Algunos rasgos de la figura de Joseph Ratzinger nos ayudarán a escucharlo mientras habla sobre la meditación. Me limito a unos cuantas líneas de su perfil personal. Él encarna a uno de los grandes protagonistas de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. Merece, sin lugar a dudas un retrato detallado y en perspectiva. Una especie de radiografía que ponga a la vista las profundidades de su ser proyectadas en una misión para el bien de la humanidad.
Con toda sencillez, quizá con ingenuidad, tomo el lápiz para esbozar solo algunas líneas de su vida excepcional. Joseph nace y crece en Baviera, la región más rica de Alemania, después de la del norte con ciudades como Berlín y Hamburgo.
Una comarca hermosamente vestida de colinas verdes, adornada de montañas rocosas y de blancos picos que perforan el infinito azul del cielo. Poco después de su elección como Papa, en septiembre de 2006, a punto de viajar a su tierra natal, declara: “Amo la belleza de nuestra tierra, donde con gusto realizo largas caminatas. Soy un patriota bávaro, amo en modo especial la Baviera, nuestra historia y naturalmente el arte”.
Las primeras noticias sobre la Baviera datan del siglo VI. Por entonces se halla bajo el gobierno de una familia procedente de la región de Franconia. Posteriormente es incorporada al imperio de Carlo Magno y sus sucesores. Recupera su autonomía en el siglo X, cuando los carolingios tuvieron que abandonar la región oriental de su imperio.
Después de casi dos siglos, el año 1180, Federico Barbarroja otorga el ducado a Otón de Wittelsbach. La familia de este ha gobernado la Baviera hasta la noche del 7 de noviembre de 1918.1
Sus padres son dos figuras que, por distintas razones, parecen personajes de una novela. Su papá tiene el mismo nombre, Joseph Ratzinger. Nace en Rickering, el año 1877. El segundo de once hijos. Viene al mundo después de una niña. Se convierte así en el primer varón. Le corresponde ayudar a su padre en los trabajos de agricultura y cuidado de vacas y ovejas de la pequeña hacienda familiar.
En 1897 es llamado al servicio militar en Passau. Cuando vuelve a casa en 1903, la hacienda está ya en manos de un hermano suyo. Tiene que buscar una profesión. Elige la de policía. Experimenta, como es de imaginar, frecuentes traslados.
En aquellos días, al inicio del siglo XX, Baviera era un lugar atractivo en el escenario europeo. Por esto se trasladan a Mónaco, Vasilij Kandinskij desde Moscú, Paul Klee desde Zurich y Rainer María Rilke desde Praga.
Joseph Ratzinger no ha tenido tiempo para pensar en la creación de una familia. Durante la Primera Guerra Mundial, las fuerzas de la policía fueron concentradas en Ingolstadt. Allí estaban establecidas distintas industrias y se temían agitaciones por parte de los obreros.
Los años posteriores a la derrota de Alemania y Austria están marcados por revueltas y agitaciones. Ya en 1918, antes de terminar la guerra, surge en Baviera la revolución que da lugar a la llamada República de los Consejos.
Por aquellos días, Joseph Ratzinger decide formar una familia. Con sus 43 años de edad carece de experiencia en el trato social con mujeres. Su mejor opción en tales condiciones fue la de poner un anuncio en el Liebfrauenbotte, periódico católico de Altötting: “Empleado estatal, célibe, católico, de cuarenta y tres años… busca para matrimonio, lo más pronto posible, excelente muchacha católica”.
El primer anuncio permaneció sin respuesta. Al segundo responde una mujer llamada María Rieger. Nacida el año 1884, en Rimsting, en la rivera del lago Chiem, “el mar de Baviera”. Su vida también conoce varios desplazamientos, como los de Joseph, su futuro esposo.
Su padre Isidoro Rieger y su madre María Peintner tenían una pequeña panadería. Este negocio, al venir más hijos al mundo, resultaba insuficiente para mantener a la familia. María, la primera de siete hermanos, ayudaba a su madre en el cuidado de estos. Ya adolescente siguió un curso de cocinera. Se fue a Salzburgo a trabajar para un director de orquesta. En este contexto aprovechó para cultivar sus dotes para el canto.
Su trabajo, sin embargo, no duró mucho. El músico austríaco no podía pagarle. Así que no le queda otra que pasar de uno a otro empleo. Hasta que entró en el hotel Neuwittelsbach de Múnich, donde necesitaban una cocinera con habilidad para la pastelería.
En 1912 muere su padre. Con semejante pérdida, María siente todavía mayor la responsabilidad de colaborar en la educación de sus hermanos. La menor, Clothilde, tiene solo doce años.
En 1920, cuando lee el anuncio de Joseph, tiene ya treinta y seis años. Seguramente se acerca al párroco para pedir su parecer. Este la anima y ella acepta iniciar un noviazgo con el policía. Pocos meses después, el 20 de octubre de 1920, él pide oficialmente la mano de María.
Las nupcias son celebradas el 9 de noviembre de 1920, en Pleiskirchen. Nacen aquí los dos primeros hijos, María en 1921 y Georg en 1924. Luego se mudan a Marktl am Inn, al sureste de Alemania, en la Alta Baviera, hacia el este de Múnich.
Joseph Aloysius Ratzinger nace allí, el 16 de abril de 1927. “En familia se recordaba con frecuencia que el día de mi nacimiento era el último de la Semana Santa y en la vigilia de la Pascua. Tanto más que fui bautizado a la mañana siguiente de mi nacimiento, con el agua apenas bendecida en la «noche pascual», que entonces era celebrada en la mañana [del Sábado]: ser el primer bautizado con el agua nueva era una importante señal premonitoria” –escribe Joseph.2 Nace en una época de gran efervescencia social y política en toda Alemania y, en especial, en Baviera.
Algunos historiadores señalan determinados factores que permitieron el desarrollo del Nacional Socialismo, capitaneado por Adolph Hitler. Ante todo, la derrota en la Gran Guerra (1914-1918), las duras condiciones impuestas por los vencedores en el Tratado de Versalles (1919), la crisis de hiperinflación de 1923 y la crisis económica de Wall Street de 1929.
Cuando Joseph tiene solo dos años de edad, la familia deja Marktl, y se traslada a una pequeña ciudad en la frontera con Austria y al lado del río Salzach, que antes atraviesa Salzburgo. “Tittmoning –escribe en su autobiografía–, con su arquitectura marcadamente salzburguiana, ha permanecido como el pueblo de mi infancia. Todavía veo la plaza de la ciudad con su majestuosa grandeza, con sus dos nobles fuentes…”.3
Enseguida añade que “detrás de las bellas fachadas se escondía muchísima pobreza silenciosa. La crisis económica había golpeado muy seriamente nuestra pequeña ciudad de frontera, olvidada del progreso”.
Por entonces Hitler intenta ser elegido como presidente del Reich. Su derrota no impide la avanzada de los nazistas. En las reuniones públicas, estos provocaban violencia y el padre de Joseph tiene que intervenir para poner orden. Pronto su situación se vuelve peligrosa. La familia tiene que emigrar, una vez más, a otro lugar.
A fines de diciembre de 1932, poco antes de Navidad, se trasladan a Aschau, un pueblo de campesinos, con sus establos de bello terminado. A la familia Ratzinger es asignado el segundo piso de una villa, dotado de terraza, jardín y prado. Cierto, nada que ver con la bella ciudad de Tittmonig.
Pero allí también hay ya nazistas declarados. Acaba de ser introducida la Hitlerjugend –Juventud Hitleriana– y la Bund deutscher Mädchen –Liga de las muchachas alemanas.
El nacional socialismo –cuenta Joseph– solo poco a poco logró penetrar en las aldeas y pueblitos. “Al principio, tal como se acostumbraba en Baviera, el maestro continuó siendo el organista y maestro de coro de la iglesia, y siguió dando clases de Biblia, mientras que el párroco se ocupaba del catecismo. De pronto parecía que este estado de cosas estaba garantizado por el Concordato celebrado con el Vaticano. En pocas semanas, sin embargo, quedó claro que para los nuevos patrones la fidelidad a los pactos no contaba en absoluto. Se desencadenó la batalla contra las escuelas confesionales… el fundamento espiritual de estas debía ser, no la fe cristiana, sino la ideología del Führer”.4
Por aquellos días, los jóvenes hitlerianos luchan por sustituir las fiestas cristianas con el culto a la naturaleza propio de la religión germánica. Joseph sigue los pasos de su hermano Georg y, en 1935, se va a estudiar al liceo de Traunstein, hospedándose en el internado del arzobispado. Su hermana se trasladó al monasterio de las Hermanas Franciscanas para seguir sus estudios.
El padre de Joseph, debido al pesado trabajo, incluso de noche, y, sobre todo, a causa de la situación política, enferma y pide un permiso. Espera cumplir los 60 años para jubilarse. Esto sucede en 1937, y se van a vivir a Traunstein. En las afueras de esta ciudad ha podido comprar una casa típica de los Alpes. Bajo el mismo techo se halla integrado el establo para las vacas. Joseph recuerda que al abrir la ventana puede ver las montañas circundantes.
En el bachillerato de Traunstein todavía no penetra el nacional socialismo. Ninguno de los maestros de mayor edad se adhiere al partido. Siguen enseñando griego y latín. Por este motivo, poco después de entrar Joseph, quitan de su puesto al director.
Un año después llega una reforma educativa. El griego y el latín desaparecen y entra el inglés y otras lenguas modernas. Se insiste en las ciencias naturales. Y la enseñanza de la religión desaparecerá en tres años más.
Al inicio de 1938, “no podíamos no darnos cuenta de los movimientos de las tropas. Se hablaba de una guerra contra Austria. Finalmente, fue anunciada la avanzada de Wehrmacht y la anexión de Austria al Reich alemán, que desde ese momento se llamará «la Gran Alemania»”.5
En la Pascua de 1939, por insistencia del párroco, Joseph entra en el seminario. Puede hacerlo porque su hermana apoya económicamente a la familia. Tras haber cumplido el servicio agrario, obligatorio para las chicas, ella ha encontrado trabajo en una tienda de Traunstein.
Vivir en el seminario, cuenta el mismo Joseph, era difícil. “En casa había vivido y estudiado en gran libertad. Encontrarme ahora en una sala de estudio con sesenta muchachos, era una tortura para mí. Me parecía imposible ponerme a estudiar, a pesar de haberme siempre resultado fácil”.
Mientras tanto aumenta la violencia del Tercer Reich. En ese año 1939 los nazis ocupan Checoslovaquia. Y el 1 de septiembre, tras la campaña contra Polonia, estalla la guerra. El internado del arzobispado donde viven Georg y Joseph es convertido en hospital. Así que, desde su casa, tienen que ir caminando a las clases en el seminario.
“Al inicio la guerra parecía casi irreal. Luego que Hitler aplastó brutalmente a Polonia en colaboración con la Unión Soviética de Stalin, la situación parecía más tranquila” –escribe Joseph. En 1940 Hitler ve sus mayores triunfos: ocupación de Dinamarca y Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia. “Hubert Jedin, el gran historiador de los concilios, más tarde mi colega de enseñanza en Bonn, a causa de sus orígenes hebreos, tiene que dejar Alemania y pasar los años del poder hitleriano en exilio involuntario, allí en el Vaticano”.6
Cuenta el mismo Joseph que nunca olvidará el domingo soleado cuando supieron que Alemania y sus aliados estaban por atacar la Unión Soviética. Con este hecho se apagaban las esperanzas de que la guerra terminara. Crecía la amenaza de ser enrolados los seminaristas en el ejército hitleriano.
Su hermano Georg, tres años mayor, tenía ya 17 años. Fue enrolado en “el servicio obrero” en el verano de 1942. En el otoño, ya como soldado es enviado a Francia, Holanda y Checoslovaquia. En 1944 se le traslada al frente italiano. Regresa herido. Apenas se repone se le envía de nuevo al frente italiano. Y le pierden la pista durante los últimos meses de la guerra.
Ya en 1943, por la falta creciente de personal militar, los dirigentes del Tercer Reich inventaron que los estudiantes internos, ya fuera de casa, ayudaran a las baterías antiaéreas. Joseph y sus compañeros seminaristas fueron trasladados a Múnich. Vivían en el cuartel como soldados ordinarios, y vestían uniforme. Debían colaborar en la defensa de cara a ataques aéreos. Con la diferencia que a ellos era consentido ir tres veces por semana a las clases del famoso liceo, Maximilian Gymnasium.
Al mismo tiempo, todos los estudiantes tenían asignada la zona de Lodwigsfeld, en el noreste de Múnich, para proteger la sucursal de la BMW, donde eran fabricados los motores para aviones. En el verano iniciaron los grandes ataques contra esta ciudad. En el primero tuvieron un muerto y varios heridos.
El 10 de septiembre de 1944, Joseph fue licenciado del servicio antiaéreo, porque iba a cumplir los 17 años. Al llegar a su casa encontró la orden de enrolarse al ejército. El 20 de septiembre emprende un viaje larguísimo a Burgenland. Él y varios de sus compañeros de Traunstein fueron asignados al territorio donde Alemania confina con Hungría y Checoslovaquia. No usaban las armas, sino que realizaban “el servicio laboral”.
Cuenta Joseph que sus jefes pertenecían a la llamada Legión Austríaca, “nazistas de primera hora… personas fanáticamente ideologizadas, que nos tiranizaban con violencia”.7
En octubre, con la rendición de Hungría frente a los rusos, Joseph y sus compañeros trabajaban en la construcción de trincheras, barreras, defensas. Y ya en noviembre les entregaron ropa de civiles para que volvieran a casa. Un viaje lleno de paradas por el chillido de las alarmas aéreas. Al pasar por Viena, advierte que ahora ya ha sido bombardeada, lo mismo que Salzburgo. Y al llegar a Traunstein tiene que saltar del tren: no para en la estación a causa de los ataques aéreos.
“Las montañas resplandecían luminosas bajo el sol de la tarde: raramente he sentido tan fuertemente la belleza de mi tierra, como en este regreso a casa desde un mundo deformado por la ideología y el odio”.8
Al llegar a casa, Joseph se sorprende de que no esté en la mesa la orden de tomar las armas. Después de tres semanas la recibe y se traslada a Múnich. Por fortuna, su jefe militar mostraba “una actitud claramente muy contraria a la guerra y al sistema hitleriano… me destinó a un cuartel de infantería en Traunstein”. Y aunque allí el comandante era un nazista convencido, los instructores, que habían vivido los horrores de la guerra, se comportaban comprensivos.
“Extrañamente, no fuimos destinados al frente, cada vez más cercano”, comenta Joseph. Se les ordenaba salir por las calles de Traunstein, marchando y cantando canciones de guerra. “Tal vez para mostrar a la población civil que el Führer aún disponía de soldados jóvenes y recién adiestrados”.
La muerte de Hitler suscitó la esperanza de un fin inminente. Sin embargo, los americanos procedían con lentitud y el día de la liberación no llegaba. “A fines de abril o principios de mayo –no recuerdo con precisión– decidí irme a casa. Sabía que los soldados que circundaban la ciudad tenían orden de fusilar al instante a los desertores”.
Por esto procura salir de la ciudad por una carretera vecinal. Los guardias lo detienen. “Por fortuna, eran de aquellos que no podían más con la guerra y no querían transformarse en asesinos. Obviamente tenían que inventar una excusa para dejarme pasar. Tenía el brazo vendado y atado al cuello por una herida. Entonces me dijeron: «Camarada, estás herido. Pasa adelante». De esta manera conseguí llegar a casa incólume”.9
El inicial alivio de estar en el hogar, pronto es interrumpido. Llega a hospedarse un oficial de las fuerzas aéreas hitlerianas. Cuenta Joseph que este simpático berlinés creía todavía que el Reich alemán vencería finalmente. Su padre tuvo que sudar para convencerlo de lo contrario.
En los siguientes días llegan dos miembros del Servicio Secreto. Conscientes de que Joseph está en edad del servicio militar, empiezan a interrogarlo. El peligro de que pueden ajusticiarlo a disparos aumenta: su padre no deja de desahogar su rabia contra Hitler. Lo cual, hasta entonces, equivalía a una sentencia de muerte. “Pero, parecía de veras que un ángel particular velara sobre nosotros. Los dos se marcharon al día siguiente sin procurarnos mal alguno”.
Por fin los americanos llegan a la ciudad. Escogen la casa de los Ratzinger como cuartel general, a pesar de su simplicidad e incomodidades. Para los americanos no hay diferencia entre los nazis y sus opositores. Para ellos todo alemán es nazi. Así que obligan a Joseph a vestir su uniforme y a levantar las manos, considerándolo prisionero de guerra. “Sobre todo mi madre sufrió profundamente”. Pero ella y su padre le procuraron algunas cosas útiles, en especial, un lápiz y un cuaderno. Aquí anotará Joseph sus reflexiones de prisionero.
Durante tres días van marchando por la autopista vacía en dirección de Aibling. Aumentan cada día los prisioneros. Dice Joseph que los americanos hacían fotos de los más jóvenes y de los más viejos para llevarse a casa, seguramente, “un recuerdo del ejército vencido y de las fachas desastrosas de los soldados”.
Llegan a ser más de 50.000 prisioneros. Los americanos no saben cómo acomodarlos. Los tienen al descampado en el improvisado campo de concentración. Su comida es un plato de sopa y un pan al día. Mientras hace buen tiempo todo va bien. Cuando llueve solo les resta amontonarse en grupos para protegerse un poco.
Pasados dos meses, el 19 de junio, Joseph tiene que pasar por diversos controles. “Hasta que ebrio de alegría tuve entre mis manos la hoja de libertad, con la que el final de la guerra se volvía una realidad para mí”.
Los camiones americanos lo dejan junto con otros jóvenes en el norte de Baviera. Tienen que caminar 120 kilómetros. Llega a casa el viernes del Sagrado Corazón. Su padre, al verlo vivo, no cabe de alegría. Poco después se quedan mudas de sorpresa su madre y su hermana, que regresan de misa. Aquella prepara la cena con hortalizas cultivadas en el huerto. Joseph dice que le supo a gloria. Cierto, faltaba su hermano Georg. No sabían si estaba vivo.
Después de unas semanas de gustar y disfrutar la libertad, libertad de la dictadura nazista y del campo de concentración americano, tanto Joseph como su hermano regresan al seminario de Freising (“Frisinga”, en español). Estaba destruido y sin libros. Unos 120 seminaristas de todas las edades. Desde más de cuarenta hasta los 18 de Joseph.
Sí, así es: junto con su hermano Georg, vuelve al seminario. Este, en efecto, es un sobreviviente de la guerra. De manera inesperada, ha regresado a casa “en un caluroso día de julio”, de 1945.
Los seminaristas eran casi 120. La mitad de ellos, los que tenían más años, habiendo sido soldados durante toda la guerra, veían a los más jóvenes como niños inmaduros. Pero todos compartían el mismo ideal de seguir a Cristo y servir a los hermanos. “Ninguno dudaba que la Iglesia era el lugar de nuestras esperanzas. A pesar de las debilidades humanas, ella había sido el polo de oposición a la destructiva ideología de la dictadura nazista, ella había permanecido de pie en el infierno”, escribe el propio Joseph.10
Formación filosófica (1945-1947). Apenas llegado al seminario, recibe del prefecto de estudios, Alfred Läpple, un librito que él mismo había escrito durante la guerra, Teología como crisis y aventura del teólogo. Así, desde los primeros días, Joseph es animado a buscar nuevos horizontes para la teología. Y, según cuenta él mismo, dos obras influyeron en su formación filosófica, Los fundamentos filosóficos de la moral católica y Der Umbruch des Denkens (“Cambio de rumbo del pensamiento”) de Theodor Steinbüchel, futuro rector de la Universidad de Tubinga, desde 1946 hasta su muerte en 1949.
El segundo libro de este autor abre la perspectiva del diálogo Yo – Tú, como punto de partida para la reflexión filosófica. Dos autores, en concreto, iluminan este horizonte, el austríaco católico, Ferdinand Ebner y el místico y filósofo judío, Martín Buber. También hay que añadir la figura señera del cardenal John Henry Newman.
Formación teológica (1947-1951). Al concluir el bienio de filosofía, los seminaristas encaraban una doble opción para estudiar la teología. La primera consistía en seguir los estudios de teología en el mismo seminario de Freising, para dedicarse preferentemente al trabajo directo con las personas y grupos de una parroquia.
La otra opción era el estudio académico de la teología en la Universidad de Múnich. Como es de suponer, Joseph optó por esta vía. Escribió al cardenal von Faulhaber pidiendo la autorización. De inmediato se la concedió.
Desde los primeros meses de estudio, gracias a sus profesores de Biblia, Joseph aprende a hacer teología a partir de la Palabra de Dios. Enseñan teología, Michael Schmaus y Gottlieb Söhngen. De este último dirá, “cuestionaba todo en modo radical al mismo tiempo que era un creyente radical”.11
Después de tres años de estudios teológicos sostiene y supera el examen final. En vista del éxito obtenido, el profesor Söhngen le propone que al año siguiente inicie su tesis de doctorado.
En una entrevista con el periodista Peter Seewald, Ratzinger cuenta que allí en la Universidad los seminaristas tenían trato diario y codo con codo con chicas estudiantes. Tuvo que plantearse seriamente, en medio de las nubes de una crisis, si estaba dispuesto a aceptar el celibato.
Esas nubes eran grises sobre todo por otra cuestión, ¿se ordenaría sacerdote solo por amor al estudio de la teología? Tuvo que ir al fondo de sus motivaciones y revisarlas honestamente.
Como es obvio, eligió vivir el celibato renunciando a una mujer y a los hijos, por amor a la Iglesia y a Jesucristo. Así, al mismo tiempo, superó el otro aspecto de su crisis: sería sacerdote para entregarse a Cristo y a la Iglesia, mediante el servicio al pueblo de Dios.
El 29 de junio de 1951, junto con su hermano Georg y otros 42 diáconos, fue ordenado sacerdote, en la catedral de Freising. Allí estaban en primera fila su padre y su madre, su hermana y amigos.
Poco después se traslada a la parroquia de la Preciosa Sangre de Bogenhausen. Allí le corresponde trabajar pastoralmente con el pueblo: celebrar la misa, confesar, acompañar a los dolientes…
En ese lugar se encuentra el museo de Villa Stuck, dedicado al artista Franz von Stuck, maestro de Paul Klee y de Giorgio de Chirico. Se eleva allí también el monumento a Richard Wagner, el teatro Prinzregententheater y la villa de Thomas Mann.
Ratzinger se siente impactado por el sacerdote que, como él, había sido vicario en esa misma parroquia, Hermann Joseph Wehrle.
El padre Wehrle, en una conversación de tipo pastoral, había dicho al barón y mayor Ludwig von Leonrod que el conocimiento de un tiranicidio en preparación no era un pecado. Y que tampoco tenía obligación, en conciencia, de ir a denunciarlo.
El barón, arrestado después del fallido atentado contra Hitler, el 20 de julio de 1944, confiesa, bajo tortura, su diálogo con el sacerdote. Como consecuencia, ordenan el arresto también de este. Enseguida se le condena a muerte. El día de su ejecución, a manos de la Gestapo, 14 de septiembre de 1944, lleva en un bolsillo un billete en el que ha escrito estas palabras: “Me acaban de condenar a muerte. Qué hermoso día: hoy elevación de la cruz”.12
Allí en la parroquia, Joseph advierte que muchos de los jóvenes participan en la misa y en otras prácticas litúrgicas, pero su estilo de vida y su modo de pensar no son cristianos de verdad. Y escribe un artículo que sacude las conciencias, Los nuevos paganos y la Iglesia.
Prosigue su labor pastoral en Bogenhausen. Al año siguiente, en el verano de 1952, es llamado por el cardenal von Faulhaber a Freising como profesor de teología. Ciertamente, aparece como el más joven del cuerpo docente. Pero más que su apariencia juvenil, lo que sorprende en sus lecciones es el lenguaje “fascinante y completamente nuevo”, dice Elmar Gruber, uno de sus alumnos.
Al mismo tiempo que daba clases, sigue confesando y celebrando la misa para el pueblo, en la catedral. También lleva adelante su trabajo de investigación para el doctorado. El tema de su tesis, en sintonía con las inquietudes del momento histórico: Pueblo y casa de Dios en la enseñanza de san Agustín sobre la Iglesia.
Además de esa tesis escrita, debe ser examinado en ocho materias diferentes. “Cada vez con un coloquio de una hora y un examen escrito. Y todo esto era coronado con una discusión pública, para la que se debían preparar algunas tesis sacadas de todas las disciplinas teológicas. Fue una grande alegría, sobre todo para mi padre y mi madre, cuando ese acto entró en escena en julio de 1953 y me gané el título de doctor en teología”.13
Obtenido el grado de doctor, Ratzinger considera la posibilidad de enseñar teología en alguna de las universidades del Estado. Un desafío mucho mayor que el de dar clases en la Escuela de altos estudios de Freising.
Mientras tanto, muere un profesor emérito. Deja vacío su apartamento cercano a la catedral y a la Escuela. Joseph tiene derecho a recibirlo y, en efecto, las autoridades académicas se lo otorgan. Es tan amplio que puede llevarse a sus padres ancianos a vivir con él.14
Enseñar en una universidad de Estado en Alemania representa una empresa ardua. Joseph, en concreto, para ser habilitado como docente, debe realizar una investigación teológica. Pero no basta con escribirla. Debe ser aprobada por el Consejo de la Facultad, y defendida luego en una discusión pública.
El profesor Schmaus pone muchas objeciones a la investigación de Ratzinger para su acreditación como profesor. Se trata de un estudio sobre san Buenaventura. Y aunque Joseph cree que refleja el pensamiento de este santo con fidelidad, su profesor piensa que en el estudio hay ideas cercanas al modernismo y al subjetivismo.
El Consejo de Facultad está a punto de rechazar el trabajo de Joseph. Por fortuna Schmaus no lo reprueba en modo definitivo. Escribe en cada página numerosas correcciones. Y aunque estas implicarían años de trabajo, deja abierta la posibilidad de que sea acreditado.
Ratzinger, en lugar de emprender ese trabajo, casi imposible por razones de tiempo, opta por una estrategia inteligente. Se da cuenta de que en la tercera parte de su investigación Schmaus no hace corrección alguna. Son doscientas páginas. Refina y alarga su contenido. Presenta esta nueva versión. En ella demuestra sus competencias para la investigación científica. De hecho, es aprobada. Se lo notifican el 11 de febrero de 1957. Sin embargo, todavía le falta la discusión pública de su trabajo. Podrían reprobarlo.
El 21 de febrero encara la hora de la prueba. Escribe él mismo que “se sentía una extraña tensión casi física”. El aula está llena a reventar. Apenas acaba de presentar su investigación, los examinadores –relator y co-relator– emprenden una apasionada disputa entre ellos dos. Luego, al retirarse el Consejo para deliberar si aprobaban a Ratzinger, se tardan eternidades. Los asistentes se van yendo. Solo quedan en el aula Joseph y su hermano Georg. En modo informal se le informa que ha superado el examen y ha sido habilitado.
El 1º de enero de 1958 es asumido por la Universidad de Múnich como profesor. Luego, lo inesperado: en el verano de este mismo año es invitado a tomar la cátedra de teología de la Universidad de Bonn. Se trata de una bella oportunidad.
Solo que el verano de ese mismo año, estando en casa de vacaciones, le aguarda una pena profunda Un buen día, su padre se siente mal. Se repone sin que nadie advierta que ha tenido un ataque apoplético. El 23 de agosto, le viene otro. Por desgracia se presenta en forma masiva. Tras dos días de agonía, acompañado por su mujer, su hija y sus dos hijos, deja este mundo para siempre.
Al volver a Bonn –escribe Joseph– “sentía mi mundo un poco vacío, y que un pedazo de mí y de mi casa se habían ido al otro mundo”.
En esa ciudad, 15 de abril de 1959, empieza a dar clases como profesor ordinario de teología fundamental.
El Papa Juan XIII ha sido elegido el 28 de octubre de 1958. Tres meses más tarde, el 25 de enero de 1959, convoca a los Obispos de todo el mundo para celebrar un Concilio. Tras cuidadosos preparativos, da inicio al Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.
Joseph Ratzinger participa en la elaboración de los Documentos preparatorios. A partir de ellos, los obispos de todo el mundo darán forma a lo que hoy conocemos como Documentos del Concilio Vaticano II.
Escuchando las voces que desde entonces resuenan en la Iglesia y en el mundo, el influjo de Ratzinger en el Concilio pasa casi inadvertido. Se escuchan los nombres de otros teólogos de fama internacional, tales como Karl Rahner, Yves Congar, Edward Schillebeeckx, etcétera. Pero no se menciona apenas al joven teólogo de la Universidad de Bonn y luego de la de Münster.
En realidad, con solo leer su autobiografía, aparece de inmediato el influjo determinante que ha tenido en dos Documentos fundamentales: el de la liturgia y, sobre todo, en el de la revelación de Dios. A esta, precisamente, e inspirado en san Buenaventura, se refiere el trabajo de acreditación como docente que Schmaus ha reprobado. Y, sin embargo, palpita con claridad meridiana en el Documento conciliar correspondiente.
La conclusión del Concilio fue celebrada con toda solemnidad en la Plaza de San Pedro, el 8 de diciembre de 1965. Cuando Joseph regresa a Alemania, cuenta él mismo, estaba preocupado por las versiones menos ortodoxas de la reforma de la Iglesia.
En 1966 acepta transferirse a la Universidad de Tubinga. Inicia a enseñar en el verano. Su salud se halla quebrantada por las grandes fatigas del trabajo conciliar. Pronto es testigo de la penetración del marxismo en el pensamiento teológico de la Universidad. Allí mismo da clases el filósofo marxista, Ernest Bloch. Y en la Facultad evangélica de teología, enseña Jürgen Moltmann, “que en su fascinante libro Teología de la esperanza, repensaba completamente la teología a partir de Bloch”.15
Se crean tensiones doctrinales en la Universidad. Joseph decide alejarse, a pesar de ser el decano de la facultad de teología, y de contar con un ambiente favorable para la investigación teológica. Simplemente acepta la insistente invitación a tomar la cátedra de teología en la Universidad de Ratisbona.
Pronto es elegido como decano de la facultad de teología. Consigue construir una casita con jardín. Su hermana viene a vivir con él. Al morir el cardenal Julius Döpfner, es invitado a sucederlo como arzobispo de Múnich. Consciente de que su campo es el estudio, duda en aceptar. Consulta a un teólogo amigo y este, sin titubear, le dice, “debes aceptar”. Es consagrado obispo la vigilia de Pentecostés, el 28 de mayo de 1977.
Hasta aquí llega la autobiografía de Joseph. Unos días después de su consagración, otra notificación: recibirá el capelo cardenalicio el 27 de junio en el Vaticano.
Como arzobispo de Múnich se ocupa con profunda fe y empeño en el trabajo pastoral a favor del pueblo. Predica especialmente sobre la vida matrimonial y familiar, la oración en familia, la defensa de la vida, el cuidado de la ecología.
En 1978, año de tres Papas, participa en la elección de Juan Pablo I y, tras su inesperada muerte, en la de Juan Pablo II. Colabora en el buen entendimiento entre la Iglesia polaca y alemana. A causa del nazismo hay tensiones añejas. Los obispos de uno y otro país buscan la reconciliación y colaboración.
En 1978, Juan Pablo II había invitado al Cardenal Ratzinger a colaborar con él en Roma. Este rehusó la invitación. Le explicó al Papa que tenía poco tiempo como obispo de Múnich y deseaba prolongar este servicio.
En noviembre de 1979, Juan Pablo II visita algunas ciudades de Alemania. Ratzinger lo acompaña a Maguncia, Fulda, Altöting y Múnich. Experimenta sentimientos de gozo sereno y de amor a María visitando el santuario mariano de Altöting que conoce desde su infancia.
Luego viene el 13 de mayo de 1981, cuando el terrorista turco Mehmet Alí Agca dispara contra Juan Pablo II. Aunque sigue vivo, la herida es grave y la convalecencia un poco larga. Semejante estado lo inclina a buscar colaboradores de confianza. Y justo ese verano queda vacante un puesto clave para la Iglesia. El cardenal croata, Franjo Šeper deja la Congregación para la Doctrina de la Fe, sea por motivos de edad que por su estado de salud.
El Papa vuelve a invitar al Cardenal Ratzinger. Ahora, incluso por afecto al Papa herido y necesitado, no puede rehusarse. Su nombramiento es anunciado en modo oficial el 26 de noviembre de 1981.
Ratzinger tiene plena conciencia de las dificultades que deberá encarar al fungir como prefecto de la Congregación que dirime, en nombre del Papa, las cuestiones más importantes y delicadas de la vida cristiana: fe y moral. En una entrevista, declaraba en 1996:
Para mí todavía es motivo de alegría el hecho que, en Múnich, yo no haya ignorado las situaciones de conflicto, desde el momento que… el dejar pasar las cosas, así como van, representa la peor forma de imaginarme viviendo un ministerio. Desde el principio sabía que el encargo que se me confiaba en Roma debería asumir el peso de muchas tareas desagradables. Pero creo poder sostener que siempre he buscado el diálogo y que este ha sido siempre fructuoso.16
Imposible señalar en unos párrafos la importante obra de Joseph Ratzinger como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El mejor reconocimiento consiste en el hecho que los cardenales electores lo hayan escogido para sucesor del grande Juan Pablo II.
Según Lucio Brunelli,17 en el primer escrutinio –lunes 18 de abril, 2005– Ratzinger tuvo 47 votos, seguido del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, con 10 votos y del cardenal de Milán, Carlo Maria Martini con 9. El martes 19, al final de la mañana, Ratzinger tenía 72 votos, Bergoglio 40. Todavía le faltaban 5 votos a aquel para tener la mayoría.
La hora de la comida era propicia para que los cardenales preparasen su voto para la tarde. Según el vaticanista, Alberto Melloni,18 influyó en la votación definitiva la palabra del cardenal Martini quien, para obtener la elección de alguien de veras calificado, convenció a quienes lo sostenían a votar por Ratzinger. Casi al caer la tarde, este obtuvo 84 votos y se convirtió en el 265º sucesor de Pedro. Ya oscureciendo, interrumpí mi curso de Counseling espiritual en el Teresianum. Junto con los estudiantes nos fuimos corriendo a la plaza de san Pedro. Pasados algunos minutos apareció el nuevo Pontífice en el balcón central de la fachada de san Pedro. Sus primeras palabras fueron, “después del grande Pontífice Juan Pablo II, los cardenales han elegido «un simple y humilde trabajador de la viña del Señor»”.
Su pontificado produjo la sensación de certeza y fidelidad a las enseñanzas de Jesucristo y de la Iglesia católica. Publicó tres cartas encíclicas: Dios es amor (25-12-2005), Salvados en la esperanza (30-11-2007) y Caridad en la verdad (29-06-2009). Junto con estos y otros documentos oficiales, a título personal, escribió sendos libros sobre Jesús de Nazaret.
Merecen una mención especial sus homilías y catequesis sobre la oración. Han sido publicadas en volúmenes separados:
• La oración en los Salmos.19
• La oración de Jesús.20
• La oración en el Nuevo Testamento.21
• La oración de los Santos y de la Liturgia.22
• El hombre en oración.23
Durante sus casi 8 años de pontificado realiza 24 viajes fuera de Italia. Cada uno de estos a un país diferente. El primero a Colonia, en Alemania, y el último al Líbano. Acude como peregrino a los santuarios dedicados a la Virgen María: desde Altöting, que conoce desde niño, hasta el santuario de Nuestra Señora de Aparecida. Va allí, con ocasión de la quinta conferencia de los obispos de América Latina. Está reunida en dicho santuario. Su último viaje lo lleva a México y a Cuba.
Uno de los rasgos más salientes de su pontificado es su valentía. Igual que siempre, decide encarar los dolorosos y penosísimos escándalos surgidos en la Iglesia. En concreto, los abusos sexuales cometidos por sacerdotes y religiosas: en Irlanda, Alemania, Estados Unidos, Canadá, México –en especial con el caso del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel Degollado–, Malta, Australia, etcétera
A fines de septiembre y comienzos de octubre 2012, el papa Benedicto comunica a su secretario: “He reflexionado, he orado, debo renunciar al pontificado por amor de Jesús, por amor de la Iglesia. Hoy con pastillas se puede prolongar la vida física… Pero eso no basta. El año próximo se celebra la Jornada mundial de la juventud en Río de Janeiro y yo ya no tengo fuerzas físicas para hacer un viaje tan largo”.24
Mons. Gänswein, secretario del Papa, prosigue, “la comunicación fue hecha como una decisión que no admitía réplicas. Solo se podía escuchar, obedecer y unirse a él en la oración”.
Deja espacio solamente para una objeción de tipo práctico: la Navidad está cerca. Dar un anuncio tan impactante en ese momento puede causar desconcierto. Benedicto XVI decide reflexionar al respecto. Acepta retrasar el anuncio hasta el 11 de febrero. Esta fecha se halla entre la Navidad y la Pascua. Los cardenales electores tendrán tiempo de viajar a Roma y elegir el nuevo Papa.
Tal como estaba previsto, Benedicto XVI anuncia sus dimisiones el 11 de febrero de 2013. Las palabras con que manifiesta su decisión están dotadas de precisión canónica, de modo que eludan cualquier posible oposición. Al mismo tiempo revelan con viveza su estado de ánimo. Su declaración, hecha en latín, suena así en español latinoamericano:
Queridos hermanos, los he convocado a este Consistorio no solo por las tres canonizaciones, sino también para comunicarles una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber repetidamente examinado mi conciencia de cara a Dios, he llegado a la certeza de que mis fuerzas, por la edad avanzada, ya no son aptas para ejercitar en modo adecuado el ministerio de sucesor de Pedro.
Prosigue luego insistiendo en que sus fuerzas han disminuido sensiblemente en los últimos meses. Esta es la razón obvia y decisiva, según su conciencia.
La noticia recorre el mundo con sorpresa de propios y extraños. Entre la gente de Iglesia, muchos alaban la valentía del Papa. Una vez más da muestras de su capacidad de encarar los problemas, sin dejarlos pasar inadvertidos. En cambio, algunos lo critican. Proponen como ejemplo a Juan Pablo II que, a pesar de su penosa condición física, permaneció en su puesto hasta el final. De hecho, el propio Benedicto XVI había subrayado el espléndido testimonio de su predecesor en edad avanzada.
Es la primera vez que, en los últimos siglos, un Papa renuncia a su autoridad asociada con la función de sucesor de Pedro. Y este hecho plantea otra cuestión: ¿en qué lugar y en qué condiciones va a quedar?
De nuevo, el Papa Ratzinger demuestra su gran valentía. En lugar de irse a Alemania, a un pueblito oculto en las montañas, como el que lo vio nacer, decide quedarse en el Vaticano. Al fondo de los jardines vaticanos hay un monasterio que Juan Pablo II erigió para tener, cerca, una comunidad de contemplativas que rezaran por él, por la Iglesia y por la humanidad.
Ese monasterio se llama Mater Ecclesiae. Allí vive hasta el día de hoy el Papa emérito. Hace una vida retirada y de total respeto para el Papa Francisco. Música, lectura, estudio y, sobre todo, oración. En esto consiste su jornada diaria. Seguramente vive intensamente la Eucaristía que, desde su época de seminarista, valora sin fin.
Según el testimonio de alguno de sus asistentes, las virtudes del Papa emérito resultan patentes e inspiradoras: sencillez absoluta, calidez, ternura respetuosa, interés atento por el otro, lucidez mental y memoria envidiables. Se mantiene en comunión absoluta con el Papa Francisco, aunque cierta prensa pretende enfrentarlos. Revela una fe viva en Jesús de Nazaret. Es un hombre de oración. La vive en la Eucaristía, el rezo de los Salmos, la meditación y, sobre todo, en una patente y constante comunión con Dios.
Sus fuerzas físicas, en cambio, están de veras disminuidas. Merece el apoyo de las oraciones de cristianos y no cristianos. Él, seguramente, intercede por el hombre actual; rogando muchos bienes para cada uno, en especial, para los que sufren.
1. A. Nichols, Joseph Ratzinger, Edizioni San Paolo, Cinisello, Balsamo (Milán) 1992, pp. 14-27.
2. J. Ratzinger, La mia vita, Sao Paolo, Cinisello, Balsamo (Milán) 1997, p. 6.
3. Ibíd., p. 8.
4. Ibíd., p. 13.
5. Ibíd., p. 22.
6. Ibíd., p. 25.
7. Ibíd., p. 32.
8. Ibíd., p. 33.
9. Ibíd., p. 35.
10. Ibíd., p. 42.
11. Citado en E. Guerriero, Servitore di Dio e dell’umanità. La biografia di Benedetto XVI, Mondadori, Milán 2016, p. 45.
12. Ibíd., pp. 53-54.
13. J. Ratzinger, La mia vita, cit., p. 68.
14. Ibíd., pp. 71-72.
15. Ibíd., p. 103.
16. J. Ratzinger, Il sale della terra, San paolo, Cinisello, Balsamo, 2005. Citado por E. Guerriero, Servitore di Dio e dell’umanità. La biografia di Benedetto XVI, cit., p. 203.
17. L. Brunelli, «Il conclave di papa Benedetto XVI», en Limes 4 (2005) 291-300.
18. A. Melloni, Il conclave di papa Francesco, Istituto dell’Enciclopedia Italiana, Roma 2013, pp. 23-61.
19. Benedetto XVI, La preghiera dei Salmi, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2012.
20. Benedetto XVI, La preghiera di Gesù, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2012.
21. Benedetto XVI, La preghiera del Nuovo Testamento, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2012.
22. Benedetto XVI, La preghiera dei Santi e della Liturgia, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2012.
23. Benedetto XVI, L’uomo in preghiera, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2011.
24. E. Guerriero, «Colloquio con Mons. Georg Gänswein», 27 gennaio 2016, en Id., Servitore di Dio e dell’umanità. La biografia di Benedetto XVI, cit., p. 458.