturas y saber declaraciones y secretos de la Sacra Escritura, lo tovo cerca de sí y le hizo de su Consejo; y suplicó al papa que le proveyese del obispado de Ávila. Duró perlado en aquel obispado seis años.
Y murió de edad de cincuenta y cinco, conociendo a Dios y con fama del más sabio hombre que en sus tiempos hobo en la Iglesia de Dios.10
Don Tello, obispo de Córdoba, fue hombre alto de cuerpo, bien proporcionado en la compostura de sus miembros; y el rostro tenía honesto. Era natural de una villa que se dice Buendía,1 de linaje de labradores.
Desde su menor edad tovo gran deseo a la ciencia. Y comoquier que le menguaba lo necesario para continuar el estudio, pero la voluntad que tenía de aprender le llevó a las escuelas de Salamanca,2 confiando más en la providencia de Dios, que suele acorrer a los buenos deseos, que en la facultad suya ni de otro ninguno que le ayudase. Aprendió en un colegio de Salamanca donde muestran a los pobres por amor de Dios. Fue buen letrado en derecho canónico y en aquella facultad le fue dado grado de doctor. Elegió el hábito clerical y guardó muy bien aquellas cosas que la Iglesia estatuyó que guardasen los buenos clérigos. Por sus méritos fue proveído del arcedianazgo de Toledo y de otros beneficios en la Iglesia de Dios. Y como este claro varón se vido con gran renta, y puesto ya en la edad que demanda reposo, retrójose a la iglesia de Toledo a servir a Dios en aquella dignidad que tenía.
Era hombre a quien movía más la caridad para distribuir que la codicia para ganar.3 Compadecíase de los miserables y, veces con el consejo, veces con el consuelo y también con su limosna, allí do era necesario los consolaba y remediaba: porque creía que estos bienes temporales no se dieron más para poseer que para destribuir. Su deseo era hacer obras de misericordia y, poniéndolas en obra, sacaba todos los años cierto número de cativos cristianos de tierra de moros.4 Y en esto, y en casar huérfanas y socorrer pobres, gastaba su pensamiento y toda la renta que tenía, reputando a pecado si de un año le fincase algo para otro. Y esto hizo complidamente y con tanta diligencia que sin duda se puede decir que fue leal despensero de sus bienes para los distribuir a voluntad del que gelos dio,5 porque servía tanto en la virtud de la caridad, que de lo necesario a su persona propia no curaba tanto cuanto pensaba en socorrer la necesidad ajena.
Y porque fue informado que por falta de una torre que no había en un término cerca de la ciudad de Alcalá la Real perecían algunos cristianos en las guerras que en aquellas partes tienen con los moros, este perlado envió a la edeficar a sus propias expensas en el logar y forma que le fue dicho ser necesario al bien y defensa de aquella tierra. Otrosí, visto que algunos hombres perecían en el río de Guadarrama que pasa por el camino que va desde la ciudad de Toledo a la villa de Torrijos, este claro varón edeficó la puente que hoy allí está edificada y excusó los inconvenientes que todos los años por falta de ella en el paso de aquel río se recrecían.6 En la cual obra este perlado usó de tal magnanimidad,7 que, como viese la dificultad que algunas personas particulares ponían en la contribución de lo necesario para aquel edeficio, no consintió que ninguno contribuyese cosa alguna para él, salvo él solo acordó de lo hacer a sus expensas. Y en esta liberalidad nos dio a conocer cuánto más el virtuoso se deleita en el gastar, que el avariento pena en el guardar.8
La reina doña Isabel, que tenía un singular deseo de proveer a las iglesias de sus reinos de personas notables, suplicó al papa que proveyese a este claro varón del obispado de Córdoba.9 El cual fue proveído de aquella iglesia y, mediante los ruegos y exhortaciones que de parte de la reina le fueron fechas, aceptó la provisión que el papa le hizo de aquella dignidad.10
Y dentro del año que fue proveído por perlado de aquella iglesia, feneció en esta vida con testimonio cierto de haber ganado la otra, en edad de setenta años.11
Muy excelente reina y señora, por cierto se debe creer que tan bien se loara un hecho castellano como se loa un hecho romano, si hobiera escritores en Castilla que sopieran ensalzar en escritura los hechos de los castellanos, como hobo romanos que supieron sublimar los de su nación romana.1 Así que imputaremos la nigligencia a los escritores que no escribieron, mas no imputaremos por cierto a los castellanos que no hicieron actos de virtud en todas las cosas donde ella, ejercitada, suele relucir. Y, por tanto, el noble caballero Fernán Pérez de Guzmán dijo verdad: que para ser la escritura buena y verdadera, los caballeros debían ser castellanos y los escritores de sus hechos, romanos.2
LETRAS
Para la edición de las treinta y cuatro epístolas conservadas de Pulgar se tienen en cuenta distintos testimonios: la edición de Burgos, Fadrique de Basilea, c. 1485 (Bu), para las quince cartas que transmite; la edición de Toledo, Juan Vázquez, 1486 (H), para otras diecisiete cartas, así como para el orden del epistolario; por último, las cartas XXXIII y XXXIV se basan respectivamente en el ms. Altamira, 397, doc. 13/2, de la Biblioteca Zabálburu, Madrid, y el ms. 1517 de la Biblioteca Nacional de España, Madrid.
Señor doctor Francisco Núñez, físico
Yo, Fernando de Pulgar, escribano, parezco ante vós y digo que,1 padeciendo gran dolor de la ijada y otros males que asoman con la vejez,2 quise leer a Tulio De senetute,3 por haber de él para ellos algún remedio; y no le dé Dios más salud al alma de lo que yo hallé en él para mi ijada. Verdad es que da muchas consolaciones y cuenta muchos loores de la vejez, pero no provee de remedio para sus males. Quisiera yo hallar un remedio solo, más por cierto, señor físico, que todas sus consolaciones; porque el conorte,4 cuando no quita dolor, no pone consolación;5 y así quedé con mi dolor y sin su consolación. Quise ver esomismo el segundo libro que hizo de las Qüistiones Tosculanas,6 do quiere probar que el sabio no debe haber dolor, y si lo hobiere, lo puede desechar con virtud. Yo, señor doctor, como no soy sabio, sentí el dolor y, como no soy virtuoso, no lo pude desechar, ni lo desechara el mismo Tulio, por virtuoso que fuera, si sentiera el mal que yo sentí; así que, para las enfermedades que vienen con la vejez, hallo que es mejor ir al físico remediador que al filósofo consolador.
Por los Cipiones, por los Metelos y Fabios y por los Trasos, y por otros algunos romanos que vivieron y murieron en honra, quiere probar Tulio que la vejez es buena;7 y por algunos que hobieron mala postremería probaré yo que es mala, y daré mayor número de testigos para prueba de mi intinción que el señor Tulio pudo dar para en prueba de la suya. Uno de los cuales presento al mismo Tulio, el cual sea preguntado de mi parte: cuando Marco Antonio, su enemigo, le cortó la mano y la cabeza, ¿cuál quisiera más: morir de calenturas algunos años antes, o morir como murió, viejo y de hierro, algunos años después?8 Bien creo yo que aquellos romanos que alega hobieron honrada vejez, pero también creo que el señor Tulio escribió las prosperidades que hobieron y dejó de decir las angustias y dolores que sintieron y sienten todos cuantos mucho viven. Sabio y honrado fue Adán, pero sus dos hijos vido homicida el uno del otro. Justo fue Noé, pero vido perecer el mundo, y él andovo en la tormenta de las aguas, y vídose descubierto y escarnecido de su hijo. Abrahán amigo fue de Dios, pero desterrado andovo de su tierra, sufriendo angustias por moradas ajenas. Isaac la vejez le hizo ciego, y vivió vida atribulada por la discordia de sus dos hijos. Rico fue Jacob y honrado, pero sus hijos le vendieron al hijo que más amaba, y ciento y treinta años confesó que había, pocos y malos. David persecuciones hobo muchas y graves, y disensión dentro de su casa, que es doblado tormento. El viejo Elí, sacerdote, sus dos hijos sopo ser muertos en la batalla, y el arca del Testamento tomada de los enemigos.9 Estos, de quien estas cosas se leen, patriarcas fueron y amigos de Dios, mucho más por cierto que los Metelos ni los Fabios de Roma; pero ¿quién quita que en los muchos años que vivieron hobieron lugar todas estas persecuciones que sintieron? No acabaríamos de contar, porque son muchos, y aun diría que todos los que por vevir mucho hobieron en sus postrimeros días grandes tormentos, allende de los dolores corporales que les acarrea la vejez. Ni por eso quiero yo comparar nuestra vida y trabajos a la vida y tentaciones de estos patriarcas, ni de los santos y mártires que, alumbrados del Espíritu Santo, sufrieron virtuosos martirios y persecuciones; porque aquello fue por otros misterios de Dios, obrados en aquellos que fueron sus amigos, por exprementar en ellos la virtud de la fe, de la paciencia y de la constancia, para ejemplo de nuestra vida. Pero digo que, cuando aquellos sintieron los trabajos que hobieron, cuánto más los sentirían los que no podieron alcanzar la gracia que ellos alcanzaron.
Job nos condena a pena de vivir pocos días y sofrir muchas lacerias,10 la cual sentencia se ejecuta cada día en cada uno de nosotros, especialmente en los viejos; porque veo que continuamente padecemos dolores, dolencias, muertes de propincos,11 necesidades que tomamos, otras que se nos vienen sin llamar, según y en la manera que Job lo pronunció por su sentencia; ítem más, pobreza, amiga y mucho compañera de la vejez.12
Y porque loa esomismo Tulio la vejez de templada, porque se aparta de lujuria y de los otros excesos de la mocedad, sea preguntado si usan los viejos de esta templanza porque no pueden o porque no quieren. Dígolo, señor físico, porque a vós y a otros hombres honrados he oído llorar esta templanza, y loar y deleitarse tanto en la destemplanza de su mocedad pasada, que parece faltar la obra porque faltó el poder, que está ya tan seco cuanto está verde el deseo para la obra si podiese; así que no sé yo cómo loemos de templado al que no puede ser destemplado.13 Y si el viejo quiere tornar a usar de las lujurias que dejó con la mocedad, ya vedes, señor doctor, cuán hermoso le está andar envuelto en las cosas que su apetito le tienta y su fuerza le niega.14
Loa también la vejez porque está llena de autoridad y de consejo; y por cierto dice verdad, comoquiera que yo he visto muchos viejos llenos de días y vacíos de seso, a los cuales ni los años dieron autoridad, ni la expiriencia pudo dar doctrina, y ser corregidos de algunos mancebos.15 Y si algunos viejos hay que sepan, aun estos dicen: «si sopiera cuando mozo lo que agora sé cuando viejo, otramente hobiera vevido»; de manera que si el mozo no hace lo que debe porque no sabe, menos lo hace el viejo porque no puede.
Loa también el señor Tulio la vejez porque está cerca de ir a visitar los buenos en la otra vida;16 y de esta visitación veo yo que todos huimos, y huyera el mesmo Tulio si no le tomaran a manos y le enviaran su camino a hacer esta visitación que mucho loó y poco deseó. Porque hablando con su reverencia, uno de los mayores males que padece el viejo es el pensamiento de tener cercana la muerte, el cual le hace no gozar de todos los otros bienes de la vida; porque todos naturalmente querríamos conservar este ser, y esto acá no puede ser, porque cuanto más esta vida crece, tanto más descrece, y cuanto más anda, tanto más va a no andar nada.17 Y propiamente hablando no se puede decir con verdad que vive ni que muere el viejo: no muere, porque aún tiene el ánima en el cuerpo, y no vive porque tiene la muerte tanto cerca cuanto cierta. Así que no sé yo qué vida puede tener el que este temor continuo tiene.
Y lo más grave que yo veo, señor doctor, es que si el viejo quiere usar como viejo huyen de él; si como mozo, burlan de él. No es para servir, porque no puede; no para servido, porque riñe; no para en compañía de mozos, porque el tiempo les apartó la conversación. Menos pueden convenir los viejos, porque la vejez desacuerda sus propósitos. Comen con pena, purgan con trabajo. Enojosos a los que los menean. Aborrecibles a los propincos, porque tardan en morir; aborrecibles si son ricos y viven mucho porque tarda su herencia. Disfórmanseles los ojos, la boca y las otras facciones y miembros; enflaquécenseles los sentidos, y algunos se les privan. Gastan, no ganan. Hablan mucho, hacen poco. Y sobre todo la avaricia, que les crece juntamente con los días, la cual do quier que asienta, ¿qué mayor corrupción puede ser en la vida?18
Así que, señor físico, no sé yo qué pudo hallar Tulio que loar en la vejez, heces y horrura de toda la vida pasada, la cual le hace hábile para recebir cualquier dolencia de la ijada, con sus adherencias.19 Y si alguna edad de la vida halló digna de loor, lo que niego, debiera, a mi parecer, loar la mocedad antes que la vejez, porque la una es hermosa, la otra fea; la una sana, la otra enferma; la una alegre, la otra triste; la una enhiesta, la otra caída; la una recia, la otra flaca; la una dispuesta para todo ejercicio, la otra para ninguno, sino para gemir los males que cada hora de dentro y de fuera les nacen.
Y por tanto, señor físico, sintiéndome muy agraviado de las consolaciones y pocos remedios de Tulio de senetute, como de ningunas y de ningún valor, apelo para ante vós, señor Francisco de medicis,20 y pido los emplastos necesarios saepe et instantissime,21 y requiéroos que me remediéis y no me consoléis. Valete.22
Señor: los que bien os desean querrían hablar luego en vuestro negocio. Yo, señor, pienso ser de calidad que procurándolo agora se hará tarde lo que dejándose un poco se puede hacer temprano; y por tanto creed que se hace mucho porque se deja por agora de hacer algo. Y no os maravilléis, que dolencias hay que sana el tiempo sin medecina, y no el físico con ella; vós, señor, tenéis acá tales físicos, que no faltará diligencia cuando vieren oportunidad.1
Digo, señor, mi parecer, porque con cuatro cosas somos obligados de ayudar a los señores y amigos: con la persona y con la hacienda y con la consolación y con el consejo, o con las que de estas toviéremos y el amigo hobiere menester.2 Vós, señor, no habéis necesario de mí nenguna de estas, ni aun se hallan en todos hombres, especialmente las tres dellas; porque muchos tienen personas para ayudar, pero no tienen ánimo para las disponer; otros tienen hacienda para dar, pero falléceles corazón para la aventurar; algunos querrían consolar, pero no saben.
El consejar es muy ligero de hacer, porque cualquiera, por necio que sea, presume dar consejo; y aun muchos se convidan con él porque cuesta poco, y también porque nuestra humanidad nos trae naturalmente a ello, condoliéndose de lo que al prójimo vemos padecer. Y no podiendo, por agora, haceros otra ayuda sino la del consejo, que es más barato que las otras, me parece lo que arriba digo.
Entre tanto, por que la obra de los físicos de acá aproveche con vuestro buen regimiento de allá,3 os pido por merced que consideredes que en todos los tiempos hobo destierros de personas mayores, eguales y menores que vós, en los cuales hobo algunos que la causa de su destierro fue causa de su prosperidad. En su destierro fue Josep adelantado; en su destierro vido Moisén a Dios; en su destierro salvó a Roma Marco Camilio; el destierro de Tulio fue causa de su prosperidad; y otros muchos en diversas maneras rodeadas por la providencia divina.4 Y así placerá a Dios que de este vuestro destierro surtirá cosa tanto próspera que no queráis no haber seído desterrado, porque Dios es aquel que después de la adversidad da prosperidad, y después de muchas lágrimas y tristeza acostumbra derramar su misericordia.
Diréis vós, señor, que este no es consejo, sino consuelo, y aun no de los mejores, y poderíades me llamar consolador de espera.5 Vamos,6 pues, al remedio, que a mí parece ser el verdadero. Pensad, señor, dentro de vós mismo en vuestras culpas y ofensas hechas a Dios, y si fuerdes buen juez, hallaréis que os suelta más de la meatad de lo que le debéis.7 Y si junto con este pensamiento os metéis poco a poco por aquella contrición adelante, y la dejáis derramar por todas las venas y arterias hasta que llegue al corazón, que os lo pase de parte a parte, y os apretáis con ella hasta que os haga bien sudar, daos por sano y alegre;8 porque jamás fue ninguno puramente contrito que no fuese piadosamente oído. San Mateo en su Evangelio dice de una mujer que entre gran multitud do estaba nuestro Señor pudo tocarle en la falda para que le sanase del flujo de sangre que padecía, y dice que sintió nuestro Señor salir de sí virtud con que sanó aquella mujer, y no le llegando los pies a tierra, tan apretado iba de gente, preguntó: «¿Quién me tocó?».9 Yo creo, señor, que dado que la iglesia esté llena de gente, y aunque muchos estemos de rodillas, pero pocos tocamos con la verdadera contrición en la falda de nuestro Señor para que salga de Él la virtud de su piedad que nos sane de la sangre, que son los pecados, como hizo aquella buena dueña; ca si lo hiciésemos como ella lo hizo, tan sanos quedaríamos como ella quedó. Así que, señor, toquemos a nuestro Señor en la falda con la contrición, y acorrernos ha en el alma con la piadad. Toquémosle con el afección,10 y remediará nuestra aflicción. Toquémosle con las lágrimas, y no dudéis que nos responda con la misericordia, con el remedio, con el alegría, y generalmente con todo lo que hobiéremos necesario.
Gemía David y regaba con lágrimas su cama y su estrado en sus destierros y adversidades, y confiando en aquella su verdadera contrición decía: «Tú, Señor, eres aquel que me restituirás mi heredad». Y así gela restituyó, y restituirá a todo contrito.11 Sin duda creed, señor, que el más cierto combate para tomar la piadad de Dios es la humildad y contrición nuestra. Sentencia y muy terrible fue dada contra el rey Ezequías, pero su contrición la hizo prorrogar. Sentencia fue dada contra el rey Acab, pero su contrición la hizo revocar.12 Y así creed que se revocará la vuestra, si habéis la contrición que los otros hobieron; y si no se revocare, creed que no sudastes bien. Tornad otra vez a la verdadera contrición pura, sin otro pensamiento de hombres, sino en solo Dios, y luego habréis el reparo que esperáis; porque ni Él quiere otro sacrificio para ser aplacado, ni a vós queda otro consejo para ser remediado.
Y no os empachéis aunque vais a Él tarde.13 Dígolo porque muchos son los que, despedidos ya de todo remedio de los hombres, se tornan a Dios en sus necesidades, y allí suele Él mostrar su fuerza devina, cuando se exprementó nuestra flaqueza humana,14 no mirando la poca cuenta que de Él en el principio que de nuestras cosas hecimos y dibiéramos haber hecho. El rey Uncislao de Ungría, echado de su tierra, desamparado ya de todos los que le servían, dijo así: «La fiucia que tenía en estos hombres me ocupaba aquella pura esperanza que debía tener en Dios;15 agora que toda entera la pongo en Él, por fe tengo que me remediará». Y así lo remedió, porque en poco espacio fue restituido en su tierra y en su honra.16
Si cuerdo sois, de esta vez creeréis tener parte en Dios, pues os tienta; de la cual tentación, allende de le conocer más y mejor de aquí adelante, creo quedaréis tan buen maestro que jamás seréis contra Él, aunque el rey os lo mande; ni contra el rey, aunque vuestro señor lo quiera.17 Verdad es que la costumbre mala de nuestra tierra es en contrario, y de esto vienen en ella las turbaciones que vemos.
Porque tenéis espacio para leer os envío esta así prolija.18 Valete.
«Llama, no ceses», dice Isaías,1 muy reverendo señor, y pues no vemos cesar este reino de llorar sus males, no es de cesar de reclamar a vós, que dicen ser causa de ellos.2 «¿Poca cosa os parece –dice Moisén a Coré y sus secaces– haberos Dios elegido entre toda la multitud del pueblo para que le sirváis en el sacerdocio, sino que en pago de su beneficio le seáis adversario escandalizando el pueblo?»3 Contad, muy reverendo señor, vuestros días antiguos, y los años de vuestra vida considerad. Considerad esomismo los pensamientos de vuestra ánima, y hallaréis que en tiempo del rey don Enrique vuestra casa receptáculo fue de caballeros airados y descontentos, inventora de ligas y conjuraciones contra el cetro real, favorecedora de desobedientes y de escándalos del reino;4 y siempre vos habemos visto gozar en armas y ayuntamientos de gente, ajenos de vuestra profesión, enemigos de la quietud del pueblo.
Y dejando de recontar los escándalos pasados que con el pan de los diezmos habéis sostenido,5 el año de sesenta y cuatro contra el rey don Enrique se hizo aquel ayuntamiento de gente que todos vimos ser el primero acto de inobediencia clara que, vuestra señoría seyendo cabeza y guiador, sus naturales le osaron mostrar. Aquel, cuasi amansado por la sentencia que en Medina se ordenaba, vuestra muy reverenda señoría se tornó a ayuntar con el rey, y luego a pocos días acordó mudar el propósito y se juntar con el príncipe don Alonso, haciendo división en el reino alzándole por rey. Estas mudanzas, tantas y en tan poco espacio de tiempo, por señor de tan gran dignidad hechas, no en pequeña injuria de la persona y de la dignidad se pudieron hacer.6 Durante esta división, si se despertó la maldad de los malos, la codicia de los codiciosos, la crueldad de los crueles y la rebelión de los inobedientes, vuestra muy reverenda señoría lo considere bien, y verá cuán medicinal es la Sacra Escritura, que nos manda, por san Pedro, obedecer los reyes, aunque disolutos, antes que hacer división en los reinos;7 porque la corrupción y males de la división son muchos, y más graves sin comparación que aquellos que del mal rey se pueden sofrir.
Con gran vigilancia vemos a vuestra señoría procurar que vuestros inferiores vos obedezcan y sean sujetos. Dejad, pues, por Dios, señor, a los sujetos de los príncipes, no los alborotéis, no los levantéis, no los mostréis sagudir de sí el yugo de la obediencia,8 la cual es más aceptable a Dios que el sacrificio. Dejad ya, señor, de ser causa de escándalos y sangres; ca si a David, por ser varón de sangres, no permitió Dios hacerle casa de oración,9 ¿cómo puede vuestra señoría en guerras do tantas sangres se han seguido envolveros con sana conciencia en las cosas divinas que vuestro oficio sacerdotal requiere? Contagioso y muy irregular ejemplo toman ya los otros perlados de esta nuestra España, veyendo a vós, el principal, ser el principal de todas las armas y divisiones. No pequéis, por Dios, señor, ni hagáis pecar, ca la sangre de Jeroboán de la tierra fue desarraigada por este pecado. Dejad ya, señor, de rebelar y favorecer rebeldes a sus reyes y señores, que el mayor denuesto que dio Nabal a David fue irado y desobediente a su señor.10 Jerusalén y todas aquellas tierras, según cuenta el estoriador Josefo, en caída total vinieron cuando los sacerdotes, dejado su oficio divino, se mezclaron en guerras y cosas profanas.11 Y pues vuestra dignidad vos hizo padre, vuestra condición no vos haga parte, y no profanéis ya más vuestra persona, religión y renta, que es consagrada y para cosas pías dedicada. Gran inquisición hizo Aquimelec, sacerdote, antes que diese el pan consagrado a David, por saber primero si la gente que lo había de comer eran limpios.12 Pues considere agora bien vuestra señoría, de consideración espiritual, si son limpios aquellos a quien vós lo repartís, y cómo y a quién, o por qué lo dais y a quién se debía dar, y cómo sois transgresor de aquel santo decreto que dice: «Virum catholicum praecipue Domini sacerdotem».13
Cansad ya, por Dios, señor, cansad, o a lo menos habed compasión de esta atribulada tierra, que piensa tener perlado y tiene enemigo. Gime y reclama por qué tovistes poderío en ella, del cual vos place usar, no para su instrucción como debéis, mas para su destrucción como hacéis; no para su reformación, como sois obligado, mas para su deformación; no para doctrina y ejemplo de paz y mansedumbre, mas para corrupción y escándalo y turbación. ¿Para qué vos armáis sacerdote sino para pervertir vuestro hábito y religión? ¿Para qué os armáis padre de consolación sino para desconsolar y hacer llorar los pobres y miserables, y para que se gocen los tiranos y robadores y hombres de escándalos y sangres con la división continua que vuestra señoría cría y favorece? Decidnos, por Dios, señor, si podrán en vuestros días haber fin nuestros males, o si podremos tener la tierra en vuestro tiempo sin división. Catad, señor, que todos los que en los reinos y provincias procuraron divisiones, vidas y fines hobieron atribuladas.
Temed, pues, por Dios, la caída de aquellos cuya doctrina queréis remidar,14 y no trabajéis ya más este reino,15 ca no hay so el cielo reino más deshonrado que el diviso. Lea vuestra señoría a san Pedro, cuya orden recebistes y hábito vestís, y habed alguna caridad de la que os encomiendo que hayáis, y básteos el tiempo pasado a voluntad de las gentes. Sea el porvenir a voluntad de Dios, que hora es ya, señor, de mirar do vais, y no atrás do venís. No queráis más tentar a Dios con tantas mudanzas; no queráis despertar sus juicios, que son terribles y espantosos. Y pues vos elegió Dios entre tanta multitud para que le sirváis en el sacerdocio, en retribución de su beneficio no le escandalicéis el pueblo, según fueron las primeras palabras de esta epístola.16
Señor: dijéronme que vuestras enfermedades os han mucho enflaquecido, y no me maravillo, porque si la edad que abaja nunca arriba sin dolencia, cuánto más hará con ella. Y vemos que las enfermedades habidas derredor de los sesenta, cuando ya tanta gracia nos hicieren que no nos lleven, otórgannos la vida con condición que parezcamos de setenta, y que vivamos con ay continuo. La reina Isis, en la tierra de los indos que conquistó, halló una isla llamada Barac, do mataban los viejos comenzando a dolecer, por que no viviesen con pena.1 No apruebo esta costumbre, porque ni la fe ni la natura la consienten, pero conozco viejos que querrían vevir en aquella isla por no esperar la hora de la muerte penando todas las horas de la vida. A mí parece que así como hacemos provisión en verano para sofrir las fortunas del invierno, bien así en la fuerza de la mocedad debemos trabajar para sostener la flaqueza de la vejez, y vós debéis dar gracias a Dios porque en vuestra mocedad os dio casa y hacienda para sofrir y remediar las dolencias que trae la edad. Miémbraseme entre las otras cosas que oí decir a Fernán Pérez de Guzmán que el obispo don Pablo escribió al condestable viejo, que estaba enfermo ahí, en Toledo: «Pláceme que estáis en ciudad de notables físicos y sustanciosas medicinas».2 No sé si lo dijera agora; porque vemos que los famosos odreros han echado dende los notables físicos,3 y así creo que estáis agora ende fornecidos de muchos mejores odreros alborotadores que de buenos físicos naturales.4
Y dejando ora esta materia, de mí os digo, señor, que esta mi enemiga y compañera no le bastó la ruin y engañosa compañía que hasta aquí me ha hecho, sino aun agora, que me quiere dejar, me la hace mucho peor. Cuando mozo, me atormentó con sus tentaciones; agora me atribula con sus dolencias. «¡Oh –digo–, mala carne desagradecida! ¿Quisiste nunca de mí cosa que te negase? Si lujuria, lujuria; si gula, gula; si vanagloria, si ambición, si otros cualesquier deleites de los que tú sueles demandar te ploguieron, nunca te resistí ninguno. ¿Por qué agora te place con tus enfermedades darme tanto pesar en pago de tanto placer?» «¿Por qué? –dice ella–. Porque yo soy enferma de mi natura, y lo enfermo no puedo hacer sano. Y ese complimiento de apetitos que me heciste pasados eran principio de las dolencias que ves presentes. Si tovieras –dice ella– seso estonces para resistir mis tentaciones, tovieras agora fuerza para sofrir mis enfermedades; pero ni sopiste repugnar las tentaciones que se vencen peleando, ni la lujuria que se vence huyendo».5
Esto considerado, paréceme, señor, que será bueno que comencemos ya a enfardelar para partir; y por que no vayamos penados con la carga mal cargada, veréis, si vos parece, que vaya en dos fardelejos, uno de la satisfacción, y otro de la contrición:6 porque esta mercadería es muy buena para aquella feria do vamos, y tanto demandada allá cuanto poco usada acá.
Más diría de esto, sino por no parecer parlero.7 Dios vos dé salud.
Muy reverendo señor,1
Una letra de vuestra reverenda paternidad, enviada a vuestro hermano y tomada por las guardas, se vido aquí en Burgos,2 la cual, inter caetera,3 contenía que por todos, grandes y pequeños, en esa corte romana se da cargo grande a la reina nuestra señora, porque a los principios no se hobo según se debía haber.4 Y paréceme, muy reverendo señor, que los que tal sentencia dan, sin preceder otro conocimiento, se debrían bien informar antes que juzgar, o callar si no se pueden informar; o si lo uno ni lo otro hicieren, debrían haber consideración, o siquiera alguna compasión de veinte y tres años, edad tan tierna que gobernación tan dura tomaron en administración,5 oyendo cada hora tantos consejos, tantas informaciones, unas contrarias de otras, tantas palabras afeitadas, y muchas de ellas engañosas, que turban y fatigan las simplicísimas orejas de los príncipes.6 Así mismo debrían pensar que son humanos aunque reyes, y cargados de mucho mayores curas y trabajos que todos los otros; y si cualquier persona, por perfecta que sea, recibe alteración si tres negocios arduos juntamente le ocurren, loaremos pues, y aun adoraremos estos veinte y tres años, a quien todos los de este reino y los suyos propios en tan poco espacio, a manera de tormenta arrebatada concurrieron, y los sufrió con igual cara, y gobernó con firme esperanza de dar en estos sus reinos la paz que con tanto trabajo procura y con tanto deseo espera.
Y si por ventura vuestra reverenda paternidad lo escribió porque no se quiso confirmar Arévalo al duque, en verdad, muy reverendo señor, mirándolo sin pasión, aún no se hallará que pecó mucho su alteza si como reina quiso administrar justicia, o como hija quiso ayudar a su madre, o como persona virtuosa quiso favorecer a una viuda agraviada de lo que dice pertenecerle, a la cual obligación no solo ella, mas de razón todo bueno, mediante justicia, es obligado.7 Vistes, muy reverendo señor, acá, y oístes allá, en cómo esta tierra estaba en total perdición por falta de justicia. Agora, pues, razón es que sepáis que porque el rey y la reina la ejecutaron en algunos malhechores luego que reinaron, y porque tentaron desagraviar algunos agraviados y quisieron hacer otros actos de justicia debidos a su oficio real, la mala naturaleza nuestra, junto con la dañada posesión en que el rey don Enrique, que Dios haya, nos dejó, despreció el beneficio tan saludable que Dios nos enviaba,8 y porque no repartieron lo que queda por dar del reino y no confirmaron lo que está dado, y, en conclusión, porque no se despojaron de todo el patrimonio real, sino de solo el nombre de rey, que querríamos que les quedase para lo poder dar, se ha hecho esto que allá habréis oído; lo cual si dura, certifico a vuestra reverenda paternidad que hayáis tarde el obispado de Osma, y cuando ya lo hobiésedes, cobréis de él más enojos que renta.9
Así que, señor, si a esos que lo oyen allá parece eso que dicen, a estos que están acá parece esto que ven.
Señor: vuestra carta recebí, por la cual queréis relevar de culpa al señor arzobispo, vuestro amo, por el escándalo nuevo que se sigue en el reino de la gente que agora tiene junta en Alcalá,1 y queréis darme a entender que lo hace por seguridad de su persona y por dar paz en el reino, y también decís que ha miedo de yerbas.2 Y para este temor de las yerbas, entiendo yo que sería mejor atriaca que gente,3 y aun costaría menos. Y cuanto a la seguridad de su persona y paz del reino, haced vós con el señor arzobispo que sosiegue su espíritu, y luego holgará él y el reino. Y por tanto, señor, excusada es la ida vuestra a Córdoba a tratar paz con la reina; porque si paz queréis, ahí la habéis de tratar en Alcalá con el arzobispo, y aun dentro del arzobispo. Acabad vós con su señoría que tenga paz consigo,4 y que esté acompañado de gente de letras, como su orden requiere, y no rodeado de armas, como su oficio le defiende,5 y luego habréis tratado la paz que él quiere procurar y vós queréis tratar.
Con todo eso, aquí me han dicho que el doctor Calderón es vuelto a corte.6 Plega a Dios que este Calderón saque paz. Justo es Dios, y justo es su juicio. En verdad, señor, yo fui uno de los Calderones con quien el rey don Enrique muchas veces envió a sacar paz del arzobispo, y nunca pudo sacarla.7 Agora veo que el arzobispo envía su Calderón a sacarla de la reina. Plega a Dios que la concluya con su alteza mejor que yo la acabé con él.
Pero dejando esto aparte, ciertamente, señor, gran cargo habéis tomado si pensáis quitar de cargo a ese señor por este nuevo escándalo que agora hace; salvo si alegáis que el Beato y Alarcón le mandaron de parte de Dios que lo hiciese, y no dudo que gelo dijesen.8 Porque cierto es que el arzobispo sirvió al rey y a la reina en los principios, tanto y tan bien, que si en el servicio perseverara, todo el mundo dijera que el comienzo, medio y fin de su reinar había seído el arzobispo, y toda la gloria se imputara al arzobispo. Dijo Dios: «Gloriam meam al arzobispo non dabo;9 y para guardar para mí esta gloria que no me la tome ningún arzobispo, permitiré que aquellos Alarcones le manden que sea contrario al rey y a la reina, y que ayude al rey de Portogal para les quitar este reino; y contra toda su voluntad y fuerzas lo daré a esta reina, que lo debe haber de derecho, por que vean las gentes que cuantos arzobispos hay de mar a mundo no son bastantes para quitar ni poner reyes en la tierra, sino solo Yo, que tengo reservada la semejante provisión a mi tribunal». Así que, señor, esta vía me parece mejor para excusar a su señoría, pues que lo podéis autorizar con tal Moisén y Arón como el Beato y Alarcón.10
Con todo eso, vi esta semana una carta que envió a su cabildo, en que reprende mucho al rey y a la reina porque tomaron la plata de las iglesias, la cual sin duda estoviera queda en su sagrario si él estoviera quedo en su casa.11 También dice que fatigan mucho el reino con hermandades, y no ve que la que da él a ellos causa la que dan ellos al reino.12 Quéjase así mismo porque favorecen la toma de Talavera, que es de su iglesia de Toledo, y no se miembra que favoreció la toma de Cantalapiedra, que es de la iglesia de Salamanca.13 Siente mucho el embargo de sus rentas, y no se miembra cuántas ha tomado y toma del rey, y aun nunca ha presentado el previlegio que tiene para tomar lo del rey, y que el rey no pueda tomar lo suyo. Otras cosas dice la carta que yo no consejara a su señoría escribir si fuera su escribano, porque la Sacra Escritura manda que no hable ninguno con su rey papo a papo, ni ande con él a dime y dirte he.14
Dejando ora esto aparte, mucho querría yo que tal señor como ese considerase que las cosas que Dios en su presciencia tiene ordenadas para que hayan fines prósperos y durables,15 muchas veces vemos que han principios y fundamentos trabajosos; por que cuando vinieren al culmen de la dignidad hayan pasado por el crisol de los trabajos y por grandes misterios ignotos de presente a nós, y notos de futuro a él. La Sacra Escritura y otras estorias están llenas de estos ejemplos. Persecuciones grandes hobo David en su principio, pero Ihesu fili David decimos.16 Grandes trabajos pasó Eneas, do vinieron los emperadores que señorearon el mundo. Júpiter, Hércoles, Rómulo, Ceres, reina de Secilia, y otros y otras muchas, a unos criaron ciervos y a otros lobos, echados por los campos; pero leemos que al fin fueron adorados, y se asentaron en sillas reales, cuya memoria dura hasta hoy.17 Y no sin causa la ordinación divina quiere que aquello que luengamente ha de durar tenga los fundamentos fuertes y tales sobre que se pueda hacer obra que dure.
Veniendo ora pues al propósito, casó el rey de Aragón con la reina, madre del rey nuestro señor, y luego fue desheredado y desterrado de Castilla. Hobo este su hijo que desde su niñez fue guerreado, corrido, cercado, combatido de sus súbditos y de los extraños, y su madre con él en los brazos huyendo de peligro en peligro. La reina nuestra señora desde niña se le murió el padre, y aun podemos decir la madre, que a los niños no es pequeño infortunio. Vínole el entender, y junto con él los trabajos y cuidados; y lo que más grave se siente en los reales, mengua extrema de las cosas necesarias. Sufría amenazas, estaba con temor, vivía con peligro. Murieron los príncipes don Carlos y don Alonso sus hermanos.18 Casaron estos.19 Ellos a la puerta de su reinar y el adversario a la puerta de su reino.20 Padecían guerra de los extraños, rebelión de los suyos; ninguna renta, mucha costa; grandes necesidades, ningún dinero; muchas demandas, poca obediencia. Todo esto así pasado, con estos principios que vimos y otros que no sabemos, si ese señor vuestro amo les piensa tomar este reino como un bonete, y darlo a quien se pagare, dígoos, señor, que no lo quiero creer, aunque me lo diga el Beato y Alarcón. Más quiero creer a estos misterios divinos que a esos pensamientos humanos. Y ¿cómo? ¿Para esto murió el rey don Enrique sin generación, y para esto murieron los príncipes don Carlos y don Alonso, y para esto murieron otros grandes estorbadores, y para esto hizo Dios todos estos fundamentos y misterios que habemos visto? ¿Para que disponga el arzobispo vuestro amo de tan grandes reinos a la medida de su enojo? De espacio se estaba Dios en buena fe si había de consentir que el arzobispo de Toledo venga, sus manos lavadas,21 y disponga así ligeramente de todo lo que Él ha ordenado y cimentado de tanto tiempo acá, y con tantos y tan divinos misterios.22 Hacedme agora tanto placer, si deseáis servir ese señor, que le consejéis que no lo piense así, y que no mire tan somero cosa tan honda.
En especial le consejad que huya cuanto pudiere de ser causa de divisiones como de fuego infernal, y tome ejemplo en los fines que han habido los que divisiones han causado en los reinos nuestros y ajenos. Vimos que el rey don Juan de Aragón, padre del rey nuestro señor, favoreció algunas parcialidades y alteraciones en Castilla; y vimos que permitió Dios a su hijo el príncipe don Carlos que le pusiese escándalos y divisiones en su reino; y también vimos que el hijo que las puso y los que le sucedieron en aquellas divisiones morieron en el medio de sus días sin conseguir el fruto de sus deseos. Vimos que el rey don Enrique crio y favoreció aquella división en Aragón; y vimos que el príncipe don Alonso, su hermano, le puso división en Castilla; y vimos que plogo a Dios de le llevar de esta vida en su mocedad, como a instrumento de aquella división. Vimos que el rey de Francia procuró así mismo división en Inglaterra; y vimos que el duque de Guiana, su hermano, procuró división en Francia; y vimos que el hermano perdió la vida sin conseguir lo que deseaba. Vimos que el duque de Borgoña y el conde de Baruique y otros muchos procuraron en los reinos de Inglaterra y Francia divisiones y escándalos; y vimos que murieron en batallas despedazados y no enterrados.23 Y si queréis ejemplo de la Sacra Escritura, Aquitofel y Absalón procuraron división en el reino de David, y murieron ahorcados.24 Así que, visto todo esto que vimos, no sé quién puede estar bien y estar quedo, y quiere estar mal y estar bullendo.
Muy poderoso rey y señor,
Sabido he la inclinación que vuestra alteza tiene de aceptar esta empresa de Castilla, que algunos caballeros de ella os ofrecen, y después de haber bien pensado esta materia, acordé de escribir a vuestra alteza mi parecer.
Bien es, muy excelente rey y señor, que sobre cosa tan alta y ardua haya en vuestro consejo alguna plática de contradicción disputable, por que en ella se aclare lo que a servicio de Dios, honor de vuestra corona real, bien y acrecentamiento de vuestros reinos más conviene seguir. Y para esto, muy poderoso señor, según en las otras guerras santas do habéis seído victorioso habéis hecho,1 por que en esta con ánimo limpio de pasión lo cierto mejor se pueda discerner, mi parecer es que antes todas cosas aquel Redentor se consulte que vuestras cosas conseja, Aquel se mire que siempre os guía, Aquel se adore y suplique que vuestras cosas y estado segura y prospera.2 Porque, comoquier que vuestro fin es ganar honra en esta vida, vuestro principio sea ganar vida en la otra.
Y cuanto toca a la justicia que la señora vuestra sobrina dice tener a los reinos del rey don Enrique, que es el fundamento que estos caballeros de Castilla hacen, y aun lo primero que vuestra alteza debe mirar, yo por cierto, señor, no determino agora su justicia; pero veo que estos que os llaman por ejecutor de ella son el arzobispo de Toledo y el duque de Arévalo, los hijos del maestre de Santiago y del maestre de Calatrava, su hermano, que fueron aquellos que afirmaron por toda España, y aun fuera de ella publicaron, esta señora ni tener derecho a los reinos del rey don Enrique, ni poder ser su hija por la impotencia experimentada que de él en todo el mundo por sus cartas y mensajeros divulgaron; y allende de esto le quitaron el título real e hicieron división en su reino. Debríamos, pues, saber cómo hallaron estonces esta señora no ser heredera de Castilla, y posieron sobre ello sus estados en condición, y cómo hallaron agora ser su legítima sucesora y quieren poner a ello el vuestro.3 Estas variedades, muy poderoso señor, dan causa justa de sospecha que estos caballeros no vienen a vuestra señoría con celo de vuestro servicio, ni menos con deseo de esta justicia que publican, mas con deseo de sus propios intereses, que el rey y la reina no quisieron, o por ventura no podieron complir según la medida de su codicia, la cual tiene tan ocupada la razón en algunos hombres, que tentando sus propios intereses acá y allá dan el derecho ajeno do hallan su utilidad propia. Y debéis creer, muy excelente señor, que ralas veces vos sean fieles aquellos que con dádivas hobierdes de sostener,4 antes es cierto, aquellas cesantes, os sean deservidores, porque ninguno de los semejantes viene a vós como debe venir, mas como piensa alcanzar.
Y cuando, vencido ya de la instancia de ellos, vuestra real señoría acordase todavía aceptar esta empresa, yo por cierto dudaría mucho entrar en aquel reino,5 teniendo en él por ayudadores, y menos por servidores, los que el pecado de la división pasada hicieron, y quieren agora de nuevo hacer otra reputándolo a pecado venial, como sea uno de los mayores crímines que en la tierra se puede cometer, y señal cierta de espíritu disoluto e inobediente. Por el cual pecado los de Samaria, que fueron causa de la división del reino de David, fueron tan excomulgados, que nuestro Redentor mandó a sus discípulos: «En la provincia de Samaria no entréis», numerándolos en el gremio de las idolatrías;6 y aun por tales mandó el hombre de Dios al rey Amasías que no juntase su gente con ellos para la guerra que entraba a hacer en la tierra de Seír; y en caso que este rey había traído cien mil de ellos, y pagádoles el sueldo, los dejó por ser varones de división y escándalo, y no osó envolverse con ellos ni gozar de su ayuda en aquella guerra, por no tener airada la divinidad,7 la cual en todas las cosas, y en la guerra mayormente, debemos tener placada, porque sin ella ninguna cosa está, ningún saber vale, ningún trabajo aprovecha. Y por tanto mirad por Dios, señor, que vuestras cosas, hasta hoy florecientes, no las envolváis con aquellos que el derecho de los reinos, que es divino, miran, no según su realidad, mas según sus pasiones y propios intereses.
Y cuanto a la promesa tan grande y dulce como estos caballeros os hacen de los reinos de Castilla, con poco trabajo y mucha gloria, ocúrreme un dicho de san Anselmo, que dice: «Compuesta es y muy afeitada la puerta que convida al peligro».8 Y por cierto, señor, no puede ser mayor afeitamiento ni compostura de la que estos vos presentan; pero yo hago más cierto el peligro de esta empresa que cierto el efecto de esta promesa. Lo primero, porque no vemos aquí otros caballeros sino estos solos, y estos no dan seguridad ninguna de su lealtad; y caso que haya otros secretos que afirman aclararse, los tales no piensan tener firme como deben, mas temporizar como suelen, para declinar a la parte que la fortuna se mostrare más favorable. Lo segundo, porque dado que todos los más de los grandes y de las ciudades y villas de Castilla, como estos prometen, vengan luego a vuestra obediencia, no es duda, según la parentela que el rey tiene, que muchos caballeros y grandes señores y ciudades y villas se tengan por él y por la reina, a los cuales así mismo los pueblos son muy afecionados, porque saben ella ser hija cierta del rey don Juan, y su marido hijo natural de la casa real de Castilla; y la señora vuestra sobrina hija incierta del rey don Enrique, y que vós la tomáis por mujer, de lo cual no pequeña estima se debe hacer, porque la voz del pueblo es voz divina, y repugnar lo divino es querer con flaca vista vencer los fuertes rayos del sol.9 Esomismo porque vuestros súbditos nunca bien se compadecieron con los castellanos, y entrando vuestra alteza en Castilla con título de rey, podría ser que las enemistades y discordias que entre ellos tienen, y de que estos hacen fundamento a vuestro reinar, todos se saneasen y convirtiesen contra vuestra gente por el odio que antiguamente entre ellos es.10 Lo otro, porque en tiempo de división, ansí a vós de vuestra parte como al rey y a la reina de la suya, converná dar y prometer y rogar, y sofrir a todos por que no muden el partido que tovieren para se juntar con la parte que más largamente con ellos se hobiere. Así que, señor, pasaríades vuestra vida sufriendo, dando y rogando, que es oficio de sujeto, y no reinando y mandando, que es el fin que vos deseáis y estos caballeros prometen.
Tornando ora, pues, a hablar en la justicia de la señora vuestra sobrina, yo, muy alto rey y señor, de esta justicia dos partes hago. Una es esta que vosotros los reyes y príncipes y vuestros oficiales, por cosas probadas, mandáis ejecutar en vuestras tierras, y a esta conviene preceder prueba y declaración ante que la ejecución. Otra justicia es la que por juicio divino, por pecados a nosotros ocultos, vemos ejecutar, veces en las personas propias de los delincuentes y en sus bienes, veces en los bienes de sus hijos y sucesores, así como hizo al rey Roboán, hijo del rey Salamón, cuando de doce partes de su reino luego reinando perdió las diez. No se lee, pues, Roboán haber cometido público pecado hasta estonces por do los debiese perder, y como juntase gente de su reino para recobrar lo que perdía, Semey, profeta de Dios, le dijo de su parte: «Está quedo, no pelees, no es la voluntad divina que cobres esto que pierdes». Y comoquiera que Dios ni hace ni permite hacer cosa sin causa, pero el profeta no gela declaró,11 porque tan honesto es y comedido nuestro Señor, que aun después de muerto el rey Salamón no le quiso deshonrar, ni a su hijo envergonzar declarando los pecados ocultos del padre por que le plogo que el sucesor perdiese estos bienes temporales que perdía.12 En la Sacra Escritura y aun en otras historias auténticas hay de esto asaz ejemplos, mas por que no vamos a cosas muy antiguas y peregrinas,13 este vuestro reino de Portogal a la reina doña Beatriz, hija heredera del rey don Fernando y mujer del rey don Juan de Castilla, pertenecía de derecho público, pero plogo al otro juicio de Dios oculto darlo al rey vuestro abuelo, aunque bastardo y profeso de la orden de Cístel.14 Y porque a este oculto juicio este rey don Juan quiso repugnar, cayeron aquella multitud de castellanos que en la de Aljubarrota sabemos y es notorio ser muertos.15 De derecho claro pertenecían los reinos de Castilla a los hijos del rey don Pedro, pero vemos que por virtud del juicio de Dios oculto lo poseen hoy los descendientes del rey don Enrique su hermano, aunque bastardo.16 Y si quiere vuestra alteza ejemplos modernos, ayer vimos el reino de Inglaterra que pertenecía al príncipe hijo del rey don Enrique, y vémoslo hoy poseer pacífico al rey Eduarte, que mató al padre y al hijo.17 Y comoquier que vemos claros de cada día estos y semejantes efectos, ni somos ni podemos ser acá jueces de sus causas, en especial de los reyes, cuyo juez solo es Dios que los castiga, veces en sus personas y bienes, veces en la sucesión de sus hijos, según la medida de sus yerros. San Agostín, en el libro de La Ciudad de Dios, dice: «El juicio de Dios, oculto puede ser, inico no».18 ¿Qué sabemos, pues, muy excelente rey y señor, si el rey don Enrique cometió en su vida algunos pecados por do tenga Dios deliberado en su juicio secreto disponer de sus reinos en otra manera de lo que la señora vuestra sobrina espera y estos caballeros procuran, según hizo a Roboán y a los otros que declarado he a vuestra señoría? De los pecados públicos se dice que en la administración de la justicia, que es aquella por do los reyes reinan, fue tan negligente, que sus reinos vinieron en total corrupción y tiranía, de manera que antes de muchos días que falleciese todo casi el poderío y autoridad real le era evanecido. Todo esto considerado, querría saber quién es aquel de sano entendimiento que no vea cuán difícile sea esto que a vuestra alteza hacen fácile, y esta guerra que dicen pequeña cuánto sea grande y la materia de ella peligrosa. En la cual si algún juicio de Dios oculto hay por do vuestra alteza repugnándolo hobiese algún siniestro, considerad bien, señor, cuán grande es el aventura en que ponéis vuestro estado real y en cuánta obscuridad vuestra fama que, por la gracia de Dios, por todo el mundo relumbra.
Allende de esto, de necesario ha de haber quemas, robos, muertes, adulterios, rapinas, destruiciones de pueblos y de casas de oración, sacrilegios, el culto divino profanado, la religión apostatada, y otros muchos estragos y roturas que de la guerra surten. También vos converná sofrir y sostener robos y robadores y hombres criminosos sin castigo ninguno, y agraviar los ciudadanos y hombres pacíficos, que es oficio de tirano y no de rey, y vuestro reino entre tanto no será libre de estos infortunios, porque en caso que los enemigos no le guerreasen, vos era forzado con tributos continuos y servidumbres premiosas, para la guerra necesarias, lo fatigásedes, de manera que procurando una justicia cometiérades muchas injusticias. Allende de esto vuestra real persona, que por la gracia de Dios agora está quieta, es necesario que se altere; vuestra conciencia sana es por fuerza que se corrompa; el temor que tienen vuestros súbditos a vuestro mandado es necesario que se afloje. Estáis quito de molestias:19 es cierto que habréis muchas. Estáis libre de necesidades: metéis vuestra persona en tantas y tales, que por fuerza vos harán sujeto de aquellos que la libertad que agora tenéis os hace rey y señor.
Y porque conozco cuánto cela vuestra alta señoría la limpieza de vuestra excelente fama, quiero traer a vuestra memoria cómo hobistes enviado vuestra embajada a demandar por mujer a la reina.20 También es notorio cuántas veces en vida del rey don Enrique vos fue ofrecida por mujer la señora vuestra sobrina y no vos plogo de lo aceptar, porque se decía vuestra conciencia real no se sanear bien del derecho de su sucesión.21 Pues considerada agora esta mudanza, sin preceder causa pública por que lo debáis hacer, ¿quién no habrá razón de pensar que halláis agora derecha sucesora a vuestra sobrina, no porque lo sea de derecho, mas porque la reina que demandastes por mujer contrajo antes el matrimonio con el rey su marido que con vós que la demandastes? Y habría logar la sospecha de cosas indebidas, contrarias mucho a las virtudes insignes que de vuestra persona real por todo el mundo están divulgadas.
Y soy maravillado de los que hacen fundamento de este reino que vos dan en la discordia de los caballeros y gentes de él, como si fuese imposible la reconciliación entre ellos y conformarse contra vuestras gentes.
Podemos decir por cierto, muy alto señor, que el que esto no ve es ciego del entendimiento, y el que lo ve y no lo dice, desleal. Guardad, señor, no sean estos consejeros los que consejan, no según la recta razón, mas según la voluntad del príncipe ven inclinada. Y por tanto, muy alto y muy poderoso rey y señor, antes que esta guerra se comience se debe mucho mirar la entrada, porque principiar guerra quienquiera lo puede hacer; salir de ella no, sino como los casos de la fortuna se ofrecieren, los cuales son tan varios y peligrosos, que los estados reales y grandes no se les deben cometer sin grande y madura deliberación y a cosas muy justas y ciertas.
Reverendo señor,
Encomendaros a la Virgen María no era mal consejo, si ese vuestro cuñado os lo consejara antes que os prendieran,1 mas consejándolo después de preso, debiérades decir: ja no poide,2 según todo buen gallego debía responder. Bien es, señor, que tengáis devoción en los miraglos de alguna casa de oración, según lo conseja el cuñado; pero junto con ella no dejéis de encomendaros a la casa de la moneda de La Curuña,3 o a otra semejante, porque entiendo que allí se hacen los miraglos por que vós habéis de ser libre. Por ende, señor, prometed algo a una casa de estas, y luego veréis por experiencia el miraglo que vós esperáis y vuestro cuñado os conseja, y abreviad cuanto podiéredes, porque según acá anda vuestra hacienda, poco tenéis agora para ofrecer a la casa, y ternéis menos o nada si mucho os tardáis.4
Decís, señor, que no os hallaron otro crimen sino haber reprendido en sermones la entrada del señor rey de Portogal en Castilla.5 En verdad, señor, algunos pedricadores la aprobaron en sus sermones, pero libres los veo andar entre nosotros; aunque creo que tienen tanta pena por ser inciertos pedricadores cuanta gloria vós debéis tener por ser cierto, aunque preso. Ya sabéis que Miqueas profeta preso estovo, y aun buena bofetada le dieron porque profetaba verdad contra todos los otros que persuadían al rey Acab que entrase en Ramoch Galat;6 y bien sabéis cuántos golpes reciben los ministros de la verdad, la cual se aposenta de buena voluntad en los constantes, porque allí reluce ella mejor con los martirios. Herculem duri celebrant labores.7 ¿Pensades vós, señor, que ese vuestro ingenio tan sotil, esa vuestra ánima tan apta y dedicada por su habilidad para gozar de la verdadera claridad había de quedar en esta vida sin prueba de trabajos que la limpiasen, por que limpia torne al logar limpio donde vino? No lo creáis. Aquellas que van al logar sucio es de creer que vayan sin lavatorio de tentación en esta vida. Gregorio in Pastorali dice: «De spe aeternae haereditatis gaudium sumant, quos adversitas vitae temporalis humiliat».8 Más os diría de esto, sino que pienso que querríades más cuatro remedios de idiotas que cinco consuelos de filósofos, por filósofos que fuesen. Pero con todo eso, tengo creído que por algún bien vuestro hobistes este trabajo. «Saepe maiori fortunae», dice Séneca, «locum fecit iniuria», según habemos visto y leído en muchas partes.9 Así me vala Dios, señor, cuando no nos cataremos,10 os espero cargado de tratos para poner paz en la tierra.11
Aquí nos dijeron que el señor rey de Portogal se quería meter en religión; agora nos dicen que se quiere meter en guerra.12 ¿Lo uno o lo otro es de creer? Ambas cosas, seyendo tanto contrarias, lejanas son de un juicio tan excelente como el suyo. Algunos castellanos afecionados a Portogal han andado por aquí cargados de profecías;13 dellas salen inciertas, otras hay en la verdad que no valen nada. Y pues andamos a profetizar, yo profetizo que si el señor rey de Portogal deliberare entrar otra vez en estos reinos y ponellos en guerra y trabajos, muertes y robos, y a Portogal a vueltas, no lo dudo, y menos dudo que haga los hechos de los descontentos. Pero hacer el suyo como lo desea, no lo creáis en vida de los vivos.
Plega a nuestro Señor o a nuestra Señora que presto seáis libre y a vuestra honra.
Señor: del nacimiento del príncipe, con salud de la reina, hobimos acá muy gran placer. Claramente vemos sernos dado por especial don de Dios, pues al fin de tal larga esperanza le plogo de nos le dar. Pagado ha la reina a este reino la deuda de sucesión viril que era obligada de le dar. Cuanto yo, por fe tengo que ha de ser el más bienaventurado príncipe del mundo; porque todos estos que nacen deseados, son amigos de Dios, como fue Isaac, Samuel y san Juan, y todos aquellos de quien la Sacra Escritura hace mención que hobieron nacimientos como este, muy deseados.1 Y no sin causa, pues son concebidos y nacidos en virtud de muchas plegarias y sacrificios. Ved el Evangelio que se reza el día de san Juan; cosa es tan tresladada que no parece sino molde el un nacimiento del otro:2 la otra Isabel, esta otra Isabel; el otro en estos días, este en estos mismos, que se gozaron los vecinos y parientes, y que fue terror a los de las montañas, etc.3 No os escribo más, señor, sobre esto, porque se me entiende que otros habrán allá caído en esto mismo y lo dirán y escribirán mejor que yo.4 Basta que podemos decir que «repullit Deus tabernaculum Enrici, et tribum Alfonsi non elegit; sed elegit tribum Elisabet quem dilexit». Hallarlo heis en el salmo de Attendite popule meus.5 No queda ora, pues, sino que alzadas las manos al cielo digamos todos el Nunc dimittis, que el otro dijo,6 pues ven nuestros ojos la salud de este reino. Plega a Aquel que oyó las oraciones para su nacimiento, que las oya para le dar larga vida.
Muy noble y magnífico señor,
Usando vuestra merced de su oficio y yo del mío, no es maravilla que mi mano esté de tinta y vuestro pie sangriento. Bien creo, señor, que esa vuestra herida tal y en tal logar os daría dolor y pornía en temor. Pero ¿queréis que os diga, muy noble señor? La profesión que hecistes en la orden de caballería que tomastes os obliga a recebir tanto mayores peligros que los otros, cuanto mayor honra tenéis que los otros. Porque si no toviésedes ánimo más que otros para semejantes afruentas, todos seríamos iguales. Ciertamente, señor, fatiga me dio algunos días la fama de esa vuestra herida, porque todos decían ser peligrosa; pero debemos ser alegres, pues servistes a Dios con devoción, al rey con lealtad, y a la patria con amor, y, al fin, quedastes libre. Loado sea Dios por ello y la Virgen gloriosa, su madre.
Muy noble señor: aquellos a quien yo sucedí en este cargo demandaban dádivas a los señores por escrebir semejantes hechos. Yo, señor, no quiero otra cosa sino que vuestra merced me mande escribir la disposición de vuestra persona y de vuestro pie, y si en esto os habéis conmigo liberalmente, prometo a vuestra merced de hacer el pie vuestro mejor que la mano de otro.1
Muy alta y excelente y poderosa reina y señora,
Pasados ya tantos trabajos y peligros como el rey nuestro señor y vuestra alteza habéis habido, no se debe tener en poca estima la escritura de ellos, pues ninguna se lee do mayores hayan acaecido, y aun algunas historias hay que se magnificaron con palabras de los escritores mucho más que fueron las obras de los autores. Y vuestras cosas, muy excelente reina y señora, no sé yo quién tanto las pueda sublimar, que no haya mucho más trabajado el obrador que puede decir el escritor.1
Yo iré a vuestra alteza, según me lo invía a mandar, y llevaré lo escrito hasta aquí para que lo mande examinar; porque escribir tantos tiempos de tanta injusticia convertidos por la gracia de Dios en tanta justicia, tanta inobediencia en tanta obediencia, tanta corrupción en tanta orden, yo confieso, señora, que ha menester mejor cabeza que la mía.2 Después de esto es menester algunas veces hablar como el rey y como vuestra alteza, y asentar los propósitos que hobistes en las cosas; asentar así mismo vuestros consejos, vuestros motivos. Otras veces requiere hablar como los de vuestro Consejo; otras veces como los contrarios. Después de esto las hablas y razonamientos y otras diversas cosas. Todo esto, muy excelente reina y señora, no es razón dejarlo a examen de un celebro solo,3 aunque fuese bueno, pues ha de quedar por perpetua memoria. Y si vuestra alteza manda poner diligencia en los edificios, que se caen por tiempo y no hablan, cuánto más la debe mandar poner en vuestra historia, que ni cae ni calla.4 Muchos templos y edificios hicieron algunos reyes y emperadores pasados, de los cuales ni queda piedra que vemos, y queda escritura que leemos.5
En verdad, muy excelente reina y señora, según lo vais haciendo, si otras dos hijas o tres acá nos dais,6 antes de veinte años veréis vuestros hijos y nietos señores de toda la mayor parte de la Cristiandad, y es cosa muy razonable que vuestra persona real se glorifique en leer vuestras cosas, pues son dignas de ejemplo y doctrina para vuestros descendientes en especial y para todos los otros en general.
Acá habemos oído las nuevas de la guerra de los moros. Ciertamente, muy excelente reina y señora, quien bien mirare las cosas del rey y vuestras, claro verá cómo Dios os adereza la paz con quien debéis y os despierta a la guerra que sois obligados. Una de las cosas que los reyes comarcanos os han invidia es tener en vuestros confines gente con quien no solo podéis tener guerra justa, mas guerra santa en que entendáis y hagáis ejercer la caballería de vuestros reinos, que no piense vuestra alteza ser pequeño proveimiento. Tulio Hostilio, el tercero rey que fue en Roma, movió guerra sin causa con los albanos, sus amigos y aun parientes, por no dejar en ocio su caballería, del cual escribe Titus Livius: «Senescere civitatem ratus undique materiam excitandi belli quaerebat».7 Pues cuánto mejor lo hará quien la tiene justa y buscada.8
Mucho deseo saber cómo va a vuestra alteza con el latín. Dígolo, señora, porque hay algún latín tan zahareño que no se deja tomar de los que tienen muchos negocios;9 aunque yo confío tanto en el ingenio de vuestra alteza, que si lo tomáis entre manos, por soberbio que sea lo amansaréis como habéis hecho otros lenguajes.10
Señor: muy acepto decís que os parezco a mi señor el cardenal.1 Grande vista debe ser por cierto la vuestra, pues tan lejos vedes lo que yo no veo tan cerca. Si a la comunicación llamáis acepción, alguna tengo como los otros; pero do no hay merced no creáis que hay acepción, por grande que sea la comunicación; máxime que sabréis, señor, que ni me comunica mucho su señoría ni me da nada su magnificencia. Y si alguna acepción queréis que confiese, sabed que es como la de los reposteros de plata,2 que tienen so su llave doscientos marcos y no tienen un maravedí para afeitarse.3 Creed, señor, que no hay otro acepto sino el que acepta o el que acierta, quier por dicha, quier por gracia o suficiencia.
Al presente ningunas nuevas hay que os escriba, porque en tiempo de buenos reyes adminístrase la justicia, y la justicia engendra miedo, y el miedo excusa excesos, y do no hay excesos hay sosiego, y do hay sosiego no hay escándalos que crían la guerra que hacen los casos do vienen las nuevas que el buen vino aporta.4 Aunque la mala condición española, inquieta de su natura, en el aire querría, si podiese, congelar los movimientos y sofrir guerra de dentro cuando no la tiene de fuera. Aosadas,5 quien describió a los castellanos en la guerra perezosos y en la paz escandalosos, que sopo lo que dijo.6 Demos gracias a Dios que tenemos un rey y una reina que no queráis saber de ellos sino que ambos ni cada uno por sí no tienen privado, que es la cosa y aun la causa de la desobediencia y escándalos en los reinos. El privado del rey sabed que es la reina, y el privado de la reina sabed que es el rey, y estos oyen y juzgan y quieren derecho, que son cosas que estorban escándalos y los amatan.
Cerca de lo que os place saber de mí, creed, señor, que en corte ni en Castilla no vive hombre mejor vida. Pero así la fenezca yo serviendo a Dios, que si de ella fuese ya salido no la tornase a tomar aunque me la diesen con el ducado de Borgoña,7 por las angustias y tristezas que con ella están entretejidas y enzarzadas. Y pues queréis saber cómo me habéis de llamar, sabed, señor, que me llaman Fernando y me llamaban y llamarán Fernando, y si me dan el maestrazgo de Santiago también Fernando; porque de aquel título y honra me quiero arrear que ninguno me pueda quitar, y también porque tengo creído que ningún título pone virtud a quien no la tiene de suyo.8 Valete.
Ilustre señor: recebí la letra de vuestra señoría, en que mostráis sentimiento por los trabajos que pasáis y peligros que esperáis en ese cerco que tenéis sobre Montánchez. Cosa por cierto nueva vemos en vuestra condición, porque en las otras cosas que por vós han pasado, prósperas o adversas, ni os vimos movimiento en la cara, ni sentimiento en la palabra. Verdad es que los males presentes son los que más duelen, en especial si se proluengan; y porque ese es duro y dura tanto, no es maravilla que lo sintáis. La muerte, que es el último de los temores terribles, dice Séneca que no es de temer, porque dura poco.1 Pero, ilustre señor, yo creo bien que por duros y largos que sean los trabajos que agora tenéis, vuestra señoría los sufrirá con igual ánimo, porque son en ensalzamiento de la corona real y por el honor y paz de vuestra propia tierra; la cual ningún bueno debe con mayor deseo codiciar, ni con mayor alegría oír, ni con tan grande y ferviente afección del ánima y trabajo del cuerpo procurar, porque el fin de todos los mortales es tener paz, la cual, así como los malos turban escandalizando, así los buenos procuran guerreando, y con guerra vemos que se quita la guerra y se alcanza la paz,2 así como con fuego se quita el venino y se alcanza salud.3
Yo, señor, dudo que el rey de Portogal venga a socorrer esa fortaleza, porque cierta cosa es que este su socorro con gente se ha de hacer, y su imperio no es el de Darío para que haya menester grandes tiempos en la juntar;4 en verdad, señor, desque se dice este su socorro, sería quemada Escalona.5 Pero dado que la socorriese, creo, ilustre señor, que deliberastes bien antes que esa empresa aceptastes para no recebir en ella mengua, como hacen los varones fuertes, que no se ofrecen a toda cosa, mas eligen con maduro pensamiento aquella donde por cualquier caso que acaezca, próspero o adverso, resplandece su loable memoria. Y porque así como el miedo hace caer a los flacos, así el peligro hace proveer a los fuertes,6 tengo segura confianza que en el esfuerzo interior y en la provisión exterior no ternéis agora menor ánimo que tovistes al principio cuando aceptastes esa empresa, para le dar el fin que vós queréis y todos deseamos; porque, como vuestra señoría conoce, la salida se mira en las cosas, y no la causa. No dudo, señor, que hayáis muchos trabajos, considerando el lugar y el tiempo y las otras circunstancias; pero, señor, si el ladrón Caco no fuera famado de recio y cruel, Hércules, que le mató, no fuera loado de fuerte y magnánimo;7 porque do hay mayor peligro se muestra mayor grado de fortaleza, la cual no se loa combatiendo lo flaco, mas resplandece resistiendo lo fuerte, y tiene mayor grado de virtud esperando al que comete que cometiendo al que espera;8 especialmente aquel que resiste presto los peligros que súbitamente vienen, porque en aquella presta resistencia parece tener hecho hábito de fortaleza, de la cual se ha de fornecer de tal manera cualquier que hace profesión en la orden de caballería, que ni el amor de la vida ni el temor de la muerte le corrompa para hacer cosa que no deba. Verdad es, señor, que el temor de la muerte turba a todo hombre; pero el caballero, que está obligado a recebir muerte loable y huir vida torpe,9 debe seguir la doctrina del mote que traéis en vuestra devisa: Un bel morir toda la vida honra,10 al cual me refiero.
Si en esta materia hablo más que debo, en pena de mi atrevimiento quiero sofrir que me diga vuestra señoría lo que dijo Aníbal, el cual como anduviese huyendo de los romanos y oyese a uno parlar bien de re militari, y ordenar cómo habían de ir las huestes y cómo las batallas debían ser ordenadas, respondió: «Buenas cosas dice este necio, sino que un caso que se suele atravesar en la hacienda lo destruye todo y hace ser vencidos a los que piensan ser vencedores».11 Y por cierto, señor, creo que dijo verdad, porque leemos en el Titus Livius que el graznido de un ánsar que se atravesó excusó de ser tomado el capitolio de Roma por los franceses, que tenían ya entrada la ciudad, y después fueron vencidos y desbaratados de los romanos.12
Señor compadre: vuestra letra recebí, y por que veáis si la entiendo, diré claro lo que vós decís entre dientes. En esa noble ciudad no se puede buenamente sofrir que algunos que juzgáis no ser de linaje tengan honras y oficios de gobernación, porque entendéis que el defecto de la sangre les quita la habilidad del gobernar. Así mismo, se sufre gravemente ver riquezas en hombres que se cree no las merecer, en especial aquellos que nuevamente las ganaron.1 De estas cosas, que se sienten ser graves e incomportables, se engendra un mordimiento de invidia tal que atormenta y mueve muy ligeramente a tomar armas y hacer insultos. ¡Oh tristes de los nuevamente ricos, que tienen guerra con los mayores porque los alcanzan, y con los menores porque no pueden llegar! Y debrían considerar los mayores que hobo comienzo su mayoría, y los menores que la pueden haber. Y ciertamente, señor compadre, no sé yo qué otra cosa se puede colegir del propósito de semejantes hombres, salvo que querrían enmendar el mundo y repartir los bienes y honras de él a su arbitrio, porque les parece que va muy errado, y las cosas de él no bien repartidas. Pleito muy viejo toman, por cierto, y querella muy antigua usada, y no aún en el mundo fenecida, cuyas raíces son hondas, nacidas con los primeros hombres, y sus ramas de confusión que ciegan los entendimientos, y las flores secas y amarillas que afligen el pensamiento, y su fruto tan dañado y tan mortal que crio y cría toda la mayor parte de las muertes y crímines que en el mundo pasan y han pasado, los que habéis oído y los que habéis de oír.
Mirad agora, señor, yo vos ruego, cuánto yerra el apasionado de este error, porque dejando ora de decir cómo yerra contra ley de natura, pues todos somos nacidos de una masa y hobimos un principio noble; y así mismo contra ley divina, que manda ser todos en un corral y bajo de un pastor;2 y especialmente contra la clara virtud de la caridad, que nos alumbra el camino de la felicidad verdadera. Habéis de saber que se lee en la Sacra Escritura que hobo una nación de gigantes que fue por Dios destruida, porque según se dice presumieron pelear con el cielo.3 ¿Qué, pues, otra cosa podemos entender de los que mordidos de invidia hacen escándalos y divisiones en los pueblos, sino que, remidando a la soberbia de aquellos gigantes, quieren pelear con el cielo y quitar la fuerza a las estrellas, y repugnar las gracias que Dios reparte a cada uno como le place,4 en virtud de las cuales alcanzan estas honras y bienes que ellos piensan enmendar y contradecir?
Vemos por expiriencia algunos hombres de estos que juzgamos nacidos de baja sangre forzarlos su natural inclinación a dejar los oficios bajos de los padres y aprender ciencia, y ser grandes letrados. Vemos así mismo otros que tienen inclinación natural a las armas, a la agricultura; otros en bien y compuestamente hablar; otros en ministrar y regir, y a otras artes diversas, y tener en ellas habilidad grande a que les fuerza su inclinación natural. Otrosí vemos diversidad grande de condiciones, no solamente entre la multitud de los hombres, mas aun entre los hermanos nacidos de un padre y de una madre: el uno vemos sabio, el otro ignorante; uno cobarde, otro esforzado; liberal el un hermano, el otro avariento; uno dado a algunas artes, el otro a ninguna. En esa ciudad pocos días ha vimos un hombre peraile, el cual era sabio en el arte de la astrología y en el movimiento de las estrellas.5 Mirad agora, ruégovos, cuán gran diferencia hay entre el oficio de adobar paños y la ciencia del movimiento de los cielos; pero la fuerza de su constelación lo llevó a aquello por do hobo en la ciudad honra y reputación. ¿Podremos por ventura quitar a estos la inclinación natural que tienen, do les procede esta honra que poseen? No, por cierto, sino peleando con el cielo, como hicieron aquellos gigantes que fueron destruidos. También vemos los hijos y descendientes de muchos reyes y notables hombres obscuros y olvidados, por ser inhábiles y de baja condición. Hagamos agora que sean esforzados todos los que vienen del linaje del rey Pirrus, porque su padre fue esforzado; o hagamos sabios a todos los descendientes del rey Salamón, porque su padre fue el más sabio; o dad riquezas y estados grandes a los del linaje del rey don Pedro de Castilla, y del rey don Donís de Portogal, pues no lo tienen y parece que lo deben tener por ser de linaje.6 Y si el mundo quieren enmendar, quiten las grandes dignidades, vasallos, rentas y oficios que el rey don Enrique de treinta años a esta parte dio a hombres de bajo linaje. Vano trabajo, por cierto, y fatiga grande de espíritu da la ignorancia de este triste pecado, el cual ningún fruto de delectación tiene como algunos otros pecados; porque en el acto y en el fin del acto engendra tristeza y pasión con que llora su mal propio y el bien ajeno.7 Así que no se debe haber a molesto tener riquezas y honras aquellos que parece que no las deben tener, y carecer de ellas los que por linaje parece que las merecen; porque esto procede de una ordinación divina que no se puede repugnar en la tierra sino con destruición de la tierra.
Y habemos de creer que Dios hizo hombres y no hizo linajes en que escogiesen. A todos hizo nobles en su nacimiento: la vileza de la sangre y obscuridad del linaje con sus manos la toma aquel que dejado el camino de la clara virtud se inclina a los vicios y máculas del camino errado. Y pues a ninguno dieron elección de linaje cuando nació, y todos tienen elección de costumbres cuando viven, imposible sería, según razón, ser el bueno privado de honra ni el malo tenerla, aunque sus primeros la hayan tenido. Muchos de los que opinamos de noble sangre vemos pobres y raeces,8 a quien ni la nobleza de sus primeros pudo quitar pobreza ni dar autoridad; donde podemos claramente ver que esta nobleza que opinamos ninguna fuerza natural tiene que la haga permanecer de unos en otros, sino permaneciendo la virtud, que da la verdadera nobleza. Habemos esomismo de mirar, que así como el cielo un momento no está quedo, así las cosas de la tierra no pueden estar en un estado. Todas las muda el que nunca se muda: solo el amor de Dios y la caridad del prójimo es lo que permanece, la cual engendra en el cristiano buenos pensamientos y le da gracia para las buenas obras que hacen la verdadera hidalguía, y para acabar bien en esta vida y ser de linaje de los santos en la otra.
No entendáis, señor compadre, que yo condene a la mayor parte, ni a la menor; mas algunos pocos y bien pocos que pecan y hacen pecar a muchos alterándolos y turbando la paz común por su bien particular, y, haciéndose principales guiadores, el camino de esta vida yerran y el bueno de la otra cierran; porque sus principios de estos que se hacen principales son soberbia y ambición, y sus medios invidia y malicia, y sus fines muerte y destruición, los cuales no debrían por cierto tener autoridad de principales, mas como hombres de escándalo debrían ser apartados, no solamente del pueblo, mas del mundo, pues tienen las intenciones tan dañadas que ni el temor de Dios los retrae, ni el del rey les enfrena, ni la conciencia los acusa, ni la vergüenza los impide, ni la razón los manda, ni la ley los juzga. Y con sed rabiosa de alcanzar en los pueblos honras y riquezas, careciendo del buen saber por do se alcanzan las de buena parte, despiertan escándalos para las adquirir, poniendo venino de división en el pueblo, el cual no puede tener quieto ni próspero estado cuando lo que estos tales piensan dicen y lo que dicen pueden, y lo que pueden osan y ponen en obra, y ninguno gelo resiste. A los cuales los buenos y principales debrían por cierto con gran diligencia reprender y castigar por excusar la indignación de Dios, al cual vos encomiendo.
Ilustre y reverendísimo señor,
Diego García me apremió que escribiese consolaciones a vuestra señoría reverendísima sobre la muerte del duque vuestro hermano, que Dios haya,1 no conociendo en cuánta simpleza incurriría yo si presumiese consolar a vuestra señoría, a quien todas las consolaciones que se pueden decir son presentes. No só yo de aquellos que presumen quitar con palabras la tristeza no aún madura, hurtando su oficio al tiempo, que la suele quitar madurando. Yo, reverendísimo señor, no sé decir otra consolación, sino que muy ligeramente se consolará por muerte ajena aquel que toda hora pensare en la suya.2
Muy alta y excelente reina y señora,1
estos caballeros y pueblo de esta vuestra ciudad vienen aquí ante vuestra real majestad, y vos notifican que cuanto gozo hobieron los días pasados con vuestra venida a esta tierra, tanto terror y espanto ha puesto en ella el rigor grande que vuestros ministros muestran en la ejecución de vuestra justicia, el cual les ha convertido todo su placer en tristeza, toda su alegría en miedo y todo su gozo en angustia y trabajo. Muy excelente reina y señora, todos los hombres, generalmente, dice la Sacra Escritura que somos inclinados a mal;2 y para refrenar esta mala inclinación nuestra son puestas y establecidas leyes y penas, y fueron por Dios constituidos reyes en las tierras y ministros para las ejecutar, por que todos vivamos en paz y seguridad, para que alcancemos aquel fin bienaventurado que todos deseamos. Pero cuando reyes y ministros no habemos, o si los habemos son tales de quien no se haya temor ni se cate obediencia, no nos maravillemos que la natura humana, siguiendo su mala inclinación, se desenfrene y cometa delitos y excesos en las tierras, y especialmente en esta vuestra España, donde vemos que los hombres por la mayor parte pecan en un error común, anteponiendo el servicio de sus señores inferiores a la obediencia que son obligados a los reyes, sus soberanos señores. Y por cierto ni a Dios debemos ofender, aunque el rey nos lo mande, ni al rey aunque nuestro señor lo quiera.3 Y porque pervertimos esta orden de obediencia vienen en los reinos muchas veces las guerras que leemos pasadas y los males que vemos presentes.
Notorio es, muy poderosa reina y señora, los delitos y crímines cometidos generalmente en todos vuestros reinos en tiempo del rey don Enrique vuestro hermano, cuya ánima Dios haya, por la nigligencia grande de su justicia y poca obediencia de sus súbditos; la cual dio causa que así como hobo disensiones y escándalos en todas las más de las ciudades de vuestros reinos, así en esta estos dos caballeros vuestros súbditos, duque de Medina y marqués de Cádiz, se discordasen, y con el poco temor de la justicia real se posiesen en armas uno contra otro; en fuerza de los cuales cada uno procuró de seguir su propósito en detrimento general de toda esta tierra.4 Y en esta discordia ciudadana pocos o ningunos de los moradores de ella se pueden buenamente excusar de haber pecado desobedeciendo al cetro real, siguiendo la parcialidad del uno o del otro de estos dos caballeros. Y dejando de decir las batallas que entre ellos hobo en la ciudad y fuera de ella, y tornando a los males particulares que por causa de ellas se siguieron en toda la tierra, no podemos por cierto negar que en aquel tiempo tan disoluto no fueron cometidas algunas fuerzas, muertes y robos y otros excesos por muchos vecinos de esta ciudad y su tierra, los cuales causó la malicia del tiempo y no excusó la justicia del rey. Y estos son en tanto número, que pensamos haber pocas casas en Sevilla que carezcan de pecado, quier cometiéndolo o favoreciéndolo, quier encubriéndolo o seyendo en él partícipes por otras vías y circunstancias. Y porque de los males de las guerras vemos caídas y destruiciones de pueblos y ciudades, creemos verdaderamente que si esta guerra más durara, y Dios por su misericordia no la remediara asentando a vuestra real majestad en la silla real del rey vuestro padre, esta ciudad de todo punto pereciera y se asolara.
Y si entonces, muy excelente reina y señora, estaba en punto de se perder por la poca justicia, agora está perdida y muy caída por la mucha y muy rigorosa que vuestros jueces y ministros en ella ejecutan, de la cual todo este pueblo ha apelado y agora apela para ante la clemencia y piedad de vuestra real majestad,5 y con las lágrimas y gemidos que vedes y oís se humillan ante vós, y os suplican que hayáis aquella piedad de vuestros súbditos que nuestro Señor ha de todos los vivientes, y que vuestras entrañas reales se compadezcan de sus dolores, de sus destierros, de sus pobrezas y de sus angustias y trabajos que continuamente padecen, andando fuera de sus casas por miedo de vuestra justicia. La cual, muy excelente reina y señora, comoquier que se deba ejecutar en los errados, pero no con tan gran rigor que se cierre aquella loable puerta de la clemencia que hace a los reyes amados, y si amados, de necesario temidos, porque ninguno ama a su rey que no tema de le enojar. Verdad es, muy excelente reina y señora, que nuestro Señor también usa de justicia como de piedad; pero de la justicia algunas veces, y de la piedad todas veces, y no solamente todas veces, mas todos los momentos de la vida; porque si siempre usase de la justicia según siempre usa de piedad, como todos los mortales seamos dignos de pena, el mundo en un instante perecería; y así mismo, porque como vuestra real prudencia sabe, el rigor de la justicia engendra miedo, y el miedo turbación, y la turbación algunas veces desesperación y pecado; y de la piedad procede amor, y del amor caridad, y de la caridad siempre se sigue mérito y gloria. Y por esta razón hallará vuestra excelencia que la Sacra Escritura está llena de loores ensalzando la piedad, la mansedumbre, la misericordia y clemencia, que son títulos y nombres de nuestro Redentor, el cual nos dice que aprendamos de Él, no a ser rigurosos en la justicia, mas «aprended de mí», dice Él, «que soy manso y humilde de corazón».6 La Santa Iglesia católica continuamente canta: «Llena está, Señor, la tierra de tu misericordia»,7 y por el continuo uso de su clemencia le llamamos miserator, misericors, patiens, multae misericordiae.8
Mire bien vuestra alteza cuántas veces refiere este su nombre de misericordioso; lo que no hallamos veces tan repetidas del nombre de justiciero, y mucho menos de rigoroso en la justicia, porque el rigor de la justicia vecino es de la crueldad, y aquel príncipe se llama cruel que aunque tiene causa no tiene templanza en el punir. Y la piadad oficio es continuo de nuestro Redentor, del cual tomando ejemplo los reyes y emperadores, cuya fama resplandece entre los vivos, perdonaron los humildes y persiguieron los soberbios, por remidar a Aquel que les dio poder en las tierras. Entre los cuales aquel sabio y rey Salamón no demandó a Dios que se membrase de los trabajos, no de las limosnas, no de los otros méritos del rey David su padre, ni menos de la justicia que hizo y penas que ejecutó, mas «miémbrate», dijo, «Señor, de David y de toda su mansedumbre»,9 por méritos de la cual entendía aquel rey ganar la mansedumbre y la piadad de Dios para remisión de sus pecados y perpetuidad de su silla real.
Y vós, reina muy excelente, tomando aquella doctrina mansa de nuestro Salvador y de los reyes santos y buenos, templad vuestra justicia y derramad vuestra misericordia y mansedumbre en vuestra tierra; porque tanto seréis junta con su divinidad cuanto le remidardes en las obras, y tanto le remidardes en las obras cuanto fuerdes piadosa; y tanto seréis piadosa, cuanto os compadeciéredes y perdonáredes los miserables que llaman y esperan con gran angustia vuestra clemencia y mansedumbre. La cual, muy excelente reina, debe estar principalmente arraigada en vuestra memoria y en los conceptos de vuestra ánima, por que se miembre Dios de vós y de vuestra mansedumbre y os perdone como vós perdonardes, y os dé vida como vós la diéredes, y perpetúe vuestra silla real en vuestros descendientes para siempre, especialmente con los de esta ciudad, aunque hayan errado, considerando que entre tanta multitud de errores difícile era vevir por sola inocencia.
El rey don Juan, vuestro padre, no solo en una ciudad ni en una provincia, mas en todos sus reinos hizo perdón general cuando las disensiones y escándalos en ellos acaecidos con los infantes de Aragón, sus primos.10 Vemos así mismo que vuestra clemencia manda poner en libertad a los portugueses que entraron en vuestros reinos a os deservir y cometieron en ellos grandes delitos y maleficios, y no solamente los mandáis poner en libertad, mas mandáis los proveer de vuestras limosnas y reducirlos a sus tierras.11
Reducid, pues, reina muy excelente, a los vuestros, y la piadad que habéis con los extraños habedla con los vuestros naturales, los cuales, así como el ánima enferma de codicia, aunque envuelta en el deseo de los bienes temporales, pero siempre sospira a un Dios que la repare con su misericordia; así bien estos vuestros súbditos, aunque envueltos en las guerras y males pasados, todavía pero tovieron un ferviente deseo de vuestra victoria y prosperidad, por que en virtud de vuestro cetro real gozasen de paz y seguridad, la cual humilmente os suplican que derraméis en esta vuestra ciudad y tierra, porque así como damos gracias a Dios por los males que refrenó vuestra justicia, bien así gelas demos por la vida que nos otorga vuestra clemencia.
Muy noble y magnífico señor,
Manda vuestra merced que os escriba, y que no escriba consolaciones. Pláceme, señor, de lo hacer; porque ni yo, mal pecado, las sé enviar, ni vós, gracias a Dios, las habéis menester. Dejemos su oficio a Dios, que es el verdadero consolador, el cual después de la pena da refrigerio,1 y después de las lágrimas derrama misericordia. Yo, muy noble señor, no mandé a mi carta que os diese consolaciones ningunas; y si la he a las manos, yo le haré que otro día no diga lo que no le mandan. Lo que yo le mandé que dijese a vuestra merced es que, si buenas heridas teníades, buenas os las toviésedes, porque son insíneas de la profesión que hecistes en la orden de la caballería que tomastes.2 Y no sé yo qué locura tomó a mi carta en parlar consolaciones que no le mandaron; porque si bien consideramos vuestra persona, vuestra sangre, vuestra orden, vuestra herida y el logar do la hobistes, más es para dar alegría que para poner tristura, ni escribir sobre ello consolación. Y dado que fuese tan necio Fernando de Pulgar que presumiese enviar consolaciones al señor don Enrique, tanta tierra hay de aquí allá, que llegarían dañadas aunque fuesen en escabeche, porque ya el enojo sería quitado cuando llegasen y serían consolaciones desazonadas.3
Ciertamente, señor, la consolación que no va envuelta en algún remedio no vale un cornado;4 y por eso, cuando no puedo remediar, no curo de consolar. Entiendo yo, señor, que más descansa hombre contando sus males propios que oyendo consolaciones ajenas, cuando no dan remedio de presente o lo prometen de futuro. Dice vuestra merced que ese vuestro enojo conocéis ser poco, según lo que sabéis que merecéis a Dios. Creed, señor, que nunca esa tal palabra salió sino por boca de buen ánima; porque hallaréis que el dolor, así como pone desesperación a los malos, así trae contrición a los buenos, y de esa tal palabra os debéis arrear teniéndola en el corazón,5 más que de la herida que tenéis en el pie.
Reverendo señor: si soñastes que os había de escrebir una o dos veces y que vuestra reverencia no me responda a ninguna, no creáis en sueños, porque los más son inciertos.1 Verdaderamente jurado había in sancto meo de no escrebiros,2 salvo porque la ira que me puso vuestra nigligencia me quitó vuestra bondad; y aun porque vuestro amor me constriñe y vuestro temor me manda que os escriba muchas letras, por haber sola una que me dé tanta consolación hogaño en este destierro como me dio vuestra visitación antaño en la dolencia.3 Escrebidme, reverendo señor, si de la salud corporal estáis bien, que de la espiritual sé cierto que no estáis mal.
Vuestro fray Diego de Zamora vino aquí;4 si tan bien libró los negocios que traía como despachó unas calenturas que le vinieron, sé que va bien librado.5 Valete.
Muy noble señor,
Agora que se va entibiando el sentimiento que hobe de vuestra prisión,1 y arde el deseo que tengo de vuestra libertad, querría escrebir a vuestra merced algo que aprovechase, pero hallo que la libertad que vós habéis menester yo no la puedo dar, y la consolación que podría darvos no la habéis menester, porque entiendo que vuestro seso os la dará sin ayuda del ajeno; y aun déjolo, porque tengo creído que estas consolatorias que se usan consuelan poco cuando no remedian algo.
Muy noble señor, si consideráis quién sois, y el oficio que tomastes, y el porqué y el cómo y el dónde os prendieron, creo habréis alguna paciencia en ese trabajo do estáis; y si no la hobiéredes, no sabría por agora diciros otra consolación sino que, preso con paciencia o preso sin paciencia, más vale preso con paciencia.
Las nuevas de lo que la reina hace y quiere hacer tan bien os las dirán los moros de allá como los cristianos de acá, y por eso no os las escribo. Plega al muy alto Dios que presto os veamos libre.
El traslado de una letra que hobe enviado a un caballero desterrado del reino os envío.2 Léala vuestra merced, y obre la vuestra devoción.
Muy noble señor,
Como a amigo no me podéis comunicar vuestras cosas, porque la desproporción de las personas niega entre vuestra señoría y mí el grado de la amistad; ni menos las recibo como coronista, pero como el mayor servidor de los que tenéis os tengo en merced habérmelas escrito por extenso. Crea vuestra señoría que lo que sentís, deseáis y queréis en ellas quiero, siento y deseo.
El trabajo que hobistes in reducendo commilitones ad viam parece bien obra de vuestras manos,1 y si de otra guisa se hiciera, toviérades guerra, no solo con los enemigos, mas con los vuestros. Porque ubi est corruptio moris, ibi est destructio mortis.2 Y lo que peor y más grave fuera, toviéradesla con Dios. Porque sin duda la divinidad está airada contra la humanidad que está dañada. Una de las cosas por que se perdió Roma, dice Salustio en el Catilinario: «Quia Lucius Silla exercitum, quem in Asia ductaverat, quo sibi fidum faceret, contra morem maiorum luxuriose, nimisque liberaliter habuerat; loca amena, voluptaria facile in ocio feroces militum animos molliverant; ibi primum insuevit exercitus populi romani amare, potare», etc.3 Alegar yo a vuestra señoría el Salustio bien veo que es necedad, pero sofridla, pues sufro yo a estos labradores que me cuenten a mí las cosas que vós hacéis en Alhama.
Ciertamente, señor, como el enfermo que habida la salud estima mucho la medicina que primero le amargaba, bien así creo que esos vuestros comilitones amen mucho vuestra noble persona cuando conocieren la salud que les acarreó vuestra doctrina. El socorro que hecistes a vuestra gente verdad es que es de notar apud alios más que apud me,4 que conozco bien, según quien sois y el linaje donde venís, que ni habéis de huir los enemigos ni desamparar los amigos.
Señor compadre: vi una carta que fue echada de noche y tomada entre puertas. La carta se dirigía a mi señor el cardenal,1 y la materia de ella eran injurias dirigidas a mí; y porque sope que vino antes a vuestras manos que a las mías, y que la andábades publicando por esa ciudad, acordé después de leída enviarla a su señoría, pues vós no gela enviastes. Pídoos de merced, si en algún tiempo sopiéredes quién es aquel encubierto que la hizo, le dedes esta respuesta que le hago:
Encubierto amigo,
Vi la carta que enviastes a mi señor el cardenal, por la cual injuriáis a mí y avisáis a él de los yerros que os parecieron en una mi letra que envié a su señoría sobre la materia de los herejes de Sevilla. Y cuanto toca a mis injurias, si decís verdad, yo me enmendaré; si no la decís, enmendaos vós. Pero comoquier que ello sea, si a vós no plogo guardar la doctrina evangélica en el injuriar, a mí place de la guardar en el perdonar, y para aquí y para delante Aquel que mandó perdonar las injurias os perdono, y en tal manera perdonado, que ni me queda escrúpulo ni rencor contra vós; porque entiendo que aquel que busca venganza, primero se atormenta que se venga, y recibe tal alteración que pena el cuerpo y no gana el ánima.2 Y por esto aquel Redentor y verdadero físico nuestro también nos dio doctrina saludable a los cuerpos como a las ánimas cuando nos mandó perdonar a nuestros abofeteadores,3 según yo perdono a vós por la presente las bofetadas que me dais. Allá os lo habed con Dios, que reservó para si la juridición de la vindicta.
Señor encubierto, o vós habláis bien en vuestra letra, o mal. Si mal, ¿por qué lo escrebís? Y si bien, ¿por qué os encobrís, como sea verdad que todo católico cristiano, según que os mostráis, no debe encobrir su doctrina, y mucho menos su persona?4 Y vós me parece que hacéis lo contrario: encobrís vuestra persona y publicáis vuestras injurias, las cuales debieran ser reprensión secreta, como dice Crisóstomo sobre Mateo, y no injuria pública, como prohíbe Cristo en el Evangelio.5
Reprendéisme de las cosas contenidas en la letra que envié a mi señor el cardenal, y si ella o yo fuéramos dignos de reprensión, ¿quién más ni mejor la pudiera y aun debiera recusar que el mismo cardenal a quien mi carta se dirigía, por ser uno de los quiciales sobre que se rodea la Iglesia de Dios?6 Pero, sin duda, ni en presencia ni por letra la reprendió él ni otros letrados que la vieron, porque son palabras de san Augustín, epístola ciento y cuarenta y nueve, sobre el relapso de los herejes donatistas7. Si aquellas palabras halláis ser reprensibles, habedlo allá con san Agostín, que las dijo, y dejad a mí que las alego.
Otrosí parece que en el principio de vuestra letra me acusáis del pecado de vanagloria,8 porque dije que esperaba su señoría mi letra, y de este pecado por cierto entiendo que no me podéis enmendar, porque su señoría y otros señores y doctos hombres me han escrito y de continuo escriben mandándome que les escriba, y es por fuerza hacer lo que me mandan. Haced vós cesar su mando, y habréis castigado mi vanagloria.
Reprendéisme asimismo de albardán porque escribo algunas veces cosas jocosas,9 y ciertamente, señor encubierto, vós decís verdad; pero yo vi aquellos nobles y magníficos varones, marqués de Santillana don Íñigo López de Mendoza, y don Diego Hurtado de Mendoza, su hijo, duque del Infantazgo, y a Fernán Pérez de Guzmán, señor de Batres, y a otros notables varones escrebir mensajeras de mucha doctrina, interponiendo en ellas algunas cosas de burlas que daban sal a las veras. Leed, si os place, las epístolas familiares de Tulio que enviaba a Marco Marcelo, y a Lelio Lucio, y a Ticio, y a Lelio Valerio, y a Curión, y a otros muchos, y hallaréis interpuestas asaz burlas en las veras, y aun Platón y Terencio no me parece que son reprendidos porque interpusieron cosas jocosas en su escritura.10 No creáis que traigo yo este ejemplo porque presuma compararme a ninguno de estos; pero ellos para quien eran, y yo para quien só, ¿por qué no me dejaréis vós, acusador amigo, albardanear lo que sopiere sin injuria de ninguno, pues de ello me hallo bien, y vós no mal? Con todo eso os digo que si vós, señor encubierto, hallardes que jamás escribiese un renglón de burlas do no hobiese catorce de veras, quiero yo quedar por el albardán que vós me juzgáis.
Así mismo decís que mi carta dice que yerran los inquisidores de Sevilla en lo que hacen, y que se siguiría que la reina nuestra señora habría errado en gelo cometer.11 Yo por cierto no escribí carta que tal cosa dijese, y si parece conozco tanto de ella que no dirá lo que no le mandé. Porque ni yo digo que ellos yerran en su oficio ni la reina en su comisión, aunque posible sería su alteza haber errado en gelo cometer, y aun ellos en el proceder, y lo uno ni lo otro no por malas intinciones suyas, mas por dañadas informaciones ajenas. Bueno era, por cierto, y discreto el rey don Juan, de gloriosa memoria; pero pensando que hacía bien cometió esa ciudad de Toledo a Pero Sarmiento que gela guardase, el cual, pervertido de malos hombres de ella rebeló contra él y le tiró el título real, y aun tiró piedras a su tienda.12 La reina nuestra señora bien pensó que hacía cuando confió la fortaleza de Nódar a Martín de Sepúlveda, pero alzose con ella y vendiola al rey de Portogal.13 Así que, señor enmendador, no es maravilla que su alteza haya errado en la comisión que hizo, pensando que cometía bien, y ellos en los procesos pensando que no se informan mal; aunque ni yo dije ni agora afirmo cosa ninguna de estas.
A las otras cosas que tocáis de la Sacra Escritura no os respondo, porque no sé quién sois: aclaraos y satisfaceros he cuanto pudiere, y aun daros he a entender claro cómo pecáis en el pecado de la mentira por me macular del pecado de la herejía.
Noble señor: si yo sopiera el fruto tan grande que de vuestra ausencia de esta tierra en ese estudio habéis conseguido, mayor precio os demandara del que os demandé por ganaros la licencia que os hobe de mi señor el cardenal, vuestro tío.1 Pero, señor, mejor proporcionastes vós por cierto vuestra manda con vuestra nobleza que yo mi demanda con mi codicia; porque si os membráis, yo os demandé un melón, y vós, señor, me ofrecistes una mula, do se demostró en la demanda mi poca codicia, y en la manda vuestra gran nobleza.
Agora, señor, quiero haceros más barato aquella demanda, porque de todo mi trabajo no quiero otra cosa de vuestra merced salvo que hagáis lo que escribió Tulio en una epístola familiar a Curión, «scilicet: ut sic ad nos confirmatus revertaris, ut quam expectationem tui concitasti, hanc sustinere ac tueri possis», etc.2 Hoc enim, nobilissime domine, facile consequi posses etiam et augere,3 si lo que el mismo Tulio hiciéredes que escribe a su hijo en el prólogo de los Oficios,4 lo cual os pido de merced que leáis si no es leído, y hagáis si no es hecho; aunque no creo, yo, señor, que para esto hayáis menester persuasión mía ni de otro, pues aquella vuestra natural inclinación, que con tan ferviente deseo allá os llevó, es de creer que haga su oficio de tal manera que dedes vós a otros mejor ejemplo de doctrina que ninguno lo puede dar a vós para la ciencia. Et de hoc satis.5 Valete.
Muy amada hija: pocas palabras te hablé desde que naciste hasta que, complida la edad de doce años, escogiste ser consagrada para la bienaventuranza venidera, y porque soy tenudo como prójimo y deudor como padre, no por premia que me fuerza,1 mas por caridad que me obliga he tenido cuidado de te pagar lo que es razón de te hablar. Porque mayor es el pensamiento que el buen pagador tiene para pagar, que premia le puede hacer el duro creedor para ser pagado.2 Verdad es, hija, que la hora que yo y tu madre te vimos apartar de nosotros y encerrar en ese encerramiento se nos conmovieron las entrañas, sintiendo aquel pungimiento que la carne suele dar al espíritu. Pero después que la razón, usando de su oficio, nos hizo pensar cómo en esa angostura de templo gozas de la anchura del paraíso, estonces nos esforzamos a vencer la tentación de la carne, y gozamos de la clara victoria que suele gozar el ánima.
Léese de Sócrates que en la pared de sus escuelas había escrito dos versos. El uno decía: «Si vencidos de la torpe tentación os deleitardes en cosa fea, el deleite será momentáneo, y la mácula de la vileza os acusará para siempre». El otro decía: «Si sintierdes pena en el combate de la tentación carnal, el trabajo del combate durará poco, y la gloria del vencimiento durará mucho».3 Y cierto debemos creer que Dios da gracia para vencer al que tiene osadía para resistir, y para este vencimiento grande aparejo, por cierto, es el sacudir los malos pensamientos, también los que engendran molleza de la carne como los que nos traen a odio del prójimo.
El Sabio dice que las imaginaciones malas nos apartan de Dios.4 Hallarás, amada hija, que del mismo Sócrates dice Valerio Máximo estas palabras: «Sócrates, casi un oráculo de divina sabiduría, ninguna cosa mandaba que pidiésemos al Dios inmortal, sino que nos diese bien». Y no hallaba este filósofo que debía ser en nuestro arbitrio la elección del bien que pediésemos; porque muchos procuraron riquezas que los trojeron a la muerte; otros, decía él, que con gran diligencia procuraron oficios que los trojeron a perdición; otros hobo que procuraron casamientos, pensando por ellos haber bienaventuranza, y fueron causa de su pobreza y deshonra. Así que determinaba aquel filósofo que la elección del bien que deseamos debíamos remitir al Dador de los bienes, porque Aquel que los había de dar los sabría escoger.5 En el Evangelio de san Mateo dice que Dios nuestro Padre sabe lo que nos es necesario ante que lo pidamos,6 y sin duda es de creer que el hacedor de los vasos sabe cuánto cabe, y a cada uno da según su medida,7 y si algún engañado de afección toma oficio ajeno de su habilidad, el elector y lo elegido vemos que se pierde. San Agostín, en el libro de la Ciudad de Dios, dice que así como no procede de la carne lo que la carne hace vevir, bien así no procede del hombre, mas sobre el hombre es lo que al hombre hace bien vevir.8 Esto considerado, damos gracias a Aquel verdadero escogedor que te dio gracia para elegir aquello que desde tu niñez te vimos inclinada, por que puedas bien vevir en esta, e ir a buen logar en la otra vida. Y pues por la gracia de nuestro Redentor has hecho profesión en la santa religión que escogiste, verdad es que yo no puedo saber cómo te va allá; pero quiérote decir cómo te fuera acá si esta otra vía escogieras.
Lo primero que te convenía hacer era entrar en la orden del matrimonio, la cual ordenó Dios y es por cierto santa y buena a los que en ella bien se conservan; pero no entiendas que en buscar marido a la hija, ni aun después de hallado, sea pequeño cuidado a los padres y a la hija. Y dejando agora de decir los enojos y desabrimientos que a las veces en esto se sienten, san Augustín en el libro de la Ciudad de Dios pinta este mundo según aquí verás: «El hombre», dice él, «no puede estar sin trabajo, sin dolor y sin temor. ¿Qué diremos del amor de tan vanas y empecibles cosas, y de los cuidados que muerden, las perturbaciones, las tristezas, los miedos, los locos gozos, las discordias, las lides, las guerras, acechanzas, iras, enemistades, mentiras, lisonjas, engaños, hurto, rapina, porfía, soberbia, ambición, envidias, homicidios, muertes de padres, crueldades, asperezas, maldades, lujuria, osadía, desvergüenza, vilezas, fornicaciones, menguas, pobrezas, adulterios de todas maneras y otras suciedades que decirse es cosa torpe, sacrilegios, herejías, perjurios, opresiones de los inocentes, calumnias, rodeos, prevaricaciones, falsos testimonios, inicos juicios, fuerzas, ladronicios, y otras cosas semejantes que no me vienen a la memoria, pero no se apartan de esta vida? Y, ciertamente, estas cosas son de los malos hombres, procedientes de aquella raíz del error y perverso amor, con el cual todo hijo de Adán es nacido», etc.9 Otrosí dice que quién es aquel que no conoce cómo el hombre viene en esta vida con ignorancia de verdad, la cual se manifiesta en él cuando era niño, y con abundancia de vana codicia, mostrada en él cuando era mozo, de manera que si le dejasen vevir como quiere y hacer lo que quiere, cometería todas o muchas de las maldades y perversidades que arriba dice, y otras que decir no puede.10 Así mismo dice que para qué son los miedos falsos que ponemos a los niños, y para qué son los azotes y palmatorias a los mozos, y el cetro de la justicia que está enhiesto para contra los malos, sino para los temorizar y refrenar la maldad a que la natura humana es inclinada.11 Dice más adelante: «¿Qué es esto que con trabajo tenemos memoria y sin trabajo la perdemos; con el trabajo aprendemos, y sin trabajo no sabemos; con el trabajo somos fuertes, y sin trabajo somos sin arte?».12 «¿Qué diré», dice él, «de los trabajos innumerables con que el cuerpo terrece, conviene saber: con hervores, con fríos, tempestades, lluvias, relámpagos, truenos, granizos, rayos, terremotos, caídas, por ofensión y por temor, y por malicias de hombres y de bestias, o por veninos nacidos en los frutos y en las aguas y en los aires, o de los mordimientos de bestias rabiosas, también las que son domésticas, las cuales algunas veces son más temidas que los leones y los dragones? ¡Cuántos son los males que pasan los navegantes y los que andan caminos! ¿Quién es el que anda que no esté obligado doquier que andoviere a los casos inopinados?», etc.13 (En el libro veinte y dos De civitate Dei).
De todo lo cual o de parte alguna de lo que aquí pone, no creas, amada hija, que ninguno de los que acá andamos se puede excusar, por vigilante y cauto que sea. Porque el Sabio en sus Proverbios dice que si el justo es tentado en la tierra, cuánto más lo serán los inicos y pecadores.14 Y por tanto debes dar gracias a nuestro Redentor, que te dio gracia para que, dejada la solicitud que tenía Marta, tomases la parte mejor que escogió María, la cual te hace libre de ver y sentir estas tribulaciones.15
Un religioso carmelita de santa vida, cuya mocedad había seído envuelta en las cosas del mundo, me dijo en París que si no pecara, no aborreciera tanto los pecados ni amara tanto las virtudes, ni hobiera verdadero conocimiento para gozar con el reposo de la religión, sino conociendo la inquietud y turbaciones que tovo fuera de ella.16
El libro de la Sabiduría dice que la religión guarda y justifica y da alegría de corazón.17 Y no te engañe el pensamiento de cómo fuiste criada para ver el mundo y en ese encerramiento no le puedes ver. Porque en verdad, hija, si lo vieses, veríes una ruin cosa, y llena de todas aquellas cosas que arriba pone san Agostín, las cuales no querríamos ver, y mucho menos sentir los que las vemos y sentimos. Y puédote bien certificar que si el mozo toviese la experiencia que sabe el viejo, si seso toviese, huiría del mundo y de las cosas de él; pero la mocedad lozana, ignorante de sí misma, tiene tan fuertes los combates de la carne que, no los podiendo resistir, es enlazado y metido en tales necesidades, que no puede cuando quiere salir de ellas.
Y por que tu entendimiento lo vea mejor, quiérote decir que de los que estáis en religión a los que estamos en el mundo hago yo comparación como de los que miran los toros de talanquera a los que andan corriendo por el coso.18 Los que andan en el coso, verdad es que tienen una que parece libertad para ir do quieren y mudar logares a su voluntad; pero dellos caen, dellos estropiezan; otros huyen sin causa, porque va tras ellos el miedo y no el toro; otros están siempre en movimiento para acometer o para huir; otros se encuentran y se dañan, y el que va a tirar al toro la frecha no sabrá decir qué razón le lleva con tanta diligencia y peligro a hacer mal a quien no gelo hace, y así veo que todos andan vagando sin término y sin sabiduría de lo que les acaece y puede acaecer, llenos de miedo recelando su caída, y llenos de placer mirando la de los otros. Los que miran de talanquera, verdad es que no tienen aquella libertad que los del coso tienen para andar do quieren; pero están seguros de los peligros, estropiezos y turbaciones que ven padecer a los que andan por el coso; de los cuales, si bien fueses informada, dígote que darías dobladas gracias al que te subió en esa talanquera, donde tienes quitas aquellas ocasiones de pecar de que acá estarías rodeada, de las cuales, o de algunas de ellas te sería difícile escapar si andovieses en el coso que acá andamos; porque si vencieses la soberbia, encontrarías con la ira; y si la ira vencieses, vencerte hía la codicia; y si la codicia templases, quizá te guerrearía la acidia, y te vencería la gula; y si templases la gula, no podrías vencer la envidia, y atropellarte hían las feas tentaciones de la lujuria. Mira, verás quién se podrá defender de tantos y tan fuertes combates como de continuo nos hace el diablo, del cual canta la Iglesia que como león bramante nos rodea, buscando a quien trague;19 en especial considerando la flaqueza de nuestra humanidad, de la cual dice Job: «Ni mi fortaleza es fortaleza de piedra, ni menos mi carne es hecha de hierro para que pudiese sofrir el combate de tantas tentaciones».20 Y no nos maravillemos de ser tentados de los pecados, cuando nuestro Redentor fue tentado del diablo. Y san Pablo en una epístola a Tito dice que algunas veces fue ignorante, incrédulo, errante, servidor de deseos y deleites varios, con malicia, con envidia, aborrecible y aborrecido.21 Verdad es que en alguna manera debemos ser alegres en haber seído pecadores; porque a las veces ganamos más en la penitencia que hacemos que perdimos en el pecado que cometimos; lo cual vemos en el mismo san Pablo y en san Pedro, y en la Madalena, y en otros muchos a quien la gran contrición que hobieron de los pecados que cometieron los trojo al excelente grado de gloria que tienen. Y por cierto, amada hija, si otro combate no toviésemos, salvo el de la codicia, nos sería asaz grave de sofrir, considerando las muertes y otros daños que de ella se siguen. Y quiérote traer aquí a propósito una fablilla que acaeció a un raposo con un asno.22
Según cuenta esta patraña, el león, que es el rey de los animales, quiso hacer cortes, a las cuales concurrieron los principales animales, y dice que como este rey león tenía, o debía tener, la condición noble y las orejas simplicísimas,23 creía todo lo que los otros animales principales le decían. El raposo, que era artero, le dicía:
–¡Oh, rey! Mal lo miras si todo cuanto te dicen crees; porque muchos vienen a ti, dellos con mentiras coloradas,24 dellos con malicias que tienen imagen de bondad; otros hacen su hecho mostrando que hacen el tuyo, y has de creer que estos grandes animales desean tener libertad, y sacudir de sí el yugo de su sujeción, y haber de tu patrimonio para hacer a ellos poderosos y a ti flaco por que no los puedas castigar y pierdas tu autoridad; la cual perdida, no serás obedecido, y tu justicia se enflaquecerá, y los delitos crecerán y tu reino se perderá. Para mientes que los oficios más veces se conservan con las virtudes, que las virtudes se ganan con los oficios. Necesario has buen seso para sentir y buen consejo para discerner, y buen esfuerzo para ejecutar.
El raposo, por el logar que mediante estos avisos tenía con el rey, era envidiado. Los animales mayores, caídos del grado que pensaban merecer cerca del rey, y que el raposo les era peligroso, buscaron cómo lo apartar de la oreja del león, y propusieron ante él que la principal cosa en que se debía entender era en su salud, y porque esta no se podía alcanzar salvo con seso y corazón de asno, el raposo, que era discreto y diligente, debía ir por él.25
El raposo, conociendo que lo apartaban del león, le dijo:
–Mira que estos más lo hacen por apartar a mí que por servir a ti.
El león, visto que todos los grandes animales se conformaban, fue constreñido a lo enviar. El raposo, yendo en su camino, halló un asno paciendo en un prado, y díjole:
–Tú, ¿por qué no vas a la corte, donde van todos los animales?
El asno le respondió:
–Porque paso aquí mi vida lo mejor que puedo, y no sé qué cosa es corte, ni lo quiero saber.
Respondió el raposo:
–No saber es mal, y no querer saber es peor. ¿Por qué rehúsas de ir do se avisan los animales, do alcanzan fama y donde la gracia y la dicha de cada uno ha logar de se emplear en grandes cosas y haber grandes bienes?
Respondió el asno:
–No tengo uso para entre tal gente.
Dijo el raposo:
–El mayor trabajo es principiar, y la plática te hará maestro.26
El asno, vencido de codicia, dejó su abrigo y va en compañía del raposo; y como llegasen a un logar, el asno quiso holgar. El raposo le dijo:
–Si quieres ser rico y honrado has de ser verdadero y diligente, porque el perezoso, holgando, pena deseando.27
El asno, remitido a la gobernación del raposo, llegó a la corte, donde vido la presencia espantable del león, y vido la grandeza de los otros animales, y codició ser como uno de ellos. El león hízole gracioso recibimiento, y a pocos días, como pensó de le matar, mudó la voluntad buena y comenzole a mostrar la cara feroce. El asno, visto que el rey no le miraba como solía, volvió las espaldas y tornose a su prado. El raposo acusó al león y díjole:
–Cuando tovieres indignación y acordares prender a alguno, juntamente ha de ser la indignación con la ejecución; si no, nacerte ha tal escándalo que serás deservido.
El león, conocida su mengua, le rogó que tornase por el asno. El raposo, por encargar al rey con sus servicios,28 fue al asno y preguntole por qué se había venido. El asno le respondió:
–Anda, vete, amigo, con tu corte; no querría el placer de su favor por la tristeza que sentí en el disfavor.
Dijo el raposo:
–¡Cómo eres ignorante! Sábete que en las cortes con el favor no te conocerás y con el disfavor no te conocerán.
Dijo el asno:
–No tengo ninguno de mi linaje que me honre ni ayude.
Respondió el raposo:
–Serás tú el primero que habrás la gloria de los que despiertan memoria a los de su sangre.
El asno, metido en la codicia, acordó de volver con el raposo, y díjole:
–Yo quiero tornar; mas si no lo hallo como quiero, no me hallará como quiere.
El león, después de algunos días, quiso echar las uñas al asno y no pudo. El asno, como lo sospechó, huyó y tornó a su logar. El raposo, visto cómo había perdido su trabajo, reprendió la negligencia del rey, y comenzole a recontar los trabajos que había pasado en traer dos veces al asno. El león le dijo:
–¿Quieres que te diga? Si alcanzamos el fin, relucen los trabajos, y si no han efecto, no esperes gualardón, porque el fin de la cosa se mira más que los medios.29
El raposo, por no perder lo servido, tornó por el asno y díjole:
–Maravíllome, estando en el dulzor del sobir, poderlo dejar y venirte. Cata que ser criado entre nobles y escoger vida entre rústicos no procede de buen ingenio.
Respondiole el asno:
–Si me castigas con rigor, antes me harás tu enemigo que tu corregido, y primero ganarás enemistad para ti que enmienda para mí.
Respondió el raposo:
–Necio eres si miras en la forma del corregir, y no en la manera de tu enmendar.
El asno le respondió:
–Dígote que esta vida es tan corta que antes nos morimos que nos enmendamos, y por tanto te ruego que dejes de enmendarme y cures de proveerme. Sábete que me vine porque quisiera yo luego algún oficio para poder cargar a otros como otros cargan a mí.
Respondió el raposo:
–Si tú quieres oficio ajeno de tu natural, perderás a ti y al oficio.
Dijo el asno:
–También sospeché que el león me quería prender o matar.
Dijo el raposo:
–Tu ausencia te condena, aunque seas limpio de crimen. Anda acá conmigo, dijo el raposo, y tu presencia quitará la sospecha, porque los miedos vanos nunca los concibió buen seso.
Dijo el asno:
–No querría estar en logar do he de hacer cara contraria a mi voluntad, y do peno deseando que me den y recelando que me quiten.
Dijo el raposo:
–¿Y dó estarás que no penes con eso?
Dijo el asno:
–Bien estaba aquí, donde huelgo más y peco menos; pero anda, allá vamos. Bien veo que si al principio no te creyera, cuando despertaste mi codicia, no fuera metido en necesidad forzosa, como al comienzo fue voluntaria.
Entrados en la corte, el león echó las uñas en el asno, y mandó al raposo que trojese los sesos y el corazón. El raposo, visto los sesos y el corazón del asno, comiolo y dijo al león que no le había hallado ningún seso ni corazón. El león, maravillado cómo podía ser animal sin seso y sin corazón, respondió el raposo:
–Creer debes por cierto, señor, que si este animal toviera seso y corazón no lo trojera la codicia tres veces a la corte, donde perdió la vida por ganar hacienda.
Muy amada hija, este ejemplo te he traído en el cual verás allá todo lo en que andamos acá; y puedes creer que no digo muchos, mas infinito es el número de los que tenemos tan poco seso y corazón como el asno;30 porque teniendo suficiente proveimiento, no dejamos de cometernos a los vaivenes de la fortuna, y vamos tres y más veces donde los engaños del raposo nos llevan. Otros hay que no se mueven por necesidad que hayan a las cosas, sino porque ven mover sus vecinos a ellas. Otros veo que, dejados los oficios que tienen útiles a la vida, se meten, a fin de holgar, en negocios impropios a su habilidad, y dañosos a ellos y a la común utilidad de todos, donde proceden los males que contecieron al asno, y los que arriba dice san Agostín.
Y si me dijeres que estás ahí encerrada, dígote que así lo están acá las buenas. Y si sientes estar sujeta, así mandó Dios que lo fuesen todas. Si no gozas con la compañía del marido, así estás libre del dolor del parto. Si no gozas con la generación de los hijos, tampoco te atormentan sus muertes y sus cuidados. Si careces de servidores, así estás libre de buscar lo necesario para los proveer. Si te holgaras con tus iguales, así penaras en sofrir la envidia de tus desiguales.31 Y en conclusión, si no puedes decir ni hacer lo que quieres, así estás libre que no te digan ni te hagan acá lo que no quieres, y de los otros infinitos males que arriba dice san Agostín.
Nota bien, amada hija, que el sabio Salamón dice que el prudente se asconde cuando ve el mal, y el loco pasa y padece infortunio.32 Y en el salmo treinta, que comienza In te Domine speravi, dice estos versos: «¡Oh, cuán grande es la muchedumbre de la dulzura tuya, Señor, que escondiste a los que te temen! Esconderlos has de las turbaciones de los hombres en el escondimiento de tu cara; defenderlos has en tu tabernáculo de la contradicción de las lenguas».33 Y porque tú, por la gracia del muy alto Dios, estás en ese tabernáculo divinal escondida de todas estas contradicciones, y gozas de aquella corona preciosa de la virginidad de que gozan las vírgenes en el paraíso, resta agora decirte que tengas ante tus ojos cuatro cosas.
La primera, te encomiendo que siempre tengas y creas firmemente la fe católica de nuestro Salvador y Redentor Jesucristo, y aquello que la santa Madre Iglesia suya cree y tiene; porque ninguno se puede salvar sin fe, la cual san Gregorio dice que carecería de mérito si se creyese por razón.34
La segunda, te encomiendo que seas mansa y humilde, y para bien mientes que en el quinto capítulo del Evangelio de san Mateo dice que nuestro Señor en el monte abrió su boca y dijo: «Bienaventurados los pobres de espíritu».35 No dijo pobres de bienes, ni de oficios, ni de cargos, si bien los ministran; mas dice que comoquier que tengamos abundancia de estas cosas, no seamos con ellas arrogantes ni vanagloriosos. Ítem, manda que seamos mansos, y poseeremos la tierra;36 y esto vemos por experiencia, porque nunca vi soberbio que durase mucho en ella, ni en el amor de las gentes; y vemos que los mansos y de blanda condición son tan agradables en su conversación que ganan la gracia de las gentes, y alcanzan honras y bienes. San Pedro en una canónica dice que Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes.37 Y si algún émulo o adversario tovieres,38 no te pese, porque no es siempre malo tener el hombre algún competidor o contrario, porque entonces hallarás que es bueno cuando por miedo de la reprensión de mi émulo dejo de hacer cosa fea, y cuando me refreno de algunos vicios que no me refrenaría si el miedo del competidor no toviese presente. Verdad es que vevir hombre sin emulación, aquesto es lo más seguro; pero cuando la malicia del tiempo lo criare, ningún remedio más cierto tenemos que vevir tan limpios de reprensión que quebremos los ojos al reprensor. Otrosí debes, hija, tener ante tus ojos una verdadera y no fengida obediencia a tu mayor. Y mira bien que dice el Evangelio que el discípulo no ha de ser sobre el maestro, ni el siervo sobre el señor.39 Y el apóstol dice a los romanos que toda ánima sea súbdita a su mayor, porque todo poder es dado por Dios, y quien resiste a su mayor, resiste a Dios.40 Y por cierto, si bien mirado es, mucho mayor cuidado debe ser el mandar que el obedecer; porque aquel que manda ha de trabajar el espíritu, considerando qué es lo que manda y a quién lo manda, y en qué tiempo, y por qué, y para qué, y todas las otras calidades que se deben mirar en la gobernación. Y si buen gobernador es, siempre estará en pensamiento si habrá o no habrá buen fin lo que manda. San Gregorio en los Morales dice que cualquier presidente que tiene cargo de ministración siempre está puesto en los encubiertos tiros del enemigo; porque cuando trabaja por proveer las cosas presentes, a las veces, no mirando, daña las futuras.41 Así que el que manda pende de muchas cosas, y el que obedece, de sola una. Obedeciendo paga su deuda, y no tiene de dar cuenta si es mal mandado, pero darla ha si no es bien obedecido. Y vemos por experiencia que las casas, las órdenes, las ciudades, las provincias y los reinos duran y relucen con la obediencia, y caen y se pierden por la inobediencia de los rebeldes. Y si por ventura algún cargo tovieres de gobernación, por Dios mira que seas en él tan vigilante que tu negligencia no acarree mengua. En especial debes mirar que no seas traída por afección de personas. El Evangelio dice: «Sabemos, Señor, que eres verdadero y que no miras la cara de ninguno, mas la vía del Señor muestras con verdad»42. Y así como el salmo dice que acerca de Dios no hay acepción de personas,43 menos la debe haber cerca de los gobernadores; porque allí coxquea la razón del gobernador do se mira linaje o afección,44 y no virtudes y habilidad. San Jerónimo, en un prólogo a los romanos y a los judíos que se gloriaban de linaje, les reprende diciéndoles: «En tal manera os gloriáis de linaje como si las buenas costumbres no os hiciesen hijos de los santos mejor que el nacimiento carnal».45 Y el Boecio De consolación dice que ninguno hay de mal linaje, salvo aquel que dejada la vía de la virtud es maculado con las malas costumbres.46
La tercera cosa que te encomiendo es que tengas caridad, sin la cual ninguno en esta vida puede ser amado, ni en la otra bien recebido. San Pablo dice: «Si hablare las lenguas de los hombres y de los ángeles, y no tengo caridad, no es otra cosa sino una campana que suena. Y si toviere espíritu de profecía y toviere tal ingenio que sepa todos los misterios y toda la ciencia, y toviere tanta fe que pueda traspasar los montes, y no tengo caridad, no vale nada. Y si diere a comer toda mi hacienda a los pobres, y no tengo caridad, no me aprovecha nada. La caridad es paciente y benigna, la caridad no es envidiosa, no tiene maldad, no es vanagloriosa ni soberbiosa, no es ambiciosa, no busca lo ajeno, no piensa mal, no se goza con lo malo, gózase con lo verdadero, todo lo sufre, todo lo cree, a todo sobrepuja, todo lo sostiene». Esto dice san Pablo a los corintios en los trece capítulos.47 Y ¿quieres amada hija, que te diga qué cosa es caridad? A mí parece que es un conmovimiento que sienten las entrañas del caritativo, compadeciéndose cuando ve alguno padecer mengua o angustia, quier de consejo, quier de ayuda o de consolación, o de otra alguna necesidad. Y el caritativo usa de esta caridad ayudando al necesitado; calla callando sin publicar el ayuda que él hace, ni la mengua que el menguado padece. Y esta caridad se debe usar con todos los hombres; y comoquier que somos inclinados a desamar a los malos como a malos, pero piadosa cosa es amarlos como a hombres, porque en lo uno amamos la naturaleza nuestra, y en lo otro desamamos la malicia ajena.
La cuarta es rogarte, pues tienes oficio de orar y estás en casa digna para lo hacer, que ruegues a Dios por mí y por tu madre, y en esto nos pagarás la deuda que nos debes, como hacen las cigüeñas que mantienen a sus padres cuando envejecen otro tanto tiempo como ellos mantovieron a los hijos cuando eran pollos.48 Y tú, amada hija, si criándote en nuestra casa hobiste alguna buena doctrina, debes pagárnosla en oraciones agora que somos viejos y las habemos menester. Y acerca de la manera del orar, Elías el profeta decía que Dios oía por el fuego, conviene saber, por el ardor de la devoción.49 Así que la oración se debe hacer con todo corazón y con todo el entendimiento, sin nos trasponer cuando oráremos en pensamiento ajeno de lo que oramos; porque ya ves cómo estará Dios con nosotros para nos oír, no estando nosotros con Él para le rogar. Y por cierto, burla parece hablar y no tener el pensamiento en lo que hablamos; porque esta tal habla ni nosotros la sabremos decir, ni el que la oye la querrá entender, y mucho menos hacer. Y por que sepas mejor cómo has de orar, trasladé de latín en romance para te enviar la oración dominica del Pater noster, con la exposición que hizo san Agostín.50
Plega a nuestro Señor y a la Reina de los cielos que te deje perseverar en su servicio, por que al fin hayas santo y entero gualardón, y te dé gracia para rogar por nosotros.
Señor: Mandáis que os escriba mi parecer cerca del casamiento que se trata de vuestro sobrino. Ciertamente, señor, las cosas que suelen acaecer en los casamientos son tan varias y tanto fuera del pensamiento de los hombres, que no sé quién ose dar en ellas su parecer determinado, en especial porque si la cosa sucede bien, no es agradecido el consejo, y si acude mal es reprendido el consejero.
Querría, señor, preguntaros qué parecer puede ninguno dar en los casamientos cuando en los amores que tenía el otro vuestro primo vimos el estudio que tenía en el traer y la vigilancia en el servir, y qué temor había de enojar, y qué humildad en el rogar, qué deleite en el contemplar, y qué diligencia en el visitar, qué alegría en el favor, y qué tristeza en el disfavor, qué obediencia al mandamiento, y qué alegría en ser mandado, qué devoción en el mirar, y qué placer en el amar, qué velar, qué madrugar, qué aventurar, qué posponer, qué sofrir, qué acometer, qué trabajar, y cuántas y cuáles penas y congojas tenía en el continuo pensar, y qué primores escrebía, y qué locuras a las veces decía. Ciertamente, señor, muchas son las variedades que se revuelven toda hora en el pecho del enamorado, y grandes son las penas que le deleitan, y grandes son las sospechas que le penan;1 de las cuales cosas si sola una hiciese por amor de Dios como lo hace por amor de amiga, entiendo que en cuerpo y ánima iría al paraíso. Y vistes cómo después que alcanzó por mujer la que adoraba por señora, dentro de dos años hobo entre ellos tal discordia que buscaba causa para haber divorcio de ella. Y ciertamente, señor, no nos maravillemos si quiriendo él mandar como marido, fuese a ella grave ser tan presto sujeta de aquel que fue algún tiempo señora.
También vistes la fuerza y la manera que fue menester para traer el otro vuestro sobrino a que concluyese el casamiento que hizo, y vemos agora cómo, dejado el aborrecimiento que primero tenía, poco a poco se le convertió en un amor tan ferviente y tan loco, que se ha desmudado no solo del poder y del entender,2 mas del querer y del saber, y está remitido todo a la mujer que primero aborrecía; la cual le tiene tan sujeto que le manda lo que quiere y como y cuando lo quiere, y le aparta cuando le parece y le llama cuando le place, y le defiende y le castiga,3 y le quita lo que quiere y le da lo que le place; y el mancebo es ya venido en tan gran extremo de sujeción, que ni osa repugnar lo que le manda, ni deja de hacer lo que ella quiere aunque él no lo quiera, y obedece el triste como servidor y sufre como siervo.
De estos dos extremos, este diría yo, señor, que se debe huir, por ser muy ajeno de todo varón y de toda razón; y también porque hace poco en honra de la mujer tener marido que no vala nada. Así que, señor, porque la prudencia es la que gobierna, y no consiente fealdad en las cosas, si entendéis que no la hay en alguna de las partes, pues la doncella es buena e hija de buena, concluidlo en ora buena.
Reverendo señor: Incrépame vuestra merced porque no escribo nuevas de la tierra. Ya, señor, estó cansado de os escrebir generalmente algunas veces,1 pero me he asentado con propósito de escrebir particularmente las muertes, robos, quemas, injurias, asonadas, desafíos, fuerzas, juntamientos de gentes, roturas que cada día se hacen abundanter en diversas partes del reino,2 y son por nuestros pecados de tan mala calidad, y tantas en cantidad, que Trogo Pompeo ternía asaz que hacer en recontar solamente las acaecidas en un mes.3 Ya vuestra merced sabe que el duque de Medina con el marqués de Cádiz, el conde de Cabra con don Alfonso de Aguilar, tienen cargo de destruir toda aquella tierra del Andalucía y meter moros cuando alguna parte de estas se vieren en aprieto.4 Estos siempre tienen entre sí las discordias vivas y crudas, y crecen con muertes, con robos que se hacen unos a otros cada día. Agora tienen tregua por tres meses, por que diesen logar al sembrar, que se asolaba toda la tierra, parte por la esterilidad del año pasado, parte por la guerra que no daba logar a la labranza del campo.5 Los hermanos del duque, muertos en batalla;6 los caballeros de una parte y de otra todos robados, desterrados, homiciados, y enemistados con guerras y recuentros cada día de unos y otros en toda aquella Andalucía;7 tantos que serían difíciles de contar.8
Del reino de Murcia os puedo bien jurar, señor, que tan ajeno lo reputamos ya de nuestra naturaleza como al reino de Navarra, porque carta, mensajero, procurador ni cuestor ni viene de allá,9 ni va de acá más ha de cinco años.10
La provincia de León tiene cargo de destruir el clavero que se llama maestre de Alcántara, con algunos alcaides y parientes que quedaron sucesores en la enemistad del maestre muerto. El clavero sive maestre siempre duerme con la lanza en la mano, veces con cien lanzas, veces con seiscientas. El señor maestre de Santiago ayuda a la otra parte; unos dicen que por recobrar a Montánchez, que es llave de toda aquella tierra y gela tiene el clavero ocupada; otros dicen que por haber el maestrazgo de Alcántara. Baste saber a vuestra merced que aquella tierra está toda llena de gente de armas, para saber cómo le debe ir.11
De este nuestro reino de Toledo tiene cargo Pedrarias,12 el mariscal Fernando,13 Cristóbal Bermúdez,14 Vasco de Contreras.15 Levántanse agora otros mayores, scilicet, conde de Fuensalida,16 conde de Cifuentes,17 don Juan de Ribera,18 López Ortiz de Estúñiga,19 Diego López de Haro, hijo de Juan de Haro, desposado con la hija del conde de Fuensalida, la que había de ser condesa de Cifuentes.20 Estos hacen guerra por que los dejen entrar en sus casas. Si entran, como son de mala yacija, nunca estarán quedos dentro; si no entran, nunca estarán quedos fuera, con deseo de entrar. Si entran algunos que se trata que entren, los que quedaren fuera de necesario bollecerán por entrar;21 de manera que no sé por qué pecados aquella noble ciudad recibe tan grandes y espera recebir mayores puniciones. ¿Qué diré pues, señor, del cuerpo de aquella noble ciudad de Toledo, alcázar de emperadores, donde chicos y mayores todos viven una vida bien triste, por cierto, y desventurada?
Levantose el pueblo con el deán Morales y prior de Aroche,22 y echaron fuera al conde de Fuensalida y a sus hijos, y a Diego de Ribera, que tenía el alcázar,23 y a todos los del señor maestre. Los de fuera, echados, han hecho guerra a la ciudad; la ciudad también a los de fuera; y como aquellos ciudadanos son grandes inquisidores de la fe, dad qué herejías hallaron en los bienes de los labradores de Fuensalida, que toda la robaron usque ad ultimum,24 y quemaron y robaron a Guadamur y otros logares. Los de fuera, con este mesmo celo de la fe, quemaron muchas casas de Burguillos, e hicieron tanta guerra a los de dentro, que llegó valer en Toledo solo el cocer de un pan un maravedí, por falta de leña.
El rey es ido allá, e hizo ir con él al conde de Saldaña, porque los unos y los otros lo ponen en su mano. Plega a Dios que yo sea incierto adevino, porque yo creo que no podrá sentenciar el conde; y si sentenciare, no se obedecerá; y si se obedeciere, no se complirá; y complido, no durará, ni la razón da posibilidad para ello. El que más en esto, a mi ver, ha perdido es el señor conde de Fuensalida, no tanto de sus rentas y bienes que le han quemado y tomado, aunque es asaz, cuanto de la autoridad que por el oficio y por su persona tenía en aquella su naturaleza. Esto digo porque la cosa va tan rota contra él que fue por la ciudad llamado Alfonso Carrillo, al cual entregaron la vara del oficio de alcaldía mayor.25 El suceso que habrá no lo sé; pero hoy día la tiene en haz del rey,26 que está en la ciudad como tratante entre ellos.
Medina, Valladolid, Toro, Zamora, Salamanca y eso de por ahí está debajo de la codicia del alcaide de Castronuño. Hase levantado contra él el señor duque de Alba para lo cercar, y no creo que podrá, por la ruin disposición del reino, y también porque aquel alcaide está ya criado gusano del rey don Alfonso, tan grueso que allega cada vez que quiere quinientas y seiscientas lanzas.27 Andan agora en tratos con él por que dé seguridad para que no robe ni mate. En campos naturales son las asonadas, y no mengua nada su costumbre por la indisposición del reino.28
Las guerras de Galicia, de que nos solíamos espeluznar, ya las reputamos ceviles y tolerables, immo lícitas.29
El condestable, el conde de Triviño, con esos caballeros de las montañas, se trabajan asaz por asolar toda aquella tierra hasta Fuenterrabía. Creo que salgan con ello, según la priesa le dan.30
No hay más Castilla; si no, más guerras habría.
La corte, que [...]. Los del Consejo squalidi, contadores gementes, secretarios quaerentes [...].31
Habemos dejado ya de hacer alguna imagen de provisión, porque ni se obedece ni se cumple, y contamos las roturas y casos que acaecen en nuestra Castilla como si acaeciesen en Bolonia, o en reinos do nuestra juridición no alcanzase. Y por que más brevemente vuestra merced lo comprenda, certifícoos, señor, que podría bien afirmar que los jueces no ahorcan hoy un hombre por justicia por ningún crimen que cometa en toda Castilla, habiendo en ella asaz que lo merecen, comoquier que algunos se ahorcan por injusticia. Dígolo porque poco ha que Juan de Ulloa, en Toro, envió a las casas del licenciado de Valdivieso y de Juan de Villalpando y los ahorcó a sus puertas. Estos eran de los más principales de la ciudad; todos los otros caballeros de Toro, sabido esto, con sus parciales y allegados huyeron y desampararon la ciudad.32 Y Juan de Ulloa y los suyos entraron las casas y robáronlas [...].
Yo vos certifico, señor, que no acabe aquí esta letanía.
Así que, señor, si Dios miraculose no quisiese reedificar este templo tan destruido,33 no os ponga nadie esperanza de remedio, sino de mucho peor in dies.34 Los procuradores del reino, que fueron llamados tres años ha, gastados y cansados ya de andar aquí tanto tiempo, más por alguna reformación de sus haciendas que por conservación de sus conciencias, otorgaron pedido y monedas; el cual, bien repartido por caballeros y tiranos que se lo coman bien, se hallaron de ciento y tantos cuentos uno solo que se pudiese haber para la despensa del rey. Puedo bien certificar a vuestra merced que estos procuradores muchas y muchas veces se trabajaron en entender y dar orden en alguna reformación del reino, y para esto hicieron juntas generales dos o tres veces; y mirad cuán crudo está aún este humor y cuán rebelde, que nunca hallaron medecina para le curar; de manera que, desesperados ya de remedio, se han dejado de ello.35
Los perlados, esomismo, acordaron de se juntar para remediar algunas tiranías que se entran su poco en la Iglesia, resultantes de estotro temporal, y para esto el señor arzobispo de Toledo y otros algunos obispos se han juntado en Aranda. Menos se presume que aprovechará esto; porque he miedo [...].36
El señor maestre se casa agora. Casado, acuérdase que se junten aquí en Madrid él y el cardenal, con algunos procuradores y otros algunos grandes y perlados, para dar orden en alguna paz y gobernación del reino, poniendo algunos perlados y caballeros que gobiernen por tiempos [...].
Porque sobre el cómo y sobre el quién [...].
Como dice Tulio [...].
Y esto porque falta el oficio del rey que lo había todo de mandar solo.37
Muerto el arzobispo de Sevilla, todos sus bienes y la Mota de Medina quedó a Fonseca, su sobrino. Aquella villa, viéndose opresa de aquella mota,38 acordaron de la derribar, y para esto tomaron por ayudador al alcaide de Castronuño, el cual con los de la villa, y los de la villa con él, la tienen ya en algún aprieto con propósito de la derribar, y aun daban alguna suma por ello. El Fonseca, viéndose a sí y a su Mota en algún estrecho, trató con la villa que le diesen alguna equivalencia, y les daría la Mota para la derrocar, y para esto que llamasen al señor conde de Alba [...];39 por que el duque la toviese en las manos hasta que la villa compliese la equivalencia que al Fonseca había de ser dada. Y esto todo se trató sin lo saber el alcaide de Castronuño que la tenía cercada. Et factum est sic:40 vino el duque de Alba con gente, y entró por una puerta de Medina, y el alcaide se fue por otra y alzó el cerco, y tomó el duque la Mota en sí; unos dicen que para la derribar, como la villa lo desea; otros que para la tornar al Fonseca, como él lo querría. Yo, señor, veo que se la tiene el duque. No dude vuestra merced que la envidia ha hecho su oficio aquí, de tal manera que algunos favorecen de secreto al alcaide para que el señor de Alba tenga que entender con él algún rato.41
Vedes aquí las nuevas de hasta agora. Si más quisiéredes, por la muestra de estas sacaréis las otras.
Señor: Acá nos dicen que se concluye paz con el rey de Portogal, y por cierto cosa es muy santa y conviniente a ambas partes. A la reina nuestra señora, porque, quitado el empacho de la guerra en reino ajeno, pueda administrar libremente la justicia que debe en el suyo; y también porque cosa es digna de loor vencer con fortaleza y pacificar con humanidad. Al señor rey de Portogal conviene eso mismo, porque si bien lo mira su señoría cara a cara, le ha mandado Dios que se deje de esta demanda, pues vido que este reino no le pudo sofrir, ni el suyo ayudar, ni mucho menos el de Francia remediar para conseguir su propósito.1 Vido esomismo su señoría que si hobo orgullo cuando tomó a Zamora, aquello fue por peor, pues fue para salir de ella con daño y muerte de algunos suyos. Si hobo orgullo para poner real sobre la puente, aquello fue por peor, pues se levantó de allí sin conseguir fruto, y peleó y fue vencido.2 Si hobo esfuerzo en la guerra que el rey de Francia nos hacía en su favor, aquello fue por peor, pues se movió por aquello a ir en persona, donde ni ganó honra ni trujo provecho.3 Si acordó enviar la gente que enviaba a Mérida y Medellín, aquello fue mal consejo, porque peleó y fue vencido del maestre de Santiago.4 Y, en conclusión, si hobo orgullo con la mucha gente de Portogal y muchas fiucias de Castilla cuando entró en ella,5 aquello fue por peor, pues salió de ella con poco provecho y mucho daño.
Así que, señor, bien miradas estas experiencias que vido y que vimos públicas, y otras algunas que su alteza ha sentido secretas, de creer es que son amonestaciones divinas que se hacen a los reyes católicos para los reducir de malo a buen propósito. Y así entiendo que, como a católico príncipe, por vía de verdadero conocimiento de Dios, pues en obras claras ve su voluntad secreta, remidando a Nabucodonosor, cuyas tentaciones fueron a penitencia, y no a Faraón, que le trojeron a endurecimiento,6 nos dejará libres servir nuestros reyes, y no nos molestará ya más para que sirvamos a reyes ajenos, quos non cognoverunt patres nostri.7
En especial creo que como príncipe católico y prudente tomará el consejo evangélico que dice: «¿Quién es aquel rey que ha de ir a cometer guerra contra otro rey y no se asienta primero a pensar si podrá con diez mil ir contra el que viene a él con veinte mil?».8 Y pues ve su alteza que no es tan poderoso para sostener guerra donde tanta desproporción de poderío hay, es de creer, según su prudencia, que según el mismo Evangelio dice, enviará su embajada y rogará aquellas cosas que conciernen a la paz. Escribe esto san Lucas a los catorce capítulos de su Evangelio; póngolo en romance por que no vais a declaradores.9
No dudo, señor, que alteren al señor rey de Portogal algunas cosas nacidas de las esperanzas que le darán de Castilla; pero a mí parece que debría su señoría nembrarse bien que mi señor el cardenal de España le envió entre otras cosas a decir,10 cuando quería entrar en Castilla, que no hiciese gran caudal del ayuda verbal que le ofrecían algunos caballeros y perlados de este reino; porque cuando necesario hobiese el efecto de la actual, podría ser que ni hallase actual ni verbal. En lo cual pareció que el cardenal mi señor profetizó más cierto la salida que hobo en este hecho que los que favorecieron su entrada en este reino.11
Charissime domine:1 Dos, y aun creo que tres cartas vuestras he recebido que no contienen otra cosa sino rogarme que os escriba, y ciertamente querría hacer lo que mandáis, cuanto más lo que rogáis, salvo porque ni tengo acá ni me dais allá materia que escrebir. Menos escribo nuevas, porque las públicas vós las sabéis, y las secretas yo no las sé. Y porque el Filósofo dice que los sermones sunt inquirendi iuxta materiam,2 pues vós no sabéis dar la materia, menos puedo yo hacer los sermones; así que vós por no saber, y yo por no poder, se queda la carta por escrebir.
Después he pensado que me queréis apremiar que diga la materia y haga la forma, como el rey Nabucodonosor constriñó a sus mágicos que le dijesen el sueño y le mostrasen la soltura;3 y aunque vós no tenéis el poder de aquel rey, ni yo el saber de aquel Daniel,4 pero dígoos que hecistes bien en os ir, pues sois ido, y haréis mejor en permanecer, pues estáis allá. Y comoquier que se me hizo grave vuestra ida, pero cuanto enojo me dio vuestra ausencia, tanto placer me da vuestra utilidad, sabiendo cómo estáis bien con ese serenísimo rey. Y pues vuestra constelación era de venir de capilla en capilla de los reyes que son de levante hasta poniente, a lo menos seremos seguros que no iréis más adelante, pues no hay más capillas de reyes do podáis ir.
Cuanto a lo que me encargáis tocante a la señora vuestra madre, dictum puta.5
Reverendo señor: Recebí vuestra letra, y pues es buena, no es cara.1 Dígolo porque aunque vuestras cartas son tan duras de haber que no sé si las dais tan caras por que sean más preciadas, o si las dejáis de dar por no dar aunque sea papel, porque como vuestra reverencia sabe, todos vosotros mis señores los religiosos sois tan enemigos del dar cuanto sois devotos del tomar; comoquiera que sea, me plogo de la recebir por saber de la salud de vuestra reverendísima persona, y también por conocer si habéis templado algún poco esa codicia que el hábito de san Jerónimo vos da, debiéndoosla quitar.
Inter alia me mandáis que os escriba nuevas,2 y para decir verdad, de lo que yo sé, ningunas hay de presente sino guerra de moros, en la cual esta nuestra señora vemos que huelga y trabaja con tantas fuerzas interiores y exteriores que parece bien tenerla en el ánimo [...] Creed que toda su mayor solicitud por agora es los aderezos que convienen para la seguir, porque tiene los enemigos flacos, hambrientos, divisos y tan caídos, que se cree a pocos vaivenes sean derribados o a lo menos [...]. Hace bien de perseverar en su empresa, por que no le contezca lo que acaeció a muchos reyes y emperadores, que no sabiendo conocer su tiempo, ni su vencimiento, perdieron todo su trabajo pasado, y hobieron infortunios en lo por venir.3
Otras nuevas hobimos esta semana, scilicet, que el rey de Portogal, después que degolló antaño al duque de Berganza, mató hogaño al duque de Viseo, su primo, hijo del infante don Fernando y hermano de la reina, su mujer, mozo de veinte años, y dícese que mandó matar otros hombres principales, sus criados y servidores. La causa de estas muertes dicen que fue información que hobo el rey cómo este duque trataba de lo matar.4 Esto es lo que dicen los otros; lo que digo yo es que no querría vevir en reino donde el rey mata sus deudos y los deudos se dice que imaginaban matar su rey. Ciertamente, reverendo señor, hablando en la verdad, grande y muy arrebatada debiera ser la ira que aquel rey, para ser rey, concibió, pues le hizo que matase, y que matase él mismo, y tan aceleradamente, y a hombre de su sangre, y sin le oír primero, y a mozo de veinte años, edad tanto tierna que aunque fuese hábile para hacer hazaña, no era aún capaz para la inventar ni para imaginar dolo. No tenemos licencia de hablar en las cosas de los reyes, pero sé os decir que infinitos reyes leemos vevir vida larga y próspera perdonando, y pocos leemos vevir muchos días ni seguros matando. Fiat voluntas Dei.5
Vedes aquí, señor, las nuevas con sus autoridades. Estas y más os diría, no porque no sé que las sabéis vós, mas porque sepáis que las sé yo, y no digáis, como soléis decir, que mis ochenta libros estarían mejor en vuestra celda que en mi cámara. Valete.
Señor: Días ha que sope el reposo que hallastes con ese noble señor, y considerada vuestra condición y edad, conocí que así como Dios permite turbaciones a los turbulentos, bien así acarrea sosiego a los quietos. Plega a Aquel qui liberavit vos a negocio perambulante en corte et replevit vos longitudine dierum, que al fin ostendat vobis salutare suum.1 Yo, señor, soy aquí más traído que venido; porque estando en mi casa retraído, y casi libre ya de la pena del codiciar, y comenzando a gozar del beneficio del contentamiento, fui llamado para escrebir las cosas de estos señores.
Este señor me rogó que os escribiese y enviase unos renglones que hobe hecho contra la vejez. Por ellos veréis que cum eram parvulus loquebar ut parvulus; agora que soy viejo, la edad me constriñe escrebir el sentimiento que se siente en los días viejos.2 Al señor duque beso las manos. Valete.
Muy noble y magnífico señor,
Dice vuestra merced que querría ver mis razones más que mis encomiendas. En verdad, muy noble señor, yo deseo que viésedes más mis servicios que lo uno ni lo otro; pero porque son pocos y flacos, los suplo con aquellas pocas encomiendas que os envié. Y por tanto, señor, no quiero que reciba vuestra merced este engaño; porque habéis de saber que cuando hobiere hecho lo último de mi poder por os servir, certifico a vuestra merced todo ello valga bien poco. Así que no lleva razón que tal señor como vós, y con tan claras obras como las vuestras, estén obligadas a tan flaco servidor y tan pocos servicios como los míos.
Dice así mismo vuestra merced que andando por mandado de la reina con el duque de Viseo os cuesta saber la lengua portoguesa tanto como al conde de Castañeda la morisca, cuando se rescató de la prisión de los moros.1 Ciertamente, señor, ambos comprastes caro: porque ni la una lengua ni la otra valen la meitad de lo que costaron, y con tales compras de lenguajes como estas que se os deparan está como está el tesoro de Palma. Pero, señor, si miráis que el otro compró su libertad y vós hecistes vuestra lealtad, hallaréis que ambos comprastes barato. Allende de esto os debéis conortar con el señor rey de Portogal,2 a quien costó más dineros aprender la lengua castellana que a vós la portoguesa, y nunca pudo aprender palabra de ella en todo el tiempo que en Castilla estovo.
Ilustre y reverendísimo señor,
Sabido habrá vuestra señoría aquel nuevo istatuto hecho en Guipúzcoa, en que ordenaron que no fuésemos allá a casar ni morar, etc., como si no estoviera ya sino en ir a poblar aquella fertilidad de Ajarafe y aquella abundancia de campiña,1 poco parece a la ordenanza que hicieron los pedreros de Toledo de no mostrar su oficio a confeso ninguno.2 Así me vala Dios, señor, bien considerado no vi cosa más de reír para el que conoce la calidad de la tierra y la condición de la gente. ¿No es de reír que todos o los más envían acá sus hijos que nos sirvan, y muchos de ellos por mozos de espuelas,3 y que no quieran ser consuegros de los que desean ser servidores?4
No sé yo, por cierto, señor, cómo esto se pueda proporcionar:5 desecharnos por parientes y escogernos por señores. Ni menos entiendo cómo se puede compadecer de la una parte prohibir nuestra comunicación, y de la otra henchir las casas de los mercaderes y escribanos de acá de los hijos de allá, y estatuir los padres ordenanzas injuriosas contra los que les crían los hijos y les dan oficios y caudales y dieron a ellos cuando mozos. Cuanto yo, señor, más de ellos vi en casa del relator aprendiendo escrebir que en casa del marqués Íñigo López aprendiendo justar.6 También seguro a vuestra señoría que hallen agora más guipuces en casa de Fernán Álvarez y de Alfonso de Ávila,7 secretarios, que en vuestra casa ni del condestable, aunque sois de su tierra.8 En mi fe, señor, cuatro de ellos crío agora en mi casa mientra sus padres ordenan esto que vedes, y más de cuarenta hombres honrados y casados están en aquella tierra que crié y mostré, pero no por cierto a hacer aquellas ordenanzas.9 Omnium rerum vicissitudo est.10 Pagan agora estos la prohibición que hizo Moisén a su gente que no casasen con gentiles, pero no podemos decir de él coepit Moyses facere et docere como decimos de Cristo nuestro Redentor, porque dos veces que casó tomó mujeres para sí de las que defendió a los otros.11
Tornando ora, señor, a fablar al propósito, ciertamente, señor, gran ofensa hicieron a Dios por ordenar en su Iglesia contra su ley, y gran ofensa hicieron a la reina por ordenar en su tierra sin su licencia.12
Muy noble y magnífico señor,
Tanto placer hobe del pesar que hobistes por la pérdida de Zahara, cuanto pesar hobe del placer que hobieron los moros en ganarla. Y por cierto, señor, si de esto debe pesar al buen cristiano y al buen caballero, mucho más debe pesar al bisnieto del infante don Fadrique y del rey don Alonso de Castilla, como vós sois.1 Este tal, por cierto, no solo debe haber pesar, mas debe haber ira, porque el pesar a las veces es de las cosas que no llevan remedio, y la ira es de las que se espera remedio y venganza. Algunos filósofos dijeron que el buen varón no debe de haber ira; y Aristótiles en las Éticas dice que la debe haber donde conviene y por lo que conviene;2 y por cierto, señor, no sé yo cuándo ni por qué cosa más la debe haber el buen caballero que por el caso presente. Así que, muy noble señor, como suelen decir «pésome de vuestro enojo», así os digo que me plugo de este vuestro;3 porque de razón, como hijo de vuestro padre y nieto de vuestros abuelos, lo debéis haber para procurar el remedio, y no medre Dios quien consolatorias os enviare sobre ello.
Dice vuestra merced que os pesa si cuando fuerdes a la corte se os quitare el pesar que tenéis por la pérdida de aquella villa. Y creo, muy noble señor, que receláis no os acaezca lo que acaeció a san Pedro; el cual, como fuese hombre esforzado, verdadero y constante, entrando a la corte de Caifás, luego se mudó y negó y enflaqueció. Esto, muy noble señor, es verdad que acaece en las cortes de los reyes malos y tiranos, do se hace el buen caballero malo y el malo peor; pero no ha logar por cierto en la corte de los buenos reyes y católicos como son estos nuestros, porque allí se ha tal doctrina con que el buen caballero es mejor, y el malo no tanto; y aun allí puede el buen caballero ganar su alma cuando recta y lealmente se hobiere en las cosas.4 Decía el obispo don Alonso que el caballero que no iba a la corte y el clérigo que no iba a Roma no era bien consejado.5
Muy noble y magnífico señor,
La reina nuestra señora me mandó dar la carta original que la señora condesa le envió, en que recontaba el vencimiento que a Dios plogo darvos de los moros;1 y por virtud de aquella asenté el hecho según pasó; pero porque en este memorial que vuestra señoría agora me envió está relatado por más extenso, tornarlo he a asentar más complido, guardando la forma de este memorial.
Pláceme, muy noble y magnífico señor, que me lo envió vuestra señoría, porque, si bien miramos, de todos cuantos vencimientos hicieron los grandes reyes y señores pasados, ni aun de los edeficios que fundaron ni hazañas que hicieron no queda otra cosa sino esto que de ellos leemos; y aun los edeficios que hacen, por grandes que sean, caen y callan, y la escritura de sus hechos que leemos ni cae ni calla en ningún tiempo.2 Y porque este vuestro es digno de memoria y es razón que vuestros descendientes se arreen de él,3 yo me trabajaré en servir a vós y a ellos diciendo la verdad. Yo, muy noble y magnífico señor, en esto que escribo no llevo la forma de estas corónicas que leemos de los reyes de Castilla; mas trabajo cuanto puedo por remidar,4 si pudiere, al Tito Livio y a los otros estoriadores antiguos, que hermosean mucho sus corónicas con los razonamientos que en ellas leemos, envueltos en mucha filosofía y buena doctrina. Y en estos tales razonamientos tenemos licencia de añadir, ornándolos con las mejores y más eficaces palabras y razones que pudiéremos, guardando que no salgamos de la sustancia del hecho.
Y porque me escribieron que cerca de la deliberación del rey moro hobo algunos votos, dellos pro y dellos contra, yo hice dos razonamientos: el uno que no se debía soltar, el otro consejando que se suelte. Envíolos a vuestra señoría, y si mandardes que el postrimero razonamiento se intitule a vuestra señoría, pues en aquel se determinó el Consejo, luego lo haré.5 Suplico a vuestra señoría que los mande guardar y no se comuniquen con ninguno, salvo con la señora condesa, a servicio de la cual yo soy tan aficionado que puede ser bien segura que tiene el estoriador de su mano. Y así mismo al señor don Martín, vuestro hermano,6 a quien me hallo menguado por no venirme a las manos cosa en que le pueda servir; y pues estos dos me tienen por servidor, seguro debe estar vuestra señoría de mi lealtad a vuestro servicio. Pídoos por merced, señor, me escribáis si lo recibió, y qué es lo que le place. Nuestro Señor conserve vuestra muy noble y magnífica persona y acreciente vuestro estado.
De Madrid, partiendo para la corte, a 20 de febrero.
Vuestro servidor que vuestras manos besa,
Fernando de Pulgar
Dorso. Inscriptio:
Al muy noble y magnífico señor, mi señor el conde de Cabra, señor de la villa de Baena.
Ilustre y reverendísimo señor,
La de vuesa señoría recibí, y vuestro secretario me escribió,1 y otros algunos me han dicho que espera vuestra señoría lo que tengo de escribir cerca de las cosas que se tratan en el Andalucía. Ciertamente, señor, días ha muchos que en el ánimo tengo escrito, y aun con ruin tinta, la necedad tan ciega y la ceguedad tan necia de aquella gente,2 que veía bien que había de dar el fruto que toda necedad suele dar de sí. También me parece, señor, que la reina nuestra señora hace lo que debe como reina cristianísima es obligada de hacer, y no debe más a Dios de lo mandar; pero en el quomodo fiat istud por sus ministros va todo el hecho.3
Porque, como vuestra señoría sabe, una forma se ha de tener con los pocos relapsos y otra con los muchos:4 en los pocos bien asienta la punición, y tanto cuanto bien está en los pocos, tanto es peligroso y aun defícile en los muchos.5 Con los cuales dice san Agustín que se ha de haber el juez como se ha nuestro Señor con cada uno de nosotros; el cual, aunque nos conoce reincidir septies septuagesis,6 esperando nuestra reducción,7 nos apiada. Tráelo en una epístola que escribe al emperador Marciano sobre el relapso de los donatistas, amonestándole que los perdone y no cansen de los reducir; y trae por ejemplo cuántas veces reinando el pueblo salido de Egipto y cuántas veces Dios infundió sobre ellos su misericordia.8 Y aun aquel argue, insta, obsecra, increpa que san Pablo escribe a Timoteo que haga a la muchedumbre, in omni patiencia et doctrina dice que lo debe hacer, ca de otra manera no habría leña que bastase.9
Yo creo, señor, que allí hay algunos que pecan de malos, y otros, y los más, porque se van tras aquellos malos, y se irían tras otros buenos, si los hobiese. Pero como los viejos sean allí tan malos cristianos, los nuevos son tan buenos judíos. Sin duda, señor, creo que mozas doncellas de diez a veinte años hay en el Andalucía diez mil niñas que dende que nacieron nunca de sus casas salieron, ni oyeron ni supieron otra doctrina sino la que vieron hacer a sus padres de sus puertas adentro. Quemar todos estos sería cosa crudelísima y aun difícile de hacer, porque se ausentarían con desesperación a lugares donde no se esperase de ellos corrección jamás; lo cual sería gran peligro de los ministros, y gran pecado.
También sé cierto que hay algunos que huyen más de la enemiga de los jueces que del miedo de sus conciencias.10 No digo, señor, esto en favor de los malos, mas en remedio de los enmendados, el cual me parecería, señor, poner en aquella tierra personas notables y con algunos de ellos de su misma nación, que con ejemplo de vida y con palabras de doctrina redujesen a los unos y enmendasen a los otros poco a poco, como se ha hecho en el reino y aun fuera de él. Todo lo otro, a mi ver, es obstinar y no enmendar, en gran peligro de las ánimas, también de los corregidores como de los corregidos. Buenos son, por cierto, Diego de Merlo y el doctor de Medina;11 pero yo sé bien que no harán ellos tan buenos cristianos con su fuego como hicieron los obispos don Paulo y don Alonso con su agua.12 Y no sin causa, porque a estos escogió nuestro Redentor Cristo para aquello, y a estos otros escogió el licenciado nuestro chanciller para esto otro.13
APÉNDICE
Enderézase la habla primeramente a la reina, de quien escribe: Astitit regina a dextris tuis iu vestitu deaurato,2 que es la Iglesia, el brial la fe, el alquimia la vana poesía, Cristo la piedra, el rey es la carta, el cobre la infidelidad. Por que vuestro brial de fino oro no false y de fingida alquimia [?],3 oh esclarecida reina, con el toque de la piedra veremos de este rey si quizás son cobre sus muestras, que para dar valor a lo que de sí es nada tiene por oficio esta dicha vuestra esclava afeitarlo con colores y autorizarse con autoridad ajena,4 y ansí Séneca en sus tragedias y comedias pone en memoria los ausentes y defurtivos [?] casos que, puestos en balanza, no pesan un quilate más que los presentes. Y pues esta raposía no [?] huye esta embajada, que más es difensoria que dañoso decir,5 y pues en vuestro servicio, señora, vuelvo el estilo a reprender más el favor que no el sutil argüir de este envolvedor de sentencias cuyo intento es defender como pudiese lo que castigar ver no querría; y por dar autoridad a su estorpioso dicir,6 su mensajera invía al reverendísimo cardenal, envolviendo la hiel con su lastimado corazón, con asaz poca miel de osado y vano blasón.7
Aquí vuelvo mi pluma a vós, varón de nota entre vuestra gente, como pulgar en mano,8 aunque digáis que soy Moisén, que, no llamado, reprendió al judío egipciano que injuriaba a su hermano,9 y será por no saber que el divino Espíritu a todo fiel manda y dice: «Respón al loco según su locura, por que no piense que es sabio».10 Pues poniendo el venino aparte, que tanto se os parece, tragad de gana el gran nombre Jesú y sin duda no temáis la mortífera ponzoña, que antes libraréis vuestra vida y fama de la pena que tanto os discontenta.
Reprendéis en vuestra narración, que vimos tan publicada, en este santo castigo que el Espíritu Santo, gobernador de la Iglesia, ha tantos tiempos tiene ordenado y nuestros señores muy cristianísimos reyes de nuevo favorecen, la causa y el modo y los ministros,11 según puedo alcanzar de vuestros revueltos dichos. A que por orden, salvo mejor juicio, es este mi parecer.
En la manera en que se ejecuta la justicia reprendéis que por ser muchedumbre no cabe en ellos castigo, usando un sofístico argüir; que los que, según vós, aman la virtud de la justicia, mas no por su casa,12 alegan y dicen que en los muchos no asienta bien el castigo porque nace de ello escándalo, y porque la muchedumbre errante más se debe traer amonestando que amenazando,13 pues la severidad no se ejecuta tan bien en los muchos como en los pocos errados. Es verdad lo que dice el santo doctor Agustino; vós cubrís el santo entendimiento de ello, y es que cuando del tal castigo padece la república daño, cisma o disensión, el juez, cuyo es mirar por el bien común,14 puede sobreseír en la ejecución de la pena dibida a los muchos;15 y esto, no por ellos, mas por que no se arranque el trigo con la cizaña y padezcan justos por pecadores.16 Mas en este caso, pues es mayor el daño que nace de disimular el pecado y castigo de la muchedumbre que no el que se sigue de los penitenciar, de cuya calidad se siguería la quiebra de la fe, corrección de la verdadera doctrina, fallecimiento de la virtuosa vida sobre tales yerros, dado que sea escandaloso su castigo, es doctrina de Cristo castigar y no dar puerta de perdón a pocos ni a muchos, pues es mejor en paraíso entrar con un ojo que con dos padecer el infierno.17 Ni la virtud de la justicia callada o disimulada en tal caso puede ser sin grave pecado de aquel cúyo oficio es corregir,18 que los que sin [...] y muy cuidadosamente siguen los vicios y se esfuerzan defendiendo los convertidos con engañosa autoridad ni merecen honra ni menos comunión.
Alegáis por vós lo de Cristo de septuagesis septies her [?] de Paulo in omnipotentia, etc., y hacen para este caso como Magníficat a maitines;19 porque habla de la corrección fraterna cuyo fin es salvar una sola persona, el cual se estorbaría si en el modo del castigar se le ministrase turbación. Mas esta ejecución se trata del bien común, cuya conservación es castigar los obstinados pecadores, no curando de su turbación, la cual se pospone al bien común, que es llamado devino, como por la vida del cuerpo es bien cortar el miembro podrido.20
Y si por vós hace que muchas veces Dios reconcilió consigo el su pueblo, también conviene sepáis que tantas y más veces a los malos duramente castigó sin cura de mirar las pocas cosas que vós: si son muchos ni pocos, como señor de tanto poder que puede criar nuevos hijos de las piedras de Abraham.21 Y tomad bien por ejemplo lo que conteció en el diluvio, que toda la gente del mundo pereció salvos ocho.22 Y en el desierto, por el pecado del becerro, veintitrés mil a espada de los levitas y de sus propios padres y hermanos carnales murieron.23 Y el de Datán y Abirón, con sus muchos seguidores, los incensarios en las manos, el fuego quemó y la tierra los sorbió y etc.24 Solo Josué y Caliphi, de tanta muchedumbre salida de Egipto, por la duda cuando Moisén tomó la piedra que las aguas manó, en la tierra prometida entraron, etc.25 Por la blasfemia de Rapsacis el ángel quemó una noche ciento ochenta y cinco mil hombres, etc.26 Josué mató y abrasó Jericó y Dios se lo recibió en señalado servicio.27 Y Saúl fue privado del reino y de la vida con toda su familia porque no hizo otro tanto en Amalec.28 Y de estas venganzas tales llenos tenéis los libros: ¿dó están estas misericordias? Pues la venganza de Dios agora no allega a este número, por eso no os quejéis de crueldad, que, cierto, fiad en Dios que, raídos los malos, vendrá la misericordia.
Reprendéis lo segundo la causa de este castigo, que parece a vós ser inocencia que excusa la pena de este pecado. Bien creo en esto ir contra vuestro conocer, pues esta ignorancia es de fe, en que consiste la salvación, que a ninguna persona excusa, pues in omnem terram exivit voces eorum, etc.,29 y mucho menos a los que viven en nombre de cristianos y se visten de su vestir, y oyen tañer campanas a los divinos oficios y se asconden a mal hacer y judaizar en público y en secreto. Y ansí Paulo reprendió tan áspero al príncipe de la Iglesia por disimular en este caso cuando la Iglesia iba muy tierna, ¿agora que es tan crecida queréis mayor causa de castigo?30
Decís en gran injuria de toda la cristiandad del Andalucía ser malos, y, según la materia habláis, quiere decir infieles.31 Vuestra habla es muy deshonesta y digna de llevar a juicio; que allí los fieles, pues usan de los sacramentos de la confisión, etc., y creen mediante estos perdonar Dios sus pecados, y si algunos desfloran por mala vida las paredes de la santa Iglesia, entero se queda el edificio de la Ley; mas, quitada la primera piedra del edificio todo, que es la fe, decid, ¿qué es lo que queda? Esto hacen los que vós decís buenos judíos, que son mentirosos en ambas leyes. Y si su nombre no sabéis, leed el fin de la primera a los de Corinto, do el Apóstol los nombra marranatha, que en nuestra lengua, sin apodo, quieren decir marranos.32 Ni cegarse por seguir a los tales alivia la culpa, como la ceguedad de la propria sensualidad no aliviaba la culpa de la razón, aunque es tanto de casa; porque el curar de ojos guiando los ciegos no excusa el entropiezo y peligroso caer a quien sigue su cruz.33
Decís mal del modo del castigo, y no tenéis razón, por ser instituido por los santos concilios y agora determinado por el maduro consejo de nuestros muy cristianísimos reyes. Y aun porque el que vós determináis ese mesmo se tuvo, poniendo de vuestra nación misma a quien vós sabéis, y no sé si crea que dañó más que provechó.34 Y asimismo procedió el castigo y santo ejemplo y vida del reverendo padre fray Alonso Espina, maestro en santa teología, fraire de los menores, que Dios tiene, que muchos años y días a sus casas los iba a buscar con muchos fieles, vertiendo su sangre, llevando ante sí la imagen santa del que por nós padeció en cruz.35
Lo postrero, maltratáis a los ministros, y toca a tantos vuestro desenfrenamiento que desde la cabeza de la Cristiandad, ministro de Cristo, hasta los que nombráis nada perdona. Por ende, perdonad a la impaciencia, y, respondiendo a vuestro necio hablar, no curando de vuestra intención, que es más de castigar que lisonjear, digo que los muertos y los vivos se deben de vuestra truhanería quejar; que aquellos reverendos obispos a quien Cristo encomendó su grey, ni la nación de Burgos es tal ni fue cual vós dais a entender ni cual es verdaderamente la que vós queréis defender; pues sin reprensión siguieron y siguen a Jesú, nuestra salvación;36 el cual vino poner fuego para encender la tierra fría en caridad, non agua para esfríar, salvo si queréis decir fuese el agua ardiente con que solían cristianar en vuestra posada, y forte es esta lo que vos quema.37 Ni para aquello fueron enviados aquellos señores obispos de buena memoria, ni los que vós llamáis ministros por el chanciller, que Dios tiene martirizado con ponzoña, según se dice, para estotro,38 porque aquello sin término [?] es volver los corazones de los reyes.
Y non más por el presente, por no vos escandalizar, que deseo vos salvéis y recibáis esta con aquella caridad de que se dice mejor en los castigos del que ama que no las lisonjas del que desama.
De un lugar de poca memoria. Para los peces, agua, para las bravas bestias, jaula. Sálveos Jesucristo, nuestro Señor.