2

linea

EL MARICÓN PRINCIPAL DE LIMA

En el Perú se come tan rico que los cocineros se convierten en celebridades. Contra lo que se pueda creer, no se trata de un fenómeno novedoso, sino de uno tan antiguo como la fundación de nuestro país. Uno que empieza doscientos años atrás con Juan José Cabezudo, nuestro primer cocinero famoso, un afroperuano abiertamente homosexual.

linea

Amediados del siglo XIX, si estabas en Lima, capital de la recientemente independizada República del Perú, el mejor lugar para comer era en el puesto de viandas de Juan José Cabezudo. Eso es decir bastante, porque en esa época lo que más sobraba en Lima eran vendedores callejeros de comida. La gente se enteraba de qué hora era viendo qué pregonero ofrecía qué producto por la calle. El desfile de manjares se renovaba sin cesar por las mañanas, tardes y noches.

Pero la sazón de Cabezudo era notable y destacaba por encima de todas. Era dueño del mejor metro cuadrado para comer en Lima. A Cabezudo se le podía encontrar a la salida de la plaza de Toros o en la plaza Mayor. Ahí, donde la gente se aglomeraba, estaba con sus guisos y sus bromas, porque, como los mejores cocineros saben desde tiempos inmemoriales, la sazón no lo es todo; también necesitas un buen ambiente. Y Cabezudo no necesitaba más entorno que su carisma para convertirse en el preferido de sus clientes. Le encantaba gastarles bromas —descritas en la época como «pícaras»— a las tapadas limeñas, quienes le mostraban solo los ojos, pero le permitían escuchar sus carcajadas. Era querido y celebrado.

Tan buscado era que le encargaron la preparación del banquete de despedida a Simón Bolívar a su salida del Perú. Eso implica que también conoció a otros políticos de la época, quizás también al mismísimo San Martín, y posiblemente cocinara para todos. Hoy en día, con credenciales como esas, Cabezudo ya estaría recibiendo invitaciones de partidos políticos para embarcarse en una campaña presidencial. Salvo, claro, por un par de características que aún hoy llevan con ellas mil prejuicios: Cabezudo no solo era negro, sino también abiertamente homosexual y, aún más, aficionado a travestirse.

Cabezudo era muy abierto respecto a su sexualidad y sus ganas de disfrutarla. De disfrutar, en general. Su carácter era hedonista, y su hedonismo, disonante. Quizás por esto su existencia, pese a estar enterrada en casi doscientos años de historia, ha dejado múltiples rastros. Es el personaje de numerosas estampas y acuarelas de Pancho Fierro. También fue retratado por el ecuatoriano Francisco Javier Cortés, acuarelista célebre por haber diseñado el primer escudo del Perú. En la leyenda de la pintura, Cortés escribió: «Juan José Cabezudo o Comesuelas, cocinero y maricón principal de Lima». En otra imagen suya —que circula en Internet atribuida erróneamente a Pancho Fierro—, se le ve paseando del brazo con «un amigo»; los dos personajes presentan atributos femeninos.

Era una celebridad tan notable que el fotógrafo francés Eugène Courret lo retrató, ya octogenario. Se trata de una foto de estudio que intenta recrear las condiciones de su negocio callejero: una mesa en la que se ha agregado con pintura —los retoques entonces eran tan habituales como ahora— una vajilla seguramente más ostentosa que la que él usaba; debajo de ella, en el piso, una canasta colocada allí para dar la impresión de que se había caído; y, al frente de Cabezudo, un niño con un plumero fungiendo espantar unas moscas. Juan José mira ceñudo a la cámara, quizás un poco harto del tiempo que demoraba entonces una sesión como esta.

También tenemos registro escrito. Max Radiguet, viajero francés, se sorprendía de la «escandalosa popularidad» que tenía Cabezudo en Lima, ciudad a la que llamaba una «extraña sociedad de maricones». Así describía el talento natural de nuestro personaje para entretener y hacer conversación:

A pesar de estar continuamente en ejercicio de la mañana a la noche [...], su charla aún más infatigable que su mercadería encantaba a un auditorio que, sin tregua, parado delante de él, la boca abierta, como delante de un gran orador, aumentaba de manera que interceptaba el paso. Su voz de mujer, clara y vibrante, decía con mucho espíritu la anécdota del día, criticaba las costumbres y se permitía a veces despropósitos políticos.

Ricardo Palma también escribió un breve texto sobre Cabezudo, en el que resalta «lo afeminado de su voz y modales», contando que esto le hizo recibir el sobrenombre de Maricón. Acá vale aclarar que este término —como apunta Jaime Bedoya en «Elogio de la mariconada»— se consigna como limeñismo en el Diccionario de la Real Academia Española de 1869. Escribe el periodista: «Lima antigua, paraíso de mujeres, purgatorio de solteros e infierno de casados, fue además testigo de una masculinidad disidente. La plaza de Armas tenía su propio maricón oficial, don Juan José Cabezudo».

Esto quiere decir, como ya había apuntado Cortés, que Cabezudo no solo era gay, sino que era el gay. Su estatus de celebridad le permitía moverse por Lima sin miedo, sintiéndose seguro, sin necesidad de disimular o encubrir su identidad sexual. Como apunta la historiadora Magally Alegre Henderson —quien ha estudiado de cerca a este personaje—, esto revela una capital tolerante a la diversidad sexual hace más de doscientos años atrás, haciéndola única en el contexto virreinal y las primeras décadas de la Independencia. Precisa el sociólogo Ronald Álvarez que es el primer hito de la existencia del maricón dentro de la sociedad limeña. «Este personaje marca la presencia de la diversidad sexual en Lima», apunta. También es posible que, como sucede hasta hoy, su fama le haya permitido ciertas licencias negadas a muchos otros como él.

Después de todo, Lima era la misma ciudad en la que, en 1803, un par de décadas antes del boom de Cabezudo, se había arrestado a Francisco Pro, otro afrodescendiente, por salir vestido de tapada limeña. Ante la corte de la Real Audiencia de Lima, la defensa del joven Francisco, de solo 20 años, trató de probar su inocencia planteando la diferencia entre sodomita y maricón. Al primero, hoy lo llamaríamos homosexual y al segundo, travesti o drag. Legalmente, solo la sodomía era un delito. A pesar de eso, Francisco fue condenado a la pena de «vergüenza pública» y seis meses de trabajo forzado, además de ser desterrado de Lima. Historias como esta y la de Cabezudo han sido revalorizadas en los últimos años gracias al trabajo del protagonista de otro capítulo de este libro: Giuseppe Campuzano4.

Terminemos con la historia de Cabezudo. En su breve texto sobre el personaje, Palma también contó que Cabezudo tenía una debilidad particular: los juegos de azar, sobre todo uno que se llamaba El Monte. De acuerdo con el escritor de las Tradiciones peruanas, Cabezudo se dedicaba a hacer plata durante once meses para luego tirársela durante el verano en el balneario de Chorrillos. Se dedicaba a darse la gran vida, pegarse unas tremendas fiestas y reventar el dinero en apuestas. Así perdía todo su capital para volver a empezar otra vez. Luego, apunta, «murió casi mendigo, en Chorrillos, en 1860, cuando otros cocineros ya habían eclipsado su fama».

Esa muerte triste se hace aún más trágica cuando descubrimos que no se conoce mucho más de su historia. Y peor todavía: ese es el mismo año de la foto de Courret. Quizás eso explique el gesto hosco de su retrato: una celebridad pasada de moda, en desgracia, viéndose obligada a recrear sus mejores épocas, ya idas. Un final indigno no solo de nuestro primer cocinero famoso, sino también del primero en apropiarse y reivindicar la palabra maricón.


4 Ver el capítulo «Toda peruanidad es un travestismo».