A LA MAÑANA SIGUIENTE, temprano, Kaeden se presentó radiante en la puerta de la casa de Ahsoka con dos paquetes de raciones de comida y un…
—¿Qué es eso? —inquirió Ahsoka, contemplando unos trozos de chatarra que Kaeden llevaba bajo el brazo.
—Tu primer paciente, si te interesa —respondió ella con entusiasmo.
—No puedo arreglarlo si no sé para qué servía —protestó Ahsoka, pero extendió las manos de todos modos.
Kaeden se tomó aquello como una invitación para entrar. Depositó las piezas rotas en las manos de Ahsoka y se sentó en la cama, dejando las raciones a su lado.
—Es la trilladora con la que perdí la batalla —dijo Kaeden.
Si se sentía incómoda sentada en el sitio donde Ahsoka dormía, no lo demostró. De nuevo, la cama volvía a ser el único mobiliario de Ahsoka, aparte de la mesa baja.
Esparció las piezas sobre la mesa y se sentó en el suelo para poder mirarlas más de cerca. Había supuesto que aquel artilugio era la trilladora, pero por el desastroso aspecto que presentaba también podría haber sido un droide de protocolo.
—No me gustaría ver qué pasa cuando la ganas.
—No fue mi culpa —se defendió Kaeden con el tono de alguien que ha tenido muchas discusiones sin obtener resultados—. Iba tan tranquila dispuesta a cumplir con mi cuota y lo siguiente que recuerdo es este desastre.
—¿Cómo tienes la pierna? —preguntó Ahsoka. Sus dedos se movían por la mesa, toqueteando las piezas y valorando qué era salvable y qué no.
—Mañana estaré todo lo bien que necesito estar para volver al trabajo —contestó Kaeden—. Mantendré mi bono de la cosecha, sobre todo si no tengo que pagar para que sustituyan la trilladora. —Ahsoka le dirigió una larga mirada—. Pero a ti sí te pagaré —se apresuró a aclarar—. Empezando por el desayuno. Toma.
Le pasó un paquete de ración. Ahsoka no reconoció la etiqueta, solo que no pertenecía ni a la República ni al Imperio.
—Como en casa en ningún sitio —dijo Kaeden—. No tiene mucho sentido vivir en un planeta granjero si tienes que importar comida. Eso solo hace más sencillo hacer un seguimiento de quién se lleva qué.
—Supongo que tiene lógica —dijo Ahsoka.
Abrió el paquete y absorbió su aroma. Desde luego había comido cosas peores.
—Bueno, ¿puedes arreglar mi trilladora? —quiso saber Kaeden.
—Dime qué es lo que falló y veré qué puedo hacer.
Regresó a la mesa y siguió toqueteando las cosas mientras Kaeden le hablaba sobre el incidente. Ahsoka estaba acostumbrada al modo en que los clones narraban sus batallitas, pero Kaeden les daba veinte vueltas. Al parecer la trilladora había desarrollado sensibilidad de repente y se negó a cumplir con su deber de maquinaria de granja, y solo el rápido pensamiento de Kaeden —y sus pesadas botas—, habían impedido que tomara el control de la galaxia.
—Y cuando por fin dejó de moverse —concluyó Kaeden haciendo aspavientos—, mi hermana me dijo que estaba sangrando. Le dije que era lo justo, teniendo en cuenta que la trilladora estaba soltando aceite, pero entonces me desmayé un poco, así que supongo que era más grave de lo que pensaba. Me desperté en el centro médico con este maravilloso vendaje y la estúpida máquina en una bandeja junto a mi catre.
Ahsoka rio, para su sorpresa, y sostuvo en lo alto una pieza de lo que en algún momento había sido el sistema de refrigeración de la trilladora.
—Aquí está el problema —dijo—. Bueno, parte del problema. Si puedes sustituir esto yo podré reconstruir la trilladora.
—¿Sustituirlo? —la sonrisa de Kaeden se esfumó—. ¿No crees que podrías… no sé… arreglarlo de alguna manera?
Ahsoka bajó la mirada. Aquello no era como el Templo, ni como su experiencia comandando a las tropas. No había suministros ni apoyo logístico, no sin costes. Sustituir algo era el último recurso.
—Puedo intentarlo —resolvió—. Ahora háblame más sobre cómo funcionan las cosas por aquí.
La noche anterior, Kaeden no había sentido curiosidad por las razones por las que Ahsoka estaba en Raada. Mientras la muchacha hablaba sobre jornadas de trabajo y ciclos de cultivo, a Ahsoka se le ocurrió que, quizá, los motivos no importaban. Por lo que Kaeden contaba, Raada era un buen lugar para llevar una vida simple: trabajo duro, comida de sobra, y la autoridad oficial suficiente como para evitar la tentación de llevar a cabo cualquier actividad local no regulada. Nadie hacía demasiadas preguntas, y siempre y cuando cumplieras con tus cuotas de trabajo, tu presencia pasaba desapercibida. Ahsoka Tano no lo pasaría muy bien en un sitio como ese, pero Ashla se las apañaría.
Ahsoka buscó algo pesado con lo que golpear el metal. Si se iba a dedicar a arreglar cosas de manera profesional, tendría que invertir en herramientas. Contó sus créditos mentalmente y trató de calcular cuántos podría reservar para un fondo de emergencia, dado su futuro incierto. En algún momento tendría que hacer una inversión, y las herramientas le ayudarían a reforzar su tapadera.
Terminó utilizando el tacón de su bota y golpeando la pieza contra el suelo para evitar romper la mesa. El resultado final no era de la más alta calidad, pero al menos el refrigerador ya no se soltaría. Se dispuso a recolocarlo en la trilladora.
—He dejado mi nave en el puerto espacial —informó Ahsoka—. ¿Tengo que registrarla en algún sitio?
—No —dijo Kaeden—. Solo procura asegurarla bien. Hay más de un oportunista por aquí.
Ahsoka entendió que se refería a ladrones. Ningún lugar era perfecto.
—Por eso he dejado casi todo mi equipo allí —mintió—. Es más seguro que esta casa.
—Podemos ayudarte con eso —dijo Kaeden—. Mi hermana y yo, quiero decir. Es buena haciendo cerraduras y yo soy buena convenciendo a la gente para que te deje en paz.
—Cuando no estás perdiendo batallas con maquinaria, imagino.
—La gente suele perder un brazo o una pierna cuando las cosas se tuercen —se defendió Kaeden—. Pero yo soy demasiado buena para eso.
Kaeden se levantó de la cama y se acercó a echarle un vistazo a lo que Ahsoka estaba haciendo. Soltó un silbido de aprobación y luego señaló piezas aleatorias que había sobre la mesa.
—¿Para qué es eso?
—No tengo ni idea —admitió Ahsoka—. Pero no parece que encajen en la máquina, así que las he dejado a un lado. Creo que debería funcionar una vez rellenes el refrigerador e introduzcas combustible.
—Puedo hacerlo cuando reajuste la hoja.
Activó un interruptor y los propulsores se encendieron y provocaron que la trilladora se elevara un metro desde la mesa. Kaeden lo apagó tan deprisa como lo había encendido.
—Excelente —dijo—. Pondré a prueba el manejo y todo lo demás cuando esté fuera, pero los propulsores eran lo que más me preocupaba. No es muy útil si no puede volar.
Ahsoka no estaba segura de que fuera a resultar muy útil si la dirección y el manejo no funcionaban, pero no es que fuera una experta, así que lo dejó estar.
—De nada —dijo.
Sacó del paquete lo que quedaba de la ración y se lo comió rápidamente. Kaeden la observó hacerlo.
—¿Entonces puedo pagarte en comida? —preguntó la chica—. O sea, es una buena forma de empezar, y más adelante podemos acordar otros tratos.
—¿Puedo cambiar raciones por herramientas? —preguntó Ahsoka.
—No. Es decir, las raciones de comida no son muy valiosas para los que llevamos aquí un tiempo.
Ahsoka evaluó sus alternativas. No había tenido tiempo de hacer un inventario completo de su nave, y era posible que las herramientas que necesitaba estuvieran allí. Y necesitaba comer.
—Solo por esta vez —dijo, esperando sonar como alguien acostumbrada a negociar con dureza—. La próxima vez negociaremos antes de que haga reparación alguna.
Kaeden recogió su trilladora y sonrió. Todavía parecía algo recelosa, y Ahsoka no tenía problema con ello. Se recordó a sí misma que no estaba allí para hacer amigos, y mucho menos amigos que se tomaran la libertad de sentarse tranquilamente en su cama. Esa clase de gestos implicaban cierto grado de intimidad en muchas culturas. El Templo Jedi no era un lugar que alentara esos comportamientos, y Ahsoka nunca había sentido la motivación necesaria para eludir las normas como otros lo habían hecho.
—He dejado la caja fuera —dijo Kaeden—. Puedes venir a por ella.
Ahsoka la siguió al exterior y vio el pago que le había prometido, comida suficiente para un mes, quizá más si era cuidadosa. Kaeden tenía razón: la comida solo servía para comerciar si eras nuevo. Estaba claro que no andaban escasos de provisiones. Arrastró la caja al interior mientras Kaeden se iba calle abajo, con su cojera siendo menos evidente que el día anterior. De nuevo sola, Ahsoka puso la caja sobre la mesa y luchó contra el impulso infantil de utilizar su mente para realizar la tarea en vez de sus manos. La Fuerza no debía usarse a la ligera, y no es que lanzar cajas acá y allá fuera un verdadero entrenamiento. Necesitaba concentrarse en otra cosa.
Utilizar la Fuerza era una extensión natural de sí misma. No usarla constantemente resultaba extraño. Tendría que practicar, practicar y meditar a conciencia, o algún día se daría la ocasión en la que necesitara usar sus habilidades y sería incapaz de hacerlo a tiempo. Escapar a la Orden 66 había sido una suerte, pero había pagado un alto coste por ello. Los otros Jedi, los que habían muerto, no habían sido capaces de salvarse a sí mismos, a pesar de su poder.
Sintió una presión familiar oprimiéndole la garganta, el mismo dolor asfixiante que le embestía cada vez que imaginaba lo que había ocurrido cuando los soldados recibieron la orden. ¿Cuántos de sus amigos habían sido derribados por hombres con los que habían luchado durante años? ¿Cuántos aprendices habían sido asesinados por un rostro en el que confiaban? ¿Y cómo se sintieron los clones después? Sabía que el Templo había ardido; había recibido el aviso que indicaba que no debían volver. Pero no sabía dónde estaban sus amigos durante el desastre. Solo sabía que no había podido encontrarlos después de aquello, que su percepción de ellos había desaparecido como si hubieran dejado de existir.
Ahsoka se dio cuenta de que estaba sumida en una vorágine de dolor y amplió su visión para alcanzar algo, lo que fuera, que le recordara a la luz. Encontró los prados verdes de Raada, campos que ni siquiera había visto con sus propios ojos todavía. Por unos instantes se permitió perderse en el ritmo de todo lo que crecía en ellos y que solo necesitaba los rayos del sol y el agua para vivir. Aquella simpleza era reconfortante, aunque en aquel preciso momento Ahsoka no pudiera recordar con exactitud lo que el maestro Yoda había dicho sobre las plantas y la Fuerza.
Las piezas extra de la trilladora de Kaeden seguían en la mesa. Ahsoka se inclinó y las recogió, sopesándolas de forma distraída antes de metérselas en el bolsillo. Allí, tintinearon contra los anillos que le había quitado a la consola de la nave el día anterior. Si seguía acumulando material a ese ritmo, acabaría necesitando bolsillos más grandes.
Pensar en lo que necesitaba le hizo pensar que de verdad tenía que revisar la nave en busca de herramientas y otros artilugios útiles. Estudió el entorno de la casa rápidamente: la caja estaba en la mesa, pero no sugería nada interesante, y el panel con los créditos encima de la ducha estaba asegurado. No parecía que nada pudiera llamar la atención de un ladrón, pero Ahsoka cerró la puerta con recelo.
—Espero que Kaeden necesite que le arregle algo más pronto —murmuró a un inexistente R2-D2—. Me sentiría mejor si tuviera una cerradura.
Uno de los problemas de pasar mucho tiempo con un droide astromecánico era que uno tendía a seguir hablando con él aunque ya no estuviera ahí para escuchar.
Ahsoka recorrió la calle en dirección al centro de la ciudad y el puerto espacial. Esta vez prestó más atención a lo que le rodeaba y se dio cuenta de que había pequeñas tiendas en las esquinas que esperaban clientes. La mayoría vendían los mismos productos y miscelánea, y Ahsoka no los necesitaba. Las casas grandes del centro ya no le intimidaban, no ahora que Ahsoka tenía un espacio propio en el que refugiarse. Dos, si contaba la nave, que todavía estaba estacionada en el puerto espacial, justo como Ahsoka la había dejado. Abrió la compuerta y entró.
Sería demasiado escandaloso si volara un poco sobre las colinas de al lado de su casa. Si quería explorar las cuevas, tendría que hacerlo a pie. La casa y la nave eran un buen comienzo, pero sería bueno tener algún sitio donde esconderse en caso de emergencia.
—Comida, herramientas, y un lugar seguro en caso de que tenga que huir —dijo en voz alta. Tendría que dejar de hacer eso. Añoraba a R2-D2.
No se trataba de un gran plan, pero era mejor que nada.