
Son las cuatro y diez de la mañana del viernes 19 de mayo de 1972 en Buenos Aires.
Tanguito no ha podido ni siquiera dormitar durante toda la noche, tal vez por la ansiedad. O por el miedo. Lo tiene decidido: va a escaparse de este infierno, como ya lo hizo alguna otra vez.
En el enorme pabellón del Servicio 13 del Hospital Borda no hay ningún movimiento desde hace algo más de una hora. La enfermera debe estar en la cocina con las hornallas prendidas por el frío, seguramente dormida. No hay golpes sordos en los pasillos como durante el día, los otros pacientes duermen el sueño pesado de los que no están bien de la cabeza o han sido dopados lo suficiente como para estar muertos durante diez horas.
Habría sido bueno irse con Alex, pero cómo avisarle.
JUANA IGLESIAS: -Al Borda se lo llevó la asistente social. Lo llevó porque yo preferí que lo tuvieran ahí antes de que estuviera entre las rejas. Entonces le dije: “Por qué no me ayuda. En vez de traerlo a cada rato… Es un enfermo, no es un delincuente. Por qué no me ayuda, así se puede recuperar”. Y se lo llevó ahí. Era un lugar horrible, yo lo vi. Ahí estaba.
A las cinco menos veinticinco, Tanguito toma la decisión. Sale despacio de la posición fetal en que ha estado desde la medianoche, y comienza a moverse en las sombras cuidándose de no hacer ruido. Tiene una lucidez sorprendente. No se maneja como el imbécil en que se ha transformado últimamente, después de tanto electroshock en la Unidad 20. Puede parecer extraño: avanza como un inútil que babea y no puede hilvanar más que monosílabos, y sin embargo sabe lo que hace.
Salir del pabellón no es nada fácil. La única manera es trepando el paredón del fondo. La primera vez se cae. Pero como tiene el absoluto convencimiento de los que ya no pueden perder nada más en la vida, la segunda lo consigue.
Se lastima un brazo pero no le duele. Ha caído pesadamente en el campito de al lado. Ahí se queda acurrucado unos diez minutos. Sabe que si lo descubren, lo va a pasar muy mal. Y no quiere seguir pasándolo mal. Está muerto de miedo.
JUANA IGLESIAS: -Cuando iba a visitarlo me decía: “Ay, mamita, mirá dónde me tienen”. Estaba muy consciente.
Arrastrándose entre los pastos húmedos por el rocío de este amanecer de otoño, Tanguito llega hasta el alto muro que da a la calle. Es imposible treparlo. Entonces sigue reptando hasta que, veinte metros más allá, descubre un tronco derrotado por el que puede subir. Es un perfecto puente al vacío.
No lo piensa. Sube. Cae en la vereda como una bolsa de papas.
Está en libertad. ¿Libertad?
JUANA IGLESIAS: -La última vez que lo vi estaba muy mal, querría no acordarme. Tenía los ojos vidriosos. Y me acariciaba, me abrazaba fuerte. Me apretaba como dándome una despedida.
Por la avenida Amancio Alcorta no hay automóviles ni colectivos dominando el tránsito como a otras horas del día. Solo algunos camiones rugen como pesados elefantes. Hay que tener mucho cuidado, hay que esperar que la luz roja del semáforo de la esquina detenga algún vehículo con el que pueda huir.
Una decena de metros más allá, un 59 semivacío frena para que un pasajero baje por la puerta trasera.
Tanguito corre el colectivo, se sube de un salto por la puerta de adelante y no se detiene frente al conductor para pedirle que lo lleve porque no tiene plata. Pasa de largo y se desploma en el penúltimo asiento de a dos, sobre el costado derecho. El chofer no protesta por la irrupción del intruso, piensa que es un loco más que se está escapando del Borda, y qué le va a cobrar.
Recién cuando la luz verde permite la marcha y el vehículo verde y rojo empieza a moverse pesadamente, Tanguito siente que puede respirar. Increíble, pudo hacerlo.
Su corazón está aceleradísimo, su piel transpira aunque hace frío.
Cuando el colectivo deja atrás la esquina del Hospital Rawson y avanza hacia Constitución, Tanguito se acomoda en el asiento, apoya la cabeza contra el vidrio y empieza a ver su propia película por la ventanilla. La radio dice que una bomba ha explotado en el Pentágono. Hoy es un nuevo aniversario del nacimiento de Ho Chi Minh. Un movimiento estudiantil clandestino se adjudica el atentado. Es otra protesta por la intervención norteamericana en Vietnam.
Tanguito no escucha. Está en otro mundo, mirando la nada, hasta que lentamente se queda dormido. Son las cinco y cinco.
JUANA IGLESIAS: -Justo la mañana que se escapó, era un viernes, me acuerdo, yo le había llevado un paquete con cosas que le gustaban. Yogur, queso mantecoso, pan, dulce de batata. Fui a eso de las diez, lo buscaron y no estaba. Yo lo iba a sacar, tenía la piecita preparada, lo veía mal y quería sacarlo. Recién nos habían puesto el teléfono y yo sabía que iba a venir acá, teniendo teléfono. Tenía su piecita lista, su cama hecha, todo. Y llegué con el paquete y me dijeron que en la cama no estaba. “Debe andar por ahí”, me dijeron, pero no lo encontraban.
El certificado de defunción extendido por el Registro Civil de Buenos Aires dice que José Alberto Iglesias, nacido el 16 de Septiembre de 1945 en San Martín, hijo de José Iglesias y Juana Correa, domiciliado en Bahía Blanca 527, Caseros, fue atropellado por un tren a las 10.50 del viernes 19 de mayo de 1972, en las vías del Ferrocarril San Martín, entre J.F. Seguí y Demaría.
La muerte fue causada por “sección traumática troncoabdominal y destrucciones viscerales con hemorragia externa”, según la certificación médica del Dr. Juan María Obarrio, corroborada por la testigo Nélida Rosa Coierta, domiciliada en E. Merlo 802, Caseros, “en virtud de haber visto el cadáver”.
Archivado en la Circunscripción Defunciones del Registro Civil, tomo 1ºW, número 66, de 1972, el documento recién fue extendido el 24 de mayo, es decir cinco días después de la muerte. Allí está apuntado el sexo masculino del fallecido, la nacionalidad argentina y el estado civil soltero. El apartado correspondiente a la profesión del occiso está en blanco.

MAURICIO BIRABENT (MORIS): -Lo recuerdo en una esquina, sentado en el cordón, rasgueando la guitarra a mucha velocidad, porque era muy rápido tocando la guitarra, y cantando sus canciones con la cabeza agachada. Era alguien que tenía mucha timidez, que por un lado quería triunfar en la música, y que por el otro hacía todo lo contrario como para nunca poder trabajar.
MIGUEL ÁNGEL PERALTA (MIGUEL ABUELO): -Era un tipo consciente de su extravío pero sentimental como un animal. Cuando cantaba, se te erizaba la piel.
ALBERTO RAÚL LERNOUD (PIPO): -Era un tipo atractivo, tenía una sonrisa encantadora, una mirada supernostálgica. Ojos grandes y negros.
MARCELA PASCUAL: -Siempre se reía, su manera de comunicarse era a través de la risa. Hablaba poco y entrecortado, pero expresaba todo lo que sentía. Y hacía mímicas.
JUANA IGLESIAS: -Conmigo hablaba. No mucho, pero algo sí. Y yo lo comprendía. Con una palabra suya, yo sabía si estaba bien o mal. En general se expresaba más con su manera de ser. Pero cuando se le daba por hablar, mamma mía, no paraba más. Cuando estaba contento, hablaba. Contento normalmente, no contento con algo…
LUIS ALBERTO RODRÍGUEZ (ROCKY): - Por supuesto que no era ningún héroe. ¿Viste que muchos que son héroes post mortem, y mientras vivieron no fueron héroes de nada, al contrario incluso? Bueno, Tango era un tipo querido por casi todo el mundo, más que nada por su inocencia. Era como un pibe, entendés. Tango era un tierno, no era ningún héroe. Era un chico grande. Con una calidez provinciana, por ahí mezclada con una picardía suburbana, de Caseros. Pero no estaba en la picardía, evidentemente estaba en otra, no sabía en cuál, como ninguno de nosotros sabía. Pero Tango sabía que la suya no era la picardía de barrio. Por ahí tenía otro sueño, algunos sueños que no eran de barrio.
GIULIANO CANTERINI (BILLY BOND): -Nada es gratis. Si la gente hizo de esa vida un mito, debe haber sido por algo. Yo creo que de Tanguito se hizo un mito porque de alguna forma lo mataron. O sea, si querés que tu enemigo no sea un héroe, no lo mates, dejalo vivo. Por eso los tipos se equivocaron cuando lo mataron al Che Guevara. Si solo lo hubieran metido en cana, hoy no sería el Che. Pero lo mataron e hicieron un dios. Por otro lado, creo que si Javier Martínez se hubiera muerto, hoy sería Gardel. O si me hubiera muerto yo, ¿qué?... habrían quedado fantasías.
MIGUEL ORLANDO IACOPETTI (BOCHI): -Fue un marginal fuera de tiempo. Yo no sé cómo no lo mataron antes. Porque era para que lo mataran. Enrostraba muchas cosas, era para ocultarlo. Si hubiera habido cien o doscientos tipos como él, esta habría sido terrible. Pero no había mucha gente como él. Tango sí llegó hasta el fondo de la cosa. Claro, como no tenía maldad, no se supo medir. Él daba, era eso. Los demás lo usaban. Los que podían sacarle algo, se lo sacaban. Lo utilizaron como símbolo.
MARCELA PASCUAL: -Tango siempre estaba en la suya. Y entonces había gente que se resguardaba de eso que era. Por ahí aparecía con un taxi después de haber dado mil vueltas, tocando timbres… (risas). O aparecía en el estudio de grabación en el momento en que no tenía que ir, pero por ahí quería grabar en ese momento, y se suponía que debía grabar. Entonces Álvarez lo quería mucho y todo, pero como no era un horario suyo lo echaba. Tango no tenía los parámetros cotidianos.
FÉLIX NEBBIA (LITTO): -Por cómo lo conocí en La Cueva, Tango era un poco divagante. Creo que intentaba escaparse de su casa, porque evidentemente se encontraba mejor afuera con sus amigos, tocando la guitarra y cantando. Hasta la época en que estuvimos en La Cueva, era una persona que veía siempre, y tocábamos juntos la guitarra y todo eso. Después comenzó una etapa de una caída terrible.
CARLOS GENISO (PIRIMPIMPÍN): -Cuando lo conocí, era un símbolo. Yo era un pibe de catorce años y el tipo tenía una magia especial. Después, más adelante, por otras circunstancias, curtimos otro tipo de cosas. Pero ahí, al principio, no existía la droga en plan de reviente, era una cuestión mucho más simbólica. Creo que fue en la plaza Lavalle donde lo conocí. Lo que recuerdo es que tenía una cuestión especial de atracción, una nube de magia a su alrededor. Después vinieron otros momentos y diferentes escenas. Pero en esa época era el más cool dentro del underground. Había monos que iban al centro a verlo, como hay gente que va a Luján a ver a la Virgen.
MARTA SERRANO: -Creo que se convirtió en un mito no porque murió, sino por lo que murió. Tanguito murió de persecución. Porque la sociedad ¿qué le dio? Le dijo: “No te fajés con drogas”. Y lo encerró y le dio con todo, hasta destruirlo. Incluso llegó a perseguir a quienes nos acercamos a él para tenderle una mano. Entonces creo que se hizo un mito por eso, porque todos los jóvenes se sienten representados en esta figura. Fijate, en un encuentro de miles y miles de personas cuando vino Juan Pablo II, donde estaban todos los colegios, un pibe contó medio fuerte que yo había sido amiga de Tanguito. Y los chicos que estaban ahí cerca y escucharon vinieron corriendo a saludarme, a preguntarme. Eso me sorprendió. Me hizo pensar que acá Tanguito es definitivamente el símbolo del joven perseguido. Porque a él nunca le tiraron un tiro, pero igual lo mataron.

BILLY BOND: -La diferencia entre los mitos, sin comparar nada especial, está en las obras. Porque si un mito tiene solo tres o cuatro obras… Yo soy un poco más realista, más objetivo. Para mí, Luis Alberto Spinetta es un mito vivo. Y Tanguito es un mito muerto. Con él hicieron una historia que me parece que no es tan grande. Es mi opinión boluda pero sincera. Creo que no lo mataron, yo lo conocí bien, lo suficiente como para decir que un día este tipo se enroscó en un viaje sin vuelta. Porque Tanguito tomaba cualquier cosa. Era un suicida en potencia, un tipo que se quería matar. Como Hendrix, que se quería matar. Ahora, la diferencia entre Tanguito y Hendrix es muy grande. Porque Tanguito tiene “La balsa” y nada más. Ya sé, es una canción que marcó un cambio de generación. Pero Luis Alberto Spinetta viene cambiando generaciones hace veinticinco años… Hablo de Luis porque me parece que es el que está más vivo con su obra desde aquel tiempo.
MIGUEL GRINBERG: -Y sí, se hizo un mito. Andá a saber por qué. Mirá, no hace mucho, cuando vino INXS, fui con mi hijo grande a River. Y estaba parado arriba, al lado de los choripanes, bastante aburrido porque a los INXS los escuchás dos temas y ya sabés todo, y vino un pibe bien de público de rock y me dijo: “Miguel, ¿vos sabés de verdad cómo murió Tanguito?”. Te estoy hablando de hace poco. O sea, la gente sabe que Tanguito existió. Y andá a saber por qué, las cosas se cuadraron para que fuera una leyenda. Bueno, Billy The Kid se volvió leyenda y en una de esas era un pajarón.
Son las cuatro y veinte de una madrugada de la primavera de 1966. Un auto azul avanza lentamente por Pueyrredón. No es nada raro. Enfrente, en el bar Oviedo, un grupo de taxistas habla de fútbol a los gritos. Un tango se oye a lo lejos desde una radio de parlante pinchado. Siete muchachos pasan de largo frente al bar y siguen rumbo a Once. Javier Martínez, Pipo Lernoud, Horacio Martínez, Miguel Abuelo, Moris, Charly Camino y Tanguito.
JAVIER MARTÍNEZ: -Era un personaje muy curioso. Un artista. Un enamorado de la música. Por ejemplo, todas las noches salíamos de La Cueva y nos íbamos caminando a La Perla de Once. Era automático. La Cueva cerraba a las cuatro de la mañana y nos íbamos a pie hasta La Perla. Entonces Tango venía con su guitarra con una funda de lona, una funda de lona finita. No se podía tocar la guitarra por la calle. Imaginate que si te llevaban preso 24 horas por tener el pelo largo, con más razón te podían llevar por tocar la guitarra. Entonces Tango llevaba la guitarra como si la tuviera colgada, la sostenía con el antebrazo contra el pecho, entendés, y tocaba muy bajito ¡con la funda puesta! … Y el acorde sonaba algo, por lo menos. Entonces las diecisiete o dieciocho cuadras desde Juncal hasta el Once se hacían muy cortas porque iba Tanguito cantando “Perro feroz”, o sus temas. Es muy difícil describir a una persona. Más a un amigo, porque prima lo subjetivo. Pero vos me pedís que te describa a Tango y yo te cuento una anécdota. Es un poco una manera de pintarlo.
PIPO LERNOUD: -Javier Martínez era transgresor por divertirse. Con los pelos hasta acá, o si no con el pelo corto y patillas muy largas pero cortadas en tramos. De eso era totalmente consciente, decía: “Hoy me dejo las patillas así, jajajá, me cago en todo”. En cambio Tango no, no era transgresor. Él soñaba que estaba en Liverpool o en San Francisco, vivía mucho en la película. No estaba vendiendo ninguna imagen, en todo caso se la compraba.
SILVIA BASULTO (SILVIA WASHINGTON): -Realmente su nivel de manejarse con la música era mágico. Tenía que ver con la atención de la gente que lo rodeaba y con la onda de libertad que se buscaba en ese momento, porque vivíamos perseguidos, cagados de hambre y de frío, y además insultados por la calle. Era andar con Tanguito y tener que bancar que te gritaran: “Puto, cortate el pelo”. No era fácil mantenerte en un estado creativo en medio de tanta adversidad.
JAVIER MARTÍNEZ: -Tanguito era… muy divertido. Nada intelectual, todo lo contrario a lo que por ahí podíamos ser Moris o yo. Era una tipo que no leía, no le interesaban los temas filosóficos. No filosofaba sobre Krishnamurti diecisiete horas en La Perla de Once, pero eso no quiere decir que no tuviera profundidad. Sí la tenía, porque tenía una gran sensibilidad de artista. Pero era un tipo que cultivaba un cierto aire bohemio extravagante que sabía que divertía a sus amigos. Y lo hacía a consciencia. Nosotros siempre encontrábamos un motivo para reírnos, pero no burlarnos, sino reírnos de una actitud que por ahí tomaba. Porque creaba situaciones graciosas. Era un clásico artista bohemio. Un tipo que estaba siempre atrás de una nueva canción, siempre buscando ir a algún lado a tocar. Estaba siempre como atento a vivir. Eso, a vivir. Es muy difícil describirlo porque la subjetividad lo hace bastante complicado.

ROCKY RODRÍGUEZ: -Recuerdo una imagen atemporal. Lo veo sonriendo cándidamente, con su guitarra casi arrastrada por el piso, saludando cuando llegaba a La Cueva. Porque hacía como una especie de entrada triunfal. Hacía su showcito. Tango era un artista. Soñaba con la fama, creo.
MIGUEL ABUELO: -En aquella época se usaba el pelo lacio. Largo y lacio. Tango lo tenía oscuro y ondulado. Entonces se ponía una media en la cabeza para achatárselo. Después dejó de sacarse la media para salir y así andaba por la calle.
PIPO LERNOUD: -Todas las frases que se ven por ahí, y que se le adjudican, como mínimo están mal escritas. Lo más seguro es que no son suyas. Porque Tango no era un tipo de hablar en síntesis. No era de frases matadoras como sí podía serlo Javier Martínez.
“A mí qué me importa que el hombre haya llegado a la Luna, si vivo todo el tiempo en las estrellas.”
(Frase adjudicada a Tanguito)
PIPO LERNOUD: -Algo así, por ejemplo, no. Por ahí no soy quien para decir que no, pero me parece que no. Más bien podría haber dicho: “No, la Luna para qué. Yo me quedo en las estrellas”. Algo medio confuso, no una frase matadora. Si vos leés sus canciones, están mal escritas.
ALEJANDRO PIEDRAS (ALEX, TANGO BIS): -Hablaba poco, y lo que tenía que decir, lo cantaba. Siempre decía: “La música es la palabra”.
HORACIO MARTÍNEZ: -Moris decía que Tango aprendió a tocar la viola de costado, porque cuando había alguien tocando, se ponía al lado, así, de costado, y le espiaba los tonos. Algunos aprendió.
BOCHI IACOPETTI:- Era bien morocho. Mestizo más bien, pero no mezcla de indio y blanco. Sino de negro mota y blanco. Daba eso. Era muy simpático. Tímido. Y bien marginal, no respetaba las cosas. Estaba en contra del sistema pero no lo sabía. Intelectualmente no lo entendía. Solo lo podías bucear cuando actuaba.
MIGUEL ABUELO: -En un tiempo se le dio por andar por la calle con una gorra de baño. Los tipos se paraban para mirarlo, pero a él no le importaba. Más bien le gustaba que lo mirasen, me parece. Y cuando empezó a usar una malla de baile, tipo calzas, en lugar de jeans… imaginate.
PIPO LERNOUD: -Tanguito estaba esperando el tren y se ponía a tocar la guitarra. Y por ahí la gente se juntaba, y él seguía. Se sentaba mirando para todos lados, moviendo las manos todo el tiempo, y empezaba a tocar bajito, tin ting, y podía pasarse una hora y media así, y por ahí después arrancaba. Pero no le cantaba a la gente que pasaba, a lo sumo le decía a alguien que tenía al lado: “Mirá, escuchá esto”. Siempre bajito. Y si le preguntaban algo, daba poca bola. No se ponía a explicar nada. Por ejemplo, si alguien le preguntaba: “¿Vos cantás, muchacho?”, él podía contestar: “Y sí, a veces”. Corto, pero no de antipático ni de tímido. Ese era el tono.
MORIS: -Era un guacho también. El tipo cantaba “Errol Flynn”, “El ciudadano”, “De nada sirve”, y cuando le preguntaban quién era el autor, decía: “Yo”.
PEDRO PUJÓ: -Era un tipo que en el fondo nadie conocía. Se había inventado un personaje y lo respetaba como tal. Nadie sabía de su vida, y él no hablada nada. Se lo pasaba alimentando su propio personaje.
SILVIA WASHINGTON: -La historia de Tango es mucho más que una sucesión de anécdotas. Porque era un tipo muy mágico. Entonces, lo más importante para transmitir no son las anécdotas de su vida, sino su viaje. Las anécdotas son a lo sumo síntomas, señales, pero su viaje es lo fuerte. Tango era así porque no podía ser de otra manera. Fijate que era un negrito de Caseros pero no era un negro. O sea, no era un lumpen arrabalero. Era un… marciano. Un ser de otro planeta, entendés. No tenía nada que ver con un negro ordinario. Era un tipo refinadísimo pero no en cuestiones formales de la sociedad, sino en su ser. Estaba socialmente fuera de lugar. Fijate que fue pareja de Marcela Pascual, recontra aristócrata, y de Graciela Dellepiane, también aristócrata. Y no creo que entre ellos hubiera muchas diferencias en cuanto a gustos. Otra cosa: Tango leía a Gurdjieff, a Baudelaire…
JORGE LÓPEZ (JORGITO EL LINDO): -Era un poeta, un tipo que escribía sobre su locura, sobre su experiencia de haber roto con todos los esquemas y de estar más allá de todo. Antes de drogarse ya era un loco. Cuando nadie era loco, Tango ya tenía ese vuelo. Y después no fue muy diferente, fue el mismo pero más volado. Para su época fue un fuera de serie, inclusive entre sus pares, los músicos de ese momento.
ALEX PIEDRAS: -Tango fue, claramente, una persona reventada por el sistema. Por el sistema carcelario, por el sistema hospitalario, por la sociedad. Hay un trasfondo social y político en esta historia. Y también algo místico. El asunto no es simple, no es que Tanguito era un delirante y nada más. Hay un montón de cosas más. Yo creo que lo de Tango fue directamente una inmolación.
JAVIER MARTÍNEZ: -Yo creo que la negatividad en la Argentina es tan grande, que tenemos que hacer una cura espiritual. Creo que hay una morbosidad y una necrofilia que no nos hacen nada bien. Y como Tanguito es el cuevero que murió y no puede estar acá, se ha creado un culto necrófilo tipo Gardel. No sé, a mí Gardel me parece muy bueno, pero lo que no me parece bueno es que Gardel haya pasado a ser Gardel en la Argentina después de que se murió. No sé si me explico. La otra vez vino una chica y me dijo que estaba enamorada de Tanguito y que quería saber cosas de él. A mí me impresionó muchísimo. Vino a un show mío y me encaró directamente. Yo le dije que no podía ser que estuviera enamorada de una persona que no pertenece a este mundo, que está en otra dimensión. Yo le dije, creo que vos estás impresionada por un mito y además estás un poco enferma de necrofilia. No podés estar enamorada de un muerto. Podés admirarlo, sí, pero no lo sigas buscando. Lo cuento para que se vea hasta donde puede llegar el culto, esa especie de pseudorreligión morbosa. Todo lo demás, la admiración y el reconocimiento, sí. Total, total.

MIGUEL GRINBERG: -En la conciencia de los sobrevivientes reconocidos como pioneros del rock argentino, intuyo que debe haber una deuda con Tanguito, porque creo que aquí, el diamante en bruto era él. Esto es rebatible, claro, o por lo menos no es demostrable. Y por otro lado, está la cuestión que tiene que ver con la mística nacional: el Nadie que se convierte en Alguien. Lo que sucede es que acá podés ser un criminal famoso o un drogadicto famoso, y la gente siempre simpatiza. Eso tiene que ver con el ser argentino. No importa si Monzón esto, o si Maradona aquello. Y Tanguito no amasó ni poder ni gloria ni dinero, se le conoce solo una docena de temas, grabó un solo disco que es una tristeza, a La Fábula fueron cuarenta personas y en el Festival Beat del Nacional lo sacaron a los empujones porque era insoportable. No era Presley ni era Sinatra, pero era transparente en su naturalidad.
HORACIO MARTÍNEZ: -En el barrio le pusieron Tanguito porque bailaba muy bien el rock’n’roll. Iba a los bailes de un club de Caseros, el Urquiza creo, y ahí los pibes lo cargaban: “Dale, bailate un tanguito”. De ahí le quedó.
MIGUEL ABUELO: -Siempre se cambiaba de nombre. Un tiempo se hizo llamar Tango el Protestón. Después se puso Donovan porque admiraba mucho a ese cantante que era como el Dylan inglés. Y también Donovan el Protestón. Con ese nombre cantó en los recitales de Grinberg en el Teatro de la Fábula. En un tiempo se había llamado Susano Valdez. Y también Drago. Era una zarpado… Cuando planeaba su futuro artístico, siempre decía que iba a formar un grupo que se llamaría Drago y sus Matafuegos.
BOCHI IACOPETTI: -Una vez, por el 64, calculo, le pregunté cómo se había llamado antes. Y me dijo: “Susano”. Me muero. Entonces después empecé a decirle Susano, para joderlo. Incluso cuando se hizo hippie yo le decía Susano cada vez que lo veía, y él se moría. Por entonces ya se había producido un cambio en él. Al principio había sido un tímido, un grasita. Bien orillero pero de buen carácter, nada agresivo. Después, ya como hippie, o cuando se creyó la de hippie, pasó a estar muy ido. Ya nunca más volvió a ser humilde. Según tengo entendido, tuvo un cambio no sé dónde, y tampoco sé qué le pasó. De golpe, empezó a ser otro. Lo deben haber fajado, le debe haber pasado algo muy feo. Tal vez sufrió violaciones que lo deben haber jodido mucho.
JUANA IGLESIAS: -Nosotros le decíamos José. Y de chico, como le gustaba bailar el tango, los chicos del barrio le pusieron Tanguito. De chico no tenía sobrenombre, yo le decía Josecito. “A mí no me llames José, llamame Donovan. Yo soy Donovan, soy un artista”, me decía. O Ramsés: “Decime Ramsés”. Cuando estaba con ganas de jorobar era terrible…
Caseros es una de las tantas localidades del Gran Buenos Aires que tienen una especial mezcla de barrio porteño y pueblo de provincia. Es la cabecera del partido de Tres de Febrero, cuyos límites son la Capital Federal al este, San Martín al norte, Morón y General Sarmiento al oeste y La Matanza al sur. Es la octava estación del Ferrocarril San Martín que sale de Retiro.
ALEX PIEDRAS: -Caseros está muy cambiado. Cuando vivía Tango, las calles eran de tierra, había zanjas, pasto en las cunetas.
ROCKY RODRÍGUEZ: -La suya era una típica familia de barrio obrero. Esto lo digo sin meterme en la parte psicológica para bucear por qué era como era. La verdad es que en aquella época no andaba mucho en ese tema, y entonces no tiene sentido poner ahora mis sensores a través del tiempo para ver qué entiendo de eso. Sería irme al carajo. De esa época recuerdo que el padre de Tango era un gallego total, gallego de una. Andaba con un triciclo, no me acuerdo qué vendía. Tenía un puesto en la feria, me parece. Y nos corría con el triciclo. Parecía una película de Richard Lester. El gallego nos corría y nosotros nos escondíamos. Porque el tema es que todo el mundo estaba esperando afuera, agazapado, esperando que el Gallego se fuera para copar la casa de Tanguito… Entonces la impaciencia nos mataba. Capaz que hacía tres días que andábamos por ahí, dando vueltas por todos lados, y no nos bancábamos más que el padre no se fuera. Estábamos cada vez más cerca, no queríamos esperar nada. Y ni bien se iba, pum, entrábamos, comíamos todo, nos tirábamos a dormir, tocábamos la guitarra. Todo eso tenía que hacerse a espaldas del Gallego. ¿Quiénes caíamos? Mucha gente, no siempre los mismos. Litto, Ciro, Actemín, Javier, Moris a veces. Y alguna mina, por ahí.
SANTIAGO UGARTE: -El viejo era muy duro. Siempre decía: “Ya están escuchando los Rompelistones”. Por los Rollings Stones.
ALEX PIEDRAS: -Yo era el único que podía caer en lo de Tango sin que estuviera él, y ser bien recibido por el Gallego. Incluso al viejo yo llegué a ayudarlo a preparar cositas para la feria. No sé de dónde me salía, porque yo no sabía hacer nada. Pero bueno, el Gallego tenía onda conmigo. Y la madre también, ella me hacía de comer esperando que llegara Tango. O por ahí me agarraba el bajón ahí y me quedaba durmiendo días enteros, y nadie me decía nada. Y Tango en mi casa, lo mismo. El lugar de Tango en el centro era mi casa. La baticueva le decíamos.

JUANA IGLESIAS: -Su papá José nació en Pontevedra, España. Era hijo natural de una mujer que poco después de tenerlo, se vino a América a trabajar. Al tiempo lo mandó a buscar. Así vino José, solo, con quince años. Yo nací en Gualeguaychú. Mi mamá bajó a Buenos Aires cuando yo era chica, entonces me quedé en el pueblo viviendo con una tía y estudiando corte y confección. Y en el 43 me vine, tenía diecisiete años.
ALEX PIEDRAS: -Yo llegué a conocer a la abuela de Tango. Vivía en el fondo, era negra. No sé si no era de Cabo Verde, de un lugar así. Tenía el pelo mota blanquito, era viejita. Por eso Tango tenía una cruza rara, medio africana por el lado de la madre y bien rubio por el lado del Gallego. Por eso tenía un color de piel indefinido, como amarillo clarito, y el pelo bien negro ondulado.
JUANA IGLESIAS: -En el 44 conocí a mi marido. Un año después nos casamos y lo tuvimos a José. Vivíamos en Mitre y México, Villa Alianza, Caseros. Después nos fuimos a Ulises y Sudamérica, Santos Lugares. Estábamos en esa casa cuando nació Carmen. José tenía cuatro años.

José Alberto empezó el primario en la Escuela Nº 10 que estaba a una cuadra de la barrera de Lourdes, en la vía del Ferrocarril Urquiza, justo en el límite de San Martín y Tres de Febrero. A tres cuadras de esa escuela está la iglesia de Lourdes, donde hizo la primera comunión. Como Juana trabajaba, llevaba a sus dos hijos en bicicleta, uno adelante, en el caño, y el otro atrás, en el portaequipaje. José a la escuela y Carmen a una guardería.
JUANA IGLESIAS: -Era bastante travieso, le gustaba mucho la vereda y andar con los chicos. Y como yo trabajaba, lo puse también a la tarde en la escuela para que no anduviera tanto en la calle. Entonces empezó a ir a La Merced, acá cerca, que era privada. Sí, iba a dos escuelas a la vez: a la mañana a la 10, y a la tarde a la Merced, al mismo grado. En aquel tiempo lo permitían. Ahora no sé. Yo lo traía en bicicleta.
El Instituto de La Mercedes es religioso y actualmente funciona como escuela primaria y secundaria, siempre al lado de la Iglesia de la Merced, en la calle Nuestra Señora de la Merced al 4600, entre avenida San Martín y David Magdalena, Caseros.

JUANA IGLESIAS: -Mi marido trabajó en un aserradero que estaba en Chacarita hasta que en el año 50 pasó a tener un puesto de mercería en la feria de Caseros. Casi nunca estaba en casa, a la mañana iba con el carrito a la feria, tenía un circuito que era Caseros, Santos Lugares y Saénz Peña. Y a la tarde siempre andaba comprando cosas. Entonces, para que los chicos no estuvieran en la calle, peleándose, yo prefería que estuvieran en la escuela. Eso le expliqué a la maestra de la tarde y entendió.
CARMEN IGLESIAS: -Mi relación con mi hermano era muy buena. Éramos distintos pero nos llevábamos bien. De chicos, nos defendíamos mucho de papá cuando hacíamos alguna travesura.
JUANA IGLESIAS: -Le gustaba hacer teatro de chico. Venían los chicos de los inquilinos del fondo de casa, que estaban solos porque los padres trabajaban. Y José les hacía teatro. Cantinflas, los cómicos gritando: “José, José, ¿hoy tenemos teatro?¿Qué cine vas a dar hoy?”. Y José se ponía contento, enseguida inventaba. “Vamos a tener a Cantinflas, ¿qué les parece?”. Los pibes se mataban de risa, sobre todo cuando José se bajaba los pantalones. Igual que Cantinflas. Todo eso lo veía en el cine. Le encantaba ir. Todos los sábados y domingos iba al cine. Infaltable. La pelota no le gustaba mucho, el teatro sí. Y el cine.
CARMEN IGLESIAS: -Yo tenía más carácter. Cuando se planteaba alguna discusión, mi hermano no me daba bolilla, me dejaba hablando sola.
JUANA IGLESIAS: -José empezó a escuchar música de chico. Le gustaba de alma. Escuchaba mucho la radio. Y los discos. Le gustaba el rock, siempre me decía. Y su papá, que era muy gallego, le decía: “A mí me gustaba lo melódico cuando era chico”. Y José le decía: “A mí me gusta el rock”.
CARMEN IGLESIAS: -La música siempre le gustó. Era chiquito cuando empezó a jugar a la música en el patio de casa. A mí también me gustaba, pero no lo tuve como meta. Ahora entiendo algunas cosas de José que antes no entendí y me siento identificada.
JUANA IGLESIAS: -El papá se iba temprano, a las cuatro de la mañana salía con el carrito para la feria. Y a veces íbamos todos a acompañarlo. José también. Me acuerdo de José chiquito, de cinco años, levantándose a las cuatro de la mañana… Todos a las feria. El trabajo era hasta las doce o doce y media. En casa me ayudaba mi madre, que vivía con nosotros. Mi suegra venía seguido.

En 1954, los Iglesias se mudaron a la casa de Bahía Blanca 527, casi Puán, en Caseros. Por esa razón, José a los nueve años pasó a la Escuela Nº 28, Ángel Pini, que queda en Puán 4851, a dos cuadras. Allí terminó la primaria en 1958.
En el boletín de calificaciones de sexto grado consta que promedió cinco puntos en lenguaje y seis en matemática, en el viejo sistema de puntajes con diez de máximo. Es decir que no fue precisamente un alumno destacado.
En el rubro conducta, tuvo “regular” en marzo, abril, junio, agosto, setiembre, octubre y noviembre, y “buena” solamente en mayo y julio. Los apuntes posiblemente más interesantes para saber qué clase de personalidad mostraba, aparecen en las observaciones de su maestra, Irma de Quiterno, incluidas en la contratapa del boletín.
En abril, se lee: “Espero mucho de ti. La conducta te desmejora”. En junio: “Puede ser mejor alumno”. En agosto: “Por su desatención no logra aplicarse”. En noviembre: “Tu maestra te aconseja seriedad en tus próximos estudios”.
A fines de noviembre de 1958 hizo los trámites para ingresar el año siguiente en la Escuela Industrial de San Martín. Pero nunca fue. En los archivos de ese colegio, que hoy funciona en Balcarce y Pueyrredón, de San Martín, está la solicitud de ingreso a primer año para el ciclo lectivo de 1959, pero no consta que se haya expedido la matriculación.

JUANA IGLESIAS: -“No, no me gusta, mamita”, me dijo. Y se fue al Botánico. Con un amigo que vivía acá a la vuelta se puso a estudiar para ingeniero agrónomo ahí. Este chico amigo, que se llamaba Quique, después se recibió, se compró una casita, se casó.
El 17 de marzo de 1960, a los catorce años, José presentó la solicitud de ingreso a la Escuela Municipal de Jardinería Cristóbal María Hicken, que funciona en el Jardín Botánico, con entrada en el 4078 de la avenida Las Heras, y que en esos años entregaba el título de jardinero. Cinco días después asistió por primera vez a clase. No duró mucho: según consta en los registros del instituto, abandonó el 30 de mayo, es decir, apenas dos meses después.
JUANA IGLESIAS: -Dejó enseguida, el estudio no era para él. A mí me desengañó el profesor, me llamó un día y me dijo: “Mire señora, a este chico mándelo al canto, a la música, porque no es para estudiar. Yo le doy clases y cuando me acerco me doy cuenta de que no está escribiendo lo que dicto, sino que está haciendo canciones. Todos los días. Señora, tómese en serio lo que le gusta al chico”. Y yo decía: “Pero dígame, ¿qué va a hacer con el canto…? ¿Qué porvenir puede tener con eso?”. En ese tiempo todas las madres creíamos que el arma de trabajo de un hijo era un título, una carrera o un oficio. Y bueno, ahí tomé conciencia de cómo era el asunto y lo dejé abandonar.
El 31 de julio de ese mismo año le fue aceptada la renuncia en la Escuela de Jardinería. Nunca más volvió a clase.
JUANA IGLESIAS: -Cuando dejó la escuela empezó a vender cosas por su cuenta. Como los turcos… Vendía cosas por la calle, puso algunas cosas que tenía en un valija y salía. Pero qué a vender, salía a tomar mate por el barrio. El papá quería que estudiara y si no, que trabajara. La música nunca le fue. Y yo… qué podía hacer. Hasta que el día que estaba cumpliendo dieciséis años se presentó acá un señor en un coche, un tal Santagada, que era el representante de Los Dukes. Vino a buscarlo para que fuera a dar un ensayo a Radio Rivadavia. Fue lo primero que hizo. Él nunca me había comentado lo del conjunto, yo lo veía que siempre andaba con el Clarín abajo del brazo, buscando trabajo. Y cuando le salió esa sorpresa, lo de Los Dukes, largó la valija al diablo.

NOTA AL LECTOR: La huída de Tanguito del Servicio 13 del Hospital Borda fue reconstruida por el
autor en base a los testimonios de Jorge López (Jorgito El Lindo), Alejandro Piedras (Tango Bis) y Jorge Zubeldía (Jorgelina), quienes compartieron encierro e internaciones en ese lugar con José Alberto Iglesias, y varias veces se escaparon saltando el mismo paredón que da a la avenida Amancio Alcorta.

