«Soy tan estúpido.»
«No lo entiendo.»
«Soy demasiado tonto para aprender.»
Estos fueron mis mantras mientras crecía. No pasó un día en el que no me dijera a mí mismo que era lento, tonto y que nunca aprendería a leer, y que mucho menos llegaría a nada más adelante en la vida. Si existiera una píldora que pudiera sobrecargar mi cerebro y hacerme más inteligente de golpe (como sucedió en la película Sin límites de 2011, protagonizada por Bradley Cooper), habría dado cualquier cosa por tomarla.
Yo no era el único que sentía lo mismo que yo por mí mismo. Si cuando era niño les hubieras preguntado a mis profesores, muchos habrían dicho que era la última persona que esperaban que escribiera este libro para ti. En aquel entonces les habría sorprendido saber que estaba leyendo un libro, y mucho más escribiendo uno.
Todo esto se debe a un incidente en el jardín de infancia que alteró por completo el curso de mi vida. Un día estaba en clase y había sirenas al otro lado de la ventana. Todos en la clase se dieron cuenta, y la maestra miró hacia afuera y dijo que veía camiones de bomberos. La clase respondió a esa información como se puede esperar de los niños de una guardería: inmediatamente corrimos hacia las ventanas. Yo estaba particularmente emocionado porque, en ese momento, ya estaba obsesionado con los superhéroes (todavía lo estoy). Para mí los bomberos eran lo más parecido a los superhéroes de la vida real que conocía. Corrí a la ventana con todos los demás.
El único problema era que no era lo suficientemente alto para poder mirar hacia abajo y ver los camiones de bomberos. Un niño cogió una silla para subirse, y eso nos inspiró al resto de nosotros a hacer lo mismo. Corrí de regreso a mi pupitre para coger la mía, empujándola contra el enorme radiador de hierro que recorría la parte inferior de las ventanas. Me subí a la silla, vi a los bomberos y me entusiasmé por completo. ¡Era tan emocionante! Abrí los ojos como platos y me quedé sin aliento mientras observaba a aquellos valientes héroes en acción con sus uniformes aparentemente impenetrables y su vehículo rojo brillante.
Pero entonces uno de los otros niños agarró la silla en la que me había subido, lo que me hizo perder el equilibrio y volar de cabeza hacia el radiador. Me golpeé contra el metal con mucha fuerza y comencé a perder sangre. La escuela me llevó rápidamente al hospital, donde los médicos atendieron mis heridas. Pero después fueron muy sinceros con mi madre: la lesión en mi cerebro no había sido leve.
Mi madre me dijo que nunca volví a ser el mismo después de eso. De ser un niño lleno de energía, seguro de sí mismo y curioso, pasé a estar notablemente encerrado en mí mismo y tenía una nueva dificultad para aprender. Me resultaba extremadamente difícil concentrarme, no podía enfocarme y mi memoria era terrible. Como puedes imaginar, la escuela se convirtió en un suplicio para mí. Los profesores me repetían las cosas hasta que yo aprendí a fingir que las entendía. Y, mientras los demás niños aprendían a leer, yo no podía encontrarles ningún sentido a las letras. ¿Recuerdas haberte puesto en esos círculos de lectura, pasando el libro de uno a otro y tener que leer en voz alta? Para mí eso era lo peor: esperar nerviosamente mientras el libro se acercaba más y más, solo para mirar la página y no entender una sola palabra (creo que de ahí vino mi miedo paralizante de hablar en público inicialmente). Tardaría otros tres años más en poder leer, y continuó siendo una dificultad y una cuesta muy empinada durante mucho tiempo después de eso.
No estoy seguro de que hubiera podido aprender a leer si no hubiera sido por los héroes que conocí y vi en los cómics. Los libros normales no podían captar mi atención en absoluto, pero mi fascinación por los cómics me llevó a seguir esforzándome hasta que pude leer sus historias sin esperar a que alguien me las leyera. Las leía con la linterna bajo las sábanas a altas horas de la noche. Esas historias me dieron la esperanza de que una persona podía superar obstáculos imposibles.
Mientras crecí, mis superhéroes favoritos eran los X-Men, no porque fueran los más fuertes, sino porque eran incomprendidos y extrañamente diferentes. Sentía que podía relacionarme con ellos. Eran mutantes, no encajaban en la sociedad y la gente que no los entendía los rechazaba. Ese era yo, solo que sin superpoderes. Los X-Men eran marginados, y yo también. Yo pertenecía a su mundo. Crecí en el condado de Westchester, un suburbio de la ciudad de Nueva York, y una noche me emocioné mucho al descubrir que, según los libros de historietas, la escuela del profesor Xavier para jóvenes superdotados se encontraba cerca de mí. Cuando tenía nueve años me subía a mi bicicleta casi todos los fines de semana para pasear por mi vecindario en busca de la escuela. Estaba obsesionado. Pensé que si tan solo pudiera ubicarla encontraría en esa escuela un lugar donde finalmente encajaría, un lugar donde fuera seguro ser diferente, un lugar donde podría descubrir y desarrollar mis propios superpoderes.
En el mundo real la vida no era muy amable. Fue por esa época cuando mi abuela, que vivía con nosotros y ayudó a criarme, comenzó a mostrar signos avanzados de demencia. Ver a alguien que amas perder la cabeza y la memoria es difícil de describir. Fue como perderla una y otra vez hasta que falleció. Ella era mi mundo y, combinado con mis desafíos de aprendizaje, la razón por la que me apasiona tanto la salud cerebral y la aptitud física.
De vuelta en la escuela, me intimidaban y se burlaban de mí, y no solo en el patio de recreo, sino también en el aula. Recuerdo que un día en la escuela primaria una maestra, frustrada porque yo no entendía la lección, me señaló y dijo: «Ahí está el niño con el cerebro roto». Me quedé destrozado al darme cuenta de que así era como ella me veía, y que probablemente otros me veían de la misma manera.
A menudo, cuando le pones una etiqueta a alguien o a algo, creas un límite: la etiqueta se convierte en la limitación. Los adultos deben tener mucho cuidado con sus palabras externas, porque enseguida se convierten en palabras internas para un niño. Eso es lo que pasó conmigo en aquel momento. Siempre que me costaba aprender, me iba mal en un examen, no me elegían para un equipo en la clase de gimnasia o me quedaba atrás respecto a mis otros compañeros de clase, me decía a mí mismo que era porque tenía el cerebro roto. ¿Cómo podría esperar hacerlo tan bien como lo hacían los demás? Estaba dañado. Mi mente no funcionaba como la de los demás. Incluso aunque estudiara mucho más que mis compañeros de escuela, mis calificaciones nunca reflejaban el esfuerzo que estaba haciendo.
Era demasiado terco para rendirme y logré pasar de un curso a otro, pero apenas prosperaba. Si bien avancé en matemáticas gracias a la ayuda de algunos amigos con talento académico, me fue muy mal en la mayoría de las demás materias, especialmente en las asignaturas de lectura, idiomas extranjeros y música. Luego, en mi primer año de secundaria, las cosas llegaron al punto en el que corría el riesgo de suspender hasta en inglés. Mi profesora llamó a mis padres para hablar sobre lo que podía hacer para obtener una calificación mínima para aprobar.
Ella me ofreció un proyecto de crédito adicional. Escribiría una comparación de las vidas y los logros de dos genios: Leonardo da Vinci y Albert Einstein. Me dijo que, si hacía un buen trabajo con ese tema, podría darme suficientes puntos como para asegurarse de que aprobara la asignatura.
Consideré que aquella era una gran oportunidad, una ocasión única de apretar el botón de reinicio en lo que había sido un comienzo difícil en mi carrera en la escuela secundaria. Dediqué todos mis esfuerzos a escribir el mejor trabajo posible. Pasé horas y horas y horas en la biblioteca después de la escuela, tratando de aprender todo lo que podía sobre aquellas dos mentes brillantes mientras trabajaba en esa redacción. Curiosamente, durante la investigación encontré múltiples menciones a que Albert Einstein y Leonardo da Vinci lucharon contra supuestas dificultades de aprendizaje.
Después de semanas de esfuerzo, escribí la redacción final. Estaba tan orgulloso de lo que había hecho que hice que un profesional encuadernara las páginas. Aquella redacción fue una declaración para mí: era la manera en que anunciaría al mundo lo que era capaz de hacer.
El día en que debía entregarla la puse en mi mochila, emocionado por llevársela a mi profesora y aún más emocionado por la respuesta que anticipé que recibiría a lo que había hecho. Planeaba dársela al final de la clase, así que me senté a ver lo que estábamos haciendo ese día, tratando de concentrarme pero constantemente encontrando que mis pensamientos volvían a la mirada que esperaba ver en el rostro de mi profesora cuando le presentara la redacción.
Pero entonces me lanzó una bola curva que no estaba preparada para golpear. Aproximadamente a la mitad de la clase, la maestra terminó la lección y les dijo a los estudiantes que tenía una sorpresa para ellos. Dijo que yo había estado trabajando en una redacción de puntuación adicional y que le gustaría que la presentara a la clase en ese momento.
Había pasado la mayor parte de mi vida escolar tratando de encogerme tanto que nadie me viera en clase; cuando eres el roto no sientes que tienes mucho que ofrecer. Era más que tímido y no me gustaba llamar la atención sobre mí mismo. Mi superpoder en aquel entonces era ser invisible. También le tenía un miedo mortal a hablar en público.
No estoy exagerando. Si me hubieran conectado a un monitor cardíaco en ese momento podría haber roto la máquina. Además, apenas podía respirar. Simplemente era imposible que pudiera estar frente a todos y hablarles sobre el trabajo que había hecho. Entonces elegí la única opción que creí disponible.
«Lo siento, no he hecho la redacción —tartamudeé, apenas consiguiendo que las palabras salieran de mi boca.
La expresión de decepción en el rostro de mi profesora, tan diferente de la expresión con la que había fantaseado antes, fue tan profunda que casi se me rompió el corazón. Pero simplemente no podía hacer lo que ella quería que hiciera. Cuando terminó la clase, después de que todos se hubieron ido, tiré mi redacción a la papelera y, junto con ella, una gran parte de mi autoestima y mi valor.
De alguna manera, a pesar de todos los problemas que tuve en la escuela, logré entrar en una universidad local. Pensé que ser un estudiante de primer año en la universidad significaba una última oportunidad para comenzar de nuevo. Soñaba con enorgullecer a mi familia y mostrarle al mundo (y, lo que es más importante, a mí mismo) que tenía potencial para tener éxito. Me encontraba en un ambiente nuevo. Los profesores universitarios enseñaban de manera diferente a los profesores de secundaria, y nadie en esa universidad tenía nociones preconcebidas sobre mí. Trabajé mucho, pero en realidad terminé haciéndolo peor en mis clases universitarias que en la escuela secundaria.
A los pocos meses comencé a enfrentarme a mi realidad. No veía el sentido de perder tiempo y dinero que no tenía. Estaba listo para dejar los estudios de forma definitiva. Le conté mis planes a un amigo y me sugirió que, antes de tomar una decisión, fuera con él a visitar a su familia durante el fin de semana. Pensó que alejarme del campus podría darme un poco de perspectiva. Cuando llegamos, su padre me mostró su propiedad antes de la cena. Por el camino me preguntó cómo me iba en los estudios. Fue la peor pregunta que alguien podía hacerme en ese momento, y estoy seguro de que mi respuesta lo asombró. Me eché a llorar. No reprimí las lágrimas y lloré, directamente lloré. Vi que aquello lo desconcertaba, pero su pregunta inocente había roto el dique que contenía tantas emociones reprimidas.
Le conté toda la historia del «niño con el cerebro roto» mientras él escuchaba pacientemente. Cuando terminé me miró directamente a los ojos.
«Jim, ¿por qué estás en la universidad?», me preguntó. «¿Qué quieres ser? ¿Qué es lo que quieres hacer? ¿Qué quieres tener? ¿Qué es lo que deseas compartir?»
No tenía respuestas inmediatas a ninguna de aquellas preguntas, porque nadie me las había hecho antes, pero sentía que ahora debía responderlas. Empecé a hablar y me detuvo. Arrancó un par de hojas de un cuaderno de notas que llevaba en el bolsillo y me dijo que escribiera mis respuestas. (En este libro te mostraré cómo hacer preguntas para aprender y lograr algo más rápido).
Pasé los siguientes minutos escribiendo una lista de deseos. Cuando terminé, doblé los papeles y empecé a metérmelos en el bolsillo. Pero, mientras lo hacía, el padre de mi amigo me quitó las hojas de la mano. Me asusté, porque no pensaba que lo que había escrito fuera a ser leído por nadie, especialmente por aquel completo desconocido. Pero abrió las páginas y las leyó mientras yo sentía un gran malestar.
Me pareció que tardaba horas en leer lo que había escrito, aunque estoy seguro de que fue solo un minuto o dos. Cuando terminó dijo: «Estás así de cerca», mientras mantenía los dedos índices de las manos derecha e izquierda separados por treinta centímetros de distancia, «de tener todas las cosas de esta lista».
Aquella afirmación me pareció absurda. Le dije que no podría cumplir aquella lista ni aunque tuviera diez vidas. Pero entonces movió los dedos y, sin ampliar la distancia entre ellos, colocó uno a cada lado de mi cabeza. El espacio que estaba describiendo era mi cerebro.
«Esa es la clave», dijo. «Ven conmigo, tengo algo que enseñarte.»
Caminamos de regreso a la casa, donde me llevó a una habitación que nunca había visto antes. Estaba llena de libros, de pared a pared, del suelo al techo. Recuerdo que en aquel momento de mi vida no era un fanático de los libros; era como estar en una habitación llena de serpientes. Pero lo peor fue que comenzó a agarrar serpientes de sus estantes y a entregármelas. Miré los títulos y me di cuenta de que se trataba de biografías de hombres y mujeres increíbles a lo largo de la historia, así como de algunos de los primeros libros de crecimiento personal, como La magia de pensar en grande, El poder del pensamiento positivo y Piense y hágase rico.
«Jim, quiero que leas uno de estos libros a la semana.»
Mi primer pensamiento fue: ¿No ha escuchado nada de lo que le he dicho? No pregunté eso en voz alta, pero respondí: «No sé cómo podría hacerlo. Sabe, la lectura no me resulta fácil y tengo mucho trabajo académico que hacer».
Levantó un dedo y me dijo: «No dejes que la escuela interfiera en tu educación». Más tarde supe que estaba parafraseando una cita que a menudo se atribuye a Mark Twain.
«Mire», le dije, «entiendo que leer estos libros sería realmente útil, pero no quiero hacer promesas que no puedo cumplir».
Hizo una pausa y luego buscó en el bolsillo, sacó mi lista de deseos y comenzó a leerlos en voz alta.
Había algo en escuchar mis sueños en la voz de otra persona que se enredaba en mi mente y mi alma de manera feroz. A decir verdad, muchas de las cosas de la lista eran cosas que quería hacer por mi familia, cosas que mis padres nunca podrían pagar o que nunca harían por sí mismos, incluso si pudieran pagarlas. Escuchar aquello en voz alta me conmovió de una manera que no creía posible. Me conectó profundamente con mi impulso y propósito. (Desataremos tu motivación juntos en la Parte 3.) Cuando terminó le dije que haría exactamente lo que me había sugerido, aunque en secreto no tenía ni idea de cómo iba a lograr aquella hazaña.
Regresé a la universidad después del fin de semana, armado con los libros que me había dado. En mi escritorio había dos montones en ese momento: uno que tenía que leer para la universidad y otro que había prometido leer. La escala de lo que había aceptado me abrumó. ¿Cómo iba a afrontar aquellos montones cuando la lectura era una labor tan ardua para mí? Ya estaba luchando por abordar el primer montón, ¿qué iba a hacer? ¿De dónde sacaría el tiempo? Así que no comía, no dormía, no hacía ejercicio, no veía televisión ni pasaba tiempo con amigos. Al contrario, prácticamente vivía en la biblioteca, hasta que una noche me desmayé de puro cansancio y caí por un tramo de escaleras, sufriendo otra lesión en la cabeza.
Dos días después, me desperté en el hospital. Pensé que había muerto, y tal vez una parte de mí deseaba que eso hubiera pasado. Fue verdaderamente un momento oscuro y duro en mi vida. Me estaba consumiendo, mi peso había bajado a 50 kilos y estaba tan deshidratado que me habían conectado bolsas intravenosas.
A pesar de lo abatido que me sentía, me dije a mí mismo: «Tiene que haber una forma mejor de hacer las cosas». En ese momento, una enfermera entró en mi habitación con una taza de té que llevaba impresa una imagen de Einstein, el mismo tema del informe del libro que me inspiró a profundizar y estudiar en la escuela primaria. La cita junto a la imagen decía: «Ningún problema puede resolverse desde el mismo nivel de conciencia que lo creó».
Fue entonces cuando me di cuenta: tal vez estaba haciendo la pregunta incorrecta. Empecé a preguntarme cuál era mi verdadero problema. Sabía que era un aprendiz lento, pero había estado pensando de la misma manera durante años. Me di cuenta de que trataba de resolver mis problemas de aprendizaje pensando a partir de la manera en que me habían enseñado a pensar: simplemente trabajar más, esforzarme más. Pero ¿y si pudiera enseñarme a mí mismo un método mejor para aprender? ¿Qué pasaría si pudiera aprender de una forma más eficiente, efectiva e incluso agradable? ¿Y si pudiera aprender a aprender más rápido?
En ese mismo instante me comprometí a encontrar ese camino, y con ese compromiso, mi forma de pensar comenzó a cambiar.
Le pedí a la enfermera un catálogo de cursos y lo hojeé, página a página. Después de un par de cientos de páginas no pude encontrar nada más que clases sobre qué aprender: español, historia, matemáticas o ciencias, pero no había clases que enseñaran a los estudiantes a aprender.
Cuando salí del hospital, estaba tan intrigado por la idea de aprender a aprender que dejé los estudios de lado y me concentré solo en los libros que me había dado mi mentor, así como en los libros que encontré sobre la teoría del aprendizaje en adultos, múltiples teorías de la inteligencia, neurociencia, crecimiento personal, psicología educativa, lectura rápida e incluso antiguos ejercicios mnemotécnicos (quería saber qué hacían las culturas más antiguas para transmitir conocimientos antes de que tuvieran dispositivos de almacenamiento externo como la imprenta o los ordenadores). Estaba obsesionado con resolver este acertijo: ¿cómo funciona mi cerebro para que yo pueda trabajar en él?
Tras aproximadamente un par de meses de inmersión profunda en mis nuevos estudios autodirigidos, apareció un atisbo de luz. Mi capacidad de concentración era más fuerte. Empecé a entender nuevos conceptos porque podía concentrarme y ya no me distraía fácilmente. Podía recordar mejor la información que había estudiado semanas antes con poca dificultad. Tenía un nuevo nivel de energía y curiosidad. Por primera vez en mi vida, podía leer y comprender información en una fracción del tiempo que solía tardar antes. Mi nueva competencia me dio una sensación de confianza que nunca antes había sentido. Mi vida diaria también cambió: estaba lúcido, sabía qué hacer para seguir adelante y había desbloqueado un sentido de motivación empoderador y sostenible. Con estos resultados, mi mentalidad cambió y empecé a creer que todo era posible. Pero también estaba molesto. Me parecía que todos mis años de dudas y sufrimientos podrían haberse evitado si este método fundamental de metaaprendizaje (aprender a aprender) se hubiera enseñado en la escuela. Recuerdo que los profesores me decían constantemente que estudiara y me concentrara más. Decirle a un niño que haga cosas como «concentrarse» es como decirle que toque el ukelele; es muy difícil hacerlo sin que nunca se le haya enseñado cómo.
Y, siguiendo el viaje del héroe, no pude evitar compartir el tesoro y las lecciones que aprendí. Comencé a enseñar estos métodos a otros estudiantes. El punto de inflexión llegó cuando trabajé con una estudiante de primer curso que quería aprender a leer más rápido, aumentar la comprensión y retener el contenido que estaba estudiando. Trabajó con diligencia y logró su objetivo de leer treinta libros en treinta días. Sabía cómo lo hacía (le enseñé el método que tú aprenderás en el Capítulo 14), pero yo quería saber por qué. Descubrí que su motivación era que a su madre le habían diagnosticado un cáncer terminal y estaba decidida a salvarla estudiando libros sobre salud, bienestar y medicina. Meses después me llamó, llorando de alegría, para decirme que el cáncer de su madre estaba en remisión.
Fue en ese momento cuando me di cuenta de que, si el conocimiento es poder, entonces el aprendizaje es nuestro superpoder. Y nuestra capacidad de aprender es ilimitada, simplemente necesitamos que nos muestren cómo acceder a ella. Ver la forma en que cambió la vida de esa mujer encendió en mí un propósito, lo que me permitió reconocer aquello que se convirtió en la misión de mi vida: enseñar la mentalidad, la motivación y los métodos para mejorar el cerebro y aprender cualquier cosa más rápido para que se pueda desbloquear una vida excepcional.
A lo largo de más de dos décadas he desarrollado un conjunto de métodos prácticos fiables y probados para mejorar el aprendizaje, muchos de los cuales aparecen en este libro. No solo he cumplido mi promesa de leer un libro a la semana, sino que continúo sirviendo y apoyando a todos, desde niños etiquetados como «discapacitados para el aprendizaje» hasta personas mayores con desafíos de envejecimiento cerebral. Nuestro equipo, dedicado a la memoria de mi abuela, apoya apasionadamente la investigación sobre el Alzheimer. Y creemos que la educación es un derecho de nacimiento de todos los niños, financiando la creación de escuelas en todo el mundo, desde Guatemala hasta Kenia, brindando atención médica, agua potable y aprendizaje para niños necesitados a través de organizaciones increíbles como WE Charity y Pencils of Promise. Esa es nuestra misión: construir cerebros mejores y más brillantes. No dejamos ningún cerebro atrás.
He enseñado estas técnicas a otros con resultados asombrosos, lo que me ha llevado a dirigirme a más de 150.000 personas en conferencias en directo cada año en todos los campos imaginables, a servir como entrenador mental de las principales personalidades del deporte y del entretenimiento, a instruir en muchas de las empresas y universidades líderes en el mundo, a dirigir una gran plataforma en línea de aprendizaje acelerado con estudiantes de 195 países, y a crear un podcast educativo de primer nivel llamado Kwik Brain, con decenas de millones de descargas, y a que los vídeos de mis enseñanzas reciban cientos de millones de vistas. Este libro está lleno de lecciones y consejos prácticos que he aprendido a lo largo de los años, junto con la sabiduría y los recursos de muchos de los expertos invitados que han aparecido en nuestro programa.
Digo todo esto porque, habiendo dedicado mi vida a investigar y a enseñar este tema, sé lo que hay en este libro y, lo que es más importante, sé lo que hay dentro de ti.
Hay un factor fortuito en esta historia. Como he explicado, ofrezco regularmente entrenamiento mental a directores ejecutivos y a sus equipos. Hace unos años, Jim Gianopulos, entonces director ejecutivo y presidente de 20th Century Fox, me invitó a hacer una sesión de coaching a su equipo ejecutivo. Fui al set de rodaje un viernes por la mañana y pasé varias horas con los mejores miembros del personal. Estuvieron particularmente abiertos a mi mensaje y conectaron instantáneamente con las técnicas.
Cuando terminó la sesión, Jim se me acercó y me dijo: «Ha sido increíble. Ha sido una de las mejores sesiones de coaching que hemos hecho». Estuve encantado de escuchar aquello, por supuesto. ¿A quién no le gustan los comentarios positivos? Más tarde, durante un recorrido por el set, mi mirada se posó en un póster de la película Wolverine, que estaba programada para estrenarse a finales de ese año. Señalé el cartel y dije: «No puedo esperar a ver esa película. Soy un gran fan».
—Oh, ¿te gustan los superhéroes? —dijo Jim.
—Los adoro. Los X-Men han jugado un papel importante en mi vida.
Le conté lo de mi lesión cerebral infantil y cómo los cómics me habían ayudado a aprender a leer y mi búsqueda de la escuela del profesor X. Él me sonrió. «Sabes, tenemos otros treinta días de rodaje de la próxima película de los X-Men en Montreal. ¿Por qué no vienes y pasas una semana en el set? A los actores les encantaría trabajar contigo.»
No podía rechazar aquello. Nunca había estado en un set de rodaje, y ese no era el de una película cualquiera, era el set de una película de X-Men.
A la mañana siguiente subimos al avión que habían bautizado como X-Jet. Los otros pasajeros formaban la mayoría del elenco mutante, y yo estaba sentado entre Jennifer Lawrence y Halle Berry. Aquel estaba siendo el mejor día de mi vida.
En el avión, y durante la semana siguiente en el set, tuve la oportunidad de compartir algunos de mis consejos mentales para leer guiones con rapidez y recordar frases con algunos de los extraordinarios miembros del elenco y del equipo. ¿Y sabes qué? La primera escena que pude verlos filmar tuvo lugar en la escuela del Profesor X, el mismo lugar que había imaginado y buscado durante interminables días cuando era niño. Fue un momento muy surrealista para mí. ¿Cuál es tu sueño? ¿Uno que está siempre presente, como una astilla en tu cerebro? Imagínalo con detalles vívidos. Visualízalo. Siéntelo. Créelo. Y trabaja a diario por ello.
Sorprendentemente, esa no es la mejor parte de la historia. Cuando regresé del viaje, llegué a casa y encontré un paquete esperándome. Era enorme, del tamaño de una gran televisión de pantalla plana. Lo desembalé y era una enorme fotografía enmarcada de mí con todo el elenco de X-Men. La foto tenía una nota del presidente que decía:
«Jim, muchas gracias por compartir tus superpoderes con todos nosotros. Sé que has estado buscando tu escuela de superhéroes desde que eras niño. Aquí tienes la foto de tu clase».
Puedes ver la foto real del superhéroe a todo color en LimitlessBook.com/classphoto
ilimitado
(adjetivo)
El acto o proceso de dejar de lado las percepciones inexactas y restrictivas del potencial de uno y abrazar la realidad de que, con la mentalidad, la motivación y los métodos correctos, no hay limitaciones.
Durante gran parte de mi vida, me dejé definir por las restricciones que había percibido. Tuve lo que pensé que era una ruptura terrible cuando era niño y estaba convencido de que eso había establecido el rumbo para un futuro comprometido. Pero, con la ayuda de algunas personas clave, descubrí que mis restricciones percibidas no eran realmente restricciones en absoluto. Eran simplemente obstáculos que necesitaba superar o limitaciones que necesitaba desaprender. Y cuando lo hice, lo que podía aprender a ser o hacer cada día se volvió ilimitado.
Ser ilimitado no consiste solo en conseguir llevar a cabo un aprendizaje acelerado, una capacidad rápida de lectura y una memoria increíble. Sí, aprenderás a hacer todo eso y más. Pero ser ilimitado no consiste en ser perfecto. Se trata de progresar más allá de lo que actualmente crees que es posible. Así como has aprendido los límites de tu familia, tu cultura y tus experiencias de vida, puedes desaprenderlos. Estas limitaciones son solo obstáculos temporales que puedes aprender a superar. Lo que he descubierto a lo largo de mis años de trabajo con personas es que casi todo el mundo limita y encoge sus sueños para adaptarse a su realidad actual. Nos convencemos de que las circunstancias en las que nos encontramos, las creencias que hemos aceptado y el camino en el que estamos, representan quiénes somos y quiénes seremos siempre. Pero hay otra opción. Puedes aprender a ilimitar y expandir tu mentalidad, tu motivación y tus métodos para crear una vida sin límites. Cuando haces lo que otros no hacen, puedes vivir como otros no pueden. Al leer este libro has dado un paso importante. Recuerda: un paso en una dirección mejor puede cambiar completamente tu destino.
La clave a la hora de dar tus pasos es tener un mapa, un modelo de éxito. Armado con eso, no hay prueba o dragón al que no puedas vencer. Así que aquí está:
Puedes aprender a ser, hacer, tener y compartir sin restricciones. Escribí este libro para demostrártelo. Si no estás aprendiendo o viviendo con tu máximo potencial, si hay una brecha entre tu realidad actual y tu realidad deseada, esta es la razón: hay un límite que debe liberarse y reemplazarse en una de tres áreas:
Esto se aplica a un individuo, una familia, una organización… Todos tenemos nuestra propia historia única de luchas y fortalezas. Cualquiera que sea tu situación, aquí está la mejor parte: no estás solo. Te ayudaré a volverte ilimitado a tu manera, dentro del marco de las tres áreas que estás a punto de aprender: mentalidad ilimitada, motivación ilimitada y métodos ilimitados. Déjame desglosarlo:
Otra nota sobre el diagrama de la página anterior: verás que donde la mentalidad se cruza con la motivación he puesto la palabra «inspiración». Estás inspirado, pero no sabes qué métodos emplear o por dónde canalizar tu energía. Donde la motivación y el método se cruzan está la «implementación». En este caso, tus resultados se limitarán a lo que sientes que te mereces, lo que sientes que eres capaz de hacer y lo que crees que es posible porque careces de la mentalidad adecuada. Donde la mentalidad y el método se cruzan está la «ideación». Tus ambiciones permanecen en tu mente, porque te falta la energía para hacer algo al respecto. Donde los tres conceptos se cruzan está el estado ilimitado. Entonces tienes el cuarto yo, que es la integración.
A lo largo de este libro encontrarás ejercicios, estudios, herramientas mentales y los resultados de un trabajo emocionante que se está elaborando tanto en la frontera de la ciencia cognitiva y el desempeño como en la sabiduría antigua (por ejemplo, cómo las civilizaciones antiguas recordaron generaciones de conocimiento antes de que hubiera dispositivos de almacenamiento o de reproducción como la imprenta). A su vez, nos acercaremos a las 3 M:
Y, al final del libro, te doy un plan de diez días para impulsar tu progreso hacia una semana ilimitada primero y una vida ilimitada después.
Cuando termines este libro, tendrás la capacidad de ser ilimitado en cualquier área importante para ti, ya sea académica, de salud, profesional, de relaciones o de crecimiento personal. Como nunca llegué a estudiar en la escuela X-Men, lo creé para ti en nuestra Academia de Aprendizaje Kwik en línea, donde personas de todas las edades de 195 países entrenan con nosotros todos los días para liberar sus superpoderes mentales. Considera Sín límites tu libro de texto. Sería un honor ser tu Profesor X, y estoy muy emocionado de que hayas decidido emprender este viaje conmigo. La clase empieza ahora. Y esta es la mejor parte: no podría ser mejor momento.