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MIENTRAS ESTÉ CONMIGO

Isabelle

La esencia de su voz grave se aferra a las paredes dejando un eco interesante.

Le sostengo la mirada, jamás vi unos ojos de un azul tan intenso.

Kalie Brown. —Acepto su mano y la aprieto con firmeza—. Le doy la bienvenida a mi aburrida vida, Evans.

Madison, mi mejor amiga y asistente, suelta una risita y se disculpa.

—Algo me dice que no estaría aquí si fuera tan aburrida, doctora.

Pasa de largo, deja su maletín y su bolso sobre la isla de la cocina, y comienza a hablar con la policía y los agentes.

—¿Es muy necesario, Nick? —pregunto cuando se sienta a mi lado—. Preferiría armar una valija pequeña e irme contigo hasta que todo… termine o se aclare. Además, ¿cómo sabemos que podemos confiar en él?

Hay consternación en los ojos verdes de mi hermano. Ayer era un hombre de cuarenta años exitoso y vital, hoy el temor lo envejece.

—Isa —mi nombre es un susurro prohibido—, tengo que asistir a la apertura del nuevo hospital en el que estuvimos trabajando. El viaje está programado para dentro de dos días, no puedo faltar. —Suspira, agarra mis manos—. Insisto. Aunque te llevara conmigo, tendrías a uno de mis hombres pegado a ti las veinticuatro horas. Y sí, podemos confiar en él. Ese hombre es uno de los mejores agentes del país.

Suspiro y asiento. Entiendo que solo quiere lo mejor para mí, acepto que Gael Evans es lo que necesito ahora mismo, por más incómodo que pueda resultar.

—Isa y Nick, ¿recuerdas? Solo los dos, en todo, para siempre. No voy a permitir que nada te pase esta vez.

Me refugio en sus brazos y dejo que me consuele como si aún tuviera doce años.

«Isa y Nick. En todo. Para siempre».

—Estarás bien. —Besa mi cabeza—. Aclararemos este asunto rápido. Confía en la policía, Isa. Aaron está encerrado, se pudre en una celda. Tiene que ser alguna broma de mal gusto…

—O la obra de alguno de sus fanáticos.

—Isa…

Busca mi mirada, pero no puedo ver el terror en sus ojos. No puedo permitir que vea su reflejo en los míos.

—Sabes que los tiene, Nick. —Mis párpados se cierran, aprieto la mejilla contra su pecho—. Cientos de ellos. Van a visitarlo a la cárcel, le envían cartas, hay foros en Internet… Son ellos, lo sé. Es él. Otra vez, es él.

Cada palabra que sale de mi boca acelera el ritmo de su corazón.

—No te adelantes, Isa. Sabes que puede ser una broma, no sería la primera vez. —Calla. Sé que intenta creer en su propia voz—. Necesito que mantengas la calma, ¿puedes hacerlo?

Asiento, inhalo su aroma. Mi hermano, mi hogar.

—Señorita Brown, no quiero molestarla, pero ¿ya puedo retirarme?

Miro al pobre García en pijama y medio dormido.

—Claro que sí, García. Lamento que lo hayan despertado.

Niega.

—No es molestia, señorita. No sé lo que está pasando, pero espero se solucione pronto. Cuente conmigo si vuelve a necesitarme.

Le regalo una sonrisa cansada.

—Gracias, García. Descanse.

Me devuelve el gesto y se acerca a la puerta, pero una voz lo detiene.

—Me gustaría hablar un momento con usted, señor García, a solas.

Miro a Gael cruzar la sala, me levanto.

—La policía ya habló con García, Evans.

Me observa con el semblante rígido, inexpresivo.

—Yo no soy la policía, doctora Brown. Déjeme hacer mi trabajo.

Su orden tensiona mis músculos.

Esto no va a ser nada fácil.

«Lo necesitas, te mantendrá segura».

Vuelvo a poner mi atención en el encargado del edificio.

—Lo lamento —me disculpo por milésima vez.

—No se preocupe, señorita, todo está bien.

Evans abre la puerta y espera a que el conserje salga. Ambos desaparecen.

—García no tiene nada que ver con esto, Nicholas, lo conozco desde hace tres años. Es un hombre excelente, cría a sus nietos, él no…

—Deja que Evans y la policía hagan su trabajo, Isa. Es natural que sea el principal sospechoso al ser el encargado del lugar. Él lo sabe, sabe que tiene que cooperar para desvincularse.

Me paso las manos por la cara, estoy exhausta.

—Belle, ¿por qué no te acuestas? —Madison me acaricia la espalda—. Necesitas descansar. ¿Quieres que llame a tus pacientes para cancelar las sesiones de mañana?

Niego.

—Necesito trabajar. Voy a volverme loca si no mantengo la cabeza ocupada. —Estiro la mano, busco su contacto y el marrón cálido en su mirada—. ¿Te quedas conmigo esta noche? Mañana vamos juntas al consultorio. Por favor, no quiero… —miro la puerta como si pudiera ver detrás de ella a Gael interrogando al pobre García— dormir sola sabiendo que él… está aquí. No hoy, no lo conozco.

Madie asiente, me abraza.

—Claro que sí. Esta noche y todas las que quieras. Sabes que estoy aquí.

Hundo la nariz en su cuello, adoro el olor a coco de su piel morena y su cabello enrulado. Me gusta memorizar los aromas de la gente, descomponer cada nota. El olfato está ligado a la memoria, los recuerdos tienen esencia y perfumes.

La puerta se abre, Gael entra y va directo a la cocina. Lo observo hablar con mi hermano.

—Por lo menos te tocó un guardaespaldas que parece un galán de cine, piensa que podrías pasar las veinticuatro horas del día pegada al simpático Rodríguez. —Señala al hombre calvo y con ligero sobrepeso que se encarga de la seguridad de mi hermano desde que se metió en el mundo de la política.

—Mad…

—¿Qué? —Me sonríe, todavía apretujándome—. Solo señalo los hechos. ¿Viste ese cuerpo? ¿Es altura? ¿Esa mandíbula? ¿Esos ojos? ¿Ese rostro? —susurra—. Ya que debes tener una sombra, mejor que sea la de un Adonis.

Me apoyo en su pecho, siempre fue la más alta de las dos. Observo a Evans y a Nick, ambos conversando con el semblante serio.

—Solo tú podrías pensar en algo como eso en este momento, Madie.

—Solo quiero distraerte, Belle.

Se lo agradezco en silencio y la abrazo hasta que el agente Clarkson se acerca.

—Señorita Brown, puede descansar tranquila. Vamos a retirarnos, pero dejaremos una patrulla en la puerta a disposición del señor Evans. —Me da su tarjeta como si ya no tuviera media docena—. Cualquier cosa extraña que vea, escuche o presienta, me llama. ¿De acuerdo?

Asiento.

—¿Está seguro? —El ceño del agente se frunce—. ¿Él está…?

—Recibí la confirmación hace minutos, no hubo ningún intento de fuga en la prisión. Jones está en su celda.

Inhalo profundo, mi pecho se endurece. ¿Por qué sus palabras no me relajan?

—Gracias.

Asiente.

—Analizaremos el paquete y las flores, y nos pondremos en contacto con usted en cuanto tengamos algo.

—Gracias —dice Madie por mí, pasándome el brazo por encima de los hombros.

Uno a uno, los agentes de la policía abandonan mi hogar, devolviéndome el silencio.

Mi hermano se acerca y me abraza.

—Mi teléfono estará a mi lado en todo momento, puedes llamarme a la hora que sea. Confía en Evans y haz todo lo que diga, Isa. Ese hombre es una máquina de matar —casi susurra—, nadie va a tocarte un pelo mientras estés a su lado.

—¿Una máquina de matar? ¿Eso debería tranquilizarme?

Suspira.

—En este momento, sí.

Dejo que sus brazos me consuelen un rato más, escucho todas sus sugerencias y le prometo que seré precavida antes de verlo desaparecer junto a sus hombres.

Miro alrededor sintiéndome… vacía, jamás pensé que me tocaría experimentar esto.

Gael abre su maletín, saca una computadora portátil, un cuaderno negro y tres celulares. Acomoda todo sobre la isla de la cocina con precisión, asegurándose de alinear los objetos, midiendo mentalmente las distancias.

«Primera nota mental: Gael Evans. ¿Trastorno Obsesivo Compulsivo? Observar».

—¿Quieres té, Belle?

Me acerco a Madie, que busca tazas y enciende el fuego.

—Sí, gracias.

—Gael, ¿quieres té? —lo tutea sin vergüenza.

—No, señorita Ferris. Gracias.

—Así que sabe mi apellido… —Mad me sonríe y vuelve a su tarea.

—Está en el expediente —responde sin más detalles.

—¿El expediente? —Me acerco a la isla bajo su mirada atenta.

—¿Qué más dice el expediente? —curiosea Madie.

—Es confidencial. —Se desabrocha el saco, dejando a la vista la camisa blanca que se tensa sobre su abdomen plano—. ¿Podría mostrarme el departamento, doctora?

—No hay mucho más que esto y mi habitación…

Gira su cuello haciéndolo tronar.

—Necesito conocer cada cuarto, cada recoveco, ver hacia dónde da cada ventana.

Estudio su altura, la postura dominante, sus movimientos rígidos y calculados. El ejército dejó su impronta en este hombre.

—Sígame.

La suela de sus zapatos hace un ruido odioso cuando regresamos al living. Señalo los ventanales.

—Estas ventanas dan a…

—Una avenida principal. Hay una cafetería, un restaurante, un gimnasio y una estación de subte. Vive en una zona muy ajetreada, doctora Brown.

Alzo una ceja, lo observo.

—Dígame, Evans, ¿eso es bueno o malo?

Su mirada penetrante barre la sala hasta posarse de nuevo en mí.

—Eso es un arma de doble filo.

Enderezo la espalda, me cierro el cárdigan y, abrazándome, cruzo el living.

Sus irritantes mocasines me siguen.

—El baño —señalo la puerta a la izquierda, luego la de la derecha— y mi habitación.

Gael entra al pequeño baño, inspecciona el ventiluz. Sale, contempla el pasillo como si lo estuviera midiendo mientras se rasca la barba corta y perfecta.

—¿Podría invitarme a su habitación, doctora?

—¿Invitar? Interesante elección de vocabulario, Evans.

Abro la puerta, lo invito con un gesto.

—Gracias.

Cuando pasa a mi lado su perfume despierta mis sentidos. Madera, menta y algo más. Es la típica mezcla masculina y, a la vez, es un aroma nuevo.

Inspecciona las ventanas que dan a un parque para mascotas, gira, observa los muebles y los objetos como si buscara algo. Mira debajo de la cama, debajo del escritorio y la mesa de luz.

—¿Puedo abrir su armario?

—Mi…

Suspiro, asiento.

Abre el ropero empotrado, corre las perchas y da golpecitos en el fondo en distintos lugares. Cuando está satisfecho, lo cierra.

—Tendrá que dormir en el sofá. Lamento no tener un cuarto extra.

—Dormí en lugares peores, no se preocupe —asegura y sale del cuarto.

Me quedo procesando su comportamiento hasta que Madie entra con una taza en cada mano.

—¿Todo bien con el señor Es confidencial?

Asiento, acepto el té caliente y me siento en la cama.

—Belle, sé que es mucho pedir, pero deberías mantener la calma. Es solo un…

—Un ramo de flores idéntico al que usé en mi boda —la interrumpo—. Un ramo de flores que Aaron hizo con sus propias manos para mí. Es él, Mad. Sé que es él. Está cumpliendo su promesa, no va a dejar que lo olvide. Esta reja no va a separarnos —repito sus palabras y mi piel se eriza.

Madison se sienta a mi lado, dejamos el té y nos acurrucamos en el centro de la cama. Su voz dulce intenta contagiarme su positividad. Por un segundo creo que lo consigo, pensar que todo esto no es más que una broma de mal gusto, pero Mad se queda dormida y el silencio y la oscuridad me envuelven.

Es imposible olvidarlo.

«Esta reja no va a separarnos, Isabelle. Nos pertenecemos hasta el final de los tiempos».

Separador

Son las cinco de la mañana, en tres horas tengo que estar en el consultorio con la cabeza fresca para el primer paciente.

Observo el perfil dormido de Madison. Ojalá pudiera entregarme a los sueños así, con tanta paz. Ojalá tuviera su personalidad, radiante y positiva. Ojalá tuviera su familia, completa y sana. Ojalá tuviera un novio como el suyo, dispuesto a sacarle sonrisas cada día. Ojalá tuviera su vida, simple, armónica, libre de sangre y dolor.

Me levanto y, con pasos mudos, salgo de la habitación. Recorro el oscuro pasillo y me detengo al llegar al salón.

Gael… Gael Evans duerme sobre el sillón. Lo contemplo, vestido de pies a cabeza, las manos cruzadas sobre el abdomen y el gesto relajado.

Para ser el mejor hombre de la agencia de seguridad, luce demasiado joven. Treinta y tantos, ¿tal vez? No creo que la experiencia esté necesariamente ligada a la edad, pero…

—¿Necesita algo, doctora?

Su voz me sobresalta y me golpeo el dedo pequeño del pie con un mueble. Maldigo en silencio.

—¿Está bien? —pregunta, con los ojos aún cerrados—. Estos muebles que se cambian de lugar…

—¿Se está burlando de mí, Evans?

El sillón se queja cuando se levanta y se dirige hacia mí. Si la oscuridad no fuera casi total, juraría que hay una sonrisa en su boca.

—¿No puede dormir, doctora?

Me enderezo e intento controlar la punzada de dolor que incinera mi pie.

—Puede llamarme Isabelle. Pero soy Kalie cuando estamos en público. —Niego—. Estoy… No importa.

Sus ojos azules parecen piedras negras mientras me escanea con detenimiento.

—Sé que puede resultar incómodo tener a un completo desconocido durmiendo en su casa, créame, lo entiendo. —Da un paso al frente; yo, uno atrás—. Pero no me tenga miedo, doctora. No a mí. No olvide que voy a dar mi vida por usted si es necesario.

Trago.

Mi corazón galopa.

—No le tengo miedo, Evans.

La intensidad de su mirada repara en mis labios antes de llegar a mis ojos.

—Excelente. Ahora intente descansar. Nadie le tocará un solo pelo mientras esté conmigo.

Silencio. No hay más palabras, solo miradas capaces de incendiar bosques.

Giro, vuelvo a la habitación olvidando por completo para qué salí.

«No olvide que voy a dar mi vida por usted si es necesario». «Nadie le tocará un solo pelo mientras esté conmigo». «No puede hacerte daño, Belle. Ya no puede hacerle daño a nadie».

Apoyo la cabeza en la puerta.

—Respira —me susurro.

Respiro, aferrándome a aquellas frases que se repiten una y otra vez en mi cabeza, pero la verdad es implacable. Lo siento, lo sé.

Ni siquiera una cárcel de máxima seguridad puede detener a El pecador de Oxford.