La energía

…y empezó «todas las cosas guardan un orden entre sí, y esto hace que el universo sea semejante a Dios…»

DANTE ALIGHIERI

El concepto de energía

He aquí un tema del que se ha hablado y escrito extensamente. Intentemos clarificarlo en la medida de lo posible.

Del mismo modo que las distintas civilizaciones, a lo largo de la historia de la humanidad, han producido y difundido credos diferentes, también han surgido y desaparecido auténticos cultos a la energía.

Un ejemplo de ello es el culto al fuego, que se halla presente en diversas culturas prehistóricas. El fuego es una fuente de energía, no sólo porque genera «energía calorífica», sino porque se obtiene una continua, enorme transformación energética de la materia y se libera muchísima energía: energía calorífica, precisamente.

Por consiguiente, se habla de energía desde los albores de la humanidad.

Los hindúes afirman, ya desde el 5000 a. de C., que en la esencia de toda forma de vida se halla latente una energía universal, a la que denominan prana o energía vital.

Desde el 3000 a. de C. los chinos llaman a esa energía, presente en toda la materia, ch’i. En el interior del ch’i existe una contraposición de fuerzas cuyos nombres son yin y yang, y que simbolizan lo femenino y lo masculino, lo negativo y lo positivo, la noche y el día; los cuales si se encuentran en armonía, generan el equilibrio perfecto.

Actualmente, todavía la medicina tradicional china, la acupuntura y muchas otras formas de medicina orientales estudian el estado de salud del ser humano y de la naturaleza en general precisamente basándose en el equilibro del yin y del yang.

En el 500 a. de C., Pitágoras se refiere a la energía vital presente en el ser humano en términos de una fuerza «luminosa» capaz de curar.

En el siglo XIII Paracelso describe la fuerza vital del individuo como una fuerza no sólo capaz de sanarlo sino también de favorecer su crecimiento espiritual.

A partir del siglo XVIII se asiste a un continuo auge de investigaciones y las experimentaciones, tanto partiendo de una base científica como empírica, acerca de la existencia en el hombre de una energía distinta a la «físico-corpórea» basada exclusivamente en la química.

Anton Mesmer descubre un fluido magnético que penetra tanto en los objetos como en los seres vivos, y que puede ser activo e interactivo con ellos, de lo que se deriva la hipnosis (mesmerismo) y el influjo a distancia.

El matemático Helmont parte de la hipótesis de que en el universo todo cuerpo se encuentra penetrado por un fluido universal hecho de espíritu vital puro.

El conde Von Reichenbach, un científico alemán, a lo largo de treinta años de estudios y experimentaciones descubre un campo energético presente en el universo al que llama «fuerza ódica». Dicho campo comparte muchas propiedades con el campo electromagnético, y está constituido por dos polaridades que se atraen y repelen entre sí al contrario de los polos magnéticos. Von Reichenbach demuestra que esta energía se halla presente en el cuerpo humano, cuya parte izquierda representa el polo negativo, y la parte derecha el positivo, exactamente como el yin y el yang de la cultura china.

Indudablemente, nuestro cuerpo funciona con la química, pero nosotros no estamos hechos sólo de química.

Numerosas religiones aseguran que poseemos un alma y los científicos sostienen que estamos dotados de un cuerpo energético además de físico.

En el siglo XX se produce una eclosión de investigaciones y descubrimientos con los se que llega a demostrar científicamente la existencia de una energía que va mucho más allá de los conceptos y de las teorías de la física de Newton (siglo XVII), que concibe el universo únicamente como un conglomerado de objetos físicos. Dicha teoría, estudiada sucesivamente por otros científicos, origina la mecánica newtoniana y el desarrollo mecanicista de Occidente, y siglos más tarde la física atómica, donde el átomo es considerado como el elemento base físico-material del universo.

Con el descubrimiento del electromagnetismo (siglo XIX), empiezan a surgir dudas, dado que los campos electromagnéticos no pueden explicarse ni medirse basándose en la física newtoniana. Existe algo distinto, algo más.

En el 1905, con la teoría de la relatividad, Albert Einstein da el golpe de gracia a la física newtoniana al afirmar que el espacio no es tridimensional y que el tiempo no es algo en sí mismo, sino que ambos interactúan constantemente y dan lugar a un continuum espacio-temporal de cuatro dimensiones.

A pesar de esto, en la conciencia colectiva ha permanecido un concepto muy newtoniano (materialista) del universo del que sin duda son responsables la física y parte de la medicina, que llevan un retraso de un gran número de años.

Las recientes investigaciones y descubrimientos que se están sucediendo en este siglo demuestran la existencia de partículas hasta ayer mismo desconocidas, por ejemplo los fotones.

En el campo energético humano, científicos, médicos e investigadores como W. Kilner, G. De La Warr, R. Drown, W. Reich, H. Burr, F. S. C. Northup, L. J. Ravitz, R. Becker, J. Pierrakos, B. A. Brennan, D. Frost, H. Motoyama, V. Injusin, V. Hunt, A. Puharich, Benveniste, R. Beck o J. Zimmerman han contribuido y están contribuyendo a eliminar los viejos conceptos mecanicistas y materialistas newtonianos y a permitir que la humanidad llegue a la frontera de la nueva era.

Si es verdad que existe una sola energía que mueve todo el universo, desde la partícula más infinitesimal a las grandes masas planetarias, quizá deberíamos cuestionar algunos viejos conceptos y aceptar otros:

 toda materia es energía;

 no existen únicamente energías clasificadas, por lo que es necesario aceptar la hipótesis de que existen otras;

 ignorar la existencia de algo no significa excluir a priori que esto pueda existir;

 como consecuencia lógica, se deben aceptar los resultados, si bien momentáneamente no pueden ser relacionados con ninguna ley científica, y no buscar a toda costa una explicación técnica para justificar lo que los provoca.

Si nos ponemos de acuerdo sobre estos cuatro puntos, pronto estaremos en disposición de abrir más nuestra mente y de extender nuestra sensibilidad hacia todo lo que nos rodea.

Somos conscientes de que el fuego quema, porque nos hemos abrasado. Sabemos que la energía de la gravedad existe, porque caemos hacia abajo y, finalmente conocemos otras energías que funcionan y que por lo tanto existen, aunque no podamos todavía medirlas científicamente para percibir sus resultados. Resultados que están a la vista de quien quiera ver y experimentar por sí mismo, y que se os mostrarán cada vez más nítidos a medida que vayáis leyendo este libro.

Las energías científicamente ignoradas

El Reiki puede definirse, precisamente, como una energía «científicamente ignorada». Y decimos «puede» porque, si nos fijamos bien, todavía no está reconocido como «método».

Gracias a los últimos descubrimientos y a las recientes teorías de la física cuántica, la mayoría de los físicos han reconocido que todo es energía, por lo que se admite la existencia de una energía universal que se presenta bajo diversos aspectos.

Por tanto, en cierto modo, hablar del Reiki como de una energía «científicamente ignorada» resulta casi un contrasentido. Sería más correcto decir «humanamente ignorada».

En efecto, no se puede olvidar que son pocos los que están al corriente de los recientes hallazgos de la física, y no nos estamos refiriendo únicamente al hombre de la calle, sino a personas de nivel cultural elevado e incluso a científicos que se dedican a campos ajenos al de la física pura.

De esto se desprende que las energías ignoradas son más «humanamente» que «científicamente» ignoradas.

Por otro lado, ignorado deriva de «ignorar», de «no conocer», y la divulgación de los descubrimientos científicos se encuentra a menudo sólo al alcance de unos pocos especialistas (debido más a la dificultad objetiva de explicarlos que a una voluntad explícita) y, las raras veces en que se da lo contrario, pasa desapercibido por la mayoría, ya sea por desinterés, ya sea por mala información.

Todos nos damos cuenta de lo injusto de esta situación, por lo que sólo podemos esperar que cambie lo antes posible gracias a la fuerza de un nuevo y extendido deseo de ampliar nuestros conocimientos. Deseo al que, sin embargo, debe corresponder un correcto esfuerzo de información que esté al alcance de todos.

Las energías sutiles

Por convención, para podernos entender mejor, decimos que las energías «sutiles» son todas aquellas energías que no logramos percibir claramente con nuestros sentidos comunes o materiales: vista, olfato, tacto, oído y gusto.

Estas energías pueden ser percibidas por el ser humano, pero se trata de percepciones que se dan en el área de las sensaciones o del «sentir», es decir, en el área comúnmente denominada de las percepciones extrasensoriales.

Que nuestros sentidos materiales no estén lo suficientemente desarrollados para constituir un necesario punto de referencia (y de partida) para percepciones más sutiles aunque tan reales como las demás, no significa que estas no sean susceptibles de ser constatadas o que no existan.

De hecho, sólo mediante una práctica asidua y continuada y un control constante es posible utilizar nuestros sentidos (por otro lado los únicos de que disponemos) como punto de partida hacia un sentir más profundo.

Estas energías han sido en distintas ocasiones, y por parte de distintas personas, medidas con instrumentos científicos, hecho que en gran medida y sorprendentemente, ha sido mejor aceptado por el mundo científico que por el entorno médico.

Citaremos, por ejemplo, lo que ha sido confirmado y reconocido por la Academia de las Ciencias de Moscú ya desde hace muchos años, es decir, el descubrimiento de que los seres vivos emiten vibraciones comprendidas entre los 300 y los 2.000 nanómetros. A dicha emisión se le ha dado el nombre de «bioplasma».

También se ha descubierto a través de métodos empíricos que los individuos capaces de transmitir esta energía poseen un campo bioplasmático mayor que el de los demás.

Naturalmente, en el curso de los años, las investigaciones han continuado en todo el mundo, y se ha llegado a construir aparatos, que hoy en día se encuentran normalmente a la venta, para medir la cantidad de emisión de bioplasma que posee cualquier persona.

Si, no obstante todo esto, todavía tuviéramos que convencernos de la existencia de energías que no logramos percibir con nuestros sentidos comunes, bastaría con pensar en la energía magnética: todos sabemos lo que es un imán y hemos visto el efecto de atracción que ejerce sobre un trozo de hierro. Por consiguiente, la energía magnética no la podemos percibir a no ser que veamos su efecto o resultado, ¡y no por esto decimos que no existe!

Por otra parte, ¿cuántas veces, al entrar en una sala en la que hay otras personas, y sin ningún motivo racional aparente, nos hemos sentido irritados, incómodos, con una sensación de opresión o, por el contrario, a gusto, felices y contentos?

¿Cuántas veces, al encontrarnos frente a una persona por primera vez, hemos sentido, instintivamente, sin ningún motivo racional aparente, reacciones de simpatía, antipatía, rechazo, incluso peligro, o bien de aceptación sin condiciones?

¿Y cuántas veces nuestra primera e instintiva reacción se ha revelado exacta, más allá de las consideraciones racionales establecidas a posteriori?

¿Alguna vez nos hemos preguntado el porqué?

Incluso un conocido dicho popular sostiene que «la primera impresión es la que cuenta».

La única explicación posible es que hemos «sentido», es decir, que hemos percibido de una manera extrasensorial algo que ha puesto en funcionamiento en nosotros un mecanismo emotivo, más allá de la razón.

Y si nos hemos dado cuenta de ello, si bien de un modo no visible y no completamente racional, significa que hemos percibido una emoción, un sentimiento, o «algo» igualmente difícil de ser definido, emitido por una o más personas.

Esta experiencia, común a casi todos nosotros, sólo puede significar que emitimos «algo» que a su vez puede ser percibido.

Lo que nosotros emitimos y captamos es, por consiguiente, energía y, al no ser dicha energía físicamente perceptible, se le llama comúnmente «energía sutil» para, en efecto, distinguirla de las formas de energía (por ejemplo la energía eléctrica) que nos resultan más familiares.