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LOLO CONTRA HITLER

Cuando nadie sospechaba que Adolf Hitler llegaría al poder, la ciudad de Berlín fue seleccionada como la sede de las Olimpiadas de 1936. Llegado el momento, Adolfito vio una oportunidad perfecta para demostrar al mundo lo maravillosos que eran los nazis2. Lo que no esperaba era que once peruanos le harían pasar el roche de su vida, echando por tierra su pretendida superioridad aria. Al menos, esa es la historia que nos gusta contar…

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El 1 de agosto de 1936 se inauguraron las Olimpiadas en Berlín, Alemania. El dirigible Hindenburg sobrevoló el estadio y Hitler apareció en escena. El evento, en el que participaron cuarenta y nueve países de todo el mundo, fue cuidadosamente planificado por Joseph Goebbels —el célebre ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del régimen nazi— y por Albert Speer —un talentoso arquitecto, nombrado ministro de Armamento—, encargado de la puesta en escena. Era evidente para todos que Hitler iba a utilizar el evento para demostrar sus delirantes hipótesis raciales. Por eso, en principio, Estados Unidos intentó boicotearlo, aunque finalmente terminó participando. Quien sí desistió fue España, que organizó la Olimpiada Popular en Barcelona como alternativa, aunque fue suspendida porque su guerra civil estalló al día siguiente.

Como se imaginarán, algo que sería denominado «las Olimpiadas nazis» terminaría pasando a la historia por varios incidentes memorables y polémicos, pero el que ocupa a los peruanos ocurrió el 8 de agosto, en el estadio Hertha BSC Platz. Ese día, nuestra selección nacional de fútbol habría de enfrentarse a Austria, país en el que Hitler había nacido.

Perú venía de arrasar de una manera abusiva con Finlandia. Una goleada de 7-3 que dejó a los finlandeses más fríos que las madrugadas invernales de Helsinki. Cinco de esos goles llevaron la firma del inmortal Lolo Fernández.

Sin embargo, en el segundo tiempo del partido con Austria, los peruanos parecían estar lejos de la victoria. Llegado el minuto setenta y cinco, solo dos goles se habían anotado y eran del lado austríaco. Pero llegaron sendas patadas salvadoras —la primera de Jorge Alcalde, la segunda de Alejandro Manguera Villanueva—, que igualaron el marcador en los últimos quince minutos.

En ese empate es que los senderos se bifurcan. Según la leyenda, el mismísimo Hitler se encontraba en el palco retorciéndose el mostacho de indignación. Llegó el tiempo suplementario y, en esos minutos extra, Perú encajó cinco goles. Si bien les anularon tres, el resultado final (4-2) fue suficiente para asegurar el pase a semifinales. Arrebatado de ira, el Führer ordenó reescribir la historia. Uno de los más entusiastas difusores de esta versión es el escritor Eduardo Galeano, quien relata esto en su libro Espejos: una historia casi universal:

En las Olimpíadas de 1936, el país natal de Hitler fue derrotado por la selección peruana de fútbol. El árbitro, que anuló tres goles peruanos, hizo todo lo que pudo, y más, para evitar ese disgusto al Führer, pero Austria perdió 4 a 2. Al día siguiente, las autoridades olímpicas y futboleras pusieron las cosas en su sitio. El partido fue anulado. No porque la derrota aria resultara inadmisible ante una línea de ataque que por algo se llamaba el Rodillo Negro, sino porque, según las autoridades, el público había invadido la cancha antes del fin del partido. Perú abandonó las Olimpíadas y el país de Hitler conquistó el segundo puesto en el torneo. Italia, la Italia de Mussolini, ganó el primer puesto.

Galeano tenía una particular afición por contar esta historia. En una entrevista de 2012 contó que siempre les preguntaba a sus amigos peruanos por qué no la difundían en las escuelas. «Deben decir a sus niños: nosotros pertenecemos a un país que humilló a Hitler», sentenciaba.

Pero ¿qué fue lo que realmente pasó? El historiador Jaime Pulgar-Vidal y el periodista Luis Arias Schreiber hicieron la investigación respectiva y descubrieron más de una exageración. Para empezar, Hitler nunca estuvo presente en el partido. Su figura se introdujo en el relato durante los años cuarenta, cuando ya era el supervillano mundial.

En realidad, todo indica que el principal conspirador de esta historia fue una vieja conocida: la Hora Peruana.

Finalizado el partido, Austria reclamó señalando que un grupo de aficionados peruanos había invadido el terreno de juego al final del segundo tiempo. En realidad, se habría tratado del resto de la delegación peruana, pues tampoco es que la hinchada blanquirroja de la época viajara masivamente. A pesar de eso, el partido continuó, lo que indica que el incidente no fue tan grave. Sin embargo, luego de su derrota, los austríacos señalaron la invasión como causal de nulidad. La FIFA —organizadora de los eventos futbolísticos de esa Olimpiada— convocó a una apelación para la semana siguiente.

A las 17:30 horas del lunes 10 de agosto con un espectacular despliegue policial, se dio inicio a la audiencia. Sin embargo, los dirigentes peruanos, honrando la costumbre nacional, llegaron tarde. Según el periodista peruano Teodoro Salazar, citado por el diario Marca, la delegación peruana se retrasó admirando la parada militar alemana. «Habría bastado que hubieran acudido a la cita a su hora para que se desestimara la protesta austriaca», asegura Salazar.

Finalmente la FIFA —y no el Führer— decidió anular el partido, y ordenó que se repitiera a puerta cerrada. Esto hizo que, en señal de protesta y a pedido expreso del presidente Óscar R. Benavides, la delegación peruana se retirase de los Juegos Olímpicos. Colombia hizo lo propio en muestra de solidaridad. Hitler no había tenido nada que ver, pero el episodio sí parecía revelar un evidente sesgo europeo de la FIFA.

En Lima, una turba lanzó piedras contra el consulado germano, mientras otra se dirigía a la Casa Ostern, donde flameaba la bandera olímpica, para desgarrarla al ritmo de nuestro himno nacional. En el Callao, los trabajadores portuarios se negaron a descargar dos buques mercantes alemanes. En la plaza de Armas, el presidente Benavides tuvo que dar un balconazo para calmar los ánimos y asegurar que el honor «sudamericano y americano en general» se encontraba intacto. Cuando el seleccionado llegó al puerto del Callao, fueron recibidos como héroes.

Pulgar-Vidal explica que el presidente Benavides se benefició del escándalo para ganar unos cuantos puntos en pleno año electoral. Si bien no participó en los comicios, aprovechó el ánimo sublevado para imitar a la FIFA: anuló las elecciones que había ganado Luis Antonio Eguiguren y se quedó en la presidencia. Un lunes cualquiera en la historia del Perú.


2 Disclaimer (porque así de triste es nuestra época): los nazis no son maravillosos.