Historia I
Osito color canela y los duendes mágicos
Allí, en la montaña Rocosa, rodeada de grandes pinos y abedules, vivía en una casita de madera hermosa el guardabosques del Reino del Norte con su hijo, al que todos sus amigos llamaban cariñosamente Dudu. En la habitación del pequeño, cada anochecer, antes de dormir, ocurría algo mágico. Su peluche, al que nombraba Osopoposo, cobraba vida para contarle historias llenas de enseñanzas que le ayudaban a afrontar sus dudas o inseguridades. Como ya era habitual a la hora de dormir, Dudu se encontraba sentado en su cama, vestido con su pijama de estrellas más pensativo de lo normal. Cuando, sin esperarlo, su osito de peluche Osopoposo le sorprendió:
—¡Dudu! ¡Dudu! ¿En qué piensas? —dijo Osopoposo con voz de gigante pretendiendo llamar su atención.
—Osopoposo, ayer papá intentó enseñarme unos ejercicios de recuperación y supervivencia, por lo de mi pierna lesionada, eran muy difíciles para mí y, aunque lo intenté, no los pude superar —explicó Dudu un poco triste.
—Pero pequeño Dudu, no es motivo para que te pongas triste. Estoy seguro de que, si practicas cada día los ejercicios, muy pronto serás capaz de realizarlos —comentó Osopoposo reflejando ternura en sus pequeños ojos abotonados.
—Es que mis piernas son pequeñas y débiles, no creo que lo pueda lograr. Me pone muy triste decepcionar a papá, seguro que ya no me va a querer igual —mencionó Dudu sollozando.
—¡Vaya! Me recuerdas a Osito color canela —pronunció Osopoposo provocando en Dudu la curiosidad que deseaba.
—¿Osito color canela? —preguntó con interés Dudu.
—No sé si te lo debo contar —respondió Osopoposo con algo de indiferencia.
—Me gustaría saber más. —Dudu suplicaba con ojos achinados deseando convencerle.
—Muy bien, ya que insistes, te lo contaré. Esta fantástica historia es sobre unos duendes y un amigo, al que todos llaman:

En el Reino de Todos, Osito color canela se encontraba jugando dentro del bosque Dorado, cuando, por descuido, tropezó con una gran piedra que cayó encima de una de sus patitas, lo que le provocó una gran lesión. Desde ese día, Osito color canela, apoyado en una muleta, caminaba con tres de sus cuatro patitas y, aunque mamá Osa se esforzaba, no lograba que Osito color canela recuperara la confianza en sí mismo. Aun así, mamá Osa no se daba por vencida y le siguió enseñando a Osito color canela todos los secretos del bosque. Lo que debía hacer para sobrevivir en situaciones difíciles y encontrar el camino a casa si algún día fuera necesario. Osito color canela sentía que con su mamá Osa podía afrontarlo todo, pero sin ella y sin su muleta de apoyo ni siquiera tendría el valor de salir de casa.
Un día, mamá Osa tuvo que ir a la Comarca para entregar unos encargos, cuando Osito color canela, de repente, escuchó gritos de auxilio:
—¡Socorrooo! ¡Socorro!
Osito, desconcertado, trataba de distinguir de dónde provenían aquellos chillidos. Para localizarlos, centró sus sentidos como le había enseñado mamá Osa, pero en su rostro se reflejó la desilusión al darse cuenta de que él solo con su muleta no podría ayudar. Entre tanto, los gritos continuaban:
—¡Socorro! ¡Socorro! ¡Ayuda, por favor!
Fue al escucharlos una vez más cuando Osito color canela pensó que debía, al menos, intentar echar una mano. Se preparó bien y se dispuso a salir de casa, que se encontraba en el interior de un inmenso árbol en la explanada de una montaña. Osito color canela cerró los ojos, silenció su respiración y afinó sus sentidos para diferenciar mejor los sonidos del bosque. Se percató de que aquellas voces provenían de un desfiladero que se encontraba cerca de casa y hacia allí se dirigió. Al llegar con la ayuda de su pequeña muleta, se acercó al borde del barranco y clamó:
—¿Dónde estáis? ¡No os veo!
Por descuido, cayó por el barranco al romperse la barrera de madera que colindaba con este y perdió su muleta en la caída. Allí estaba tendido Osito color canela. No se podía saber si se encontraba inconsciente o si le había sucedido algo peor. La realidad es que estaba inmóvil, cuando unos pasos extraños se aproximaron a hacia él. Un inconveniente que podría empeorar su situación, ya que en el bosque habitaban animales peligrosos como el malévolo tigre Tukan al que todos temían. Sin previo aviso, alguien apartó las ramas que estaban sobre Osito, observándolo allí inmóvil, pero, sobre todo, indefenso.
—¿Esto es lo que ha venido en nuestra ayuda? —soltó una voz con cierto asombro y desagrado fingido y continuó—: ¡Ahora sí estamos perdidos! —Hacía el amago de llorar, pero sin soltar ni una sola lágrima.
—Basta de fingir que lloras, recuerda que estamos aquí perdidos por tu culpa, veamos qué tal está —se escuchó otra voz.
—Ya, lo que digas, pero con este osito poco podremos lograr, así que sigamos nuestro camino —propuso mientras intentaba escabullirse.
—¿Qué haces? ¿A dónde vas? ¡Debemos ayudarle! —objetó el que le acompañaba.
—No creo que sirva de mucho, además, ni siquiera sabemos si está vivo, no pienso que sea prudente aproximarnos mucho a su hocico, aunque es pequeño, no deja de ser un oso —refunfuñaba el más flacucho de los dos.
El otro se acercaba para ver si respiraba. Sin esperarlo, Osito color canela hizo un pequeño gesto de dolor y no dudaron ni un segundo para desaparecer entre los arbustos, seguido por los gritos del más flacucho:
—¡Socorrooo! ¡Socorrooo! ¡Nos come un oso hambriento!
—Calla, prosigue allí tendido, serás exagerado.
Ambos se volvieron hacia el supuesto temeroso oso de no más de un metro de altura.
Osito color canela despertaba y no creía que fuera cierto lo que lejanamente oía, pero menos lo que sus ojos al abrirse observaron… Dos ardillas aún pequeñas que sin parar hablaban, una de ellas con sombrero puntiagudo, flaca y de dientes largos, la otra con unas gafas grandes, coloridas como el arcoíris y cierto aire de intelectual. Aquellas ardillas empezaron a sentir sentimientos encontrados cuando advirtieron que Osito despertaba, de alivio y de miedo a su vez, al no saber si los ayudaría o los devoraría.
—¡Huy! ¿Qué me ha ocurrido? Me duele todo —se decía a sí mismo Osito color canela, luego les preguntó a los que se creían ocultos detrás de unas ramitas—: ¿Quiénes sois vosotros?
Las ardillas continuaban inmóviles detrás de los arbustos:
—¡Venga! ¡Os veo! Solo pretendía ayudar y, por mi descuido, estoy aquí tendido. Necesito vuestra ayuda —declaró Osito color canela al tiempo que intentaba sentarse.
—¿Nos harás daño? —dudó la ardilla de las gafas de colores.
—Por supuesto que no —afirmó Osito.
—¡No le creas! Debe de ser una trampa —murmuraba la ardilla más delgaducha.
Pero la de gafas de colores siguió caminando sin hacerle caso a la de los dientes largos. Se aproximó a Osito, le miró bien y le mencionó a su compañero:
—¡Ven, vamos a ayudarlo, que este osito lo menos que nos va a hacer es daño!

Entonces la ardillita delgaducha y de dientes largos fue arrimándose con rápidos y largos saltos. Entre los dos, colaboraron para que Osito se sentara. Él, muy curioso, se interesó:
—¿Ustedes quiénes son? ¿Cómo se llaman?
—¡Yo me llamo Doroteo dientes largos! Como bien puedes ver, más hermoso no pueden ser —se presentó mostrando sus brillantes dientes.
—Y yo, Nana Gafota y, aunque lo parezca, no soy nada estirada. —Se refería a su forma de vestir.
—Mi nombre es Osito color canela, encantado de conocerlos… ¿Erais vosotros los que pedían ayuda?
—Sí, éramos nosotros —contestaron al mismo tiempo.
—Aunque mi hermanito Doroteo siempre tiende a exagerar, estamos muy asustados —advirtió Nana.
—¿Cómo terminaron perdidos en el bosque? —consultó el pequeño osito.
Nana decidió contar lo que les sucedió:
—Doroteo y yo estábamos en el bosque de excursión con el grupo de nuestra aula y, sin poder contenerse mi hermanito, fue a por un piñón que había en un pino, yo, al ver que se alejaba del grupo, fui detrás de él. Para cuando pretendíamos volver, ya nos habíamos perdido.
—Luego caminamos y caminamos en diferentes direcciones, intentando encontrar a nuestro grupo, pero fue en vano, no sabíamos cómo regresar —añadió Doroteo casi a punto de llorar, pero, eso sí, abrazado al piñón culpable de toda su desgracia.
—¡Vaya! Lo siento. Aunque mi intención es ayudar, no sé cómo. He perdido mi muleta y sin ella no sé si voy a ser capaz de caminar —se lamentó Osito color canela.
—Te ayudaremos a moverte, aquí no parece que estemos muy seguros —propuso Nana.
Apenas con ayuda podía caminar Osito color canela, aun así, previniendo que se hacía de noche, no dudaron en seguir adelante. Lo más difícil fue decidir qué camino tomar.
—¿Qué vamos a hacer? —cuestionó Nana Gafota a Osito.
—La verdad, no sé qué hacer, Nana. Podríamos ir en dirección al pueblo. Creo saber cómo llegar.
—¿Hay que atravesar el bosque? ¿No será más fácil dar la vuelta al desfiladero y volver a tu casa? —opinó Doroteo dientes largos.
—Es más difícil, Doroteo, tendríamos que dar la vuelta a esta montaña y el camino sería más largo —observó Osito color canela preocupado.
—Vale, no lo dudemos más y pongámonos en marcha.
Nana intentaba dar seguridad a Osito color canela, y así fue como se adentraron en el bosque… Un bosque lleno de misterios y peligros.
Cuando aún no habían avanzado lo suficiente para estar protegidos, les alcanzó la noche, haciéndose los caminos más oscuros e inciertos.
—¡Me he quedado ciego! ¡No veo nada! ¡Pobre de mí! ¡No volveré a ver mi precioso piñón! ¡Nanaaa! ¿Dónde estás? —bramaba Doroteo dientes largos.
—Solo tienes que abrir los ojos, no grites tanto, atraerás a los animales feroces del bosque —pidió Nana a su hermano.
—Quizá sepa hacer fuego, mi mamá me enseñó. Solo necesito dos trozos de madera secas —comentó Osito color canela—. Primero, cogemos este trozo de madera de higuera que es una madera blanda, lo abrimos por la mitad y le hacemos un agujerito en el centro…
Tanto Osito color canela como Nana miraron los dientes largos del intrépido Doroteo para realizar dicha tarea. Dientes que sin éxito escondió, al instante de comprender la intención de quienes lo observaban.
—Sobre este agujero en el centro que he hecho con una de mis garras apoyaremos este otro trozo de madera de álamo que es más dura y, antes de hacerla girar con rapidez, situaremos esta yesca debajo de la ranura. Empezará a arder en cuanto roce con el polvo desprendido de la madera blanda, se convertirá en un tipo de brasa y arderá —aclaró con seguridad Osito color canela.
—¡Hala! ¡No tenía ni idea! —aseguró Nana sorprendida.

Se turnaban entre los tres. Cuando fue el turno de Doroteo, después de haber pasado un minuto frotando sin ocurrir nada, se impacientó y protestó:
—¡Mis manos son las que están a punto de coger fuego de tanto frotar!
—No te quejes más, Doroteo, sigamos intentándolo.
Mientras Nana decía esto, cuando menos lo esperaban, salió un pequeño humo de la ranura que se convirtió en fuego. Se pusieron todos muy contentos, como si hubieran sido los primeros en descubrirlo. Sin perder tiempo, colocaron ramitas encima para que cogiera fuerza, reflejándose en sus rostros llenos de gotas de sudor por el esfuerzo una sonrisa de felicidad.
—Considero que estaremos seguros por el momento, nos alojaremos aquí hasta el amanecer y luego continuaremos —planteó Osito color canela con total satisfacción.
Pero la felicidad les duró muy poco. Tuvieron que salir de prisa cuando se puso a llover sin darles tiempo a proteger el fuego que con tanto esfuerzo habían encendido.
—No puedo creerlo, tanto sacrificio para nada —se lamentaba Doroteo con un trocito de madera quemada en la mano.
—Lo mejor será que nos resguardemos aquí, bajo esa roca, y ponemos unas ramas sobre este agujero que hay delante para que nos proteja de cualquier peligro —expuso Osito color canela, que caminaba con la ayuda de una rama que le sirvió de bastón improvisado.
Sin perder tiempo, taparon el agujero y se ocultaron tras un pequeño arbusto que se hallaba justo a la entrada de aquella roca que les resguardaría de la lluvia. La noche transcurría incierta y por mucho que lo simularan, el miedo les impedía dormir. No pasó mucho tiempo cuando escucharon un ruido entre los árboles que se aproximaba en dirección a donde se encontraban. Pero mayor fue el temor cuando vieron entre los arbustos que era el tigre Tukan quien los acechaba.
—Por aquí he escuchado mucho ruido. ¿Será la cena de esta noche? —rugía el tigre Tukan a la par que rastreaba pistas—. Vaya festín me voy a dar. —Reía con malicia.
—¿Has escuchado lo que decía? ¡Nos va a cenar, Nana! ¡Vaya desgracia la mía! —gimió Doroteo abrazado a su hermana asustado.
—¡Calla, nos va a descubrir si continúas hablando, Doroteo! —le susurró Nana.
El tigre Tukan se aproximaba más y más a donde se escondían, cuando, de repente, aquel tigre feroz se detuvo y retrocedió justo antes de descubrirlos; su olfato le traicionaba, pensaba que se había equivocado:
—Este olor tan fétido y desagradable no lo puedo soportar, quizás me haya confundido. No me apetece comerme una mofeta, aunque estuviera muy hambriento… Me vuelvo.
—¿Qué huele tan mal? —se preguntó Osito color canela que, junto a Nana, intentaban no respirar el mal olor.
—No lo sé, Osito —murmuró Nana tapándose la nariz.
—¡Lo siento! He sido yo, tengo gases —confesó Doroteo dientes largos.
—¡Doroteo! El tigre Tukan no se equivocó al creer que eres una mofeta —señaló Osito color canela intentando recuperar la respiración.
—¡Chicos! Deberíamos aprovechar que el tigre Tukan se ha alejado y salir de aquí. ¡Huyamos! —animó Nana.
Los tres se pusieron en marcha lo más pronto que les fue posible, alejándose del peligro que los acechaba, sin percatarse que con las prisas se perdieron. Exhaustos, llegaron a la cima de una colina, tendidos en silencio, quedaron mirando las estrellas que relucían resplandecientes al quedar el cielo despejado después de la lluvia. Osito color canela estaba muy triste, de sus ojos caía una pequeña lágrima, extrañaba a su mamá, sentía que la había defraudado. Contemplaba las estrellas con atención, cuando recordó una de las tantas enseñanzas de mamá Osa:
—¡Esperad, creo que sé cómo podemos volver a casa!
—¡Cuéntanos, por favor! —apremió Doroteo entusiasmado.
—Cuando era más pequeño, mi mamá me contaba historias sobre nuestros antepasados, del amor que todas las mamás y papás sienten por sus hijos y de los sacrificios que están dispuestos a hacer por ellos —mencionó Osito con un tono de nostalgia—. Una vez me contó lo que sucedió en el Reino de los Osos del Norte, donde el sol se oculta durante seis meses. Una historia sobre la mamá Osa y su hija, las que terminaron separadas muchos kilómetros tras la rotura de un gran bloque de hielo. Tanto fue la tristeza de su pequeña osita que pidió al gran mago del cielo subir a las estrellas y, desde allí, mostrarle a su mamá el camino de regreso a casa. El gran mago del cielo acertó, pero a cambio le explicó que no podría retornar jamás al Reino de los Osos del Norte, aunque mamá osa encontrara cómo volver. Aun así, la osita menor decidió seguir adelante, ya que no deseaba nada más en el mundo que salvar a su mamá. El gran mago la elevó al cielo a modo de constelación formada por siete estrellas, siendo la más brillante la que estaba en la punta de su cola. Estrella que sirvió de guía a mamá osa para regresar a casa, al ver la imagen de su hija en la hermosa constelación. Fue cuando llegó la mamá al Reino de los Osos del Norte. Allí, conoció la historia de su hija y decidió pedirle al gran mago del cielo que la llevase junto a ella. Tan triste se encontraba que el mago la condujo, transformada en otra constelación, cerca de su hija. Desde entonces, la Osa Mayor y la Osa Menor sirven de guía en las noches a todos los que se extravían o lo necesitan…
—Muy conmovedor. Pero ¿cómo nos va a ayudar esta historia? —gritó desesperado Doroteo.

—Mi mamá me mostró dónde están la Osa Mayor y la Osa Menor en el firmamento y, en más de una ocasión, me explicó cómo me debía guiar de noche si me perdía. Miren con atención, la Osa Menor es aquella constelación que parece una cometa con cola. Tanto la Osa Menor como la Osa Mayor son muy parecidas y, como podrás ver, se encuentran muy cerca. Al final de la cola en la Osa Menor, se encuentra la Estrella Polar, es la que más brilla. Entonces, si te quedas mirando la Estrella Polar, te encontrarás de cara al norte, con el sol a tu espalda, el este a tu derecha y el oeste a tu izquierda. Por lo que llegamos a la conclusión lógica de que, si observamos en dirección a la Estrella Polar, nos enfocamos en dirección norte y entonces estamos orientados —explicó satisfecho Osito.
—¡Qué bien! ¿Cuál es entonces la dirección que debemos seguir? —quiso saber muy interesada Nana.
—El poblado donde vivís se encuentra al este, tenemos que tomar este camino, las estrellas nos guiarán, como una vez la Osa Menor guio a su mamá.
Osito color canela nunca se sintió tan seguro. Sin pensarlo, se puso en pie y la rama que hasta ese entonces le sirvió de apoyo la arrojó con firmeza. En dos patas y sin temor, se dispuso a caminar en dirección a donde las estrellas le indicaban. Sus nuevos amigos lo seguían admirados por su firmeza.
Avanzaron más de lo que ellos mismos imaginaban. Amanecía y, en su esfuerzo por llegar al poblado, no habían notado cuán poco les faltaba. De golpe, escucharon no muy lejos, detrás de ellos, un rugido que les congeló el corazón de miedo. Era el tigre Tukan que los perseguía muy de cerca.
—Huyamos, Doroteo y Nana, el tigre Tukan ha dado con nosotros. —Para cuando Osito color canela avisaba a sus amigos, Doroteo ya había echado a correr más rápido de lo habitual—. ¡Cojamos por aquí, Doroteo, Nana! ¡Venga, seguidme!
Osito color canela se desplazó con dificulta con sus amigos por un camino estrecho, entre árboles cada vez más gruesos y altos, alcanzaron directos el cerro del bosque Infinito.
—¡Ahora qué hacemos! ¡Para poder continuar, tendríamos que escalar esta pared de piedras y ramas! —se desesperó Doroteo.
—¡Es cierto! ¡Nosotros seremos incapaces de escalar, Osito! ¡No tenemos experiencia! —se quejaba Nana.
—¡Yo les indicaré! —sostuvo Osito con firmeza—. ¡Ustedes sigan mis pasos! Escalaremos la montaña.
Osito color canela intentaba llevar a cabo las enseñanzas de mamá Osa, pero el miedo a fracasar por su patita lesionada le impedía confiar en él.
Se les acababa el tiempo, sin pensarlo, Osito empezó la escalada. La dificultad, mientras ascendían, era cada vez mayor. El tigre Tukan ya se hallaba a pocos metros de ellos y, al ver cómo pretendían escapar, también se dispuso a trepar.

Todo se hacía más complicado, Osito color canela casi resbala al desprenderse una de las rocas donde se sujetaba. Pero tanta fue la suerte, que aquella roca cayó directa en la cabeza del tigre Tukan, arrastrándole al fondo del desfiladero. Sin creérselo y tras un gran esfuerzo, Nana y Doroteo, con la ayuda de Osito color canela, llegaron a la cima. Osito salvó a sus amigos del tigre Tukan, que se le hizo imposible subir detrás de ellos. Gracias a Doroteo y Nana, Osito color canela, tras recuperar el aliento, logró ponerse en pie, visualizando para su sorpresa desde la cima de aquella montaña la Comarca.
Los tres saltaban y se abrazaban satisfechos, no solo habían encontrado el pueblo y vencido al tigre Tukan, además, Osito color canela había recuperado la confianza y seguridad en su patita lesionada. Se encaminaron en dirección a su salvación y su alegría fue mayor al escuchar a varios habitantes de la Comarca que daban voces intentando dar con él. Osito color canela animaba a sus amigos a seguirle, cuando, sin esperarlo, Doroteo y Nana se detuvieron.
—¿Por qué se paran? —dudó Osito.
—Queremos confesarte algo —dijo Nana.
—¿Qué ocurre? —insistió Osito.
—Doroteo y yo somos en realidad duendes mágicos —reveló Nana.
—¿Duendes mágicos? —Se maravilló Osito.
—Sí, Osito, mi hermana Nana y yo somos duendes mágicos con el poder de transformarnos en ardillas, hablar con los animales y hasta con algunos objetos —reafirmó Doroteo dientes largos.
—También podemos lanzar algunos hechizos, pero nuestro padre, el gran duende del bosque Infinito, nos ha castigado anulando nuestros poderes hasta que dejemos de hacer travesuras —expuso algo triste Nana.
—Vivimos muy cerca de la Comarca. No podíamos quedarnos quietos, por curiosidad, seguimos al grupo de alumnos del pueblo que se encontraban de excursión y nos perdimos. —Doroteo se sentía culpable.
—¡Vaya sorpresa! El gran duende del bosque Infinito es vuestro padre. Ahora entiendo por qué no utilizaron ningún hechizo —razonó Osito color canela.
—Nuestro padre nos quiso dar una lección y, junto a ti, la hemos aprendido —anunció Nana agradecida.
—Ahora sabemos cómo hacer fuego sin utilizar ningún hechizo y encontrar nuestra casa guiándonos por las estrellas, nuestro padre nos levantará el castigo —aseguró Doroteo feliz.
—Osito, gracias a ti hemos dado con el bosque Infinito. Además, nos has salvado del tigre Tukan, estamos muy agradecidos —agregó Nana contenta.
—Sin ustedes no hubiera llegado hasta aquí, también les estoy muy agradecido, pero ¿a quién buscan entonces los del pueblo? —se interesó Osito color canela.
—Te buscan a ti, Osito —indicó Doroteo.
—Estaremos siempre en deuda contigo. Deseo que de ahora en adelante seamos grandes amigos —comentó animado Doroteo dientes largos.
—Por supuesto, siempre seremos grandes amigos. —Osito sintió el agradecimiento.
—Toma este sombrero mágico. Cuando quieras vernos, solo tienes que nombrar nuestros nombres y utilizaremos esta vía como portal —continuó Nana—. Estoy segura de que nuestro padre nos habrá levantado el castigo cuando utilices este sombrero.
—Ve ahora con quienes te buscan, tu mamá estará muy preocupada —expuso Doroteo a Osito con una sonrisa.
Osito color canela abrazó a sus amigos y, con cierta nostalgia, se despidió. Siguió adelante hasta encontrarse con quienes lo buscaban. Entre ellos estaba la mamá de Osito color canela, que se asombró al ver a su pequeño caminar en dos patas sin muleta de apoyo.
Su historia de superación fue bien conocida en todo el reino. La mamá de Osito color canela se sentía orgullosa de su hijo, pero lo que más le hizo feliz fue que regresara sano y salvo. Desde entonces, Osito color canela sintió plena confianza en sí mismo, adentrándose en nuevas aventuras con sus nuevos amigos Nana Gafota y Doroteo dientes largos…
—Y ¡chirrínnn, chirránnn, esta historia se ha acabado ya!
—¡Qué bien! Mañana comenzaré a esforzarme en los ejercicios de recuperación y de supervivencia que papá me ha preparado hasta lograrlo —manifestó Dudu con firmeza.
—Sé que lo lograrás —susurró Osopoposo para no despertar a Dudu, que ya dormía.
Al día siguiente, Dudu se levantó temprano como de costumbre. Le emocionó mucho ver a su papá mostrarle cómo se puede caminar con una pierna lesionada. Caminó con dificultad hacia él, le dio un fuerte abrazo y le declaró:
—Papi, yo te amo.
—¿Dices qué me amas, Dudu?
—Sí, papá, y, cuando sea grande, quiero ser igual que tú.
—¿Tú quieres ser igual que yo?
—¡Sí! —afirmó Dudu feliz.
—Quiero decirte algo, Dudu, yo te estoy preparando y formando para que seas mejor que yo. ¿Eso lo entiendes?
—Sí, pero no sé si te podré superar…
—Con la confianza y el esfuerzo que has forjado en ti ya me has superado.
—Papá, gracias por creer en mí. Te amo. —Dudu se emocionó.

—Yo también te amo, mi pequeño Dudu.
Dudu, con esfuerzo, superó los ejercicios de recuperación.
Por eso solo te podemos aconsejar que nunca dejes de confiar y de creer en ti…
No lo olvides
FIN