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Merienda en los escalones

La clase de Historia estaba pasando más lento de lo habitual. En el banco a mi lado, Sumi tomaba notas de manera cuidadosa, resaltando fechas en distintos colores. Tenía suerte de que mi mejor amiga fuera a mi misma escuela además de a la academia de danza. Nos habíamos conocido en preescolar cuando Sumi me había pedido prestada mi caja de pinturas, y desde entonces éramos inseparables. Yo había empezado ballet primero y Sumi les había pedido a sus mamás que la apuntaran a la misma clase tras oírme hablar de lo mucho que me gustaba.

La profesora Edith, una mujer de rizos salvajes, anotó algo en la pizarra. Mientras ella hablaba de alguna guerra entre Inglaterra y Francia, yo pensaba en zapatillas de ballet y notas musicales.

Bajé la mirada a la hoja frente a mí, la cual no tenía anotaciones de Historia. Era una carta.

Queridos Lindy y Glorian:

¡Os echo de menos! Estoy en la escuela, pero no logro concentrarme en clase porque estoy pensando en el ballet que vamos a interpretar en unas semanas. Se llama El cascanueces. La historia trata sobre una niña llamada Clara Stahlbaum. En las producciones que vienen de Alemania, es Marie. Nosotros la llamamos Clara. Sus padres hacen una gran fiesta en su casa para celebrar la Nochebuena. Van muchos niños. Bailan y juegan alrededor de un árbol de Navidad con decoraciones muy bonitas.

También hay una visita especial: un hombre misterioso llamado Drosselmeyer. Es el padrino de Clara. Entretiene a los niños con trucos de magia y juguetes a cuerda. Y, lo más importante, él es quien le regala a Clara un soldado de madera que es un Cascanueces.

¡Clara lo adora apenas lo ve! Lo levanta en el aire y baila con él en un vestido blanco. Hay una parte en la que el hermano de Clara, un niño muy travieso llamado Fritz, se lo arrebata y lo rompe (siempre sufro en esa parte), pero Drosselmeyer lo arregla.

Cuando la fiesta termina, y la casa queda a oscuras, Clara baja hacia donde está el árbol de Navidad. ¡Y allí ve algo alarmante! Un grupo de soldaditos liderados por su Cascanueces está peleando contra un ejército de ratones. Están por todos lados. Y los ratones tienen un rey que es bastante temible. Clara queda atrapada en medio de la batalla. Parece que el Cascanueces va a perder, pero ella lo ayuda. ¡Se quita un zapato y se lo arroja al Rey de los Ratones para defenderlo! Esa parte me encanta. Me recuerda a cuando estábamos en Lussel y le arrojé bolas de nieve a un lobo para ayudar a Sirien.

Cuando logran derrotar a los ratones y la batalla termina, el Cascanueces se transforma en un príncipe. Viajan juntos a un bosque invernal donde los copos de nieve bailan a su alrededor. ¡Es precioso de ver!

En el segundo acto, el príncipe lleva a Clara al Reino de los Dulces, donde los reciben el Hada de Azúcar, su caballero y el resto de los dulces. Hay muchas danzas en la fiesta: una danza española representada por Chocolate, una danza china representada por Té, la danza árabe es Café y la rusa son Bastones de Caramelo.

Y, por último, la danza del Hada de Azúcar y su caballero. ¡La que voy a bailar yo! ¡Soy el Hada de Azúcar!

La obra termina cuando Clara se despierta bajo el árbol de Navidad con su Cascanueces en los brazos, maravillada ante la aventura que han vivido.

De pequeñita me parecía confuso, pero ahora creo que es una historia sobre una niña con mucha imaginación. Sobre sueños infantiles y la magia de la Navidad.

¿Alguna vez pasó algo parecido en Lussel? ¿Tenéis algún consejo para interpretar a un hada? Me da miedo no poder transmitir la felicidad que inspira el Hada de Azúcar.

¡Espero veros pronto!

Con mucho cariño,

Alex

Lindy y Glorian eran los hermanos que había conocido en el reino de Lussel; Lindy era una Conjuradora de Flores, y Glorian, un Conjurador de Cristales. Los echaba de menos a menudo. El día después de enterarme de lo de Harry había ido al lago en el parque con la esperanza de poder nadar hasta el fondo y cruzar a su reino. El agua estaba helada y no sentí ninguna corriente que me succionara como la vez anterior. No podía regresar sin una llave que abriera el portal, por lo que les había estado escribiendo cartas contándoles sobre mi vida. Algún día esperaba hacérselas llegar, al igual que un mensaje en una botella.

Pssstt… Alex —me llamó Sumi.

Llevaba una cinta adornada con florecitas rosas que iba muy bien con su brillante pelo negro.

—Me he olvidado la bolsa en las taquillas y tengo que encontrar a la señorita Maggie para entregarle un informe que olvidé ayer —me dijo—. ¿Nos vemos afuera?

—Sí, te espero en las escaleras.

Además de nuestras mochilas, Sumi y yo siempre cargábamos bolsas de deporte que habíamos comprado juntas para llevar nuestras cosas de ballet. La mía era lila y la de ella era roja. La campana de fin de clase no tardó en sonar y todos nos levantamos de manera automática.

Mi mamá siempre pasaba a buscarnos cuando salíamos de la escuela; primero nos dejaba a nosotras en la academia, y luego la llevaba a mi hermana Olivia a su entrenamiento de fútbol.

Me senté en los escalones frente a la entrada de la escuela y saqué una bolsa con galletas de avena y pasas de uva. Mamá siempre me las horneaba para que me dieran energía antes de bailar. Estaba comiéndome la primera cuando noté la sombra de alguien detrás de mí.

—¿Alex?

Tragué tan rápido que por poco me atraganto. Harry Bentley se asomó por mi lado, sonriéndome de manera amistosa. Su arremolinado pelo castaño sobresalía de un gorro de lana sobre su frente. Ver su rostro era como ver el sol, irradiaba calidez.

—Ey —lo saludé.

—Justo iba a ir a tu casa a buscar a Toby. ¿Quieres venir conmigo? —me preguntó.

Mi estómago zumbó lleno de luciérnagas. En un breve momento de locura, consideré si tendría tiempo suficiente para caminar con él hasta casa y correr de vuelta antes de que mi mamá llegara. Lo cual era imposible.

—Tengo ballet —respondí.

—Cierto —hizo una pausa y agregó—: Admiro lo dedicada que eres. No conozco a nadie de nuestra edad que destine tanto tiempo a algo. A excepción de los videojuegos.

Agaché el rostro, riendo.

—Todos mis compañeros de danza le dedican el mismo tiempo. Hay una chica llamada Poppy que siempre llega antes y es la última en irse —le conté.

—Pero seguro que no puede hornear deliciosas magdalenas como tú…

Intenté esconder la gran sonrisa que ocupó la mayor parte de mi rostro cuando me di cuenta de que se estaba quitando la mochila para sentarse a mi lado. Mi corazón aceleró su tu-tuc, tu-tuc, tu-tuc. Mordí la galleta que aún sostenía en la mano solo para hacer algo que me ayudara a contener el entusiasmo.

—O galletas —agregó.

—Avena y pasas de uva —dije, extendiéndole la bolsa.

—No quiero robarte tu merienda. Espera… —Harry llevó las manos a los bolsillos de su chaqueta verde y extrajo una chocolatina—. Aquí tienes. Intercambio.

Reconocí el envoltorio azul; era un Crunch, su chocolatina favorita.

—Gracias.

Harry tomó una de las galletas y se la llevó a la boca. Estaba tan mono… Había algo en su sonrisa, una pequeña mueca al borde de sus labios, que hacía que pareciera como si estuviera pensando en hacer una travesura.

—¿Están trabajando en una obra de ballet nueva? —me preguntó.

El cascanueces.

—He oído hablar de esa. Hay soldados y un rey de las ratas, ¿verdad?

No pude evitar soltar una risa ante esa descripción. Los chicos siempre se enfocaban en esa parte: los soldados, la pelea. Aunque admitía que a mí también me entusiasmaba. Me encantaban los duelos con espadas. Olivia y yo solíamos jugar a los piratas.

—Sí, el Rey de los Ratones —asentí.

—¿Hay algún príncipe confundido, como en la otra obra? —preguntó moviendo su codo hacia el mío en un gesto cómplice.

Se refería al príncipe Siegfried de El lago de los cisnes y a cómo había confundido a Odile con Odette. Recordaba la noche en que le había contado sobre ello cuando paseábamos a Toby.

—El cascanueces se transforma en un príncipe —respondí, acomodando un mechón de pelo castaño detrás de mi oído para evitar que me tapara el rostro—. Pero esta vez no confunde a nadie.

—Siempre he pensado que todo el tema del cascanueces es extraño. Nunca he visto un aparato para partir nueces que tenga forma de soldado.

—¡Yo también lo pienso! —admití.

Harry se terminó la galleta, se limpió las manos llenas de migas en los vaqueros desgastados y buscó el cable de los auriculares que llevaba en el bolsillo. Siempre estaban enredados en un nudo. Hablar con él era fácil y divertido. Me hacía reír. Y nunca me hacía sentir como si hubiera dicho algo tonto.

—¡Alex!

Sumi salió corriendo de la escuela con la mochila y la bolsa de deporte rebotando contra el hombro. Al ver a Harry, desvió la mirada hacia mí, abriendo los ojos grandes en una expresión que gritaba: «¡Estás sentada con Harry Bentley!».

El calor que subió por mis mejillas seguro que las sonrojó. Ver el coche de mamá acercándose por la calle me salvó de actuar de manera rara.

—Han venido a por ti —dijo Harry mientras se ponía de pie.

Cuando el coche se detuvo frente a la acera, Olivia bajó la ventanilla y sacó la mitad del cuerpo hacia afuera. Llevaba dos trenzas en vez de una sola como la noche anterior y el uniforme de fútbol.

—¡HARRY! —gritó, saludándolo.

Oli adoraba a Harry, aunque era distinto al tipo de adoración que sentía yo; nunca la había visto actuar de manera vergonzosa. Ni una sola vez. Pequeña suertuda. Ella y el hermano menor de Harry, Dylan, iban al mismo curso y eran muy amigos.

—Ey, Oli. ¿Cómo está mi arquera favorita? —preguntó Harry asomándose a la ventanilla—. Buenas tardes, señora Belle.

—Hola, Harry. ¿Cómo estás?

Mamá conversó con él mientras Sumi y yo nos subíamos al asiento trasero. Era un alivio que Olivia estuviera sentada delante, así él no podía ver mi rostro sonrojado. Todavía tenía la chocolatina en la mano. La sujeté contra mi abrigo mientras veía la silueta de Harry Bentley alejarse hacia la calle.

Al llegar a la academia de danza fuimos a cambiarnos en el vestuario. Cada vez que miraba un espejo, me perdía observando a la chica de largo pelo castaño, ojos azules y mejillas redondas que me miraba desde el otro lado. Siempre había tenido esta extraña idea de que entre mi reflejo y yo podía haber algún detalle distinto.

Cuando estaba en Lussel, me había escabullido dentro de la casa de una temible Conjuradora llamada Christabella que había hechizado a mi sombra para que cobrara vida. Pensar en ella, en la Alex falsa, aún me daba escalofríos. Era idéntica a mí y, a la vez, distinta. Más segura de sí misma, más malvada e incluso mejor bailarina.

Ahora la veía cada vez que me miraba al espejo. Siempre me preguntaría si había algo de ella en la chica del otro lado del cristal.

Me recogí el pelo en un moño y me aseguré de verme bien. Nina Klassen era estricta cuando se trataba de nuestra apariencia, decía que siempre debíamos estar presentables; listas para salir a un escenario. Llevaba un maillot rosa, medias claras, calentadores negros y mis zapatillas de ballet. Era un par nuevo y les había cosido las cintas la noche anterior.

Me di un último vistazo, asegurándome de que las medias no tuvieran ningún agujero. La señora Nina odiaba los agujeros.

Una vez en el salón de paredes espejadas y suelo de madera fui hacia la barra para entrar en calor. Siempre empezaba con ejercicios de pliés que ayudaban a flexibilizar y fortalecer los músculos. Poppy Hadley ya estaba allí. Sus largas piernas estaban cruzadas, un brazo delante del abdomen y el otro ligeramente curvado hacia arriba en cuarta posición.

Wes Mensah también estaba allí, estirando una de sus piernas sobre la barra. Sumi tenía ensayo en otro salón ya que formaba parte de una coreografía distinta.

—Poppy, empezaremos contigo —dijo Nina Klassen haciéndole una señal para que fuera al centro del salón.

La música comenzó lenta, tentativa; era una melodía dulce que daba comienzo a la danza entre el Hada de Azúcar y su caballero. Extendí los brazos al lado de mi cuerpo en segunda posición, mientras robaba vistazos de Poppy y Wes. Parecían la pareja de una caja de música; Poppy era más alta que yo, por lo que entre ellos tenían menos diferencia de estatura. Su pelo, que llevaba en un elegante recogido, era de un rubio tan claro que generaba un contraste encantador con los rizos marrones de su acompañante.

—El Hada de Azúcar es un espíritu benévolo, un símbolo de magia y esperanza con el que sueñan los niños; cada uno de sus movimientos debe ser liviano y luminoso —dijo la voz de Nina Klassen—. Deja de preocuparte por la técnica, Poppy. Debes fluir. Flotar…

Pensé en esas palabras, intentando encontrar el personaje del Hada de Azúcar en mi baúl de los disfraces. Así era como llamaba al baúl imaginario en mi cabeza. Era una forma de visualizar un espacio en donde podía guardarme a mí misma y reemplazarme por el personaje que necesitaba interpretar. En una producción de El cascanueces que había visto en el Teatro Real de la Ópera en Londres, el Hada de Azúcar llevaba una coronita dorada y un delicado vestuario del color de pétalos rosas salpicado con brillantes cristales.

—Alex, tu turno —me indicó Nina—. Empieza con el solo.

Tomé uno de los tutús apilados en el exhibidor y me lo pasé por la cintura. El corazón comenzó a irme rápido, rápido, rápido. Caminé al centro de la sala, estirando los labios en una sonrisa que debía invitar al público a verme bailar.

Ya no era Alexina Belle, sino el Hada de Azúcar. Brillante y liviana al igual que un puñado de polvo de hadas que volaba con la brisa. Me encontraba en el Reino de los Dulces rodeada de una resplandeciente audiencia. Oí la música, que comenzaba con un tempo lento, y permití que mi cuerpo respondiera a ella. Sacudí los dedos en el aire como si estuviera intentando tocar diminutos copos de nieve que danzaban a mi alrededor. Luego despegué el talón del suelo colocándome en pointe, mantuve la pose durante un momento, y me dejé ir. Me deslicé a lo largo del salón, imaginando a la festiva corte adornada con dulces, a los espectadores inmóviles, a Clara y al príncipe observándome desde una esquina. Estaba allí para celebrar junto a ellos.

Tras dar un saltito, me levanté en pointe y di un giro; pointe y giro, pointe y giro, pointe y giro. Continué desplazándome de esa manera, coordinando cada pirouette con las notas musicales que me acompañaban al igual que campanillas. El público siempre se deleitaba siguiendo los movimientos del tutú cuando volaba en una espiral.

—¡Alegría, Alex! ¡Demuestra alegría! El Hada de Azúcar es juguetona. Se divierte encantando a su audiencia. —La voz de Nina me alcanzó sobre la música—. Debes emanar la naturaleza traviesa de las hadas.

Mantuve la misma secuencia de giros, volviendo en la dirección opuesta. Pensé en Primsella, el Hada del Bosque a la que conocí en Lussel, en la forma en que coqueteaba con Glorian y lo salpicaba de los luminosos copos de nieve que llovían de sus alas de manera juguetona.

Dejé que la música me guiara, convenciéndome de que era igual de liviana que la pequeña hada. Di unos pasitos en punta y luego hice un arabesque. Era el Hada de Azúcar, hecha de sueños y nubes rosas. Quería transmitir alegría a quienes me miraban. Entretener al príncipe y a su invitada. Hice otra pirouette, girando en el mismo lugar con un pie en punta y la otra pierna levantada impulsando el movimiento, pero empecé a pensar en los representantes de la Royal Ballet School de Londres y en lo que verían desde sus asientos.

¿Y si mi pierna arrastraba un poco? ¿O las líneas de mis brazos no se veían limpias?

—¡Tienes la sonrisa demasiado tensa! ¡Debes dejarte ir y divertirte!

Continué bailando, siguiendo cada paso de la coreografía, a pesar de que una parte de mí quería detenerse. No pude evitar sentir que mi disfraz se iba deshaciendo con cada giro, perdiendo la luminosidad del hada y revelando a la niña insegura que se escondía detrás.

—¡Vas a destiempo! —me corrigió Nina.

Hice lo posible por regresar al tempo de la música antes de llegar al final. Nina me dio cinco minutos para buscar mi toalla, ya que el calor de las luces me había hecho sudar. Luego comencé el pas de deux junto a Wes. Tener una pareja de baile que se esmeraba por dar lo mejor me ayudó a terminar el resto de la clase sin que una nube de tormenta centelleara sobre mi cabeza. Wes tenía un carácter tranquilo y bienintencionado que siempre lograba ahuyentar mis nervios. Era el amor secreto de Sumi. En nuestro cuaderno había una colorida hoja que ilustraba sus iniciales dentro de un caleidoscopio de formas y corazones.

—Acercaos —nos indicó Nina, llamándonos con un gesto de su mano—. Poppy, tú estás demasiado enfocada en la perfección de cada movimiento. El Hada de Azúcar es libre y espontánea. Y tú, Alex, estás tiesa.

Poppy y yo intercambiamos miradas de apoyo.

—Sé que amabas tenéis expectativas de dar el siguiente paso y ser aceptadas en prestigiosas escuelas de ballet, pero no debéis olvidar la razón por la cual estáis solicitando una audición: la pasión por el baile. —Nina hizo una pausa y agregó—: Tomaos el sábado libre. Ambas estáis pensando demasiado, tenéis que relajaros.

—Pero…

Nina levantó una mano, acallando la protesta de Poppy.

—Wes, tú debes trabajar en tu promenade —continuó hablando—. Cuando sostienes a tu acompañante, ya sea de la mano o de la cintura para hacerla girar, no debes descuidar la posición…

Me uní a Poppy, quien se había sentado en el suelo a estirar. Estaba tan seria que por un momento me dio miedo hablarle.

—¿Tú también vas a solicitar una audición a la Royal Ballet School de Londres? —pregunté.

—A la School of American Ballet.

—¿En Nueva York? Guau. ¿No te da miedo tener que mudarte tan lejos?

—Mi madre fue allí. Yo también quiero ir —respondió Poppy.

Una de las cosas que más me aterrorizaba era que, de ser aceptada, tendría que mudarme a Londres, vivir en la escuela de ballet y compartir la habitación con otras chicas de mi edad. Seguro que iba a echar de menos a mi familia, la comida de mamá, a Toby. ¿Y si lloraba todas las noches?

Wes se había sentado a mi lado y estiraba las piernas.

—¿Qué hay de ti, Wes? ¿También vas a solicitar una audición? —pregunté.

—Nah, voy a esperar un año más. No quiero irme de casa —respondió—. Además, hay menos bailarines varones, por lo que hay menos competencia, creo que voy a estar bien.

Asentí. Poppy se puso de pie y nos saludó con un gesto silencioso antes de irse.

—¿Puedes quedarte un rato más y ayudarme a practicar mi promenade?

—Me están esperando en casa para montar el árbol de Navidad. Papá ha ido a buscar a Olivia tras su entrenamiento de fútbol e iban a ir a la granja…

—¡¿Te has perdido ir a elegir un árbol?! —me preguntó Wes incrédulo.

—No quería perderme el ensayo. Y este año le toca elegir a mi hermana Olivia, yo elegí el año pasado.

Recordé el campo repleto de abetos, la granja a la que solíamos ir tenía al menos diez especies distintas; algunos altos, otros robustos, de agujas finitas que cubrían las ramas, agujas gruesas, otros de un oscuro verde esmeralda. Lo mejor de aquel lugar era el aroma fresco a bosque nevado.

—Deberías pedirle ayuda a Sumi. Sé que está libre y es muy buena haciendo pirouettes —agregué.

—Buena idea —sonrió Wes—. ¿Sumi también quiere ir a Londres?

—No, no está segura de si quiere ser bailarina profesional, también le gusta mucho dibujar. Va a esperar un año más, igual que tú —respondí.

Suponía que muy pocos sabían lo que querían hacer de mayores con tan solo trece años. Pero yo no podía imaginar ninguna otra cosa que no fuera ponerme mis zapatillas de ballet y estar en un escenario.

Sumi abrió la puerta del salón y se asomó. Llevaba un maillot rosa y calentadores blancos adornados con pequeñas estrellitas. Estaba guapísima.

—¿Habéis acabado? —preguntó.

Asentí.

—Yo tengo que irme a casa, pero Wes necesita tu ayuda para practicar su promenade —dije, dedicándole una sonrisa cómplice.