Prólogo
NO DEJA DE RESULTAR SORPRENDENTE la fortuna actual de una novela que, por sus casi dos siglos de antigüedad, está justamente a mitad de camino entre el Quijote y nosotros y que, recordemos, es anterior en una generación a obras como Jane Eyre y Cumbres borrascosas y prácticamente en dos a Charles Dickens y a George Eliot.
A pesar de esta edad avanzada, Orgullo y prejuicio no ha que dado como lectura de eruditos especializados, sino que aparece regularmente en las listas de «los 100 libros favoritos» o «más populares» basadas en los votos de los lectores, y ha inspirado muchas versiones cinematográficas y adaptaciones de varios tipos, entre ellas algunas tan insólitas como la reciente Orgullo y prejuicio zombi (Pride and Prejudice and Zombies, 2009), novela de Seth Grahame-Smith de la que se anuncia adaptación al cine, al cómic y al videojuego e incluso «precuela», en perfecto salto del espíritu de principios del siglo XIX al de principios del XXI.
Y todo ello a pesar de que, como veremos, la novela tiene aspectos que supuestamente deberían hacerla remota y poco comprensible para el lector moderno. Su autora, Jane Austen (1775-1817) ha suscitado no poco interés en sí misma e incluso se ha romantizado su figura. Recordamos la película Becoming Jane (2007), en que el papel de la autora está representado por Jane Hathaway, y que se basa en la biografía Becoming Jane Austen, de John Spence. Esta tendencia arrancó en gran medida de la publicación en 1869 del libro biográfico A Memoir of Jane Austen, de James Edward Austen-Leigh, sobrino de la escritora, en el que se empieza a forjar la leyenda de esta, aunque todavía más bien como una entrañable solterona que como un personaje atormentado. La publicación de esta biografía reavivó el interés por las novelas de Austen, que conocieron múltiples ediciones a partir de 1880, en una pasión que el crítico Leslie Stephen llamó «Austenolatría». Hacia 1900 se produjo una reacción opuesta a los supuestos excesos de la admiración popular. Las élites literarias afirmaron que la admiración de las masas era un culto ciego por parte de un público que valoraba las obras de Austen «por encima de su mérito e interés intrínseco», en palabras del propio Austen-Leigh. Los estudiosos o aficionados elitistas se llamaron a sí mismos «janeítas», nombre con el que pretendían distinguirse de las masas que no entendían sus obras «como es debido». Los primeros janeítas fueron, sobre todo, lectores masculinos y críticos literarios especializados. Existe, incluso, un relato de Rudyard Kipling de ese título, Janeítas, en el que aparecen varios militares admiradores de Austen en el marco de la I Guerra Mundial. Sin embargo, en la actualidad el apelativo de janeítas se ha devaluado a su vez, perdiendo gran parte de sus pretensiones elitistas y se emplea tanto en sentido positivo como satírico, siendo en cierto modo equivalente a la antigua austenolatría. Muchos janeítas realizan actividades tales como viajes a los lugares donde vivió la autora, fiestas y reuniones con trajes de época y otras que algunos han asimilado a esas tendencia tan de nuestro tiempo que ha dado en llamarse cosplay (costume play) y frikismo en general.
En conjunto, el debate sobre el verdadero valor de las obras de Austen, y si estas se pueden considerar alta literatura, tardó mucho en cerrarse. La edición crítica de las obras completas de Austen por R. W. Chapman, de 1923, fue un hito, pues era la primera edición de ese tipo, no solo de las obras de Austen, sino de cualquier novelista de habla inglesa. En la década de 1930 la crítica acogió las novelas de Austen en el canon, aunque no han faltado debates posteriores sobre la cuestión.
No emitiremos juicios sobre si la vida de Jane Austen fue novelesca o no. En las breves pinceladas que podemos dar aquí observando que, a nuestro juicio, su verdadero interés no estriba en sus relaciones sentimentales ni en sus dificultades económicas, sino, además de la evidente fuerza de carácter y dotes que demostró la autora, en el hecho de que se trata de una de las primeras escritoras profesionales.
Jane Austen nació el 16 de diciembre de 1775 en Steventon, Inglaterra, en la rectoría donde residía su padre, clérigo. Tanto su padre como su madre procedían de familias acomoda das, en el límite inferior de la «gentry» o clase terrateniente y de caballeros. Jane fue la séptima de ocho hermanos, seis de ellos varones. Su hermana Cassandra y ella asistieron a un colegio privado hasta que los padres no pudieron permitirse el gasto para las dos; desde entonces, Jane recibió una educación privada pero bastante completa en su propia casa, entorno familiar del que ya no saldría en el resto de su vida. Su actividad literaria y de música aficionada fue notable ya desde su primera adolescencia. Participó desde los siete años en la representación de obras de teatro doméstico; a partir de los doce compuso sus propios textos teatrales, poesías y relatos. Sus padres le proporcionaron un valioso ambiente cultural, y fue muy positiva para ella, sobre todo, la figura de su padre, que le permitió el acceso a su biblioteca sin limitarle las lecturas y recibió sus primeras labores con meritoria tolerancia, tanto más valiosa cuanto que muchas de las obras tempranas de Jane tenían un carácter paródico, o atrevido en general, cargadas de rico humorismo y franca vena satírica.
Su biógrafo Park Honan, estima hacia 1789 la decisión consciente por parte de Jane de «escribir para ganarse la vida», de dedicarse conscientemente a la creación de novelas como actividad principal. A partir de esta fecha redactó Lady Susan, novela corta del género epistolar, y su primera novela larga, Elinor y Marianne, también en género epistolar y que quizá fuera un antecedente de la que después fue Sentido y sensibilidad. En agosto de 1797 había concluido una primera redacción de First Impressions (Primeras impresiones). Su padre, siempre comprensivo, ofreció algunas de sus obras a editores, sin gran éxito.
En 1800, el padre se retiró con toda la familia a Bath, donde falleció en 1805, dejando a la los suyos en situación de penuria económica. La madre de Jane y su hermana debieron depender de la ayuda económica de sus hermanos, y se trasladaron a una casa propiedad de uno de ellos, en Chawton, donde hicieron una vida retirada y Jane encontró una tranquilidad que le permitió dedicarse de nuevo a escribir. Tras un primer rechazo de First Impressions, Jane reelaboró Sentido y sensibilidad, que consiguió publicar en 1811 por los buenos oficios de su hermano Henry con el seudónimo de «Una dama», y con cuyo éxito logró un beneficio nada despreciable de 140 libras esterlinas.
Orgullo y prejuicio
Animada por este primer éxito, rehízo el manuscrito de Primeras impresiones con el título de Orgullo y prejuicio, que fue publicado en enero de 1813. Sin embargo, no previó el éxito del libro y renunció a todos sus derechos de autora a cambio de un pago único de 110 libras.
En años posteriores publicaría Mansfield Park (1814) y Emma (1816), y otras dos novelas suyas, La abadía de Northanger y Persuasión, aparecieron tras su muerte. A pesar de su relativo éxito como escritora, sus últimos años transcurrieron entre nuevas dificultades económicas, ya que sus hermanos se habían arruinado.
Los biógrafos de Jane Austen refieren un amorío pasajero con el joven irlandés Thomas Lefroy, cuando Jane tenía 20 años, que no llegó a ninguna parte, y una propuesta de matrimonio que recibió en 1802 por parte de Harris Bigg-Wither, hermano de una amiga suya. Sin embargo, Jane Austen murió soltera en 1817, a los 42 años de edad.
En el análisis de Orgullo y prejuicio no conviene caer en la trampa de basarse en su título, que más bien fue accidental o comercial. En parte pretendía capitalizar el éxito anterior de Sentido y sensibilidad con un título paralelo y que, en inglés, también es aliterativo. Pero parece que el título está inspirado, sobre todo, en el último capítulo de la novela Cecilia, de Fanny Burney, que también se titula «Orgullo y prejuicio» y donde se repiten varias veces estas palabras. Sin embargo, el título no deja de orientarnos en el sentido del verdadero valor de la obra para nosotros.
El ambiente «de época» es uno de estos valores para el lector actual, evidentemente, aunque es un arma de doble filo, ya que si bien atrae a los lectores aficionados y familiarizados con el género, puede alienar a aquellos que no se hacen una idea de las costumbres y convenciones de la época, bastante necesarios para la comprensión de la acción. Las dificultades de casar a unas hijas a las que hay que proporcionar costosas dotes son tema frecuente en la literatura de la época, pero en este caso se multiplican por el hecho de que los bienes del señor Bennet son un mayorazgo vinculado que solo se puede transmitir por línea de varón. También es preciso comprender las tensiones entre los personajes «caballeros» o hidalgos (gentry) y los que no lo son; diferencia absolutamente intangible para nosotros, ya que hay caballeros francamente pobres, y personas acomodadas y cultas que no son caballeros por dedicarse a la industria o al comercio, como la familia de la madre de Elizabeth.
Hemos aludido vagamente a Orgullo y prejuicio como novela «de época». Pero, más exactamente, se trata de la antecesora de la Regency novel o novela de la Regencia, subgénero tan definido y con lectores y escritores tan especializados como la novela del Oeste o la de ciencia ficción. Y Orgullo y prejuicio es tan modélica en este género que se retomaría en el siglo XX como puede serlo como su próxima contemporánea Ivanhoe (1819) de Walter Scott para la novela histórica, tan popular en nuestros tiempos.
Llamamos en la historia inglesa la Regencia por antonomasia al período entre 1811, en que Jorge III fue declarado incapaz (por locura), y la muerte del mismo en 1820, durante el cual se habilitó como príncipe regente a su hijo Jorge, después Jorge IV. Este periodo agitado, marcado por las guerras napoleónicas, disturbios y temor a las repercusiones de la Revolución Francesa, se caracterizó por una notable relajación de costumbres, cambios sociales y florecimiento de las artes. Quizá la novela decimonónica más memorable sobre esta época sea, junto con las de Austen, la Feria de las vanidades de Thackeray. La actual novela de la Regencia es una creación nostálgica del siglo XX en la que se reconstruye este ambiente, y se caracteriza por transcurrir entre las clases acomodadas, con abundancia de diálogos chispeantes e ingeniosos, amores truncados, personajes femeninos que aspiran a casarse, personajes masculinos unas veces caballerosos, o pícaros o con un poco de las dos cosas, muchos de ellos con temporadas de servicio en los ejércitos y guerras de la época; duelos, herencias, fugas, raptos, etcétera. No son raras las novelas o ciclos en las que se van describiendo sucesivamente las relaciones sentimentales y fortunas de los miembros de un grupo inicial de amigos o amigas. Entre los personajes, es tópico (y no solo en el campo de la novela) el tipo del Regency buck, señorito disipado y de costumbres desenfrenadas, dado al juego, la bebida, etcétera. Regency Buck es, por otra parte, el título de la primera de las novelas de Georgette Heyer dedicada a esta época, publicada en 1935, y que, junto con la gran aceptación por entonces de las obras de Austen, marcó el verdadero establecimiento de las reglas de este subgénero.
Pero el verdadero acierto de la obra se encuentra en el estudio de la personalidad de los personajes. No vamos a hablar de «novela psicológica»; casi sería anacrónico; no se nos presentan las ideas de los personajes «desde dentro», lo cual por entonces estaba limitado a las mejores novelas epistolares, todavía muy populares por entonces, por otra parte. Hemos llamado subgénero a la novela de la Regencia, y consideramos que Orgullo y prejuicio podría calificarse de novela de costumbres (novel of manners), en la que, más que el desarrollo psicológico del personaje y su vida interior, se atiende a la tensión entre sus aspiraciones y deseos y las normas y códigos de una época, sociedad y clase determinadas, ambiente y sociedad cuya presentación constituye una parte igualmente importante de la obra.
Dentro de estas premisas, lo cierto es que los personajes de Orgullo y prejuicio están presentados con verismo y sutileza; no se llega a los rasgos caricaturescos de un Dickens, a pesar de las tendencias satíricas de la autora, y casi todos ellos se ganan el afecto del lector, aunque apenas hay alguno exento de defectos mayores o menores. La fuerza humorística de la autora aflora con frecuencia, en escenas como el diálogo en que Elizabeth Bennett rechaza la propuesta de matrimonio de su primo William Collins, que se niega a creerla, pasaje que se ha considerado una de las páginas culminantes del humor inglés.
Espero haber recogido en mi traducción algo de la frescura y ligereza del texto original, cuya prosa y diálogos se leen con una facilidad superior a la de otras obras posteriores de su mismo siglo.
ALEJANDRO PAREJA