
Boletos de transporte, colegios, provincias enteras, conatos de regiones, monedas conmemorativas, buques, calles, plazas, estatuas, clubes deportivos… El Caballero de los Mares es, de lejos, el peruano más invocado y admirado. Y con mucha razón, a pesar de los prejuicios. O quizás, precisamente, justo por ellos.

La canonización de Miguel Grau fue instantánea tras el combate de Angamos. El sacrificio de Grau arrebató las mentes de los peruanos casi de inmediato. Hay que aclarar algo aquí: para entonces, Grau ya era famoso. Muy famoso. Un rockstar. Sus andanzas como marino, y también como político, tenían años apareciendo en la prensa. Algunas de ellas se mencionarán en otros capítulos de este libro. Pero, debido a cómo se enseña su vida en los colegios, los peruanos de hoy tienen la impresión de que Grau se hizo famoso muriendo. No, señor. La muerte de Grau, para la gente de la época, fue la pérdida de una celebridad. A eso habría que sumarle que el episodio de los náufragos rescatados del Esmeralda, buque chileno hundido por el Huáscar, lo había elevado a la categoría casi de santo.
Pero un ídolo, por definición, es una figura inmóvil e inmaculada. Y, sobre todo, idolatrada. Se la coloca en una urna para protegerla de cualquier cosa que los adoradores perciban como una mancha. Así, la realidad histórica de la figura de Grau se ha visto algo distorsionada por el paso del tiempo, además de la insistencia de las Fuerzas Armadas —en particular, la Marina de Guerra— por no ahondar mucho en episodios de su biografía que podrían resultar controversiales.
El periodista César Hildebrandt —cuya obsesión con esta etapa de nuestra historia es bien conocida— escribió que «los biógrafos oficiales de Grau [...] omiten [sus] incursiones en la política insurreccional que caracterizó buena parte del siglo XX peruano». Por un lado, es cierto que esas incursiones aventureras5 fueron construyendo su leyenda ante los ojos de la opinión pública. Aunque, por otro lado, un balance fiel de los acontecimientos exige, por ejemplo, el contexto de algunos de sus greatest hits. Por ejemplo —spoiler del capítulo sobre los hermanos Gutiérrez—, su famosa frase de «no reconozco otro caudillo que la Constitución» lo puso —convenientemente— del lado de su muy buen amigo Manuel Pardo y Lavalle, por cuyo Partido Civil, eventualmente, Grau sería elegido diputado.
De todas formas, es innegable que Grau, una y otra vez, intentó ubicarse del lado correcto de la historia. Pero también es cierto que los matices humanizan.
Otro matiz: Hildebrandt es de los pocos que se anima a recordar que Grau era —ante los ojos de una moral que, de manera optimista, llamaremos desfasada— un hijo ilegítimo. Un bastardo, se hubiese dicho hasta hace poco. Lo que, hay que decirlo, solo acrecienta su figura. Pueden preguntarle a George R. R. Martin y su heroico personaje Jon Snow.
En una de las biografías más completas sobre Grau, escrita por Jorge Ortiz, se menciona lo siguiente sobre su nacimiento:
El origen de Grau procede de una unión que causó controversia, debido a que la relación entre su padre, Juan Manuel Grau, y Luisa Seminario no fue bien recibida por ambas familias, sobre todo la de ella, puesto que estaba al margen de toda posible legalidad. Ambos no habían disuelto sus compromisos previos. Pese a ello tuvieron varios hijos: Enrique Federico, María Dolores Ruperta, Miguel María y Ana Joaquina Gerónima del Rosario.
Papá Juan Manuel era colombiano y había llegado al Perú como parte del ejército de Bolívar. De hecho, mamá Luisa estaba casada con un compatriota suyo, el teniente colombiano Pío Díaz. Ella pertenecía a una destacada familia piurana: los Seminario. Incluso hoy muchos se refieren a Grau por sus dos apellidos, como destacando cierto abolengo por su dinastía norteña. Sin embargo, en la partida de bautismo de nuestro héroe, Miguel María Grau, no figura ese apellido y, es más, se colocó un nombre falso para la madre. Tiene que haber sido una situación engorrosa, por lo menos.
Luisa Seminario tenía ya tres hijos legítimos cuando inició su relación con Juan Manuel Grau, a quien le dio cuatro. Miguel fue el penúltimo de esos siete, solo mayor que Ana Joaquina, la benjamina. Algunas versiones afirman que los hijos de Juan Manuel se fueron a vivir con su padre, lejos de su madre, muy pronto. Otros afirman directamente que Luisa los abandonó.
Quizás eso explique que, a los nueve años, Miguelito ya estuviese embarcado como aprendiz de grumete en un barco mercante. Como apunta Hildebrandt, esto «no dice mucho del amor que sus padres sentían por él». Esta precoz incursión en la vida naval, por cierto, inspiró un notable cómic de Hernán Migoya y Ricardo Montes llamado Grumete Grau, el niño de los mares, que ficcionaliza las posibles aventuras del Tescua, el bergantín que fue el primer hogar marino del pequeño Miguel. La historieta muestra sus correrías desde Paita hasta Panamá, incluyendo su naufragio —real— frente a la isla Gorgona, en el Pacífico colombiano.
Otro dato interesante: su medio hermano Emilio Díaz Seminario, hijo legítimo, también ingresó a la Marina. En 1855, cuando comandaba el pailebote Vigilante, tuvo a sus órdenes a su medio hermano Miguel Grau, por entonces, guardiamarina. No hay muchos datos de la relación entre ambos, pero resulta interesante que, solo un año después, ambos se hayan encontrado en facciones enemigas. Durante la revolución de Arequipa (1856-1858), Emilio se mantuvo fiel al Gobierno de Ramón Castilla, mientras que Grau se plegó al bando contrario. Algunos podrían ver en eso una continuación de legítimo contra ilegítimo. Stark vs. Snow, dirían los fans de Juego de tronos.
En todo caso, el estatus social de «bastardo» no implicó una limitación para lo que Grau logró. No obstante, este dato de su vida suele ser pasado por alto, con pudor decimonónico, como quien vive con el miedo constante de que le recuerden que los padres de uno de los pocos héroes que tenemos no estaban casados. Así de pacatos y de conservadores somos por estos lares. Y de incoherentes: ¿cuántos son los peruanos que pueden decir que vienen de un hogar estándar de sitcom, con padre y madre juntos y casados y felices para siempre? Por eso, hoy resulta importante difundir la historia completa, para demostrar que el héroe de una nación, el peruano del milenio, era como tú.
5 Ver «Amazónicas y tropicales aventuras de Leoncio Prado» y, sobre todo, «Miguel Grau vs. los hermanos Gutiérrrez».