1   Hola, comida. ¡Vamos a llevarnos bien!

Comer no es hacer la cuenta de la vieja

 

o nos engañemos: hablar de comer es hablar de muchas otras cosas. Cuando nos enfrentamos a nuestros hábitos de alimentación, sabemos que entran en juego consideraciones no solo relacionadas con la comida, sino también con nuestra preocupación por la salud, por la estética y hasta por las relaciones sociales. Todo ello nos preocupa, y es natural.

Así pues, y teniendo en cuenta que por el medio se cuelan el trabajo, el estrés, la familia, los compromisos…, en definitiva, el día a día de nuestra vida, ¿cómo podemos abordar la organización de nuestra dieta diaria? ¿Te suena de algo?

En la consulta de Pablo…

Un perfil de paciente que vemos a menudo en la consulta es el de la persona que prácticamente deja de comer y pierde peso de forma rápida, pero que, al volver a comer como antes, recupera el peso a toda velocidad, e incluso sobrepasa el que tenía.

¿Por qué ocurre esto? Porque debes asumir que comer menos no es la manera de conseguir una pérdida de peso. Al menos, no si quieres que esa bajada se sostenga en el tiempo y te permita mantener el peso que buscabas una vez que lo alcances.

Para perder peso hay que cambiar de hábitos de vida: costumbres nutricionales, actividad física, gestión del estrés… ¡Hay muchos factores! Si solo quitas comida, pero no hay un cambio real en tus hábitos, comprobarás que esos kilos de más vuelven una y otra vez.

Estos pacientes de los que hablamos sufren el llamado efecto yoyó, del que casi todos, en mayor o menor medida, hemos sido conscientes alguna vez.

El cuerpo tiene muchísimos mecanismos de compensación para mantenerse alimentado. Si le retiras la comida, sacará esa energía que antes obtenía de ella buscando en otros sitios, es decir, en las reservas de tu cuerpo: llámense grasa o llámense músculo. Aquí es donde aparece el problema: resulta que el músculo consume muchísimo oxígeno en reposo, o, lo que es lo mismo, necesita mucha energía para mantenerse. Por eso, tu metabolismo basal, que es la energía que quemas en reposo, es mayor cuanto más músculo tienes.

Si no comes lo suficiente (por ejemplo, si decides empezar con dietas superrestrictivas o con ayunos desmedidos), el cuerpo empieza a degradar los músculos para conseguir energía y, en consecuencia, tu metabolismo basal baja.

Pongámoslo en cifras: empiezas una dieta quemando entre 1.500 y 2.000 calorías al día, que es lo normal para un adulto sano con una actividad física media. Como has restringido tu ingesta de alimentos, a medida que pierdas músculo, tu metabolismo basal requerirá cada día menos energía, es decir: quemarás menos calorías. Además, cada día te sentirás más cansado, te costará más hacer cualquier cosa.

Por norma general, al final de la dieta estarás quemando solo 1.300 calorías diarias, porque tendrás menos músculo que mantener.

En el momento en que des por concluida la dieta y vuelvas a tu alimentación de antes, con una ingesta aproximada de 2.000 calorías, recuperarás todo el peso porque, por así decirlo, estarás comiendo de más, en el sentido de que le estarás dando a tu cuerpo mucho más de lo que va a quemar.

En resumen, después de todo ese esfuerzo, y del consiguiente estrés de no pasarte durante un tiempo, ahora volverás a engordar por una sencilla razón: has hecho dieta, pero no has cambiado de hábitos.

¡Virginia al habla!

¿Sabes? Esto de dejar de comer unos días para compensar es algo más habitual de lo que querríamos admitir. Yo, de joven, a veces dejaba de cenar durante varios días para luego estar estupenda en la playa.

Parece una locura y ahora me espanta solo pensarlo, ¡pero vaya que si lo hacía! En Venezuela es verano todo el año y los fines de semana se va a la playa. Yo quería estar estupenda en traje de baño, así que a lo mejor dejaba de cenar durante tres días. Y, claro, llegaba al fin de semana finita finita, sin nada de barriga.

Luego lo recuperaba a toda velocidad, ¡ay! Pero, a finales de semana, volvía a quitarme la cena otros tres días y listo. Ahora, desde la madurez, lo veo como una barbaridad y así se lo transmito a mi hija: por suerte, mis hijos son niños que comen bien y no me preocupa —al menos de momento— que esto se pueda convertir en una práctica a la que recurran. En casa seguimos haciendo pedagogía para que entiendan que esa no es la manera. No les prohibimos nada y, al mismo tiempo, los animamos a no ser sedentarios. El secreto está en llevar una vida equilibrada.

¿Comida? Nuestro cerebro sigue en el Paleolítico

¿Has oído hablar del cerebro primitivo o reptiliano? Es el que regula la digestión y su prioridad es que no nos muramos de hambre. Es un imperativo, por mucho que convenzas a tu cerebro racional de que quieres lucir tipazo en la playa.

Nuestro cerebro sigue funcionando como en tiempos de los primeros Homo sapiens. Ponte en situación y retrocede varios millones de años en el tiempo: los humanos salían de la cueva a cazar, una tarea que a menudo podía llevar horas o días, es decir, que conllevaba un esfuerzo tremendo. Cuando regresaban a la cueva con las piezas de caza, se daban un festín y todos comían hasta hartarse, porque no sabían cuándo volverían a tener la oportunidad de hacerlo.

De acuerdo con esta mecánica, el cuerpo acumulaba el exceso para valerse de él en caso de necesidad: los hombres, en la barriga, en forma de grasa, porque tenían que tener las piernas fuertes para poder salir a cazar; las mujeres, en las caderas, para no obstaculizar el canal del parto.

El caso es que una parte de nuestro cerebro sigue en la época de las cavernas. Es el cerebro primitivo o reptiliano, el que regula funciones primarias, como la respiración o la digestión, que sigue pensando que cualquier día te puede faltar la caza y que te quedarás varios días sin comer. Por eso, en cuanto restringes alimentos tiende a quemar menos calorías y a almacenar todo lo que le entra: así se asegura la supervivencia.

Para poder perder peso tenemos que engañar a ese cerebro primitivo. Hacerle ver que no le va a faltar alimento. Eso se logra con una dieta adecuada en la que las necesidades nutricionales esenciales están cubiertas. Entonces, ese chip en el cerebro dice: «No necesito almacenar nada», y es así como se inicia la pérdida de peso. También cambiando las estrategias nutricionales cada cierto tiempo, claro, para que no se acomode y pillarlo por sorpresa.

¿Por qué las dietas milagro nos ponen de mal humor?

Lamentablemente, dejar de comer no es el único método al que recurrimos cuando no sabemos cómo hacerlo para adelgazar rápido y sin demasiado esfuerzo. Aunque cada vez están más contenidas, aún perviven algunas de esas dietas milagro que tan de moda han llegado a estar en ocasiones, y que suponían poco más que palabrería en el mejor de los casos… y daños reales, en los peores.

Puede que este sea también tu caso y lo importante ahora es extraer un buen aprendizaje: ¿has hecho alguna dieta milagro?, ¿una de esas como la del sirope de savia, la de la piña o la del vinagre?

¡Virginia al habla!

¡Culpable! Admito que yo sí: sí que me he lanzado alguna vez de cabeza a alguna de esas dietas relámpago.

Cuando estaba en Venezuela hice la dieta de la sopa con mi madre y mi hermana. Para ponerla en práctica, nos preparábamos una sopa que llevaba tomate, col, cebolla y algunas otras verduras…, pero nada de grasa. Y nos imponíamos esa sopa como lo único que podíamos tomar a lo largo del día. Claro que adelgazaba, ¡pero es que dejaba de ingerir muchas calorías! Por supuesto, al volver a la normalidad, recuperábamos el peso.

Estando en mi peso normal, siempre he jugado con entre dos y cuatro kilos arriba y abajo. Sin embargo, cuando di a luz a Triana, me quedé con cinco kilos de más. Pero lo importante es que en un mes y pico los perdí sin hacer barbaridades: comiendo bien y haciendo ejercicio con regularidad. Con Manuel fue incluso más, unos diez kilos, pero los perdí usando la misma fórmula. ¡No falla!

Hay muchas dietas relámpago, demasiadas. Y no solo afectan a nuestra salud, con el consiguiente efecto yoyó, sino que alteran nuestro humor y dinamitan nuestra vida social. Tal cual. Olvídate de quedar con nadie, porque no es plan de quedar a tomar algo, llegar al bar y que, mientras otros piden una cerveza o un refresco, tú saques del bolso tu botellita con un líquido amarillo porque estás haciendo la dieta del sirope.

Todo influye, se agria el carácter y, de pronto, no te apetece nada, lo único que quieres es que pase el día, y que sea rápido. Al final te vas a la cama pronto para no pensar que te has quitado de comer.

¿Sabes por qué la gente se pone de tan mal humor con esas dietas tan restrictivas? Porque las prohibiciones generan deseo. Cuando restringes tanto en los alimentos, esa situación puede despertar ansiedad o cambios de humor. A fin de cuentas, la comida no es solo comida, tiene un importante componente emocional y social. Si le quitas eso, es normal que aparezca el mal humor y, lo que es peor, sentimientos de frustración o culpa, porque ni estamos disfrutando de la comida ni tenemos vida social. Y no perdamos de vista otra cosa: restringir tanto es con frecuencia, además, la antesala del temido atracón o comida compulsiva.

Otra de las razones por las que pueden aparecer ansiedad o reacciones violentas es por el miedo a volver a la normalidad. Si entiendes la dieta solo como una cuenta de la vieja de calorías, es normal sentir ansiedad cuando se acerca el final y sabes que vas a volver a meter más calorías. Esto también les pasa a quienes están a dieta, salen a comer fuera y se toman unas patatas fritas: ya los tienes enfadados y con rencor toda la tarde porque les has hecho saltarse la dieta.

Las 3 formas de perder peso

  1. Perder líquido. Con la dieta de la savia, la piña, la de la alcachofa o la del sirope haces mucho pipí. Pierdes líquido que vuelves a recuperar en cuanto las dejas.
  2. Perder masa muscular. Con las dietas hipocalóricas, comes tan poco que pierdes mucha masa muscular. Baja tu metabolismo basal y, al volver a comer como siempre, subes de peso como un cohete.
  3. Perder grasa. La más lenta, pero también la más efectiva. Aquí lo que importa no es obsesionarte con el numerito que diga la báscula, sino la medida del perímetro abdominal. Una persona sana y en normopeso debe tenerlo por debajo de 102 centímetros, en el caso de los hombres, y de 88 centímetros, en el de las mujeres. ¿Cómo lo medimos? Ponemos una cinta métrica a la altura del ombligo y comprobamos la circunferencia de nuestro cuerpo.

Con las dietas milagro perdemos líquido y/o masa muscular. Y eso no es sostenible en el tiempo. Por eso quienes se meten en esas dietas milagro fracasan una y otra vez. Adelgazas mucho al principio porque pillas al cuerpo desprevenido. Luego se pone a la defensiva y esa pérdida se para en seco. Es como cuando te metes en una pelea: la primera torta te la llevas porque no sabes por dónde te ha venido; para la segunda, te proteges.

Hay que ir cambiando poco a poco las estrategias nutricionales, lo que comemos, para que el cuerpo no se ponga a la defensiva ni el cerebro sienta que hemos pasado a llevar una vida de tristeza infinita porque le hemos quitado el placer de comer. Porque esto hay que tenerlo muy presente: comer es un placer. Incluso si quieres perder peso, comer tiene que ser placentero. Si no, te vas a dar contra un muro.

Por qué el IMC está anticuado

Durante muchos años se ha considerado el índice de masa corporal (IMC) como la medida estándar para determinar si una persona estaba en su normopeso, por debajo de su peso, o si había sobrepeso u obesidad. Sin ir más lejos, es la indicación que te sale en el tique cuando te pesas en la farmacia.

¿Por qué creo que es un concepto arcaico? Porque no tiene en cuenta la actividad física, la estatura, la condición física o si eres hombre o mujer. Muchos deportistas de élite, sobre todo los que hacen crossfit o culturismo, tienen mucha masa muscular, y el músculo pesa más que la grasa, así que con la fórmula del IMC en la mano tendrían sobrepeso.

Por eso es un absurdo seguir usando el IMC. En cambio, el perímetro abdominal te lo va a cantar al momento. O una báscula con bioimpedancia, que te mide el porcentaje corporal de grasa, de músculo, de masa magra o de agua.

Ni aburrida ni estrambótica: las claves de una mala dieta

Hay muchas dietas que no solo restringen alimentos, sino que limitan lo que se come a sota, caballo y rey, y encima en su versión más tristona. Una pechuga de pollo la puedes hacer a la plancha, al horno, con hierbas, con curri, con un toquecito de picante, con hortalizas en papillote… Y lo mismo con las hortalizas: crudas y crujientes, en espirales, a la plancha, al grill, hervidas…

En la consulta de Pablo…

Muchos pacientes llegan a mi consulta después de haber intentado hacer —y haber fracasado— diversas dietas. Muchas veces es una que supuestamente le ha ido genial a una famosa o que han sacado de internet.

¿Por qué fracasas? Porque no se adaptan a ti, ni a tus horarios, ni a cómo te encuentras a nivel emocional ni a tu patología. No saben nada de ti. Si quieres hacer algo real y que funcione, tienes que adaptar la comida a ti, no adaptarte tú a la comida.

Muchos pacientes me dicen: «Pablo, esta semana no he hecho lo que me mandaste porque he tenido mucho trabajo». Siempre respondo lo mismo: «¿Vas a dejar de trabajar? ¿Vas a cambiar de trabajo? ¿O vas a seguir trabajando en lo mismo? Porque si vas a seguir con ese trabajo, más te vale adaptar la comida a él».

Pero, sobre todo, es vital quitarnos de la cabeza la culpa, el «lo he hecho mal». Mal hace el que roba o se mete en una bronca, pero no el que come. La comida es simplemente comida. La rigidez alimenticia es lo que nos lleva a sentirnos mal con nosotros mismos cuando no comemos lo que se supone que deberíamos comer.

El problema actual de la alimentación no es la comida, sino la culpa. Dejemos ya de verlo en términos de permitido-prohibido, sano-insano, bueno-malo. La vida se mueve en el territorio de los grises. De lo contrario, si me paso en algún momento —que todos lo hacemos—, si tengo en mi cabeza que eso es malo, insano o está prohibido, me sentiré mal. Eso es lo primero que trabajamos y lo primero que hay que cambiar. Y luego ya iremos al peso.

El 90 % de las personas que tienen problemas con un alimento no lo tienen porque no les guste el sabor, sino porque no les gusta la textura… O, como diríamos nosotros, porque cocinan triste.

El 70 % de las personas que cocinan siempre las mismas tres o cuatro cosas acaban abandonando la dieta entre la tercera y la cuarta semana. ¿Quiénes tienen éxito, entonces? Los que investigan y curiosean. De hecho, nueve de cada diez personas que no recuperan el peso perdido son las que han incorporado cambios en la propia cocina. No ya en sus hábitos de alimentación, sino en la preparación de los alimentos. No se trata de comer una judía hervida tristona porque no puedes comer fritos, sino de mirar recetas para ir variando, modificar la guarnición, emplatarlo bonito… Si te entra por los ojos, lo vas a comer con agrado, te va a resultar placentero, y así no te costará mantenerte en tu peso.

La ciencia lo confirma: comemos por los ojos

En 2014, científicos de la Universidad de Oxford llevaron a cabo el estudio A taste of Kandinsky: assessing the influence of the artistic visual presentation of food on the dining experience, más conocido como el Estudio Kandinsky. Estos científicos prepararon tres ensaladas con los mismos aderezos e ingredientes, cortados igual y con las mismas cantidades.

En un primer plato (A) los mezclaban sin más, como en una ensalada normal. En el segundo (B), separaban los ingredientes por grupos. El tercero (C) era una recreación del cuadro Painting 201, también conocido como Panel para Edwin R. Campbell N.º 4, pintado en 1914 por el pintor vanguardista Vasily Kandinsky (D).

En el estudio participaron sesenta comensales. El resultado fue que consideraban que la ensalada que imitaba el cuadro de Kandinsky era más compleja, más apetecible, y que estarían dispuestos a pagar el doble por ella. Es más, a la hora de valorar el sabor, la ensalada Kandinsky recibió puntaciones muy superiores a las otras dos. ¡Aunque los ingredientes eran exactamente los mismos!

Una forma casi segura de que una dieta fracase es empezar a ponerle pegas a la comida porque no te gusta esto ni lo otro ni lo de más allá. ¡El paladar se educa! Debes tener predisposición al cambio.

Esto implica que estás dispuesto a hacer lo que te has propuesto, pase lo que pase, y, si es posible, con ayuda de un profesional. Porque todo el mundo cree que sabe comer bien, pero ¿cómo es que, en España, más de la mitad de la población tiene sobrepeso u obesidad? Según la Encuesta Europea de Salud en España del año 2020, un 16,5 % de los hombres y un 15,5 % de las mujeres de dieciocho años o más padecen obesidad, y un 44,9 % de los hombres y un 30,6 % de las mujeres padecen sobrepeso.

Peligro: drunkorexia

No podemos calificarlo como trastorno de la conducta alimentaria, pero es una peligrosa moda que cada vez vemos más en chavales jóvenes. Consiste en no comer para compensar las calorías que aporta el consumo de alcohol.

Un caso, que es muy famoso, es el de Mario Vaquerizo. En el reality con Alaska confesaba que se ponía ciego a beber, pero que después no comía. Cuidado con la drunkorexia. Primero, porque te estás alimentando mal. Segundo, porque te mete en el alcoholismo antes de darte cuenta.

En internet hay páginas que te dan la equivalencia en calorías de un copazo y una hamburguesa. Otras te calculan a cuántos minutos de gimnasio equivale un gin-tonic. Cuidado con esas informaciones, porque el alcohol es un tóxico que solo aporta calorías vacías, es decir, sin ningún valor nutricional, y con muchos perjuicios para la salud, mientras que una buena comida o hacer deporte trabajan a favor de tu salud.

Quiero perder peso, ¡dejad de tentarme!

 

s habitual comprobar que las mismas personas que son perfectamente conscientes de que si se pasan con la comida, engordan, luego ven a una famosa en la tele y piensan que eso a ellas no les pasa, que, por alguna razón misteriosa, los cuerpos de las celebrities no están sometidos a las mismas reglas. Algunos incluso creen a aquellas modelos que dicen eso de que tienen «un metabolismo ideal, que no les engorda nada de nada».

¡Virginia al habla!

No son pocas las veces que lo he oído: «Virginia, si tú te puedes permitir lo que quieras, ¿por qué te cuidas tanto?, ¿por qué entrenas tanto si no hay necesidad?». Siempre respondo lo mismo: la diferencia entre quién eres y quién quieres ser es aquello que haces. Todo lo que soy lo he conseguido con esfuerzo y buscando un equilibrio.

Yo, cuando digo de engordar…, engordo de verdad. Si me paso tres días comiendo de más —porque estoy de viaje, porque he salido varias veces a comer y no estoy pendiente de lo que ponen en el plato—, por supuesto que noto que la cinturilla me aprieta.

Pero al igual que engordo con facilidad, también adelgazo. ¿Que veo que me aprieta el pantalón? Pues me pongo con mi sopa de verduras, un pollo a la plancha… Sin agobios, sin cargos de conciencia y sin quedarme sin comer, por supuesto. Unos días de cuidarme más y estoy de nuevo en mi peso.

No hay secreto para mantenerte en tu peso. La clave está en llevar una alimentación equilibrada. Ni comer como si se fuera a acabar el mundo ni pasar privaciones. ¿Te apetece una croqueta? ¡Tómatela! Pero que sea una, ¡no toda la bandeja!

Que todos engordamos, incluso las modelos, es algo evidente. Sabemos que influyen muchos factores: lo que comes, cuánto te mueves, ¡incluso la edad que tengas! No es lo mismo tratar de adelgazar con treinta años que con cincuenta, pero una buena alimentación es crucial siempre.

Aunque te parezca mentira, es posible ponerte a hacer ejercicio como un loco y que eso, combinado con una mala alimentación, acabe dando como resultado que sigas engordando.

3, 2, 1… ¡Entrenamos con Virginia!

Cuando hablo de entrenar, tampoco pensemos que disputo un maratón a diario. Hay días que entreno más duro y otros en los que simplemente salgo a dar un paseo. El caso es no quedarme quieta. Y, de paso, transmitir valores de esfuerzo y constancia a mis hijos. Siempre pienso que si me ven hacer deporte asumirán el hábito de hacer algún tipo de actividad física.

En el gimnasio: tenemos un pequeño gimnasio en casa con cuatro cosas: una cinta de correr, una bicicleta estática y poco más. La rutina de cada día depende un poco de mi agenda. Si solo dispongo de media hora, me monto en la bicicleta, pongo la música a tope y hago una clase de ciclo.

Con entrenador personal: tengo un entrenador personal en Sevilla al que visito algunos días a la semana. Otras veces, viene él al campo. Pero son cuarenta y cinco minutos en los que trabajo un poco todo el cuerpo: pecho, sentadillas, brazos, el core

Al aire libre: los fines de semana no me apetece meterme en el gimnasio. Prefiero salir al campo a caminar o a correr, lo que me apetezca más ese día. Pueden ser seis kilómetros u ocho, los que sean, pero me los tomo como un privilegio, no como una obligación.

Mejor, por la mañana: entreno a primera hora del día y así me lo quito de encima. Cuando no me da tiempo porque tengo que salir muy pronto o estoy de viaje, si no lo hago por la mañana, ya es muy difícil que entrene por la tarde. Ahí ya me cuesta mucho.

Tengo claro que el cuerpo del verano se construye durante muchos inviernos. No hay milagros que valgan. ¿Quieres verte bien en la playa? Lleva una dieta sana y equilibrada, entrena con regularidad y ya tienes ganada la batalla de la balanza.

¿Comer de todo? ¡Por supuesto!

Vivimos en una cultura en la que se asocia la dieta a prohibir, quitar, dejar de comer, restringir… Y para nada es así. La dieta es un estilo de vida, es sentirte cómodo con tu cuerpo, con tu alimentación, con tu salud, con tu vida, y no quedarte solo en que «esto no lo puedo comer porque engorda».

No pasa nada porque un día te comas la hamburguesa más grasienta del mundo: ¡disfrútala! En España, comer es sinónimo de hacer vida social. Llegan la Navidad, la Semana Santa o la Feria de Sevilla, por poner algunos ejemplos, y surgen oportunidades de disfrutar que no podemos convertir en un suplicio solo porque «no debo».

Cuando pase ese período, vuelves a comer normal, haces ejercicio y, en poco tiempo, te deshaces de ese pequeño exceso. Cuando es rutina, no es un problema. Pero ¿angustiarnos por eso? Para nada. Los cambios no son tanto alimentarios como conductuales, pero una vez que los integremos, serán tan naturales como respirar.

Así que, en esa fiesta, en ese cumpleaños, en ese evento, cuando te sientes a comer…, ¡siéntate a comer! Es decir, disfruta. Y si te apetece un piripi,1 disfrútalo sin problemas. Nada de sentimientos de culpa. Sabemos que es algo que no hacemos a diario.

La comida debe ser una sinfonía musical en la que hay que tocar todas las teclas. Engorda más un plato grande de lechuga que uno pequeño de callos si no has aprendido a hacer de la buena alimentación un hábito. ¡Vamos a trabajarlo!

¿Lo que no engorda?

  1. «Pues me quito el pan.» ¿Eres de los que le dicen al camarero que no les ponga pan, pero luego se beben una cerveza? Tengo malas noticias: una lata de cerveza tiene las mismas calorías que un pan de Viena entero. La diferencia es que la cerveza te la bebes sin enterarte, mientras que un panecillo siempre contribuirá más a saciarte.
  2. «No hay problema, es una 0,0 %.» La cerveza 0,0 %, al tener menos alcohol, tiene menos calorías, pero no nos engañemos, tampoco es agua… Una 0,0 % de 100 ml tiene en torno a 50 o 55 calorías. Una normal contendría ente 80 y 85. Hay una diferencia, claro, pero no es muy significativa.
  3. «Pónmelo light Uno de los problemas de los productos light con edulcorantes es el umbral del dulzor. Son tan dulces que el paladar se acostumbra. Cuando no se lo das, el cerebro se pone en modo búsqueda de más y más dulce y, si no se alcanza, la comida te parece insípida o poco palatable.

    Por otra parte, se estudia si los propios edulcorantes (palmitol, xilitol…) son inocuos a largo plazo. Hay estudios que apuntan que podrían afectar a la flora bacteriana. Lo que sí sabemos es que ese refresco trae consigo un pico de insulina al que sigue una bajada que te produce más hambre. A medio y largo plazo, si esa montaña rusa continúa, podría conducirte a una diabetes tipo 2.

  4. «Para mí, desnatada.» Es un tremendo error. La leche entera de vaca lleva vitaminas liposolubles y calcio de altísima biodisponibilidad.2 Si eliminas la grasa, eliminas parte de esos nutrientes. Por eso muchas leches semi y desnatadas se enriquecen con vitaminas. Un vaso de 250 ml de leche entera son 162,5 calorías, mientras que uno de desnatada son 85.

    No es una diferencia tan enorme a nivel energético, pero sí en cuanto a nutrientes y a la saciedad que proporcionan. Tú desayunas un vaso de leche entera y una tostada integral y aguantas perfectamente hasta mediodía. Pero con el aguachirri que es la leche desnatada…, ¡a las once de la mañana tendrás un hambre voraz!

Salir de fiesta y no pasarse ¡es posible!

Quizá la peor parte de establecer una alimentación equilibrada sea la de encontrar la manera de hacer que esta conviva con los excesos puntuales. A veces notamos que durante el fin de semana nos hemos pasado con los aperitivos y podemos llegar a pensar: «Venga, este lunes se acabó. Nada de aperitivos». Luego llega el lunes, el ajetreo, el estrés, y una vez más se nos hace imposible.

Un buen truquito para controlar más el impulso de echar mano a los aperitivos es tomar más fruta entre horas. Hacer, por ejemplo, una merienda más fuerte, con un yogur, una fruta y un té, por ejemplo. De esa forma, no llegamos a la hora del aperitivo nocturno muertos de hambre y dispuestos a arrasar con lo que se nos presente.

Los diez mandamientos para sobrevivir a un sarao

  1. Huye de los fritos. Evita las gambas con gabardina, las croquetas, los rollitos de primavera, los fingers de pollo, los calamares a la romana…
  2. Evita las salsas. Mayonesas, mostazas, kétchup… Son bombas de grasas o azúcares. La salsa de soja, por ejemplo, tiene mucha sal. Simplemente, no abuses.
  3. Reduce el alcohol y las bebidas azucaradas. El alcohol solo aporta calorías vacías, es decir, ningún nutriente. Si son combinados, tienes que sumar además las calorías del refresco. Los refrescos y los zumos aportan muchos azúcares.
  4. Sí a las crudités. Bandejas con tiras de zanahoria, apio, tomates cherry, endivias… Todo crudo y 100 % saludable. ¡A por ellas! Aquí el peligro son las salsas que se ofrecen para mojar.
  5. Sí al salmón ahumado. Y a los aperitivos de algas, el tartar de atún, las brochetitas de pollo o las de tomate cherry con mozzarella, las ensaladas…
  6. Jamón, queso. Desde luego, aunque con medida, equilibrando.
  7. Ojo a la tortilla y al sushi. La tortilla son patatas fritas con huevo (con o sin cebolla); un pincho no hace daño a nadie y está riquísimo, pero no abuses. Con el sushi sucede algo similar: puede parecer solo un inocente rollito de pescado y arroz, pero ese arroz se adereza con azúcar para regular el sabor del pescado.
  8. Carnes, pescados y moluscos a la plancha o a la parrilla. Sin problemas. O, lo que es lo mismo, sí a los espetos de sardinas, el pulpo a la parrilla o las chuletas a la brasa.
  9. Ensaladilla rusa, patatas bravas… Concédete una ración pequeña si lo deseas.
  10. Postres y dulces. Por probar no pasa nada, pero no pierdas de vista que es un momento puntual.

¡Virginia al habla!

En mi caso, no me privo de nada en la vida: ni de quedar con amigas ni de salir a comer cuando me apetece. Intento pedir verduras, proteínas saludables, y evitar las comidas menos sanas, pero porque me hace sentir mejor. Y como el dulce no me llama la atención, no tengo problema con el postre. Paso directamente al café o a las infusiones, que tomo sin azúcar.

Por ejemplo, en una quedada con amigas intento que todo en torno a la comida surja de forma natural. Nadie quiere ser el que en una comida con platos para compartir diga: «Voy a pedir un plato solo para mí». Sería mucho peor. Porque en España nos encanta lo de compartir platos y a veces es difícil ser fiel a la pauta de nutrición que te gustaría llevar. Mi consejo: olvídate del día excepcional y céntrate en comer bien el resto del año.

En Venezuela o en Estados Unidos, por ejemplo, esta idea de compartir platos resulta rara, no pasa. Pero aquí nos encanta poner los platos en el centro y picar aquí y allá. En estos casos, yo espero a que pida todo el mundo y luego sugiero algo que lleve verduras o que sea a la plancha. Hay que entender que lo más importante no es la comida, es el momento, la compañía, y eso yo no me lo pierdo por nada. ¡Soy una disfrutona!

¿Sabes comer bien?

Cada vez somos más conscientes de que todo en nuestro cuerpo y nuestra mente está conectado. Nuestra relación con la comida a menudo dice más de nuestro día a día, de nuestra salud mental, que de cómo concebimos la comida en sí misma.

Por suerte, cada vez nos preocupa más saber gestionar la relación que tenemos con la comida y, en este sentido, empiezan a visibilizarse los problemas que pueden generarse. Un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) es una conducta alterada de la ingesta de los alimentos. Suele ir acompañado de comportamientos de control de peso extremos: no comer, purgas, ejercicio intenso, consumo de diuréticos, prohibiciones… Debe quedar muy claro que un TCA no es un problema con la comida, un TCA es un problema que se refleja en la comida.

La relación con la comida, en general, es un espejo de cómo nos sentimos, del momento que vivimos, de cómo estamos. Por eso, poner el foco solo en la comida es un error.

Estos trastornos son especialmente peligrosos en la adolescencia, porque la persona aún no tiene una personalidad robusta y se deja llevar por ideas equivocadas acerca de la nutrición o por los comentarios que recibe de su entorno más inmediato («estás gorda», «te sobran unos kilos», «no vales para nada…»).

Un TCA se puede manifestar de diversas formas, pero fundamentalmente podríamos resumirlas en:

Una dieta no es ni más ni menos que un régimen de vida (la palabra procede del griego díaita, que significa eso, literalmente). La dieta no es ni más ni menos que lo que decidimos comer: si es una alimentación saludable, todo irá bien. Pero cuando tu dieta se convierte en algo extraordinario y que interfiere en tu vida social, es una mala dieta.

Cuando dejas de hacer cosas muy comunes, como irte con tus amigos o con la familia, te excusas para no ir a una boda porque «estás a dieta», ya sabes que lo estás haciendo mal.

Cuando comes bien, haces deporte, tienes una buena salud mental, duermes bien, controlas el estrés…, puedes introducir variables menos saludables, como una comida copiosa con amigos, un banquete de boda…, y no pasa nada. Pero no porque ese día comas bien, sino porque ese exceso se produce dentro de un contexto general saludable.

En la consulta de Pablo…

Déjame decirte algo: esa palmera de chocolate podría ser la que salvara tu dieta. Porque no nos podemos quedar en el hecho concreto de la palmera, sino en el conjunto de tu alimentación a lo largo de la semana. Y esto que digo puede sonar raro, pero, en determinados momentos de flaqueza, una palmera de chocolate a tiempo hace más bien que un filete de pollo a la plancha con una ensalada.

¿Significa que la palmera es buena? A nivel nutricional, desde luego que no, pero a nivel emocional puede hacer que tengas adherencia a una buena alimentación, que superes ese momento de flaqueza para seguir. Y eso es lo realmente valioso. Ser demasiado restrictivo muchas veces logra el efecto contrario y es una de las razones por las que muchas dietas fracasan.

Que el exceso no sea la recompensa

Antes de cambiar una dieta, lo primero que hay que hacer es ver qué hay detrás de unos malos hábitos alimentarios. Para un proceso de pérdida de peso, en ocasiones conviene consultar con un psicólogo antes de visitar al nutricionista.

Los humanos, desde pequeños, funcionamos con un sistema de recompensas. Hay alimentos que nos gustan y nos dan tranquilidad, y eso es peligroso cuando los tomamos en exceso, porque es lo que nos hace engordar. Sucede con los alimentos grasos o con el dulce y es algo que nos viene de cuando éramos bebés y nuestras mamás nos ponían el pecho para que nos tranquilizáramos.

A medida que pasan los años, ese sistema de recompensas crece y asociamos ciertas comidas a estados placenteros, ya sean hamburguesas, panchitos o patatas fritas. Por esta razón, si intentamos romper con un hábito asociado a un sistema de recompensas quitando el alimento sin más, vamos a fracasar, porque el cerebro se queda sin su recompensa y va a pedirla. Tenemos que aprender a redireccionar ese sistema de recompensas, generar hábitos y conductas nuevas de una manera amable, de forma que el cerebro tenga una nueva recompensa.

Te pongo un ejemplo: he tenido un día malísimo y al llegar a casa me abro una cervecita (o unas patatas fritas o me pongo un bocadillo…) para desconectar. Si no me la tomo, me va a generar estrés. Para romper ese círculo vicioso, lo que hago es darme una ducha calentita cuando llego que me va a generar la misma recompensa que la cerveza y me va a dejar muy tranquilo, y le estoy enseñando a mi cerebro, poco a poco, lo siguiente: «Oye, que hay otras alternativas». Por supuesto, no tiene que ser necesariamente una ducha. Puede ser algo que te guste: tirarte en el sofá a escuchar música, salir a hacer deporte, dedicarte a la jardinería, practicar meditación o yoga…

Al abordar un cambio de dieta, hay que reflexionar y ver que cada vez que cometemos algún tipo de exceso o comemos cierto tipo de alimento, antes ya han pasado cosas. Tal vez vienes enfadado del trabajo o estás muy alegre o aburrido o lo haces por estrés. En todas esas situaciones, el alimento actúa como recompensa. Tenemos que ser capaces de identificar que se trata de un momento puntual para poder ponerle una solución. Si voy como un pollo sin cabeza por la vida, si siempre abro la nevera y cojo lo primero que pillo, no lo voy a lograr.

Se trata de intentar convertir poco a poco esa debilidad en fortaleza. De lo contrario, corremos el riesgo de caer en la hiperfagia, que es ese momento en el que como de más, me siento mal y, como me siento mal, como más de la cuenta de nuevo, vuelvo a sentirme mal, y así me meto en una rueda de recaídas peligrosísima.

No es un cambio de comida. Es un cambio de conducta. Por eso, los problemas de sobrepeso deben tratarse como una adicción. No es tanto intervenir en poner o quitar alimentos, sino en ver qué hay detrás y cambiar hábitos.

Pablo a corazón abierto

Hola, me llamo Pablo y soy ludópata. Durante muchos años tuve que luchar contra mi adicción al juego. El proceso que viví para superarlo es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida.

Al quitar el juego, tuve que llenar muchos espacios vacíos. Yo lo hice estudiando nutrición. Es tedioso, no es agradable, no es fácil. Nuestro problema como sociedad es que falta mucha cultura del esfuerzo. Nos meten en la cabeza que lo importante para ser feliz es estar motivado, pero no es del todo verdad: para ser feliz antes tienes que estudiar, trabajar por lo que quieres, cargar con cosas que no te gustan y sacrificar otras muchas.

Al final, lo consigues. Yo no soy más que tú, ni más listo ni más fuerte. Tú también puedes. ¿Que te va a costar?, sí. ¿Que lo otro era más sencillo?, por supuesto. ¿Que merece la pena?, sin ninguna duda.

A dieta en casa: ¿tiene que ser un drama?

Cuando alguien se pone a dieta, el primer escollo no es la comida, sino el entorno. Por eso es tan importante involucrar a la familia, hacerles ver que lo haces por salud, no por peso. Es normal que la familia no lo entienda a la primera. Pero si no se llega a un punto de encuentro, ellos van a hacer una cosa y tú otra, y la estadística nos dice que cuando una persona quiere hacer algún cambio de alimentación, para que se sostenga en el tiempo, tiene que conseguir involucrar al entorno familiar en mayor o menor medida.

Por eso, dentro del proceso de cambio, es vital la fase de prepa-ración: contar a nuestro entorno qué nos pasa, qué vamos a hacer, y pedir que nos acompañen en ese proceso sin dinamitarlo. Si no contamos con ese apoyo tanto en la fase de cambio como en la de mantenimiento, los esfuerzos serán pan para hoy y hambre para mañana.

Las seis fases del cambio

El psicólogo James O. Prochaska diseñó un modelo con los seis estadios o fases del cambio que son por los que pasa cualquier persona que busca hacer un cambio en su vida. Perder peso es una forma más de cambio.

  1. Precontemplación. Crees que nunca vas a perder peso o que no puedes.
  2. Contemplación. Te imaginas perdiendo peso.
  3. Preparación. Primeras iniciativas (ir al mercado, comprar otros alimentos…). Búsqueda de apoyo.
  4. Acción. El proceso de comer diferente para perder peso.
  5. Mantenimiento. Instauración de los nuevos hábitos saludables. Confianza.
  6. Recaída. A cualquiera de las fases anteriores.

Revisa todos los estadios y analiza cómo abordas tú esa pérdida de peso. Cuando ves que has cogido unos kilos y tomas la decisión de bajarlos, ¿tienes apoyo en casa o te ponen zancadillas?

Hay quienes deciden que la familia los debe apoyar sí o sí y dejan de comprar las cosas que no quieren comer o incluso las esconden, pero lo cierto es que una buena comunicación será la única forma efectiva de conseguir que el cambio se produzca de modo real y se sostenga a largo plazo.

Aun así, lo cierto es que, una vez que hemos tomado la decisión, lo mejor será evitar llevar a casa esos ultraprocesados, esa comida poco saludable que hemos decidido dejar de ingerir. Siempre es más difícil controlarse, evitar el sistema de recompensas del que hablábamos antes, ante una tentación cuando la nevera y la despensa están al alcance de la mano.

¡Virginia al habla!

Cuando, estando en casa, quiero matar el gusanillo para evitar comer algún ultraprocesado que podría sentarme mucho peor, tengo un par de trucos que ahora comparto contigo:

Trucos para no sucumbir en el bufé del hotel

Pero… ¿y fuera de casa? Como decimos a menudo, uno de los principales enemigos de la dieta sana son los imprevistos, las cosas que se salen de la normalidad. Uno de los escenarios en los que solemos volvernos voraces son los bufés de los hoteles. Tienes un viaje de negocios o unas vacaciones y el bufé es un peligro; sin embargo, hay remedios que podemos aplicar:

  1. Ir algo saciados. No se trata de realizar una comida entera antes de entrar a comer, no tendría sentido. Pero si antes de bajar a desayunar te tomas una manzana (o si la pides en primer lugar, antes de coger nada más), vas a acercarte con menos voracidad a las bandejas de los croissants.
  2. Plato único. Lo de hacer varios paseos y en cada uno echar algo nuevo al plato es un peligro, pues acabamos comiendo de más sin ser conscientes porque no tenemos noción de las cantidades reales que hemos puesto. Lo mejor es poner todo lo que vayamos a comer en un mismo plato. ¿Vas a tomar ensalada y espaguetis? Pues hazte un plato combinado, cada cosa en un lado del plato.
  3. Servirte una sola vez. Si está todo a la vista, las señales de hambre quedan un poquito más inhibidas. En cambio, si vas poquito a poquito, el cerebro no tiene noción de todo lo que estás comiendo, parece que son raciones pequeñas y va a seguir pidiéndote más. Los viajes de a poquito son uno de los grandes enemigos del peso en vacaciones.
  4. Plato pequeño. Es una manera simple de engañar al cerebro, porque va a interpretar que hay más comida y te vas a saciar más.

No te sabotees a ti mismo

En la consulta de Pablo…

Juan José llegó a mi consulta con diecinueve años y 167 kilos. Desde niño recuerda que era gordito y sus padres le restringían la comida. Para más inri, sus hermanos estaban delgados y a él eso le mortificaba. En su cabeza se había grabado todo lo que le decían en casa desde que tenía uso de razón: «Esto no lo puedes comer tú, porque estás gordo».

Juan José no se siente bien consigo mismo y, como protesta, come a escondidas. Tanto es así que en casa le ponen un candado al frigorífico y a la puerta de la cocina. A los catorce o quince, cuando empezó a salir con los amigos, le encantaba ir a McDonald’s a comer hamburguesas y beber muchísima Coca-Cola.

A los diecinueve se viene a Sevilla, modifica su entorno y decide tomar las riendas de la situación. Digo decide porque, hasta que no lo decide él, no hay cambios. Introduce el deporte en su vida, empieza a boxear y comienza a tener una relación normal con la comida. Sigue saliendo con los amigos y tomando alguna copa los fines de semana, porque está en la edad, pero ha normalizado su relación con la comida e introducido la variable deporte. En diez meses se pone en 90 kilos (mide 1,90 m), sano y fuerte como un león.

¿Dónde está el secreto? Primero, perdió peso cuando él quiso, no cuando la familia lo conminó a hacerlo. Segundo, normalizó la comida en su vida. Y otra cosa más importante, se alejó del factor crítico que lo impregnaba todo: su mala relación con su padre.

El caso de Juan José lo veo muy a menudo en la consulta. Personas que se vuelcan en la comida como reclamo de amor. O la comida como elemento de atracción, muy habitual en padres separados cuando se llevan a los niños a comer pizza o hamburguesas como muestra de afecto, o cuando les dan chucherías para que se pongan de parte de uno u otro progenitor. Se genera un círculo vicioso que hay que cortar para poder controlar la relación con la comida. Por eso, para reinventarte, a veces es más fácil lejos de tu entorno familiar o social.

Cuando te pones a dieta, suelen aparecer dos grandes enemigos. Uno es el entorno, que muchas veces es muy hostil con quien decide cambiar su dieta. El otro es uno mismo con los pensamientos saboteadores.

El entorno son esos compañeros de trabajo, los amigos o la familia que te abochornan por no comer lo de siempre. Desgraciadamente, hoy en día si vas a un restaurante o en el trabajo sacas tu táper con verduras, lo primero que te dicen es: «Oye, ¿estás malo?». Luego vienen las risas. Es triste, pero aún no tenemos interiorizada una cultura de cuidarnos y se tiende a torpedear al que lo hace.

Los pensamientos saboteadores son pensamientos que justifican las acciones incorrectas que tomas para que tú no te sientas mal. Son las excusas de «un día es un día», el «hoy me premio porque he hecho esto bien» o «necesito estas patatas fritas porque hoy he tenido un día fatal». En realidad, la comida está supliendo un problema emocional. Lo que tenemos que hacer es identificarlo y convertirlo en una fortaleza.

Pablo a corazón abierto

En algunas ocasiones he hablado abiertamente de mi proceso de adicción al alcohol hace años. No tenía un gran control sobre la bebida. Si salía y bebía, tenía que ser mucho, no me valía una sola copa. Hasta que tuve un gran susto con una hepatitis alcohólica no aguda, una patología que surge cuando durante un periodo corto de tiempo tomas mucho alcohol hasta el punto de que tu cuerpo no es capaz de asimilarlo.

La especialista del hígado me comentó que si seguía así acabaría con una cirrosis hepática. Dejé de beber hasta que aquello se curó, pero lo duro vino después. Tuve que replantearme mi forma de beber, y eso me costó muchísimo. Mis amigos no tenían mi problema y ellos podían seguir bebiendo. Yo llevaba tantos años saliendo con ellos y asociando salir a beber que no me sentía integrado en el grupo si no tenía una copa en la mano. A lo que se añadían las preguntas de: «Oye, ¿estás malo?» y las miradas inquisidoras.

Llegué a pedirme un agua con gas en copa de balón con su limón para que pareciera un gin-tonic y no me preguntaran. Otras veces pedía una cerveza normal y la siguiente, o las dos siguientes, sin alcohol. Todo por sentirme parte del grupo. ¿Es la solución? Para nada, es un parche bajo el que se agrava el problema. Tienes que aprender a decir: «No bebo porque no me da la gana», sin necesidad de dar explicaciones.

Con la comida sucede algo similar. El grupo presiona y se tiende a esconderse o a abandonar la dieta solo para no sentir que te excluyen.

Horror en el supermercado

 

a compra semanal en el supermercado es, con más frecuencia de lo que podríamos creer, una fuente de discusiones familiares acaloradas. Por un lado, las personas que quieren perder peso y que solo buscan yogures naturales sin azúcar, verduras y pescado para hacer a la plancha. Por el otro, los que no se cortan a la hora de comprar bollos rellenos de crema, varitas de merluza o copas de chocolate con nata.

Una vez más, cuanta más comunicación se produzca, más posibilidades habrá de que la adecuación al cambio tenga lugar de manera exitosa.

Decidirnos por fin a marcar un cambio en nuestra vida no debería llevarnos a tener que acotar una parte de la nevera especial para nosotros y otra para el resto. Una nevera familiar debe ser, por defecto, una nevera en la que predominen las frutas, las verduras, las carnes, los pescados, los lácteos de calidad, un buen queso, encurtidos… Es decir, una nevera sana para todos.

Tal vez para ti evitar el exceso sea un problema y tal vez para otro miembro de la familia sea perfectamente normal permitirse una tentación hoy porque es capaz de no volver a pensar en ello o de no sentir la necesidad de comerse ese extra hasta dentro de dos semanas. Estar a dieta no significa prohibir al resto —a los que no necesitan expresamente controlar su alimentación porque la pueden gestionar bien sin que ello los altere— que coman lo que les gusta. Tampoco implica mortificarte tú con prohibiciones estrictas.

¿Por qué no va a haber en una nevera un yogur azucarado si me gusta y me lo tomo una vez a la semana? La clave está en el control. Y sí, obviamente, ese autocontrol también se trabaja.

¡Virginia al habla!

Me encanta hacer la compra. Entre semana, si hace falta algo, vamos Manuel o yo indistintamente al súper. Y luego, para la compra grande, vamos juntos y, a veces, con los niños.

Tengo que admitir que los chicos detectan rápido si el que ha hecho la compra ha sido Manuel o si he sido yo. Muchas veces llega Triana del cole y dice: «Ya has ido tú a hacer la compra, ¿a que sí?». Lo dice porque cuando va Manuel hay chocolatinas, golosinas…, y yo no compro nada de eso. Triana siempre acaba diciendo: «Papá tiene que ir pronto al súper, ¿eh?». Tampoco es que me niegue a comprar ciertas cosas, como crema de cacao, magdalenas, pan de leche o cereales de desayuno, pero barritas de chocolate para tenerlas ahí…, pues no.

A mí me gusta cocinar, me gusta comer bien y disfruto yendo al supermercado. No me gusta hacer la compra online, prefiero ir al puesto, ver el género, valorar el precio y elegir. Que lo mismo voy a la pescadería y veo las lubinas a buen precio y me animo. Tampoco me desvío mucho de lo que voy a comprar con tentaciones. Tengo claro lo que quiero comprar y voy a tiro hecho. Y, sobre todo, huyo de los ultraprocesados. Intento que lo que entra en casa sea lo más natural posible y cocinarlo todo aquí.

Te pongo un ejemplo: ahora en muchos supermercados te venden tiras de pollo a la brasa para poner en la ensalada. Que no es mala solución si te la tienes que preparar en la oficina, pero yo, si puedo, compro mi pechuga de pollo y prefiero hacerla en casa. Estás comiendo lo mismo, pero más sano.

Ensalada con pollo en cinco minutos

Ingredientes

Preparación

Cuece el filete y, cuando esté tierno, córtalo en tiras y sofríelas ligeramente para que el exterior quede crujiente.

En un bol, pon la mezcla de ensalada que hayas elegido y añade las tiras de pollo. Adereza con sal, el aceite y las hierbas que te gusten, ¡y a comer!

La compra es la puerta de entrada de cosas ricas para comer, cosas que te van a ayudar a perder peso o a conservarlo, y tentaciones que pueden dinamitar tus buenos propósitos. Normalmente, cuando nos enfrentamos a la obesidad, suele haber también un descontrol de los impulsos. De hecho, la obesidad la abordamos de alguna manera como una adicción.

Antes de plantearnos planificar una dieta, es imprescindible que la persona identifique este descontrol de los impulsos. Por ejemplo, comprender que cuando ve un paquete de bollos de chocolate no es capaz de pasar por delante y no echarlos al carrito. En esos casos, temporalmente, es preferible que no vayan a la compra o que procuren no tener a la vista en casa esos productos hasta que mejoren ese control. Es un trabajo psicológico, no simplemente relacionado con la nutrición, pero aún más importante si cabe.

Quita las tentaciones de la vista

Virginia es alguien capaz de ver alimentos que sabe que no le hacen bien y no tomarlos. Eso sucede cuando tienes el control de tu instinto de comer chucherías, pero el 90-95 % de las personas con problemas de peso no tienen ese autocontrol. En estos casos, quitar esos alimentos de la vista es una enorme ayuda para perder peso o para no retomarlo.

«Pablo, es que en tal revista dicen que no es malo tomarnos una onza de chocolate.» ¡Y no lo es! Pero siempre que seas capaz de tomarte solo una onza y no media tableta. Por eso, mientras vamos interiorizando esas estrategias de control, lo mejor es evitar el peligro temporalmente.

¿Significa que no tomes chocolate? Ni muchísimo menos, pero si lo tengo a la vista, me lo voy a comer. Si compro una caja de helados, me la voy a comer, porque esas cajas de seis están diseñadas para que te comas los seis. Ahora, si sé que estoy comiendo bien, si he incorporado el deporte, puedo controlar lo que como y me entran ganas de helado, no pasa absolutamente nada por bajar a la tienda de helados y comprarte uno. Pero uno, no toda la caja de seis.

Una estrategia que funciona muy bien frente a estas tentaciones es tener algo saludable a mano, pero en una versión apetecible. No es lo mismo llegar a casa con hambre y tener que abrir una piña que encontrarte las rodajas ya cortadas o en trocitos.

Procura tener siempre disponible un bol con fruta cortada. Puedes prepararlo por la mañana temprano y llevártelo a la oficina, o dejarlo a mano en la cocina si vas a estar moviéndote por tu casa. Verás como en el momento en que te encuentres la frutita bien cortada… ¡acabarás picando! En este caso, es un picoteo bienvenido.

Tendrás que tenerlo en cuenta a la hora de planificar la compra. Esa fruta, ese pescado o esa carne que quieres ingerir durante la semana… Piensa qué quieres comer, sé realista al planificarlo y compra en función de ese plan.

¡Vamos a la compra!

¿Quieres ir a la compra y no sucumbir a las tentaciones? A mis pacientes les enseño varias estrategias:

  1. Ir sin hambre. Es de cajón: si vas a una hora que coincide con la comida, tu cerebro y tus papilas gustativas están deseando comer y tienes muchas papeletas para acabar llevándote algo de picoteo fácil. ¿Te has fijado que las promociones de comida siempre las ponen antes de comer? Nunca te las vas a encontrar a las cuatro de la tarde porque a esa hora no te apetece probar unas croquetas. Pero si te las ponen a la una del mediodía, ¡te comes hasta la bandeja!
  2. Con la lista de la compra. Y, a ser posible, con el tiempo justo. Así no irás al tuntún y comprarás solo lo necesario.
  3. Piensa el menú semanal. Si hoy vas a cocinar pechuga de pollo y dentro de tres días también, compra para dos días y congela. Te ahorrarás un día de supermercado. ¡Que tu tiempo también cuenta!
  4. Batch cooking. Ya que has comprado de más, cocina y congela. Así tendrás ya la cena lista cuando llegues a casa y evitarás tentaciones. Además, cocinar en grandes cantidades es una manera de ahorrar en la factura de la luz porque consumes menos energía.
  5. Flexibilidad. Que todos coman saludable en casa debe ser un propósito a largo plazo, pero no lo puedes implementar de golpe solo porque tú quieras quitarte unos kilos. Si, de un día para otro, quitas todo lo que engorda de la despensa, es lógico que haya conflicto. Sé flexible con ellos y contigo mismo. No vas a arruinar tu pérdida de peso por una magdalena.

Pablo te lo cuenta

¿Alguna vez te has preguntado por qué la carne picada del carnicero y la del súper no saben igual?

La carne picada que vemos en barquetas en el supermercado no es solo carne picada. Si te fijas, en el paquete pone burger meat. Según la legislación vigente (Real Decreto 474/2014, de 13 de junio, por el que se aprueba la norma de calidad de derivados cárnicos) es «un producto fresco, elaborado a partir de carne picada y otros ingredientes, incluidos los aditivos, con un contenido mínimo de cereal o de hortalizas, o de ambos, del 4 %».

Es perfectamente saludable, pero es carne picada y algo más. ¿A que ahora entiendes mejor por qué las hamburguesas saben distintas cuando compras la carne picada en la carnicería y cuando ya la compras picada en una bandeja del supermercado?

No estoy gorda, estoy hinchada

 

¿Por qué nos hinchamos?

cumular líquido e hincharse por ese motivo es un mal relativamente frecuente. Ese aumento de líquido en los tejidos lo notamos en que se hinchan las muñecas, los tobillos, las piernas, las caderas… Cuando eso pasa, muchas veces tratamos de solucionarlo poniéndole parches a la situación, atajando los síntomas con un diurético, ya sea una tisana de cola de caballo para hacer pipí u otra similar.

Sin embargo, bajo esa hinchazón quizá subyace algún problema de salud de diversa índole:

Muchas personas reconocen en su día a día que, sin saber exactamente por qué, el hecho es que han aumentado de volumen. Lo achacan a una hinchazón, pero no tienen claro si es de líquido, gases o, sencillamente, kilos de más. Los gases vienen y van y, por norma general, se deben a alguna cosa que nos puede haber sentado mal o a alguna patología digestiva.

La hinchazón por retención de líquido se debe a alguna de las razones que he dicho anteriormente y se diferencia de los gases porque tocas y notas perfectamente cómo se te hunde el dedo en la tripa. Puede causar dolor y la típica molestia de sentir una parte de tu cuerpo con un volumen que no es el normal.

Ahora bien, si no es ninguna de las anteriores..., habrá que asumir que ese aumento de volumen es más que una simple hinchazón pasajera y se debe, sencillamente, a que hemos subido de peso.

¡Virginia al habla!

Yo, y estoy segura de que, al igual que yo, muchas otras mujeres, tengo el antes, el durante y el después de la menstruación. Es todo un mundo eso de la hinchazón en función del momento del ciclo menstrual en que me encuentro, y vaya si se nota. Notamos cuando estamos ovulando, cuando nos va a venir la regla, cuando ya ha llegado… Variamos de volumen, se altera nuestro funcionamiento intestinal, retenemos líquidos y hasta nos cambia el carácter.

Algo que llevo a rajatabla es el beber agua habitualmente. Si bebes poco, el cuerpo retiene más. En cambio, si nota que tiene suficiente, lo elimina regularmente sin problemas. También tomo infusiones para no retener líquidos: cola de caballo, cardo mariano, diente de león… Me ayudan en esos días.

Además, tengo la suerte de que no tengo síntomas premenstruales demasiado dolorosos, pero sí noto que se me inflama bastante el abdomen. Y a medida que cumplo años, noto que estoy muchísimo más irascible y que el proceso en sí es más largo. Antes eran un par de días; ahora, desde cinco días antes ya sé que me va a venir, y es un poco rollo…

Para sobrellevarlo de la mejor manera, en esos días evito tomar muchas cosas saladas, para no retener más líquido de la cuenta. Y, aunque me gusta mucho practicar deporte, noto que en esos días tengo que vencer más la pereza. Lo mismo con la comida: no me gusta el dulce, pero en esos días a lo mejor me apetece un poco de chocolate negro o algo así.

En el caso de las mujeres, desde luego, cada mujer es un mundo, pero hay cuerpos en los que esa hinchazón durante el síndrome premenstrual y los primeros días de regla hacen que no puedan abrocharse el vaquero o que tengan que llevar una talla más de sujetador. En torno a los tres o cuatro días previos a la regla y el primer y segundo día de la menstruación, todas las mujeres sufren cierta retención de líquidos a causa de los cambios hormonales.

Esto no solo influye en el volumen corporal, sino que también afecta al peso. Por eso el peso que vemos esos días en la báscula no es muy buen indicador del peso real. Hay mujeres que solo aumentan doscientos o trescientos gramos, pero otras pueden ganar hasta tres kilos de agua, que, una vez que pasa el período, pierden sin más problemas. Puede ir acompañado o no de estreñimiento transitorio.

Pero la naturaleza femenina es así, no se puede dar una medicación para no hincharse en esos días. Lo que sí puede hacerse es adoptar hábitos saludables que ayudarán a no hincharse tanto, como la actividad física, llevar una dieta con un buen aporte de fibra y proporcionar el líquido necesario al cuerpo. Cuando hablamos de actividad física no nos referimos a hacer deporte ocasionalmente, sino a llevar una vida activa, subir escaleras, caminar…, todas esas cosas ayudan a tener un metabolismo más activo y minimizarán algo esos contratiempos del ciclo menstrual.

Lo que funciona bien para eliminar líquidos y toxinas es cuidar el hígado y los riñones. El hígado, después del corazón, es el órgano más importante del cuerpo. Si lo cuidamos bien, controlando la ingesta de grasas, pero, sobre todo, no consumiendo tóxicos como el alcohol, esa función de eliminación se producirá de forma más regular.

El secreto para ir como un reloj

¿Por qué las mujeres se estriñen más?

La publicidad de productos contra el estreñimiento suele emplear a mujeres. NO es una casualidad: según la Fundación Española del Aparato Digestivo, el estreñimiento afecta a entre el 12 y el 20 % de los españoles y es mucho más frecuente en las mujeres y en personas con vida sedentaria y una dieta baja en líquidos y fibra (frutas y verduras).

¿Por qué a las mujeres? Porque los cambios hormonales de los períodos premenstruales o durante el embarazo afectan al funcionamiento del sistema digestivo. Antes de la regla, esos cambios relajan los músculos del colon y el intestino tiene menos fuerza para realizar los movimientos que favorecen la evacuación.

En el embarazo, el aumento de los niveles de progesterona hace que se ralentice el proceso digestivo. Por si fuera poco, a medida que el embarazo avanza, el útero va presionando cada vez más sobre el recto. Como consecuencia, los alimentos tienen más dificultades para pasar. Después del parto, encontramos dos problemas: cierta dilatación de los músculos abdominales, que los hace menos eficientes, y el miedo al dolor por la episotomía o las hemorroides, que hacen que involuntariamente se retraiga el impulso de ir al baño.

Es posible que sientas que encajas perfectamente en esta descripción. Tenemos rutinas establecidas, vivimos con prisa, estrés… Si estás fuera de casa o tienes que salir muy pronto y no has ido por la mañana, se acabó, pasas página hasta el día siguiente porque sabes que ya va a ser imposible encontrar el momento de ir al baño.

En esos casos debes tratar de comer más verdura, tomar la fruta sin pelarla, beber mucho líquido, tomar zumos verdes (espinaca, pepino, apio) … Todo ello te ayudará a ir mejor.

Es muy importante tomar más fibra de forma rutinaria, incorporándola a nuestro día a día como parte de la alimentación habitual. Por lo general, la población no toma la suficiente cantidad de frutas y verduras, que es donde se encuentra la mayor parte de la fibra.

Es posible que, si te notas estreñido, decidas tomar de pronto mucha fibra, pero esto es algo que no va a funcionar de forma automática, porque tu sistema metabólico se tiene que adaptar a esa cantidad de fibra nueva. Pueden pasar hasta tres semanas hasta que empieces a ir al baño con más regularidad. Desde luego, no por tomarte un kiwi en el desayuno vas a ir al baño.

Introduce la fibra despasito

Si nunca tomas fibra o tomas muy poca cantidad, aumentar la cantidad de fibra de la noche a la mañana puede sentarte muy muy mal.

Puede que, de pronto, el tránsito intestinal, efectivamente, se acelere mucho, y acabes visitando el baño con más frecuencia de la deseada o teniendo una mala absorción de los alimentos porque tu intestino no está acostumbrado a trabajar con ese frenesí.

Pero puede que tomes mucha fibra y pases por alto beber más. En ese caso, la materia fecal (la caca, dicho en lenguaje coloquial) que se forma es tan dura que le cuesta salir y vas a pasar unos días fastidiado.

Recuerda: el aumento de la fibra debe ser progresivo y, como diría Luis Fonsi, despasito.

¡Virginia al habla!

Yo antes me desesperaba porque sentía la obligación de ir todos los días. Ahora ya no tanto, aunque lo cierto es que, si tomo un poco más de fibra o más líquido, me siento mejor. En alguna ocasión, si me retraso más de lo normal, tomo infusiones de hojas de sen. Sé que es natural y que hay personas que lo toman casi de forma regular, pero yo prefiero no acostumbrar a mi cuerpo a esa ayuda extra, porque, si lo haces, se vuelve vago y, con el tiempo, tendrás que tomarlo a diario.

En cuanto a los productos para ir al baño en caso de estreñimiento, ahora se ha puesto de moda el aloe, que parece la panacea para todos los males: te cura las quemaduras, te deja una piel más fresca y, encima, ¡te ayuda a ir al baño! Otras personas toman carbonato de magnesio disuelto en agua o en zumo. No será por inventos.

No se trata de afirmar, directamente, que no funcionan, pero la realidad es que solo son parches. Y en la vida no podemos vivir siempre a base de parches. Hay que hacer todo lo posible para que el mecanismo funcione bien de forma regular.

Trucos fáciles para ir mejor al baño

Hay tres acciones que nos ayudan a mejorar el tránsito intestinal sin necesidad de tisanas ni de yogures mágicos:

  1. Tomar más alimentos con fibra (fruta, verdura, legumbres, frutos secos, cereales integrales…). Los zumos NO cuentan como fruta, porque, al exprimirlos, quitas la pulpa, que es donde está toda la fibra.
  2. Tomar alimentos probióticos (yogur, kéfir, chucrut…).
  3. Beber más líquidos.

La forma de preparación de los alimentos también puede ayudarnos a visitar el baño con más facilidad. Una muy sencillita es tomar la pasta acompañada de una cantidad aceptable de verduras, pero comerla un poco fría. ¿Por qué? Porque al enfriarse se forma almidón resistente, que va a actuar como un prebiótico maravilloso.

El almidón resistente no es ni más ni menos que un tipo de almidón que los humanos no podemos asimilar, pero que a nuestras bacterias intestinales (lo que conocemos como microbiota intestinal) les sienta fenomenal porque ellas sí pueden asimilarlo.


IMPORTANTE: no debe confundirse probiótico y prebiótico. Los alimentos probióticos son los que llevan bacterias vivas que ayudan a la digestión, y los prebióticos son los que llevan sustancias que les gustan a esas bacterias y que ayudan a que tengan mejor salud. Y si ellas están sanas y bien alimentadas, tu intestino funcionará como un reloj. ¡La microbiota es casi la jefa de nuestro organismo!

Mi problema no es la comida, es el picoteo

 

o nos engañemos: el picoteo es el talón de Aquiles de toda dieta. Nos proponemos lo mejor, pero cuando llega el momento…, ¡no hay quien se resista!

El principal problema es que el picoteo suele componerse de comidas que sacian poco, pero que resultan auténticas bombas calóricas. Pongamos, por ejemplo, una pequeña bolsa de patatas fritas: fácilmente la puedes devorar en diez minutos, casi no te has dado cuenta, pero te has metido en el cuerpo entre setecientas y ochocientas calorías.

Lo peor de esto es que esas ochocientas calorías no son las que te aportarían unas lentejas, sino que son de poca calidad. Para que nos entendamos, imaginemos las calorías como combustibles de distinta calidad. Puedes echarle a tu coche uno de altísima calidad y su motor va a ir como un tiro, aceleras en una progresión menor y te ahorrarás muchas visitas al taller. En cambio, si repostas en una gasolinera de mala calidad, nada más echar la gasolina empezará a echar humo, tendrás que ir más al mecánico y el motor va a sufrir más desgaste. Pues esa gasolina de mala calidad son las patatas fritas.

Como siempre insistimos, no pasa nada por tomarlas de cuando en cuando, y siempre que comas bien el resto del tiempo. No pasa nada si echas un poco de agua en un vaso vacío: el problema de nuestra sociedad es que vamos con los vasos a reventar y con cualquier cosa que eches… ¡ya se arma!

Pablo a corazón abierto

Cuando trabajaba en La Báscula, un programa que se emitía en Canal Sur, recuerdo a una mujer enfadadísima porque no perdía peso. Ella reconocía comer con mucha mesura, no se saltaba ninguna comida y comía solo lo que tenía pautado. Pero no bajaba ni un gramo.

¿Dónde estaba el problema? Esta mujer tomaba dos o tres bolsitas de picos tanto en la comida como en la cena. Los picos tienen muchas más calorías que el pan porque llevan aceite de oliva. Unos cien gramos de picos aportan la friolera de entre cuatrocientas cincuenta a quinientas calorías. Eso, a diario, son tres mil quinientas calorías de más a la semana.

Cada siete mil calorías de más forman un kilo. Eso significa que, con ese exceso de tres mil quinientas calorías a la semana, en quince días, la señora tendría un kilo más. ¡Por eso no solo no perdía peso, sino que lo ganaba!

Y este es el muro contra el que se estrellan muchas personas: el picoteo y las calorías que lleva ese picoteo, que se suelen pasar por alto.

Frutos secos, sí, pero solo un puñadito

Los frutos secos son unos alimentos fundamentales, obligatorios y necesarios en nuestra alimentación porque están cargados de nutrientes muy valiosos, como minerales o ácidos grasos omega 3, 6 y 9. Pero también llevan una carga energética muy alta, muchas calorías, para entendernos. Por eso los profesionales de la nutrición siempre sugerimos tomar un puñado.

¿Cuánto hay en ese puñado? Entre unos veinticinco a treinta gramos:

Lo que debemos evitar es abrir el paquete e ir picoteando. Es mejor coger solo los que vamos a tomar y contarlos. Si vamos cogiendo del paquete, lo más normal es comer de más, porque los frutos secos están muy ricos. Si no tienes mucho control, es mejor irse a por bolsitas unidosis de treinta a cuarenta gramos. Las metes en el bolso y puedes echar mano cuando te entre hambre sin miedo a pasarte.

Ah, un último apunte: los frutos secos, siempre sin sal y sin freír.

¡Virginia al habla!

¡Qué bueno que hablemos del picoteo! Porque es mi debilidad, ¡mi perdición! Trato de controlarlo y solo me lo permito en ocasiones especiales, cuando llega el día de hacer una barbacoa o los fines de semana. De hecho, no es por presumir, pero en casa son superfamosas mis tablas de aperitivos: boquerones en vinagre, jamón, fuet, mejillones, almejas, hummus de lentejas o de berenjenas, aceitunitas… ¡Qué rico todo!

El picoteo se puede plantear como algo sencillo y saludable. Un agua con gas, un zumito de limón, crudités de todo tipo de hortalizas con hummus de berenjena o con un queso batido…

Con los niños es distinto, porque les encantan las patatas fritas, pero intentamos que tomen también otras cosas: fruta, frutos secos, yogur o tortitas de arroz, que son casi aire. Te abres un quesito fresco y lo acompañas con las tortitas y es un picoteo supersano. O, al menos, más que unas patatas fritas.

El eterno debate de la cerveza y la copa de vino

Con el tema del alcohol hay que matizar mucho. Si me tomo una cerveza o una copa de vino, ¿voy a engordar? Pues… menos de lo que creemos. Una cerveza viene a tener unas cien calorías, y una copa de vino, unas ciento cincuenta. El problema, normalmente, no son esas calorías, sino las del picoteo con que se acompaña esa cerveza.

Aquí el peligro surge cuando observamos esos estudios que establecen equivalencias entre lo que engordan una cerveza o una copa de vino y las horas de gimnasio que serían necesarias para contrarrestarlo, con una observación de ciertos beneficios en la práctica.

Ojo, no nos dejemos engañar. Esto no es así: ese tipo de estudios son observacionales, pero la realidad es que no se puede realizar un estudio dándole alcohol a un sujeto a ver qué le pasa. Está prohibido. Hay que dejar claro que el alcohol es una droga, un tóxico, y no aporta nada positivo a nivel fisiológico.

Ahora bien, esa copita de vino dentro de un consumo moderado, si te la tomas en compañía de tu pareja, con unos amigos, en un ambiente distendido, donde te estás riendo y pasando un buen rato…, genera un beneficio emocional por esa socialización que no podemos dejar de tener en cuenta. Ocurre lo mismo con un gin-tonic. Pero con uno, no con treinta. ¿Te tomas un gin-tonic con tus amigos de vez en cuando? Disfrútalo.

Pero de ahí no debemos pasar porque hay riesgo de que ese consumo ocasional y moderado pase a ser una adicción. En ese caso, que engordes uno o diez kilos pasará a ser un problema menor.

Ideas para un picoteo saludable que no sea una tristeza

Podemos disfrutar de un buen picoteo, solo faltaría. En esto, como en todo, a veces lo único que nos hace falta es tener unas cuantas ideas que nos despierten el interés. Aquí tienes algunas:

¡Por favor, no hagamos de la comida algo aburrido y triste! Ni hay que elegir siempre alimentos sencillos con preparaciones tristonas, ni cargar siempre con la mochila de lo prohibido y lo permitido. Comer tiene que ser un momento de alegría, de satisfacción. No lo fastidiemos con restricciones y culpas.

Alquimistas mañaneros

 

Aceite de oliva virgen extra de mis amores

ara es la famosa o el famoso de turno que no se toma algo de buena mañana, por supuesto en ayunas. O que da consejos sobre cómo tiene que ser un desayuno perfecto para estar igual de estupendos que ellos. Porque, por supuesto, su rutilante belleza y esos cuerpazos se deben solo a esas cositas que hacen en el desayuno.

Al menos, nos dan material para hacer comedia, ¿no? Y, de paso, para decir bien alto que no, que todas esas ideas sobre ingerir alguna solución milagrosa en el desayuno se basan únicamente en bulos, mentiras y trucos del almendruco que —a lo mejor— no sirven para nada o —a lo peor— pueden terminar siendo verdaderamente perjudiciales.

En la consulta de Pablo…

Éramos pocos y llegó Kourtney Kardashian. Leo el otro día en la prensa que Kourtney se bebe cada día un chupito de aceite de oliva virgen extra en ayunas. Lo primero que tuve que hacer fue googlear a ver quién de todo el clan era Kourtney. Si os pasa lo mismo que a mí, tranquilos: es la que se parece a Kim, pero no es Kim.

La noticia me llamó la atención porque a mí el aceite de oliva virgen extra me encanta, y pensé: «Chiquilla, vaya desperdicio tomártelo de un trago y no con un poco de pan». Luego leí que está convencida de que el aceite crea una especie de película protectora en el estómago. Ella se toma ese chupito, se imagina que se pone a recubrir las paredes del estómago como si fuera una lona impermeable de las que se usan para cubrir los muebles de jardín y, a partir de ahí, el resto de los alimentos menos saludables que puedan caer después no se absorben. O eso imagina ella, porque ya te digo yo que eso no es así. ¡Es ridículo y más falso que una moneda de tres euros!

De paso, eso sí, aprovecha los antioxidantes del aceite. Pero de todo ello resulta un galimatías que no tendría mayor importancia de no ser porque Kourtney, como tantos otros personajes públicos, tiene mucho tirón y contribuye a la desinformación sobre la nutrición.

El aceite de oliva es el último en añadirse a una larga lista de alimentos que, si se toman en ayunas, se rodean de cierto misticismo. Y, de paso, les añaden propiedades casi milagrosas que no tienen.

Existe la creencia popular de que el aceite de oliva en ayunas crea una película en el estómago. Algo así como si lo plastificaras. Quienes creen eso, piensan que esa película les libra de absorber otras grasas menos saludables que puedan llegar después al estómago. Es decir, tú te tomas el chupito de aceite de oliva virgen extra y después te metes entre pecho y espalda una bolsa entera de bollería con grasas de mala calidad y aquí no ha pasado nada.

Ni que decir tiene que eso es falso. Una mentira como una catedral de grande que, además, es muy peligrosa. Quienes toman algo creyendo que impide la absorción de otros nutrientes o que contrarresta otros excesos tienden a excederse pensando que están más protegidos, sin que realmente lo estén.

Es una gran mentira creer que, como me tomo el aceite de oliva en ayunas (o el zumo de naranja por la mañana o las bayas de goji o lo que sea), puedo pasarme un poquito con otras cosas. De nuevo: esto no es así. Si tomas aceite, fenomenal, pero no creyendo que te da carta blanca para pasarte con otros alimentos.

Además, si eso fuera cierto, no solo dejaríamos de absorber las grasas que no queremos, sino también los minerales, vitaminas y otros nutrientes que pueden contener los alimentos.

El vaso de agua templada en ayunas tampoco es milagroso

Otro clásico entre los mitos de primera hora de la mañana. Vayamos por partes: beber agua regularmente es beneficioso porque humedeces los intestinos y favoreces el tránsito intestinal. De hecho, una de las causas del estreñimiento es beber poco, porque a esa materia de desecho reseca le cuesta más avanzar a través de tu intestino. También cuesta más expulsarla.

Ahora bien, da igual la temperatura a la que bebas el agua. Es verdad que las cosas calentitas hacen que la leptina (la hormona de la saciedad) aumente un poco, pero al cabo de diez minutos vas a seguir teniendo la misma hambre.

En resumen: beber agua es bueno. Pero si vas a pasar un mal rato por tomarte un vaso de agua caliente pensando que va bien para tu barriga, no lo hagas, porque no funciona ni más ni menos que uno recién salido de la nevera.

Un zumo de limón a primera hora y… ¿estarás como Elsa Pataky?

Este bulo es de los más extendidos. ¿El vaso de limón en ayunas te limpia por dentro? Ya lo siento, pero no. «¡Pero si lo dice Elsa Pataky y ella está estupenda! Y Gwyneth Paltrow e Isabel Preysler también lo hacen.» Ya, pero vamos a ver cómo comen ellas el resto del día, cuánto ejercicio practican, qué cositas se hacen en cara y cuerpo, y luego hablamos del limón.

¿Es malo? ¡Qué va! Tiene vitamina C y eso es bueno. Incluso podemos comprar el argumento de que la vitamina C ayuda a la termogénesis, es decir, la capacidad que tiene tu cuerpo para mantener el calor corporal quemando calorías. Una cualidad que te puede salvar la vida si estás en Siberia a menos treinta grados, pero cuya importancia es relativa si vives en Ciudad Real. O en Sevilla.

No negaremos la capacidad antioxidante de esta fruta, pero seamos realistas: las arrugas no se quitan por comer limón. Cualquier dermatólogo puede confirmarte que para la piel funciona mejor la vitamina C de uso tópico (una crema o un sérum) que la que pueda tomarte en la comida.

Por no hablar de que al exprimir el limón le estamos quitando toda la parte de fibra, que es realmente lo interesante para saciarnos y para hacer una mejor gestión de los azúcares. Con lo que sí nos quedamos al exprimir un limón y quitarle la pulpa es con el azúcar. Y los azúcares también inciden sobre las arrugas, y bastante más de lo que creemos.

En resumen: si quieres echar limón al agua porque te gusta el sabor, fantástico, pero hacerlo por adelgazar o por mantener un rostro eternamente joven… no funciona.

En la consulta de Pablo…

No te negaré que cuando un paciente me pregunta si puede adelgazar tomando zumo de limón, siempre le respondo que sí. Le doy instrucciones precisas para conseguirlo: hay que ir caminando hasta el limonero, que debe estar situado a unos veinte kilómetros de casa. La evidencia científica de que se queman un montón de calorías es abrumadora.

No mezcles nunca leche y zumo de naranja

Tiene cierta gracia esta creencia de que, si tomas naranja después de beber leche, esta se corta. Sobre todo, porque muchos de los que lo creen a rajatabla van a un hotel y se ponen su zumo, su café con leche y todo lo que pueden del bufé y no se plantean si eso les va a sentar mal o no. ¡Vaya casualidad!

En fin, vamos a explicar qué es eso de que la leche se corta. Decimos que la leche se corta cuando no la guardamos refrigerada y empiezan a proliferar bacterias que generan ácido láctico. Ese ácido láctico es lo que hace que la leche se ponga en mal estado; hablamos de que la leche se corta por una mala conservación.

Otra cosa muy distinta es que nos tomemos esta leche con un zumo de naranja o de cualquier cítrico. Si las juntamos en un vaso, veremos que la leche se corta. Es decir, adquiere un aspecto feo, pastoso por algunas partes y líquido por otras. Visualmente parece poco agradable, pero, en sentido estricto, no está mala. De hecho, en el estómago también sucede y no pasa nada.

¿Por qué pasa? La leche tiene un pH de entre seis y siete, mientras que el zumo de naranja oscila entre dos y tres (puede subir hasta cinco en algunas variedades). El pH no es ni más ni menos que el grado de acidez, y ya te puedes imaginar que si juntas dos líquidos de distinta acidez, se produce una reacción química para equilibrar ambos. Visualmente, el resultado es tirando a feo, poco instagrameable, pero nada más. Es ahí cuando decimos que se corta la leche, es decir, se separa la parte líquida (agua, grasa y otros compuestos solubles) de la parte sólida (las proteínas). ¿Significa que te va a sentar mal? En absoluto, es un proceso normal. Otra cosa es que tenga un aspecto que no invita a tomarlo.

Además, por si fuera poco, en nuestro estómago hay otro ácido aún más potente: el ácido clorhídrico. Es tan ácido (entre uno y tres) porque su misión es descomponer los alimentos. Y ahí dentro se acaban las tonterías de que si la leche se ha cortado o si la naranja es buena o mala. La digestión es la manera de nuestro cuerpo para obtener nutrientes de los alimentos. Y, de paso, de zanjar debates sobre la acidez.

El ácido clorhídrico lo segregan de forma natural las paredes del estómago para formar el jugo gástrico. Ese jugo es el responsable de degradar las proteínas para que siga el proceso de la digestión y podamos asimilarlas. Algo parecido a lo que pasa cuando echamos zumo de naranja sobre la leche, pero a lo grande. De paso, ese ácido también aniquila la mayor parte de los microorganismos patógenos (por desgracia para nosotros, no a todos) que pudieran llevar los alimentos.

En resumen: que te puedes tomar la leche y la naranja juntas o por separado, que no pasa absolutamente nada.

El desayuno favorito de Pablo

Lo primero que quiero dejar claro es que tenemos que dejar de pensar en el desayuno como la comida más importante del día. Los estudios han demostrado que los niños que no desayunan rinden intelectualmente un 3 % menos que los que sí lo hacen. O sea, que es poco relevante si desayunan o no.

Otra cosa es que el desayuno sea un momento agradable en tu vida. Que en mi caso sí lo es. Hasta me levanto antes que mis hijas para disfrutar de ese ratito tranquilo para mí. ¿Quieres saber lo que desayuno?

¿Es malo tomarme un chupito de vinagre antes del desayuno?

Esta es una de las majaderías peligrosas que se han hecho populares en los últimos años. Consiste en tomar un chupito de vinagre de manzana en ayunas, porque también existe la creencia popular de que forma una película que impide que se absorban las grasas. También se piensa que acelera el metabolismo. Vamos, que te tomas ese chupito y empiezas a quemar calorías a toda máquina.

En este caso, era Victoria Beckham la que lo contaba en Instagram. Claro, la gente la ve tan delgada y se cree que de verdad es por el vinagre, y no porque come lo justito y hace mucho ejercicio.

¿Funciona? Nada más lejos de la realidad. Lo que te vas a provocar es una úlcera por meter en el estómago vacío algo tan ácido.

A mí el azúcar no me afecta porque tomo goma guar

Una tendencia peligrosísima de nuestra sociedad es tomar medicamentos para una determinada patología estando sano para justificar unos hábitos poco saludables. En este caso, para poderte poner ciego de azúcar y que no afecte a tu insulina. Esto es una barbaridad que se ha puesto de moda por la facilidad de conseguir ciertos fármacos o sustancias con acción medicamentosa por internet.

La sustancia en cuestión se llama goma guar y se prescribe a algunos diabéticos que no responden lo suficiente al tratamiento dietético o farmacológico. Es decir, casos de diabetes severa. La goma guar enlentece el paso de azúcares a la sangre desde el tubo digestivo. Es un sobre que se disuelve en agua y se toma inmediatamente antes de las comidas.

¿Me lo puedo tomar yo, que no tengo diabetes, antes de desayunar, y ponerme ciego de croissants con mermelada o chocolate con churros? Pues no, porque no solo asimilas más despacio los azúcares, tampoco asimilas bien cierto tipo de grasas. Y esta acumulación de grasas sin procesar te puede crear una esteatorrea (una caca más aceitosa, para entendernos). Al no asimilar la grasa, tampoco vas a asimilar las vitaminas liposolubles. Al final, los efectos van a ser bestiales. Puedes sufrir mareos o estar como cansado, porque te faltan los nutrientes que tu cuerpo necesita.

Lo malo es que tú googleas «goma guar adelgazar» y te salen infinidad de entradas de entendidos en nutrición en las que te lo recomiendan para ayudar en dietas de pérdida de peso. De verdad, quiero insistir mucho en que todo lo que no sea una alimentación normal es pan para hoy y hambre para mañana. Y es peligroso para la salud a largo plazo.

¡Virginia al habla!

Te voy a confesar una cosa: en las temporadas en las que desayuno (porque a veces hago ayuno intermitente, del que hablaremos más adelante), me encanta tomarme una tacita de agua templada con limón. Me hace sentir bien, como más limpia…

Después de todo lo que he aprendido con Pablo, sé que esto se debe a un proceso psicológico. En realidad, si te mentalizas de que vas a estar limpia, de alguna forma, lo acabas sintiendo. Pero no sirve para eso, y yo lo sé, soy consciente.

Aun así, es la sensación que tengo y me hace sentir bien. Tomo un té de jengibre, cúrcuma y un limón exprimido templadito. Es lo primero que tomo. Luego ya me pongo el café. Siempre que no sea algo dañino para tu salud, no pasa nada por seguir los hábitos que te gustan y que te hacen sentir bien.

No olviden supervitaminizarse

 

i ya tienes una edad, seguro que te acuerdas de Súper Ratón, aquel dibujo animado que siempre acababa con la cantinela de «no olviden supervitaminizarse y mineralizarse». Se ve que el mensaje caló, porque tenemos una población a la que le encanta tomar complementos nutricionales en forma de complejos vitamínicos y/o minerales…

¿Son necesarios esos complementos que a menudo se venden a precio de sangre de unicornio? En general, no. ¿Una dieta saludable y equilibrada aporta todos los macro y micronutrientes necesarios? Absolutamente, sí. El grandísimo problema en España es que nuestra dieta es muy deficitaria y desequilibrada.

En la consulta de Pablo…

Andrea tiene treinta y nueve años y padece un trastorno por atracón. Fue madre hace un par de años. Su pareja trabaja en turno de tarde, así que le toca a ella salir del trabajo a toda velocidad, recoger a la niña en la guardería, bañarla, darle de cenar y acostarla. Por si fuera poco, por la noche estudia inglés porque quiere promocionar en su empresa. Vive en una espiral de estrés, come deprisa y, cuando encuentra un momento, sufre frecuentes atracones y toma varios complejos de vitaminas para combatir el agotamiento.

Al llegar a la consulta me pide que no le quite las vitaminas, porque «las necesita para no ir arrastrada por la vida». Su caso no es excepcional: en España solo entre tres y cuatro personas de cada diez reconocen hacer dieta mediterránea. Esto significa que las otras seis o siete no llevan un estilo de vida saludable a la hora de comer.

Cada uno con sus razones, ojo, no vamos a censurar a nadie, porque la vida ya es bastante dura como para ir riñendo por la alimentación. El caso es que esto implica lógicas carencias y ahí hacen su agosto los fabricantes de pastillas de vitaminas.

La siguiente pregunta lógica es si esas vitaminas en pastilla funcionan igual que las que contienen los alimentos, y resulta que tu organismo no las reconoce del mismo modo. Es como si te pones a esperar un taxi en una parada y te llega un señor con su coche particular diciéndote que te montes en él. Sigue siendo un coche, con cuatro ruedas y el conductor, pero lo normal es que te quedes sorprendido. La biodisponibilidad es algo así: tu cuerpo tiene una capacidad distinta para coger esos nutrientes según vayan en alimentos o en cápsulas.

¿Hace falta tomar suplementos de vitamina C?

La venta de complementos de vitamina C es un negocio la mar de fructífero, pero, con una dieta equilibrada, en España no tendrían por qué ser necesarios. De hecho, es de las pocas vitaminas en las que estamos por encima de los niveles que las autoridades sanitarias recomiendan para un adulto.

La cantidad diaria recomendada de vitamina C es de 75 mg/día, según la AESAN. Pero tomamos bastante más. Según la Encuesta Nacional de Ingesta Dietética, la mediana de la ingesta habitual de este micronutriente está entre 126 y 136 mg/día. Y aumenta con la edad, porque a medida que nos hacemos mayores empezamos a vigilar más la dieta que de jóvenes. Y eso implica comer más frutas y verduras.

Aunque se ha escrito mucho sobre si es posible que mucha vitamina C tenga efectos adversos, desde el Ministerio de Sanidad no se señala un límite máximo. Hay autores que apuntan posibles efectos adversos si se superan los mil o dos mil miligramos, que equivaldría a tomarse más de diez naranjas en un día. ¡La mayoría de la población no llega a las cinco piezas al día, como para plantearnos superar las diez!

Fuente: Fundación Española del Corazón.

En cuanto uno se adentra en el vasto mundo de las supervitaminas, descubre que el asunto no se queda ahí. A menudo, se ofrecen también complementos relacionados con el cuidado estético que son un gran reclamo.

A priori, tomar, por ejemplo, un suplemento de colágeno no tendría por qué ser negativo, pero lo cierto es que, si llevamos una alimentación sana y equilibrada, su ingesta no tendría por qué ser necesaria. Ante todo, debemos ser cuidadosos con quién nos recomienda qué.

No parece muy seguro, por ejemplo, que una esteticista nos recomiende vitaminas, porque su formación no es suficiente para saber qué tipo de vitaminas o minerales debe tomar cada persona y en qué cantidad. Otra cosa es la medicina estética, ya que algunos doctores están muy especializados en ese tema y sabrán determinar posibles interacciones farmacológicas o si conviene según qué tipo de patologías intestinales. En definitiva, ¡mucho cuidado!

El batido verde de Virginia

Algo que me ayuda en los desayunos para cargarme de vitaminas de forma sencilla y deliciosa es el batido que me preparo por las mañanas. ¡Comparto la receta!

Mezclo espinacas, pepino, apio, manzana verde y jengibre y trituro todo hasta que queda un batido suave y homogéneo. Siempre pongo una fruta. Si no tengo manzana, echo kiwi o piña. Al final, lo sirvo con hielo. ¡Es un chute de energía supernatural!

Embarazo, ¿hay que suplementar?

Durante el embarazo y la lactancia se recomienda ingerir quinientos miligramos diarios de vitamina B9 (folatos).

No soy partidario de suplementar a lo loco. Sin embargo, hay tres micronutrientes esenciales que suelen suplementarse en el embarazo, más por el desarrollo correcto del feto que por la madre. Son estos tres:

En concreto, de este último, el Ministerio de Sanidad y la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia recomiendan que todas las mujeres tomen 0,4 mg/día desde al menos un mes antes de la gestación. O sea, que, si piensas quedarte embarazada, lo primero es empezar a tomar ácido fólico y luego ponerte manos a la obra. Este suplemento hay que seguir tomándolo a diario durante todo el embarazo porque no se almacena. Además, se recomienda la ingesta de alimentos con ácido fólico, como vegetales de hoja verde, hígado, frutas, cereales, legumbres, levaduras y frutos secos.

ÁCIDO FÓLICO

La falta de ácido fólico puede causar problemas en el cierre del tubo neural.

HIERRO

El hierro es necesario para fabricar hemoglobina, que es la responsable de llevar el oxígeno en la sangre. Durante el embarazo suele aparecer anemia ferropénica por bajos niveles de hemoglobina, que tiene como resultado bebés con bajo peso, más riesgo de mortalidad o problemas cognitivos al nacer.

YODO

El yodo es vital para la síntesis de las hormonas tiroideas, necesarias para el metabolismo celular y el correcto desarrollo del cerebro. Unos niveles bajos de yodo pueden causar alteraciones en el desarrollo cerebral y neurológico del feto de forma irreversible.

Fuente: M. J. López Rodríguez, J. I. Sánchez Méndez, M. C. Sánchez Martínez y M. Calderay Domínguez, «Suplementos en embarazadas: controversias, evidencias y recomendaciones», Información Terapéutica del Sistema Nacional de Salud, vol. 34, n.º 4, 2010, págs. 117-128.

¿Es necesario tomar vitaminas para hacer deporte?

¡Virginia al habla!

Hay personas que siempre toman recuperadores o complementos antes o después de entrenar. Yo ahora, como no entreno más de una hora, no tomo nada especial. Sí lo hacía durante las semanas que entrené para el maratón de Nueva York. Tomábamos suplementos de magnesio, potasio, calcio…, pero es que en esas tiradas largas desgastas mucho.

Virginia hace bien. Con un entrenamiento normal no es necesario suplementar nada de nada. Siempre que comas suficientemente bien y de calidad, vas a cumplir más que de sobra los requerimientos energéticos óptimos que necesita tu cuerpo. Otra cosa son los objetivos que te marques.

Por ejemplo, si quiero ponerme más musculado, necesito en torno a 1,5-1,8 gramos de proteínas por kilo para desarrollar una buena masa muscular. Claro, eso significa que una persona de más o menos ochenta kilos se tiene que tomar cuatro pechugas de pollo entero. ¡Cuatro pechugas! Vamos, casi inasumible, así que en esos casos sí se recomienda la suplementación con proteínas.

Si no haces deporte excesivo, la ingesta recomendada de proteínas al día es de 1-1,2 gramos. Y esto también es importante para la población mayor, porque así evitamos agravar la sarcopenia.

Sarcopenia

La sarcopenia es la degradación natural de la fibra muscular por efecto de la edad. Es un proceso que empieza en torno a los cincuenta años. En los hombres es más gradual, mientras que en las mujeres es muy evidente a partir de la menopausia. Se calcula que, a partir de los cincuenta años,3 la masa muscular disminuye entre un 1-2 % anualmente, y la fuerza muscular lo hace entre un 1,5-3 % a partir de los sesenta años. El proceso se acelera en torno a los sesenta y cinco y los setenta años.

La sarcopenia es la primera causa de enfermedad crónica a partir de los cincuenta años. No afecta a todo el mundo igual, ya que intervienen factores genéticos o la actividad física, entre otros.

Si no comemos proteína suficiente, vamos a perder masa muscular a toda velocidad, y eso es muy peligroso. Por eso es tan importante insistir a nuestros mayores en que deben comer proteína de calidad, aunque no tengan mucho apetito. ¿Por qué? Porque a medida que perdemos masa muscular vamos más lentos, nos cansamos más y empezamos a renquear, a tener problemas con el equilibrio.

Y también, y esto es igual de importante, hay que animarlos a hacer algún tipo de actividad física de fuerza, como levantar y soltar un cartón de leche o hacer sentadillas suaves en el sofá sentándose y levantándose varias veces seguidas.

¿Dónde podemos conseguir esa proteína de calidad?: carnes magras, pescados, huevos, suero de leche… ¿Eres de los que tiran el liquidito del yogur? ¡No lo hagas! Remuévelo con el resto del yogur y listo. ¡Está lleno de nutrientes valiosísimos que no hay que tirar por el fregadero!

¿Qué es el líquido del yogur?

Ese líquido se produce de forma natural durante la fermentación. Queda, por un lado, la parte más sólida, que es el yogur propiamente dicho, el que nos comeremos a cucharadas, y, por otra, el suero. Bien, pues ese suero que a veces se tira lleva agua, minerales de la leche (como el calcio, el potasio y el fósforo), lactosa (que es el azúcar natural de la propia leche) y proteínas (entre ellas, el lactosuero y la caseína).

El lactosuero es maravilloso para reparar las fibras musculares después de hacer deporte. Es un tipo de proteína de digestión rápida, con lo que esa reparación se va a producir en las primeras horas después de entrenar. ¿Te has planteado alguna vez de dónde sale la proteína Whey que tanto se usa en los gimnasios para ganar músculo? ¡Efectivamente! La tienes en tu yogur y sin tener que gastarte un dineral en recuperadores en polvo.