–Esta es la historia de una chica llamada Teresa Fidelio. Ella era muy alegre y vivaz, le gustaba recoger flores e insectos. Pero un día, o mejor dicho una noche, se despertó a las 3 a. m. por el ensordecedor sonido de un trueno. Teresa les tenía mucho miedo a las tormentas, así que se asustó muchísimo. Cuando abrió los ojos, notó que ya no estaba en su cuarto. La habitación en la que se encontraba era blanca y fría. En la pared que tenía enfrente vio un enorme crucifijo y las mantas con las que estaba tapada olían a vejez y humedad. Teresa giró la cabeza y vio que a los costados había también camas. Estaba en un orfanato. Quiso levantarse, pero no pudo porque sus manos estaban atadas. Levantó la cabeza y vio que alguien delante de ella hacía lo mismo. Era una chica, que se le parecía muchísimo, por cierto. Tardó unos cuantos segundos en entender que lo que estaba viendo era un antiguo espejo dispuesto delante de su cama. Desesperada, empezó a forcejear para liberarse, hasta que escuchó el chirrido de la puerta de un ropero que se estaba abriendo y vio una figura que la observaba desde adentro. Era una chica como de su edad y estaba vestida con un camisón blanco, igual al suyo. Tenía el pelo negrísimo y extremadamente largo, tanto que le cubría todo el rostro. La muchacha extendió una mano y movió el dedo índice invitando a Teresa a que se acercara y se metiera con ella dentro del mueble. Teresa estaba aterrorizada; quiso gritar, pero tenía una mordaza cubriéndole la boca. No entendía nada de lo que estaba pasando. La chica salió del ropero y empezó a acercarse lentamente a su cama, caminando en cuatro patas como un animal. En una mano tenía las uñas afiladas, como garras, y en la otra llevaba un enorme machete. De un salto se subió a la cama de Teresa y alzó el arma, hasta que justo cuando estaba por matarla, Teresa logró liberar una de sus manos y le tiró encima el espejo gigante que tenía enfrente. El espejo se hizo añicos y los pedazos cortaron a la chica fantasma y la mataron. Desde entonces, si vas a esa habitación del orfanato, te parás frente a un espejo y repetís cinco veces “TERESA FIDALGO”, aparece y te mata a machetazos…
Cuando terminó su relato, Dante miró a Ragnar buscando aprobación. Como él odiaba manejar, quien conducía el auto que su padre le había regalado al cumplir los dieciocho era su mejor amigo. Ese volante conocía más las manos de Ragnar que las suyas.
–¡Uy! Qué bueno. Mirá, tengo piel de gallina. Me dio escalofríos. Me encantó –dijo Ragnar optando por una mentira piadosa pero bastante poco convincente mientras se frotaba sus dos enormes brazos decorados con varios tatuajes alegóricos a la mitología nórdica.
Dante sonrió y giró la cabeza para mirar hacia el asiento trasero, donde viajaban apretados Asuka, Jony y Trixie.
Asuka era la chica del pelo naranja atado en dos colitas, su novia desde hacía pocos meses. Se habían conocido por Instagram, porque él se había fascinado con los fanarts de Evangelion, Naruto y Jujutsu Kaisen que ella subía y la había invitado a salir. Asuka soñaba con publicar un manga propio y él soñaba con hacerse famoso dirigiendo el live action de esa historia. Tenían ideales y personalidades bastante distintas, aunque físicamente se parecían. Los dos eran bajitos, pálidos, con cuerpos poco aficionados al deporte (y felices de ello), llenos de tatuajes y piercings. El pelo de Asuka emulaba en forma y color al del personaje de Evangelion del cual había tomado su apodo: Asuka Langley, y el de Dante era similar al de Gerard Way en sus mejores momentos, artificialmente negro y tal vez demasiado alisado.
Para la exploración habían acordado ponerse ropa cómoda, y como Asuka además no quería volver con las piernas llenas de raspones, había resignado las faldas cortas escocesas con cadenas colgando que habitualmente usaba y se había puesto una campera corta de color beige similar a la que utilizaban en el animé Shingeki no Kyojin, una camiseta negra estampada con la cara de hartazgo de Levi Ackerman, uno de los protagonistas de esa serie, y unos jeans oscuros, apretados y algo desgastados.
Cuando se dio cuenta de que Dante la estaba mirando, Asuka levantó la cabeza de la tablet en la que estaba dibujando y con mirada perdida decidió confesar la verdad:
–No estaba escuchando. ¿Qué pasó con Teresa? Me perdí.
–Te perdiste porque la historia es confusa –dijo Jony intentando justificarla. Aunque con Asuka no eran grandes amigos, tampoco se llevaban mal, así que un poco de cortesía no estaba de más.
El nombre real de Jony era Jonathan Do Nascimento y, al igual que Ragnar, había llegado ahí por ser amigo de la infancia de Dante. Se habían conocido en la escuela, donde ambos eran los bullyneados del curso y no les quedó otra que juntarse para no estar solos. Como Jony era hijo de brasileños, una vez en una clase había tenido la brillante idea de contar que era descendientes de esclavos africanos, y desde ese día, los chistes racistas nunca habían dejado de perseguirlo. Aunque sus padres le habían enseñado a no buscar problemas, a ignorar esos comentarios e irse, Jony no era así. Él había nacido para algo más grande.
Su rol en el grupo era el de camarógrafo, porque como sus progenitores se dedicaban a la venta y alquiler de equipos de filmación, era el único capacitado para manejar una cámara handy de manera precisa y fluida.
–¿Confusa en qué? –preguntó Dante enojado–. No es tan complicada de entender. Hay una chica en el orfanato y…
Trixie interrumpió para decir lo que los demás no se animaban:
–Eeehh, no, no se entiende un carajo, querido. Ellos no te lo quieren decir así porque son tus amigos y no quieren herir tu orgullo hetero de director amateur snob, pero tenés un montón de errores, gordi.
Trixie, maquillador profesional estrella de las redes y drag queen los fines de semana, era un gran amigo de Asuka. Se habían conocido cuando Asuka había tomado un curso de maquillaje artístico en su escuela y habían sido justamente ella, su otaku favorita, quien lo convenció de sumarse al grupo. Trixie había aceptado porque le debía varios favores, pero lo cierto era que no soportaba al novio de su amiga y no tenía ningún pudor en hacérselo saber.
–A ver, cómo te explico… Es cualquier cosa lo que dijiste. Primero decís que se llamaba Fidelio, después decís que se llamaba Fidalgo…
–No, yo siempre dije…
–Bueno, ponele que dijiste Fidalgo –lo cortó Trixie–. ¿Por qué la invocás diciendo el nombre de Teresa en el espejo si el fantasma era la otra?
–… Porque nadie sabe el nombre de la que sale del ropero.
– ¿Y por qué…? –continuó Trixie, sin piedad–. ¿Por qué tiene en una mano una garra y en la otra un machete? ¿Quién es? ¿La hija de Freddy y Jason?
–JA, JA, JA, JA. ¡Hey! Esa me gustó, eh –comentó Ragnar–. Yo compro esa idea. Y que pelee con el Chucky. Me encanta.
Dante palmeó el hombro de su amigo. Por fin alguien saltaba a defenderlo de esa paliza monumental que estaba recibiendo.
–No, bueno, escuchen. Lo estoy armando. Todavía no está cerrado… –murmuró Dante.
–Y bueno, cerralo, querido, que ya estamos llegando. ¿O será que lo preferís abierto? ¿Qué te interesa más, mi amoooor? –dijo Trixie, que para terminar con esa discusión sin sentido había optado por el knock-out técnico.
Dante tiró la toalla y, antes de que todos notaran que se había sonrojado por el comentario de Trixie, se dio vuelta y volvió a su posición de copiloto.
–¿No es esa la chica? –preguntó Ragnar señalando hacia la vereda.
Efectivamente, la despampanante rubia que esperaba en la parada del colectivo era Clara. Llevaba un vestido rosa con bordados negros, un saco haciendo juego, tacos aguja y unos lentes de sol con terminación en punta que parecían muy poco adecuados para ir a explorar un orfanato abandonado. Pero ahí estaba ella, con su valija gigantesca, esperando el auto.
Dante tenía muy pocas ganas de saludarla, pero cuando Ragnar estacionó el auto, quedaron a un metro de distancia, así que no le quedó más que fingir una sonrisa y extender la mano a través de la ventanilla.
–Hola, ¿qué tal? Mucho gusto. Yo soy Dante, el director… Ehh… ¿Tenés que guardar eso? Ragnar, ¿la ayudás, por favor?
Su amigo no se hizo rogar, parecía obnubilado. Con movimientos rápidos se desabrochó el cinturón de seguridad, abrió la puerta, saludó con algo de torpeza a Clara y recién despertó de la ensoñación cuando, al intentar mover la valija, se percató de que pesaba más de lo que había imaginado. Pero ese no era un problema para él. Se paró mejor y con un solo gesto, levantó el armatoste sin que se le moviera un pelo.
Al notar los bíceps del chico que la estaba ayudando, Clara se bajó los lentes y arqueó las cejas.
–Pesada, ¿no?
–No. Pesados son los pianos que me hacía levantar mi viejo en el laburo. Ragnar, mucho gusto.
–Clara. El gusto es todo mío. Todo –respondió la rubia mientras le hacía un paneo de arriba abajo a ese vikingo moderno que había venido a su rescate.
Con su pelo largo, rapado en los costados y atado detrás con una cola, y una barba que hasta Thor hubiera envidiado, Ragnar realmente parecía un vikingo. Medía un metro noventa, y además del pesado trabajo que tenía en la empresa familiar de mudanzas, el gimnasio era su segundo hogar, así que su figura era realmente impresionante. Que era de este tiempo quedaba claro por lo que tenía puesto: unos enormes borcegos negros, pantalones chupines con cadenas a los costados, musculosa blanca y una campera de cuero que lo había acompañado en varias batallas épicas a la salida de los bares.
–¡VAMOO QUE NOS VAMOOO! –gritó Trixie impostando la voz y haciendo la mejor imitación de un típico colectivero, de esos que siempre se llaman Raúl.
Minutos después, cuando la disposición de los pasajeros había cambiado y Asuka viajaba sentada sobre su novio para cederle su lugar en el asiento trasero a Clara, Dante decidió por fin explicar el plan.
–Es simple: entramos, filmamos, nos vamos. Algunos vamos a tener una cámara GoPro en la frente, cortesía de mi gran amigo Jony, aquí presente.
–Cortesía del negocio de mis viejos –corrigió Jony–. Si estos equipos sufren un rasguño, yo no vuelvo a casa. Me refugio en Brasil con mis abuelos y me tiño de rubio para que el FBI no me reconozca.
–¡Opa! Morochito de rulos con claritos… Para mí, reva. Yo vendo unos lentes de contacto supernaturales. Con ojitos verdes serías una bomba. Te digo que la rompés en Copacabana, eh –acotó Trixie.
–Cuando tengamos más o menos una hora de material, viene el show –siguió diciendo Dante–. Nos paramos frente a algún espejo del baño o en su defecto frente a una ventana, prendemos unas velas y hacemos la invocación. Entonces, la señorita Clara, actriz profesional ella, hace el papel de Ernesta Fidelio. O Fidalgo… no sé… después me fijo. El tema es que, para eso, el señor Trixie… Perdón, no quiero ofender a nadie y no te pregunté esto: ¿señor o señorita Trixie?
–Y… mirá, si estoy montada toda diva, con glitter y botas hasta el cuello, señorita. Dado el caso excepcional de que anoche salí y estoy en este estado deplorable, a medio montar y con peluca en mano, señorito va bien. Igual, como mejor les suene, reinas.
Efectivamente, Trixie daba la impresión de haberse divertido demasiado la noche anterior. Sus enormes botas blancas con taco dejaban en evidencia que habían recorrido suelos bastante sucios y embarrados. Lo mismo las medias de red más rotas que sanas que se escondían bajo un mini short azul con rayas negras, y un top que en algún momento había sido amarillo y ahora estaba estampado con restos de maquillaje, alcohol y glitter… Toneladas y toneladas de glitter. Sobre su regazo, Trixie llevaba una campera corta de vinilo transparente, decorada en los hombros con lo que parecían ser plumas artificiales rojas, e iba maquillándose, haciéndose un “chapa y pintura intenso”, como solía decir. Las ojeras, sin duda, era lo más difícil de disimular, pero nada se resistía a tres kilos de corrector. Eso lo había aprendido ocultando moretones después de largas noches de peleas en los lugares más turbios de la capital.
Mirándose en un pequeñísimo espejo, Trixie acomodó la red que cubría su pelo oscuro y se puso encima una hermosa peluca celeste para convertirse definitivamente en la reina del glam.
–Ay, pará. ¡Ya sé quién sos!... –la interrumpió Clara–. Yo te resigo. ¡Soy tu fan! Vos sos TrixieMakeupStudio. Siempre te pongo like, ¿me seguís? –agregó poniéndole su iPhone delante de la cara.
–Ahora nos seguimos todos –dijo Dante impaciente–. Pero quiero cerrar el plan. Trixie entonces maquilla a Clara como la fantasma para que aparezca detrás de nosotros gritando como en el video que les pasé. Clara, para darle credibilidad al asunto, tenés que imitar los gritos que se escuchaban en el video de los chicos. Después salimos corriendo y listo. Subo el video y me hago famoso.
–“Me hago”, dice el enano egoísta –acotó rápidamente Asuka.
–Nos hacemos todos, absolutamente todos, famosos –corrigió Dante.
Asuka no le respondió, solo entornó los ojos. Las cosas entre ellos estaban raras y ella no sabía ocultarlo tan bien. De hecho, ya había decidido que esta iba a ser su última aventura juntos. Al regresar de la exploración iban a hablar seriamente. Los pronósticos no eran demasiado favorables. La relación, a todas luces, estaba llegando a su fin.
–Pregunta: si voy a estar toda maquillada y con la peluca… ¿Cómo va a saber la gente que yo soy la chica fantasma?
Mientras Dante trataba de encontrar una inexistente respuesta satisfactoria para Clara, Ragnar anunció que habían llegado. Todos los ojos se posaron en el edificio que tenían enfrente.
Estacionaron frente a la antigua entrada de autos, una destruida rampa que ascendía hasta perderse en la empinada colina sobre la que había sido construido el orfanato, y comenzaron a descargar los bolsos y equipos del baúl, menos Dante, que se separó del grupo para observar el lugar en detalle. Era mejor de lo que había imaginado.
El Orfanato San Benito de Nursia ocupaba toda una manzana y parecía muchísimo más grande que en el video. Su construcción era de mediados de los cincuenta y no daba señales de haber tenido mucho mantenimiento. Una enorme reja oxidada cubría todo el perímetro, acompañada por tramos de paredes de ladrillo a la vista cubiertos de musgo, y todo el terreno de alrededor estaba cubierto por un tupido pastizal que no había sido cortado en muchos años. Escondidos entre la maleza, se veían piezas de autos, sillas, camas y distintos objetos que habían sido descartados.
Visto desde lejos, el orfanato parecía estar conformado por tres gigantescas torres blancas, unidas por dos edificios mucho más pequeños. Cada torre tenía cinco pisos y se extendía unos veinte metros hacia dentro. La entrada principal estaba en la torre del medio: un enorme portón de madera al cual se accedía por el largo sendero que comenzaba en la reja y terminaba en una escalinata. A ambos lados de la escalinata reposaban dos destruidos leones de piedra, vestigios de una época en la cual colocar estatuas en una construcción era símbolo de clase y distinción. Era fácil imaginar ese lugar en sus tiempos de gloria, cuando señores de traje y bombín, y señoras de amplios vestidos recorrían los pasillos preguntando si había algún chico no muy problemático disponible para ser adoptado. Las baldosas, entonces impolutas, ahora eran pisoteadas a diario por gatos callejeros que rastreaban ratas escurridizas para saciar su apetito.
Las múltiples ventanas de los pisos superiores aún conservaban los postigos y este era un gran punto a favor: si lograban cerrarlos, dentro del edificio iba a reinar la oscuridad total a pesar de que solo eran las cuatro de la tarde. El clima ventoso también los favorecía. Se había nublado y en cualquier momento iba a empezar a llover, un ambiente perfecto para lo planeado. Dante no podía estar más feliz, este era su viral, su gran éxito, el video que lo iba a llevar al podio de los grandes exploradores urbanos de YouTube.
–¿Qué están haciendo acá? Es propiedad privada. Tienen que irse ya mismo.
La voz del policía golpeó a Dante y lo trajo a un mundo en donde todas sus fantasías se hacían pedazos por culpa de un factor que no había tenido en cuenta. Nunca pensó que iba a haber alguien cuidando. Esto definitivamente no podía estar pasando.