1

Resiliencia y calidad de vida

 

Toda adversidad y todo dolor
 prepara nuestra alma para tener visión.

 

MARTIN BUBER

 

 

Todos los seres humanos crecemos en términos cronológicos, pero no siempre sabemos crecer en términos de madurez y sabiduría. Cuando sientes que la vida se te derrumba, cuando de golpe llega a tus puertas la adversidad, ¿cómo respondes?

Hay quienes se consideran víctimas y de inmediato señalan a otros como culpables de su desgracia; otros se aíslan y, en medio de su soledad, se sienten indefensos y abrumados, y otros más se enojan y lastiman a quienes les rodean.

Sin embargo, también hay personas que a pesar del dolor, el enojo o las lágrimas buscan dentro de sí mismas y encuentran opciones para manejar la adversidad, logrando que las cosas mejoren. Éstas son personas resilientes, es decir, individuos con una extraordinaria capacidad para sobrevivir a las crisis y a las dificultades extremas. Son personas que logran un equilibrio emocional y no sólo se recuperan, sino que también crecen espiritualmente al adquirir fortaleza a través del reto. Además hacen que la adversidad se convierta en oportunidad y la experiencia en un aprendizaje, logrando así un nuevo y mayor nivel de madurez y sabiduría. Cuando somos capaces de hacer esto SABEMOS CRECER.

¿De dónde viene y qué significa resiliencia?

Resiliencia es un término que procede de la física y que se refiere a la capacidad de un material para recuperar su forma inicial después de soportar una presión que lo deforma.

Como seres humanos, toda experiencia vivida nos afecta. Sin embargo, si somos resilientes no sólo podremos recuperarnos después de soportar una presión, sino que lograremos aprender, crecer y ser mejores. Por lo tanto, la resiliencia aplicada al campo de la psiquiatría y psicología cambia su definición.

 

RESILIENCIA:

Capacidad de enfrentar la adversidad

y salir fortalecidos de ella.

 

El doctor Gerónimo Acevedo, médico y miembro fundador de la Sociedad Latinoamericana de Logoterapia, la define así: «La resiliencia personal consiste en tener la capacidad de afrontar el sufrimiento, reconstruirse y no perder la capacidad de amar, de luchar, de resistir. No es una destreza que hay que dominar, sino una realidad que hay que descubrir, que hay que desplegar».

Si a pesar del dolor buscamos la oportunidad para crecer, nuestra percepción de la adversidad cambia.

Ser resiliente es tener la habilidad del alquimista: procurar convertir el plomo en oro, tener la capacidad de reírse hasta de uno mismo, de mostrar empatía y, de manera muy importante, poseer la imaginación para ocuparse en planificar la vida de manera realista y creativa.

Resiliencia es el arte de navegar en medio de las tormentas. Una adversidad trastorna la vida y desvía nuestra embarcación a un nuevo rumbo, al que no hubiéramos querido ir. Nos encontramos enfrentando corrientes que nos arrastran y nos llevan hacia un mar donde el oleaje nos golpea y parece que está a punto de hundirnos. La persona resiliente descubre y potencia los recursos de su interioridad para luchar y no dejarse arrastrar por el impacto de un mar embravecido.

Una de las investigadoras destacadas dentro de la psicología positiva, la doctora Werner, ha expresado que una persona resiliente tiene la capacidad de responder emocionalmente controlando sus impulsos y centrando su atención. Tiene la habilidad de conservar el sentido del humor en situaciones poco fáciles y, de manera especial, posee una visión idealista y proactiva que la ayuda a sobreponerse a la adversidad.

Ser resiliente es ser capaz de transformar, gracias a la fortaleza de nuestro espíritu, la disonancia estridente de la desesperación en un himno a la vida. Sin embargo, es importante precisar que ser resiliente no significa ser invulnerable.

Aun las rocas más grandes y fuertes son vulnerables al golpe incansable de las mareas. Sería absurdo que pretendiéramos invulnerabilidad como seres humanos, ya que ello sólo significaría una incapacidad de aceptar nuestros límites y de reconocer nuestras imperfecciones.

La resiliencia nos da la capacidad de doblarnos sin rompernos y, una vez doblados, volver a enderezarnos. Buen ejemplo de ello nos lo dan las palmeras, que humildemente agachan su cabeza para dejar pasar los fuertes vientos y recobrarse y seguir creciendo después de las tormentas.

Aunque no se debe reducir la resiliencia al significado de adaptación, no podemos negar que la flexibilidad de nuestra forma de ser juega un papel importante en ella.

Por otra parte, la resiliencia nos ayuda a distanciarnos del desánimo, que nos impide siempre ver el rostro positivo de la realidad; nos libera, así, de la tiranía irracional del determinismo, que parece hacernos perder la memoria de la fuerza de nuestro espíritu. La resiliencia nos da capacidad de tomar distancias, de tomar conciencia para comprender que en ningún caso somos lo que nos sucede.

También hemos de considerar la resiliencia como un proceso, un saber crecer. Es evolucionar y tener el valor de darle sentido a nuestra propia historia.

Si nos preguntamos por qué alguien se derrumba ante la adversidad, también deberíamos plantearnos por qué hay quien no se derrumba. Si presentamos ambas preguntas cuando dos personas pasan por iguales circunstancias, nos daremos cuenta de que la adversidad no determina el resultado, más bien se convierte en un acontecimiento que depende de la respuesta que cada persona le dé.

Se podría pensar que hay quien nace con una capacidad natural para luchar y sobreponerse, pero la realidad es que todos necesitamos crecer en nuestra capacidad de ser conscientes y trabajar para desarrollar las habilidades que se requieren y que todos en nuestro interior poseemos. Las circunstancias pueden ser inevitables, pero nuestra forma de responder a ellas siempre será libre y no sujeta a los acontecimientos exteriores.

Casi nunca recurrimos a nuestra fortaleza interior hasta que no nos enfrentamos a un profundo dolor, pero una vez que lo hacemos y logramos salir adelante logramos crecer y ser mejores. Las experiencias más terribles de nuestras vidas, a pesar del dolor que conllevan, se convierten en las experiencias de superación y autodescubrimiento más importantes.

Podemos ser en extremo vulnerables en lo físico y aun en lo emocional, pero también extraordinariamente resilientes en lo espiritual, en nuestros valores y en nuestras creencias. La vulnerabilidad nos enfrenta a nuestra impotencia; la resiliencia, a nuestro potencial. Muchos quedan atrapados en experiencias dolorosas y no encuentran la salida, pues han paralizado su capacidad de respuesta y su propia voluntad de encontrar sentido a sus vivencias.

Tener una actitud resiliente no significa que no tendremos que cruzar por los grandes abismos de la incertidumbre, el estrés o el conflicto. Significa tener la capacidad para descubrir en nosotros mismos los recursos necesarios para transitar por tales situaciones, superarlas y prosperar. Lograremos sobreponernos y crecer a través de los más grandes obstáculos si llegamos a ser conscientes de que nuestros mayores recursos y fortalezas se evidencian gracias a que hacemos frente a la adversidad. Porque así como existe la respuesta del estrés postraumático, puede existir también la respuesta de resiliencia y crecimiento ante cualquier situación dolorosa y traumática.

Decirnos a nosotros mismos o pensar «yo no puedo hacer nada» refleja nuestra renuncia al potencial que nos distingue de los animales, a nuestra fortaleza interior y a la capacidad de ser resilientes y de crecer a través de los retos que la vida nos presenta.

El desarrollo de la resiliencia puede considerarse en paralelo con el desarrollo saludable del ser humano. Así de importante es su contribución a nuestra calidad de vida.