BÉSAME, BÉSAME MUCHO

(Poemas, de Catulo)

En la ciudad italiana de Verona situó Shakespeare los amores literarios más famosos del mundo, la historia de Romeo y Julieta. Por algo lo hizo. Verona es la ciudad en la que nació uno de los más grandes poetas de la literatura latina y uno de los más grandes poetas del amor de la Historia: Cayo Valerio Catulo.

Nacido en el año 84 a. C. en el seno de una familia pudiente, en cuya casa se alojaba Julio César cuando pasaba por Verona —y cito a Julio César porque Catulo escribió duros poemas contra él—, a los veinte años se fue a Roma, donde residió regularmente, con estancias intermitentes en Verona. En la capital del Imperio vivió su apasionada relación amorosa con una mujer a la que puso el nombre de Lesbia, nombre debido al prestigio de la poeta Safo, que era de Lesbos, y que es como llamaba a una tal Clodia. De hecho, uno de los poemas de Catulo es una adaptación del famoso poema de Safo.

En Roma formó Catulo un grupo literario con otros escritores, a los que Cicerón llamaba Poetae novi, que recuerdan a los «Nueve novísimos» de la antología de José María Castellet en la España del siglo XX, ya que supusieron una ruptura con la poesía anterior. Viajó por Grecia y Asia menor y murió joven, en Roma, a los treinta años de edad, hacia el 54 a. C. Catulo fue uno de esos poetas que murieron jóvenes pero que vivieron intensamente y dejaron una profunda huella, porque su influencia en la poesía europea posterior ha sido extraordinaria.

Eros besando a Psique. Fresco pompeyano. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

Catulo y sus «novísimos» se oponían a la grandilocuencia de la epopeya y de la tragedia, y se distinguían por su preferencia por los poemas cortos, con una técnica depurada y una gran labor de corrección. Para los novísimos latinos, la poesía no es un arma cargada de futuro, sino que se justificaba por el propio arte, es decir, ars gratis artis, que significa «el arte por el arte». La poesía no es para ellos la proyección de grandes ideas comunitarias con un objetivo social o político, sino la expresión de su individualidad y de sus sentimientos personales. Frente a los poetas épicos, que exaltan las hazañas de los héroes como modelo para la sociedad, Catulo y los «novísimos» se centran en el amor; en lugar de los héroes de la épica, los protagonistas son los amantes, femeninos y masculinos. El poema 5, el famoso «Vivamus mea Lesbia, atque amemus», es el mejor exponente de su poesía:

Lesbia mía, vivamos y gocemos,

¡que todas esas críticas de los viejos

amargados nos importen un bledo!

El sol puede ponerse y volver a salir, pero nosotros

habremos de dormir una única y eterna noche

cuando se apague nuestra breve luz.

Dame mil besos, y otros cien después,

que sigan otros mil, de nuevo cien

y mil más sin parar, y otros cien luego.

Luego, cuando ya hayamos sumado muchos miles,

embrollaremos la cuenta y no sabremos cuántos.

Ni podrá un envidioso echarnos mal de ojo

al saber el total de nuestros besos.

El núcleo fundamental de la obra de Catulo son, desde luego, los poemas de tema amoroso en torno al personaje de Lesbia, la amada. Teniéndola siempre a ella como objeto, cristaliza una serie de motivos que se convertirán en tópicos en toda poesía amorosa: tanto el amor como… el desamor, como el famoso poema «Dicébas quondan solum te nosse Cattúllum» (el 72):

Me decías en tiempos, Lesbia, que solo conocías

a Catulo y que ni al mismo Júpiter anteponías que a mí.

Te amé entonces no solo como el hombre corriente a su amante

sino como un padre a sus hijos y yernos.

Pero por fin te conozco: por eso, aunque tengo todavía una pasión

mayor por ti, vales mucho menos para mí.

¿Cómo es posible?, me dices. Porque una infidelidad así

a un enamorado le obliga a desear más pero a querer menos.

El mejor exponente del amor y del desamor de su obra es el famoso poema 85, «Odi et amo»:

Odi et amo, quare id faciam fortasse requires

nescio, sed fieri sentio et excruior.

La odio y la deseo. Si preguntas cómo me pasa esto,

no lo sé, pero siento que es así, y me atormento.

Hay también lugar para darle forma poética a otros temas, como la pena infinita por la muerte de su hermano, la celebración de la amistad, o el amor homosexual con Juvencio:

Si yo pudiera, Juvencio, sin descanso

besar tus ojos que a la miel parecen,

hasta trescientos mil besos te diera,

y nunca me daría por saciado:

ni aun cosechando yo más besos

que espigas se cosechan en verano.

Es el poeta del amor, y del sexo, que aparece en su poesía sin el pudor de tantos otros poetas, como cuando escribe a Ipsitila y le dice que tiene una erección enorme por pensar en ella:

Sé buena, mi Ipsitila querida,

mi cariño, mi bien, invítame

a visitarte a la hora de la siesta.

Y si lo haces, procura también esto:

que nadie eche el cerrojo de la calle,

y a ti no se te ocurra estar ausente.

Te quedarás en casa, y preparada

a echar conmigo nueve polvos seguidos.

Pero si estás por la labor, ¡que sea ahora!

Que estoy tendido después de hartarme de comer,

y levanto la túnica y el manto.

Como escribe Gil de Biedma en una de sus cartas: «hubiera querido ser también obsceno [en su poesía], al modo maravillosamente aristocrático y rural de Catulo».

Pero su temática es más amplia. Catulo es considerado, sobre todo, el poeta del amor (y del sexo), sí, pero es también el poeta de la invectiva y la injuria, como señaló Quintiliano. Así tenemos el desprecio hacia determinados personajes, como Egnatius —que era hispano, por cierto—, Arrio, Furio o Aurelio, contra los que escribe este poema para defenderse de sus críticas por sus poemas de amor homosexual o el de los besos de Lesbia:

Os daré por el culo y por la boca,

nena de Aurelio y maricón de Furio,

que me juzgasteis por mis versos

falto de hombría, porque son blandengues.

Intachable el poeta habrá de ser

en su conducta, pero no en sus versos,

que solo tienen sal y chispa

si son blandengues y algo afeminados,

capaces de poner cachondos

no ya a los chicos, sino a los machorros

que no pueden mover su artillería.

¿Y porque habéis leído «muchos miles

de besos» decís que no soy hombre?

Os daré por el culo y por la boca.

Son objeto de sus afilados versos no solo políticos, como César y Pompeyo, sino también malos poetas, tipos presumidos, hombres de negocios, morosos o personajes como Mamurra, al que dedica ocho poemas con duros ataques.

Catulo llama al conjunto de sus poemas libellus, el diminutivo de liber (libro), que es toda una declaración de principios. Frente a los grandes libros de la epopeya, hace suyas las palabras del poeta griego Calímaco cuando dice que «un gran libro es un gran mal», de manera que esta denominación de «librito» es programática, porque para Catulo un poema es una joya de orfebrería, y la gran extensión de una obra poética va en detrimento de su calidad, porque lo que busca es la perfección y persigue la observación de los más mínimos detalles.

Otra de las cualidades de su poesía es que ha de ser lépidus, es decir, «divertida» (el latín no lleva tildes, pero prefiero una tilde a que se lea incorrectamente), con lo que revela una concepción de lo literario como algo ajeno a los compromisos y a las servidumbres ideológicas y políticas. Para Catulo la poesía tiene como fin el disfrute literario y no está al servicio de nada. De ahí la insistencia en llamar «juego» a la propia poesía.

Poeta del amor y del desamor, de la amistad y de la enemistad, y poeta de mitos, Catulo inaugura caminos por los que luego transitarán los más grandes genios de la literatura romana y universal. Tibulo, Propercio, Horacio, Virgilio, Ovidio, Marcial, incluso el propio emperador Adriano siguen con devoción al joven poeta romántico latino. En la literatura española cuenta con destacados seguidores, aunque nunca llegó a tener, hasta el siglo XX, la influencia de Horacio, Ovidio o Virgilio, porque su «alegría sexual», como escribe Ramón Irigoyen, tenía dificultades para «abrirse paso» en una España dominada por el pudor de la religión católica. El siglo XX es, en cambio, el siglo de Catulo, gracias a la libertad de pensamiento y de costumbres que traen las vanguardias. Uno de los mejores poemas de amor de la literatura española, «Pandémica y Celeste», de Jaime Gil de Biedma, uno de los grandes poetas del siglo xx, se inspira no solo en la memorable intervención de Pausanias sobre el amor en El banquete, de Platón, sino también en el poeta latino Catulo, el poeta del amor, nacido en Verona.

De los besos de Catulo a los de uno de los más famosos boleros del siglo XX. Dos mil años después, la compositora mexicana Consuelito Velázquez estrenó en 1940 el bolero «Bésame mucho», una de las canciones más populares de todos los tiempos, que han versionado desde Nat King Cole, los Beatles o José Carreras, pasando por cientos de intérpretes.

Bésame.

Bésame mucho.

Como si fuera esta noche

la última vez.

Bésame.

Bésame mucho…