Agradecimientos
La gratitud es la memoria del corazón.
ANÓNIMO
Papá y yo comíamos solos aquella tarde. Mamá se encontraba atendiendo un evento en el colegio de mis hermanos.
Era mi padre un hombre de pocas palabras, hablaba y mucho, pero con mamá. Sin embargo, aquella tarde, mientras comíamos en silencio, de repente fijó su vista en mí y me dijo: «Hija, realmente no sé qué será de tu vida, serás responsable de hacer de ella lo que tú desees, tendrás la libertad de tomar tus propias decisiones, pero me gustaría que siempre recordaras las únicas dos cosas que tu padre te pide que seas: honesta y agradecida». A mis escasos siete u ocho años de edad sólo pude mirarle sorprendida y, en silencio, seguimos comiendo.
La experiencia me ha mostrado cuán importantes y sabias fueron sus palabras, cuán invaluable su consejo. He caminado la vida procurando honrar esa memoria.
Hoy es una ocasión especial para hacerlo, puesto que todo logro lleva tras de sí el apoyo de muchos. Sería una tarea inacabable enumerar a todos aquellos a quienes agradezco por su ser presentes en este libro, pero de manera especial quiero reconocer a los que muy de cerca me han acompañado en este proyecto.
A todos los autores de cuyo conocimiento e investigación he bebido y cuya lectura recomiendo y cito como bibliografía.
A la doctora Monserrat Pérez Mejía, con quien compartí por primera vez, hace ya muchos años, la inquietud sobre el tema y la investigación clínica de la resiliencia. A Martha Saldaña Gómez, desde siempre amiga, por sus valiosos comentarios y acertadas correcciones. A Larisa Curiel, mi gentil editora en Editorial Urano, por su entusiasmo y confianza.
Al doctor Giuseppe Amara por su valioso prólogo y los generosos comentarios que siempre ha dispensado a mi persona.
A mi entrañable amigo Juan Okie por su siempre incondicional cariño, apoyo y cercanía; hoy en especial, por las caricaturas que aportan al libro parte del buen humor, tan necesario para nuestra resiliencia.
A mi fiel guía el doctor Rafael Checa, O. C. D., por su amistad, consejo y extraordinario ejemplo, que a lo largo de tantos años me han brindado refugio y sabiduría.
A María Eugenia Díaz Aguirre, incansable asistente, quien con su maravillosa paciencia, auténtica generosidad y risas oportunas me acompañó durante largas horas de trabajo y numerosas revisiones, entre libros y papeles, frente al computador.
A mi hermano Jorge Alberto por compartir conmigo los últimos meses de su vida y haber recordado juntos tantos momentos de nuestra infancia, los problemas, lo divertido, el amor y la resiliencia de nuestros padres. Sé que de estar aún aquí lloraría conmigo algunas noches que, y desde la presencia de Dios, me sigue acompañando.
En el ayer y en el hoy, gracias a todos mis amores y desamores. A quienes habiendo prometido fraternidad me dejaron sola en la tormenta; a quienes brindé apoyo y generosidad y me dieron a cambio dolorosa ingratitud, pero, sobre todo, a quienes desde un proyecto compartido me acompañan en el camino y a quienes, desde la amistad, se han convertido en una nueva familia para mí. Para todos ellos la honestidad de mi perdón y cariño, así como la gratitud de mi corazón; sin ellos no habría vivido la experiencia del dolor y la alegría, del abismo y la fortaleza.
A ti, Dios, aliado y compañero, gracias por la vida.
Rosa Argentina Rivas Lacayo