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El nacimiento del cristianismo

Variedad de concepciones desde los mismos comienzos

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Los inicios del grupo cristiano

ESTE libro parte de una base que intentaremos justificar a lo largo del presente capítulo: entendemos por «cristianismo» únicamente la teología de los seguidores de Jesús, pues asumimos que el cristianismo como tal es solo posterior a la muerte de este. Hacemos nuestro totalmente el famoso dicho del gran investigador del Antiguo y Nuevo Testamento Julius Wellhausen: «Jesús fue un judío, no un cristiano» 2, que expresa de otro modo lo que acabamos de afirmar: que la teología propiamente cristiana solo comienza después de Jesús.

La razón básica para sustentar esta afirmación es sencilla: creemos demostrada por la investigación sobre el Jesús histórico que este no pretendió en ningún momento fundar religión nueva alguna. El movimiento cristiano, la teología cristiana, el cristianismo en suma, nace precisamente como interpretación de Jesús, su doctrina y su figura, no como una «fundación» de este.

Además, el cristianismo primitivo fue tan complejo y variado desde sus inicios —como veremos— que nunca constituyó una realidad estática, sino dinámica. Se formó a la vez que iba él mismo conformando en una síntesis nueva ideas religiosas heredadas de Jesús, del judaísmo contemporáneo, las suyas propias y también concepciones interesantes o apropiadas del entorno. Por ello, el movimiento cristiano fue siempre complejo y, en ciertos aspectos, casi contradictorio. No hubo, ni pudo haberlo, un único fundador del cristianismo que lo pusiera en movimiento, sino que durante todo el siglo I, y aun más tarde, fue un proceso en marcha.

Desde esta perspectiva parece que:

•    El cristianismo no tiene un fundador único, sino varios.

•    Parece muy probable, o casi cierto, que Jesús no estuvo propiamente entres sus fundadores, sino que fue en todo caso su primer y genérico impulsor.

•    La multiplicidad de fundadores presupone la variedad de los cristianismos.

Este punto de vista intenta poner de manifiesto tres realidades:

•    La primera, que el cristianismo no es la religión de Jesús, sino una reflexión sobre la religión de este, sobre su figura y su misión. Como es sabido, Jesús era el predicador de la inminente venida del Reino de Dios; por el contrario, en el cristianismo, la figura de Jesús —y no el Reino— pasa a ocupar el puesto central. Esta idea se expresa también con una frase célebre: Jesús pasa de proclamar el Reino de Dios a ser objeto de la proclamación cristiana (Rudolf Bultmann).

•    La segunda, que todo proceso de reflexión e interpretación en el que intervienen muchas personas —los diversos seguidores del Maestro galileo— puede ser muy en principio muy variado.

•    Tercera: el cristianismo, tal como aparece en los primeros sesenta o setenta años de su existencia, muestra ser un movimiento religioso cuya teología supone un salto teológico cualitativo sobre el pensamiento de Jesús.

Estas tres ideas llevan consigo el germen de la multiplicidad de cristianismos, pues todas ellas convergen en la perspectiva antes mencionada: el cristianismo es no solo historia de hechos, sino ante todo interpretación y reflexión teológica sobre Jesús.

Para poner de relieve cuán diversas pudieron ser las interpretaciones y «relecturas» que se ofrecieron de la figura histórica de Jesús por parte de sus seguidores, desearía que el lector se detuviera un momento en lo que podemos conocer razonablemente del Jesús histórico y lo compare luego mentalmente con lo que él sabe que es el cristianismo. De este contraste mental espero que se genere la convicción de cuán distinto es el cristianismo de lo que fue la religión de Jesús y cuán abierto estaba ese proceso de reflexión sobre Jesús a continuar explorando nuevas posibilidades.

La figura y religión del Jesús histórico

Para realizar con mayor facilidad este contraste, resumo a continuación el sentir medio de la investigación de hoy sobre los rasgos generales que definen al Jesús de la historia 3:

1. Jesús nació durante el reinado del emperador Augusto, antes por tanto de la era cristiana (hacia el 6 a. de C.). Probablemente no en Belén, sino en Nazaret; allí creció y se educó muy intensamente en la fe judía. Perteneció a una familia numerosa y tuvo hermanos y hermanas carnales, sea cual fuere la explicación de este hecho.

2. Jesús fue profundamente religioso, y su religiosidad fue plenamente judía; fue bautizado por Juan Bautista y se convirtió en su discípulo durante un cierto tiempo; de él tomó los motivos principales de su predicación. La figura y pensamiento de Juan Bautista enmarcan básicamente el pensamiento de Jesús.

3. La piedad y la religiosidad de Jesús eran totalmente judías: a pesar de las apariencias, y de una interpretación contraria que ha durado siglos, Jesús nunca quebrantó la ley de Moisés, sino que la interpretó a su manera como hicieron muchos otros rabinos de su época. Jesús buscaba solo resaltar lo esencial y más profundo de esa Ley de modo que su vigencia brillara con todo su esplendor y se pudiera poner en práctica con mayor intensidad y pureza.

4. Reunió un grupo de discípulos cuyo núcleo estuvo compuesto de Doce, que representaban simbólicamente las doce tribus de Israel.

5. Jesús habló y actuó como si fuera el portavoz de Dios para los momentos finales del mundo. El centro y la razón de ser de su predicación fue el anuncio de la venida inmediata del reino de Dios.

6. Jesús no era un predicador universalista, sino que ciñó y limitó su predicación a las gentes de Israel, excluyendo prácticamente a los paganos; se dirigió de forma especial a los pecadores en Israel; anunció que el establecimiento de ese Reino tendría lugar en un futuro próximo: el reino no había llegado aún en el presente. Del estudio de la predicación de Jesús se deduce que el carácter de este reino sería complejo: al tener lugar sobre la tierra de Israel no se podría separar bien lo religioso de lo político.

7. Jesús pudo expresarse en alguna que otra ocasión como si en su propias acciones hubiera ya signos del comienzo del reino de Dios: aun siendo este reino futuro, estaba a punto de irrumpir, lo que se percibía en la derrota de Satán gracias a las acciones de Jesús.

8. Jesús realizó acciones que tanto él como sus contemporáneos consideraron milagrosas o sorprendentes.

9. Jesús antepuso los aspectos morales de la Ley judía a los aspectos rituales. En su enseñanza intentó mostrar cuál era la esencia de la Ley. Radicalizó la interpretación de esta, pero permaneciendo siempre en su marco. No abolió el culto judío.

10. Desde Galilea, Jesús fue a Jerusalén en el último año de su vida, sea para celebrar a Pascua, para predicar la venida del Reino o para esperar allí su instauración por parte de Dios. No se trasladó a la capital del país con la intención de morir como víctima de un sacrificio en pro de la humanidad toda.

11. Protagonizó un grave incidente en el Templo, y fue arrestado y ejecutado por motivos políticos, de orden público sobre todo, porque su predicación del Reino de Dios parecía muy peligrosa a los ojos de los romanos y de las autoridades judías. Murió en tiempos del emperador Tiberio crucificado por los romanos.

12. El movimiento de sus seguidores no fue perseguido por las autoridades romanas y continuó después de la muerte de Jesús.

Con este resumen 4 podrá el lector hacer la comparación mental que le pedí anteriormente —puesto que ya conoce cómo es el cristianismo hoy en sus líneas generales de pensamiento— y percibir cuán diversas son las interpretaciones y «relecturas» que se ofrecen de esta figura histórica por parte de sus seguidores. Un solo caso para la reflexión: ¿cómo puede encajar en la figura del Jesús histórico, que acabamos de delinear, las reflexiones sobre él como segunda persona de la Santísima Trinidad de los siglos III, IV y V del cristianismo?

Un par de consideraciones finales:

•    Como Jesús no escribió nada, el recuerdo y la interpretación de sus acciones y de sus palabras fueron confiadas durante años a la tradición oral. Solo este hecho —dadas las limitaciones y condicionantes de esta tradición— explica la posibilidad de que se genere una gran variedad de interpretaciones posteriores.

•    Lo que tantas veces se afirma de que «Jesús superó el judaísmo», que «Jesús quebró los moldes y el espíritu de su antigua religión» o que Jesús «rompió públicamente con la Ley mosaica para así demostrar que traía algo esencialmente nuevo», parece ser radicalmente falso. Parece más razonable postular que Jesús no tuvo nunca el propósito de fundar una religión nueva. Esta vino después de él.

El concepto de «herejía» o heterodoxia

Algunas de las fuertes discusiones de Jesús con los rabinos coetáneos sugieren que tanto él como su maestro Juan Bautista —cuando predicaban la inmediata venida del Reino de Dios y exigían el arrepentimiento y un comportamiento de acuerdo con ese acontecimiento— podían ser considerados por algunos de sus contemporáneos como «heterodoxos», o al menos como propagadores de un «doctrina no recta»…, quizá alguno pensara que Jesús era un «hereje». En especial, al discutir sobre el significado profundo de diversos aspectos de la Ley de Moisés, Jesús fue visto con malos ojos por escribas y doctores de la Ley. Incluso llegaron estos a acusarlo públicamente de estar poseído por el demonio (Mc 3, 22 5).

Ahora bien, este vocablo, «hereje», así como el sustantivo «herejía», no significaban en tiempos de la predicación de Jesús lo mismo que hoy día. Ni mucho menos. Una «herejía» (griego haíresis) era en el siglo I —si se trataba del mundo pagano— una «escuela» filosófica con sus opiniones e ideas específicas sobre el universo, el hombre, la sociedad o la moral. En el mundo judío una «herejía» era ante todo una secta, un «partido» o una denominación de un grupo religioso: los fariseos, saduceos o esenios formaban, cada uno de ellos, una haíresis (Hch 5, 17 6). Había una inmensa diferencia de pensamiento teológico entre un fariseo y un saduceo, y, sin embargo, todos se consideraban judíos leales. Por tanto, haíresis no debería traducirse en este momento por «herejía», so pena de entender mal el vocablo. Al principio de su «conversión», Pablo de Tarso se había cambiado simplemente de la haíresis de los fariseos a la de los «nazarenos».

Sin embargo, poco a poco, hacia los años 60/70 del siglo I, el grupo mayoritario de los judíos empezó a considerar a los nazarenos como no «ortodoxos» por su ideario teológico, puesto que se desviaban de lo normal o «normativo» de lo que constituía la norma o pensar medio, sobre todo desde el punto de vista fariseo. De este modo el concepto de «secta/herejía» aplicado a los cristianos desde el judaísmo comenzó a perfilarse como «heterodoxia» peligrosa, que promovía rechazos y convulsiones sociales (Hch 24, 5 7) dentro de los judíos «normales».

Por otro lado, por parte de los nazarenos mismos —pronto llamados cristianos en la ciudad de Antioquía (Hch 11, 26)— las «herejías» fueron ante todo divisiones o partidos internos (por ejemplo, en la iglesia de Corinto: 1 Cor 11, 19 8), aunque pronto también adquirieron el sentido de desviaciones heterodoxas del pensamiento teológico (Gál 5, 20 9, y más claro en 2 Pe 2, 1 10) común o mayoritario. En el periodo tras la muerte de los apóstoles el vocablo «herejía» se irá especializando poco a poco en el sentido parecido al que tenemos hoy día: «desviación doctrinal del pensamiento mayoritario de la Iglesia» 11, mientras que en el judaísmo oficial este concepto aparecerá solo nítidamente en la época del Talmud 12.

La reinterpretación de los dichos y hechos de Jesús

Hemos hecho ya hincapié en que Jesús no dejó nada por escrito. Su predicación y sus acciones causaban, sin duda, una amplia conmoción entre sus seguidores, pero al igual que otros rabinos de su época su enseñanza fue solamente oral. Al morir legó a sus discípulos un rico patrimonio de dichos y sentencias morales, de notables interpretaciones de los textos sagrados, sobre todo de la Ley y de los Profetas, y muchas acciones para recordar.

Y como es conocido también, sus seguidores estuvieron convencidos de que había resucitado y de que el Maestro vivía de nuevo espiritualmente entre ellos, porque en realidad estaba vivo y exaltado —como Henoc o Elías— al ámbito de la diestra de Dios. Pero con su ausencia física, su figura se engrandeció y se idealizó, y sus seguidores comenzaron a pensar cuál había sido en verdad la importancia de su misión y de su vida. Como ya sabemos, esto significa que los discípulos repensaron, idealizaron y reinterpretaron la figura de su Maestro.

En esos primeros momentos los rasgos más importantes de esta interpretación son esencialmente dos, compartidos por todos los fieles en esos momentos:

Primero: Era claro que la muerte horrorosa de Jesús, junto con el prodigio de su resurrección, suponían que Dios lo había confirmado en su función de Mesías. Y como no había podido cumplir totalmente esta tarea mesiánica en vida, pronto tendría que venir de nuevo desde el cielo para ejecutarla, acompañado de las fuerzas celestes que Dios pusiera a su disposición. Esta concepción del mesianismo de Jesús podía ser difícil de digerir para algunos judíos. Pero el que no creyera en ello sería tachado muy pronto, a finales del siglo I de «anticristo», es decir de «superhereje» y maestro falso, peligrosísimo 13.

Segundo: La resurrección de Jesús había colocado a este de algún modo al lado de Dios en el cielo. El Maestro estaba junto a Dios, y fuera como fuese el modo como esto se explicara, Jesús era divino de alguna manera.

Al principio, y de acuerdo con el primer presupuesto que acabamos de mencionar —que Jesús vendría pronto a cumplir su misión—, lo que al parecer debería haber importado a la comunidad de sus seguidores era prepararse para ella: cumplir estrictamente la Ley, dedicarse a la oración preparatoria para esa venida y visitar diariamente el Templo participando lo más posible en sacrificios y oraciones; en suma, estar en contacto máximo con Dios… y esperar. Con otras palabras: los nazarenos habían dado un par de pasos en la dirección de cierta separación del judaísmo (Jesús constituido Mesías/Jesús divino de algún modo), pero de momento podrían haberse preocupado más de su comportamiento hasta la inmediata venida del Mesías Jesús en su plenitud que de explicar teológicamente a sus contemporáneos las dos novedosas realidades antes expuestas.

Sin embargo, no fue así. En medio de la tensa espera escatológica se afianzó el proceso ya incoado de repensar a Jesús, de reflexionar sobre su misión, de explicarla a los demás judíos… y eso conllevó la diversidad de interpretaciones.

Pero no todo fue unión y concordia en la reinterpretación de la figura y mensaje de Jesús. Los Hechos de los Apóstoles nos describen claramente en el capítulo 6 cómo pronto surgió una disensión fortísima en el grupo, nacida de una diversidad de explicación del legado del Maestro. El autor de los Hechos de los Apóstoles, que la tradición conoce como Lucas, afirma que el motivo de la disputa era puramente sociológico: había diferencias en el reparto de los subsidios económicos que la comunidad otorgaba a los más desamparados, entre ella las viudas. Y salía perdiendo el grupo de los judíos que habían venido de fuera de Israel, que hablaban griego entre sí —por lo que les llamaban los «helenistas» 14.

Pero probablemente la realidad era distinta a las meras razones sociológicas: los motivos de disensión eran ante todo teológicos. Si simplemente se analiza el discurso del «jefe» de los helenistas, Esteban (un nombre griego, que significa el «Coronado»), en el capítulo 7 de Hechos, se observará fácilmente que muestra críticas serias a ciertas creencias normales en el resto del grupo. Esteban sostenía que el Templo estaba corrupto, y que probablemente sería sustituido por otro nuevo, como había sostenido Jesús 15; que había que entender la Ley de Moisés de otra manera a la usual, pues en los momentos finales, antes de la definitiva venida de Jesús, los gentiles piadosos que había en Jerusalén y que no estaban circuncidados quizá pudieran salvarse sin tener que cumplir estrictamente las normas de pureza prescritas en esa norma mosaica, difíciles de aceptar por los paganos aun con buena voluntad.

Estas ideas, expresadas en público, fueron consideradas muy peligrosas, y los judíos se escandalizaron. En último término, la manifestación pública de este escándalo costó la vida a Esteban (Hch 7, 58), pues se desencadenó contra él y sus partidarios una terrible persecución. Pero el resto de la comunidad de judeocristianos fue dejada en paz…, ¡cosa extraña! Lo que debe leerse bajo el relato de esta persecución parcial compuesto por el autor de los Hechos (véase 8, 1) 16 es que la comunidad estaba ideológicamente dividida, y que fueron perseguidos por los judíos y expulsados de Jerusalén solo los disidentes teológicos, aquellos que criticaban la Ley y el Templo y se mostraban benévolos con los paganos y no los que defendían un judeocristianismo más o menos aceptable por la masa mayoritaria de los judíos 17.

Tenemos, por tanto, que ya en sus mismos inicios el grupo «cristiano» no era uniforme: había una tendencia, la de los «hebreos», más conservadora en su teología, más fácil de aceptar por los judíos no cristianos del entorno; y había otro grupo de teología más radical y novedosa, que fueron expulsados de la Ciudad Santa. Por el momento ganaban los «conservadores». Mas lo importante para nosotros es observar que desde el primer instante había divergencias serias en la interpretación de la importancia y trascendencia de la misión de Jesús.

En este cristianismo naciente se formaron también rápidamente tres grupos antagónicos, relacionados de algún modo con la división precedente, en torno a ulteriores precisiones del concepto crucial y urgente de la salvación de los paganos. No olvidemos que todos estaban convencidos de que Jesús volvería pronto: por tanto, el fin del mundo estaba muy cerca. Pero en el entretanto había ocurrido que, gracias a la dispersión provocada por la persecución sobre el grupo de Esteban, los huidos habían predicado a Jesús en Samaria y la vecina Siria… con éxito…, pues se habían convertido a la fe en Jesús algunos paganos.

Los tres grupos eran los siguientes:

1. Para los que eran judíos de pura cepa no había problema alguno respecto a la salvación de los paganos que habían creído en Jesús como Mesías: se salvarían si aceptaban hacerse judíos y cumplir todas las normas de comportamiento de la Ley judía de siempre. Así, de entre los judeocristianos que formaban una buena parte de la comunidad de Jerusalén había algunos que opinaban exactamente en esta línea: «Entonces algunos de los que venían de Judea enseñaban a los hermanos (paganos, recién convertidos a la fe en Jesús): “Si no os circuncidáis conforme a las normas de Moisés, no os podéis salvar”». «Algunos de la facción farisea, que se habían hecho creyentes, se levantaron para decir: “Hay que circuncidarlos y mandarles que observen la Ley de Moisés”» (Hch 15, 1-5).

2. Por suerte, otra parte de los creyentes de la comunidad judeocristiana de Jesús, liderada por Pedro, y, un poco más tarde, por Santiago, el hermano del Señor —si hemos de hacer caso a lo que nos dicen Hechos 15—, opinaba que esos gentiles podrían salvarse sin «hacerse plenamente judíos», es decir no tendrían que circuncidarse —si eran varones— ni tampoco cumplir toda la Ley. Sí tenían que observar, además del Decálogo, las normas que se llamaban «leyes de Noé», entre las que destacaba no ingerir carne inmolada a los ídolos, o con su sangre 18. Estas prescripciones eran obligatorias según la Ley para todos los gentiles que quisieran vivir en paz dentro de Israel como simpatizantes de la religión judía, y se suponía que su observancia operaba en ellos una especie de salvación… aunque de segundo grado, no tan completa como la del judío cabal, la reservada a los gentiles respetuosos con Israel.

3. Para los no judíos, sin embargo, para esos paganos que se iban agregando al grupo, la cosa no estaba tan clara. Y como ellos pensaban algunos de los «helenistas», dirigidos por los compañeros y amigos de Esteban, y más tarde por Pablo de Tarso, recién pasado a sus filas. Sostenían que, según el plan divino para los momentos finales del mundo, estos paganos convertidos no tenían por qué cumplir toda la engorrosa Ley de Moisés en materia de alimentos, de pureza y de culto. En el fondo se salvarían solo creyendo en Jesús con todas sus consecuencias, sin circuncidarse.

Como puede observarse, la disputa entre los tres grupos era evidentísima 19.

Para entender bien el fondo de la discusión es preciso tener en cuenta que muchos judíos piadosos del momento estaban convencidos de que si Dios instauraba, por fin, su Reino en Israel, algunos gentiles participarían de esa gloria, por decisión divina, como habían anunciado las Escrituras. Era verdad que el Reino de Dios futuro no tendría nada que ver con los paganos que no se convirtieran al Dios de Israel —léase los romanos, o los griegos, etc.—, pero los profetas habían predicho, sobre todo Isaías (56, 1-8) 20, que al final de los tiempos algunos gentiles sí habrían de participar de la venida del Mesías, que restauraría toda la gloria de Israel y inauguraría una nueva era de salvación 21.

Esto es lo que se llama «teología de la restauración» de Israel, que incluía la instauración del reino de Dios en Palestina —como la denominaban los romanos—, y el comienzo de una nueva era mesiánica en la que Israel entero se convertiría a Dios, cumpliría por completo su Ley, gozaría de paz y abundancia de bienes en esta tierra y, cuanto menos, del respeto del resto de las naciones, que aportarían grandes dones para el Templo. E incluía también que después de un cierto tiempo idílico en esta tierra (¿mil años?) vendría el fin definitivo de las cosas todas y se instauraría un nuevo paraíso, probablemente en otro mundo, o quizá en este, pero totalmente renovado.

Sobre este trasfondo teológico de esperanza mesiánica es como hay que interpretar la división de la comunidad primitiva que cuentan los Hechos en el capítulo 15 —¿cómo participarían de esta salvación los paganos que se habían convertido a la fe en Jesús como Mesías?—, comunidad que se dividía en tres grupos como hemos expuesto.

El mismo capítulo 15 de los Hechos y el 2 de la Carta a los Gálatas de Pablo nos cuentan —desde dos enfoques distintos y con muchas diferencias— cómo se buscó y se llegó a un acuerdo para salvar estas diferencias que escindían en dos a la comunidad. Según Hechos, lo que se hizo fue llegar — guiados por una iluminación del Espíritu Santo 22— a la segunda solución, intermedia, de las tres ya mencionadas. Las tres partes cedieron, aunque sobre todo los judeocristianos.

Estos últimos, que formaban dos grupos, renunciaron a que los paganos convertidos a Jesús tuvieran que cumplir entera la Ley de Moisés…, aunque luego se viera que muchos de estos judeocristianos solo aceptaron la solución de palabra, pues Pablo cuenta en sus cartas cómo lo perseguían por doquier en sus viajes misioneros instándolo a que aceptara la solución 1.

Y por parte de los «helenistas» —los que defendían una admisión más sencilla de paganos en la comunidad cristiana— se aceptó que era necesario que estos cumplieran además del Decálogo las normas que se llamaban «leyes de Noé» 23, como hemos dicho. Admitieron, pues, igualmente la solución 2. Luego se vio, sin embargo, que también aquí la aceptación fue solo momentánea, pues las Cartas a los Gálatas, a los Filipenses y a los Romanos muestran cómo la misión paulina 24 de hecho practicaba la solución 3, y era perseguida por ciertos judeocristianos recalcitrantes.

Así pues, como vemos, uno de los hechos claves para que surgieran enormes diferencias teológicas en torno al legado del Maestro fue la irrupción del problema de la salvación de los ex paganos que —en los tiempos finales del mundo, según se creía— se habían convertido a la fe en Jesús Mesías (= Jesucristo, utilizado más tarde como nombre propio). Tenemos aquí, sin más, tres visiones distintas del cristianismo naciente respecto a esta cuestión capital. Además, es perceptible que tal división se debía a que Jesús, respecto a la salvación de los gentiles, no había dicho o prescrito nada, ya que en el marco de su religión judía ni siquiera se habría planteado otra cosa que la solución 1. Pablo y los suyos reinterpretaban drásticamente la posición de Jesús.

Que la disputa en torno a esta cuestión fue terrible lo indica la Epístola a los Gálatas, donde Pablo se despacha a gusto contra los que llama «judaizantes», es decir, contra los que defienden la postura contraria a la suya (solución 3) 25, y sostienen que todo el mundo debe hacerse judío si quiere salvarse (solución 1). Tarde o temprano, dos de las tres concepciones antagónicas tenían que ser excluidas.

Necesidad de unidad entre los grupos cristianos.
El intento de Lucas y sus seguidores

Cuando el evangelista al que la tradición conoce como Lucas compone su doble obra, el tercer Evangelio y los Hechos, hacia el año 80 d. de C., es absolutamente consciente de que la Iglesia cristiana tiene graves divisiones internas. Como opina que eso no debe ser, intenta con su obra ofrecer y promover una imagen de unidad.

Para lograr este fin, acude a un método bastante sencillo: por un lado, resaltar ante sus lectores cómo los dirigentes de las facciones en disputa —Pedro/Santiago, por un lado; Pablo y sus colaboradores, por otro— tienen acciones pastorales casi iguales o semejantes. De este modo, Pedro aparece en el capítulo 10 de Hechos como el apóstol que inicia y defiende la misión a los gentiles con todas sus consecuencias de no cumplir totalmente la ley de Moisés (mientras que en realidad parece que los iniciadores de esta acción fueron los misioneros helenistas y luego sobre todo Pablo). Y, a la inversa, respecto a Pablo, Lucas hace aparecer a este como un defensor a capa y espada de la Ley de Moisés, y como un perfecto observante fariseo, que acude al Templo de Jerusalén para purificarse (Hch 23, 6) 26. Lucas se guarda también de mencionar explícitamente la existencia de las cartas de Pablo y la teología en ellas expresada, puesto que niegan la validez de la Ley mosaica como vía de salvación. De estos textos tan contrarios a su tesis de unidad solo hay pequeños reflejos en dos o tres ocasiones en su obra.

Por otro lado, el segundo modo para mostrar que existe unidad y concordia era hacer que los personajes que pertenecían en apariencia a facciones distintas pronunciaran discursos muy semejantes. Así, en los Hechos de los Apóstoles, Lucas presenta de nuevo a Pablo y a Pedro como perfectamente de acuerdo en todo (compare el lector el sermón de Pedro en el capítulo 15 de Hechos, vv. 7-11, y el de Pablo en Hch 13, 16-42). Igualmente, Lucas omite con todo propósito la agria discusión —y ruptura— entre Pedro y Pablo en Antioquía 27.

Probablemente no haya que tachar de absoluta mala fe a Lucas al intentar limar las diferencias existentes en realidad en el cristianismo primitivo. Pero lo cierto es que por encima de una realidad con aristas y divergencias pudieron más sus deseos de unidad. Por ello se esforzó Lucas en presenta una imagen idílica de concordia en la Iglesia primitiva no conforme a la realidad. Esta imagen se expresa, en líneas generales, por las tesis siguientes:

En primer lugar: La base de la unidad está en la vida y predicación de Jesús y en la actuación de los apóstoles tras su muerte:

•    Jesús reveló una doctrina pura, completa y perfecta a sus apóstoles durante su vida mortal y en los días entre su resurrección y ascensión (cuarenta días según los Hechos de los Apóstoles).

•    Los apóstoles salen a predicar al mundo entero y cada uno de ellos lo hace exponiendo una doctrina unitaria, sin fisuras y sin adulteraciones.

•    Solo más tarde el Demonio engañará a los cristianos y harán que abandonen la doctrina pura. La herejía es una desviación de la doctrina originaria.

En segundo: El desarrollo doctrinal de la Iglesia fue uniforme y dirigido por Dios del modo siguiente:

•    En el fondo no hay fricciones notables dentro de la masa de fieles del cristianismo primitivo.

•    El Espíritu Santo guía con gran éxito y en unidad toda la marcha de la Iglesia.

•    Pablo y Pedro, los principales dirigentes, no representan dos tendencias opuestas, sino que van hermanados en todo.

•    Los tres grupos de la Iglesia, herederos de hebraístas y helenistas, llegan sin problemas a un acuerdo en lo fundamental en el «Concilio de Jerusalén» y sus diferencias son más bien sociales.

•    La palabra de Dios se expande victoriosa desde la Ciudad Santa hasta los confines de la tierra y alcanza Roma la capital de la cristiandad, desde donde se extenderá por todo el mundo.

Eusebio de Cesarea, continuador de la perspectiva de Lucas

Esta imagen del desarrollo de la doctrina y de la Iglesia como grupo unido y concorde se irá fortaleciendo y precisando hasta alcanzar su mejor expresión en el conjunto del escrito principal de Eusebio de Cesarea, su Historia de la Iglesia. Esta obra fue compuesta a principios del siglo IV, pero los rasgos principales que de la unidad de la Iglesia pretende dar Eusebio están incoados ya, diríamos que casi perfilados, a finales del siglo I d. de C. Son los siguientes:

•    Jesús proclamó de una vez por todas la recta doctrina de la salvación y se la transmitió a sus sucesores los apóstoles. Estos la han expandido por todo el mundo y la han entregado a sus sucesores: ancianos/presbíteros y sobre todo a los obispos. Estos cargos, o jerarquía, de la Iglesia controlan el depósito de la doctrina, la recta interpretación de la Escritura (lo que hoy llamamos el Antiguo Testamento; más tarde este mismo con la añadidura del Nuevo Testamento), y la tradición que rodea a ambos (véase capítulo 6).

•    Por medio de la acción del Espíritu Santo, este «depósito» de la fe ha permanecido invariable y único, a pesar de pequeñas desviaciones. La doctrina única tiene su correspondencia en la Iglesia universal, también única y perfectamente unida. Las falsas doctrinas y los grupos que las sustentan son pocos; en verdad, una minoría, y se mantienen al margen de la Iglesia unida y única.

•    Las doctrinas falsas, más tarde denominadas «herejías», son el resultado de la degradación de una verdad primitiva por obra e influjo de Satanás. Los impulsores de estas herejías son siempre hombres moralmente perversos, deseosos de fáciles ganancias materiales. En todo caso, puede pensarse que el único lado positivo de la existencia de falsas doctrinas es servir de prueba a la santidad esencial de la Iglesia, que surge de ellas purificada y fortalecida.

•    La doctrina verdadera, como procedente de Jesús, es lo primigenio, lo primero cronológicamente. La falsa doctrina, la herejía o heterodoxia, es siempre un producto posterior, una deformación de una ortodoxia anterior en el tiempo.

•    La heterodoxia, o herejía, no solo va contra la Escritura y contra la Tradición, sino que es en sí misma incoherente. Por ello existe una verdad única, pero una multitud de herejías que se contradicen entre sí. A un solo Jesús/Cristo y a una sola Iglesia se contrapone la multitud abigarrada e incoherente de las herejías.

Naturalmente, esta imagen de la «falsa» doctrina como algo degradado, posterior en el tiempo y producto de un influjo demoníaco, es propia sobre todo del grupo de cristianos, ciertamente los mayoritarios, que más tarde resultarán los vencedores absolutos en la contienda por la primacía de la fe, como veremos.

Ahora bien, a partir de lo que hemos dicho hasta ahora sobre el desarrollo del judeocristianismo, esta imagen global de la relación entre verdadera doctrina y heterodoxia —tal como se desprende de las obras del evangelista Lucas y de Eusebio de Cesarea— no es exacta históricamente:

•    Sabemos ya que el cristianismo como tal es la teología cristiana, no es la teología de Jesús, y hemos visto que el cristianismo es reinterpretación de la figura y la misión de este. Por tanto, no es posible que Jesús transmitiera íntegramente la doctrina del cristianismo posterior.

•    Sabemos también que, para un tiempo poco posterior a la muerte de Jesús, los Hechos de los Apóstoles dan testimonio de la pluralidad de grupos dentro de los más inmediatos seguidores del Nazareno y los problemas teológicos que se derivaron de esta pluralidad 28.

•    Sabemos también que la imagen de una precedencia cronológica de la «ortodoxia» sobre la «heterodoxia» posterior es falsa. Es constatable históricamente por muy diversos estudios que los comienzos del cristianismo en las diversas regiones —Palestina, Siria, Egipto, Asia Menor, Roma 29— fueron teológicamente bastante diversos, aunque se mantuvieran rasgos comunes naturalmente. El esfuerzo por construir un consenso doctrinal fue lento y costoso, pues cada cristianismo se consideraba en principio como el recto y seguro heredero de las doctrinas de Jesús.

•    Sabemos también que esta pluralidad nada tiene que ver en principio con una perversión moral, sino que nace de una diversidad de reinterpretaciones de la figura y misión de Jesús, y de unos planteamientos nuevos al ser admitidos ex paganos entre los fieles de la nueva «secta» judía que era el cristianismo. La pluralidad de ideas teológicas, tal como es observable en el Nuevo Testamento mismo, no siempre fue sentida como contraria a la fe judeocristiana.

Teniendo en cuenta estas perspectivas, veamos ahora, a grandes rasgos, cómo se fueron perfilando las ideas nucleares cristianas y cómo al principio hubo también una notable variedad de opiniones teológicas distintas en torno a esas ideas centrales. Examinaremos en primer lugar los años en los cuales tuvo lugar la composición de las obras que más tarde habrían de integrar el Nuevo Testamento.

2 Véase Hans Dieter Betz, «Wellhausens’s Dictum ‘Jesus was not a Christian, but a Jew’ in Light of Present Scholarship», Studia Theologica 45 (1991) 83-110. Reimpreso en Antike und Christentum, Gesammelte Aufsätze IV, Mohr, Tubinga, 1998, 3 y ss. Betz argumenta que en la situación presente de la investigación este dicho tiene aún plena y absoluta validez.

3 Utilizo el resumen de Fernando Bermejo Rubio, en su espléndido artículo «Historiografía, exégesis e ideología. La ficción contemporánea de las “Tres búsquedas” del Jesús histórico», segunda parte, Revista Catalana de Teología, 31 (2006), pp. 54-64.

4 He utilizado también conceptos de mi obra Guía para entender el Nuevo Testamento, cap. IX: «El Jesús histórico. Sumario de una “vida” de Jesús según una lectura crítica de los Evangelios», pp. 173-224.

5 «Los escribas que habían venido de Jerusalén decían que Jesús tenía a Beelzebub, y que por el príncipe de los demonios expulsaba a los demonios.»

6 «Entonces levantándose el Sumo Sacerdote y todos los que estaban con el, esto es la secta de los saduceos…»

7 «Porque hemos hallado que este hombre, Pablo, es una plaga, promotor de sediciones… y cabecilla de la secta de los nazarenos.»

8 «Porque es preciso que haya entre vosotros disensiones (hairéseis) para que se hagan manifiestos entre vosotros los que están probados.»

9 «Son manifestaciones de la carne… la idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías…»

10 «Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán encubiertamente herejías destructoras…»

11 Véanse, por ejemplo, el siguiente texto de uno de los llamados Padres Apostólicos (traducción de Daniel Ruiz Bueno, B. A. C., Madrid, 1967, con diversas ediciones posteriores): Ignacio de Antioquía, Carta a los efesios, 6, 2: «Antes bien por lo que a vosotros toca, Onésimo me cuenta… que todos vivís conforme a la verdad, y que entre vosotros no anida herejía alguna».

12 Por tanto, hacia los siglos V/VI en adelante, aunque antes —sin duda— se conoce bien el concepto de «hereje» (hebreo min; plural minim, empleado sobre todo contra los cristianos). El Talmud es un amplio comentario judío en muchos volúmenes y en dos versiones —una hecha en Jerusalén; otra en Babilonia— a las sentencias de los primeros rabinos conocidos, en torno al cambio de era y hasta el siglo II/III d. de C., sobre la interpretación de la Ley de Moisés. Su lengua es el arameo, con secciones en hebreo. Se trata de discusiones legales o de historias edificantes de rabinos que incitan a la piedad.

13 «¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Mesías? Ese tal es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo» (1 Carta de Juan 2, 22).

14 Muchos de estos se habían asentado en Jerusalén en espera del fin inmediato del mundo, puesto que se decía que el Mesías aparecería en primer lugar en la Ciudad Santa y ellos deseaban estar allí.

15 Los testigos del proceso judío contra Jesús sostenían que este había dicho: «Nosotros le hemos oído decir: Yo destruiré este Templo hecho con manos humanas y al cabo de tres días construiré otro no hecho con manos humanas» (Mc 14, 58).

16 «Aquel día se desató una violenta persecución contra la comunidad que residía en Jerusalén; todos fueron dispersados por las comarcas de Judea y Samaría, excepto los apóstoles.»

17 Añadir simplemente a la fe judía que Jesús era el Mesías no suponía en absoluto para los judeocristianos romper con su fe tradicional. El problema se planteó cuando empezaron los primeros movimientos tendientes a divinizar de algún modo a Jesús.

18 Que tiene su principio en la prescripción de Gén 9, 4 («Solo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre») y en la alianza que Dios hace con la humanidad —no solo con los judíos— después del Diluvio (Gén 9, 9-17).

19 «Como Pablo y Bernabé mantuvieran una discusión y contienda no pequeña con estos (los que defendían que los paganos solo se salvarían haciéndose judíos), se dispuso que Pablo y Bernabé, y algunos otros de ellos (de los que defendían la teología «helenista», sucesora de las ideas de Esteban), subieran a Jerusalén, a los apóstoles y a los ancianos, para dirimir esta cuestión», Hch 15, 2.

20 El resumen de lo que dice el profeta —denominado Segundo Isaías— es: Dios reunirá a «los dispersos de Israel» y también a los extranjeros que lo acepten y observen el sábado y las otras normas de la Ley. También estos podrán ofrecer sacrificios en el Templo de Jerusalén «porque mi casa será llamada por todos los pueblos Casa de Oración».

21 Dijo Pedro en esta reunión de Jerusalén: «Dios, que lee los corazones, se ha declara a favor de ellos (de los gentiles que se convierten a la fe en Jesús en los últimos tiempos), dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No ha hecho distinción alguna entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones por la fe. ¿Por qué, entonces, provocáis a Dios ahora imponiendo a esos discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos tenido fuerzas para soportar? No, nosotros creemos que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, de la misma manera que ellos».

22 «Porque hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables», Hch 15, 27.

23 Véase nota 18.

24 Es muy posible que la solución 2 estuviera solo en la mente de unos pocos y que el autor de los Hechos la presente como una solución de compromiso de todos y que en realidad no fuera así. Pablo, en su Carta a los Gálatas, afirma expresamente que los de Jerusalén aprobaron la solución 3 (2, 1-10: «No circuncidé a Tito…, ni por un momento cedimos… nada me impusieron… solo me pidieron que nos acordásemos de los pobres…). Quizá Pablo exagere también, pues es extraño que los judeocristianos de Jerusalén aceptaran sin más la solución 3. Imposible llegar al fondo de lo que ocurrió realmente.

25 «Mirad lo que os digo yo, Pablo: si os dejáis circuncidar, el Mesías no os servirá ya de nada. Y a todo el que se circuncida le declaro de nuevo que está obligado a observar la Ley entera. Los que buscáis quedar justificados ante Dios por medio de la Ley, habéis roto con el Mesías, habéis caído en desgracia» (5, 2-4). «Ojalá se castren los que defienden lo contrario a lo que yo predico» (5, 12).

26 «Hermanos: yo soy fariseo e hijo de fariseos; se me juzga acerca de la esperanza de la resurrección de los muertos».

27 Véase Gál 2, 11-14.

28 A los dos grupos de Jerusalén más el de los helenistas hay que añadir el judeocristianismo galileo, no contemplado en los Hechos de los Apóstoles.

29 El más famoso es el de Walter Bauer, Rechtgläubigkei und Ketzerei im ältesten Christentum, de 1934, reimpreso en 1964 con un apéndice de Georg Sctrecker (colección BHTh. 10). Más accesible puede ser la versión inglesa, Orthodoxy and Heresy in earliest Christianity, Fortress, Filadelfia, 1971.