Kylee estaba de pie temblando en la pequeña habitación contigua al patio de entrenamiento. Apenas pudo quitarse el guante de cetrera y colgarlo en uno de los ganchos de la pared. Simplemente dejó caer su morral de caza y su cinturón al suelo y apoyó la cara contra las manos. Quería gritar. Quería volver a casa. Quería estar en cualquier lugar salvo allí, donde estaba obligada a satisfacer las expectativas que todos tenían puestas en ella.
Acababa de hacer algo que ningún cetrero en muchas generaciones había hecho y en vez de sentirse liberada por su éxito, se sintió más atrapada que nunca. En cuanto mostrara dominio sobre el águila fantasma, la enviarían a la guerra y todos esperarían que ella los salvara. Se preguntó qué esperaría su nueva «compañera».
Pensó en su hermano mellizo, Brysen. Había tenido un azor hembra llamada Shara, a la que había rescatado de la ira de su padre por perder en las arenas de riña, y había querido a esa ave y se había ocupado de todas sus necesidades, y ella había cazado y peleado por él. Pero aun así la rapaz lo había dejado y le había roto el corazón. ¿Habían sido compañeros ellos? ¿Le rompería el corazón el águila fantasma cuando se fuera o solo su mente? Jamás podría querer al águila fantasma, pero de todos modos estaba ligada a ella.
Los cetreros tradicionales adiestraban a sus aves durante varias temporadas con comida, señuelos, caperuzas y correas, enseñándoles a reconocer a su adiestrador a la vista, a regresar a su puño y a comer de sus manos. Los cetreros les ponían nombre a las rapaces siguiendo la necesidad humana de domar lo salvaje con palabras, como si al nombrar un río se pudiera controlar su corriente o al nombrar un halcón se pudieran regular sus apetitos. Los hablantes de la lengua hueca no daban nombre a sus aves rapaces. Sabían que ningún nombre que dieran a las aves sería verdadero, y la lengua hueca requería la verdad. Kylee, de todos modos, no podía imaginarse llamando al águila fantasma de ninguna forma, tampoco se imaginaba acariciando las plumas de su cola ni dándole de comer pequeños cortes de carne de su mano mientras le susurraba secretos, como Brysen hacía con Shara. Pese a eso, necesitaba que el águila fantasma le sirviera. Tenía que mantenerla interesada en su relación, sin importar cuánto la aterrorizaran el brillo de sus ojos negros y los ecos que oía en su cabeza.
No tenía duda alguna de que lo que Üku decía era verdad: si ella no lograba comandar al águila fantasma, su hermano moriría, o bien a manos de un kartami o de un sicario del Concilio. Para protegerlo, tenía que evitar que el águila fantasma se alejara de ella como el halcón de Brysen había hecho.
Una sombra llenó la habitación y Kylee giró con rapidez al mismo tiempo que buscaba el cuchillo atado a su antebrazo.
—¡Epa! —Nyall levantó las manos y se quedó donde estaba, a la luz de la arcada, bloqueando el sol—. He oído que has dado todo un espectáculo a los kyrgios. El rumor ya vuela por el vecindario.
Kylee se relajó y se dejó caer contra la pared, contenta de que fuese él quien había ido. La silueta alta y de espaldas anchas de Nyall llenaba el espacio como una puerta; algo que había tomado como parte de su trabajo: tanto proteger la privacidad de Kylee cuando ella lo necesitaba como hacerle compañía cuando ella quisiera. Era la única persona que había ido con ella al abandonar Seis Aldeas, la única persona en el Castillo del Cielo que realmente la conocía.
—He hecho lo que querían —comentó Kylee.
—Por la expresión que tenía Üku cuando he pasado a su lado bajo la arcada, creo que has hecho más de lo que querían —respondió él, entrando en la sala para hacer su trabajo de asistente propiamente dicho, que consistía en revisar y mantener en buen estado su equipamiento.
Era extraño tener a un amigo de asistente. No quería darle órdenes y no le gustaba que la atendieran. Incluso en el entrenamiento militar que ambos hacían, a él le asignaban tareas como su segundo y lo instruían para que siguiera sus órdenes, aunque él tenía mucha más experiencia luchando que ella. Nyall había sido un chico riñero allí en Aldeas y conocía las heridas que una garra o un filo podían infligir. Las había recibido y provocado unas cuantas veces.
Aunque a Kylee le resultaba incómodo tener un asistente, él no parecía tener problemas con la situación. Le entusiasmaba verla con tanta frecuencia como podía y decidir quién tenía acceso a ella y quién no. Debido a su don para la lengua hueca, Kylee recibía muchas visitas en el castillo. Estas hacían todo lo posible por ganarse el favor de Nyall para poder llegar a ella. Él también disfrutaba de esa parte de su trabajo: aceptaba sus regalos y repartía pequeñas esperanzas de que Kylee tal vez iría a comer a sus hogares o asistiría a sus fiestas.
El largo abrigo verde que Nyall llevaba puesto ahora se lo había regalado una noble que quería que Kylee comandara un halcón cazador de zorro extremadamente caro para que cazara en vez de que se quedara posado, sometido al puño, batiendo sus alas pero sin remontar vuelo jamás al ver una presa. ¿De qué servía tener un halcón impresionante si este no cazaba?
La kyrgia era consejera subalterna para el mantenimiento del alcantarillado y la iluminación regional, lo que era un rol poco glamuroso pero muy lucrativo, y el abrigo que le había dado a Nyall estaba hecho de una elegante seda verde, forrado con piel de zorro y tachonado con botones de cristal de una gran variedad de colores. Las costuras alrededor de todos los bolsillos, el cuello y los puños eran de hilo de oro. El esposo de la kyrgia le había dado a Nyall las esmeraldas que llevaba ahora en las orejas, y a Kylee le preocupaba tener que visitar a la pareja como compensación por el atuendo de Nyall.
Había atado sus largos bucles como un nido en su coronilla y la piel oscura de su largo cuello, observó Kylee, estaba espolvoreada con elegante polvo dorado de caza. Hasta había sumado un pequeño tatuaje a su cuello: seis plumas negras para representar a Seis Aldeas, un recordatorio de su hogar o, más probablemente, una forma de mostrar que estaba orgulloso del lugar del que provenía, aunque ahora se moviera en los círculos más altos del poder.
Kylee le sonrió mientras él frotaba aceite en el cuero de su guante para mantenerlo flexible y él le devolvió una sonrisa brillante. El tatuaje en su cuello era el tipo de broma provocadora que Brysen disfrutaría.
—¿Alguna novedad? —preguntó ella. Cuando no estaba trabajando, Nyall pasaba mucho tiempo en los bares que los otros asistentes frecuentaban y, a menudo, se enteraba de los últimos cotilleos. Escucharlo contárselos le recordaba a casa. Casi podía imaginar que ella, Brysen y su amiga Vyvian estaban sentados en Pihuela Rota escuchando las novedades de la caza y venta de aves, de los polluelos que aprendían a volar y las peleas de los chicos riñeros.
Nyall sonrió y sus ojos musgosos brillaron. Sus hoyuelos abollaron sus mejillas como piedras arrojadas a un profundo lago de montaña y Kylee entendió por qué todo aquel que tuviera sangre romántica en las venas estaría más que feliz de hacerle regalos, incluso aunque eso no los acercara a tener un encuentro con ella. Tenía el aspecto de un héroe clásico, uno de los grandes cetreros sobre los que cantaban en las historias: tenía espaldas anchas, piel oscura y era más alto que ella y su hermano por dos cabezas. Tenía el tipo de brazos con los que la gente soñaba que la abrazaran, el tipo de hombros sobre los que el cielo mismo querría llorar. Nadie entendía por qué Kylee rechazaba sus avances y ella jamás le preguntaba si había otros favores que él diera a cambio de los regalos que recibía. Esa era la clase de cosas sobre las que Brysen disfrutaba hablar, no ella.
Ola, Ky, espero que ande todo bien ay con los poderosos kyrgios del Castiyo del Cielo. Ya estás acargo de todo? Si todavía no lo as echo, entonces calculo que vas a remplazar a la kyrgia Bardu como procuradora antes de la siguiente luna y les dirás a todos qué hacer. Me llego tu carta. Suena asombroso. Agua caliente por tuberías desde las termas? apuesto que allí uelen mejor que aqui. Pero no te preocupes. Me estoy cuidando, asta lavo las sabanas aveces. Lamento habertelo dejado a ti todas estas temporadas. No es muy divertido.
Ma y yo nos estamos llebando bastante bien. Sigue resando casi todo el tiempo y le da demasiado bronce a los Sacerdotes Rastreros, pero cada ves hay mas refugiados altaris que vienen desde las praderas todos los días y a empesado a lavarles la ropa gratis. Intenté poner la mía entre la de ellos el otro día y me bufó, dice que no piensa limpiar mierda impura de pájaro de mis camisas. Le pregunté si esistía la mierda pura y si la limpiaría. Así fue como termené haciendo mi propia colada.
Jowyn sigue aquí. Ha ocupado tu cuarto. No te preocupes! No estoy haciendo nada que no aprovarías. Al menos no con él. ES UNA BROMA! No hay tiempo para eso. Ayudamos con las barricadas a lo largo del río en los días de lluvia y cuando hace buen tiempo, Jo viene a atrapar halcones con migo. Estamos atrapando más que nunca, los vendemos más rápido tambien, pero aunasi… ninguna noticia de Shara, aunque creo que la vi hase un par de días. Está cerca, lo presiento.
Bueno, no te preocupes por nosotros aquí. Mantente asalvo y muéstrales lo que puede hacer un seisaldiano. Cuando salves a todo Uztar, quiero ver a ese kyrgio Bergund de rodillas a tus pies, comiendo de tu mano como un cernícalo amansado.
El guapo de tu hermano, recuerdas?
Brysen
Pensar en Brysen pavoneándose por Seis Aldeas la hizo sonreír, pero Nyall tenía otras noticias para darle, y la carta de Brysen tenía pistas sobre ellas.
Los refugiados altaris que estaban llegando a Seis Aldeas.
Las barricadas a lo largo del río.
Que las aves se estuvieran vendiendo más rápido que nunca y por precios más altos.
—Los kartamis se mueven rápido —dijo Nyall—. Delante de ellos, van enormes bandadas de pájaros que huyen hacia las montañas, muchos más de los que nadie podría atrapar. La gente teme cada vez más a la escasez a medida que los guerreros-cometa se acercan, porque los kartamis están matando a todas las aves rapaces que encuentran, y también a todo cetrero. A cualquiera que comercie con los cetreros. Eliminaron dos caravanas de larga distancia más, llenas de granos provenientes de Zilynstar. Después, arrasaron Zilynstar. Masacraron a todos los uztaris y a todas las aves y dejaron que unos pocos cientos de altaris huyeran directos a Seis Aldeas.
—Brysen no menciona nada de eso. —Sostuvo en alto la carta.
—No quiere que te preocupes por él. Te diría que un relámpago es un arcoíris con tal de evitar que te preocupes.
—¿Crees que irá a luchar?
Nyall se rio con ganas, lo que también hizo reír a Kylee. Era obvio que Brysen iba a luchar. Brysen jamás dejaría que algo como el entrenamiento, las habilidades o la práctica se interpusieran en el camino de un gran gesto heroico. Si los guerreros-cometa kartamis sitiaban Seis Aldeas, él estaría en las barricadas antes de que volaran las primeras plumas.
—Tengo que detener a los guerreros-cometa antes de que eso suceda —sostuvo Kylee, cuya risa se había apagado por completo.
—No eres la única que luchará contra ellos, ¿sabes?
Nyall levantó una ceja al mirarla. No había nadie como él para recordarle que la salvación de todo lo que había bajo el cielo no era responsabilidad solo de ella. Deseaba creerle.
—Soy la única a la que el águila fantasma escucha —respondió.
—¿Crees estar lista?
—De ninguna manera. —Se mordió el labio—. Por mucho que odie reconocerlo, creo que tengo que esmerarme más en los entrenamientos con Üku y Grazim.
—No confío en ninguna de ellas.
—Yo tampoco —aclaró Kylee—. Pero si tengo que mantener al águila fantasma cerca y lograr que haga lo que necesito, entonces voy a tener que saber qué le estoy diciendo más de lo que lo sé ahora. Tengo miedo de que si digo algo equivocado, mate a la mismísima gente que estoy tratando de proteger.
—No matar a los que intentas proteger es muy considerado por tu parte —coincidió Nyall—. Espero ser uno de ellos.
—¿Qué puedo decir? —Le sonrió a su amigo—. No matar a mis amigos es lo mínimo que puedo hacer. Si no soy considerada, entonces no soy nada.
—Jamás podrías ser nada para mí. Ya sabes, creo que lo eres tod…
—Perdón por la intrusión —interrumpió la voz de un hombre. Ambos se sobresaltaron y giraron hacia la entrada abovedada. Nyall ya empuñaba su cuchillo, pero la figura en la puerta puso las manos en alto para mostrar que estaban vacías, igual que Nyall había hecho cuando Kylee le había apuntado con su hoja. Todos los habitantes del Castillo del Cielo estaban nerviosos desde la aparición del cuerpo decapitado de Yirol, la sicaria—. Debo decir que he quedado muy impresionado con tu actuación de hoy —añadió el hombre—. Los mejores intelectos de la ciudad cantan sobre tus gestas por todos lados y adornan más la canción con cada canto. Para el atardecer, los rumores te tendrán montando el águila fantasma por encima de los tejados de la ciudad mientras entonas la Épica de las cuarenta aves en su idioma original.
Kylee miró al hombre de arriba abajo. Era el joven kyrgio con la sonrisa de cuchilla.
—Ryven —se presentó.
—Kyrgio Ryven —añadió Nyall con énfasis. Tenía la reconfortante costumbre de asegurarse de que Kylee siempre supiera con quién estaba hablando, de modo que no tuviera que molestarse en recordar los nombres de todos. Sin su ayuda, hubiese estado perdida en los círculos sociales de la ciudad. En Seis Aldeas, conocía a todos desde siempre.
—Culpable de ejercer la política —confesó el kyrgio Ryven. Se frotó de forma deliberada la incipiente barba de sus mejillas mientras ella volvía a mirarlo. Parecía muy consciente de la impresión que causaba: encantador, desenfadado y un poco peligroso. Tenía los dientes ligeramente torcidos, lo que significaba que no había nacido en la riqueza, pero eran de un blanco brillante, lo que quería decir que era rico ahora.
Entró en la habitación mientras Nyall envainaba su cuchilla.
—He visto hablantes de la lengua hueca comandar a un peregrino para que les lleve una liebre después de la matanza, pero ¿ver al águila fantasma soltar un alce adulto a los pies del cazador? Maravilloso.
—¿No ha sentido miedo? —le preguntó Kylee.
—Me he sentido seguro en tu presencia. —Ryven le ofreció otra vez su sonrisa.
No quiso decirle que desperdiciaba sus encantos en ella. Él era más bien del tipo de Brysen. La falta de interés de Kylee en una sonrisa atractiva no había sido algo de lo que preocuparse o que valorar allí en Seis Aldeas, pero aquí, en el centro del poder y la riqueza uztari, todo podía ser un arma, y el kyrgio no necesitaba saber que ella era inmune a sus seducciones y a las de los demás.
Lo dejaré intentarlo, pensó. Al hacerlo, revelará más de sí mismo que yo de mí.
Nyall dio un paso adelante e hizo el saludo alado, con sus palmas presionadas contra su corazón, los pulgares enganchados y los dedos extendidos como alas a cada lado.
—¿A qué le debemos el honor de esta visita?
—Daré una fiesta esta noche —respondió Ryven—. Y quería invitar a Kylee.
—Entrena con la infantería temprano por las mañanas —contestó Nyall por ella, una verdad que no era razón suficiente para no ir a una fiesta.
—El entrenamiento de mañana se aplazará hasta que el sol alcance el mediodía —respondió Ryven, sin mirar a Nyall—. Ya me he encargado de eso. Simplemente me rompería el corazón que no vinieras. A menos, obviamente, que no quieras ir.
Ella negó con la cabeza, sabiendo bien que era mejor no ofender a un kyrgio que podía susurrar al oído del consejero de defensa o incluso de la propia procuradora.
—Te veré allí, entonces. —El kyrgio Ryven saludó, luego los dejó boquiabiertos y sin posibilidad alguna de poder negarse.
—¿Ha hecho posponer el entrenamiento de un batallón completo para que puedas ir a su fiesta? —se preguntó Nyall.
Kylee asintió.
—Cuidado, Ky. Tener la atención de un kyrgio como ese es como escalar durante una tormenta eléctrica.
—¿Emocionante? —sugirió ella, que echaba de menos la libertad de sus escaladas matutinas.
—Es tentar al cielo —respondió Nyall.
—Nos encontraremos después de la fiesta —le dijo Kylee—. Quizás mientras estoy allí, puedas ir por un trago o dos a uno de esos bares. Averigua algo más sobre este kyrgio. Pon a trabajar esos hoyuelos tuyos.
—¡Ey! —protestó Nyall—. Soy más que una cara bonita.
Kylee se rio. Si hubiese sabido que sería la última vez que vería su cara sonriente, hubiese dicho algo más que:
—Pero no bebas demasiado vino de espino desértico. No quiero despertarme contigo cantando.