3

PENSÁNDOLO BIEN,
¿SE PUEDEN IR?

LO PRIMERO QUE ESCUCHÉ al salir de la suspensión fue la voz de mi mamá.

—Hola, Lan —me decía—. Oye, oye. Es hora de levantarse, Lan.

Sentí cómo las puntas de sus dedos me retiraban con suavidad el cabello de la frente. Cuando abrí los ojos, me estaba sonriendo. Le devolví la sonrisa y me senté.

Luego vomité.

O lo hubiera hecho, de haber tenido algo en el estómago. Como estaba vacío (no dejan que te vayas a dormir durante veinte años con el estómago lleno), solo tuve arcadas sobre el botecito que mamá sostenía para mí.

—Está bien —me dijo, dándome unas palmaditas en la espalda—, les pasa a todos al despertar.

—¿Por qué tú no estás así?

—Llevo casi un día despierta. Tu padre también.

—Buenos días, cariño. —Levanté la mirada y encontré a papá sentado en la orilla de la cápsula de Ila, sosteniéndole el cabello mientras ella tenía el rostro hundido en su bote—. Cuánto tiempo sin vernos.

—No parece —comenté y eché un vistazo por la habitación llena de cápsulas. Todos estaban igual: unos despertando y otros sosteniendo un bote para alguien que se acababa de despertar.

—Es raro, ¿verdad? Pasaron veinte años como si nada.

Tuve más arcadas.

—¿Qué tan cerca estamos de Chum?

—Bastante cerca —respondió mi mamá—. Estamos en su órbita.

—¿Vamos a aterrizar pronto?

Mamá y papá se miraron.

—Pues…

—¿Qué? —El tono de voz de mamá hizo que Ila sacara la cabeza del bote de inmediato. Mi hermana tenía el rostro gris y unas ojeras enormes y oscuras. Miró a mamá con gesto desconfiado—. ¿Qué está pasando?

—Hubo una complicación —dijo mamá con voz baja—. En cuanto todos despierten, lo explicaremos.

UNA HORA DESPUÉS, mamá estaba al frente del lugar con la doctora Chang y el general Schiller, tal como la vez que nos presentaron el video de invitación en Marte.

Pero esta vez no se veían emocionados, sino preocupados.

—Cuando los primeros humanos salieron de biosus­­pensión —explicó el general Schiller—, nos comunicamos con el gobierno de Chum para recibir instrucciones de aterrizaje. En vez de res­­­­pondernos, nos enviaron este video. Pensamos que lo mejor es que lo vean por ustedes mismos.

Las pantallas comunales en cada una de las paredes se encendieron con la toma cerrada de un zhuri que tenía sus ojos compuestos fijos en la cámara.

—Heeeeyeeeeheee…

Tras un momento, el traductor se encendió.

—El Gobierno Unificado de Chum lamenta informarles que nuestro pueblo ha decidido que la especie humana es demasiado violenta y emocional para vivir entre nosotros. Nuestra sociedad no tiene conflictos. Su presencia amenazaría nuestra paz.

»Por su seguridad y la nuestra, les pedimos que abandonen nuestra órbita de inmediato. Por favor, no intenten cruzar la atmósfera de Chum, de lo contrario, nuestras armas de defensa los vaporizarán. Les deseamos un buen viaje y un futuro placentero. Adiós».

Cuando el video terminó, comenzaron los gritos.

También hubo mucho llanto.

Los gritos y el llanto siguieron por un largo rato, sobre todo porque no había nada más que pudiéramos hacer. El CG había enviado docenas de mensajes al planeta Chum desde el momento en que recibió el video, pero no había respuesta.

A mi parecer, no era culpa del CG, aunque muchas personas pensaban que sí.

—¿Cómo pudieron permitirles que nos hicieran esto? ¡Ellos nos invitaron!

—Para nosotros también es un gran misterio —res­­­­pondió la doctora Chang.

—¿Les mintieron o algo? ¿Apenas se acaban de enterar de cómo son realmente los humanos?

—De ninguna manera —dijo mamá—. Desde el principio fuimos sinceros con ellos sobre la historia de la Tierra. Les enviamos cientos de horas de videos históricos y culturales. Saben todo lo que hay que saber sobre nosotros.

—Les contamos todo, con todas sus imperfecciones —se­ñaló el general Schiller—. Hasta los peores detalles. Por eso les tomó tanto tiempo invitarnos.

La mayoría de las personas quería dejar la órbita de Chum de inmediato. Pero no podíamos porque no teníamos suficiente combustible para ir a otra parte.

Y, aunque lo tuviéramos, no había adónde ir.

—No hemos recibido ni un solo mensaje del grupo de Novo luego de los seis meses posteriores a que dejamos Marte —explicó la doctora Chang—. Para entonces, acababan de comenzar su viaje. No supimos más desde que entraron en biosuspensión.

—¿Están bien? —preguntó alguien.

—No lo sabemos —dijo la doctora Chang—. Han tenido problemas en temas de comunicación. El silencio de su parte podría ser por eso… o por algo peor.

—¿Por qué no nos vamos a Novo? —sugirió alguien más.

La doctora Chang negó con la cabeza.

—Ya estamos lo suficientemente cerca para analizar la atmósfera de Novo. No tiene oxígeno. Terraformarlo es imposible para nosotros. No podríamos vivir ahí.

—¿Y los terristas?, ¿cómo están?

Esta vez, los tres miembros del CG negaron con la cabeza en un gesto triste.

—Dejamos de saber de ellos casi en cuanto llegaron a la Tierra —dijo el general Schiller—. El último mensaje dejó claro que las cosas no les salieron muy bien.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al pensar en Jens y los demás.

—¡Volvamos a Marte y ya! —gritó alguien.

El CG volvió a negar con la cabeza.

—Aunque tuviéramos combustible —explicó ma­­má—, para cuando hayamos llegado, la estación ya habría pasado cuarenta años expuesta a las tormentas de viento de Marte. Sus sistemas para mantenernos con vida llevarían mucho tiem­­­­po des­­compuestos.

—¡Esto es una locura! —gritó un hombre alto y de rostro colorado llamado Gunderson. En la Tierra era entrenador de futbol americano, y parecía que aún le gustaba gritar como tal—. ¿Me están diciendo que pasamos veinte años gastando combustible en cruzar media galaxia solo para regresar por donde vinimos porque estos tipos se arrepintieron? ¡Yo digo que nos impongamos! ¡Hay que bajar a ese planeta para decirles que no aceptaremos un «no» como respuesta!

A algunas personas les gustó mucho escuchar eso. Aplaudieron y silbaron. Pero el general Schiller no pareció conmoverse.

—Señor Gunderson —dijo con voz baja pero firme—, la sociedad de Chum es principalmente pacífica, pero la advertencia en el video sobre vaporizarnos no era broma. Esta gente tiene armas tecnológicas que nos harían quedar como cavernícolas lanzando rocas. Si tratamos de imponernos, terminaremos sin cabeza.

»Y, además —agregó el general—, quiero recordarles que la idea de que podemos llegar adonde queramos atacando a otros es justo lo que hizo que perdiéramos nuestro planeta. Quisiera creer que ya aprendimos esa lección. Al menos, yo sí».

A Gunderson no le gustó que un general lo regañara, así que se cruzó de brazos y echó la quijada hacia adelante como un niñito haciendo berrinche.

—Entonces, ¿qué diablos vamos a hacer?

—Seguiremos intentando hablar con ellos —res­pondió Schiller—, y esperemos que nos respondan.

Luego, mamá dio una charla motivacional sobre cómo la situación daba miedo, pero la superaría­mos juntos, y que al final todos recordaríamos lo que pasó y estaríamos orgullosos de cómo ayudamos a salvar a la raza humana, enfrentando este reto con valor, unidad y buen ánimo. Supon­­­go que fue muy inspiradora, pero yo no escuché ni una palabra, porque estaba tan ansioso y asus­­­tado que no podía pensar con claridad, y mucho menos escuchar un discurso. Esa noche no dormí ni un poco, y no fue solo porque la noche anterior había dormido veinte años.

Considerando todos los sollozos, chillidos y llantos ahogados que recorrieron la oscura habitación de las cápsulas esa noche, no creo que alguien haya podido conciliar el sueño.

DESPUÉS DE PASAR un par de días muy malos en órbita, el gobierno de Chum al fin comenzó a hablar con nosotros. Al principio solo intercambiaron mensajes con el CG, sobre todo disculpas y más peticiones de que nos retiráramos. Pero luego mamá logró convencerlos de hacer una videoconferencia en vivo en el cuarto de las cápsulas con todos nosotros.

—Pero nos vemos horribles —dijo Ila cuando escuchó la noticia, y era cierto. Lo que quedaba de la raza humana se veía justo como esperarías que se viera una habitación llena de gente muriendo de hambre y que no se había cambiado de ropa en veinte años.

Mamá asintió.

—Ese es el punto. Si nos ven, quizá se conmuevan un poco. Y entonces se darán cuenta de que no representamos una amenaza para ellos.

Así que, cuando comenzó la videoconferencia y la zhuri con cabeza de insecto apareció en las pantallas comunales, todos nos esforzamos por dar lástima y parecer desamparados y amigables al mismo tiempo. Era una combinación difícil de lograr.

—Saludos —dijo la zhuri. Nuestras aplicaciones de traducción le dieron la voz de una niñita chillona, que hubiera sido graciosa si la situación no fuera tan seria—. Me llamo Leeni, soy oficial de la División de Inmigración del Gobierno Unificado de Chum. En nombre de nuestra gente, me disculpo por retirarles la bien­­­venida.

Mamá tenía la misión de hablar por todos nosotros.

—Saludos, Leeni —dijo mientras su traductor convertía sus palabras en el yeeeehheee chillón que la zhuri entendería—. Me llamo Amora Persaud. Soy miembro del Consejo de Gobierno de la raza humana. Les pedimos humildemente que reconsideren su decisión.

Mamá señaló con una mano hacia los miles de personas que estábamos detrás de ella.

—Como verás —explicó—, somos un grupo débil, indefenso y desamparado. Si nos admiten en Chum, les prometemos no causar violencia ni hacer ningún daño. Si rompemos la promesa, nos iremos de inmediato. Solo queremos vivir en paz, con su ayuda y misericordia.

La zhuri se tardó tanto en responder que comencé a pensar que la conexión se había perdido. Pero al fin habló de nuevo.

—Todos aquí estamos de acuerdo —dijo— en que lo mejor es que los humanos no vengan a Chum.

—Con todo respeto —respondió mamá—, solo estamos aquí porque ustedes nos invitaron. Y no tenemos otro lugar adónde ir.

—Esa invitación se hizo hace mucho tiempo —acla­­ró la zhuri—. Desde entonces ha habido muchos cam­­bios en el Gobierno Unificado. Quienes los invitaron ya no son nuestros líderes. Ahora todos estamos de acuerdo en que, tanto por su seguridad como por la nuestra, no deberían venir.

—No tenemos adónde más ir —repitió mamá con voz firme—. En esta nave hay muy poca comida y aún menos combustible. Usamos casi todo lo que teníamos para venir hasta acá, como nos lo pidieron. Si no nos dejan aterrizar, moriremos.

Pude escuchar sollozos y gritos ahogados a mi alrededor. Sabía que la situación era grave, pero, al escuchar a mamá diciéndolo en voz alta, sentí cómo el miedo debilitaba mi cuerpo.

De algún modo, mamá conservó la calma en su voz.

—Dicen que aman la paz —le señaló a la zhuri—. Si eso es cierto, ¿cómo pueden permitir que pase algo así?

Era imposible saber qué estaba pensando la zhuri. Sus ojos compuestos y su boca tubular no se movían para nada. Pero la pausa que hizo antes de responder fue todavía más larga que las anteriores.

—Los llamaremos de nuevo —dijo al fin.

Luego se apagó la pantalla.

AL DÍA SIGUIENTE, Naya y yo estábamos en mi cápsula jugando Monopoly en su pantalla. Ila estaba a nuestro lado, tumbada en su propia cápsula y viendo la televisión, cuando mamá y papá prácticamente cruzaron el lugar de un salto para llegar hasta nosotros. Venían de la sala de control y era obvio, por la expresión en su cara, que algo grande acababa de ocurrir.

—¿Qué pasa? —les pregunté.

—El gobierno de Chum aceptó alojar en su planeta una «unidad reproductiva humana» —nos dijo mamá sonriendo de oreja a oreja mientras dibujaba unas comillas en el aire con los dedos al decir «unidad reproductiva humana».

—Van a recibir a una familia como caso de prue­­­­ba —nos explicó papá—. Si sale bien, creemos que dejarán que entren todos los demás.

Mi hermana puso un gesto de preocupación.

—Esa familia no seremos nosotros, ¿verdad?

Sí éramos nosotros.