Capítulo 2

La gran esfinge de Guiza

Debo reconocer que el Mena House (que debe su nombre a Mena, la legendaria primera dinastía de faraones de un Egipto unido) es mi hotel preferido del gran El Cairo. Me encantan el ambiente decimonónico y su historia. En un país en el que la historia te envuelve, este es un hotel que puede presumir de su propio relato; es un lugar en el que los reyes, los príncipes, los presidentes, la realeza de Hollywood y las celebridades de todo tipo han pasado la noche. Pero, por encima de cualquier otra consideración sobre este hotel, me encantan las vistas. Si eliges la habitación apropiada, puedes tener un balcón privado que da a la Gran Pirámide de Guiza, la única maravilla que perdura del mundo antiguo.

El Mena House está situado en Guiza (una ciudad que forma parte del actual El Cairo), a tan solo medio kilómetro al norte de la Gran Pirámide. Si atraviesas la verja de entrada, puedes pasear por las ajetreadas calles hasta llegar a las pirámides. Pero tienes que estar dispuesto a encontrarte con un ejército de vendedores ambulantes que te atosigarán con sus mercancías y antigüedades falsas. Si no te apetece andar, puedes pedir uno de los numerosos taxis, así como camellos y caballos.

Situadas en su día lejos de cualquier asentamiento, las pirámides de Guiza se erigieron en los márgenes del Sahara, el bello e imponente desierto cubierto de dunas y de amplia extensión que abarca todo el norte de África. En un principio, el Mena House era una residencia real que utilizaba Ismail Pacha (1830-1895), quien reinó como jedive (virrey) otomano de Egipto y Sudán de 1863 a 1879. Aquí, el jedive y sus invitados descansaban y se refrescaban después de un día de caza en el desierto o de haber visitado las pirámides. Evidentemente, hoy en día las pirámides siguen en el mismo sitio, ya que el desierto no se ha movido, pero las carreteras cruzan y rodean las pirámides, que quedan protegidas y rodeadas por los vecindarios modernos que se forman para albergar a la creciente población de El Cairo.

Robert Schoch relajándose en uno de los restaurantes del Mena House, julio de 2016. Al fondo vemos la Gran Pirámide de Guiza [izquierda], la segunda pirámide [al fondo de la parte central], y la antigua sección del hotel [a la derecha] (fotografía cortesía de R. Schoch y C. Ulissey).

Las pirámides, y la Gran Pirámide de Guiza en particular, acaban de ganarse su reputación como una de las maravillas más sorprendentes del mundo antiguo. Perfectamente alineadas con los puntos cardinales (la Gran Pirámide está orientada hacia el norte verdadero con una exactitud que no pudo igualarse hasta finales del siglo XIX y principios del XX), y construidas con bloques de piedras de varios miles de toneladas con una precisión que desafía cualquier explicación, las pirámides siguen siendo un enigma en muchos sentidos. Los ingenieros modernos y personas normales y corrientes se preguntan cómo fueron construidas. Yo mismo siento un gran interés por las pirámides e incluso he escrito dos libros sobre ellas (Schoch con McNally, 2003; Schoch y McNally, 2005). Sin embargo, mi primer amor por la meseta de Guiza se dirige a otro objeto muy cercano: la Gran esfinge de Guiza.

La esfinge y yo

La Gran esfinge de Guiza, tal vez la estatua más famosa del mundo, tiene un significado muy personal para mí.

La esfinge y yo compartimos una larga historia juntos. Durante más de treinta años, ha influenciado en mi vida y la ha conformado, hechizándome y hablándome. Me introduje en la problemática de la datación de la esfinge a finales de 1989 de la mano del egiptólogo independiente John Anthony West (1932-2018), muy conocido por sus estudios y la popularización del trabajo en el campo de la egiptología del filósofo y matemático R. A. Schwaller de Lubicz (1886-1961) y su manual titulado The Traveler’s Key to Ancient Egypt (1985). Schwaller de Lubicz había sugerido, casi de pasada, que la Gran esfinge sufrió erosión por efecto del agua, no del viento ni de la arena (véase West, 1993). West se dio cuenta de que, si eso era cierto, tendría graves implicaciones. Pero ¿quién podía confirmar la naturaleza del desgaste y la erosión de la esfinge? Un geólogo, naturalmente. Así que West se puso a buscar a un geólogo abierto de miras que pudiera examinar de manera crítica y objetiva la Gran esfinge de Guiza.

Un colega mío, Robert Eddy, profesor de Retórica y Lengua Inglesa que enseñaba en la misma universidad que yo a finales de la década de 1980, había conocido a West mientras impartía clases en El Cairo. Sabía que West estaba buscando a un geólogo, así que organizó una conferencia para West en la universidad y luego me invitó a cenar con él y con West (West, 2007). Con una sola conversación ya me quedé enganchado.

Durante el verano siguiente, West y yo viajamos a Egipto. Vi la Gran esfinge de Guiza por vez primera el 17 de junio de 1990. Desde entonces he regresado muchas veces a ese lugar, más de las que puedo recordar, no solo para estudiar la Gran esfinge, sino también para investigar otros misterios antiguos en la tierra de los faraones.

Principios de la década de 1990, fotografía de John Anthony West [izquierda] y Robert Schoch [derecha], posando delante de la Gran esfinge (fotografía cortesía de R. Schoch).

Resultó que la cuestión del desgaste y la erosión de la esfinge era muy clara y sencilla desde un punto de vista geológico. Al cabo de un par de viajes a Egipto, de estudiar con intensidad la estatua y su entorno, y de recabar información sobre los movimientos sísmicos subyacentes en la zona con el geofísico Thomas Dobecki (tratados en este capítulo en la sección «A vueltas con la datación de la Gran esfinge»; véanse también Dobecki y Schoch, 1992; y capítulo 2, The Sands of Time, en Schoch y Bauval, 2017, pp. 35-88), reuní la confianza suficiente como para anunciar mis resultados a la comunidad científica y al mundo en su conjunto. En el encuentro anual de la Geological Society of America (GSA) de octubre de 1991, presenté las evidencias de que los orígenes de la Gran esfinge deben remontarse como mínimo hasta el rango de años que oscila entre el 7000 a. C. y el 5000 a. C., o posiblemente antes (esta afirmación la hice después de que un resumen científico de West y mío fuera aceptado siguiendo el protocolo de una revisión profesional positiva por pares; véase Schoch y West, 1991). Defendí mi postura valiéndome de análisis científicos, comparando los perfiles de erosión y desgaste en torno a la esfinge con la historia antigua del clima de Egipto. Los medios de comunicación se volcaron en ello y fui atacado por los arqueólogos y egiptólogos tradicionales. Mi vida no volvió a ser la misma desde esa fatídica conferencia. El documental de la cadena NBC de 1993 titulado El misterio de la esfinge, presentado por el difunto Charlton Heston y protagonizado por la descripción de mi investigación en el yacimiento de Egipto, fue visto por millones de personas y recibió incluso un Premio Emmy (Sphinx Project, 1993; la versión en DVD, que está disponible en la actualidad, es una reedición del programa original y, lamentablemente, incluye material complementario y ajeno al documental que se aparta de los datos científicos planteados en un principio).

Muchas personas me conocen, creen que me conocen o, mejor dicho, saben de mí, debido a la controversia sobre la datación de la esfinge generada a partir de mi investigación. ¡Una guionista y directora cinematográfica llegó a decirme que conocía mejor mi trabajo que yo! En cualquier caso, contaré mi historia de la Gran esfinge de Guiza —y mi trabajo con ella— tal y como ha transcurrido. Primero conviene empezar por la información básica relativa a este icono de la antigüedad (para más información sobre datos actualizados de la Gran esfinge, véase el capítulo 15, así como mis distintos artículos y libros en la bibliografía de este libro, en especial Schoch y Bauval, 2017).

La historia de un enigma

Antes de continuar, es importante comprender el contexto de la Gran esfinge, en gran medida porque los arqueólogos convencionales se apoyan en este contexto para fechar la esfinge.

Su lógica se reduce básicamente a lo siguiente: la esfinge está rodeada de estructuras que son aproximadamente del año 2500 a. C. y, por tanto, la esfinge también tiene que ser de esa misma época. Desde luego, con solo pensarlo un poco, te das cuenta de que eso no tiene que ser necesariamente así. Pensemos en Roma. He aquí una ciudad cuya historia se remonta, según la tradición, al año 753 a. C. Contiene espléndidas maravillas arquitectónicas, estatuas y monumentos que tienen dos mil años de antigüedad. Imaginémonos que, de aquí a mil años, los arqueólogos encontraran el Coliseo (siglo I) y los restos del Monumento de Víctor Manuel II (principios del siglo XX). ¿Llegarían alegremente a la conclusión, ya que ambas estructuras están cercanas la una de la otra, de que ambas pertenecen al mismo contexto y que, por tanto, pertenecen a la misma época?

Volviendo a Egipto, la Gran esfinge se sitúa en el extremo este de la meseta de Guiza, conocida también por el nombre de meseta de las Pirámides, en la ribera oeste del Nilo a su paso por El Cairo. La esfinge se erige al sureste de la Gran Pirámide, y su obra se atribuye al faraón Jufu, de la cuarta dinastía (Keops, aproximadamente 2550 a. C.), y al este de la segunda pirámide, la que por lo general se atribuye al faraón Kefrén (también escrito Jafra o Jefrén), posiblemente el hijo o hermano de Jufu. La pirámide de Kefrén es ligeramente más pequeña que la Gran Pirámide. Una tercera gran pirámide, bastante más pequeña que las otras dos, también se erige sobre la meseta de Guiza; su construcción se atribuye al faraón Micerino (o Menkaura), posiblemente un nieto o hijo de Jufu. Así pues, según la mentalidad de los egiptólogos, las pirámides de Guiza datan del periodo de 2500 a. C. Según esos mismos egiptólogos, la esfinge está claramente vinculada con las pirámides, y por tanto tiene que pertenecer a la misma época. No consideran la posibilidad de que sea mucho más antigua que las pirámides —de que el yacimiento pudiera haberse reutilizado y se añadieran nuevas estructuras en las inmediaciones de otras mucho más antiguas—. Tampoco se contempla una idea que se podría considerar una herejía: ¿es posible que las pirámides no estén bien fechadas? En este sentido, es importante destacar que varios investigadores, muy especialmente Robert Bauval (véanse Bauval y Gilbert, 1994; Bauval y Brophy, 2011; y Schoch y Bauval, 2017), han establecido una correspondencia entre las tres pirámides de Guiza y el cinturón de la constelación de Orión (que representa, en alguna de sus formas, al dios egipcio Osiris). Además, la correlación precisa de Orión puede no darse con el Egipto de 2500 a. C., sino con otra edad más temprana (que posiblemente se remonte a los años 12.000 a. C. o 10.000 a. C. —Bauval y Brophy, 2011; Schoch y Bauval, 2017—). Esto no significa que las pirámides tengan necesariamente esa edad, aunque parte de ellas, como las bases y las cámaras interiores, podrían ser muy antiguas. Aunque las pirámides se erigieran entre los años 2550 y 2450 a. C., por lo visto marcan o rememoran un periodo muy antiguo. Esta muestra independiente de la remota antigüedad de la meseta de Guiza solo puede reforzar mi conclusión de que la esfinge es increíblemente antigua.

La Gran esfinge es verdaderamente grande, ya que mide unos veinte metros de alto y más de setenta metros de largo (la longitud original de la estatua es difícil de determinar debido a las reformas realizadas con posterioridad). Está tallada en un lecho de roca de piedra caliza sólida y orientada hacia el este. En los equinoccios de primavera y otoño, la esfinge se alinea con precisión con el sol ascendente. En esas mañanas, los primeros rayos del sol inciden directamente en su rostro. Solo la cabeza reposa sobre el nivel del suelo; para tallar el cuerpo, los antiguos tuvieron que excavar la roca, y por tanto la Gran esfinge se asienta sobre lo que se conoce como el recinto o foso. Inmediatamente enfrente de la esfinge, a un nivel inferior (en una elevación menor), descansa el templo de la Esfinge. Mientras se tallaba el grueso del cuerpo de la esfinge, se extrajeron enormes bloques de toneladas de peso de ese foso y se dispusieron formando el templo, de manera que el templo de la Esfinge original es igual de antiguo que el cuerpo central de la Gran esfinge.

La Gran esfinge de Egipto, con las ruinas del templo de la Esfinge en primer plano y la pirámide atribuida a Kefrén en el fondo (fotografía cortesía de R. Schoch y C. Ulissey).

Perspectiva lateral de la Gran esfinge vista desde el sur, con una parte de la Gran Pirámide en el fondo. Imagen de principios de la década de 1990 (fotografía cortesía de R. Schoch).

Los académicos tradicionales de finales del siglo XX atribuyeron la obra de la Gran esfinge al faraón Kefrén, constructor de la segunda pirámide, hacia el año 2500 a. C. En cambio, algunos egiptólogos clásicos del siglo XIX y de principios del XX la atribuyeron a un periodo predinástico anterior, anticipando así mi propio trabajo (véase Schoch y Bauval 2017, p. 57; sobre un debate acerca de la denominación de la Gran esfinge durante el Reino Antiguo, véase también Schoch y Bauval, 2017; sobre la forma de la esfinge antes de las dinastías, ahora sabemos que en origen fue una estatua de la diosa Mehit en su forma de leona; véase, más adelante, capítulo 15).

Cuando en el siglo XIX se excavó una estela de granito erigida entre las patas de la esfinge por Tutmosis IV, aproximadamente el año 1400 a. C., esta incluía supuestamente una inscripción total o parcial del nombre de Kefrén (esta parte de la inscripción se ha ido desconchando desde entonces). Este detalle se ha interpretado de varias maneras, aunque todas ellas vienen a decir que o Kefrén ordenó la talla de la esfinge, o bien su renovación, tal y como hizo Tutmosis IV al cabo de un milenio. Sin embargo, en realidad no queda muy claro si era el faraón Kefrén de la cuarta dinastía el que aparecía mencionado en la estela, ni el tipo de relación que pueda sugerir la estela entre Kefrén y la esfinge (Schoch y Bauval, 2017). Lo interesante es que la estela de Tutmosis IV no ofrece una evidencia definitiva de cuándo, o por quién, se construyó la esfinge. Otra cuestión que puede haber influido en los orígenes de la Gran esfinge es la Estela del inventario, también conocida como la Estela de la hija de Keops (Jefu). Aunque la estela real data del siglo VI o VII a. C., pretende ser una copia de un texto del Reino Antiguo (Schoch y Bauval, 2017, pp. 118-123; Seyfzadeh y Schoch, 2018). Según la Estela del inventario, la Gran esfinge ya existía durante el reinado de Jufu. De hecho, se atribuye una reforma de la esfinge a Jufu después de que fuera alcanzada por un rayo (véase más información en el capítulo 15). Por lo general, los egiptólogos modernos descartan que la Estela del inventario sea un producto del periodo tardío.

En tiempos del Nuevo Reino (hacia el año 1550 a. C. y el 1070 a. C.), a veces la Gran esfinge aparecía mencionada con el nombre de Horemakhet (Hor-em-akhet, Harmakhet, Harmachis), que puede traducirse como el «Horus del Horizonte» u «Horus en el Horizonte», o como Rahorakhty, traducido como el «Ra de los Dos Horizontes». En tiempos arábicos medievales, uno de los nombres que recibió la Gran esfinge fue el de Abu el-Hol (Abu al-Hol, Abou el Hôl), «Padre del Terror» o «de los Terrores», o «el Aterrador». El nombre de la esfinge se deriva de la lengua griega y se refiere en un principio a la esfinge griega. La denominación de esfinge puede venir de un vocablo griego que significa «estrangular». Según cuenta una leyenda, la esfinge griega, a menudo representada como un león alado con la cabeza de una mujer, tenía por costumbre estrangular y devorar a quienes no podían contestar a sus adivinanzas.

Otra interpretación es que la palabra esfinge derive, posiblemente, de los griegos que visitaron Egipto, a partir del antiguo vocablo egipcio shesep-ankh, traducido en ocasiones como «estatua viviente» o «imagen viviente», una expresión utilizada para referirse a las estatuas de la realeza durante el Reino Antiguo. La esfinge está relacionada con el lecho de roca —«roca viviente».

Robert Schoch junto a la estela de granito atribuida a Tutmosis IV entre las patas de la Gran esfinge (fotografía cortesía de R. Schoch y C. Ulissey).

A vueltas con la datación de la Gran esfinge

He estudiado amplia y directamente la naturaleza y el alcance de los componentes de desgaste y erosión hallados en la estatua, así como otros rasgos parecidos que encontramos en el recinto de la esfinge (como ya hemos observado con anterioridad, esta se asienta sobre un agujero o cantera, y su cuerpo queda por debajo del nivel de la meseta que queda a sus espaldas) y en el subsuelo que hay debajo y alrededor de la esfinge. También he analizado las numerosas reparaciones que ha sufrido (algunas de las cuales se remontan a la época del Reino Antiguo). Aunque mis conclusiones generales no han cambiado desde 1991, sí he podido matizar a lo largo de los años algunas de mis consideraciones iniciales.

Basándome en mis análisis geológicos, en un principio calculé (debo reconocer que de manera bastante conservadora) que las partes más antiguas de la esfinge datan del periodo del 7000 a. C. al 5000 a. C., aproximadamente. Llegué a esta conclusión a través de distintas vías, como la correlación entre la naturaleza del desgaste y la historia del clima de esa zona, calculando la cantidad de roca erosionada sobre la superficie y cuánto tiempo pudo haber llevado, calibrando al mismo tiempo la profundidad del subsuelo desgastado alrededor y por debajo de la esfinge.

Un aspecto clave de la nueva datación de la esfinge es la interpretación de que el desgaste y la erosión observados en el cuerpo de la esfinge y las paredes de su recinto no se deben a las condiciones desérticas y áridas de la región durante los últimos cuatro mil a cinco mil años. En realidad, el desgaste y la erosión observados son el resultado de la lluvia, de las precipitaciones, de las aguas de escorrentía, y de un nivel suficiente de precipitaciones solo durante las condiciones anteriores al Sahara, antes del año 3000 a. C., aproximadamente (Schoch, 1992b; Schoch y Bauval, 2017, y referencias citadas en estos estudios). Otros geólogos, como Colin Reader y David Coxill (cada uno de ellos investigando al margen de mi trabajo y de manera independiente entre sí, véase Coxill 1998; y Reader 1997-1999) han corroborado mis análisis sobre la naturaleza del desgaste y la erosión, llegando a la conclusión de que el agente causante fue el agua y no el viento ni la arena (véase Schoch, 2002; Schoch con McNally, 2003; Schoch y Bauval, 2017). No obstante, debo observar que, aunque Reader, Coxill, y yo coincidimos en que la esfinge sufrió un desgaste por efecto del agua y que ello nos lleva a situarla en una fecha anterior a la atribución tradicional, no coincidimos en la misma estimación temporal. En concreto, Reader propone que la esfinge pueda aún situarse dentro de un marco dinástico muy temprano, y que por ese motivo es tal vez unos cuantos siglos más antigua que la datación tradicional de 2500 a. C. Sin embargo, creo firmemente que el alcance de la erosión y el desgaste empujan al grueso del cuerpo de la esfinge a un periodo mucho más remoto. Además, Reader no toma de todo en cuenta los datos del subsuelo que Dobecki y yo recabamos (véase esta misma sección más adelante, y Schoch y Bauval, 2017), unos datos que me permiten calibrar el índice de desgaste del subsuelo y llegar a mi estimación de fecha de la esfinge. Mi datación sitúa a la esfinge en plena época predinástica, un periodo en el que muchos dan por sentado que no se daban las condiciones tecnológicas ni de organización social como para crear este tipo de monumento.

Desgaste y erosión inducidos por precipitación (lluvia) en la pared sur del recinto de la esfinge (fotografía cortesía de R. Schoch).

Desgaste y erosión inducidos por el viento en tumbas del Reino Antiguo, meseta de Guiza. Se aprecia la pirámide de Kefrén al fondo de la imagen. Obsérvese que el bloque rectangular del primer plano es una reconstrucción moderna (fotografía cortesía de R. Schoch y C. Ulissey).

A lo largo de los años, varios egiptólogos y arqueólogos me han comentado que, efectivamente, la Gran esfinge muestra indicios de haber sido desgastada y erosionada por la lluvia, pero que eso se debe a las lluvias torrenciales que se alargaron hasta el III milenio a. C. Sin embargo, creo que esta apreciación es incorrecta, y existen evidencias cerca de Guiza que demuestran la edad temprana de las condiciones climáticas hiperáridas del desierto del Sahara. Unas tumbas de ladrillo de lodo conocidas como mastabas de la meseta Saqqara, a unos pocos kilómetros al sur de Guiza y fechadas sin ningún género de dudas hacia el año 2800 a. C., muestran un escaso o inexistente desgaste por lluvia, a pesar de estar construidas con un material mucho más blando y vulnerable que la piedra caliza, y además estuvieron sujetas a las mismas condiciones climáticas que la Gran esfinge. Estas mastabas de bloques de lodo quedaron destruidas por precipitaciones mucho más suaves que las que pudieron desgastar y erosionar la esfinge. No es en absoluto posible que la esfinge fuera tallada después del 2800 a. C., en las mismas fechas que las mastabas, sino que quedó tan desgastada por las ligeras precipitaciones (como ya indiqué, me baso en la supervivencia de las mastabas de ladrillo de lodo), que requirió una profunda reconstrucción en la época del Reino Antiguo (la fecha de las primeras reparaciones de la esfinge y del templo de la Esfinge). Me han llegado a decir que tal vez las mastabas de ladrillo de lodo de Saqqara sobrevivieron en estas condiciones porque están emplazadas sobre un terreno más elevado que la esfinge y el recinto de la esfinge, que habría estado sujeto, además, a las aguas de escorrentía, incluso con escasas precipitaciones. No obstante, después de tener esto en cuenta, sigo convencido de que las mastabas en cuestión son una muestra de la aridez de esta zona en los últimos cinco milenios como mínimo. Los datos arqueológicos, según mis cálculos, no apoyan la afirmación de que se produjeron las precipitaciones suficientes hacia el 2500 a. C. como para desgastar y erosionar la esfinge hasta llegar al estado que observamos en la estatua.

A pesar de que la esfinge presenta erosión por efecto del agua, esta erosión fue el resultado de las precipitaciones y las aguas de escorrentía, no de inundaciones o de una subida de nivel del río Nilo. Además, la esfinge no sufrió una erosión por el agua estancada del recinto (la idea de que la esfinge se levantaba sobre un estanque de agua y de que estaba rodeada por un foso no supera el escrutinio geológico; véase el apéndice 1). Otro punto importante que me gustaría señalar es que podemos encontrar conchas fósiles, erizos de mar, etcétera, en la meseta de Guiza, pero estos no tienen nada que ver con la erosión por agua que se aprecia en la esfinge. Los organismos marinos fosilizados tienen millones de años de antigüedad y se han desgastado desde las rocas calizas a partir de las cuales se erigen la esfinge, las pirámides y otras muchas estructuras.

Mastabas de ladrillo de lodo de la primera etapa dinástica, hacia el año 2800 a. C., en la meseta de Saqqara. Se aprecia la pirámide escalonada de Zoser, atribuida a Zoser/Djoser (fotografía cortesía de R. Schoch).

Tal y como ya he mencionado, a principios de la década de 1990 calculé que los fragmentos más antiguos de la Gran Pirámide se remontan al año 5000 a. C. o un poco antes (tal y como explicaré más adelante en este capítulo, la cabeza de la esfinge no es la original; fue, sin duda alguna, vuelta a tallar en época dinástica). En el año 2007 escribí: «En lo relativo a una nueva datación de la esfinge, insisto en que me siento cómodo atribuyéndola al periodo del año 5000 a. C. o incluso antes. ¿Podría ser mucho más antigua? Basándome en datos geológicos, y en función de cómo se interpreten los datos, es una posibilidad. Sin embargo, nunca he afirmado que la Gran esfinge sea anterior al periodo que va del 5000 a. C. al 7000 a. C.» (Schoch, 2007, p. 43).

Desde 2007, he llegado a modificar mi opinión sobre la posible antigüedad de la Gran esfinge en respuesta a datos más recientes. Mi datación inicial «conservadora» del año 5000 a. C. estaba basada en una visión extrema de los datos sísmicos de la superficie y el subsuelo, en un intento por condensar los datos en el marco de tiempo más breve posible. Gran parte de ello tiene que ver con datos sísmicos y mediciones del desgaste del subsuelo, que recabamos en la base de la esfinge (Dobecki y Schoch, 1992). El desgaste del subsuelo se debe a cambios mineralógicos y de tejido de la roca que se producen cuando la superficie queda expuesta a la atmósfera; para alguien no formado en estos temas, la roca puede parecer (o no) desgastada. Con el paso del tiempo, este desgaste penetra progresiva y profundamente en la roca, y puede ser detectado utilizando datos de velocidad de ondas.

La esfinge da al este. Los lechos norte, sur y este del recinto de la esfinge están desgastados a una profundidad que varía entre los 1,8 y los 2,5 metros por debajo de la superficie. El lecho oeste, no obstante, está menos desgastado, y llega a unos 1,2 metros. Esta diferencia no se debe a las variaciones de la roca; el suelo expuesto del recinto por los cuatro costados pertenece al mismo estrato de piedra caliza. En cambio, el desgaste del lecho oeste ha sido menos largo. Evidentemente, tuvo que haber sido excavado mucho más tarde.

Hay dos muros excavados en el extremo oeste del recinto de la esfinge —dos capas, por decirlo así—. El muro más alto, que se extiende por el oeste, contiene huecos y fisuras producidos por la lluvia y las aguas de escorrentía. Debió de tallarse cuando el clima de Egipto era húmedo y lluvioso, mucho antes del Reino Antiguo. La segunda, la pared inferior que está más cerca de la rampa de la esfinge, presenta un nivel mucho menor de desgaste por precipitación. A lo largo de la base de este muro inferior se pudo trazar la línea sísmica por el oeste, dejando al descubierto una profundidad de solo 1,2 metros. La pared inferior fue excavada con posterioridad a la pared más elevada, y sin duda alguna el suelo oeste del recinto, donde tomamos nuestras mediciones sísmicas, fue excavado después que el resto del recinto —en un momento en el que Egipto ya tenía un clima seco, durante el Reino Antiguo—. Basándome en mis análisis, se puede concluir que la Gran esfinge fue tallada y que el templo de la Esfinge fue construido mucho antes del reino de Kefrén, cuando las lluvias intensas asolaron Egipto. Entonces, Kefrén reclamó el yacimiento, reconstruyendo el templo y la esfinge. Sospecho que, en un principio, el cuerpo de la escultura sobresalía del lecho de roca como si fuera una parte integral de la meseta. Al tallar la parte trasera y excavar el recinto oeste hasta llegar a un segundo nivel más bajo (cuya pared está burdamente tallada), Kefrén dividió el monumento de la roca y le dio su propia existencia estética independiente.

Vista del extremo oeste del recinto de la esfinge; la parte trasera de esta se ve desde la izquierda, y la pared occidental de dos capas desde la derecha (fotografía de principios de la década de 1990, cortesía de R. Schoch).

Mi análisis de la naturaleza y de la profundidad del subsuelo expuesto a desgaste en la meseta de Guiza indica que ese subsuelo ha tardado 4.500 años en desgastar el lecho más joven de la cara oeste del recinto de la esfinge hasta llegar a una profundidad de 1,2 metros. Puesto que el desgaste por los otros tres costados es entre un 50 por ciento y un cien por cien más profundo, en un primer cálculo me pareció razonable suponer que esta excavación es entre un 50 por ciento y un cien por cien —o aproximadamente entre dos mil doscientos y cuatro mil quinientos años más antigua— que el extremo occidental. Si aceptamos el reino de Kefrén, del 2500 a. C., como fecha para el recinto del lado oeste, entonces este cálculo empuja la fecha de la construcción original de la Gran esfinge al rango del 7000 al 4700 a. C., hace entre seis mil setecientos y nueve mil años. Para redondear, podríamos afirmar que los orígenes de la Gran esfinge se retrasan al rango del 7000-5000 a. C.

Sin embargo, también cabe la posibilidad (de hecho, es una certeza, por lo que ahora sé) de que este análisis subestime la edad de la esfinge. Los índices de desgaste del subsuelo suelen avanzar con una progresión no lineal; es decir, a mayor profundidad de desgaste, más lento avanza, debido a la protección del material que lo recubre. Si asumimos esto, entonces la fecha estimada es solo de mínimos. El desgaste no lineal indica que la parte de la esfinge más antigua podría fecharse con anterioridad al 7000 a. C.; mi mejor cálculo es la fecha aproximada del 10.000 a. C. (véanse más detalles en Schoch y Bauval, 2017).

A veces, la gente cree que mi trabajo confirma que la edad de la esfinge es del orden del 10.500 a. C., en línea, por ejemplo, con las profecías del difunto psíquico Edgar Cayce (del que hablaremos con más detalle en este mismo capítulo; véase también Lehner, 1974). Esto, no obstante, es más una cuestión de opinión que de hechos. No niego una posible fecha del 10.500 a. C., pero mi análisis no tiene nada que ver con las profecías de Cayce. Sin embargo, Göbekli Tepe, en Turquía (véase el capítulo 3), se fecha al final de la última era glacial, hacia el 9700 a. C., y en este momento me parece sensato y obligado, basándome en la experiencia, que las partes más antiguas de la Gran esfinge se remonten también a este periodo tan remoto.

Se ha llegado a afirmar que el aspecto leonino de la esfinge se relaciona con la constelación de Leo. En cuanto a las eras de las precesiones zodiacales, la transición de la era de Virgo a la era de Leo tuvo lugar hacia el año 10.500 a. C. ¿Será una coincidencia que, basándonos en la geología, la Gran esfinge, con un cuerpo de león que simboliza a Leo, se remonte a un periodo tan lejano? (Desde que observé la esfinge por primera vez en 1990, he pensado en la hipótesis de que en origen tuviera la cabeza de un león; aunque al principio pensé en la cabeza de un macho, ahora tenemos datos que apuntan a que la estatua originariamente tenía la cabeza de una hembra, una leona que representaba a la diosa Mehit; véase el capítulo 15.) ¿Podría la esfinge ser una representación de la era de Leo, o incluso datarse en esa era, aproximadamente entre el 10.500 a. C., y el 8500 o el 8000 a. C.? (Hay cierto desacuerdo en cuanto a la fecha de inicio y final de esta era.) No obstante, en el pasado he cuestionado esta relación, alegando que no es seguro que la constelación de Leo como tal fuera reconocida hace unos doce mil años o más, y, aunque la Gran esfinge represente o conmemore, en ciertos sentidos, a la era de Leo, eso no implica necesariamente que fuera esculpida en esa época. Sin embargo, según mi opinión actual, los datos indican que la Gran esfinge original (es decir, antes de que la cabeza volviera a tallarse para convertirse en esfinge) sí puede fecharse en la era de Leo.

Creo que tenemos que estar abiertos a esta posibilidad. Aún más especulativa es la idea de que la Gran esfinge fue tallada no durante la última era de Leo, sino durante la anterior, unos 36.000 años atrás más o menos (algo que a John Anthony West le gustaba explicar).

Otra idea bastante generalizada es considerar el aspecto híbrido de león-humano de la esfinge como una representación de Leo y Virgo juntas (la era de Virgo es la que precede inmediatamente a la de Leo), lo masculino y lo femenino, la vitalidad animal y el intelecto humano unidos. Sin embargo, tal y como contaré más adelante, la cabeza humana actual de la esfinge no es la originaria. Desde hace tiempo, defiendo la idea de que la estatua original tenía una cabeza de león o leona sobre un cuerpo de león, y que el cuerpo leonino estaba relacionado con el lecho de roca de la meseta de la que surgió en el extremo oeste del recinto de la esfinge.

Aunque algunas autoridades en la materia han atacado mi nueva datación de la Gran esfinge considerándola algo imposible, otros investigadores serios han indicado que puedo haber subestimado la verdadera antigüedad de las partes más antiguas, tal vez en decenas de miles de años o incluso más. En The Neanderthal Legacy (2008), el difunto Stan Gooch (1932-2010) afirma que la cabeza de la esfinge fue tallada deliberadamente para que incluyera rasgos neandertales y cromañones. ¿Podría esto indicar que la esfinge tiene decenas de miles de años de antigüedad? Según Gooch, los antiguos neandertales y cromañones se cruzaron hace 35.000 años, dando origen a los humanos modernos. La idea de este cruce es fascinante, pero no estoy del todo convencido de que la esfinge contribuya a aportar más datos sobre esta afirmación. En mi opinión, la cabeza actual no es la original; además, hallamos rasgos negros, africanos o nubios en la actual cabeza de la esfinge (Schoch y Bauval, 2017).

Existen aún interpretaciones más extremas en cuanto a la posible edad de la esfinge. Dos miembros de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania, Vjacheslav I. Manichev y Alexander G. Parkhomenko (2008), citando mi trabajo, han reinterpretado los rasgos geológicos y de erosión de la Gran esfinge en el sentido de que el cuerpo de la estatua podría remontarse a una edad de ocho mil años. Y no se están refiriendo simplemente a un afloramiento natural que pudo haber existido hace ocho mil años y que después fuera transformado en una estatua.

La datación de Manichev y Parkhomenko podría empujar la datación de la Gran esfinge hacia un periodo muy remoto, uno que se ha propuesto con ambigüedades para posibles estructuras antiguas, esculturas, o simulacros que se han hallado en numerosas partes del mundo, como Markawasi en Perú (Schoch 2006-2007), la esfinge de los Cárpatos (Welcome to Romania, 2002; Schoch y Bauval, 2017), o un posible círculo de piedra conocido como Calendario de Adán en Sudáfrica por los investigadores Johan Heine y Michael Tellinger, con una supuesta datación de entre 75.000 años (Heine y Tellinger, 2008; Serrao, 2008) y 160.000 años, o incluso 200.000 años (Eden, 2009).

Personalmente, no me convence la idea de que la Gran esfinge se acerque a la datación que postulan Manichev y Parkhomenko, ni tampoco las distintas afirmaciones de que las estatuas muy antiguas y erosionadas no son más que formaciones naturales, aunque la perspectiva es fascinante (Schoch, 2006-2007). Sin llegar a esos extremos, tal y como veremos más adelante en este libro (capítulo 3), existen claros indicios de una alta cultura primitiva en un periodo lejano más allá de la Gran esfinge (desde que se publicó la primera edición de este libro, he tenido ocasión de visitar y examinar de primera mano el Calendario de Adán y no me convence la idea de que sea tan antiguo como algunos afirman; de hecho, por lo que yo he observado, puede ser un accidente predominante o enteramente natural). Asimismo, estoy convencido de que la estructura subterránea de la costa de Yonaguni, en Japón, también es en parte o en su totalidad un fenómeno de la naturaleza, aunque existen indicios de un asentamiento humano antiguo (véase Schoch con McNally, 1999).

Aunque gran parte del enfoque de mi trabajo y la controversia que ha suscitado se basa en la Gran esfinge, a mi parecer el templo de la Esfinge, situado delante de esta por el costado este, es en muchos sentidos mucho más significativo que la propia esfinge desde un punto de vista de su construcción y datación. El templo de la Esfinge está construido de bloques megalíticos de piedra caliza que pesan varias decenas de toneladas, y están dispuestos en un espacio muy limitado.

Resulta difícil comprender cómo se manipularon estos bloques. Pertinente a nuestro tema actual, sin embargo, es el hecho de que el templo de la Esfinge (o al menos las partes originales del templo, ya que también, como la esfinge, fue reelaborado y reparado en tiempos dinásticos) fue construido en tiempos modernos con las porciones más antiguas de la Gran esfinge. Los bloques con los que se construyó el templo se extrajeron de alrededor del cuerpo de la esfinge mientras se tallaba la estatua.

Sus escultores no se limitaron a cincelar, golpear y extraer el exceso de roca que necesitaban quitar; más bien, lo extrajeron meticulosamente como enormes bloques utilizados para construir el templo. Aunque hoy está en ruinas, considero que la construcción del templo de la Esfinge es una hazaña de ingeniería aún más increíble que la talla de la Gran esfinge, y esto ocurrió al mismo tiempo que se talló el cuerpo central original de esta. Es decir, según mis análisis actuales, el templo de la Esfinge se remonta a alrededor del 10.000 a. C.

Panorámica del templo de la Esfinge [arriba]. Robert Schoch dentro del templo [abajo] (fotografías cortesía de R. Schoch y C. Ulissey).

El rostro cambiante de la esfinge

Debo insistir en el hecho de que según mis cálculos, la Gran esfinge de la época predinástica no se parecía a la que vemos hoy. Es solo lo que yo llamo el cuerpo central (el torso o tronco) el que se remonta a ese periodo mucho más temprano. Las patas delanteras se han reformado y reparado en gran medida (hoy en día están cubiertas en su mayoría con bloques modernos de piedra caliza), y la cabeza seguramente no es la original. Siempre he sostenido que la cabeza de la Gran esfinge está desproporcionada en relación con el tamaño del cuerpo. Es demasiado pequeña. En mi opinión, la cabeza era originalmente más grande, pero fue dañada por el desgaste y la erosión, y para «repararla» los antiguos volvieron a tallarla, lo que dio como resultado que su tamaño actual fuera desproporcionadamente pequeño. Es posible que la cabeza original no fuera la de un humano. De hecho, ahora tenemos pruebas, como había especulado durante mucho tiempo, de que la cabeza era originalmente la de un león, para adaptarse al cuerpo también leonino.

Durante décadas pensé en un león macho, pero ahora sabemos que la estatua era originalmente una leona, la diosa Mehit (véase el capítulo 15). Como comentario al margen, hace algunos años un reputado egiptólogo se negó a creer mi observación de que la cabeza actual de la Gran esfinge es demasiado pequeña para el cuerpo. Posteriormente, llevó a cabo un análisis de las proporciones de muchas esfinges del antiguo Egipto, y descubrió que prácticamente todas tenían proporciones similares de cabeza a cuerpo, excepto la Gran esfinge, cuya cabeza es proporcionalmente más pequeña.

En mi opinión, basándome en el análisis de las marcas de desgaste y cincelado, así como en consideraciones estilísticas y la etnia de la cabeza (evidentemente un «africano negro» o «nubio» en mi opinión; véase Schoch y Bauval, 2017), la cabeza actual de la esfinge es una nueva talla, probablemente más antigua que la cuarta dinastía. Algunos investigadores han afirmado que el rostro actual de la Gran esfinge se parece a la cara encontrada en las estatuas del faraón Kefrén (constructor de la segunda pirámide de la meseta de Guiza) y han utilizado esta supuesta evidencia para apoyar la atribución de la esfinge al periodo de Kefrén, alrededor del 2500 a. C.

Personalmente, nunca he detectado ninguna similitud entre Kefrén y la esfinge, pero no tengo formación especializada en estos análisis. A principios de la década de 1990, el experto forense Frank Domingo (anteriormente del Departamento de Policía de la ciudad de Nueva York) realizó una comparación detallada del rostro de la esfinge y el rostro de Kefrén, y concluyó que ciertamente no representan al mismo individuo y, de hecho, no parecen representar a personas de la misma raza o etnia (Sphinx Project, 1993; West, 1993).

Algunos investigadores han indicado que la cara de la esfinge representa la de Jufu (constructor de renombre de la Gran Pirámide) y que la Gran esfinge fue obra del mismo Jufu, o de su hijo Dyedefra (o Radedef), quien reinó por un corto periodo entre Jufu y Kefrén, basándose en la imagen de Jufu (véase el capítulo 4, A Case of Mistaken Identity, de Robert Bauval, en Schoch y Bauval, 2017, pp. 135-173). Personalmente, no estoy convencido de que la cara actual de la esfinge represente a Jufu, en parte porque él y los miembros de su familia, si estuvieran emparentados por sangre (en lugar de adopción) con Kefrén, se podría esperar que compartieran sus mismas características étnicas y raciales.

Basándonos en las estatuas bellamente conservadas de Kefrén (desafortunadamente, solo queda una pequeña estatuilla de marfil de Jufu, y su autenticidad ha sido cuestionada), este no tenía marcados rasgos raciales negros africanos o nubios, como los del rostro actual de la Gran esfinge. Sin embargo, se ha argumentado que el propio Jufu tenía un rostro más africano que Kefrén (véase Schoch y McNally, 2005, p. 283).

Sospecho que la cabeza de la Gran esfinge fue vuelta a tallar durante el periodo de la primera a la tercera dinastía (alrededor de 2920 a. C.-2575 a. C.). Estilísticamente, en mi opinión, podría encajar en este periodo dinástico temprano. Y la etnia africana o nubia de la esfinge podría encajar en un periodo anterior, en el que el elemento meridional de Egipto predominaba frente a otros periodos posteriores de la historia egipcia. También hay que recordar que la cabeza puede haber sido alterada en tiempos dinásticos posteriores. Por ejemplo, toda la Gran esfinge pudo haber sido modificada, reparada y pintada con colores brillantes en varios periodos de su historia, incluso durante el Reino Nuevo.

La cabeza actual, como la vemos hoy, ha sido dañada aparentemente tanto por la intemperie como por el vandalismo a lo largo de los siglos, y posiblemente esté incompleta. Se ha sugerido que a la esfinge parece faltarle la parte superior del cráneo, la región del chakra de la corona o la parte superior de la cabeza. ¿Es simplemente una coincidencia? ¿O se quitó la corona a propósito con fines simbólicos? Además, en mi opinión, el rostro actual de la Gran esfinge siempre ha parecido ser andrógino o femenino, y mi intuición personal es que, de hecho, es un rostro femenino.

Es cierto que esta es una impresión subjetiva. Sí, se han encontrado partes de la «barba» de la esfinge (en realidad, una falsa barba ceremonial) que ahora residen en varios museos (Schoch y Bauval, 2017), pero esto no prueba nada. La barba se agregó mucho más tarde y posteriormente se quitó o se perdió nuevamente. En cualquier caso, una barba en la esfinge sería un símbolo de poder y autoridad regia, y no indicaría el género de la estatua. He visto a más de una mujer africana viva cuyo rostro se parecía mucho al de la Gran esfinge.

Ahora tenemos una evidencia jeroglífica de antes de la época de Jufu de que la estatua original era de la leona Mehit, que custodiaba un archivo antiguo (esta nueva investigación se presenta en el capítulo 15 de esta edición revisada).

¿Una cámara secreta?

Como parte de nuestra investigación sobre la esfinge, el geofísico Thomas Dobecki y yo realizamos estudios de ondas sísmicas de baja energía alrededor de la esfinge y en otras partes de la meseta. Mi objetivo principal con estos estudios no era buscar «tesoros enterrados», sino recopilar datos fidedignos sobre la naturaleza, el grado y la profundidad de la erosión del subsuelo, tanto alrededor de la esfinge como en áreas que contienen estructuras dinásticas fechadas con seguridad. De hecho, tal y como se mencionó anteriormente, obtuvimos excelentes datos que respaldan mi datación de la esfinge en el 5000 a. C. o antes (creo que con mayor precisión, indican que la estatua original se remonta a alrededor del 10.000 a. C.).

Sin embargo, también descubrimos evidencias de una cavidad o cámara debajo de la pata izquierda de la esfinge. Esta cámara mide aproximadamente doce metros en dirección este-oeste, aproximadamente nueve metros en dirección norte-sur, y medida desde el nivel actual del lecho del recinto de la esfinge, se encuentra por debajo de aproximadamente cinco metros de roca. Además, encontramos algunas cavidades menores (y previamente conocidas) debajo y alrededor de la esfinge, y los datos también indican que puede haber una estructura en forma de túnel que discurre por debajo de la longitud del cuerpo de la esfinge (véase el capítulo 2 de Schoch y Bauval, 2017, y una descripción más detallada en el capítulo 13).

Una cámara en las proximidades de las patas de la esfinge fue un hallazgo interesante para mí, pero no le di demasiada importancia. Sin embargo, tras la publicación de nuestros datos (Dobecki y Schoch, 1992), pronto descubrí que algunos especialistas consideraban que la cámara era de gran interés e importancia.

Todavía recuerdo bien el día, sentado en mi oficina en la Universidad de Boston, entre clases, en que recibí una llamada telefónica de la sede de la Association for Research and Enlightenment (ARE, informalmente conocida como la Fundación Edgar Cayce), en Virginia Beach. Sin que yo lo supiera, el psíquico estadounidense Edgar Cayce (1877-1945) había predicho que se encontraría una «sala de registros» en el área general donde habíamos descubierto la cámara.

Según Cayce, el antiguo continente de la Atlántida había sido destruido alrededor del 10.500 a. C. Los supervivientes se dispersaron hacia los rincones más lejanos de la Tierra, fundando nuevas civilizaciones, incluida una que con el tiempo llegaría a ser reconocida como el antiguo Egipto. En varios lugares (Bimini, en las Bahamas; Yucatán y Egipto; véase Association for Research and Enlightenment, 2011), incluida la región de la Gran esfinge, contaban con bibliotecas secretas que albergaban vestigios de su historia, su ciencia y sus logros.

Además, el representante de ARE me informó de que mi investigación sobre la Gran esfinge contribuyó en gran medida a confirmar la cronología de Cayce sobre la Atlántida y sobre la construcción de estructuras en la meseta de Guiza mucho antes de la época dinástica. Acabé siendo entrevistado por la revista de la ARE, y he impartido conferencias en su sede de Virginia Beach (a su favor, me gustaría señalar que ARE atrae a investigadores de primer nivel para hablar en algunas de sus conferencias, investigadores que en algunos casos son claramente contrarios a los principios e intereses de la organización; siempre me ha parecido que los líderes y miembros del ARE son personas cercanas, amigables, abiertas y honestas).

Mientras estudiaba los detalles de las lecturas de Cayce, encontré uno que parece relacionarse con la sala de registros de la Atlántida en las cercanías de la esfinge:

Un registro de la Atlántida desde los inicios de aquellos periodos en los que el Espíritu tomó forma o inició los asentamientos en esa tierra, así como los desarrollos de los pueblos a lo largo de su existencia, con el registro de la primera destrucción y los cambios que tuvieron lugar en la tierra [...]

La posición de este en concreto se encuentra cuando el sol se eleva sobre las aguas, en la línea de la sombra (o de la luz) cuando cae entre las patas de la esfinge, que luego se estableció como centinela o guardián, a la que no se puede acceder desde las cámaras conectadas desde la pata de la esfinge (derecha) hasta que se cumpla el TIEMPO en que los cambios deben estar activos en esta esfera de la experiencia del hombre.

Queda en medio, así pues, de la esfinge y el río (lectura 378-16, Association for Research and Enlightenment, 2011]; lectura 10/20/33 [por lo visto, la fecha] 0378-016/11, Mandeville, 1995-1999).

Esta profecía es un poco confusa cuando se trata de identificar la ubicación real de la sala de registros, pero hay que tener en cuenta que menciona la pata derecha de la esfinge. La cámara que encontramos durante nuestros estudios sísmicos se encuentra debajo de la pata izquierda. Posiblemente, la discrepancia se pueda explicar de esta manera: la pata izquierda de la esfinge es la pata del lado derecho de un espectador que se encuentra cara a cara con la esfinge.

Resulta que no solo los miembros del ARE tienen un interés especial en el descubrimiento de cámaras y túneles bajo la esfinge, sino también los de muchos otros grupos, como los rosacruces y francmasones, quienes creen (con una buena base) que existe una compleja red de túneles y cámaras debajo de la superficie de la meseta de Guiza.

A menudo me formulan preguntas del tipo: «¿Dónde está la entrada a la cámara debajo de la pata izquierda de la esfinge?», «¿Las autoridades egipcias le han permitido explorar la cámara? Si no es así, ¿por qué?».

En respuesta a la primera pregunta, no he localizado ninguna entrada a la cámara en la superficie. Sin embargo, basándome en los datos y análisis sísmicos, descubrimos que justo enfrente (justo al este) del templo de la Esfinge, enterrado bajo la arena, hay un descenso sustancial en el lecho de roca (Schoch y Bauval, 2017, p. 83). Es decir, si se retiraran la arena y los escombros de la parte delantera del templo de la Esfinge, veríamos que este se encuentra en la cima de un acantilado con la Gran esfinge asomándose sobre el templo. Debió de gozar de unas vistas espectaculares. Supongo que la entrada a la cámara por debajo de la pata de la esfinge podría hallarse en la pared del acantilado.

Hasta la fecha, las autoridades egipcias no me han permitido explorar la cámara que encontramos. Sin duda alguna, saben muy bien que me gustaría, y para que conste, nunca se me ha negado el permiso para hacerlo directamente. Simplemente no se me ha concedido el permiso. Conozco bien las complejidades y la naturaleza altamente sensible de explorar y excavar nuevos hallazgos arqueológicos en Egipto. No me sorprende que las autoridades no quieran tener más frentes abiertos en este momento, y tampoco soy un defensor de las teorías de la conspiración.

No me consta ninguna prueba creíble de que alguien ya haya accedido a la sala, como han afirmado algunas personas, pero tampoco es imposible. En los últimos años ha habido una creciente preocupación por el aumento del nivel freático, debido en gran parte al aumento de la población en las cercanías de la Gran esfinge. Con este pretexto, las autoridades egipcias han realizado perforaciones alrededor de la esfinge, incluso cerca de la pata izquierda.

John Anthony West [derecha] y Robert Schoch [izquierda] en la Gran esfinge, julio de 2016 (fotografía cortesía de R. Schoch y C. Ulissey).

En un vídeo publicado en internet (Hawass y Lehner, 2009), aparecen las autoridades egipcias perforando directamente debajo de la pata izquierda, y afirman que no hay evidencia de una cámara. Al ver el vídeo, ¡me queda claro que se perdieron la cámara! Estaban perforando en el ángulo incorrecto (demasiado agudo) para cruzar la cámara que ubicamos sísmicamente. Asimismo, en los últimos años he observado que los egipcios han comenzado, muy lentamente, a excavar el área que queda por delante del templo de la Esfinge. Si persisten en sus esfuerzos, en algún momento deberían hallar el acantilado que descubrimos hace tres décadas valiéndonos de la geofísica, y no me sorprendería si al final encontraran una puerta o abertura que conduzca a un pasaje debajo del templo de la Esfinge y, por lo tanto, a la cámara debajo de la esfinge. Algo que aprendí mientras trabajaba en Egipto es la paciencia. Sin embargo, agradecería la oportunidad de ayudar en el esfuerzo y continuar mi investigación.

Algunas anécdotas personales sobre la esfinge

Incluso antes de conocer a John Anthony West en 1989, había pensado un poco en la Gran esfinge. Cuando era adolescente, me encantaba la historia antigua, leía profusamente sobre el tema e incluso adquirí algunas antigüedades egipcias menores de un anciano cuya familia las había sacado de Egipto cuando aún era legal hacerlo. Pero más directamente relacionado con mi investigación posterior, recuerdo que como estudiante de posgrado leí un par de artículos sobre la geología de la Gran esfinge.

En concreto, cierto investigador egipcio, que más tarde vivió y enseñó en América, difundió la idea de que la Gran esfinge comenzó siendo un yardang, es decir, una colina natural o un afloramiento rocoso que ha sido erosionado y moldeado por los elementos, principalmente el viento en el caso de los yardangs del desierto que se encuentran en Egipto. Los antiguos egipcios, según su hipótesis, vieron en el yardang la forma tosca de una esfinge (algo así como ver formas de animales o personas en las nubes) y decidieron comenzar a cincelar y tallar el yardang para convertirlo en una esfinge real.

Recuerdo estar sentado en el salón de estudiantes de posgrado del Departamento de Geología de la Universidad de Yale, riéndome de esta loca idea con mis compañeros de posgrado de Geología. Conviene recordar que, para liberar el cuerpo de la esfinge del lecho de roca, se extrajeron y retiraron grandes bloques de piedra caliza. Pensamos que era gracioso que alguien creyera que el viento podría de alguna manera tallar bloques de varias toneladas alrededor del cuerpo de la esfinge y volver a ensamblarlos formando un templo delante de la estatua.

Además, las características de desgaste y erosión de la esfinge (y eso que solo nos estábamos basando en fotografías, ya que ninguno de nosotros había estado en Egipto) no parecían ajustarse a la hipótesis del yardang. A lo sumo, tal vez la cabeza de la esfinge, que descansa por encima del nivel de la meseta, fuera en su día un yardang, pero ahora ha sido demasiado tallada repetidas veces para afirmarlo con rotundidad. Teníamos nuestra propia teoría: el autor de la hipótesis del yardang creció en Egipto y de pequeño visitó la Gran esfinge. Quedó impresionado por su tamaño y majestuosidad, y también notó el fuerte desgaste de la estatua, pero en ese momento no prestó atención a los detalles del contexto geológico y cultural. Años más tarde, sin volver a visitar la esfinge para comprobar la geología y la ubicación, basó su teoría en esas impresiones formativas de la infancia.

Cuando viajé a Egipto para estudiar la Gran esfinge de primera mano, volví a investigar la hipótesis del yardang. Como habíamos comentado en los cursos de posgrado, no tenía absolutamente ningún sentido (excepto, quizá, por el tema de la cabeza), pero había un aspecto importante. El autor de la teoría del yardang observó y reconoció las muy antiguas características de erosión que aún se conservan en el cuerpo de la esfinge. De hecho, una forma de ver la teoría del yardang es que facilita una explicación de cómo es posible hallar un desgaste tan increíblemente antiguo en una estructura dinástica. Según la teoría del yardang, la erosión fue lo primero, seguida de la talla de la esfinge. Pero dado el contexto, esto es evidentemente imposible. El cuerpo de la esfinge y las paredes del recinto fueron erosionados después de ser tallados, y la erosión se relaciona con la edad de la esfinge.

Llevé a cabo mi primer trabajo de investigación sobre la esfinge sin obtener remuneración alguna, y los gastos del viaje a Egipto fueron financiados por un grupo, encabezado por West, con la intención de producir un documental sobre el tema. El resultado inmediato fue El misterio de la esfinge, presentado por Charlton Heston, también conocido como Moisés, papel que interpretó en la famosa película de Cecil B. DeMille Los diez mandamientos (Sphinx Project, 1993; DeMille, 1956). Contrariamente a las creencias de algunas personas, nunca gané dinero con el documental (a pesar de varias promesas y acuerdos, y ahora las personas clave involucradas han fallecido). Incido en esta cuestión porque, a lo largo de los años, algunos de mis críticos han afirmado que me involucré en el proyecto por «fama y dinero». Nunca busqué la fama; de hecho, las críticas de algunos sectores, aunque infundadas, me han herido. En cuanto al dinero, sigo esperando.

Poco después de que «saltara a la fama» por mi trabajo sobre la esfinge, un miembro establecido de la Facultad de la Universidad de Boston (he enseñado allí a tiempo completo desde 1984), ahora fallecido, me dijo que había logrado inmortalizarme conectando mi nombre a lo que podría decirse que es la escultura más grande y reconocible de la Tierra. Esta nunca fue mi intención.

Hay muchas anécdotas personales que puedo relatar en relación con mi trabajo con la esfinge y la amplia reacción a ella. Explicaré algunas.

Presenté por primera vez mis análisis de los datos sobre la Gran esfinge, llegando a la conclusión de que el cuerpo central se remonta a tiempos predinásticos, en la reunión anual de 1991 de la Geological Society of America. Antes de la presentación formal, me encontré con un colega mío, un geólogo muy talentoso cuya especialidad era la estratigrafía, el campo exacto con el que se vinculaban mis datos y análisis de la Gran esfinge. Le mostré mis datos y le expliqué mis conclusiones. Su respuesta: se echó a reír. Me dio un bajón. Estaba convencido de que debía haber cometido algún error fundamental para provocar semejante risa, y en el plazo de una hora tenía programado presentar públicamente mi trabajo. Pregunté vacilante qué pasaba. Él respondió (una paráfrasis después de todos estos años): «Nada, nada en absoluto. Es tan obvio. ¿Es que nadie se había fijado antes en la esfinge? ¿Dónde han estado todos los egiptólogos? ¿Por qué no vieron esto hace tiempo?».

Unas semanas después de la presentación de la Geological Society of America de 1991, escuché a uno de mis antiguos profesores de grado, un hombre al que siempre había respetado, aunque nunca había conocido bien. Fue mordaz en sus comentarios respecto a mi trabajo sobre la esfinge, y afirmó con vehemencia que estaba bastante equivocado al reformular la edad distanciándome de la fecha del 2500 a. C. Pero sus argumentos contra mí no tenían ningún sentido lógico o científico, por lo que pude determinar. Luego se supo que era un cristiano devoto, y aparentemente algo fundamentalista (aunque de ninguna manera un creacionista o un defensor de una Tierra joven), y de alguna manera vio las implicaciones de mi nueva datación de la esfinge como un cuestionamiento de su fe religiosa (aunque no sé exactamente cómo). Los científicos también son humanos, y sus creencias profundas y suposiciones arraigadas pueden nublar su capacidad para pensar con claridad.

Con respecto a la amargura de las luchas internas entre los académicos, aprendí bien mi lección hace muchos años en una reunión navideña de profesores y personal de la Universidad de Boston. Fue a principios de la década de 1990. Durante la fiesta, una investigadora miembro del Departamento de Arqueología me abordó en relación con mi trabajo sobre la Gran esfinge. Nunca la había visto antes, aunque me había atacado en la prensa local. De repente apareció frente a mí, cara a cara, mientras yo intentaba disfrutar de los entremeses. Gritó en voz alta una denuncia de mi trabajo y de mí, prácticamente escupiéndome en la cara; me acusó de falsificar datos y resultados, y me llamó pseudocientífico. Luego, rápidamente, antes de que pudiera responder, desapareció entre la multitud. Todo fue bastante desconcertante, incluso me sentí un poco amenazado.

Era evidente que ella había preparado su discurso, listo para ser pronunciado con voz entrecortada si se encontraba conmigo. No quiso abrir un diálogo sobre el tema. A ella no le importaba conocer mis pruebas ni mis análisis. Para ella, yo era el enemigo, y ya está. Más tarde supe que ella y sus colegas de arqueología estaban haciendo todo lo posible para causarme problemas entre bastidores, intentando impedir cualquier aumento de salario y difundiendo rumores en la prensa egipcia (de los que creo que pensaron que nunca me enteraría) de que no era miembro de la Universidad de Boston, aunque como ellos mismos sabían ya era profesor titular. Estas son tácticas clásicas que intentan marginar a alguien que se atreve a desafiar el paradigma dominante. El objetivo es, en general, complicarle la vida al disidente con la esperanza de que el desafío a lo establecido desaparezca silenciosamente (para más información sobre estos temas en general, véase el apéndice 2).

En una conferencia sobre egiptología en la que me invitaron a hablar, hice una presentación agradable e impasible sobre la evidencia de una esfinge más antigua. No recibí muchos comentarios de la audiencia, pero después se me acercó un egiptólogo muy veterano, anciano y con porte de abuelo. Su comentario, y solo puedo parafrasearlo ahora, porque ocurrió hace muchos años, venía a decir: «No entiendo la geología y no puedo refutar tu evidencia, pero sé que estás equivocado. Hay muchas rocas además de las de Guiza y Egipto. Te sugiero que vayas a estudiarlas a otro lugar». Por sus gestos y su tono de su voz, lo interpreté como algo más que una sugerencia amistosa. Era evidente que no quería que estudiara la esfinge, y el asunto no pasó de ser una suave amenaza, dando a entender que podría haber consecuencias inesperadas si persistía en mis esfuerzos en ese sentido.

En otra conferencia, a la que me invitaron para debatir sobre la datación de la Gran esfinge, antes del debate público compartí algunos de mis datos con un miembro de la «oposición». No es que tuviera que hacerlo, pero lo hice por voluntad propia. Nunca he tratado la controversia sobre la edad de la esfinge como una situación en la que estoy decidido a «ganar» y «probar» mi hipótesis de una mayor antigüedad. Más bien, mi preocupación como científico e investigador es recopilar los datos, compartirlos y seguir honestamente los datos hasta donde me lleven. De todos modos, le estaba mostrando a este «geoarqueólogo» profesional algunos de los datos sísmicos que habíamos recabado alrededor y debajo de la esfinge.

Le estaba costando interpretar esos datos; mirando hacia la mesa, detecté un posible problema. Suavemente, y tratando de no avergonzarlo, le dije: «Quizá quieras verlo de esta manera», y le di la vuelta a los gráficos, ya que él había estado tratando de leerlos al revés. Incluso al verlos en su orientación correcta, parecía no poder seguirlos. Rápidamente, me di cuenta de que a pesar de su puesto en una importante universidad y un doctorado en un campo relevante, este hombre no tenía la menor idea de lo que estaba mirando o cómo interpretar los datos, y era demasiado orgulloso para pedir ayuda. El resto del supuesto debate no fue muy esclarecedor desde mi punto de vista. Intenté presentar y discutir datos reales, mientras que mis oponentes, como mucho, eludían los problemas y, en el peor de los casos, se rebajaban a ataques ad hominem e insultos personales contra mí.

En esa misma conferencia, me encontré con uno de mis oponentes, Mark Lehner, en una salita; ha sido aclamado como uno de los expertos mundiales en la Gran esfinge, quizá el mayor experto mundial (muchos años antes había sido un seguidor de las enseñanzas de Edgar Cayce, incluso llegó a escribir un libro sobre ellas [Lehner, 1974], pero desde entonces había «visto la luz» y se había convertido en un egiptólogo convencional). Estábamos solos y de pie frente a frente, mirándonos directamente. Me dijo algo así: «Realmente no puedes creer que la esfinge sea más antigua que la cuarta dinastía. Debes saber que eso es una tontería». Claramente, estaba intentando apelar a mi lado académico y ortodoxo. Casi sentí que estaba tratando de «salvarme» de los impíos teóricos alternativos y del campo de la «nueva era», al que había estado tan íntimamente vinculado en el pasado. Luego me hizo una pregunta sobre mis análisis de los datos de la esfinge.

Sinceramente, ya no recuerdo la pregunta, pero sí que el tono de su voz era más bien amargo y sarcástico. Procedí a responder en detalle mientras él me observaba impávido, sin decir nada. Luego, cuando estaba en mitad de la oración, simplemente se dio la vuelta y se marchó. Después me di cuenta de que su «pregunta» pretendía ser un comentario retórico y que él no esperaba que yo pudiera responderla ni pensó en que me atrevería a intentar hacerlo. Cuando le respondí, lo pilló desprevenido y aparentemente sintió que no tenía otra opción que ignorarme y alejarse.

A menudo me he sentido incomprendido en lo que respecta a mi trabajo sobre la esfinge. Me formé como un académico tradicional y formal, con un doctorado de una universidad de la Ivy League (como ya he mencionado anteriormente, obtuve un doctorado en Geología y Geofísica por la Universidad de Yale, en 1983) y un puesto de profesor titular. Me considero bastante convencional, no como un pensador alternativo radical, como algunos creen. Vale la pena resaltar que creo en seguir los datos hasta donde sea que me lleven, y mis hipótesis y conclusiones no siempre han encajado con las de mis colegas académicos tradicionales. En retrospectiva, supongo que me doy cuenta de por qué se me considera un radical; no es fácil para las personas aceptar que lo que siempre han creído, aquello en lo que pueden haber apostado sus carreras académicas, no era cierto al fin y al cabo. A mi manera, estaba amenazando la cosmovisión establecida.

Había empujado a la Gran esfinge, posiblemente la estatua más grande y más reconocible del mundo, a un periodo en el que supuestamente la humanidad estaba en transición de una economía de cazadores recolectores a una vida sedentaria. Los pueblos de hace siete mil años o más todavía eran brutales y desagradables, al menos según las concepciones modernas de civilización, o eso decía la historia estándar. Ciertamente, no se dedicaban a tallar estatuas gigantes en un lecho de roca caliza sólida.

Antes he contado algunas de mis experiencias personales, pero me quedé realmente sorprendido cuando mi trabajo se hizo público. Inmediatamente después de mi anuncio de una esfinge más antigua, fui atacado. La arqueóloga Carol Redmount, de la Universidad de California, Berkeley, apareció en los medios de comunicación, afirmando lo siguiente: «No hay forma de que eso sea cierto». El artículo continuaba: «Los pueblos de esa región no tendrían la tecnología, las instituciones de Gobierno ni siquiera la voluntad de construir una estructura así miles de años antes del reinado de Kefrén», afirmó (Dye, 1991).

Tal y como a John Anthony West le gustaba señalar con un punto de sarcasmo, Redmount, aparentemente una experta en la fuerza de voluntad antigua, sin duda habla con autoridad en cuanto a lo que la gente tenía «la voluntad de construir» hace miles de años, entonces, ¿por qué deberíamos dudar de sus pronunciamientos? Quizá Redmount estaba canalizando directamente a los antiguos, sugeriría West en broma.

En otras palabras, mis datos no encajaban con el paradigma arqueológico establecido de cómo eran nuestros antepasados en ese remoto periodo. Estaba desafiando la cosmovisión de Redmount, y ella se defendía. Este sería un escenario que se repetiría, con diferentes jugadores, una y otra vez. Treinta años después, casi (casi, pero no del todo), siento que me estoy acostumbrando.

El revuelo inicial alcanzó su punto máximo en febrero de 1992 en un «debate» sobre la edad de la Gran esfinge, celebrado en la reunión de Chicago de la American Association for the Advancement of Science (Schoch, 1992a). Según escribió The New York Times, «el intercambio iba a durar una hora, pero se extendió hasta hacerse eco en una conferencia de prensa y luego continuó con un enfrentamiento de pasillo en el que se alzaron voces y las palabras patinaron sobre los fríos límites de la cortesía científica» (Associated Press, 1992).

El egiptólogo Mark Lehner no podía aceptar la noción de una esfinge más antigua, y me atacó personalmente al tildar mi investigación como «pseudociencia». Argumentó: «Si la esfinge fue construida por una cultura anterior, ¿dónde está la evidencia de esa civilización? ¿Dónde están los fragmentos de cerámica? Las personas de esa época eran cazadores y recolectores. No construyeron ciudades» (Associated Press, 1992).

En ese momento carecía de fragmentos de cerámica. Pero estaba seguro de mis hipótesis científicas y persistí.

Décadas más tarde, contamos con algo mucho mejor que fragmentos de cerámica, y datamos un periodo incluso anterior a mi fecha inicial y conservadora de la esfinge de alrededor del 7000 a. C. al 5000 a. C. Estos nuevos descubrimientos, que se encuentran en el sureste de Turquía, resultarán fundamentales para marcar el comienzo de un nuevo modelo sobre el cómo, el cuándo y el porqué de la civilización temprana. Para comprender el choque de paradigmas, necesitamos mirar tanto el pensamiento antiguo como el modo en que los nuevos datos no solo confirman mi trabajo inicial sobre la Gran esfinge, sino que también cambian nuestras suposiciones más básicas sobre cómo era la humanidad hace doce mil años.