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Picture to burn

El viernes por la mañana, a la hora del almuerzo, me siento a la misma mesa de siempre con mis mismas chicas de siempre. Mientras saco el sándwich que me he traído de casa, oigo a Grace parlotear sobre la cita que tiene el sábado. Está muy emocionada porque la ha invitado a salir un chico del equipo de béisbol. ¡Si ella supiera que yo voy a pasarme el fin de semana entero con el segundo capitán del de fútbol! Pero la única que lo sabe es Emily. Bueno, y también Scott, claro. Y, además, lo mío no es una cita. Es casi trabajo. Cam ha hecho un plan muy apretado para los tres días que tenemos por delante, y me lo envió anoche por mensajería instantánea. Tuve que decir que vale, porque no entendía ni la mitad de lo que decía. Viernes por la tarde, look. Sábado por la mañana, confianza. Sábado por la tarde, relaciones sociales. Domingo, acción. A saber lo que tiene en mente. Pero no importa. Tampoco tenía nada mejor que hacer este fin de semana de todas maneras. Y, al parecer, él tampoco, y eso es lo que me extraña.

Lo veo pasar charlando con su amigo Ryan, justo a la espalda de Grace y de Mia. Me mira, probablemente al notar mis ojos fijos en él, y me guiña un ojo. Le respondo con una sonrisa. Ayer apenas lo vi en todo el día porque no coincidimos más que en una de las clases. Por la tarde tenía entrenamiento. Hasta la noche no me envió el planning. Pero nada más. Ese guiñito que me acaba de dedicar me da a entender que no se ha olvidado de mí y de nuestros planes pendientes para esta tarde.

—¿A quién sonríes? —pregunta Grace, intrigada, girándose y buscando entre la gente.

Nunca en su vida se imaginaría que a Cameron Parker, así que aunque lo haya visto ahí, delante de sus narices, charlando con Ryan, ni lo toma en cuenta.

—No. A nadie. —Lo niego bajando la mirada a mi comida—. Me estaba acordando de una cosa graciosa —miento.

—Hablando de cosas graciosas... —Me echa un cable Emily empezando a narrar una anécdota de Scott.

Veo que Grace me dedica un par de miradas más, pero luego enseguida pierde el interés en interrogarme. No como Emily, que, aunque ahora está dándome un poco de cancha para no tener que contarles nada a las demás por el momento, no ha parado de interrogarme en el día y medio que ha pasado desde que descubrió que Cam y yo éramos amigos en Facebook. Su primer mensaje llegó antes de que el guapo moreno me dejara en casa el miércoles por la noche tras nuestra sesión de creación de chica mala en proceso. La madre de Cameron había llegado ya y él me la había presentado y le había dicho que iba a llevarme a casa y volvía en veinte minutos. La señora Parker no parecía excesivamente feliz de que su hijo estuviera con una chica en casa, pero no dijo nada, al menos delante de mí. O a lo mejor es que no parecía excesivamente feliz y punto, tampoco puedo estar segura. Luego, nada más arrancar el coche, Emily me mandó un mensaje al móvil diciendo: «¡Eres amiga en Facebook de Cameron Parker! ¡Me estoy muriendo! ¡Literalmente!». No me pude tomar muy en serio sus palabras porque suele utilizar el término «literalmente» bastante a la ligera. Después, mi coach particular habló de cosas sin importancia hasta parar frente a la puerta de mi casa y allí me dijo que continuaríamos con nuestra misión el viernes. Intercambiamos números de teléfono para poder mantener las vías de comunicación abiertas. Y luego él dio la vuelta al coche y se marchó de nuevo a casa. Y, gracias al cielo, mi madre estaba demasiado ocupada, discutiendo con Eric para que recogiera su cuarto, como para estar pendiente de quién me había llevado a casa, así que supuso que había pasado la tarde con las chicas y yo simplemente no desmentí esa suposición. Si llega a saber que me había traído a casa un chico, ya sabía yo bien la que me esperaba. Mi madre es peor que Emily.

Cuando salgo por unos segundos de mi propio mundo de fantasía, me llama la atención el hecho de que Mia está muy callada. Y, ahora que caigo en la cuenta, ni siquiera me ha preguntado qué me pasó el martes para no llegar a montar en el autobús de vuelta a casa. Y si me vio entrando en el coche de Cameron, ¿no debería estar exactamente en el mismo plan que Emily? Le paso una mano por delante de los ojos y ella me mira y sonríe levemente. La interrogo solo con la mirada, pero con la mirada me responde que está bien, o que no quiere hablar del tema. En cualquier caso, que no insista.

La clase de biología está bien, porque es la última de esa mañana y porque tengo a Tyler delante y puedo contar las arrugas que le hace la camiseta de los Washington Redskins en los hombros y la espalda. Y también porque tengo a Cam justo a mi lado izquierdo y, ahora que somos amigos en redes sociales, casi da la impresión de que podemos serlo también en la vida real, y me siento bastante más cómoda con él que hace tres días, cuando no paraba de enviarme notitas.

Aunque parece que lo de mandar notitas no lo ha dejado atrás todavía. Me lanza una en forma de avión que aterriza justo en medio de mi libro abierto. Lo miro frunciendo los labios a modo de reproche, pero él tiene una expresión tan orgullosa, por haberlo hecho aterrizar justo donde quería, que se me escapa una sonrisa al verlo.

La tarde se prevé larga, ¿te paso a buscar a las cinco? –C.

Respondo por el reverso para dar luz verde a su plan.

Las cinco es una buena hora para empezar las compras.

Casi echo de menos que me mande otra notita después de eso. Pero se limita a guardar la mía entre las páginas de su cuaderno y luego se pone a atender al señor Woodward, o al menos a aparentar que está atento. No está tan alegre y burlón como el martes, o como el miércoles, y me doy cuenta de que, en las veces que lo he visto en estos dos últimos días, apenas lo he visto sonreír. Pero la cuestión es que no sé si eso es normal en él o no, porque, aunque hayamos sellado un pacto de colaboración, no tengo ni la más remota idea de cómo es en realidad Cameron Parker.

Cuando está a punto de sonar el timbre, me lanza una bolita de papel arrugada que se escurre de la mesa y acaba en mi regazo. La abro sin levantarla, para que el profesor no me vea, y niego con la cabeza lentamente al leer el contenido.

Para la tarde de compras ponte tu mejor modelito, seguro que desde ahí solo podremos ir a mejor. –C.

Levanto disimuladamente el dedo medio de mi mano derecha, parapetada tras la mesa. Y entonces sí. Por fin. Él sonríe de verdad.

 

 

Son las cinco menos diez minutos y yo ya estoy preparada para cuando un Honda blanco pare delante de mi casa a recogerme. Eric está en casa de un amigo, pero mi madre está en el jardín cuidando sus flores, así que no hay manera posible de que no se dé cuenta de que el coche que va a venir a recogerme no es el de la madre de Emily, ni el de Grace. Me maldigo a mí misma por no haber pensado en eso antes. Podría haber quedado con Cameron directamente en el centro comercial. O podría haberle dicho que pasaría yo a buscarlo y haberle pedido el coche prestado a mi madre. Salgo al porche procurando no hacer mucho ruido al cerrar la puerta y empiezo a atravesar el jardín. Si consigo ser lo suficientemente sigilosa, tal vez pueda esperar al coche de mi estilista particular un poco más abajo en la calle y así mi madre no se dará cuenta de nada. Pero no estoy ni de lejos cerca de la valla del jardín cuando oigo la voz de mi progenitora.

—¿Adónde vas, señorita? —pregunta en tono alegre.

Mierda.

—Voy a comprarme algo de ropa al centro comercial. —Actualizo la información para ella.

Agarro el bolso un poco más fuerte y sigo andando despacio para ver si ya se da por satisfecha y aún tengo tiempo de escabullirme.

—Espera ahí un momentito —me pide.

Me giro lentamente hacia ella y la veo levantarse del suelo y quitarse los guantes antes de sacudirse las rodillas con ellos. Se acerca a mí. Lleva los vaqueros viejos que le quedan grandes y la camisa de cuadros medio rota que siempre utiliza para trabajar en el jardín. Lleva el pelo recogido en un moño descuidado del que escapan mechones rubios aquí y allá, y, aun así, está guapa. Ojalá me pareciera más a ella.

—¿Qué pasa? —pregunto inocentemente cuando ya la tengo justo enfrente.

—Eso digo yo, ¿qué pasa? —responde con la misma pregunta—. ¿Por qué estás tan misteriosa y estás intentando salir del jardín sin ser vista? —me acusa—. ¿O es que no vas al centro comercial?

Suspiro, porque el tono que está usando me deja muy claro que le divierte mucho la situación. ¿No podría yo tener una madre normal de las que regañan a sus hijos cuando les mienten o les ocultan información? Ugg, no. Mejor no, gracias. No cambiaría a mi madre por nadie en el mundo, aunque a veces me gustaría que fuera un poco más convencional.

—Voy al centro comercial a comprarme algo de ropa —repito, mirándola a los ojos como siempre nos pide que hagamos cuando cree que le estamos mintiendo—. Y, a lo mejor, tú también deberías, porque ese modelito primavera-verano está ya un poco pasado de moda —le pico señalando su indumentaria.

—Ya. Lo que me faltaba. Tener que vestirme de Prada para arreglar el jardín —bufa, y yo me río—. No me desvíes el tema. ¿Vas con las chicas? —pregunta, pero casi en tono de afirmación.

—Eh... —Busco algo que decir que no sea una mentira demasiado evidente.

Soy incapaz de mentirle a mi madre. Soy incapaz de mentir. Tengo un serio problema. Y Cam también lo tiene si quiere hacer de mí una chica mala. Me falta hasta lo más básico para ajustarme al prototipo.

—Ay, madre. Ay, madre —repite la mía llevándose a la mejilla la mano con la que no sujeta los guantes—. ¡Vas con un chico! —adivina con la voz ligeramente más aguda—. ¿Quién es? ¿Lo conozco?

—Eh, no. No creo. —Trato de alargar el interrogatorio lo menos posible. Si le digo un nombre empezará a atar cabos hasta darse cuenta de que conoce a su madre, o a su abuela o a sus vecinos de enfrente.

—¿No será Lewis Cooper? —cotillea, y yo niego con la cabeza—. Claro, perdiste tu tren y ahora va a llevar a otra al baile. Entonces... ¿ese tal Kevin? ¿El que te invitó al cine el otro día? —prueba de nuevo.

—El otro día para ti es cualquier momento comprendido entre mi nacimiento y el día de hoy, mamá —protesto—. Eso fue en septiembre. Y no he vuelto a quedar con él.

—¿Y por qué no? Era un chico majo, ¿no? —Vuelve a las mismas otra vez. Las mismitas palabras que en septiembre.

—Pues no me gustaba y ya está —respondo, un poco incómoda.

Cam debe de estar a punto de llegar y no sé si tengo ganas de que lo haga para que mi madre deje de interrogarme de una vez, o de que me dé plantón para que el interrogatorio de la noche no sea peor que este.

—Ya, claro. Es que no te gustaba —repite—. Como a ti solo te gusta uno que yo me sé... —Casi está hablando como si fuera Emily y, mientras lo dice, señala con la cabeza un par de veces hacia la casa de al lado—. ¿No será Tyler? —se emociona de repente.

—No, mamá. ¡Por favor! ¿Cómo voy a ir con Tyler de compras? —me desespero.

Mamá levanta las manos en son de paz, pero no deja de sonreír.

—Hija, quien dice de compras, dice al cine o a la bolera o al aparcamiento del mirador —enumera, y yo pongo cara de «¿qué demonios...?» cuando suelta la última opción—. Chica, no me mires así, que todas lo hemos hecho...

Todo el mundo sabe lo que se hace en el aparcamiento del mirador. No es precisamente admirar las vistas. Así que me tapo los oídos con ambas manos y cierro los ojos como si así pudiera borrar de mi mente lo que acabo de escuchar.

—¡Mamá! Por favor, no vuelvas a contarme la historia de cómo me concebisteis hace diecisiete años... —suplico, solo medio en broma.

—No. No. De eso nada. Si vas al mirador usa condones, Ashley. No fastidies —aconseja, y yo suelto un gemido de desesperación—. ¿Necesitas condones?

—¡No, mamá! No voy a acostarme con nadie. Ni en el mirador, ni en ninguna parte. Solo quiero ir al centro comercial... —lloriqueo mientras ella me hace burla.

Como si mis palabras lo hubieran invocado, el coche de Cam aparece al principio de la calle y en apenas quince segundos ya está parando frente a la puerta. Toca el claxon una vez, pero, seguramente al ver a mi madre, inmediatamente se baja del vehículo y se acerca a nosotras. Va vestido con unos pantalones chinos azules con deportivas y un jersey gris, y lleva el flequillo desordenado hasta sus ojos verdes.

—Buenas tardes, señora Bennet —saluda muy educado—. Hola, Ash. —Me mira a mí con una curvatura muy leve en los labios—. ¿Estás lista?

—Sí, sí. Vámonos —suplico, con intención de caminar hacia el coche.

Pero Cameron ya está estrechándole la mano a mi madre mientras se presenta con su nombre completo y le asegura que cuidará de mí esta tarde y me traerá pronto de vuelta a casa. Me lo imagino haciendo eso cada vez que tiene una cita. Menudo pelota.

—Bueno, tampoco hace falta que la traigas muy pronto, Cam —dice, utilizando el diminutivo con toda la confianza del mundo—. Pasadlo bien, chicos —nos desea.

Cameron le da las gracias y me hace un gesto con la mano para que vayamos hacia el coche. Yo lo sigo y, mientras él rodea el vehículo de espaldas a mi madre, me giro para mirarla con reproche un momento. Ella está observándonos con media sonrisa y asiente con la cabeza al encontrar mi mirada y vocaliza «es muy guapo» sin emitir ningún sonido. Luego hace amago de tirarse del pelo y gritar. Yo niego con la cabeza y le doy la espalda de nuevo, exasperada.

—Bueno —dice Cameron cuando ya avanzamos por la carretera—, ahora que ya hemos conocido a nuestras madres y esto es una relación formal, dime, ¿es este de verdad tu mejor modelito? —Lo duda con una media sonrisa burlona.

Llevo pantalones vaqueros, unas Converse rojas y una sudadera negra de Adidas que me cubre hasta un cuarto de muslo.

—Te lo juro —digo solemnemente, llevándome la mano derecha al corazón—. Lo mejorcito de mi armario.

—Muy bien, veo que ya empiezas con lo del lado rebelde —contesta, divertido ante mi tono de voz burlón—. A ver qué más podemos hacer contigo —añade al parar en un semáforo en rojo.

Me coge el móvil del regazo sin darme tiempo a protegerlo, y yo me estiro hacia él intentando recuperarlo. Lo sujeta con fuerza y enciende la pantalla para mostrármela, sin mirar él, a continuación.

—Desbloquéalo —me pide.

—¿Para qué? —Desconfío.

—Tengo que conocer a la persona que voy a convertir en una cabrona —explica—. Necesito saber cosas de ti. A lo mejor hay algo que podemos aprovechar... aunque lo dudo —añade en tono de broma.

Le pego en el brazo con la mano abierta, pero solo consigo hacerle soltar una carcajada. Desbloqueo la pantalla asegurándome de que no vea mi contraseña y él sonríe satisfecho antes de tocar la opción de ajustes y buscar algo en conexiones. En solo unos segundos mi teléfono está conectado al reproductor de música del coche.

—Vamos a ver qué música te gusta escuchar —propone, dejándome el móvil de nuevo en el regazo; a continuación pulsa una tecla en la pantalla del coche.

Vuelve a conducir cuando el semáforo cambia a verde, y, en ese momento, empiezan a sonar las notas iniciales de la primera canción de mi lista. Sparks fly. Lo que me faltaba. Si todo esto no era ya una estratagema para burlarse de mí con su corrillo de gente guay, ahora tiene material más que suficiente para descojonarse durante el resto del curso.

—No digas nada —pido cuando veo que tiene intención de hablar.

Él obedece y se queda callado mientras se escucha la estrofa, pero a mitad del estribillo suelta una risita baja, y yo me tapo la cara con las manos.

—¿En serio? —Ríe un poco más—. ¿La primera canción que tienes en tu teléfono es una que no para de decir Sparks? Definitivamente, hice una buena elección contigo, futura reina del baile —se burla.

—Yo no tengo la culpa de que el tío se apellide así —protesto, pero un poco de culpa sí que tengo de que esa canción sea mi favorita.

—Vale, vale —habla en tono conciliador—. ¿Y qué me dices de que la primerísima canción de tu repertorio sea de Taylor Swift? —ataca de nuevo.

—Uy, si solo fuera la primera... —decido ponerlo sobre aviso.

Cameron suelta una carcajada bastante alta, con muchas ganas, echando la cabeza hacia atrás.

—Así que he ido a toparme con una fan de Taylor Swift. —Parece meditar—. Mira, eso no lo sabía yo...

—¿Ah, no? Pues ahora ya lo sabes. Oye, Cameron, ¿sabes qué? —Decido tomarme la situación a broma.

—¿Qué, Ashley? —responde él, en el mismo tono sin apartar los ojos de la carretera.

—Me encanta Taylor Swift.

Vuelve a reír y yo río con él, contagiada por sus carcajadas. Tiene una risa muy musical y el sonido llena todo el cubículo del coche y me inunda los oídos. Es agradable escucharlo así.

Una vez en el centro comercial recorremos la planta baja en busca de una tienda que él ha seleccionado para nuestro cometido. Voy medio sonriendo mientras le sigo el paso, porque es difícil distanciarse del estado de ánimo reinante hasta que hemos aparcado el coche. Hacía muchísimo tiempo que no me reía tanto. No hemos parado de bromear y reír en todo el recorrido, canción tras canción de las almacenadas en mi móvil. Y Cam hasta ha canturreado a ratos algunas de ellas. Y así era prácticamente imposible que yo no acabara con dolor de tripa por las carcajadas.

Cameron me señala la tienda y yo entro primero mirando a mi alrededor. El típico establecimiento que yo jamás habría pisado de no ser por la disparatada propuesta de Cameron Parker. Es una tienda de ropa de chica exclusivamente y está llena de vestidos diminutos y prendas ajustadas. Sigo a mi acompañante cuando él avanza hasta una sección al fondo. Pantalones rotos, camisetas rockeras y algo de cuero, por lo que puedo ver. ¿Para mí? Ni de coña. Estoy ya dando media vuelta para largarme por donde he venido, pero mi torturador de la tarde me sujeta por el codo y me hace regresar a su lado antes de empezar a ponerme prendas en los brazos tras preguntar cuál es mi talla.

—Conoces muy bien esta tienda para ser un tío, ¿no, Cameron? —me burlo.

Me lanza una sonrisa irónica y me pone un vestido pequeñísimo encima de la cabeza. Lo aparto con un bufido y lo uno a la montaña de ropa que ya colma mis brazos.

—Te espero aquí —indica, apoyado en el marco de la puerta que da acceso a los probadores y donde hay un sofá para uso y disfrute de los sufridos acompañantes.

—¿Tengo que salir a hacerte un pase de modelos?

—Por supuesto que sí.

Me meto en uno de los probadores y dejo la ropa en el taburete que hay en una esquina para poder quitarme lo que llevo puesto y probarme lo demás. Decido empezar por unos pantalones agujereados y una camiseta de tirantes oscura. La verdad es que tampoco me sienta tan mal. Cuando me doy la vuelta para verme por detrás en el espejo me doy cuenta de que uno de los agujeros casi deja asomar por completo el cachete derecho de mi culo y niego varias veces para mí misma. Ni muerta salgo así a exhibirme delante de Cameron Parker. Pruebo con unos pantalones de cuero y una camiseta blanca formada por montones de tiras que se espacian en la parte inferior para dejar ver la piel del estómago y el ombligo. Me muero de vergüenza, pero algo tengo que mostrarle a mi estilista, así que salgo del probador y me paseo hasta donde él está. Lo pillo escribiendo en su móvil, pero cuando se percata de mi presencia bloquea la pantalla, se lo guarda en el bolsillo y me mira con atención por unos segundos antes de pronunciarse.

—Hostia, Ash, tienes tipazo. —Parece sorprendido.

—Yo no puedo ir así por la vida —dejo claro antes de nada sin hacer caso a su comentario.

Hace una mueca al escuchar mi protesta.

—Por la vida, no lo sé, pero si lo que quieres es captar la atención de Tyler te aseguro que llevas puesto justo lo que debes —advierte, asintiendo a la vez con la cabeza para dar más credibilidad a sus palabras.

—¿En serio que es esto lo que os gusta a los tíos?

—Eh, no nos metas a todos en el mismo saco. —Se libra, recuperando su móvil, pero aún con la vista fija en mí—. Pero a tu enamorado sí, es esto lo que le va —asegura encogiéndose de hombros—. Debería consolarte saber que te queda de puta madre. —Trata de animarme.

—Ya, gracias —digo, casi refunfuñando.

Cause I see Sparks fly whenever you...

Empieza a canturrear y yo entorno los ojos y me doy la vuelta para volver al probador dejando atrás el eco de su risita.

Seis tiendas, montones de conjuntos y como millones de carcajadas de Cameron después, nos damos por vencidos por hoy y emprendemos el camino de vuelta al parking subterráneo donde hemos dejado el coche de mi personal shopper. Al final, he comprado más cosas de las que pensaba y tengo que reconocer, aunque sea a regañadientes, que algunas hasta me gustan de verdad. Llevo tantas bolsas que Cameron ha tenido que ofrecerse a cargar con algunas. Y, en realidad, al final está llevando él la mayoría. Mi armario acaba de crecer con unos pantalones de cuero, un par de vaqueros rotos (unos de color desgastado y otros negros), y unas cinco o seis camisetas bastante más sexys que las que yo suelo llevar. Además, por insistencia de Cameron, he terminado comprando también una minifalda plisada y dos vestiditos casi ridículos, que, aunque hasta mi asistente personal reconoce que son poco prácticos, asegura que serán ideales para alguna de las fiestas a las que piensa invitarme. Y yo con oír lo de la invitación a las fiestas ya estoy prácticamente temblando, porque eso es ya terreno desconocido. Y no hablemos de los tres pares de zapatos imposibles y las botas en las que me he gastado un dineral indecente. Todo sea por la causa.

—Y aunque detesto tener que perderme esa parte de las compras, creo que lo de la ropa interior sexy será mejor que lo mires con tus amigas. —Va bromeando mi acompañante, un paso por delante de mí.

—Tranquilo, creo que podré apañarme, aunque a lo mejor te mando alguna foto al móvil si tengo dudas —le sigo el juego.

Él gira la cara ligeramente para mirarme y me muestra una sonrisa que pretende ser lasciva mientras me repasa de arriba abajo. Pero a mí me da la risa y le golpeo en la espalda con una de las bolsas para que deje de hacer el idiota.

—Si quieres, ya que estamos aquí, podemos empezar a mirar también un vestido para el baile, majestad —propone, pero los dos sabemos que no lo dice en serio.

Estamos bastante hartos de compras a estas alturas.

Casi estamos llegando a la rampa que baja al parking cuando veo venir de frente a unos chicos del equipo de fútbol. No sé por qué, pero de repente me da mucho apuro que me vean con Cameron y me paro para no avanzar a la par. Me imagino que él no quiere que lo vean por ahí con alguien como yo... con alguien que no es una animadora, quiero decir. Oigo a todos saludar y varios «tío», «macho», «colega», y esas cosas que se dicen los chicos al verse.

—¿Qué haces por aquí, tío? —le dice uno de los más altos que creo recordar que se llama Jeremy, pero al que no conozco casi nada porque va un curso por debajo de nosotros.

—Pues estaba de compras con una amiga —señala, y entonces se vuelve a buscarme y frunce el ceño al verme tan lejos—. ¡Ash! —me llama—. Ya nos íbamos, las compras con las mujeres son agotadoras —bromea.

El coro de musculitos le da la razón y a mí me saludan con curiosidad cuando me sitúo a su altura. En dos segundos ya se han ido y Cameron me mira contrariado.

—¿Qué demonios ha pasado? ¿Querías que pensaran que he comprado todo esto en tiendas de tías para mí? —bromea, levantando un poco las bolsas—. ¿Te da vergüenza que te vean conmigo? —me echa en cara.

—Sí, ya, claro... —suspiro irónicamente—. He pensado que a lo mejor eras tú el que no querías que te vieran conmigo —tengo que reconocer.

—¿Y eso por qué? ¿Tienes tres cabezas? —se burla, y yo me relajo al oír su tono.

—Ese es un comentario muy discriminatorio hacia los seres de tres cabezas —apunto, adelantándome un poco a él y subiendo a la rampa. Una vez en ella me vuelvo para mirarlo mientras nos baja hacia el aparcamiento—. ¿Acaso eres tricefalofóbico, Cameron Parker?

—De eso nada, lo único que pasa es que no me veo capacitado para enfrentarme a tres cerebros de mujer a la vez. —Sonrío al oírlo y a él se le contagia el gesto—. Ah, y por ser tú, puedes llamarme simplemente Cam.

Me indica con la cabeza que me gire para no caerme cuando llegue el final de la rampa, y yo lo hago. En tres minutos ya estamos en el coche con todas las cosas en el maletero.

Mi móvil sigue vinculado a su reproductor de música, así que, en cuanto arranca, vuelve a sonar justo en el punto en el que lo habíamos dejado. Cam conduce en silencio, pero noto cómo me lanza miraditas de vez en cuando mientras yo muevo la cabeza al ritmo de la música y golpeteo rítmicamente uno de mis muslos con la palma de la mano. En el primer semáforo en el que tiene que parar lo veo subirse las mangas del jersey y me giro hacia él disimuladamente para poder mirarlo un poco mejor mientras esté distraído, pero al alzar la vista me encuentro con sus ojos verdes directamente clavados en los míos. Me pongo nerviosa al momento y casi hasta noto una arritmia. Este coche es muy pequeño a pesar de lo grande que es. Él no aparta sus pupilas de las mías, así que tengo que hacerlo yo, y, al buscar otro punto al que mirar, veo que tiene la parte interna del antebrazo derecho llena de cosas escritas a boli.

—¿Sabes que existen unas cosas que se llaman agendas, Cameron? —me burlo, señalando las letras que le llenan la piel.

—Ah, ya. —Sonríe un poco, como avergonzado—. Es que soy un puto desastre y pierdo hasta las agendas. De momento nunca he perdido el brazo. Y, por favor, llámame Cam. Tanto Cameron, Cameron... pareces mi madre —protesta, y yo suelto una risita al escucharlo.

Intento leer algo de lo que pone en su piel, pero él, al ver mis intenciones, vuelve a bajarse la manga.

—Entiendo —suspiro—. Cosas privadas. Recoger la ropa de la tintorería, arreglar la valla trasera, recoger a Ashley a las cinco... —Voy enumerando en tono divertido hasta que lo veo sonreír—. Mira la carretera, Cam, que tienes el semáforo en verde —aconsejo cuando él vuelve la cabeza de nuevo hacia mí.

Sigue conduciendo sin decir nada hasta un par de minutos después cuando me sobresalta el sonido de su voz mientras yo estoy cantando en mi mente Blank Space y moviendo el torso muy levemente y casi sin darme cuenta, siguiendo el ritmo.

—¿No te gusta cantar en el coche?

—¿Que si me gusta cantar en el coche? —pregunto, casi indignada—. ¿Me preguntas si me gusta cantar en el coche? ¿A mí? ¿A la diva del motor?

Ríe sin apartar la vista de la carretera, y yo sonrío mirando su perfil. Sacude la cabeza para apartarse el pelo de los ojos y me dedica una mirada rápida de reojo antes de volver a dirigir la vista al frente.

—¿Y por qué no lo haces?

—Eh, eh, la diva del motor canta en solitario. Y con solitario quiero decir solo en el coche de mi madre cuando no hay nadie más... bueno, a veces con mi madre también.

—Canta —me pide, y yo frunzo el ceño.

—¿No acabas de oír lo que he dicho?

—¿Y tú te acuerdas de la lista de cosas por hacer que tenemos en nuestra misión? Porque es bastante larga y tienes que empezar ya a soltarte la melena y salir de tu zona de confort. —Habla como si realmente supiera lo que está diciendo.

—La melena ya la tengo suelta. Mira —le provoco, y sacudo la cabeza para que mi pelo le roce la cara.

—¡Para! —exclama entre risas de los dos—. Va en serio, tienes que cantar. Es parte de tu preparación para reina del baile —justifica.

—Ya hemos estado de compras. Hoy tocaba look —intento librarme.

—No son compartimentos estancos. Cualquier momento es bueno para empezar. Prometo no juzgar.

Lo miro de reojo un poco desconfiada, pero es que entonces empieza a sonar Shake it off y casi no me da vergüenza llegados a este punto, así que empiezo a cantar bajito. Cameron sube la música a un volumen que me permite cantar más cómoda sin escucharme tanto a mí misma y, después, se pone a cantar conmigo. Llega un momento en que baja las ventanillas y ya, en vez de cortarnos, nos lanzamos a cantar con más sentimiento y a pleno pulmón. Y él intenta cantar en falsete y yo bailo todo lo que me permite el cinturón de seguridad, entre risas.

Cuando vamos por el principio de la tercera canción de nuestro repertorio, el teléfono móvil de Cameron empieza a sonar, cortando la música, por el sistema inalámbrico del coche. Miro la pantalla y marca una llamada entrante con el nombre de Rob. Él me pide disculpas antes de pulsar la tecla para responder.

—Eh, Robbie —saluda.

—¡Hola, pequeño! —Oigo la voz de un chico al otro lado de la línea, llegando a nosotros por los altavoces del coche—. ¿Qué tal estás?

—Bien —responde Cam—. Estoy en el coche, llevando a Ashley a casa —explica, y yo me sorprendo de que hable de mí con tanta naturalidad, como si su interlocutor tuviera que conocerme.

—¡Ah! La estrella del plan maestro. —Oigo reír al otro—. Hola, Ashley —saluda, y yo respondo un poco cortada—. Te estás tomando muchas molestias por recuperar las atenciones de Tyler, chaval, ¿no serás gay? —Finge escandalizarse en un tono burlón exactamente igual al que he oído utilizar a Cam varias veces ya. No hay duda de que estoy escuchando a su hermano—. No tienes que tener miedo de ser tú mismo, para algo abrí yo el camino con papá —añade, y me parece notar algo de ironía en ese comentario.

—No soy gay, capullo —responde mi acompañante. Lo veo sonreír de medio lado al hacerlo—. Con un desviado en la familia ya tenemos bastante —bromea, y su interlocutor suelta una carcajada muy parecida a las de Cam—. Rob, ¿has hablado con papá? —añade después, quedándose serio.

—Claro que no. ¿Y tú?

—Hace un par de días —suspira Cameron.

Veo que su estado de ánimo ha cambiado rápidamente en un momento y lo observo con disimulo. Mantiene la vista muy atenta a la carretera y casi parece que se haya olvidado de que estoy justo en el asiento de al lado.

—¿Lo verás este fin de semana? —Oigo preguntar a su hermano.

—No —responde Cam en tono seco. Pero, tras un par de segundos, decide añadir algo más—: Tenía que estar en San Francisco para cerrar un trato.

—Ah, ya. Oye, yo solo llamaba para asegurarme de qué fin de semana tenéis el partido contra los del St. Francis. Mamá dice que el mes que viene, pero tal y como tiene la cabeza últimamente no puedo fiarme del todo. —Habla en tono divertido—. Y Zack quiere organizarse la agenda para poder venirse conmigo a verlo.

—Es el último sábado de abril. ¿Vais a venir? —Parece sorprendido y quizá ligeramente enternecido por la noticia.

—Claro. Es el partido más importante de la temporada, no jodas. Si hay algún ojeador de Oregón, ya te digo yo que será entonces.

—Gracias por no meter presión —ironiza.

—Será un partidazo —lo tranquiliza su hermano—. Oye, te dejo conducir. Ve con cuidado, ¿eh? Llámame mañana, o el domingo, ¿vale?

Cameron asegura que lo hará y su hermano se despide también de mí antes de colgar el teléfono. Mi chófer personal pulsa un botón en la pantalla para desconectar la llamada y la música vuelve a sonar por los altavoces. Me tomo la libertad de bajar un poco el volumen.

—¿Tu hermano? —pregunto lo obvio.

Cam me mira de reojo un momento, como si le sorprendiera que yo aún siga sentada en el asiento de al lado. Asiente con un movimiento de cabeza, pero no dice nada. El cambio de las carcajadas y las canciones de antes a su ánimo actual ha sido muy brusco y me hace sentir incómoda.

—Ahora que lo dices sí que sabía que tenías un hermano —recuerdo para distraer su atención—. Leyenda del fútbol americano en el instituto Truman —recito como si estuviera comunicando un título nobiliario.

—Sí. Ya somos unos cuantos Parker haciendo historia en el Truman —alardea, pero sin llegar a sonreír.

Recuerdo haber oído hablar de su padre por los pasillos del instituto. Una gran promesa del deporte, lo fichó un buen equipo de una buena universidad, que ahora no recuerdo, pero se lesionó con veintipocos años y ya no pudo volver a jugar. Una lástima.

—Integrado en el ADN.

—El ADN dice quarterback —murmura con un deje amargo en la voz—. ¿Tú tienes hermanos? —me pregunta cambiando radicalmente el tema y el tono.

—Un hermano pequeño —le cuento—. Pero no tiene genes de quarterback. Y tampoco de jugador de baloncesto, que es lo que a él le gustaría. Por mucho que pegue el estirón no dará la talla. —Río un poco.

—No hay que ser alto para ser base —propone Cam una solución.

—Ya. Solo que él no quiere ser base. —Recuerdo el drama de mi hermano por la estatura familiar—. Ahora dice que cuando vaya al instituto se meterá en el equipo de béisbol. Hizo que mi padre le comprara toda la equipación de los Giants por Navidad —cuento con el fin de distraerlo, a ver si vuelve a sonreír un poco—. Pero el pobre no tiene ni idea de béisbol, no sabe ni lo que es un home run.

—¿Y tú? —me provoca Cam entonces mirándome por un segundo con los ojos chispeantes. Así que no sonríe con la boca, pero sí con los ojos. Punto para Ashley—. ¿Ya sabes lo que es un home run?

—Claro que lo sé —me defiendo.

Cameron Parker trata de aguantarse una sonrisa y veo en sus facciones, aun atento como está a la carretera, que está dudando de si decir algo o no. Pero al final le hace demasiada gracia como para poder callárselo.

—¿Aún estamos hablando de béisbol, Ashley Bennet? —me pica con una media sonrisa traviesa.

Suelto un bufido y él una carcajada bajita. Y me alegro de que haya bastante tráfico llegando a nuestro barrio y él tenga que mantenerse atento, porque así no puede mirarme otra vez y darse cuenta de que me he puesto roja en un solo segundo.

—¿Cuántos años tiene tu hermano? —indaga, y eso consigue relajarme un poco.

Hace mucho calor en este coche.

—Cumple doce en mayo —le cuento cuando él ya está enfilando mi calle.

—Pues dile a tu padre que ya puede ir entrenando pases con él si quiere entrar en el equipo. Con que sepa atrapar la pelota en el guante y batear una de cada tres debería ser suficiente. Tampoco es que el equipo de béisbol del Truman sea tan bueno. —Se mete con ellos.

—Ya. Comparado con el de fútbol cualquier equipo es mediocre, ¿no? —adivino, y se limita a hacer una mueca de superioridad—. Lo tiene un poco difícil porque mi padre está viviendo en Japón hasta el año que viene, por lo menos.

—Ah —se limita a decir.

No le da tiempo a más porque ya hemos llegado a la puerta de mi casa. Tengo que frenarlo cuando hace amago de bajarse del coche para ayudarme a recuperar mis bolsas. Aseguro que podré con todo antes de bajar y empezar a sacar cosas del maletero. Cuando cierro el portón y cargo con las bolsas, como puedo, hasta la entrada del jardín, le veo asomar una sonrisa burlona por la ventanilla bajada del conductor.

—¿Seguro que puedes con todo?

Respondo con un gruñido.

—Mañana te recojo a las diez —recuerda—. Buenas noches, Ashley Bennet. Ha sido una tarde interesante —añade al final con media sonrisa.

—Interesante, sí —confirmo burlonamente—. Buenas noches, Cameron Parker.

—Voy a echar de menos a Taylor Swift a bordo. Tendrás que pasarme la discografía.

—Seguro que ya la tienes... Te sabías todas las canciones —acuso, divertida.

Me lanza una sonrisa de las irresistibles antes de arrancar de nuevo y poner rumbo a su casa, sin decir una palabra más.

Yo entro en mi hogar con todas mis bolsas y con una sonrisa. Mi madre sale de la cocina al instante y deja lo que quiera que estuviera haciendo para perseguirme por toda la casa preguntando cómo me ha ido, si ese chico ya es mi novio y cuándo voy a volver a verlo. Y ni siquiera me deja contestar antes de seguir parloteando sobre lo apuesto que es, lo educado que parece y los ojos tan bonitos que tiene. Ah, y que vaya sonrisa tan perfecta. Pero que se podría «cortar un poco el flequillo porque al final se le van a meter los pelos en los ojos».

Es desesperante. Pero el interrogatorio telefónico de Emily unos minutos después es todavía peor. Sobrevivo como puedo y, mientras aún estoy colgada al móvil con mi mejor amiga, me asomo a la ventana y descubro que Tyler está nadando en su piscina. Y, madre mía, hace mucho frío fuera como para bañarse, pero no seré yo quien se lo advierta. Me doy prisa por colgarle a Emily para poder centrarme más en el espectáculo. Lo veo salir del agua impulsándose con los brazos en el borde. Qué cuerpazo. Vaya músculos. Y cómo me gusta verle ese tatuaje que cubre su bíceps sin que lo esconda una camiseta. El bañador se le pega a las piernas. Tengo ganas de abanicarme, pero no tengo nada a mano que me sirva, así que apoyo la frente en el cristal de la ventana y, por lo menos, está fresco. ¿Qué estará haciendo en casa un viernes por la noche? No es típico de él. Justo cuando estoy soltando un suspiro que empaña ligeramente mi visión, Tyler se gira hacia mí. Hacia mí. O sea, coño, me está mirando a mí. Directamente a mi ventana. Mierda. Mierda. Mierda. Me aparto en un movimiento brusco y apoyo la espalda en la pared, medio escondiéndome tras el borde de las cortinas. Tengo el corazón tan acelerado que se me va a salir del pecho en cualquier momento. ¿Y si me ha visto? Es que me ha visto. Claro que me ha visto. Una pillada monumental. De pleno. In fraganti y comiéndomelo con los ojitos. Bien por ti, Ashley, eres una auténtica pardilla.

Mi móvil suena con un bip en mi mano y me asusto tanto que estoy a punto de dejarlo caer al suelo. Cuando me recupero un poco, abro la notificación. Es un mensaje de Cam. Una imagen. Una foto mía de espaldas volviendo al probador de una de las tiendas con un vestido cortísimo y ajustadísimo que además tenía la espalda al aire. Ni que decir tiene que ese no está entre los que me he traído a casa. Qué capullo.

Me asomo con mucho cuidado a la ventana para asegurarme de que Tyler no sigue pendiente de si lo miro o no. Ya no está. Debe de haber entrado en casa antes de quedarse frío. Es una pena que no pueda ver la ventana de su habitación desde la mía. Sí. Una pena.

Ahora que el momento de la pillada ha pasado, tengo que encargarme del graciosillo de Cam. Y tengo que dejarle claro que tengo tanto contra él como él pueda tener contra mí. Así que selecciono un archivo de audio de la memoria de mi teléfono y se lo envío. Veintiséis segundos de audio grabados en su coche hace poco más de media hora. Ahí tienes, Cameron Parker, la actuación de tu vida a dúo con Taylor Swift entonando el estribillo de We are never ever getting back together. Su respuesta tarda treinta segundos en llegar.

Soy mejor mentor de lo que creía.
Mi trabajo contigo ha terminado:
ya eres una cabrona.

Sonrío al leerlo. Le respondo diciendo que no podría haberlo logrado sin él. Su siguiente mensaje dice que, si creo que aún tiene algo que enseñarme, por él sigue en pie lo de mañana a las diez. Y yo le pido que sea a las diez y media porque quiero dormir un poco. En respuesta me manda una imagen del perezoso más feo que he visto en mi vida, pero luego envía un ok.

Mi madre entra en la habitación sin llamar y me encuentra de espaldas a la ventana y, por lo tanto, de frente a ella y mirando la pantalla del móvil con una sonrisa boba en la cara.

—¿Y esa sonrisita? —cotillea una vez más—. ¿Con quién hablas? ¿No será con el de los pelos en la cara?

—¿Qué pasa? —Aparece Eric de pronto también en mi habitación—. Uuuuhhhhh, Ashley tiene novio —canturrea.

Mi madre se le une al instante. Y mientras los dos corean esas tres palabras una y otra vez, bailando en el marco de la puerta, mi móvil emite un bip una vez más. Lo consulto sin hacerles caso. Es Cam.

Tyler acaba de escribirme para
preguntar si estoy saliendo contigo.