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LA INVITACIÓN

—SE LLAMAN zhuris —me dijo mamá cuando volvió a nuestro compartimiento por la noche—. Al parecer son muy pacíficos y civilizados, y les agradecemos que hablen con nosotros.

—¿Es cierto que parecen insectos gigantes? —pre­­­guntó Ila. No levantó la cabeza de la almohada y ni siquiera nos miró, pero sí puso en pausa el episodio de Los Birdley que estaba viendo en su pantalla. En estándares de Ila, eso significaba que estaba profundamente interesada.

—No les digas insectos —le pidió mamá—. Podría ser algo ofensivo para ellos. —Entonces suspiró—. Pero sí. Se ven como… como unos mosquitos muy altos. Y no son la única especie avanzada del planeta Chum. Por lo visto son cuatro, y todas conviven en la misma sociedad. Tres de esas cuatro especies evolucionaron en otros planetas antes de llegar a Chum. Eso es bueno para nosotros, porque ya tienen pre­­cedentes de recibir bien a otras especies migrantes.

—¿También las otras especies parecen insectos gigantes?, ¿o nada más los zhuris?

Mamá me lanzó una mirada molesta.

—Basta, Lan… No les digas insectos.

—Perdón. Pero ¿sí parecen?

Ella se encogió de hombros.

—Aún no lo sabemos. No sabemos muchas cosas. Ha sido difícil comunicarnos. El desfase entre Marte y Chum es enorme, y todavía estamos intentando comprender su lenguaje. Por cierto, hagan lo que hagan, no hablen de esto con nadie hasta que el CG lance el anuncio oficial mañana.

Me miró al decirlo. Como Ila nunca salía del compartimiento a menos que nuestros padres le rogaran, las posibilidades de que hablara de algo con cualquier otra persona eran bastante bajas.

—¿Podemos hablarlo con papá?

—Sí. Pero tal vez no lo vean hoy. Otra vez traba­­­­jará hasta tarde. —En la Tierra, papá fue científico. En Marte era parte de un grupo del Departamento de Nutrición que estaba creando un sustituto de comida. Era un trabajo muy importante, porque todos sabían que tarde o temprano se nos agotarían las raciones que trajimos de la Tierra. Por lo poco que me alcanzaba a enterar de las conversaciones que mamá y papá tenían entre susurros, eso era algo que pasaría más rápido de lo que muchos creían. Papá y el resto de su grupo llevaban semanas trabajando horas extras.

—¿Qué le va a decir el CG a la gente? —le preguntó Ila a mamá.

—Que el planeta Chum y los zhuris existen, y que el Consejo de Gobierno está convenciéndolos de aceptar refugiados humanos. Pero que podría no pasar. Y, en caso de que sí pase, tomará tiempo.

TOMÓ MÁS TIEMPO del esperado. Al final, pasaron otros ocho meses antes de que los zhuris invitaran oficialmente a los humanos a Chum. Para entonces, la vida en la estación de Marte ya era muy triste. Los procesadores de aire casi no servían, lo que provocó que los niveles de oxígeno bajaran tanto que todos estábamos siempre cansados. Racionar el agua se vol­­vió algo tan estricto que la gente solo podía bañarse cada diez días, por lo que toda la estación olía a sudor.

La ropa de las personas no solo estaba maloliente, sino también toda rota. Pese a las raciones limitadas, logré seguir creciendo hasta que tuve que intercambiar mis jeans manchados y mi playera de Taylor Swift por una sudadera rasposa de los YOMIURI GIANTS y unos pantalones caqui con agujeros en ambas rodillas, que se volvían a abrir sin importar cuántas veces los cosiera.

Sin embargo, el mayor problema era la comida. Cuando se acabaron las provisiones de la Tierra, el equipo de nutrición de papá dio a conocer el chow, y todos lo odiaron. Venía en tres sabores: curry, moras y plantas. A los pocos días la gente los empezó a llamar cochinada, monserga y porquería.

Tras un mes de no comer más que chow, comenzaron las protestas por la comida. Papá se lo tomó personal. Cuando alguien lo detenía en los pasillos para quejarse, él le ofrecía una sonrisa tensa y le decía cosas como: «Estamos haciendo todo lo que podemos con los recursos que tenemos» y «Sé que no es lo ideal, pero el chow nos mantiene vivos».

Por las noches, en nuestro compartimiento, era mucho menos amable.

—¡Es ridículo! —se quejaba con mamá—. ¿Qué esperaban?, ¿langosta Newberg?

Cuando Naya, Jens y yo hicimos Las diez mejores recetas con chow, y una de ellas era langosta Newberg, a papá no le dio risa. Pero a otras personas sí. A juzgar por las risas cuando lo proyectamos por primera vez, fue uno de nuestros videos más populares.

Sin embargo, dejamos de proyectarlo después de la primera revuelta por la comida. Fue algo aterrador. Once personas resultaron heridas y, durante la peor parte, tuvimos que atrincherarnos en nuestro compartimiento mientras los revoltosos golpeaban la puerta y pedían a gritos que mamá y papá salieran. Los de seguridad controlaron la situación, pero pasaron un par de semanas antes de que mamá me dejara volver a andar a solas por la estación. Y, aun después de eso, cada que salía de nuestro compartimiento sentía un nudo en el estómago, y así seguí durante el resto del tiempo que estuvimos en Marte.

La cosa se pudo haber puesto peor después de la revuelta, pero luego comenzaron los problemas con los procesadores de aire y la falta de oxígeno hizo que todos estuvieran demasiado cansados como para causar problemas.

—Lo hicieron a propósito —nos dijo Jens a Naya y a mí—. Mi papá dice que el CG bajó los niveles de oxígeno solo para controlar a la gente.

Yo tenía la seguridad de que eso no era cierto, pero sentía demasiado cansancio y hambre como para discutírselo.

Todos estábamos así (además de malolientes y desesperados) para cuando el CG nos apiñó en la cafetería para ver el ofrecimiento oficial del planeta Chum de refugiar a la raza humana. Llevaron la pantalla grande del centro recreativo y mi mamá se puso debajo de ella con la doctora Chang y el general Schiller para presentar el video.

Mamá comenzó a hablarnos de lo gentil y noble que era la población de Chum, que la in­vitación era un regalo maravilloso y que el Departamento de Diplomacia había hecho un gran trabajo al negociar con el gobierno de aquel planeta.

Luego, la doctora Chang nos pidió que encendiéramos las aplicaciones de traducción que el CG había instalado en nuestras pantallas la noche anterior.

—Deberían poder escuchar una traducción clara de los zhuris a través de sus audífonos —dijo—. Desafortunadamente, aunque nos dijeron que todos en el video están hablando el idioma zhuri, nuestro programa de traducción no puede comprender los acentos de los pueblos krik, ororo y nug. Para esas secciones preparamos subtítulos, así que les pedimos que se mantengan atentos a las pantallas. Y ahora… aquí va la invitación.

Mamá y los otros dos líderes se hicieron a un lado, y la pantalla se encendió. Mostraba a cuatro aliens, de aspectos muy distintos, en una toma abierta que nos permitía verlos de la cabeza a los pies.

Aunque ninguno tenía pies.

En cuanto aparecieron en pantalla los aliens, empezaron las expresiones de sorpresa entre el público. Algunas personas gritaron asustadas.

—¡Piedad! —exclamó una mujer detrás de mí.

Yo no grité ni hice ninguna expresión de miedo, pero sí sentí que perdía la fuerza en el cuerpo y una especie de martilleo en la cabeza.

Eran tan… alienígenas.

En el lado izquierdo de la pantalla había un ororo, un enorme malvavisco blanco y azul con ojos oscuros y expresión adormilada. Seguramente tenía piernas, pero su cuerpo era tan grande y sin forma que no se le veían. Al acercarse a la cámara junto con los demás, su carne tembló como un enorme tazón de gelatina.

Al centro de la pantalla, y como líder del grupo que conducía a los demás hacia la cámara, había un zhuri. Para entonces, yo ya había visto varias fotos de ellos, así que su cuerpo, que parecía hecho de palitos, sus enormes ojos compuestos, la boca tubular y las largas alas dobladas sobre su espalda no fueron una sorpresa para mí. Pero la manera graciosa y escalofriante en que caminaba con sus patas dobladas sí me pareció muy rara. Al verlo moverse no supe si reírme o gritar.

A la derecha, y mucho más abajo que los demás, pues tenía apenas la mitad de estatura, había un krik, un lobo peludo y verdoso con enormes músculos, ojos rojos y un hocico gigantesco con dobles hileras de dientes grises y afilados. Si no fuera tan bajito, se vería aterrador; aunque luego me pregunté si solo parecía de baja estatura porque los otros eran demasiado altos.

Al final había un nug. Era el más extraño de los cuatro. Una enorme criatura como gusano que se arrastraba en forma de L, con un agujero gigante en la parte de arriba de su cuerpo baboso. Era como la combinación de una berenjena, una babosa de mar y un bote de basura abierto.

Los cuatro avanzaron hasta quedar, según lo supuse, a unos metros de la cámara y se detuvieron. La boca tubular del zhuri vibró y comenzó a hablar con un chirrido agudo.

—Yeeeeyeeeeh…

Un instante después comenzó la traducción en mi audífono. La aplicación le dio al zhuri una voz que parecía la de un anciano amable. De alguna extraña manera, la voz era casi relajante; era mucho menos perturbador escuchar a un mosquito gigante hablar cuando sonaba como un abuelo bonachón.

—En nombre del Gobierno Unificado de Chum, saludamos a los humanos y les ofrecemos nuestras condolencias por la pérdida del planeta que fue su hogar. Las cuatro especies aquí reunidas, a principios de nuestro desarrollo, sufrimos distintos grados de violencia autoinfligida. Pero, tal como nosotros evolucionamos hasta dejar atrás dicha violencia, confiamos en que la especie humana también podrá hacerlo.

»Por lo tanto, les ofrecemos refugio para que puedan vivir y prosperar en nuestra sociedad multiespecie. Mientras mantengan la paz, aquí serán bienvenidos».

El cuerpo del zhuri se balanceó de arriba abajo sobre sus piernitas dobladas mientras se alejaba de la cámara. Luego, el pequeño y musculoso krik pasó al frente y abrió su boca llena de dientes.

—Gzzzrrrrgzzrrrkkkkkk…

Su voz era un gruñido fuerte y severo. La aplicación de traducción soltó un pitido en mi oreja. «Lenguaje desconocido detectado», dijo mientras el mensaje del krik aparecía en subtítulos en la gran pantalla:

Los kriks siempre hemos vivido en el planeta Chum. Nos gusta estar aquí.
Pueden venir si no lo empeoran.

El krik retrocedió y el enorme ororo se tambaleó hacia el frente con su cuerpo de malva­visco.

—Mrrrrummmmrrrrmmm…

La voz del ororo era tan profunda que, aun a través de las bocinas, prácticamente pude sentir la vibración en mi pecho mientras el traductor pitaba derrotado en mi oído:

A los ororos no nos molesta la idea de su llegada.

Me pareció una declaración algo extraña, pero no tuve tiempo de pensar mucho en eso, porque el nug ya se estaba arrastrando hacia el frente para dar su mensaje.

—¡Skrrriiiiriiiriiirii…!

La voz del nug era tan fuerte y chillona que ahogó el mensaje de «idioma desconocido» de mi traductor. La gente a mi alrededor se cubrió las orejas, e incluso los otros tres aliens en el video parecieron alejarse un poco del nug y pusieron cara de incomodidad mientras este nos daba su chillona bienvenida:

¡Hola! ¡Los nugs somos los inmigrantes más recientes del planeta Chum!

¡Nos emociona conocerlos!

¡Esperamos que quieran unirse a nues­­tra celebración! ¡Yiii-jaaa!

El último skriii-skriii fue tan fuerte que sentí como si me hubieran apuñalado los oídos con unos tenedores. Por fortuna, el nug dejó de hablar y volvió arrastrándose a su lugar después de eso.

El líder zhuri volvió al frente moviendo sus piernas de palito.

—Esperamos que acepten nuestra invitación. Su viaje a Chum será largo, pero aquí los espera un nuevo hogar y estamos ansiosos de conocerlos. Hasta entonces, les deseamos un buen viaje.

El video terminó y un silencio incómodo llenó el lugar mientras el general Schiller avanzaba hacia el frente de la habitación para dirigirse a nosotros. Mamá y la doctora Chang iban detrás de él.

—Creo que no hace falta decir —comentó el general— que esta es una situación muy inusual. Nos tomará tiempo adaptarnos, pero todos en el CG estamos de acuerdo en que, si queremos que la raza humana siga existiendo, el planeta Chum es nuestra mejor opción. Esperamos que ustedes piensen lo mismo.

Resultó que no todos querían irse a vivir con los aliens de aspecto extraño y chillidos ensordecedores.

Algunos querían esperar a que Novo se terraformara, aunque el CG les advirtió que aún no tenían información suficiente para saber si eso era posible siquiera. La doctora Chang sugirió que el grupo de Novo fuera primero a Chum. Estaba dos veces más cerca de Novo que Marte, por lo que sería mucho más fácil estudiar Novo y lanzar una expedición desde ahí. Pero el bando de Novo no quería saber nada de Chum. Al final, cuatrocientas personas decidieron quedarse en Marte y prepararse para ir directo a Novo.

Lo más sorprendente fue que casi novecientas personas votaron por volver a la Tierra. Todos los científicos estaban de acuerdo en que no sería posible volver a vivir ahí en cientos de años, pero los terristas se negaron a creerles.

Jens y su papá eran terristas.

—Ya verán —nos dijo Jens a Naya y a mí—, todo va a estar bien. Cuando estén viviendo con esos aliens raritos, van a desear estar en la Tierra con nosotros.

Yo tenía la certeza de que se equivocaba, pero no discutí. No habría servido de nada, a menos que pudiera convencer también al papá de Jens. Y mis papás ya me habían dicho que eso era imposible.

—La gente cree lo que quiere creer —dijo papá, encogiéndose de hombros.

Al final, lo único que Naya y yo pudimos hacer fue abrazar a Jens y decirle que nos mantendríamos en contacto.

—Eso sería muy raro —comentó—. Van a pasar los próximos veinte años en biosuspensión. Para cuando salgan de eso, voy a tener casi la edad de sus papás.

—Eso espero —dijo Naya.

—¿Qué quieres decir?

—Nada. —Y lo volvió a abrazar.

Yo también lo abracé.

—Te cuidas, ¿va?

—Ustedes también. Mándenme videos.

—Así lo haremos.

Luego nos fuimos Naya y yo con Ila, mis padres y otras mil dieciocho personas en la nave que nos conduciría al transporte que esperaba en órbita para llevarnos al planeta Chum. Las con­­­diciones de vida en el transporte eran peores que las de la estación de Marte: nadie tenía su propio compartimiento y todos dormíamos en las cápsulas de biosuspensión, que estaban juntas en un mismo cuarto gigante.

Por suerte, solo estuvimos dos días en el trans­­­porte antes de que entráramos en suspensión y despertáramos, a la mañana siguiente —o veinte años después, dependiendo de cómo lo veas—, en un sistema solar a noventa y seis billones de kilómetros, listos para empezar una nueva vida en Chum.

Pero había un problema. Durante los veinte años que estuvimos dormidos, los aliens cambiaron de opinión respecto a nosotros.