—¡Serena! —grita Zach desde el cuarto de baño—. ¿Puedes pasarme un rollo de papel higiénico?
Cuatro años de relación atenta y cariñosa para esto.
Al menos todavía cierra la puerta. El romance no ha muerto del todo entre nosotros. Por ahora.
Pongo en pausa la película que estoy viendo y dejo a un lado el móvil para ir a coger unos cuantos rollos de papel higiénico del paquete extragrande que guardamos en lo alto del armario. Luego me dirijo al lavabo y, tras abrir la puerta, se los paso a Zach uno a uno.
—Pensaba que los ibas a reponer cuando limpiaste el baño.
—Se me olvidó —contesta.
—¿Cómo es posible? Seguro que viste que no quedaban.
—Debía de estar distraído —masculla él, y coge el último rollo que le ofrezco justo cuando comienzo a cerrar la puerta otra vez.
Cuatro años de relación atenta y cariñosa no pueden consistir siempre en rayos de sol y arcoíris y mariposas, o lo que sea. Es inevitable que tarde o temprano uno de los dos se enfade por algo como que el otro se haya olvidado de reponer el papel higiénico en el cuarto de baño o...
—¿Al final vamos a ir a hacer la compra? —pregunta Zach cuando regresa al salón, donde yo estoy viendo la película.
Vuelvo a ponerla en pausa. Puede que para la hora de acostarnos haya conseguido llegar al final y descubra si Stephanie deja finalmente a su prometido, un abogado de la gran ciudad, para quedarse con Jared, un buenorro de su pueblo natal que ha estado ayudándola a renovar la antigua granja de sus padres.
—Podemos ir —contesto en un tono que deja claro que en realidad no me apetece.
Llevo puesto mi mono de unicornio. Es domingo por la tarde. Solo quiero quedarme en casa vegetando.
—Pensaba que íbamos a ir antes de que comience mi turno.
—Puedo ir yo luego.
—Pero es domingo, las tiendas habrán cerrado.
—¡Por el amor de Dios! ¡Está bien, iremos ahora!
—O también puedes ir tú mañana cuando salgas de trabajar —insinúa Zach.
Las relaciones consisten en llegar a acuerdos. En qué lado de la cama duermes, si necesitáis más un nuevo coche o unas buenas vacaciones, de qué familia vives cerca. Y, al parecer, ahora también se incluye que Zach me permita hacer la compra cuando salga de la oficina.
Qué suerte la mía.
No pretendía decirlo en voz alta, pero debo de haberlo hecho, porque exhala un suspiro y dice:
—Está bien, de acuerdo, pues iremos ahora. O voy yo. Tú termina tu película.
—No pasa nada, voy contigo.
—Serena —dice con cierto retintín y mirándome por encima de las gafas para acentuar el efecto dramático de sus palabras, algo que debería molestarme pero que, en cierto modo, en realidad sigo encontrando atractivo—. Tengo veintinueve años. Creo que puedo comprarte otra caja de tampones y el tipo de queso que nos gusta en el supermercado.
—No te olvides del halloumi. —Vuelvo a coger el mando de la televisión y me acurruco todavía más en el sofá. Durante la próxima hora no pienso despegar el culo de aquí—. Ni del pollo para hacer fajitas. Pero que esté troceado.
—¿Y qué más da?
Ahora no tengo ganas de perder el tiempo explicándole que si compra una pechuga de pollo entera, tendrá que trocearla él, y no me hace gracia que lo haga en la misma tabla de cortar que usamos para la verdura (aunque obviamente uno de nosotros dos la limpiaría de antemano), de modo que comprar pollo ya troceado es más fácil para ambos, y con ello además tal vez evitemos las pullas que no dejamos de lanzarnos en plan «comer carne es un crimen» o «eres una delicada comeplantas».
En vez de eso, pues, hago un gesto con la mano indicándole que lo dejemos estar sin molestarme siquiera en mirarlo.
—Compra lo que quieras, Zach. Lo que traigas estará bien.
Él comienza a deambular de un lado a otro de nuestro piso de una habitación preparándose para ir a la compra y, tras coger la lista que hay en la puerta de la nevera, repasa los armarios por si se nos ha olvidado incluir algo. Yo, por mi parte, vuelvo a sumergirme en mi cursilona película romántica.
Justo cuando la música se intensifica y Stephanie y el manitas buenorro de Jared se dan un beso bajo la lluvia, la película se detiene de nuevo.
—¡Oye!
Me incorporo de golpe y le lanzo a Zach una mirada iracunda mientras extiendo la mano para que me devuelva el mando.
De repente, sin embargo, me doy cuenta de que hay algo raro en él. Zach exhala un profundo suspiro por la nariz con el ceño fruncido y aprieta con fuerza los labios. En una mano sostiene el mando a distancia y con la otra mano sujeta con fuerza una hoja de papel. Todo su cuerpo está rígido y tiene la espalda muy recta.
Dejo de fulminarlo con la mirada y me levanto del sofá. Me pongo un poco nerviosa a pesar de que, racionalmente, sé que una hoja de papel no puede ser algo tan malo. ¿Qué puede ser? En serio. ¿Un vecino quejándose del ruido? ¿Correo comercial?
Pero entonces me pregunto por qué parece estar tan preocupado por ella.
—¿Zach?
—Tenemos un problema.
La cocina es un caos cuando Zach vuelve a subir. Dejo de cualquier manera mi colección de latas de tomate y de salsa pesto para salir corriendo hacia nuestro pequeño recibidor y agarrarlo por los hombros antes incluso de que haya podido soltar las llaves y la puerta se haya cerrado a su espalda.
—¿Qué ha dicho, Zach? ¿Qué ha dicho?
Intenta esbozar una sonrisa tranquilizadora, pero no le sale. También coloca sus manos en mis caderas, lo cual sí consigue apaciguarme un poco. Estar atrapada en un edificio resulta una idea aterradora, pero al menos no tendré que pasar por ello sola.
Zach niega con la cabeza.
—Malas noticias. Tendré que llamar al trabajo y decirles que no puedo ir. Aunque de todos modos tampoco me lo permitirían. Ya sabes que el hospital nos ha ordenado que nos aislemos de inmediato si pensamos que podemos haber estado expuestos al virus, pero aun así...
—Zach.
—Sí. Eso significa que no podremos ir a trabajar. El señor Harris me ha dicho que ni siquiera podemos salir para ir a hacer la compra. Podemos hacer que nos la traigan, pero él mismo se asegurará de que todo esté debidamente desinfectado y limpio antes de que entre en el edificio.
—¿Y qué va a hacer? ¿Se pondrá a rociar gel hidroalcohólico en nuestros cereales y nuestro pan antes de que nos los comamos?
—No lo sé, Rena.
—¿Y no se te ha ocurrido preguntárselo?
—Estaba un poco ocupado intentando asimilar lo que estaba diciéndome el conserje. Me ha explicado que estaremos confinados hasta el próximo domingo. Mañana por la mañana tendrás que llamar a la oficina para avisarlos. Será mejor que compremos algo de comida por internet. ¿Dónde tienes el iPad?
Zach me sigue hasta la cocina y se detiene al ver toda la comida que he sacado de los armarios mientras él ha ido a ver al conserje.
—¿Qué estás haciendo?
—Ver si tenemos suficiente comida para una semana.
Él se ríe y, acercándose a mí por detrás, me rodea con los brazos y me da un beso en la mejilla. Automáticamente, alargo una mano para aferrarme a uno de sus brazos y comienzo a acariciarlo con el pulgar.
—Entonces ¿debería ir preparando la cartilla de racionamiento para que me la sellen?
—Muy gracioso. A ver, puede que tengamos que tirar de pasta al pesto durante tres días, pero creo que sobreviviremos. Lo que sin duda necesitamos son más rollos de papel higiénico. Y apenas tenemos nada para desayunar. Mañana se nos acabará el pan, y solo quedan cereales para un bol.
Zach frunce el ceño de un modo extraño y se separa de mí para echar un vistazo en el armario que queda sobre mi cabeza.
—¿No habíamos comprado unos Cheerios de oferta hace unas semanas? —me pregunta.
—Sí, y como acabo de decirte, ya casi nos los hemos terminado.
—No, no, estoy seguro de que compramos más.
—Acabo de mirar en todos los armarios, Zach. Esto es lo que pasa cuando regresas a cualquier hora de tus turnos y te zampas un bol de cereales antes de hacer ninguna otra cosa. Se acaban y necesitamos más.
Él deja de mirar y admite su derrota en la discusión con un gruñidito.
—Será mejor que hagamos cuanto antes esa compra por internet, pues —dice dando una palmada.
Se va a buscar mi iPad mientras yo vuelvo a recoger la cocina. El aviso que el conserje del edificio ha pasado por debajo de la puerta de casa en algún momento del día se encuentra sobre la encimera y el corazón me da un vuelco al verlo otra vez.
Teniendo en cuenta que las noticias sobre la pandemia eran cada vez más alarmantes y que el hospital en el que trabaja Zach ya estaba comenzando a prepararse para lo peor, no es que pensara que saldríamos de esta completamente indemnes, pero... supongo que no esperaba encontrarme bajo arresto domiciliario en nuestro piso durante una semana entera. No tan pronto. ¡Ni siquiera había hecho acopio de rollos de papel higiénico!
Aun así, me recuerdo a mí misma que, si he de estar confinada, al menos no pasaré por ello yo sola. Tengo a Zach a mi lado.