Introducción

 

Sé igual al promontorio donde sin cesar se quiebran las olas.
 Él permanece invencible, y a su alrededor se adormece
 la fuerza estrepitosa del agua.

 

MARCO AURELIO

 

 

¿Cómo permanecer invencibles cuando sentimos que la vida nos golpea, merma toda nuestra fuerza y diluye todas nuestras ilusiones?

Si este libro ha llegado a tus manos coincidiendo con una situación que te hace sentir que vives inmerso en el estrepitoso oleaje de la adversidad, éste es el mejor momento para descubrir tu potencial. Por otra parte, si ahora navegas por mares serenos éste es el mejor momento para prepararte y saber cómo enfrentar mejor las tormentas cuando de nuevo se presenten.

Ser invencibles, como nos sugiere Marco Aurelio, el emperador de Roma, se nos antoja como algo imposible y tal vez hasta indeseable. Será porque hemos confundido los términos. La vida es un constante proceso de cambio, ser invencibles no significa ser rígidos, inamovibles o incapaces de sentir. Por ello, para ser invencibles desde nuestra fortaleza interior y poder salir adelante, no se requiere resultar vencedores ni tampoco basta con ser tenaces. Necesitamos también ser flexibles y tener visión para reconocer cuándo ha llegado el momento de soltar amarras y zarpar hacia un nuevo rumbo.

Una vida plena y satisfactoria no depende de la ausencia de experiencias dolorosas y adversas, sino de cómo respondemos ante ese tipo de situaciones y logramos crecer a través de ellas, de cómo aprendemos a ser mejores a través de nuestros peores momentos.

Ante la adversidad y el dolor siempre hemos contemplado el quebranto como lo natural y lo esperado. Nuestra psicología, como ciencia, nos brinda un amplio abanico de posibilidades respecto a todo lo que puede derrumbarse en nosotros. Cada día crecen los exóticos nombres de diagnóstico y la urdimbre de síntomas para diferenciarlos.

Tradicionalmente, el estudio de nuestra psique se ha fundamentado en la observación y el desmenuzamiento de todas nuestras patologías. La razón de nuestros empeños era una preocupación «obsesiva» con lo disfuncional, con las alternativas para componer y una conformidad con «remendar» para seguir adelante.

Ha resultado más rentable «tratar» a los que se han quebrado, que prevenir los quebrantos. Pero ¿es eso de verdad suficiente? ¿O nuestra atención debería centrarse en la capacidad de crecimiento y transformación que nuestras oquedades pueden brindarnos?

Por otra parte, nuestra preocupación por todo lo que puede estar mal nos ha impedido reconocer cuáles son las verdaderas posibilidades preventivas que están a nuestro alcance para evitar tanto descalabro y desasosiego.

¿Tenemos, en realidad, dentro de nosotros mismos la capacidad para sobreponernos y crecer a pesar de los embates y de la indiferencia de una vida cada vez más impersonal, apresurada y superficial?

Durante décadas hemos estudiado la respuesta de supervivencia que nos ha ayudado a correr o luchar y así salvar la vida ante acontecimientos que son, o nos parecen, peligrosos. La excesiva demanda de adaptación que la vida moderna nos exige ha convertido ese mecanismo en uno de nuestros mayores enemigos. El estrés es hoy considerado como uno de los factores de mayor incidencia en el desarrollo de todo tipo de problemas de salud, tanto físicos como psicoemocionales.

Curiosamente, hasta tiempos muy recientes y de manera no muy reconocida por la ortodoxia no se ha aceptado nuestra capacidad de responder de manera equilibrada, a pesar de las acometidas de las circunstancias, con lo que yo me he permitido llamar «respuesta general de fortaleza», que, a pesar del incesante embate del oleaje, nos permite manejar nuestro estrés de forma creativa, ser coherentes, fluir, tener control interno y renovar la alegría y la esperanza.

La ansiedad y la tristeza de tantos han invadido cada vez más espacios, se han adueñado del hogar, del trabajo, inclusive de las reuniones sociales. Afortunadamente su mismo clamor ha desencadenado un despertar que exige una nueva perspectiva y un nuevo curso para nuestra ciencia y, sobre todo, para nuestro viajar por la vida.

Los seres humanos somos capaces de trascender las carencias de nuestra condición cuando nos damos cuenta de que una vida plena depende menos de la fortuna y las oportunidades que de nuestro esfuerzo por aprovecharlas; de nuestra aceptación de retos más que de la resignación a los problemas; de nuestra habilidad de transformar en ganancia lo que aparenta ser sólo pérdida. Sin lugar a dudas, existen circunstancias donde la luz sólo puede brillar cuando se ha transitado por la oscuridad.

Saber crecer es, ante todo, ejercer nuestra capacidad de reconstruir el sentido de la vida como respuesta a las tormentas más destructivas que hayamos vivido.

Las crisis pueden ser necesarias, a veces indispensables, para que una vida llegue a la plenitud, pueden incluso convertirse en los sucesos más importantes y significativos para nuestra propia motivación. Las tempestades que libramos en el cuerpo y en el alma son las oportunidades para el despertar de nuestro espíritu.

Ya desde la segunda mitad del siglo XX, el doctor Viktor Frankl enfocó su logoterapia en el reencuentro con el sentido de la vida y la recuperación de la esperanza desde la fortaleza espiritual que yace tantas veces dormida en nuestro interior.

Los doctores Werner, Smith y Viscott, entre otros, investigan desde hace varias décadas para reconocer qué es lo que hace que muchas personas se mantengan en pie a pesar del brutal embate de las mareas, desde su más temprana infancia. De estas observaciones surge en psiquiatría el uso de la palabra resiliencia y la investigación para definirla.

De forma definitiva y dando un giro al enfoque tradicional de la psicología, desde la década de 1970 los doctores Martin Seligman y Mihaly Csikszentmihalyi inician su contribución clínica de lo que hoy se ha denominado como Psicología Positiva, la cual nos brinda la importante aportación de reconocer que la resiliencia depende, en buena parte, de ciertas características de personalidad que cualquiera de nosotros puede desarrollar.

El porqué algunas personas son capaces de superar lo indecible en contra de todos los pronósticos obliga a la psicología a aplicar sus esfuerzos para aprender no tanto el porqué caemos en el trastorno de la enfermedad, sino por qué a pesar de la catástrofe no enfermamos y logramos crecer.

El pensamiento positivo, que en algún momento se consideró como el quehacer de los «ilusos», es en gran parte la clave para este nuevo enfoque psicológico. Después de todo, es nuestro pensamiento el que nos puede ahogar en el vaso de agua o ayudarnos a redescubrir la alegría de vivir y de amar a pesar de las tormentas.

Este libro desea compartir contigo la esperanza que surge de lo más reciente en la investigación y estudio de nuestra psique. Explicaremos qué es en realidad la resiliencia y el valor que tiene para nuestra calidad de vida.

Y ya que al igual que muchos investigadores tú, como yo, nos hemos preguntado por qué no hemos sido capaces de tolerar ciertos embates o por qué hemos logrado florecer a través de algunas crisis, en el segundo capítulo expondremos los considerados factores de riesgo que pueden incrementar nuestra fragilidad y convertirnos en personas más fácilmente quebradizas. Independientemente de que esos factores suelen hacerse presentes en nuestra infancia, debemos reconocer nuestra forma de pensar, así como muchos de los sentimientos que albergamos por situaciones presentes o pasadas, para evitar ahogarnos ante el golpeteo de las olas.

En el tercer capítulo exponemos las características de la resiliencia, contemplada como la estructura formativa de una condición resiliente en nuestra personalidad que requiere de un cuestionamiento de viejas creencias.

En el cuarto capítulo incluimos las características que consideramos relacionadas a una resiliencia interiorizada y que se refieren fundamentalmente al arduo trabajo de nuestra voluntad para modificar actitudes profundas.

En ambos casos, todas las características constituyen la columna vertebral de nuestra resiliencia. No faltará quien diga que no las tiene o que no puede adquirirlas, sin embargo, y como lo expondremos, nuestra forma de pensar sigue estando sujeta a nuestra determinación por ser los amos de nuestro pensamiento y no sus esclavos. Es por ello que William James, desde el siglo XIX afirmaba: «Cambia tu pensamiento y cambiarás tu vida».

Por otra parte, recordemos que más allá de cualquiera de nuestras circunstancias, nuestra verdadera libertad radica en que siempre podemos cambiar nuestro pensamiento y, por lo tanto, nuestras creencias y actitudes. El libro nos brinda la oportunidad de hacerlo.

El quinto capítulo lo hemos dedicado por entero al tema de la espiritualidad, que aunque está considerada como una de las características de la resiliencia, conlleva tantos matices que la convierten en el eje rector de todas las demás. Hoy, ante la acometida de tantos problemas que parecen no tener solución, nos lamentamos de la pérdida de valores, aunque como bien se ha afirmado, los valores no se han perdido, lo que se ha perdido es la gente que los practique.

La fe y los valores espirituales son tan importantes porque, más allá de nuestras creencias, nos ayudan a tener una perspectiva positiva y esperanzadora, estando inmersos en la tempestad. Como la psicología positiva señala, la salud mental no depende de un realismo a ultranza que nos obligue a confrontar de manera descarnada nuestro dolor; es más bien nuestra capacidad imaginativa, apoyada en la fortaleza de nuestro espíritu y que nos da la creatividad para concebir nuevas alternativas, la que nos rescata de los más severos trastornos.

En el sexto y último capítulo, procurando llegar a conclusiones, tocaremos el tema de la felicidad, la cual ciertamente es posible siempre y cuando la comprendamos desde su dimensión interna. La felicidad no depende de circunstancias exteriores y no constituye una meta final en sí misma, sino una filosofía de vida y pensamiento que nos mantiene como personas abiertas a un mejoramiento infinito.

No hemos pretendido realizar una obra de referencia científica. Es por ello que no hemos querido saturar el libro con notas a pie de página. Sin embargo, considero que las lecturas recomendadas son de gran importancia tanto para el que quiera profundizar como para el que desee conocer la base clínica de nuestra obra. Cualquier error de apreciación lo asumo como exclusivamente mío.

Por otra parte, para profundizar más allá de la autoayuda que el libro puede brindarnos, no pretendemos dar recetas de cómo «ser resilientes en pocos días». Es por ello que al final de cada capítulo presentamos un cuestionario que no reclama respuestas fijas, buenas o malas, sino que constituye un punto de apoyo para nuestra reflexión en cuanto al autocuestionamiento de nuestros propios factores de riesgo, así como del desarrollo de las características que nos formen como personas resilientes y de profunda y legítima espiritualidad.

Te recomendamos que los cuestionarios se conviertan en una tarea de revisión periódica para que con el tiempo puedas apreciar los cambios realizados y trabajar con ahínco en las áreas que requieran de mayor esfuerzo.

La capacidad de responder y no tan sólo de reaccionar emocionalmente, así como el compromiso de una espiritualidad que busque siempre sentido a la vida a pesar de los abismos, es lo que caracteriza a quienes toman la decisión de saber crecer y no quedarse estancados en el sufrimiento y, eventualmente, en la amargura.

La fortaleza nos da la capacidad de buscar opciones y establecer estrategias en vez de responder con una maraña de pensamientos que sólo nos hacen predecir la innumerable cantidad de desastres que podrían llegar a ocurrirnos. Decía James A. Garfield: «He tenido muchos problemas en mi vida, los peores nunca ocurrieron».

Si no nos esforzamos por desarrollar las características de la resiliencia, nuestro umbral para el sufrimiento será cada vez menor y con mayor facilidad caeremos en los ciclos de la ansiedad y la tristeza.

Cuando algo desagradable o doloroso nos sucede, por nuestra preocupación tendemos a añadir más leña al fuego y así construir una realidad del evento y unas consecuencias mucho más trágicas de lo que en realidad han sido o pueden ser. Esto nos crea sufrimiento innecesario y con facilidad nos lleva a asumir el papel de víctimas. Caer en esa situación y permanecer en ella debilita nuestras posibilidades de sobreponernos y crecer, ya que se genera en nosotros un sentimiento de «indefensión» que nos paraliza y nos impide actuar para efectuar los cambios necesarios y salir adelante.

Toda crisis exige cambios, y si no los efectuamos, aunque con el tiempo lleguemos a sentir que por lo menos hemos sobrevivido a la catástrofe, estaremos convencidos de que nuestra vida ha quedado en el vacío e irremediablemente dañada para siempre; nos cansaremos con facilidad, sintiéndonos drenados de toda energía, física, mental y espiritual. Nos conformaremos con vivir de día en día, sin horizontes nuevos y sin esperanza alguna de alegría.

Ante el impacto del dolor, del sentimiento de víctima o de la sensación de vacío existencial podemos responder con depresión o bien, a pesar de nuestra tristeza, desplegar las características de nuestra resiliencia para sobreponernos y crecer gracias a lo que hemos padecido.

Es por ello que ser resilientes no significa que no lloremos o no tengamos momentos de rabia, de gran ansiedad o sentimientos de vacío, pero sí que a pesar de todo estemos dispuestos a luchar y salir adelante, ya sea venciendo a la adversidad, reconociéndola como el momento oportuno para desprendernos de lo que ya no debe estar en nuestras vidas o reasignando significado a nuestras pérdidas. Al ser resilientes y crecer tenemos la gran oportunidad de reinventarnos e infundir a la vida un nuevo color cuando sentíamos que la adversidad nos la arrebataba para siempre.

Nuestra respuesta general de fortaleza se nutre del sentido que le damos a la vida, de los pensamientos que habitan en nuestra cabeza y de los sentimientos que anidamos en nuestro corazón; pero, sobre todo, de los valores de nuestro espíritu, el cual siempre tiene la capacidad de responder movilizando también nuestros recursos físicos y psicoemocionales.

Ser resilientes, capaces de sobreponernos y crecer a través de las tormentas, se convierte en la más importante de nuestras habilidades. Aunque no todos participemos en una olimpiada, tengamos que ganar una elección frente a nuestros adversarios o necesitemos rescatar a una empresa de la quiebra, todos, independientemente de nuestra condición socioeconómica o cultural, tendremos que enfrentar el dolor, la pérdida, la desilusión y, por lo tanto, las tempestades de lo adverso.

Las aportaciones clínicas de la psicología positiva nos han hecho ver cómo nuestra capacidad de adaptación, nuestra fortaleza interior y las bondades de nuestro ser son capaces no sólo de reparar lo que ha sido roto, sino de crearlo de nuevo y hacernos florecer más allá de nuestras expectativas previas. Más que diagnosticar y tratar de reparar lo que está mal, la psicología positiva nos ayuda a identificar, nutrir y potenciar todo lo que sí está bien.

Más que centrarnos en tratar de identificar y remendar nuestros quebrantos, este nuevo enfoque nos libera de la obsesión por los laberintos de nuestro inconsciente y por las vulnerabilidades de nuestra emotividad, para dirigir nuestra atención hacia todo aquello por lo cual merece la pena vivir, que potencia nuestras fortalezas y virtudes. Más que explicarnos por qué llegamos a enfermar nos ayuda a redescubrir lo que nos puede mantener sanos.

Como lo han mencionado Seligman y Csikszentmihalyi: «Nosotros creemos que una psicología positiva del funcionamiento humano surgirá para lograr una comprensión científica e intervenciones efectivas que ayuden a construir individuos, familias y comunidades que florezcan».

No podemos negar que en ocasiones necesitamos de un dolor intenso para despertar y volver a apreciar la belleza y el don de lo cotidiano, tal vez porque hemos dejado de valorar la magia de nuestra fortaleza interna y nos dejamos llevar por el oleaje de la vida, como si hubiéramos perdido toda habilidad de maniobrar las velas.

Ciertamente, la adversidad nos ayuda a descubrir talentos que ni sospechábamos tener y así potenciar lo que nos hace fuertes, felices y amorosamente involucrados con la aventura de vivir. Somos mucho más fuertes que cualquier cosa que pueda sucedernos. Dios nunca permitiría en nuestra vida aquello que no fuéramos capaces de manejar.

¿Podemos trascender los más grandes obstáculos, sortear las más atropelladas tormentas si somos conscientes de que nuestro potencial y nuestra fortaleza florecen ante el dolor de la adversidad?

Definitivamente, tenemos esa capacidad. Cada una de las características que la conforman pueden ser desarrolladas y la genuina espiritualidad que suele surgir desde lo profundo nos llevará a dejar de languidecer para saber crecer con plenitud.

Si miramos con cuidado y tomamos conciencia de que todas las tormentas que se ciernen sobre nosotros tienen un propósito, como si una mano las guiara, cada una con su propio significado, entonces comprenderemos que nuestras peores tempestades pueden ser la semilla de nuestros mejores horizontes.